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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS SOBRE EL TEATRO DE... > V : IX. CRÓNICAS Y LEYENDAS... > LXXIII.—LAS CUENTAS DEL. GRAN CAPITÁN

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Texto de la Parte 23 (póstuma) de Lope (1638). Es seguramente comedia de sus últimos años, y trazada para halagar a su patrono el Duque de Sessa, descendiente del inmortal conquistador de Nápoles. Promete al fin una segunda parte, que probablemente no llegó a escribir. [p. 326] Si grandes dificultades ofrecía para el teatro el descubrimiento del Nuevo Mundo, no eran menores las que representaba la figura enteramente histórica del Gran Capitán. Hechos y personajes tales exceden el marco de la escena, y quedan desnaturalizados y empequeñecidos cuando se los arranca de las páginas de una crónica, que es el más digno pedestal de su grandeza. Lo cual en nada contradice la profunda sentencia aristotélica que declara la poesía cosa más grave y filosófica que la historia; antes la confirma y robustece, mostrando cómo la poesía abdica de su dignidad y degenera de su intrínseca virtud, cuando, en vez de inspirarse en la historia, la copia e intenta sustituirla. No son incompatibles la verdad poética y la historia, antes suelen coincidir, y poesía es la historia a su modo; pero tal congruencia ha de buscarse, no en el material detalle de los hechos, sino en la intuición del alma de lo pasado, que se manifiesta mejor a los ojos del artista en la penumbra de la leyenda que en la plena luz de la historia. Las épocas remotas donde hay que reconstruirlo casi todo, los personajes vaga e imperfectamente conocidos, atraen la fantasía con el prestigio del misterio, y están convidando al poeta para que cumpla su oficio de vate , descifrando lo arcano, entreviendo lo porvenir, y mandando juntarse de nuevo a los huesos insepultos. Cuando la historia calla o habla a medias, toca al poeta completarla e interpretarla; cuando la historia cercana a nosotros tiene todo el rigor y certeza de los documentos diplomáticos, debe enmudecer la poesía si no quiere parecer inferior a su hermana. Quizá en ninguna parte como en el riquísimo teatro histórico de Lope de Vega, puede estudiarse la diferencia entre ambos procedimientos, y el opuesto resultado que dan, aun manejados por un mismo poeta, a quien en dotes dramáticas no ha aventajado nadie. Compárense sus leyendas con sus crónicas , y se palpará la exactitud de lo que venimos diciendo. Cuando el poeta vuela con sus propias potentísirnas alas, y sólo pide a la tradición un nombre, un hecho, el tema de una canción popular, se encumbra a las más altas esferas del arte, produce criaturas vivas que con las del gran trágico inglés pueden equipararse, y alcanza no sólo [p. 327] la verdad poética, sino la verdad histórica íntima y sustancial. Cuando calca servilmente la historia, produce crónicas dialogadas, informes, sin unidad orgánica y sin espíritu de adivinación histórica.

No es, sin embargo, Las cuentas del Gran Capitán una de las obras más irregulares de su género. Escrita en la vejez del poeta, no sólo tiene la corrección de estilo propia de sus últimas obras, sino una acción bastante sencilla, que en realidad se concreta a un momento solo de la vida de Gonzalo. Lope comprendió esta vez que las grandes campañas de su héroe, la conquista de Nápoles, los triunfos de Ceriñola y el Garellano, que cambiaron la faz del arte de la guerra en el Renacimiento, no eran materia dramática, sino épica. Prescindió, pues, de batallas y asedios, y en vez de una comedia de espectáculo, hizo una comedia anecdótica, basada en el dicho vulgar de las cuentas , en el hecho histórico del viaje del Rey Católico a Nápoles en 1506, y en las infundadas sospechas que tuvo de la lealtad de Gonzalo, y que fueron labrando en él hasta engendrar el desvío con que le trató en los últimos años.

El fondo histórico de esta comedia, que se reduce a la entrada del Rey en Nápoles, puede estar tomado de la Crónica llamada las dos Conquistas del reyno de Nápoles , [1] voluminosa compilación [p. 328] de autor anónimo, que por un fraude editorial fué atribuida a Hernán Pérez del Pulgar, autor de otra crónica o más bien Breve suma de los hechos del mismo glorioso caudillo Las cuentas son una invención vulgar, pero, según acontece con todas las anécdotas famosas, tiene ésta cierto valor simbólico como censura de la parsimonia y suspicacia del Rey Católico, y pudo tener algún fundamento en quejas que ciertos oficiales del Tesoro presentasen contra Gonzalo. De todos modos, el origen de la conseja no puede ser más sospechoso, siendo el primero que alude a ella un historiador de tan poca conciencia y veracidad como Paulo Jovio. [1]

[p. 329] La escena de las cuentas es la culminante y la mejor de la obra de Lope, que parece compuesta exclusivamente para ella. Está llena de chiste, desenfado y ligereza cómica, sin mengua de la dignidad del héroe. La parte grotesca pónese a cargo del Sansón extremeño Diego García de Paredes, protagonista de otra comedia de Lope que examinaremos después. En una y otra se conservan los rasgos capitales de la verdadera fisonomía de aquel hercúleo soldado; pero no puede negarse que su fiereza y desgarro, sus continuos retos, provocaciones y pendencias, degeneran muchas veces en fanfarronada, siempre grata al populacho, y lindan con la caricatura, en la cual dió de bruces Cañizares al refundir esta comedia de Las Cuentas.

El carácter episódico de la pieza traía el inconveniente de no poder presentar al Gran Capitán en situaciones heroicas, sino en la oscura lucha contra los amaños de la envidia; pero así y todo, consigue el poeta hacer descollar su arrogante figura sobre todas las que le rodean, y presentarle siempre con nobleza, decoro y majestad; inaccesible a los golpes de la adversa fortuna y a los halagos de la próspera; prudente, comedido y discreto; con aquella mezcla de sagacidad y energía que era la base de su carácter, y que hizo de él no un paladín insensato y romántico, sino uno de los primeros hombres modernos. En cambio, la figura de Don Fernando el Católico queda injustamente rebajada en la obra de Lope, por una especie de prevención e inquina que no ha sido rara en los escritores castellanos.

Ocupan gran espacio en esta comedia los amoríos de un fabuloso sobrino de Gonzalo de Córdoba, llamado D. Juan de Toledo, con una dama italiana; pero aunque este episodio se dilate demasiado y quebrante la unidad de interés, sirve para mostrar en acción la magnanimidad del Gran Capitán en casos de honra que atañen a su propia sangre; y está además artificiosamente enlazado con la acción principal, mediante la intervención de los dos [p. 330] italianos émulos y calumniadores de Gonzalo en la corte del Rey Católico.

En suma, el drama no es vulgar y está bien escrito, pero no corresponde a la gloria del héroe, de la cual dijo con razón Quintana que «hasta ahora está depositada con más dignidad en los archivos de la historia que en los ecos de la poesía».

Y en efecto, el Gran Capitán ha sido siempre poco afortunado en esto de encontrar dignos cantores de sus hazañas. El poema latino de Cantalicio, De bis recepta Parthenope , impreso por primera vez en 1506 y galardonado por el héroe mismo, tiene más curiosidad histórica que poética, pero así y todo es menos infeliz que los dos únicos poemas castellanos del mismo asunto que por el momento recuerdo. Uno de estos poemas, el más moderno, la Neapolisea (1651), de D. Francisco de Trillo y Figueroa, poeta gallego recriado en Granada, nada sirve para la historia, como lo indica ya su fecha tan remota de la de Gonzalo de Córdoba, y nada vale poéticamente, puesto que Trillo y Figueroa, ingenioso y ameno en las burlas, cultivador feliz de la poesía ligera, hasta confundirse a veces con Góngora el bueno, resulta cuando quiere embocar la trompa épica, uno de los más furibundos enfáticos y pedantes secuaces de Góngora el malo, sin ningún acierto que compense sus innumerables desvaríos.

La Historia parthenopea del sevillano Alonso Hernández (1516), libro muy raro, aunque bastante conocido y citado por nuestros eruditos, tiene siquiera la ventaja de estar escrito con más llaneza; y la ventaja todavía mayor de ser obra de un contemporáneo, que pudo recoger la tradición viva y la impresión directa que había dejado el gran caudillo en los ánimos de los españoles, a quienes hizo árbitros de Italia. Y aunque el monumento no sea, ni con mucho, digno de su nombre, pues difícilmente se hallarán en castellano peores versos, hay que reconocer lo sincero de la admiración que el poeta sentía por su héroe, y que da cierta viveza y frescura a su testimonio, muy distinto del entusiasmo puramente retórico que a larga distancia de los sucesos podía sentir Trillo y Figueroa o cualquier otro zurcidor de cantos épicos, de [p. 331] los que han sido en todos tiempos plaga de nuestra literatura.

Compuesta la Historia parthenopea en los primeros años del siglo XVI, pertenece todavía, por el gusto y por el metro, a la escuela de siglo anterior. [1] Es un poema medio histórico, medio alegórico, en estancias de arte mayor; una deliberada imitación de las Trescientas de Juan de Mena, pero seguramente una de las obras más ínfimas de su género. Para colmo de desgracia, está llena de italianismos que desfiguran no sólo la construcción, sino hasta lo material de las palabras, dando al libro catadura extranjeriza, como de autor mal versado en la lengua castellana, y eso que él se preciaba de haberse «esforzado con la profundidad de los sesos interiores y con los nervios de las cosas grandes de alzar y expolir la lengua de la hispana musa». Salvo las visiones y la máquina mitológica, todo lo que en este poema se contiene es materia rigurosamente histórica, que el autor de ningún modo podía alterar, tratándose de acontecimientos contemporáneos y tan famosos. Todo el gasto de invención que se le ocurrió fué resucitar al cantor Demodoco de la Odisea , para hacerle referir a Ulises la conquista de Nápoles. Con esto y una aparición de Palas Atenea a los Reyes Católicos y una desconcertada imitación del libro I de la Eneida , haciendo que Eolo, a ruego de Neptuno y de las ninfas marinas, presididas por Galatea, levante furiosa tempestad contra las naves del Gran Capitán, y las ponga a [p. 332] punto de anegarse; y un viaje todavía más disparatado que por el reino de Nápoles emprende Mercurio, hospedándose, como personaje de tanta cuenta, en casa de la Duquesa de Milán, y siendo obsequiado por el Duque de Calabria con un juego de cañas; con éstos, digo, y otros tales episodios quiso amenizar la narración histórica para que las musas no se quedasen sitibundas , tristes y malencónicas.

Otra obra poética hay dedicada al mismo egregio caudillo, y en la cual se hace, aunque de paso, alguna conmemoración de sus hazañas. Tal es el libro que lleva el título de Las valencianas lamentaciones y tratado de la partida del ánima; su autor, el cordobés Juan de Narváez, que le tituló así por haberle compuesto en Valencia, donde a principios del siglo XVI enseñaba letras humanas. [1] Intercalado en las Lamentaciones hay un elogio del Gran Capitán que tiene cierta importancia histórica, porque en él parece responder el poeta a las sospechas de infidelidad que tan injustamente circularon contra Gonzalo, acusándole de querer alzarse con el reino de Nápoles, dos veces conquistado por él. «A lo cual me movió (dice Narváez en su preámbulo) una bárbara opinión y cognoscida invidia, que de la boca de algunos en mis orejas et aun en mi ánima, muchas veces, andando por estas partes ha tocado.» Desgraciadamente, los versos no corresponden aquí al noble propósito del autor ni a la excelsitud del héroe, y son de los más flojos de la obra.

Creo inútil mencionar el Gonzalve de Cordoue , novela del caballero Florián, muy leída a fines del siglo pasado; [2] porque el [p. 333] afeminado y sentimental Gonzalo que en este ridículo libro se representa, suspirando de amor a las plantas de una mora, y acometiendo mil aventuras extravagantes, no es ni prójimo siquiera del gran estratégico del Renacimiento que en las ciénagas del Garellano y ante los muros de Gaeta fijó para más de un siglo la rueda del predominio militar de España. Con ser tan insulsa y pueril la rapsodia de Florián, descúbrese en ella la mala y torcida intención de hacer olvidar los verdaderos triunfos de Gonzalo, tan duros para la vanidad francesa, sustituyéndolos con quiméricas empresas contra moros de cartón.

Incidentalmente hemos mencionado Las Cuentas del Gran Capitán , comedia que D. José de Cañizares compuso en los postreros años del siglo XVII, a los trece o catorce de su edad, según tradición consignada por el diligente historiador de los Hijos ilustres de Madrid, Álvarez Baena. Tal precocidad, aunque tenga trazas de fabulosa, no sorprende del todo cuando se repara que esta comedia, lo mismo que otras de Cañizares, es un descarado plagio de Lope, de quien no sólo copia los lances, sino gran número de versos, pero estropeándolo todo con el pedestre y chocarrero gusto propio de su tiempo. Así desfigura el carácter de Diego García de Paredes, convirtiéndole en un guapo o valentón de oficio, digno de ser cantado en romances de ciego, y le hace objeto de [p. 334] las burlas de un gracioso llamado Pelón. Así, en la escena de las cuentas, añade varias partidas que son otras tantas bufonadas indignas de ponerse en boca del Gran Capitán: diez mil ducados en guantes de ámbar para evitar la infección de los cadáveres; medio millón de aguardiente para emborrachar a las tropas antes de la batalla; ciento setenta mil ducados para reparar las campanas que se rajaron repicando en celebridad del triunfo. Estas majaderías y otras que omito gustaron mucho, y la pieza de Cañizares suplantó fácilmente a la de Lope, conservándose en el teatro hasta principios de nuestro siglo.

Poco tributo pagó la musa romántica a Gonzalo de Córdoba, pues prescindiendo del absurdo papel que desempeña en Isabel la Católica , de Rubí (donde aparece enamorado de la Reina), tampoco vale mucho El Gran Capitán , drama en cinco actos y en verso, de D. Antonio Gil y Zárate, representado e impreso en 1843. Gil y Zárate, poeta más estudioso que inspirado, y que sólo en una o dos de sus obras traspasó los límites de la medianía, quiso imitar con poca imaginación y pocos recursos de estilo la libre forma de la antigua comedia histórica, y yendo a estrellarse en un escollo que ya Lope había tenido el buen instinto de evitar, acumuló en una serie de diálogos bastante inconexos los principales hechos de la vida de Gonzalo, poniendo en escena la batalla de Ceriñola, el desafío de Barleta, la partición del reino de Nápoles. El estilo es incoloro y a veces declamatorio; la versificación, tolerable. En la escena de las cuentas y en el carácter de Diego García de Paredes, se conoce que tuvo presente la comedia de Cañizares, pero no la mejoró gran cosa. Es singular que este drama, el último en orden de tiempo y debido a un poeta de fantasía tan yerta, a quien su nativa inclinación llevaba al clasicismo académico, sea el más desordenado de todos en su plan, el más irregular en su estructura y el que tiene mayor número de personajes y de incidentes heterogéneos.

Notas

[p. 327]. [1] . Corónica llamada las dos Conquistas del reyno de Nápoles , donde se cuentan las altas y heroycas virtudes del sereníssimo príncipe Rey don Alonso de Aragón. Con los hechos y hazañas maravillosas que en paz y en guerra hizo el gran Capitan Gonzalo Hernandez de Aguilar y de Cordoba. Con las claras y notables obras de los Capitanes don Diego de Mendoza y don Hugo de Cardona , el conde Pedro Navarro , Diego García de Paredes y otros valerosos capitanes de su tiempo...

« Fué impresa la presente corónica general del gran Capitan: a honor y gloria de dios... en la muy noble y leal ciudad de Zaragoza en casa de Agustin Millan , impresor de libros. Acabose a quince dias del mes de Setiembre de mil y quinientos y cinqueta y nueve años. » Folio. Letra gótica.

Hay otras ediciones: de Sevilla, 1580 y 1582; Alcalá de Henares, 1584.

Pero todavía tuvo Lope más presente el Libro de la vida y chronica e Gonzalo Hernandez de Cordoba , llamado por sobrenombre el Gran Capitan. Por Pablo Jovio , Obispo de Nocera. Agora nuevamente traduzida en Romance Castellano por Pedro Blas Torrellas. Anvers , por Gerardo Spelmanno , 1555, 8.º

[p. 328]. [1] . Había Gonzalo Hernandez en aquellos dias burlado de la diligencia y curiosidad de los thesoreros envidiosos, a él enojosos y pesados, y al Rey poco honrosos, que siendo llamado como a juicio para que diesse cuenta de lo gastado en la guerra, y del recibo de las rentas del reyno, lo qual estaba assentado en la thesoreria, y mostrando ser muy mayor la entrada que no era lo gastado, respondió severamente que él traeria otra escriptura muy más auténtica que ninguna de aquellas, por la qual mostraria claramente que avia mucho más gastado que recebido, y que queria que se le pagase todo el alcance de aquella cuenta, como deuda que la devia la cámara real. El dia siguiente presentó un librillo, con un título muy arrogante, con que puso silencio a los thesoreros y vergüenza al Rey, y a todos mucha risa. En el primero capítulo assentó que avia gastado en frayles y en sacerdotes religiosos, en pobres y monjas, las quales continuamente estaban en oración rogando a nuestro señor Dios, y a todos los Santos y Santas que le diessen vitoria, Dozientos mil setecientos treynta y seis ducados y nueve reales. En la segunda partida assentó: Setecientos mil quatrocientos noventa y cuatro ducados , secretamente dados a los espías, por diligencia de los quales avia entendido los designios de los enemigos, y ganado muchas vitorias, y finalmente la libre posession de un tan gran Reyno. Entendida el Rey la argutia, mandó poner silencio al infame negocio. Porque, ¿quién sería aquel si no fuesse algún ingrato, o verdaderamente de baxa y vil condicion, que buscasse los deudores, y quisiesse saber el número de los dineros dados secretamente de un tan excelente Capitán? El Rey determinó de perdonar a Gonzalo Hernandez todas las cosas passadas, y confirmar todo lo que avia dado y repartido, y de olvidar toda la sospecha que avia tenido en lo de aspirar a el Reyno.»

(Paula Jovio, traducido por Torrellas, páginas 102 y 103.)

[p. 331]. [1] . Historia parthenopea dirigida al Illu-strissimo y muy reveredissimo Señor don bernaldino de caravajal Cardenal de santa Cruz copuesta por el muy-eloquente varon alonso hernades cle-rigo ispalesis prothonotario de la sanc-ta Sede apostolica dedicada en loor del Illustrissimo Señor don gonçalo her-nandes de cordova duque de Terra-nova gran Capitan de los muy altos Reyes de Spaña.,

(Al fin:) Impresso en Roma por Maestre Stephano Guillen de Lo-reño año de nuestro Redentor de mill y quinientos XVI -a los diez y ocho de Setiembre. Folio.

—Neapolisea , poema heroyco y panegírico; al Gran Capitan Gonzalo Fernandez de Cordova , por D. Francisco de Trillo y Figueroa. Granada , Baltasar de Bolivar y Francisco Sanchez , 1651, 4.º Poema en octavas y en ocho libros.

[p. 332]. [1] . El original de este poema perteneció a la biblioteca del Conde del Águila, y está hoy en la del Cabildo de Sevilla (vulgarmente llamada Colombia , aunque contiene libros de muy diversas procedencias). Ha sido recientemente impreso en bella edición de corto número de  e emplares:

Las valencianas lamentaciones y el tratado de la partida del ánima , por Juan de Narvaez , con un prólogo de D. Luis Montoto... Publícalos por primera vez la Excma. Sra. D. ª María del Rosario Massa y Candau de Hoyos. Sevilla , imp. de E. Rasco , 1889, 4.º

[p. 332]. [2] . Tuvo esta novela la inmerecida suerte de encontrar un buen traductor español para la prosa, y otro mejor todavía para los versos intercalados en ella.

—Gonzalo de Córdoba o la Conquista de Granada , escrita por el caballero Florián. Publícala en español D. Juan López de Peñalver. Segunda impresión. Madrid, 1804. Tres tomos en 8.º Los versos son de Cienfuegos, a quien el libro está dedicado, y que en él encontró argumento para su mejor tragedia, Zoraida.

En la parte morisca, el libro de Florián está fundado en las Guerras civiles de Granada , pero con mucho más anacronismos y disparates, y con absoluta falta de color local. Parece imposible que sea de la misma mano un epítome de la historia de los árabes que acompaña a la novela; trabajo superficial, pero de lo menos malo que en aquel tiempo podía escribir quien no fuese arabista. Florián confiesa que en esta parte le ayudó mucho su amigo D. Juan. Pablo Forner.