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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS SOBRE EL TEATRO DE... > V : IX. CRÓNICAS Y LEYENDAS... > LVIII.—EL MÁS GALÁN PORTUGUÉS, DUQUE DE BERGANZA

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Texto

Texto de la Parte VIII de Lope de Vega (1617). Lord Holland poseyó una copia manuscrita con el solo título de El duque de Berganza.

[p. 111] Fúndase esta comedia en un romance viejo y seguramente no muy posterior a la catástrofe que narra. El texto más antigno, pero no el más completo de este romance, se halla en la segunda parte de la Silva de Zaragoza (1550), y tiene el número 107 en la Primavera de Wolf:

Un lunes a las cuatro horas,—ya después del mediodía,

Ese duque de Berganza—con la Duquesa reñía;

Lleno de muy grande enojo,—de aquesta suerte decía:

—Traidora sois, la Duquesa,—traidora, fementida—.

La Duquesa, muy turbada,—de esta suerte respondía:

—No soy yo traidora, el Duque,—ni en mi linaje lo había;

Nunca salieron traidores—de la casa do venía.

Yo me lo merezco, el Duque,—en venirme de Castilla,

Para estar en vuestra casa —en tan mala compañía—.

El Duque, con grande enojo,—la espada sacado había;

La Duquesa, con esfuerzo,—en un punto a ella se asía.

—Suelta la espada, Duquesa, —cata que te cortaría.

—No podeis cortar más, Duque,—harto cortado me había—.

Viéndose en este aprieto,—a grandes voces decía:

—¡Socorredme, caballeros,—los que truje de Castilla!—

Quiso la desdicha suya,—que ninguno parecía,

Que todos son portugueses—cuantos en la sala había.

Hay otra redacción mucho más completa y más rica de pormenores pintorescos en el Cancionero llamado Flor de enamorados , que recopiló Juan de Linares (Barcelona, 1575), y se halla también, aunque con variantes de poca monta, en la Rosa española , de Juan de Timoneda. Preferiré la lección de Linares, supliendo dos versos que se omitieron en ella y están en la de Timoneda:

Lunes se decía, lunes,—tres horas antes del día,

Cuando el duque de Braganza—con la Duquesa reñía.

El Duque con grande enojo,—estas palabras decía:

—Traidora me sois, Duquesa,—traidora, falsa, malina,

Porque pienso que traición—me hacéis y alevosía—.

—No te soy traidora, Duque,—ni en mi linaje lo había—.

Echó la mano a la espada—viendo que así respondía.

La Duquesa, con esfuerzo,—con las manos la tenía.

—Dejes la espada, Duquesa,—las manos te cortaría—.

[p. 112] —Por más cortadas, el Duque,—a mí nada se daría;

Si no, vedlo por la sangre—que mi camisa teñía.

¡Socorred, mis caballeros,—socorred por cortesía!

No hay ninguno allí de aquellos—a quien la favor pedía,

Que eran todos portugueses,—y ninguno la entendía,

Si no era un pajecico—que a la mesa la servía.

—Dejes la Duquesa, el Duque,—que nada te merecía.

El Duque, muy enojado,—detrás del paje corría,

Y cortóle la cabeza,—aunque no lo merecía.

Vuelve el Duque a la Duquesa;—otra vez la persuadía:

—A morir tenéis, Duquesa,—antes que viniese el día.

—En tus manos estoy, Duque,—haz de mí a tu fantasía,

Que padre y hermanos tengo—que te lo demandarían,

Y aunque no estén en España,—allá muy bien se sabría.

—No me amenacéis, Duquesa;—con ellos yo me avernía.

—Confesar me dejes, Duque,—y mi alma ordenaría.

—Confesaos con Dios, Duquesa,—con Dios y Santa María.

—Mirad, Duque, esos hijicos—que entre vos y mí había.

—No los lloréis más, Duquesa,—que yo me los criaría.

Revolvió el Duque su espada;—a la Duquesa hería;

Dióle sobre su cabeza,—y a sus pies muerta caía.

Cuando ya la vido muerta—y la cabeza volvía,

Vido estar sus dos hijicos—en la cama do dormía,

Que reían y jugaban—con sus juegos a porfía.

Cuando así jugar los vido,—muy tristes llantos hacía;

Con lágrimas de sus ojos—les hablaba y les decía:

—Hijos, ¡cuál quedáis sin madre,—a la cual yo muerto había!

Matéla sin merecello,—con enojo que tenía.

¿Dónde irás, el triste Duque?—De tu vida ¿que sería?

¿Cómo tan grande pecado—Dios te lo perdonaría?

Este romance, mucho más afectuoso y patético que el primero, es, sin embargo, menos primitivo y tiene muchos resabios juglarescos, advirtiéndose en él una deliberada imitación del famosísimo del Conde Alarcos , aunque sin llegar, ni con mucho, a sus inmortales bellezas de sentimiento. Wolf puso a estos romances la siguiente nota: «Doña María Téllez, esposa del infante D. Juan de Portugal, Duque de Braganza, hijo del rey D. Pedro y de D.ª Inés de Castro, fué muerta a manos de su esposo por haberle inspirado injustos zelos contra ella su misma hermana D.ª Leonor [p. 113] y excitado su ambición con la oferta de la mano de D.ª Beatriz, hija suya y del rey D. Fernando, y heredera presuntiva del trono de su padre, habiendo trazado este enredo D.ª Leonor, envidiosa de que si D. Juan llegase al trono, D.ª María, siendo reina, la sería superior, y fingiendo asegurar el cetro a su hija, si uniese sus derechos a los de D. Juan por el matrimo de ambos. Conocido es que los cómplices en este delito no lograron el fruto de sus ambiciones, habiendo alzado los portugueses por sucesor de D. Fernando al maestre de Avís D. Juan, hijo también bastardo del rey D. Pedro.»

Pero, con paz sea dicho del ilustre colector de nuestros cantos populares, tengo por cosa indudable que los romances en cuestión aluden a una tragedia muy posterior a la de doña María Téllez, y acaecida, no en tiempo del Rey Don Fernando, sino en tiempo del Rey Don Manuel: la muerte de doña Leonor de Mendoza, duquesa de Braganza, por celos de su marido el duque D. Jaime, a quien, como en expiación de tal crimen, envió el Rey en 1513 a la conquista de Azamor. Ya Luis Enríquez, que tomó parte en aquella jornada, lo indica en el poemita en octavas de arte mayor que sobre ella compuso y viene inserto en el Cancionero de Resende:

       Onde per ele Ihes fuy decrarado
       Toda a tençao del rey, seu senhor,
       
Que foy envial-o sobre Azamor
        Pola maldade do erro passado...

Los cronistas de la casa de Niebla, a la cual pertenecía esta señora (hija de D. Juan de Guzmán, duque de Medina-Sidonia), callan cuidadosamente las circunstancias de su muerte. Pedro Barrantes Maldonado se limita a decir: [1]

«En esta sazón (1503) casó el duque Don Juan de Guzmán a su hija mayor Doña Leonor de Mendoza, e hija de su prinera mujer Doña Isabel de Velasco, con el duque de Braganza Don Jaime, que era sobrino del rey Don Manuel de Portugal, hijo de [p. 114] su hermana, el cual era estimado en Portugal por la principal persona de aquel reino después del rey su tio. Dióle el duque de Medina en dote treinta quentos de maravedís en dineros, joyas e axuar, que era en aquella sazón el mayor dote que se avía dado en España...

Don Jayme, de quien es nuestro intento, fué el quinto duque de Braganza, que yo conocí, persona de muy grande estado y valor, al qual despues de averse concertado el casamiento con Doña Leonor de Mendoza, mandó hazer el duque de Medina en la su villa de Sanlúcar muchas y muy grandes fiestas, y para las hazer más cumplidas se vino a la cibdad de Sevilla donde se hizieron las fiestas más complidas y costosas, a las quales se juntaron todos los deudos y amigos de la casa de Niebla y los mayores señores del Andaluzía, en que uvo torneos de pie y de caballo, justas, juegos de cañas, toros, aventuras y todo género de grandezas, en que hizo muchos y muy grandes gastos, y enbióla a Portogal a Villaviciosa tan acompañada de señores e cavalleros como si fuera una princesa, y de Portogal vinieron por el semejante muy grandes señores y gran cavallería de deudos y criados, vasallos y amigos del Duque con él a recebirla.

Tuvieron estos señores Don Jaime, duque de Braganza, y la duquesa Doña Leonor de Mendoza, su mujer, un hijo y una hija: el hijo es Theodosio, duque de Braganza, que oy tiene el estado, y la hija es la infanta Doña Isabel, que el hermano Don Theodosio casó con el Infante Don Duarte, hermano del rey Don Juan de Portogal, tercero deste nombre...

En este año de 1513 a tres dias del mes de Setiembre ganó Don Jaime, duque de Braganza (cuñado del duque de Medina), a los moros de África la cibdad de Azamor con veynte mil onbres castellanos e portogueses que llevó en su armada.»

El mismo sospechoso silencio guarda Pedro de Medina en su Crónica de los duques de Medina-Sidonia , [1] escrita en 1561. Y [p. 115] también se envuelven en afectado misterio los antiguos historiadores portugueses, si bien Manuel de Faria y Sousa parece como que quiere levantar una punta del velo en estas intencionadas líneas de su Europa portuguesa: «Aunque este Príncipe era dominado de una profunda tristeza, a cuya obediencia obraba cosas extrañas, como desconocerse a sí mismo, y reputarse por alguna de las insensibles, con que a veces se abstenía del natural sustento, hubo de casarse, instado de los Reyes, con D.ª Leonor, hija de D. Juan de Guzmán, tercero duque de Medina-Sidonia. Recibido con ella faustísimamente assí por el dote como por las fiestas con que se celebró este Sactamento entonces, puesto en un caballo, con un criado solo se ausentó del regno, dexando una carta para el Rey, en que le pedía tuviesse por bien dar aquel Estado de que le había hecho tan liberal merced, a su hermano Dionis, porque él se iba a pasar la vida en Jerusalén, guiado del intento que siempre había tenido de vivir adorando el Sacrosanto sepulcro. Vuelan por mar y tierra mensajeros despachados de aquel zeloso príncipe, con la ansia que si en Jayme se le hubiera perdido la Alma. Gobernábanle los religlosos franciscanos de la Observancia de piedad, con quien tenía devoción extremada. Alcanzáronle en Calatayud de Aragón... Hubo de obedecer al ruego y al mandato de su Rey, porque semejantes personajes, por el gusto de sus reyes súbito deponen el suyo. Logró a su esposa, de que tuvo poca, pero feliz sucesión: porque siendo solos dos hijos, Teodosio le sucedió en el Estado, y Isabel mereció por marido el infante D. Duarte, hijo de D. Manuel. Mirad el variar del discurso de los días. Este Príncipe que los antecedentes dexaba el regalo de una esposa ilustre, tierna y bellísima por hazer vida penitente, fallecida ella, se enamoró de D.ª Juana de Mendoza, hija del Alcayde mayor de Mouram D. Diego, en calidad, sino en estado, benemérita desta Real fortuna: y aun sin la calidad lo pudiera ser, porque el amor mil vezes sustituye entre grandes príncipes una hermosura amada (singularísimo mérito de las hembras) por toda la grandeza; y más si en aquel encanto del albedrío se juntan el entendimiento [p. 116] y la modestia que en Juana competían con la forma: cosa rara en el mundo.» [1]

Faria evita, como se ve, la relación del asesinato, pero insinúa el disgusto conyugal del Duque, y parece anteponer la prudencia y modestia de la segunda mujer a las cualidades menos loables de la primera. Algo de esto parece traslucirse también en el más antiguo y autorizado de los cronistas del Rey Don Manuel, en Damián de Goes, que tenía doce años cuando ocurrió esta lamentable historia en los palacios de Villaviciosa: «Depois da morte da qual senhora elle (el Duque) se casou no de 1520 com uma dama formosa, prudente e discreta, por nome D.ª Joanna de Mendonça.»

El proceso original de esta tragedia existe en el Archivo de la Torre do Tombo, [2] y si hemos de atenernos a él, no admite duda la feroz venganza del marido y parece probado el adulterio de la Duquesa:

«Aos dois dias do mez de novembro de 1512 , duas horas antemanha pouco mais ou menos , em Villa-Viçosa nas casas do Reguengo , onde ora pousa o sur , duque de Bragança , foi chamado o bacharel Gaspar Lopes , ouvidor e juiz , perante mi tabelliao , que elle tinha morta a senhora duqueza , sua mulher D. Leonor , e assi Antonio Alcoforado , filho de Affonso Pires Alcoforado , moço fidalgo da sua casa , per os achar ambos , e achar que dormian ambos , e Ihe commeterem adulterio; pelo que o dito ouvidor e juiz se foram a uma camara , onde a dita senhora sohia dormir; e ahi jazia morta a dita senhora duqueza, e assi o dito Antonio AIcoforado , junto na dita camara , um junto do outro , o qual foi vista a dita senhora pelo dito ouvidor e juiz , e Gonçalo Lourenço , tabelliao que era presente , e eu Alvaro Pacheco; e tinha uma grande ferida por baixo da barba , degolada , que cortara o pescoço cerce todo , e uotra grande ferida por detraz , na cabeça , que [p. 117] Ihe cortaba a cabeça quasi toda , que Ihe apparecian os miolos; e junto com a dita ferida tinha outras tres muito grandes feridas. E o dito Alcoforado tinha o pescoço corto; e em a cama da dita senhora estava um barrete , dobrado de voltas , preto , que diziam esses que hai estavan que era do dito Antonio AIcoforado e o dito ouvidor e juiz mandaram fazer este auto , para por elle preguntarem algumas testemunhas sobre o dito caso , e mandaram ao dito Gonçalo Lourenço e a mim tabelliao que assignássemos este auto; a qual a dita senhora duqueza estava vestida , e tinha uma cota de velludo negro barrado de setim preto , com uns perfiles de tafetá amarello , e um sainho de velludo negro , e uma cinta de setim raso o leonado; e assi o dito Antonio AIcoforado estava vestido; e tinha um gibao de fustao prateado , com meias mangas , e colar e pontas de velludo roxo , e umas calças vermelhas , e uns borzeguins pretos , e çapatos , e um saio preto , e uma custa de coiro preto com uma guarniçao de prata: e antes que se acabasse este auto de fazer chegaram Diogo de Negreiros , escrivao , deante o dito ouvidor , e viu os sobreditos na dita camara jazer mortos... »

Tan bárbaro asesinato quedó impune, como era de suponer, dadas las ideas de la época y la alta jerarquía del matador. El duque de Braganza llamó por edictos a los parientes de la Duquesa que quisieran vindicar su inocencia. Ofrecióse a la empresa D. Pedro Girón (célebre luego por la parte que tomó en la guerra de los comuneros y por la defección que les hizo), retando a su cuñado a espada y lanza; pero el de Braganza se excusó de aceptar el reto, alegando su condición de Príncipe heredero del reino, y quedó la cosa en tal estado.

A pesar del instrumento judicial que hemos transcrito, hubo desde muy antiguo una tradición favorable a la inocencia de la Duquesa, en la cual pudo entrar por mucho la compasión que naturalmente había de excitar su trágico fin. La poesía popular, siempre caritativa y generosa, se puso resueltamente de su parte: uno por lo menos de los romances que se refieren a ella, se cantaba seguramente antes de 1550, fecha de su primera edición. A este movimiento de simpatía popular se asociaron mucho más tarde algunos genealogistas portugueses. Parece que fué el [p. 118] primero de ellos en volver por la honra de doña Leonor, un Tristán Guedes de Quirós, fallecido en 1696, el cual, bajo la fe de ciertas Memorias antiguas que decía haber consultado en el archivo de la casa de Braganza, explicaba la catástrofe por un error novelesco, que recuerda bastante el caso de la desdichada Estefanía y de D. Fernán Ruiz de Castro, a semejanza del cual fué probablemente inventado. El Duque había dado una joya a su mujer, quien se la entregó a una de sus criadas, y ésta a su amante, Antonio Alcoforado. Vió el marido la joya en el sombrero de su criado, y de aquí nacieron sus infundadas sospechas, bárbaros celos y espantosa venganza.

En el tomo V de la Historia genealogica da Casa Real portugeza , voluminosa compilación de carácter casi oficial que Antonio Caetano da Sousa (a quien pudiéramos llamar el Salazar y Castro de Portugal) publicó en tiempo de Don Juan V, bajo los auspicios de la antigua Academia de Historia Portugueza , [1] se aceptó la versión de Guedes, ampliándola con otros testimonios tradicionales favorables a doña Leonor. Mencía Vaz, mujer de buena vida y devota, con fama de santidad en el Alemtejo, había dicho a muchas personas nobles que la Duquesa asesinada era una santa, que su sangre se había conservado fresca por muchos años, y que el Duque había dado tormento a las criadas para obligarlas a declarar contra su ama. Una religiosa, también de gran virtud, había hecho la misma aseveración, fundándose en el dicho de su padre, que había sido criado del duque D. Jaime, y que estaba persuadido, como todos sus servidores, de que la Duquesa había muerto inocente. Un religioso contemplativo, Fr. Martinho, había exclamado, al ver entrar el féretro de doña Leonor en el monasterio de Montes Claros: « Vinhaes , embora minha santa comadre , que por vos estava esperando. » Al día siguiente, diciendo misa por el alma de la Duquesa, tuvo un éxtasis de tres horas, durante el [p. 119] cual vió que una paloma blanca revoloteaba sobre el altar. Para disculpar de algún modo la barbarie del Duque, suponían unos, como D. Francisco Manuel de Melo, que desde mucho antes estaba loco («adoleció del seso»), y otros, como el ya citado genealogista Sousa, que había obrado por sugestiones diabólicas. Claro es que para la crítica histórica ningún valor tiene todo esto; cítase sólo como expresión de un sentimiento popular, y arraigado aún hoy en el ánimo caballeresco de nuestros vecinos. La verdad sólo Dios la sabe. [1]

Lo cierto es que el Duque se negó a pagar las deudas de su mujer y a cumplir ninguna disposición suya, y conservó su rencor hasta la hora de la muerte, como lo prueban estas palabras de su testamento, recientemente exhumado por Fernando Palha: [2]

« Segundo direito , de meus filhos Theodosio e Isabel e toda a fazenda que da duquesa sua mae ficou , e porque « se perdeu pela culpa » eu pratiquei com letrados e acharam que me nao valiau testamento nem havia obrigaçao de se cumplir; ainda que alguma cousa d`isto pareça nao se cumpra, nem alvarás de promessas , nem dividas , nem cousa nenhuma , porque as cousas feitas com entençao damnada nao devem haver effeito , porque algums alvarás que me requereram algumas pessoas eu os nao quiz cumprir , antes me descontentaram muito emprestarem dinheiro a minha mulher em segredo pois eu Ihe dava o que Ihe cumpria. »

Pero el mismo erudito portugués que dió a conocer este documento, que por lo menos prueba el odio inextinguible de D. Jaime contra la memoria de su mujer, cree en la inocencia de doña Leonor, y traza de su marido esta vigorosa semblanza, en que se disciernen todos los rasgos de un desequllibrio o degeneración [p. 120] mental muy pronunciada: «Era singular el carácter del Duque, lleno de contradicciones e inconsecuencias. Los actos de toda su vida más parecen concebidos por diversos individuos, que pensados y ejecutados por un solo hombre. Humilde con exceso; hasta el punto de abandonar su casa y estado para ir a profesar en Roma, escogiendo el hábito de San Francisco, el más pobre de los hábitos; delicado en puntos de honra hasta el extremo, tan contrario a la humildad cristiana, de asesinar bárbaramente, por meras sospechas, a su primera mujer; valiente, cuando a la cabeza de las tropas reales y de las suyas propias acometía en África la plaza de Azamor; tímido, cuando respondía al desafío que de Castilla le mandó el conde de Ureña, por causa de la muerte de doña Leonor, excusándose para no aceptarle con la calidad de heredero del reino, que ya no tenía; pródigo, cuando a su costa armaba y vestía cinco mil infantes y quinientos caballeros para la empresa de Azamor, o cuando por bajo precio vendía Vidigueira y Villa de Frades a Vasco de Gama para facilitarle el obtener el título de conde; mezquino cuando rehusaba a su hija el dote necesario para casarse con un príncipe de sangre Real; altivo, hasta ser insolente, cuando trataba de mostrar al Rey cuán en poco tenía su alianza, o cuando adoptaba la orgullosa divisa de « depois de vós, nós»; rebajándose hasta la súplica cuando se quejaba al mismo Rey del olvido en que tenía sus servicios y de no atender a las continuas peticiones que le hacía en favor de sus hijos... Naturalmente desconfiado, no amando a la mujer que le habían impuesto, fácil le fué dar acceso en su ánimo a las calumniosas insinuaciones con que un familiar de su casa, por motivo desconocido, tal vez de buena fe, manchó la reputación de la Duquesa... Yo no creo en el crimen de doña Leonor; creo, sí, en el testimonio de los contemporáneos que unánimes pregonan su inocencia.»

Tal era el más galán portugués a quien Lope convirtió en héroe de esta comedia (que así debe llamarse, y no tragedia, puesto que tiene fin alegre y placentero), donde la historia está caprichosa y sustancialmente alterada, no por ignorancia, que nadie puede presumir en persona tan conocedora de la historia de España, y mucho [p. 121] menos tratándose de un suceso reciente, que había sido tan cantado y sonado en Portugal y en Castilla, sino por el empeño de conciliarlo todo y agradar a todo el mundo. sacando a salvo, por una parte, la honra de doña Leonor, y por otra, la reputación de su marido, y limpiando de esta fea mancha el nombre de la Casa de Braganza. En cuanto a la de Niebla, no sólo imitó el prudente silencio que habían observado los cronistas de ella, sino que absolutamente no mentó su apellido, y dió a doña Leonor un abolengo fantástico, suponiéndola hermana de un marqués de Astorga, de un gran prior de San Juan y de un condestable. Las bodas se celebran en Valladolid y no en Sevilla, y para que acabe de perderse más y más el verdadero rastro de la historia, se atrasa la acción hasta el reinado de Alfonso V, en vez de ponerla en el de Don Manuel, que es al que verdaderamente pertenece.

Que todas estas alteraciones son intencionadas, lo prueba el uso que Lope hizo de uno de los romances relativos a la catástrofe de doña Leonor; Según su costumbre, intercaló en una escena culminante (acto tercero) muchos versos de él, pero alteró todo los demás para acomodarlo a la fábula que él había inventado, en la cual la Duquesa no sólo resulta inculpada, sino que se libra de la muerte. El romance, así remendado, dice de esta manera:

       Mediodía era por filo,
       Eclipsado el sol salía,
       Cuando el Duque de Berganza
       Con la Duquesa reñía:
       Comiendo una vez estaba,
       Cuando arrojando una silla
       El Duque, se levantó
       Con la cara denegrida.
       Dejan la mesa los dos;
       Capa y espada pedía.
       «Traidora me sois, Duquesa,
       Falsa, aleve y fementida.»
       A quien con valor responde
       Ella, que su sangre imita:
       «Yo no soy traidora, Duque,
       Ni en mi linaje lo había...»
        [p. 122] Cuando aquesto oyera el Duque,
       Fuego echando por la vista,
       Empuñando la su espada,
       Desenvaina la cuchilla.
       Y como si fuera un moro,
       Para la Duquesa se iba.
       La Duquesa, con las manos
       Parece se defendía...
       Y viendo que la mataba,
       A grandes voces decía:
       «¡Valedme mis escuderos,
       Los que traje de Castilla!»
       Todos eran portugueses,
       Ninguno el habla entendía;
       No porque no la entendiesen,
       Sino porque no querían, [1]
       Si no fuera un pajezuelo
       Que llamaban Mendocica,
       Que porque a doña Mayor
        Con mucha lealtad servía,
       De verle el Duque con ella,
       Celos el Duque tenía;
       Pero conmovido el paje,
       Entra con lengua atrevida,
       Diciendo, sin tener miedo
       Ni a su muerte ni a su vida:
       «Suelta, Duque, a la Duquesa,
       Que ella nada te debía.»
       El Duque fué contra el paje,
       Por los corredores iba;
       El paje, como es ligero,
       Por la escalera corría,
       Pidiendo justicia al cielo,
       Pero el Duque le seguía.
       Estando en aqueste punto,
       Llegué yo [2] con osadía
       Donde la Duquesa estaba,
       Y, entre los brazos asida,
        [p. 123] La saqué por una puerta
       Que por el jardín salía,
       Y hacia un pedazo de monte,
       Entre unas verdes encinas,
       Y a las ancas de un caballo,
       Que volaba y no corría,
       La puse a los pies del Rey,
       Donde le pide justicia.

Lope se valió de un recurso novelesco de los más vulgares. Supuso que el paje, a quien llamó Mendocica (sin duda por reminiscencia del apellido de Mendoza, que era realmente el de la Duquesa) y que por sus intimidades con ella despierta los rabiosos celos del Duque, era una dama de pocos años y muchos bríos, que por travesuras de amor andaba en hábito de hombre. Con esto, y con detener a tiempo el brazo del Duque, y hacer que sus víctimas se pongan en salvo, todo se arregla del mejor modo posible: queda patente la inocencia de la Duquesa; su hermano el Gran Prior, que viene de Castilla a retar al marido (como en efecto lo hizo D. Pedro Girón), obtiene el desagravio más cumplido y cordial; y la doncellita andariega, que tuvo la culpa de todo el embrollo, encuentra al burlador perjuro que la había dejado sola en el monte, le reclama la palabra de esposa y se casa con él en haz y en paz de la Iglesia, terminando todo con esta sabia sentencia:

       La verdad siempre se aclara,
       Y aunque adelgaza, no quiebra.

Tal es el cuento disparatado e insulso con que Lope echó a perder, por vanos escrúpulos, a lo que entiendo, una leyenda trágica que, bien manejada, y dejándose llevar de las felices inspiraciones del romance, hubiera podido producir un drama tan patético, interesante y conmovedor, como La Fuerza lastimosa , del mismo Lope, fundada en el bellísimo romance de El Conde Alarcos.

Mala de todas veras es la comedia de El más galán portugués , pero todavía parece peor por el lamentable estado del texto, que [p. 124] en algunos pasajes de la tercera jornada llega a ser ininteligible. Las dos prineras están mejor conservadas y también mejor escritas, sobre todo la segunda, en la que se lee un buen monólogo del celoso duque de Braganza, que refleja bien su carácter desigual, contradictorio, receloso y vano, tal como le presenta la historia. [1]

[p. 125] Este tema tradicional ha dado motivo a varias composiciones de ingenios portugueses modernos, entre los cuales recuerdo un soláo o leyenda romántica de Ignacio Pizarro de Moraes [p. 126] Sarmento; un drama trágico de Luis de Campos, y otro del brasileño Antonio Gonsalves Dias (Leonor de Mendonça). Este último no figura en la colección de sus obras, publicada en Leipzig, 1865, única que conozco; pero debe de tener algún mérito, porque Gonsalves Dias era excelente poeta romántico, uno de los mejores de su tiempo y escuela, no sólo en el Brasil, sino en toda la literatura portuguesa.

La Tragedia del Duque de Verganza que escribió Álvaro Cubillo de Aragón, y está inserta en su libro El Enano de Las Musas (1654), no tiene relación alguna con esta comedia de Lope, ni se refiere al duque D. Jaime, sino a otro duque de Braganza, decapitado en la plaza de Évora, el año 1483, por orden del Rey Don Juan II.

Se enlaza, por lo tanto, con otra comedia de Lope, que paso a examinar inmediatamente. La pieza de Cubillo fué de circunstancias, escrita con motivo de la insurrección de Portugal en tiempo de Felipe IV, y con el propósito de concitar los ánimos [p. 127] contra los Braganzas, pintándolos como una familia de ambiciosos y desleales. Esta intención se manifiesta claramente en los últimos versos:

       Dé fin la trágica muerte
       Del gran duque de Verganza,
        Cuyo mayor descendiente ,
        Siguiendo los mismos pasos.
       Hoy a Castilla se atreve.

Lope, que tuvo la fortuna de no alcanzar tan tristes acontecimientos, y que escribía en circunstancias políticas muy diversas, cuando los Braganzas pasaban por fieles servidores de la Monarquía española, procuró más bien lisonjear a aquellos leales magnates, tanto en esta comedia y en la que sigue, como en el poemita, asaz culterano, que publicó en 1621 con el título de Descripción de la Tapada , insigne monte y recreación del insigne Duque de Berganza , dedicado al que lo era entonces, D. Teodosio. [1]

Notas

[p. 113]. [1] . Ilustraciones de la casa de Niebla. (En el Memorial Histórico Español , tomo X, páginas 416, 426 y 453.)

[p. 114]. [1] . Publicada en el tomo XXXIX de la colección de Documentos inéditos.

 

[p. 116]. [1] . Europa portuguesa. Segunda edición. Tomo II, 1679, 511-12.

[p. 116]. [2] . Gav. II, leg. 8, núm. 16. El auto sumarial ha sido publicado varias veces, la primera creo que por Ignacio Pizarro de Moraes Sarmento, en las notas a su Romanceiro portuguez o collecçao de romances da historia portugueza. (Porto, 1846.)

[p. 118]. [1] . Historia Genealogica da Casa Real Portugeza , por D. Antonio Caetano de Sousa , Clerigo Regular e Academico do numero da Academia Real. Tomo V. Lisboa Occidental , na Officina Sylviana , da Academia Real , 1738; páginas 575 y 58.

[p. 119]. [1] . El ingenioso novelista Camilo Castello Branco, que era también erudito no despreciable, trató por dos veces del caso de la Duquesa, primero en su libro Excavaçoes (páginas 19-34), y después en los Traços de D. Joao III (Narcoticos , Porto, 1882, páginas 99-109), alegando la mayor parte de los datos que van citados en el texto, y sosteniendo la culpabilidad de doña Leonor.

[p. 119]. [2] . En su libro O casamento do infante D. Duarte con D ª Isabel de Bragança.

 

[p. 122]. [1] . Estos dos versos los añadió Lope, sin duda por parecerle imposible que ningún portugués dejara de entender el castellano.

[p. 122]. [2] . El escudero Ortuño que habla.

[p. 124]. [1] .         ¿Osaré decirme a mí
                                  La causa de esta tristeza?
                                  ¿Pondré el alma a tal bajeza?
                                  No me atrevo a decir sí;
                                  Pero si conmigo aquí
                                  No descanso de mi mal,
                                  ¿Quién puede ser más leal
                                  Para mi bien que yo mismo,
                                   En este confuso abismo
                                  Donde llego a estar mortal?
                                      Mas ¿para qué es poner velos
                                  Al dolor que ha de salir?
                                  Acaba, amor, de decir
                                  Que todo mi mal son celos.
                                  ¡Ya lo dije, santos cielos!
                                  ¡Que quepa tan gran maldad
                                   En mi sangre y calidad!
                                  Pero celos es posible;
                                  Lo que parece imposible
                                  Es que quepa la verdad.
                                      ¡Qué mal consolada está
                                  El alma que ha de sufrir,
                                  Si me falta de decir
                                  El que los celos me da!
                                   ¿Cómo pronunciar podrá
                                  La lengua de un hombre sabio
                                  La causa de tal agravio?
                                  Porque si sale, imagino
                                  Que ha de abrasar el camino
                                  Desde el corazón al labio.
                                      ¿Quién no dirá que los tengo
                                  De un rey, de un hombre mi igual,
                                   De Castilla o Portugal,
                                  De donde soy, donde vengo?
                                  Mas ¿para qué me detengo?
                                  De un paje mis celos son;
                                  Éste, en aquesta ocasión,
                                  Me desvela noche y día,
                                  Si no es de mi fantasía
                                  Alguna loca ilusión...
                                       Cielos, ¿qué es esto? ¡Que un hombre
                                  De mi calidad se apure
                                  Tanto, que no se asegure
                                  De un mozuelo gentilhombre!
                                  Mas ¿no es justo que me asombre,
                                  Si alguna mañana ha entrado
                                  Adonde estoy acostado?
                                  ¡Y que una loca mujer
                                  Se fíe de quien ayer
                                   Era un villano atezado!
                                      ¡Mendocica en el jardín,
                                  Y Mendocica en la mesa,
                                  Mendocica a la Duquesa
                                  Si se le tuerce el chapín;
                                  Mendocica en todo, en fin,
                                  Y que yo no tenga celos!
                                  ¡Quitadme los ojos, cielos,
                                   Y dejádmelos sentir;
                                  Que mal se pueden sufrir
                                  Tan espantosos desvelos!

En este mismo acto segundo se halla la siguiente imitación de una fábula esópica:

           Isopo cuenta que había
       Un hombre en cierta nación,
       Que para su recreación
       Una perrilla tenía;
       Ésta, al entrar cada día
       En su casa, si tardaba,
       Le halagaba y retozaba,
       Por cuya causa a la mesa,
       Con la más segura presa
       El señor la regalaba.
           Atalayando un jumento
       Desde su caballeriza,
       Que porque le solemniza
       Le daba siempre sustento,
       Con asnal atrevimiento
       Una mañana salió,
       Y en dos pies se levantó,
       Y puso en el pecho todo
       Las manos llenas de lodo,
       Y aun dicen que le besó.
           Aplico y digo que he sido
        Este animal insensato,
       Que en tu pecho, sin recato,
       Poner la mano he querido;
       Confieso que he merecido
       Lo que el asno mereció,
       A quien el señor mandó
       Que le diesen muchos palos,
       En lugar de los regalos
       Que entre sus piensos pensó.

[p. 127]. [1] . Por cierto que en este poema, aunque de un modo muy revesado, no dejó de aludir Lope a la tragedia de doña Leonor de Mendoza, pues se introduce al hablar de ella, de su marido y de su hija, con el preludio de estas dos extrañísimas octavas:

       No se precie Alejandro que su padre
       Fué Júpiter adúltero, ni Alcides
       De la deshonra de su incasta madre
,
        De que hoy , Anfitrïón , justicia pides;
       
No es bien que origen fabuloso cuadre,
       Roma, a los montes con que el cielo mides,
       Olvida los dos hijos de la loba,
       Que la gentilidad al cielo roba.
      
       Vano subes allá, loco Faetonte,
       Desvanecida afrenta de Climene,
       Aunque corriendo al estrellado monte
       Cuentes los paralelos que el sol tiene;
       Tú, sol; tú, padre incierto , a mirar ponte
        De quién familia tan dichosa viene ,
       Para que vean Alejandro, Roma
       Y Alcides, que más alto origen toma.

Si la intención de estos versos fué la que sospechamos, flaco servicio hizo Lope al Duque con este panegírico de sus ascendientes.