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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS SOBRE EL TEATRO DE... > V : IX. CRÓNICAS Y LEYENDAS... > LX Y LXI.—EL PRÍNCIPE PERFECTO (Primera y segunda parte)

Datos del fragmento

Texto

Pensó nuestro poeta componer una trilogía sobre el reinado de Don Juan II de Portugal, pero no llegó a escribir más que las dos primeras partes, anteriores una y otra a 1614, puesto que el manuscrito autógrafo de la segunda, que se conserva en la colección dramática que fué de los duques de Osuna, tiene fecha de 23 de diciembre de aquel año. Lope las publicó separadamente, la [p. 148] primera en la Parte XI de sus comedias (1618), la segunda en la Parte XVIII (1623). Hartzenbusch reprodujo una y otra en el tomo IV de obras escogidas de Lope (Biblioteca de Rivadeneyra).

Son, en efecto, muy selectas, están correctamente escritas, y en su género de crónicas dramáticas muy pocas son las que las aventajan entre las innumerables de su autor. Mas para juzgarlas con rectitud es preciso no olvidar su carácter de crónicas, y no buscar en ellas más unidad que la que el poeta quiso darles; es decir, la unidad del carácter del protagonista, cuyo reinado se expone íntegro, suprimiendo sólo los dos sangrientos episodios de Évora y Setúbal, que Lope había tratado ya en El Duque de Viseo , y que aquí deliberadamente omite para no afear con tales recuerdos la imagen del Príncipe perfecto , dechado y espejo de todas las virtudes monárquicas, la cual se propuso trazar conforme a las historias portuguesas, leídas con aquella predilección y cariño que siempre mostraron nuestros grandes ingenios castellanos hacia las cosas de aquel reino.

Tiene esta pieza, además del interés histórico, un interés y fin político que el autor declara en la dedicatoria de la segunda parte al marqués de Alcañices, D. Álvaro Enríquez de Almanza, montero mayor de Felipe IV, para cuya particular instrucción, cuando todavía era Príncipe, parece haberse escrito este drama pedagógico sobre las obligaciones de la realeza. «El nuestro (Príncipe), que Dios guarde (dice Lope), es tan divino ejemplar en tan tiernos años, que pudiera excusar la historia propuesta, a no ser justo proponer estas excelentes acciones en mayores progresos a tan heroico Príncipe.» No se trata, pues, de una obra escrita a la ligera como tantas otras, ni de un libre juego de la fantasía, sino de una especie de política en acción y en ejemplos, a la cual da mayor viveza y realce la forma poética. El esmero singular del estilo y el detenido estudio de la historia que esta obra revela, y hasta el hecho de haberla extendido a dos partes, anunciando una tercera, prueban la importancia que tenía en el pensamiento de Lope.

La perfección de Don Juan II se manifiesta en este drama de [p. 149] dos maneras: o por las descripciones que de las virtudes y altas prendas del Rey hacen diversos sujetos, o por los actos de justicia, de piedad religiosa y filial, de cortesía, de valor caballeresco, de magnanimidad, que ejecuta durante todo el curso de la pieza. Claro es que para presentarle en esta luz, ha habido que atenuar o que borrar del todo muchos rasgos y perfiles del Don Juan histórico, del nivelador sin escrúpulos, del político maquiavélico, encarnación grandiosa del absolutismo del Renacimiento. Pero al practicar esta depuración, exigida por la evolución de las ideas políticas, que eran en el siglo XVII más honradas y cristianas que a fines del siglo XV, procedió Lope con tal arte, que sin desfigurar a su héroe, ni falsear el texto de las crónicas, antes bien traduciéndolas literalmente en muchos casos, supo hacer resaltar la parte más favorable. Es curioso, por ejemplo, cotejar la relación que hay al principio del acto segundo, con el penúltimo capítulo de la crónica de Ruy de Pina (o de la de Resende), en que se traza la semblanza del Rey y se describen y ponderan sus feiçoes , virtudes , custumes , manhas. El texto portugués que pongo al pie mostrará la fidelidad con que Lope acostumbraba seguir sus originales históricos. [1]

       Es hombre proporcionado
       De suerte en mediano cuerpo,
       Con tal rostro y gravedad,
       Que entre mil hombres diversos
        [p. 150] Le conocerán por Rey;
       Que luego obliga a respeto.
       En las cosas de placer
       Es afable, aunque modesto,
       Y en las que son de importancia,
       Humanamente severo.
       En lo blanco de los ojos,
       Venas de color sangriento
       Airado le hacen temido,
       Que pone el mirarle miedo,
       Como alegre confianza
       Verle cuando está contento,
       Porque las venas de sangre
       Vuelve de color de cielo.
       Es bien hecho a maravilla,
       Y galán por todo extremo,
       La habla apacible y mansa,
       En los donaires discreto
       Y en las sentencias tan sabio,
       Que ningún romano o griego
       De cuantos celebra el mundo
       Habló mejor a su tiempo.
       Es hombre, sin arrogancia,
        [p. 151] De tan altos pensamientos,
       Que en sus acciones parece
       Que el mundo le viene estrecho.
       Es justiciero y piadoso,
       Y piadoso justiciero,
       De suerte, que es la prudencia
       De los extremos el medio:
       En mercedes y castigos
        Mucho se parece al cielo.
       No hay excepción de personas:
       Quita al malo y premia al bueno.
       Sabe todos los que son
       En su reino beneméritos,
       Y aunque ausentes, no olvidados,
       Se acuerda de darles premios...
       Guarda las leyes que hace
       Como si fuese sujeto
       A las leyes el que es Rey;
       Y es Rey de tan alto extremo
       En cosas de religión,
       Que admira tan alto celo...
       Es Don Juan en sus palabras
       Tan cierto y tan verdadero,
        [p. 152] Que si promete una cosa
       Va tan alegre y contento
       El hombre a quien la promete,
       Como si fuera el efecto...
       Es en el dar Alejandro,
       Pero da mejor que no el griego;
       Que él miró la propia fama,
       Y éste el ajeno provecho...
       Y con dar a todos tanto,
       Por otra parte le vemos
       Solicitar cuidadoso
       Su prosperidad y aumento,
       Ya con las nuevas conquistas
       Del moro, del indio y negro,
       Ya con piadosos arbitrios
       De las rentas de sus reinos...
       Es desenvuelto y mañoso,
       Danza muy galán y diestro,
       Y anda tan bien a caballo,
       Que hasta agora no sabemos
        Quién lleve en entrambas sillas
       Más fuerte y airoso cuerpo.
       Corta de un revés cuatro hachas,
       ¡Tal fuerza el brazo derecho
       Alcanza, y tal compostura
       De gruesas venas y nervios!
       Gusta mucho de la caza,
       Ya con aves, ya con perros;
       Al jabalí por el monte,
       Y a la garza por el viento.
       Los más domingos y fiestas
       Sale a caballo, moviendo
       Los corazones a amor
       Con rostro alegre y risueño;
       Que lo que ha de ser amado
       Es cosa forzosa verlo,
       Porque solamente a Dios
       Le amamos y no le vemos.
       Las cosas de su capilla,
       Como plata y ornamentos,
       No reconocen igual;
       La música, sólo el cielo.
        [p. 153] Es su devoción muy grande
       A los divinos misterios,
       Y al pan de amor es su amor
       Exceso, porque es exceso.
       Tiene en cuantas casas tiene,
       Oratorios bien compuestos,
       Adonde todas las noches
       (Que es loable y santo celo)
       Se retira en oración.
       Son sus entretenimientos
       Músicas, toros y danzas,
       Ver luchar fuertes mancebos,
       Y ejercitar varias armas...
        Pero vanamente emprendo,
       No siendo yo Jenofonte,
       Pintaros con rudo ingenio
       Tan nuevo cristiano Ciro;
       Porque tengo por muy cierto
       Que para ejemplo de reyes
       Hizo este Príncipe el cielo.

Es, en efecto, una especie de Ciropedia dramática la que escribe Lope; y no es cosa singular, por tanto, que falten de este retrato de Don Juan II algunas sombras que pone Ruy de Pina en el suyo. Guárdase, por ejemplo, de recordar, cuando tanto pondera la elocuencia del Rey, la pronunciación gangosa, de que nos informa el cronista; y todavía menos aquella petulancia y suficiencia que le hacía confiar demasiado en el propio saber y atender a los consejos de otros menos de lo que debía. Por supuesto, borra la nota de seco de condición y poco humano; y se calla la interpretación que algunos daban de los ayunos, oraciones y continuas prácticas devotas del Rey, viendo en ellas fingida devoción y refinada hipocresía, en lo cual podían pasarse de maliciosos, porque la naturaleza humana es muy compleja, y Don Juan II tenía verdaderos y grandes crímenes que expiar, por lo cual no es maravilla que le acosasen los remordimientos y que buscase contra ellos la mejor defensa o alivio.

Para completar su enumeración de las virtudes del Rey, se [p. 154] aprovechó Lope diestramente de otros capítulos de la Crónica. Por ejemplo, la noticia contenida en estos versos:

       Contáronle un cierto día
       Que en una casa de juego
       Se blasfemaba el divino
       Nombre de Dios, y sintiendo
       Este agravio de su honor,
       Mandó que pusiesen luego
       Fuego a la casa, y ardió
       Hasta los mismos cimientos,

hállase puntualmente en Ruy de Pina (cap. XL):

«En este año de 1490, estando el Rey en Évora antes de la venida de la Princesa, siendo certificado que en Lisboa, en las casas de un Diego Piriz, que estaban junto a la plaza de la Paja, se jugaban dados y cartas y otros juegos con que Dios Nuestro Señor era deservido, y su nombre y el de sus Santos renegado y blasfemado; como en todo era príncipe muy católico, por evitar la causa de tamaño mal, mandó que con pregones de justicia fuesen dichas casas públicamente quemadas en la mitad del día.»

La misma puntualidad histórica hay en otras circunstancias de este drama, que contrasta con la libertad novelesca de los dos anteriores. Se habla de los amores del Príncipe con doña Ana de Mendoza, y del fruto que de ellos logró en el bastardo Don Jorge, pero como de cosa ya pasada cuando la acción da comienzo. De este modo, ni aun aquel devaneo juvenil turba la serenidad del Príncipe perfecto , cuya continencia llega hasta el punto de rechazar, no con esquiva dureza, sino muy gentil y caballerescamente, los amores de una dama locamente prendada de él:

           Ya no estoy para galán;
       Pero cuando lo estuviera,
       También sé que no le hiciera
       Tan grande ofensa a Don Juan; [1]
           Que es honrado caballero,
       Y mi amigo, y me llevó
        [p. 155] A vuestra casa, a quien yo
       Hacer agravio no espero.
          Llevad, Leonel, esta dama
       Con seguridad; que soy
       Como puedo, desde hoy,
       Galán de solo su fama.
           Y de ser su defensor
       Desde aquí quiero ofrecelle;
       Que es muy justo agradecelle
       Que nos tenga tanto amor.

El pensamiento de esta escena parece tomado de una linda y delicadísima narración de Boccaccio, de la cual es héroe el gran Don Pedro III de Aragón. Es la novela 7.ª de la nona jornada (Il Re Piero , sentito il fervente amore portatogli della Lisa inferma , lei conforta , et appresso , ad un gentil giovane la marita e lei nella fronte basciata , sempre poi si dice suo cavaliere).

Es histórico el desatinado viaje del Monarca portugués Alfonso V a Francia para implorar el auxilio de Luis XI después de la derrota de Toro; y lo es también su proyecto de peregrinación a Jerusalén, la renuncia del trono en su hijo, que efectivamente fué aclamado rey en Santarem en 10 de noviembre de 1477; su vuelta inesperada, muy propia de la inconstancia de sus resoluciones; y la filial sumisión con que Don Juan II le devolvió el cetro, que sólo cuatro días había estado en sus manos. [1] Compendiosamente narra el caso Manuel de Faria: «Partió luego el Príncipe a recibir a su padre, que estaba en Oeyras. Allí, con las rodillas en el suelo, le besó la mano, y le volvió a poner en ella el cetro. Díxole el Rey que no; antes se quedase como estaba, y que él en su vida se llamaría Rey del Algarve, de donde atendería a las cosas de África. El Príncipe, o porque fuese entera su obediencia, o porque no se quebrase el aforismo de todo o nada, no quiso parte alguna en el Reyno hasta su muerte.» [2]

[p. 156] Quizá hubiese más de política que de generosidad en la acción de Don Juan II; pero con ella le bastó a Lope para un brillante final de acto, del cual parece haberse acordado Calderón en la última escena de La vida es sueño. Por lo menos hay expresiones análogas:

       REY

       ¿Es el Rey?

       PRÍNCIPE

       No, mi señor;
       Que el Rey vos sois, que yo tengo
       Sólo en ser hechura vuestra
       Y sólo en ser hijo vuestro
       Tanta gloria, que es mayor
       Que los mayores imperios...
       Tomad, señor, la corona,
       Volved a honrar vuestro reino,
       Mejoradle de señor,
       De luz, de amparo y gobierno.
       Sin vos, estábamos todos
       Con notable desconsuelo.
       ¡Gracias a Dios que vinisteis!
       ¡Gracias a Dios que habéis vuelto!
       Mil veces beso esos pies.

       REY

       Levántate, Juan, del suelo
       Si no quieres que se humille
       Tu padre a tus pies.

       PRÍNCIPE

       Teneos;
       Teneos, mi padre amado;
       Que yo soy quien no merezco
       Besar la tierra que pisan
       Los pies que a sus pies han puesto
       Tanta tierra, tanto mar,
        [p. 157] Tantos climas tan diversos,
       Desde el etíope adusto
       Hasta el español soberbio.
       Venid conmigo, señor,
       A Portugal, donde quiero
       Daros cuanto me habéis dado,
       Dando mil gracias al cielo
       Que me dió para pagaros
       Reino, si me disteis reino.

       REY

       ¡Hijo discreto en el mundo,
       Hijo con el mismo extremo
       Piadoso! Lágrimas sean
       Palabras, porque no puedo
       Responder, enternecido...
       ¡En hora buena te dieron
       Ese ser estas entrañas,
       Donde de nuevo te vuelvo...
       Porque volviendo a nacer,
       Me debas dos nacimientos!... [1]

Casi idénticas son las últimas palabras del Rey de Polonia Basilio, en el drama calderoniano:

       Hijo, que tan noble acción
       Otra vez en mis entrañas
       Te engendra, príncipe eres.
       A ti el laurel y la palma
       Se te deben, tú venciste:
       Corónente tus hazañas.

Aunque Lope no se propuso presentar en Don Juan II el ideal del príncipe guerrero, sino del príncipe prudente y justiciero, no podía echar en olvido la parte épica de su reinado, los descubrimientos y conquistas ultramarinas, que fueron su más espléndida [p. 158] corona, aunque personalmente no concurriese a ellas. Así, en el acto segundo asistimos al bautismo de un rey etíope [1] que viene trayendo al Rey de Portugal un magnífico presente:

           De granos de oro puro
       De nuestras ricas minas,
       Te traigo cantidad, aunque son viles,
       Y el oro queda obscuro
       Con tus luces divinas;
       Y los dientes que acá llamáis marfiles,
       De que labráis sutiles
       Hermosas diferencias;
       Y traigo cien diamantes
       Al sol tan semejantes,
       Que suplirán de noche sus ausencias;
       Y de esmeraldas finas
       Dos peñas, arrancadas de sus minas;
           Un hermoso elefante,
       A jugar enseñado
       Con mil habilidades, y de olores
       Traigo copia bastante,
       Y un pabellón pintado
       Que de dosel te sirva cuando comas;
       De los mares que domas,
       Nácares relucientes,
       Y con varias labores
       De plumas de colores,
       Pintadas mil historias diferentes;
       Fiado en que tu Alteza
       Perdonará mi bárbara pobreza.

Episódicamente aparece Cristóbal Colón en esta comedia, cuando de vuelta de su primer viaje, tuvo que entrar, muy a pesar suyo, por la barra del Tajo. Lope, aquí como en lo demás se ajusta a la versión de los cronistas portugueses, es decir, a la de Ruy de Pina, de la cual se derivan todas y que merece gran fe, como testigo ocular: «En el año 1493 y día 6 de Mayo arribó a la playa [p. 159] de Restello Cristóbal Colón, italiano, que venía del descubrimiento de las islas de Cipando y de Antilia, que por mandado de los reyes de Castilla había hecho, de la cual tierra traía consigo las primeras muestras de la gente y oro y algunas otras cosas que en ella había, y fué de ellas intitulado Almirante. Y siendo el Rey avisado inmediatamente de esto, le mandó venir a su presencia, y mostró recibir enojo y sentimiento, así por creer que el dicho descubrimiento estaba hecho dentro de los mares y términos de su señorío de Guinea (lo cual podría dudarse), como porque el dicho Almirante, por ser de su condición un poco altanero, y porque cuando contaba sus cosas excedía siempre los términos de la verdad, pintaba este negocio mucho mayor de lo que era en la cuantía de oro, plata y riquezas. Y en especial se acusaba el Rey de negligente, por haber rehusado entrar en esta empresa y no haber tenido confianza en ella cuando Colón vino por primera vez a ofrecérsela. Y a pesar de que algunos instaron al Rey para que le hiciese matar, porque con su muerte no podrían los reyes de Castilla proseguir el descubrimiento, y que esto se podría hacer sin sospecha de que el Rey lo hubiese mandado ni consentido, puesto que siendo él tan descortés y alborotado, fácilmente podían trabar pendencia con él, de tal modo, que su muerte pareciese resultado de su propia soberbia y presunción; con todo eso el Rey, como era príncipe muy temeroso de Dios, no solamente no lo permitió, más antes le hizo honra, y mucha merced, y con ella le despidió.» [1]

[p. 160] Ni el portugués más entusiasta de las glorias de su patria hubiera podido tratar este episodio con más calor patriótico que Lope.

       ¿Cómo el Rey Don Juan había
       De envidiar los castellanos,
       Si sus fuertes lusitanos
       Llegan donde nace el día?

Y la verdad es que no habían llegado aún, puesto que la expedición de Vasco de Gama, aunque proyectada desde el tiempo de Don Juan II, no salió hasta 1497, en pleno reinado de Don Manuel. Pero Lope altera en este punto la historia en obsequio a su héroe, y hace volver de la India las naves de Gama al fin de la segunda parte.

Para que nada falte al Príncipe perfecto de esta comedia, se le supone dotado de grandes fuerzas corporales. Algo decían de esto los historiadores: así Faria: «Cortaba algunas hachas juntas de un golpe, y decía que el verdadero portugués no necesitaba de espada larga, porque su verdadero herir era con los tercios, con las guarniciones y con los puños» (pág. 474). Lope exagera esto hasta lo sumo, y no sólo le presenta despejando una calle él solo y haciendo huir a tres embozados, después de matar a uno, sino entreteniéndose, por puro deporte, en torcer el brazo a un ganapán de los más forzudos, y en otros alardes atléticos, propios de un Mílón de Crotona o de un Diego García de Paredes. Tales valentías eran frecuentes en la corte de Don Juan II: Ayres Telles de Meneses, uno de los poetas del Cancionero de Resende , dejó más fama que por sus trovas por el brío incontrastable de sus puños y por su destreza en la lucha. Él, o algún otro caballero poeta de su escuela, pudo ser el héroe de la anécdota referida por Lope:

       Que delante de los Reyes
       De Castilla, como a bueyes
        [p. 161] A cinco toros o a seis
       En Arévalo cortó
       Los pescuezos con la espada.

Lances y bizarrías de toros se atribuyeron al mismo Rey Don Juan, y no los olvida Lope, poniendo en escena uno de ellos, referido así por Manuel de Faria: «Estando en Alconchete, pasaba desde palacio a la plaza, con la Reyna de la mano, por ver toros. Soltóse acaso uno, y venía furioso por el camino que el Rey llevaba. Desamparánorle todos los caballeros (que debían ser o muy rapaces o muy viejos) que iban delante, entrándose por los portales de las casas, y él púsose delante de la Reyna con la espada en el puño, esperando la fiera segurísimo; y ella tomó por el otro lado, acaso haciendo reverencia a tan real constancia» (página 470)

A nuestro poeta le pareció, sin duda, algo inverisímil esta reverencia , e hizo que el Rey rematase la suerte, dando una gran cuchillada al toro. Esta debió de ser una de las escenas más aplaudidas, y hoy mismo lo sería con certeza.

Pero, naturalmente, lo que se encarece más en Don Juan son sus dotes de Príncipe justiciero, sus hechos y dichos prudentes y sentenciosos, sus audiencias, sus fallos ex æquo et bono , de los cuales está llena la pieza. Algunos son por extremo candorosos, y recuerdan la jurisprudencia de Sancho Panza más que la de Salomón. Varias de estas infantiles narraciones se habían aplicacado ya a otros monarcas más antiguos, especialmente a Don Pedro de Castilla y a su coetáneo Don Pedro I de Portugal; pero Lope se valió de ellas, sin escrúpulo, para enriquecer su floresta. Uno de los libros que a este propósito parece haber consultado, es la Chronica dos Reys de Portugal , de Duarte Nunes de León (1600). Dos, por lo menos, de los cuentos que hay en esta comedia, proceden de allí y están atribuídos al extravagante tirano Don Pedro. Uno es el del mancebo cuya bastardía adivina el Rey al saber que había maltratado a su padre, y es luego confesada por [p. 162] la madre. [1] Otro el del clérigo y el albañil (en otras versiones zapatero), que tarnbién se cuenta del Don Pedro castellano, y como rasgo suyo figura en la comedia de Lope Audiencias del rey D. Pedro. Sin duda por no repetirse del todo, cambió aquí la condición de uno de los dos personajes, haciéndole gobernador en vez de prebendado. Este alejamiento de la leyenda primitiva me lleva a suponer que las Audiencias son anteriores a la segunda parte de El Principe perfecto.

       LOPE

       Éste, señor, está preso
       Porque mató con violencia
       Un gobernador.

       REY

       La causa...

        [p. 163] LOPE

       La causa, señor, es ésta:
       Que el gobernador mató
       A su padre.

       REY

       Un poco espera.
       Di, hombre, ¿no era mejor
       Pedir la muerte, y que fuera
       Castigado por justicia?

       FERNANDO

       Ya la pedí, y la sentencia
       Del jüez fué la ocasión
       Para que muerte le diera.

       REY

       Pues, ¿en qué le sentenció?

       FERNANDO

       En que dos años, por pena,
       No pudiese ejercitar
       Su oficio.

       REY

       ¡Extraña sentencia!

       FERNANDO

       Yo, viéndole libre ya,
       Puesto que sin vara vuestra,
       Con el agravio y la sangre,
       Le maté, y aun no me pesa.

       REY

       ¿Dos años le suspendió
       Del oficio?

       LOPE

       Así se prueba.

       REY

       ¿Qué oficio tienes?

        [p. 164] FERNANDO

       Señor:
       Zapatero de obra gruesa.

       REY

       Pues yo mando que en dos años
       Coser zapatos no puedas,
       Y te suspendo de oficio. [1]

       FERNANDO
       ¡Viva mil años tu Alteza!
                (Parte segunda
, jornada tercera.)

[p. 165] Hasta conocidas fábulas esópicas figuran en esta colección de chistes y agudezas atribuidos a Don Juan II. Un letrado se libra de la muerte prometiendo hacer hablar en veinte años a un elefante. ¿Cómo no recordar aquí el donoso apólogo, tan popular entre nosotros por la versión de Samaniego:

       No temáis, señor mío
       (Respondió el charlatán), pues yo me río;
       En diez años de plazo que tenemos,
       ¿El Rey, el asno o yo, no moriremos?

A través de la multitud de escenas episódicas, que hacen difícil la exposición de esta comedia, hay dos episodios, uno en cada parte, en los cuales parece condensarse la mayor suma de interés dramático: en la primera, el de una dama castellana a quien D. Juan de Sosa, el mayor privado y favorito del Rey, había dado en Toledo palabra de matrimonio, que tiene que cumplir por mandato del justiciero Príncipe; en la segunda, el del juvenil amor del Príncipe Don Allonso por otra dama, castellana también, de cuya inclinación, peligrosa para entrambos, procura disuadirle su padre con suma habilidad y discretos razonamientos:

       A cazar el blanco armiño
       Van los cazadores diestros,
       Y alrededor de la cueva
       Le ponen de lodo un cerco.
       Él sale para buscar
       Por la campaña el sustento,
       Y en viendo el lodo se para,
       Tan turbado sólo en verlo,
       Que allí se deja coger,
       Porque más quiere ser muerto
       Que ensuciar tanta blancura.
       Harto os he dicho; entendeldo.
       Sosa, aunque es vuestro criado,
       Es honrado caballero;
       Antes de hacelle traición,
       Dejaos morir, que es lo menos;
       Porque no habéis de manchar
        [p. 166] La blancura que os ha puesto
       La real naturaleza,
       Sino antes morir sufriendo.
       Para con vos esto basta.
       Armiño sois de mi pecho;
       No manchéis tanta blancura
       Por un deleite tan feo.

Entre los variadísimos elementos poéticos que en esta obra, tan rica como desordenada, se acumulan, no podía faltar alguna escena del orden sobrenatural, que acabase de mostrar en toda su fiera energía el temple de alma de Don Juan II. La hay, en efecto (parte primera, acto tercero), y coincide en muchas cosas con otra de El Marqués de las Navas , así como ésta tiene singulares analogías con Dineros son calidad , y aun con el El Burlador de Sevilla. Retraído Don Juan en su oratorio, recibe en altas horas de la noche la inesperada y terrorífica visita de un difunto, a quien había dado muerte en una pendencia:

       REY

       ¿Quién llama? ¿Quién está ahí?
       ¿Hay confusión que a ésta iguale?
           ¿Si es don Juan, que aun no se fué?
       ¿Quién llama? Quiero llamar.
       Mas no es justo alborotar
       Hasta que otro golpe dé.
                       Llaman.
           ¡Otra vez! ¡Hola! ¿Quién es?
       Pero ¿qué dudo de abrir,
       Pues puedo verle salir,
       Y sea quien fuere después?
           Aunque en ser en mi aposento
       Me ha causado gran temor.
       Mas la fuerza del valor
       Anima el atrevimiento...
           Y si conjurados son,
       Morir, la espada en la mano.
       Yo abro

[p. 167] Abre el Rey la puerta , y sale un difunto empuñando una espada.

           ¿Eres cuerpo vano,
       O fantástica ilusión?
           ¿O eres sombra de mí mismo,
       Que con esta luz se causa?
       Entra, pues; díme la causa;
       Que aunque del obscuro abismo
           Vengas, no has de hallar temor
       En este pecho. ¿Quién eres?

       MUERTO

       Huélgome que no te alteres.

       REY

       Mal conoces mi valor.

       MUERTO

       Un hombre soy, rey don Juan,
       A quien tú mismo mataste
       Una noche que rondaste.

       REY

       Pues, ¿qué cuidados te dan
       Este deseo de hablarme?

       MUERTO
       Cosas de mi alma son.

       REY

       Habla.

       MUERTO

           No es ésta ocasión
       En que puedo declararme;
           Que la Reina está despierta.
       ¿Atreveráste a seguirme?
        [p. 168] REY

           ¿No me ves seguro y firme?
       Vuelve el rostro hacia esa puerta;
           Que un mozo quiero llamar
       De mi cámara. ¡Ah, García!

       GARCÍA

       Señor...

       REY

       ¿Dormías?

       GARCÍA

       Dormía;
       Que tardas mucho en rezar.

       REY

       Dame una capa y sombrero,
       Y toma esa luz allá.

       GARCÍA

       ¿Es hombre aquél?

       REY

       Sí será.
        (Vase García.)
       Bien ves que a obscuras te espero.

       MUERTO

       Valor soberano tienes.

       REY

       ¿Dónde me quieres llevar?

       MUERTO

       Aquí, orillas de la mar.

       REY

       ¡García!
        [p. 169] GARCÍA
        (Dentro.)
       ¡Señor!

       REY

       ¿No vienes?
        Sale García con la capa y el sombrero del Rey.

        GARCÍA

       Aquí tienes lo que pides.

       REY

       Vete.

       GARCÍA

       ¿Dónde vas, señor?

       REY

       Vete, necio.

       MUERTO

       Tu valor
       Con tu nacimiento mides.
       Sígueme.

       REY

       Parte delante;
       Que con la espada en la mano
       Y las armas de cristiano,
       No hay ilusión que me espante.

No hay para qué insistir en las semejanzas con las comedias antes citadas, puesto que son tan obvias. Véase lo que decimos de ellas al tratar de El Infanzón de Illescas. Ésta, como las restantes, debe su mayor prestigio a la osada y familiar llaneza con que Lope aplica su realismo, inmediato y evidente aunque parezca superficial, a las cosas del otro mundo.

Del mérito de la forma poética, que es notable en ambas partes, y quizá mejor en la segunda, donde se advierte mayor corrección, aunque menos frescura que en la primera, puede juzgarse [p. 170] por los trozos que ocasionalmente hemos transcrito. Pero no quiero omitr una linda glosa, donde se ve que Lope quiso remedar en algo la manera de los trovadores del Cancionero general y del Cancionero de Resende , si bien dejándolos a mucha distancia:

           En la fuente está Leonor ,
       Lava el cántaro llorando ,
       Sus amigas preguntando:
       
« ¿Vistes por allá mi amor? »
       
« No le hemos visto , Leonor. »
       
    Leonor, a su amor buscando
       Y (de amor la mayor prueba),
       Agua a la fuente sacando,
       Más que en el cántaro lleva,
       La restituye llorando.
       
    El curso murmurador
       Aumenta con sus enojos,
       Pues que, buscando su amor,
       Con dos fuentes de sus ojos,
        En la fuente está Leonor.
       
    Sus amigas que la ven,
       Están de verla admiradas,
       Y ella se guarda también;
       Que hay lágrimas envidiadas
       Cuando son por querer bien.
       
    La fuente se está alegrando
       De las perlas que atesora,
       Y ella, en fin, disimulando,
       Porque no piensen que llora,
        Lava el cántaro llorando.
       
    Mas viéndose retratar
       Del agua, como de espejo,
       Por él quiere preguntar:
       Quiere mudar de consejo;
       Que no es remedio llorar.
       
    Como se aumenta callando
       Lo que el corazón inflama,
        Quiere descansar hablando,
       Porque descansa quien ama,
        Sus amigas preguntando.
           [p. 171] Fuera de que es natural
       Al amoroso accidente,
       Descansa el remedio igual;
       Que decir lo que se siente
       Mucho disminuye el mal.
           Comunicando el dolor,
       El alma en descanso está,
       Y así les dice Leonor:
       «Si el mío veis por acá,
        ¿Vistes por allá mi amor? »
       
    «Tu amor, le responden ellas,
       Habemos visto, serrana,
       En esas lágrimas bellas
       Con que toda la mañana
       Llora el sol por dos estrellas.
           Puede ser que a tu pastor,
       Olvido, Leonor, detenga,
       Porque, fuera de tu amor,
       Amor que este nombre tenga
        No le hemos visto , Leonor. »

Notas

[p. 149]. [1] . Foy El Rey Dom Joham homem de corpo mais grande que pequeno , muy bem fecto , e em todos seus membros mui proporcionado; teve ho rostro mais comprido que redondo , e de barba em boa conveniencia povoado... E os olhos de perfeita vista , e aas vezes mostrava nos brancos delles huas veas , e magoas de sangue , com que nas cousas de sanha , quando era della tocado , lhe faziam o aspeito mui temeroso. E porem nas cousas d'honra , prazer e gasalhado , mui alegre , e de mui Real , e excelente graça... Foy princepe de maravilhoso engenho , e subida agudeza , e mui mixtico pera todas las causas... Foy de mui viva e esperta memoria , e teve ho juizo craro e profundo: e por em suas sentencias e falhas que inventava e dezia , tinham sempre na envençam mais de verdade , agudeza , e autoridade que de doçura... Foy Rey de mui aIto , esforçado , e sofrido coraçam , que lhe fazia sospirar por grandes , e estranhas empresas; polo qual com quanto seu corpo pessoalmente em seus Regnos andasse polos bem reger como fazia , porem seu espirito sempre andava fora delles , com desejo de os acrecentar. Foy Princepe mui justo , e mui amigo de justiça , e nas execuçoes della mais vigoroso e severo que piedoso;   porque sem algua excepçam de pessoas de baixa , e alta condiçam , foy della mui inteiro exequtor: cuja vara e leys nunca tirou de sua propria seeda , por asentar nella sua vontade , nem apetitos;  porque as leys que a seus vassallos condanavam , nunca quis que a si mesmo asolvessem;  ca seendo senhor das leis , se fazia logo servo dellas , pois lhe primero obedecia... Foy Princepe sobre todos em suas detriminaçoes tam constante , e nas palavras tam verdadeiro , que em sua soo palavra , quando a dava , hiam os homeus mais contentes e seguros do que poderiam hir nos assinados , e seelos de muitos. Foy Rey de tam grande , e tam geeral nobreza , sem magoa , nem vicio de prodigo , que nunca pode , nem soube dar pouco , nem a poucos , mas muito , e a muitos... E porem d'ouro , e prata , e dinheiro , e outras semelhantes cousas foy sempre , e per muitas maneiras tam solicito adquiridor , como liberal e mui manifico gastador... Foy manhoso , e desenvolto em todalas boas manhas , que a hu alto Princepe comvem; foy singular cavalgador , especialmente da gineta , deestro , braceiro , boo dançador , e com gracioso despejo , bem desenvolto em todalas danças. Foy grande Monteiro , mas muito maior caçador d'altanaria , a que era mui incrinado , e pera que sempre teve muitas , e mui singulares aves , e boos caçadores... Foy Princepe mui ceremonial; polo qual as cousas de sua honra , e Estado , quis que em todolos tempos sempre a elle fossem fectas e guardada com grande veneraçam , e muito acatamento , de maneira que em todas parecia sempre lhe esquecer que era homem , e nunca lhe leixava de lembrar que era Rey e grande Senhor. Foy em todas suas palavras muy honesto , e temperado , e no auto da carne acerqua de molheres , depois de ser Rey , foi sobre todos mais continente. Foy sobre tudo Princepe mui devoto , e amigo de Deos , e nunca o Nome de Jesus chegou a suas orelhas , que o nom recebesse no coraçam co os giolhos em terra: nem se passou dia em que con muita devaçam nom ouvisse Missa , e os Officios Divinos; nem nocte que em seu Oratorio secreto nom rezasse e s'encomendasse a Deos... E pera se o culto divino celebrar e facer perfeitamente , e com muita solepnidade , trouxe sempre em sua capella muitos capellaaes , e singulares cantores...
(Inéditos de historia portugueza
, tomo II, páginas 193-198.)

[p. 154]. [1] . Don Juan de Sosa, que servía a la dama, cuyo nombre es doña Clara.

[p. 155]. [1] . Sobre estos hechos, véase a Ruy de Pina en la Crónica de Alfonso V (Inéditos de historia portugueza) , tomo I, capítulos CXCIV a CCIII.

[p. 155]. [2] . Europa portugueza , tomo II, parte tercera, capítulo III. Aunque Manuel de Faria es un mero compilador que goza de poco crédito, se le debe citar en estos casos, porque, dada su intimidad con Lope, es verosímil que a él debiese nuestro poeta la principal noticia que tuvo de las historias portuguesas.

[p. 157]. [1] . Estas palabras, que estarían llenas de ternura puestas en boca de una madre, resultan grotescas en boca de un padre, por la inoportuna imagen fisiológica que sugieren. Es una falta de gusto imperdonable.

[p. 158]. [1] . De la conversión de éste o de otro rey africano trata el capítulo LXII de la Crónica de Ruy de Pina.

[p. 159]. [1] . Capítulo LXVI.

Ya hemos indicado que Lope no conoció directamente la Crónica de Ruy de Pina, que estuvo inédita hasta el siglo pasado; pero se valió de la de Resende, que es copia de ella, y de la cual, en su tiempo, ya existían tres ediciones (Lisboa, 1554, 1596, 1607). Creemos que Lope tuvo presente la primera, es decir, la que lleva el título de Livro das obras de García de Resende... , y no el de Chronica que tienen las posteriores. La razón que tengo para esto es hallarse en El Príncipe perfecto , como apuntaré luego, una anécdota que no está en la Crónica, sino en la miscelánea , que fué suprimida en ediciones posteriores. Ésta, de 1554, es de grandísima rareza.

Para los hechos del Príncipe Don Juan antes de ser Rey (que no traen Ruy de Pina ni su plagiario Resende, porque el primero los pone en la Crónica de Alfonso V, que había escrito antes), la fuente de Lope debió de ser la Chronica do Principe D. Joan , de Damián de Goes (Lisboa, 1567).

[p. 162]. [1] . Tambem se affirma que em Santarem avia hum homem honrado , et rico , que como el Rey ahi estava , sempre o servia com frutas de suas herdades , por as ter boas , e via muitas vezes a el Rey mui familiarmente , como hum amigo ve a outro. Sendo el Rey fora de Santarem muito tempo , e tornando depois , como este seu familiar o nao visitava , cuidou que era morto , e perguntando por elle , lhe disserao que vivo era , mas que avia muitos dias , que nao sahia fora de caza de anojado , por uha cutilada pelo rostro , que lhe dera seu proprio filho , e que por isso nao iria ver sua Alteca. El Rey , pesaroso do caso , e maravilhado , mandou dizer aquelle homem , que o fosse ver. E indo el Rey lhe perguntou por seu desastre , e elle lho contou com muitas lagrimas , attribuindo todo a seus peccados. El Rey o consolou com muitas palavras , e lhe disse que lhe mandasse la sua mulher , que a queria ver. A mulher acompanhada daquelle seu filho foi ao paço , e el Rey a recebeo cortesmente , e a apartou a huma camara , e apertou muito com ella , que lhe descobrisse cujo era aquelle filho , porque nao podia creer , que fosse de seu marido , que se fora , nao levantara mao para elle. A mulher vendose apertada descobrio a el Rey , que hum certo Religioso forçosamente dormira com ella , e a emprenhara daquelle filho , o que ella calara por sua honra , e de seu marido...

(Chronica dos Reys de Portugal , reformada pello Licenciado Duarte Nunes do Liam. Lisboa, na officina de Francisco Villela , 1677; fol. 153, vuelto. La primera edición es de 1600, como queda dicho.)

[p. 164]. [1] . Estando el Rey em Evora , veyo a elle huma mulher de Santarem queixarse que hum Clerigo honrado e rico da mesma villa , lhe matara sem causa alguma seu marido; a qual elle disse , que como elle fosse a Santarem lho lembrasse. Indo el Rey a Santarem a mulher lho lembrou. E vendo el Rey estar hum mancebo pedreiro trabalhando , que parecía homem valente , o mandou chamar , e lhe disse se conhecia aquelle dito Clerigo , e dizendo elle que si , lhe encarregou que o matasse , e que trabalhasse por se salvar , que se nao deixasse prender. O mancebo vendo o Clerigo em huma procissao o matou , e nao se podendo acolher , foi preso , e el Rey mandou que se nao despachasse seu feito , se nao perante elle. E a mulher do morto mandou , que desse de comer ao preso. E que para isso pedisse dinheiro ao seu esmoler. Vindo o processo a ser concluso , os parentes do Clerigo , que accusavao , importunavao a el Rey por despacho. El Rey mandou vir o feito perante si , e junctos os desembargadores foi lido de verbo a verbo , nao constando por elle do homem , que o Clerigo matara. El Rey fazendo que o ignorava , preguntou se aquelle Clerigo era brigoso , ou se tinha feito algum delicto , per onde se pudesse presumir sua morte: porque nao podia crer , que aquelle homem o matasse sem alguma cousa. Os desembargadores responderao que avia dias , que aquelle Clerigo matara hum homem , de que ja era livre. Entao perguntou el Rey. que pena lhe fora dada por aquelle homicidio , e dizendolhe que pelo Ecclessiastico fora condenado que nao disesse mais Missa , nem usasse de suas ordenes , el Rey mandou que se pozesse por sentença. Que visto como ao dito Clerigo por matar a hum secular , lhe nao fora dada mais pena no Juizo Ecclesiastico que privale do officio de Sacerdote , condenava no seu juizo secular aquelle Reo , que sob pena de muerte , nao usasse mais do officio de pedreiro , e que logo fosse solto. Despois o mandou el Rey chamar , e o casou com aquella viuva , e lhe fez merce per onde vivesse sem usar do officio de pedreiro. (Fol. 153 vto.)