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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS SOBRE EL TEATRO DE... > V : IX. CRÓNICAS Y LEYENDAS... > LXVII.—EL REMEDIO EN LA DESDICHA

Datos del fragmento

Texto

Dice nuestro autor en la dedicatoria de esta comedia a su hija Marcela, que la escribió en sus tiernos años. Puede ser la misma que con el título de Abindarráez y Narváez se designa en la primera lista de El Peregrino (1604), pero seguramente Lope debió de retocarla mucho para incluirla en su Parte XIII (1620), porque es una de sus comedias mejor escritas, y nada tiene de inexperiencia propia de la primera juventud. Ha sido reimpresa en el tomo III de la colección selecta de Hartzenbusch.

La fuente única de este poema dramático está indicada con toda precisión por el autor mismo en estas líneas: «Escribió la historia de Jarifa y Abindarráez, Montemayor, autor de la Diana, aficionado a nuestra lengua con ser tan tierna la suya, y no inferior a los ingemos de aquel siglo; de su prosa, tan celebrada entonces, saqué yo esta comedia. Allí pudiérades saber este suceso, que nos calificaron por verdadero las corónicas de Castilla en las conquistas del reino de Granada...»

[p. 212] De la certidumbre del hecho, aunque en sí mismo nada tenga de inverosímil y extraordinario, puede dudarse algo, puesto que el primer historiador propiamente tal que le menciona, es Gonzalo Argote de Molina en su Nobleza de Andulucia (1588, fol. 296), autor muy docto, pero algo crédulo y muy inclinado a leyendas y anécdotas poéticas y caballerescas. De todos modos, el principal personaje, Rodrigo de Narváez, es enteramente histórico, y Hernando del Pulgar hizo honrosa conmemoración de él en el título XVII de sus Claros varones de Castilla: «¿Quién fué visto ser más industrioso ni más acepto en los actos de la guerra que Rodrigo de Narváez, caballero fijodalgo, a quien por notables hazañas que contra los moros fizo, le fué cometida la cibdad de Antequera, en la guarda de la qual, y en los vencimientos que fizo a los moros, ganó tanta fama y estimación de buen caballero, que ninguno en sus tiempos la ovo mayor en aquellas fronteras?» Pero ni el cronista de la Reina Católica, ni Ferrant Mexía, el autor del Nobiliario vero (1492), que se gloriaba de contar entre sus parientes a Narváez, a quien llama «caballero de los bienaventurados que ovo en nuestros tiempos, desde el Cid acá, batalloso e victorioso» (lib. II, cap. XV), se dan por enterados de su célebre acto de cortesía con el prisionero abencerraje. Es cierto que al fin de la Historia de Los Árabes , de D. José Antonio Conde, se estampa, con el título de Anécdota curiosa , [1] este mismo cuento, y aun se añade que «la generosidad del alcayde Narváez fué muy celebrada de los buenos caballeros de Granada y cantada en los versos de los ingenios de entonces ». Pero semejante noticia tiene trazas de ser una de las muchas invenciones y fábulas de que está plagado el libro de Conde, y, por otra parte, basta leer su breve relato de la aventura, para comprender que no está traducido de ningún texto arábigo, sino extractado de cualquiera de las novelas castellanas que voy a citar inmediatamente. Arrastrado quizá por la autoridad que en su tiempo se concedía a la [p. 213] obra de Conde, y más aún por el justo crédito de Argote, todavía D. Miguel Lafuente Alcántara, en su elegante Historia de Granada , [1] dió cabida a la anécdota del moro. Y, sin embargo, bien puede sospecharse que Argote no conocía la historia de los amores de Abindarráez más que por el Inventario de Villegas, a quien cita, ni Conde más que por ese mismo libro, o más probablemente por la Diana enamorada.

Pasando, pues, del campo de la historia al de la amena literatura, nos encontramos con dos narraciones novelescas, casi idénticas en lo sustancial, y que a primera vista pueden parecer copia la una de la otra. La más breve, la más sencilla, la que con toda justicia puede considerarse como un dechado de afectuosa naturalidad, de delicadeza, de buen gusto, de nobles y tiernos afectos, en tal grado que apenas hay en nuestra lengua novela corta de su género que la supere, es la que fué impresa por dos veces en la miscelánea de verso y prosa que, con el título de Inventario , publicó un tal Antonio de Villegas en Medina del Campo. La primera edición de este raro libro es de 1565, la segunda de 1577; pero consta en ambas que la licencia estaba concedida desde 1551, circunstancia muy digna de tenerse en cuenta por lo que diremos después. [2]

[p. 214] Algo amplificada esta historia, escrita con más retórica, y afeada con unas sextinas de pésimo gusto, se encuentra inoportunamente intercalada en el libro IV de la Diana de Jorge de Montemayor; pero entiéndase bien: no en las primeras ediciones, sino en las posteriores al mes de febrero de 1561, en que Montemayor fué muerto violentamente en el Piamonte. El plagio o superchería se cometió poco después de su muerte por editores codiciosos de engrosar el volumen del libro con ésta y otras im pertinentes añadiduras; que ya figuran en una edición de Valladolid, comenzada el mismo año de 1562, y terminada en 7 de enero de 1562. De allí pasaron a todas las posteriores, que son innumerables. [1]

[p. 215] Basta comparar el texto malamente atribuído a Jorge de Montemayor, con el de Villegas, para ver que el primero está servilmente calcado sobre el segundo. Poco importa saber quién hizo tal operación, ni es grave dificultad el que la Diana de Valladolid estuviese ya impresa en 1561, mientras que el Inventario no lo fué hasta 1565, pues sabemos que estaba aprobado desde 1551, aunque el autor, por motivos que se ignoran, dejase pasar quince años sin hacer uso de la cédula regia, con lo cual vino a caducar, y tuvo que solicitar otra. Pudo llegar el manuscrito a noticia de muchos, y pudo el impresor Francisco Fernández de Córdoba, o cualquier otro, copiar de él la historia del Abencerraje para embutirla en la Diana; pero si tal cosa sucedió, ¿no parece extraño que Antonio de Villegas, vecino de Medina del Campo, y que debía de estar muy enterado de lo que pasaba en la vecina Valladolid, no hubiese reivindicado de algún modo la paternidad de obra tan linda? El silencio que guarda es muy sospechoso, y unido a otros indicios que casi constituyen prueba plena, me obligan a afirmar que tampoco él es autor original del Abencerraje.

Ante todo, le creo incapaz de escribirle. Hay en el Inventario algunos versos cortos agradables, en la antigua manera castellana; pero la prosa de una novelita pastoril que allí mismo se lee, con el título de Ausencia y soledad de amor , forma perfecto contraste, por lo alambicada, conceptuosa y declamatoria, con el terso y llano decir, con la sublime sencillez de la historia de los amores de Jarifa. Es humanamente imposible que el que escribió la primera pueda ser autor de la segunda. Villegas es tan plagiario como el autor de la versión impresa con la Diana. Existe, en efecto, un rarísimo opúsculo gótico sin año ni lugar [p. 216] (probablemente Zaragoza), cuyo título dice así: Parte de la Corónica del ínclito infante D. Fernando que ganó a Antequera: en la qual trata como se casaron a hurto el Abendarraxe Abindarráez con la linda Xarifa , hija del AIcayde de Coin , y de la gentileza y liberalidad que con ellos usó el noble caballero Rodrigo de Narbáez , AIcaide de Antequera y Alora , y ellos con él. Es anónimo este librillo, y va encabezado con la siguiente dedicatoria:

«Al muy noble y muy magnífico señor el Sr. Hieronymo Jiménez Dembun, señor de Bárboles y Huytera, mi señor.

Como yo sea tan aficionado servidor de vuestra merced, muy noble y muy magnífico señor, como de quien tantas mercedes tengo recebidas, y a quien tanto debo; deseando que se ofreciese alguna cosa en que me pudiese emplear, para demostrar y dar señal desta mi afición, habiendo estos días pasados , llegado a mis manos esta obra o parte de corónira que andaba oculta y estaba inculta , por falta de los escriptores , procuré, con fin de dirigirla a vuestra merced, lo menos mal que pude sacarla a luz, enmendando algunos defectos de ella. Porque en partes , estaba confusa y no se podía leer , y en otras estaba defectiva , y las oraciones cortadas , y sin dar conclusión a lo que trataba , de tal manera que aunque el suceso era apacible y gracioso, por algunas impertinencias que tenía , la hacían áspera y desabrida. Y hecha mi diligencia, como supe, comuniquéla a algunos mis amigos, y parecióme que les agradaba: y así me aconsejaron y animaron a que la hiziese imprimir, mayormente por ser obra acaescida en nuestra España...»

Esta crónica, aunque ha llegado a nosotros incompleta en el único ejemplar que de ella existe, o existía en tiempo de Gallardo, concuerda, según declaración del mismo erudito, con el texto de Antonio de Villegas, que no hizo más que retocar y modernizar algo el lenguaje. Y realmente, en las prirneras líneas, que Gallardo transcribe como muestra, no se advierte ninguna variante de importancia. [1]

[p. 217] Consta, por tanto, que antes de 1551, en que Villegas tenía dispuesto para salir del molde su Inventario , corría por España una novela del moro Abindarráez igual a la que el dió por suya; y que tampoco ésta era original, sino refundición de un pedazo de crónica que andaba oculta , inculta y defectiva , y que muy bien podía remontarse al siglo XV, aunque no la creemos anterior al tiempo de los Reyes Católicos, por el anacronismo de suponer a Rodrigo de Narváez alcaide de Álora, que no fué conquistada hasta la última guerra contra los moros granadinos.

Muy natural parece que la hazaña de Rodrigo de Narváez, antes de ser cantada en prosa, diera tema a algunos romances fronterizos. Pero si existieron, no queda ninguno, a menos que no quiera tenerse por rastro de ellos el cantarcillo no asonantado que Villegas pone en boca del moro antes de su encuentro con Narváez:

       Nascido en Granada,
       Criado en Cartama,
       Enamorado en Coin,
       Frontero de Álora. [1]

[p. 218] Los romances que hoy tenemos sobre este argumento, todos, sin excepción, son artísticos, y han salido del Inventario o de la Diana, principalmente de esta última. Abre la marcha el librero valenciano Juan de Timoneda con el interminable y prosaico Romance de la hermosa Jarifa , inserto en su Rosa de amores (1573): siguióle, aunque con menos pedestre numen, el escriptor o escribiente de la Universidad de Alcalá de Henares, Lucas Rodríguez, que en su Romancero historiado (1579) tiene dos romances sobre el asunto: le trató luego con gran prolijidad Pedro de Padilla, versificando en cinco romances el texto atribuído a Montemayor: trabajo tan excusado como baladí (1583): Jerónimo de Covarrubias Herrera, vecino de Rioseco, se limitó a un solo Romance de Rodrigo de Narváez , que insertó en su novela pastoril La enamorada Elisea (1594). Todo esto apenas pertenece a la poesía, pero no sucede lo mismo con un romance anónimo, de poeta culto, que comienza así:

       Ya llegaba Abindarráez—a vista de la muralla...,

y con otro que puso nuestro Lope en su Dorotea:

Cautivo el Abindarráez—del alcaide de Antequera... [1]

Todas estas variaciones sobre un mismo tema poético, prueban su inmensa popularidad, a la cual puso el último sello Cervantes, haciendo recordar a Don Quijote, entre los desvaríos de su imaginación después de la aventura de los mercaderes toledanos (Parte primera, cap. V), «las mismas palabras y razones que el cautivo [p. 219] Abencerraje respondía a Rodrigo de Narváez, del mismo modo que él había leído la historia en la Diana de Jorge Montemayor, donde se escribe». Después de tan alta cita, huelga cualquiera otra; pero no quiero omitir la indicación de un poema en octavas reales y en diez cantos, tan tosco e infeliz como raro, que compuso en nuestra lengua un soldado italiano, Francisco Balbi de Correggio (1593), con el título de Historia de los amores del valeroso moro Abinde-Arraez y de la hermosa Xarifa. [1]

Por tan largo camino hemos venido a parar a la linda comedia de Lope, quien para componerla no tuvo presente más libro que la Diana , ni le necesitaba tampoco, puesto que todos los autores, prosistas y poetas no han hecho más que copiarse unos a otros, y todos al anónimo cronista primitivo. Estando tan a la mano de cualquiera el relato de Villegas en la Biblioteca de Rivadeneyra , y el de la Diana en múltiples ediciones, alguna de ellas de nuestro siglo, juzgo de todo punto superfluo el extractarlos, bastando recordar los principales puntos de la leyenda, tal como la resume el licenciado Alonso García de Yegros en su Historia (manuscrita) de la ciudad de Antequera, escrita por los años de 1609. [2]

«Entre otras hazañas que dicen hizo Rodrigo de Narváez, no es de menor memoria la gran liberalidad que tuvo con Abindarráez, moro de Granada, del linaje de los Abencerrajes; si es [p. 220] verdad lo que della se refiere , que yo no la testifico por no hallarla en autores graves... Y fué que saliendo este Alcaide una noche de Antequera con diez caballeros, se dividieron en dos caminos, con orden que si se les ofreciere necesidad, llamasen los unos a los otros.

Los cinco encontraron con aquel moro, que venía solo; y aunque lo acometieron para rendirlo, él se defendió tan bien, que traía a mal andar a sus contrarios.

A esta escaramuza acudió Rodrigo de Narváez, y visto que sólo era un moro el que peleaba, quiso de persona a persona combatir con él, y tanto fué el valor del Alcaide, que al fin rindió al moro, en extremo valiente caballero.

Con esta contraria fortuna que se le había seguido, el Abencerraje mostró suma tristeza, más de la que un hombre tan valeroso como él debiera en contrarios trances de guerra; y Rodrigo de Narváez, deseoso de saber la causa, le preguntó que cómo sentía tan demasiadamente su cautiverio. El moro le dixo que él iba a ver a una dama a la villa de Coín, con quien se había de casar; y con aquel contrario suceso se le impedía el mayor bien que podía tener ni desear. Rodrigo de Narváez le tomó la palabra y fee de que habiéndose visto con Jarifa (que así se decía la dama) volvería a su cautiverio. El moro la dió y siguió su viaje con la licencia que el Alcaide le dió.

Abindarráez, después de haber hablado con la mora, le dió larga cuenta de todo lo que le había sucedido con el Alcaide de Antequera, y que necesariamente había de volver a su poder y cautiverio. Y así concertaron ir a Antequera juntos, donde se entregaron en manos de Rodrigo de Narváez, el cual escribió al Rey de Granada para que mandase al padre de Jarifa la perdonase por haberse casado sin su licencia, y recibiese al Abencerraje por su yerno. Y así lo mandó el Rey, y Rodrigo de Narváez les dió liberalmente libertad, y se volvieron los moros a sus tierras, bien agradecidos de las mercedes que dél habían recibido. Fué esto por los años de 1410.»

Tal es el esqueleto de la leyenda; pero su lindísimo desarrollo [p. 221] debe estudiarse en la narracion impresa por Villegas, que está llena de rasgos encantadores de pasión ingenua, de discreta cortesía, y es toda ella un bizarro alarde y competencia de generosidad e hidalguía entre el moro y el cristiano: tipo el más puro, así como fué el primero, de la novela granadina (cuya descendencia llega hasta El último Abencerraje de Chateaubriand), y joya, en suma, de tal precio, que ni siquiera queda ofuscada por los mejores capítulos de Ginés Pérez de Hita, ni por esta misma comedia de Lope, con ser excelente. Con candoroso, pero no irracional entusiasrno, escribió D. Bartolemé Gallardo al fin de la novelita, en su ejemplar del Inventario: «Esto parece que está escrito con pluma del ala de algún ángel.»

Aunque Lope no cita El Abencerraje impreso en Medina, puede decirse que el plan de su drama está calcado sobre aquel excelente original, pues en esta parte no hay diferencia alguna entre aquel texto y el de la Diana. Lo único que hizo fué alterar, para mayor efecto dramático, el orden de las situaciones, poniendo en acción gran parte de lo que en la novela es narración hecha por el mismo abencerraje. Tuvo el buen gusto de respetar la sencillez del asunto, si bien trató demasiado prolijamente, no sin mengua de la unidad de interés, el episodio de los amores de Narváez con la mora Alara, y de los celos de su marido. En la novela de Villegas, este incidente, que sólo tiene por objeto mostrar la magnanimidad de Narváez, vencedor de su pasión en aras del honor, es mucho más poético y mejor concertado. Pero el interpolador de la Diana tuvo la infeliz ocurrencia de suprimirle, y Lope, que seguramente conocía también el otro texto, debía de recordarle de un modo muy confuso, puesto que hace mora a la dama, falsea el carácter del marido, y omite los pormenores más poéticos, como puede verse por el extracto que ponemos al pie. [1]

[p. 222] Aparte de este defecto, que es grave, pero que no recae sobre el fondo de la obra, sino sobre una porción de ella que fácilmente puede ser desmembrada sin daño de la integridad del poema, [p. 223] son muy raras las aberraciones del gusto en esta comedia, sin que apenas pueda señalarse otra que las ridículas octavas en esdrújulos con que empieza el acto tercero, y son un pueril ensayo de gimnasia métrica, indigno de un versificador del temple de Lope, que por desgracia le repitió en otras ocasiones. Todo lo demás es limpio, correcto, afectuoso, bizarro, como lo pedía el argumento, tan análogo a la índole y al genio de nuestro poeta. El lenguaje del amor suena como deliciosa música en los coloquios de Jarifa y Abindarráez, y lo mismo las gentiles estancias líricas que las populares redondillas, se deslizan, como de fuente perenne, con aquella galana fluidez que es dote característica de Lope, y hace que sus versos venzan en facilidad a la más fácil prosa, sin confundirse jamás con ella:

       JARIFA
       Amor que celos no sabe,
       Amor que pena no tiene,
       A mayor perfección viene,
       Y a ser más dulce y suave.
           Quiéreme bien como hermano:
       No te aflijas ni desveles,
       Sigue el camino que sueles,
       Verdadero, cierto y llano.
       ...........................
        [p. 224] ABINDARRÁEZ
           ¡Ah, hermana! ¡Pluguiera a Alá
       Que vuestro hermano no fuera,
       
Y que este amor fin tuviera,
       
Que el de mi vida será,
           
Y que celos y querellas
       Tuviera más que llorar,
       Que arenas tiene la mar
       Y que tiene el cielo estrellas!
           Por bienes que son tan raros,
       Era poco un mal eterno;
       ¡Qué penas! las del infierno
       Eran pocas por gozaros...

Por la singularidad del caso, advertiré que hay en esta pieza un soneto que es imitación muy bien hecha de un célebre epigrama latino de Ausonio, Armatam vidit Venerem Lacedaemone Pallas, que nadie esperaría encontrar en una comedia de moros y cristianos, y puesto en boca del Alcaide de Antequera:

           Bañaba el sol la crespa y dura cresta
       Del fogoso león por alta parte,
       Cuando Venus lasciva y tierno Marte,
       En Chipre estaban una ardiente siesta.
           La diosa, por hacerle gusto y fiesta,
       La túnica y el velo deja aparte;
       Sus armas toma, y de la selva parte,
       Del yelmo y plumas y el arnés compuesta.
           Pasó por Grecia, y Palas vióla en Tebas,
       Y díjole: «Esta vez tendrá mi espada
       Victoria igual de tu cobarde acero.»
           Venus le respondió: «Cuando te atrevas,
       Verás cuánto mejor te vence armada
       La que desnuda te venció primero.»

Y apuntemos de paso otra curiosidad de historia literaria. En El remedio en la desdicha (acto primero) se encuentran dos redondillas que, repetidas casi a la letra en El condenado por [p. 225] desconfiado , [1] han dado pie, juntamente con otros indicios, para que algunos atribuyan a Lope de Vega este grandioso drama:

           Mira no entienda de ti
       Que de su amor no te fías,
       Pues viendo que desconfías,
       Todo lo ha de hacer ansí.
           Amala, sirve y regala;
       Con celos no la des pena,
       Porque la mujer no es buena
       Si ve que piensan es mala.

No hay en esta comedia de Lope imitación directa de ningún romance ajeno, pero domina en toda ella el tono de los romances moriscos más bien que el de los fronterizos; la gala y pompa de los primeros, más bien que el arranque épico de los segundos. Parece que la dicción del poeta quiere emular el lujo de los arreos con que se atavía y previene el gallardo Abindarráez para festejar a la señora de sus pensamientos:

           Dame una marlota rica,
       Llena de aljófar y perlas,
       Que ha de verme y ha de verlas
       Quien al sol su lumbre aplica.
           Dame un hermoso alquicel
       O bordado capellar,
        [p. 226] Y también me puedes dar
       Alguna banda con él.
           Dame bonete compuesto
       De mil tocas y bengalas
       Y plumas, porque no hay galas
       Que luzgan sin plumas: presto.
           Dame una manga bordada
       De aljófar y oro, a dos haces.
       Los amores son rapaces:
       Con rapacejos me agrada.
           Dame borceguí de lazo,
       Y acicate de oro puro,
       Y porque vaya seguro,
       Ensillarásme el picazo.
           Ponle una mochila azul
       Y un freno de campanillas,
       La más fuerte de mis sillas,
       Y una adarga de Gazul;
           Una lanza de dos hierros,
       Que los extremos se igualen,
       Por si al camino me salen
       Algunos cristianos perros...

La misma abundancia y lozanía, que rayan en pródigas sin tocar en viciosas, hay en los dos bellos romances «Famoso alcaide de Álora» y «Llegó a Cartama Celindo», que sirven a Lope en los actos segundo y tercero de su comedia para condensar la historia del abencerraje, y que seguramente exceden a todos los que se han escrito sobre el mismo argumento.

El remedio en la desdicha , por el mérito constante de su locución y estilo, por la nobleza de los caracteres, por la suavidad y gentileza en la expresión de afectos, por el interés de la fábula, y aun por cierta regularidad y buen gusto, es la mejor comedia de moros y cristianos que puede encontrarse en el repertorio de Lope, y aun en todo el Teatro español, teniendo entre las comedias de su género la misma primacía que su modelo El Abencerraje entre las novelas.

Notas

[p. 212]. [1] . Historia de la dominación de los Árabes en España , sacada de varios manuscritos y memorias arábigas , por el Dr. D. José Antonio Conde... Tomo III (Madrid, 1821), páginas 262-265.

[p. 213]. [1] . Tomo II (edición de París, Baudry, 1852), páginas 42-45.

[p. 213]. [2] . Inventario de Antonio de Villegas , dirigido a la Magestad Real del Rey Don Phelippe , nuestro señor... En Medina del Campo , impresso por Francisco del Canto. Año de 1565. Con previlegio , 4.º

Inventario de Antonio de Villegas... Va agora de nuevo añadido un breue retrato del excelentissimo Duque de Alua... Impresso en Medina del Capo por Francisco del Canto , 1577. A costa de Hieronymo de Millis , mercader de libros , 8.º

Amplios extractos de este libro, y entre ellos la novela del Abencerraje , reproducida con entera sujeción a la ortografía y puntuación del original, se halla en el libro de D. Cristóbal Pérez Pastor, La Imprenta en Medina del Campo (Madrid, 1895, páginas 199-218.

El mérito de haber renovado en nuestro siglo la memoria, ya casi perdida, de este sabroso cuento, corresponde al bibliófilo D. Benito Maestre, que llegó a reunir una colección muy numerosa y selecta de antiguas novelas castellanas, incorporada hoy a la Biblioteca Nacional. Maestre fué quien en 1845 hizo imprimir en uno de los periódicos ilustrados de entonces, El Siglo Pintoresco (tomo I, páginas 8-16), la historia de Jarifa y el Abencerraje, que todavía se popularizó más, cuando fué incluída por Aribau en el tomo de Novelistas anteriores a Cervantes de la Biblioteca de Rivadeneyra. Desde entonces se ha reimpreso varias veces, mereciendo especial recuerdo la linda reproducción fototipográfica de la segunda edición de Medina, hecha por el ditunto bibliófilo don José Sancho Rayón.

[p. 214]. [1] . Es problema bibliográfico no resuelto aún, el de averiguar en qué año fué impresa por primera vez la Diana. El docto hispanista inglés James Fitzmaurice Kelly, ha probado, a mi ver de un modo convincente (Vid. Revue Hispanique , noviembre de 1895, páginas 304-311), que las supuestas ediciones de 1530, 1542 y 1545, ni existen ni han podido existir, y que el libro apareció, según toda probabilidad, entre 1558 y 1559.

La edición de Valencia que poseyó Salvá (núm. 1.909 de su Catálogo), y que puede muy bien ser la primera, no tiene año, ni tampoco otra rarísima de Milán que tengo entre mis libros, y que no he visto descrita en ninguna parte:

Diana. Los siete libros de la Diana de Jorge de Monte Mayor. A la ylustre Señora Bárbara Fiesca Cauallera Vizconde. Con preuilegio que nadie lo pueda vender , ni imprimir en este estado de Milán sin licencia de su Autor. So la pena contenida en el original.

8.º, cuatro hojas preliminares y 188 páginas dobles. Al fin de la última se lee: In Milano per Andrea de Ferrari nel corso di porta Tosa.

Los preliminares son: dedicatoria de Montemayor a la Sra. Bárbara Fiesta; sonetos landatorios de Luca Contile (en italiano), D. Gerónimo de Texeda, Hieronimo Sampere.

Constando por testimonio de Fr. Pedro Ponce, en su Clara Diana (1599), que en 1559 Montemayor estaba todavía en España, y constando, por otra parte, su muerte violenta en el Piamonte a principios de 1561, debe inferirse que esta edición, hecha en Italia por su propio autor y con nueva dedicatoria suya, ha de ser de 1560.

[p. 216]. [1] . Encontró Gallardo este desconocido opúsculo en la biblioteca de Medinaceli, encuadernado con una Diana . edición de Cuenca, por Juan de Canova, 1561. Nos hemos valido del extracto que formó aquel incomparable bibliógrafo, y que se conserva entre el grandísimo número de papeles suyos recientemente descubiertos, y que, Dios mediante, se han de publicar como quinto tomo de su Ensayo.

Nada puedo decir de otro libro que se cita con el título de El moro Abindarráez y la bella Xarifa , novela. Toledo , por Miguel Ferrer , 1562. En 12.º

[p. 217]. [1] . En la Diana están glosados de esta manera:

           En Cartama me he criado,
       Nací en Granada primero,
       Mas fuí de Alora frontero,
       Y en Coyn enamorado.
           Aunque en Granada nací
       Y en Cartama me crié,
       En Coyn tengo mi fe
       Con la libertad que di.
           Allí vivo donde muero,
       Y estoy do está mi cuidado,
       Y de Alora soy frontero,
       Y en Coyn enamorado.

Lope los reprodujo a la letra.

[p. 218]. [1] . Los romances relativos a Abindarráez figuran en la colección de Durán con los números 1.089 a 1.094, pero hay que añadir los de Padilla, que sólo se encuentran en su Romancero , reimpreso por la Sociedad de Bibliófilos españoles en 1880 (páginas 220-241); el de Jerónimo de Covarrubias (fol. 245 de La enamorada Elisea) , y quizá algún otro que no recuerdo.

[p. 219]. [1] . Historia de los amores del valeroso moro Abinde-Arraez y de la hermosa Xarifa Abencerases. Y la batalla que hubo con la gente de Rodrigo de Narbáez a la sazón Alcayde de Antequera y de Alora , y con el mismo Rodrigo. Vueltos en verso por Francisco Balbi de Correggio... En Milán , Por Pacífico Poncio , 1593.

[p. 219]. [2] . Tratado de la antigüedad y nobleza de la ciudad de Antequera , en la provincia de Andalucia , y relación de sus privilegios y libertades... , ordenado por el licenciado Alonso Garcia de Yegros , tesorero y canónigo de la santa iglesia de la ciudad de Baza , y natural de Antequera. (Escribía por los años de 1609.) Manuscrito de la Biblioteca Colombina, extractado por Gallardo, Ensayo , núm. 4.425. Tratan de Rodrigo de Narváez los capítulos XXIV a XXVI, y se insertan unas octavas de arte mayor, seguramente del siglo XV, contando una batalla que tuvo Narváez en la vega de Antequera, junto a la torre de la Matanza, con el moro Alibero.

[p. 221]. [1] . «Este caballero fué primero Alcaide de Antequera, y allí anduvo mucho tiempo enamorado de una dama muy hermosa, en cuyo servicio hizo mil gentilezas, que son largas de contar; y aunque ella conocía el valor deste caballero, amaba a su marido tanto, que hacía poco caso dél. Aconteció así, que un día de verano, acabando de comer, ella y su marido se bajaron a una huerta que tenían dentro de casa, y él llevaba un gavilán en la mano, y lanzándole a unos pájaros, ellos huyeron, y fuéronse a acoger a una zarza, y el gavilán, como astuto, tirando el cuerpo, fuera, metió la mano y sacó y mató muchos dellos. El caballero le cebó y volvió a la dama, y la dijo: «¡Qué os parece, señora, de la astucia con que el gavilán encerró los pájaros y los mató? Pues hágoos saber, que cuando el Alcaide de Alora escaramuza con los moros, así los sigue, y así los mata.»

Ella, fingiendo no le conocer, le preguntó quién era. «Es el más valiente y virtuoso caballero que yo hasta hoy vi.» Y comenzó a hablar dél muy altamente, tanto, que a la dama le vino un cierto arrepentimiento, y dijo: «Pues ¡cómo, los hombres están enamorados deste caballero, y que no lo esté yo dél, estándolo él de mí! Por cierto, yo estaré bien disculpada de lo que por él hiciere, pues mi marido se ha informado de su derecho.»

Otro día adelante, se ofreció que el marido fué fuera de la ciudad, y no pudiendo la dama sufrirse en sí, envióle a llamar con una criada suya. Rodrigo de Narváez estuvo en poco de tornarse loco de placer, aunque no dió crédito a ello, acordándose de la aspereza con que siempre le había tratado; mas con todo eso, a la hora concertada, muy a recaudo, fué a ver a la dama, que le estaba esperando en un lugar secreto; y así ella echó de ver el yerro que había hecho, y la vergüenza que pasaba en requerir a aquel de quien tanto tiempo había sido requerida. Pensaba también en la fortuna que descubre todas las cosas; temía la inconstancia de los hombres, y la ofensa del marido; y todos estos inconvenientes, como suelen, aprovecharon para vencerla más, y pasando por todos ellos le recibió dulcemente y le metió en su cámara, donde pasaron muy dulces palabras; y en fin dellas le dijo: «Señor Rodrigo de Narváez, yo soy vuestra de aquí adelante, sin que en mi poder quede cosa que no lo sea; y esto no lo agradezcáis a mí, que todas vuestras pasiones y diligencias, falsas o verdaderas, os aprovecharon poco conmigo; mas agradecedlo a mi marido, que tales cosas me dijo de vos, que me han puesto en el estado que agora estoy.»

Tras esto le contó cuanto con su marido había pasado, y al cabo le dijo: «Y cierto, señor, vos debéis a mi marido más que él a vos.» Pudieron tanto estas palabras con Rodrigo de Narváez, que le causaron confusión y arrepentimiento del mal que hacía a quien dél decía tantos bienes; y apartándose afuera, dijo: «Por cierto, señora, yo os quiero mucho, y os querré de aquí adelante; mas nunca Dios quiera que a hombre que tan aficionadamente ha hablado de mí, haga yo tan cruel daño; antes, de hoy más he de procurar la honra de vuestro marido como la mía propia, pues en ninguna cosa le puedo pagar mejor el bien que de mí dijo.» Y sin aguardar más, se volvió por donde había venido. La dama debió de quedar burlada; y cierto, señores, el caballero, a mi parecer, usó de gran virtud y valentía, pues venció su misma voluntad. El Abencerraje y su dama quedaron admirados del cuento, y alabándole mucho, él dijo que nunca mayor virtud había visto de hombre. Ella respondió: «Por Dios, señor, yo no quisiera servidor tan virtuoso; mas él debía estar poco enamorado, pues tan presto se salió afuera, y pudo más con él la honra del marido, que la hermosura de la mujer.» Y sobre esto dijo otras muy graciosas palabras.»

[p. 225]. [1] . En El condenado por desconfiado dice el viejo Anareto, padre del bandolero Enrico:

           Y nunca entienda de ti
        Que de su amor no te fías;
        Que viendo que desconfías ,
        Todo lo ha de hacer ansí.
           Con tu mismo ser la iguala;
        Ámala , sirve y regala:
        Con celos no la des pena ,
        Que no hay mujer que sea buena
        Si ven que piensan que es mala.

Notó esta singular coincidencia el malogrado crítico D. Manuel de la Revilla (Obras..., 1883, pág. 358), y es claro que por sí sola no decide la cuestión; pero unida a las reminiscencias de La buena guarda que hay en El condenado , da que pensar mucho.