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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS SOBRE EL TEATRO DE... > V : IX. CRÓNICAS Y LEYENDAS... > LII.—EL CABALLERO DE OLMEDO

Datos del fragmento

Texto

Ignoramos la verdadera fecha de esta preciosa tragicomedia , que no aparece en ninguna de las dos listas de El Peregrino , de donde inferimos que ha de ser posterior a 1614; suposición que, por otra parte, se confirma atendiendo a la corrección del estilo y a la maestría en la ejecución, que son características de la última manera de Lope. Fué impresa, después de la muerte de su autor, en la Veintiquatro parte perfeta , de Zaragoza, 1641. Reimpresa por Hartzenbusch en el tomo II de Comedias escogidas de Lope , de la colección Rivadeneyra. Traducida al francés por Eugenio Baret.

Dijo por equivocación Schack, y han repetido Chorley, La Barrera y otros, que en la Biblioteca del duque de Osuna existía un manuscrito de esta comedia con la fecha de 1606 y la licencia de 1607. Pero el único manuscrito que de esta procedencia se guarda en la Biblioteca Nacional, y que efectivamente tiene dicha fecha y la indicación de haber sido representada la obra por Morales, no es de El Caballero de Olmedo , de Lope, sino de otro Caballero de Olmedo , enteramente distinto, de autor [p. 56] anónimo o de tres ingenios, que ha sido reimpreso modernamente (1887) por Schaefier, y sobre el cual haré luego las advertencias necesarias.

Esta obra dramática, como otras de las mejores de Lope, procede de un cantarcillo tradicional, interpretado por el poeta:

       Que de noche le mataron
       Al caballero,
       La gala de Medina,
       La flor de Olmedo.

Quién fuese este caballero, en qué tiempo floreció y qué circunstancias intervinieron en su muerte, es punto en que las tradiciones no andan conformes. En el Nobiliario de Alonso López de Haro (1622) está consignada la versión que parece más auténtica; y probablemente no será el primer libro en que se halle: «D. Juan de Vivero, caballero del hábito de Santiago, señor de Castronuevo y Alcaraz, fué muerto viniendo de Medina del Campo de unos toros, por Miguel Ruiz, vecino de Olmedo, saliéndole al encuentro, sobre diferencias que traían, por quien se dijo aquellas cantilenas que dicen:

       Esta noche le mataron —al caballero,
       La gala de Medina,—la flor de Olmedo.» [1]

López de Haro, según mala costumbre de los genealogistas, omite la fecha, pero afortunadamente consta en un libro (inédito aún, según creemos) que a mediados del siglo pasado compuso el presbítero D. Antonio Prado y Sancho, y que con título de Novenario de Nuestra Señora de la Soterraña , con siete recuerdos históricos , panegíricos y morales , es, en realidad, una pequeña historia de la villa de Olmedo, de la cual es patrona aquella imagen. El relato de Prado merece fe, puesto gue se apoya en los protocolos notariales, y además en algún documento del archivo del convento de la Mejorada, donde el matador buscó asilo:

[p. 57] «Don Juan de Vivero, caballero hidalgo de la villa de Olmedo, pidió unos galgos a D. Miguel Ruiz de la Fuente, caballero hidalgo de la misma ciudad, el cual no los quiso dar, motivando esta negativa el deseo de venganza de parte de D. Juan. Encontráronse en el campo, y D. Juan cruzó con una vara el rostro a don Miguel, pero el ofendido caballero no tuvo valor para vengarse en aquella ocasión. Cuando su madre lo supo, cuentan que dijo: «No sea yo D.ª Beatriz de Contreras, si no te vengas de D. Juan, y de no hacerlo, te echaré mi maldición.» Obligado por la amenaza, determinó lavar su afrenta, y fué de esta manera: En el día 2 de Noviembre del año 1521 tuvo noticia que Vivero venía de Medina; le esperó poco antes de la Senovilla, y en el sitio que desde entonces se llama La Cuesta del Caballero , y al ponerse el sol, le mató traidoramente. Don Miguel se retiró al monasterio de la Mejorada, siendo perseguido por las justicias de Valladolid, Medina y Olmedo, pues era el caballero muerto muy calificado, y de su casa descienden los Condes de Fuensaldaña. Padeció el monacterio muchos trabajos, hasta el punto que los religiosos tuvieron que llevar el Santísimo Sacramento a Olmedo. Para concluir, el matador huyó disfrazado, encaminándose a México, donde tomó el hábito de lego de Santo Domingo, y donde murió a los sesenta años de su edad, en grande opinión de santidad, declarando a la hora de su muerte su patria y la causa de su retiro. Siguióse el pleito para los alimentos de la Sra. D.ª Beatriz de Guzmán, mujer del difunto, y le adjudicaron todos los bienes que por herencia paterna tenía D Miguel de la Fuente, según sentencia del juez, y ante Alonso Sánchez de Villacorta, escribano de Olmedo, y hay está en el oficio de Francisco Polo, donde se puede ver extensamente.» [1]

Esta forma, que es la más antigua de la tradición, no es la más poética, pero es probablemente histórica en todos sus detalles. Acaso no la conocieron los poetas, ni en rigor era menester [p. 58] que la conociesen, puesto que con el cantar les bastaba, y su misma vaguedad misteriosa era un nuevo atractivo para la fantasía. El suceso había acontecido, como vemos, en tiempo de los Reyes Católicos; Lope le puso en el reinado de Don Juan II; el autor o autores de la obra anónima, en el de Don Enrique III. Lope llamó al muerto D. Alonso, sin apellido, y a los asesinos, que en su drama son dos, D. Rodrigo y D. Fernando. En la pieza de 1606, D. Alonso lleva los apellidos de Vivero y Girón, y el matador es un Conde inglés, a quien ayuda otro extranjero llamado Rodulfo. Los motivos de la catástrofe son, en ambas obras, lances de amor y celos, competencias y bizarrías de fiestas y toros. Pero aquí se detiene la semejanza, siendo en todo lo demás independientes dichas fábulas, y tan admirable la de Lope como detestable la del poeta o poetas incógnitos .

El teatro que, como luego veremos, trató, no solo en serio, sino también en burlas, este argumento, pudo contribuir a que su recuerdo no se borrase, y lo cierto es que ha llegado a nuestros días, y se cuenta en Olmedo y en Medina, y está enlazado con sitios y tradiciones locales. Y aun ha habido un curioso caso de contaminación con otra leyenda de carácter geográfico. [1] Se dice que cierta dama, burlándose del caballero de Olmedo, le dijo que sería suya cuando las aguas del Adaja pasasen por Medina. El caballero la pidió un año de término, y, en efecto, cambió el cauce del río, abriendo una zanja de dos leguas para llevarle a confluir con el Zapardiel, al pie de la colina donde se alza el castillo de la Mota. Hay, en efecto, allí restos de un canal enteramente cegado, y de aquí nació esta conseja, que pudiéramos llamar hidráulica , y que tiene visos de antigua.

[p. 59] En un libro anónimo y bastante desatinado, que, con el título de Recuerdos de un viaje por España , salió en 1849 de las prensas de Mellado, se lee un relato enteramente novelesco de las aventuras del caballero de Olmedo, a quien caprichosamente se llama D. Juan Maldonado, así como doña Ana a la señora en cuyo servicio abrió la famosa zanja. El final es del gusto romántico más desaforado. Doña Ana, para librarse de ser esposa de D. Juan, discurre matarle por medio de un pajecillo de quien estaba enamorada. Le asalta el paje, en efecto, y le hiere de muerte en el camino de Medina, pero, ¡cuál sería su terror al presentársele de repente su madre, exclamando a vista del cadáver: «¡Desgraciado, ese hombre era tu padre!» El paje huyó no se sabe adónde; doña Ana se metió en un convento, y al caballero le enterraron en el jardín de la viuda, poniendo en su sepultura este epitafio:

       Aquí murió quien de cortesía usó,
       Quien pudiendo matar, no mató.

Estas invenciones de algún romántico melenudo y febricitante, de los que por aquel tiempo abundaban en Castilla la Vieja, han pasado a varias Guías del viajero , entre ellas la que publicó el mismo Mellado; y no será gran maravilla que en la misma comarca que fué teatro de la tragedia, comiencen a incorporarse con la narración antigua, desvirtuándola; cuando precisamente lo mejor que tenía era la vaguedad, como advirtió muy bien Quadrado: «Lo cierto es que al llegar a la cuesta del Caballero , donde sucedió la catástrofe, a la hora del crepúsculo, siente uno estremecerse, y al través de los pinares cree divisar la triste sombra y percibir el gemido del héroe de la leyenda, que cuanto más desconocido y vago, más vivamente impresiona la fantasía.» [1]

Dícese vagamente que hubo romances sobre el caballero de Olmedo. El único que ha llegado a mi noticia no es popular, sino artístico, y de poeta muy conocido, el Príncipe de Esquilache. [p. 60] Tiene alguna relación con la comedia de Lope, pero no precede de ella:

          Enamorado en Medina
       El caballero de Olmedo,
       Galán se parte a las fiestas
       La víspera de San Pedro.
          No repara en su peligro,
       Porque el amante más cuerdo,
       Si es valiente con amor,
       Es temerario con celos.
           La noche le acompañaba
       En tan obscuro silencio,
       Que hasta las hojas y flores
       Guardó en prisiones el sueño.
           Un criado le acompaña,
       Segundo galán del pueblo,
       En sus amores testigo,
       Y en su muerte compañero.
           ¡Qué fuera está de pensar
       De su jornada el suceso;
       Que son desdichas mayores
       Las que no se previnieron!
           Del Cancionero repite,
       Cantando, los tristes versos:
       «Si por ti pierdo la vida,
       ¡Oh qué bien, señora, muero!»
           Sólo en el monte escuchaba
       Silbos, y vozes de lexos,
       De los perros el cuidado,
       De las ovejas el miedo.
           Llegó primero a Medina
       Que al monte dixo el lucero
       Que dormir quiere la noche
        Y salir el sol despierto.
           Llegó apenas, cuando vino
       De su dama un escudero,
       A darle la bienvenida
       Al desdichado mancebo,
           Y a dezirle que esta noche,
       Más seguro y más secreto,
       Por el jardín, como suele,
       Entrar podrá en su aposento.
            [p. 61] ¡Qué largo rezela el día!
       Y agradecido y suspenso,
       Con mil anuncios se viste,
       De las fiestas cuadrillero.
           Quedó deshecho en pedazos
       En sus manos el espejo,
       Y el caballo de la entrada
       Cayó de repente muerto.
           Todo le anima y le enoja;
       Que siempre son los agüeros
       Espuelas de los amantes
       Y enfados de los discretos.
           ¡Qué galán salió a la plaza,
       Vestido de azul y negro,
       Para muestra de su amor,
       Para galas de su entierro!
           Con las damas apacible,
       Con los toros bravo y fiero,
       Robó a doña Ana los ojos
       Cuando llevó los del pueblo.
           Todo es enojo y ofensa
       A su marido y sus deudos,
       A quien descubrió el criado
        De aquella noche el concierto.
           Acabáronse las fiestas
       Aquella tarde más presto;
       Que anochece más temprano
       Para desdichas el tiempo.
           Apenas salió vestido
       De sus lumbreras el cielo,
       Cuando don Juan desdichado
       Acudió galán al puesto.
           En él armado le espera
       Con sus parientes don Diego,
       Caballeros de Medina,
       No en el valor caballeros.
           ¿Tantos aceros se juntan
       Contra un amoroso yerro?
       ¿Tan gran valor es vengarse?
       ¿Matarle tan gran trofeo?
           ¡Qué bien se miran y escuchan
       Entre el rumor y el estruendo,
        [p. 62] De las espadas los golpes,
        De las centellas el fuego!
           ¡Oh, qué bien riñe don Juan!
       ¡Oh, qué bizarro y qué diestro!
       Mas son los contrarios muchos
       Y yace el criado muerto.
           Ni vozes ni luzes sirven
       A su vida de remedio,
       Que entre ofensas y venganzas
       Él y otros dos la perdieron.
           Desde entonces le cantaron
       Las zagalas al pandero,
        Los mancebos por las calles,
       Las damas al instrumento:
            Esta noche le mataron al caballero ,
        A la gala de Medina , la flor de Olmedo . [1]

Es para mí de toda evidencia que la comedia descubierta y reimpresa por Schaeffer precedió en bastantes años a la de Lope de Vega. Así me lo persuaden, no sólo la fecha de 1606 consignada en el manuscrito de la Biblioteca de Osuna, sino la consideración de que si hubiera existido ya sobre el mismo asunto una obra tan bella como la de nuestro gran poeta, el autor o autores de esta obra la habrían tenido presente, la habrían refundido, como era costumbre, o a lo menos habrían dejado algún rastro de ella. ¡Qué insigne torpeza hubiera sido huir de tal modelo, para trocar su interesante, amena y bien trazada fábula, por lances tan disparatados e inconexos; sus vivos afectos, su pulida y deliciosa versificación, por un estilo tan bárbaro y pedestre! Además, [p. 63] ya he dicho que todas las condiciones exteriores de la obra de Lope, que se acerca mucho a la perfección en su género, la colocan en los últimos años del poeta, cuando su gusto estaba completamente formado, cuando era maestro en la técnica teatral, cuando escribía con más reposo, con más dominio y conciencia de su genio. Hasta el empleo frecuente de ciertos metros, como la décima, parecen marcar esta fecha; y, por otra parte, tenemos un dato capital, que es la semejanza de muchas escenas con otras de la Dorotea , hasta el punto de encontrarse en la primera jornada de El Caballero un romancillo que también se lee con variantes en el acto tercero, escena segunda, de aquella famosa acción dramática no representable. Y es bien sabido que la Dorotea , calificada por Lope de « obra póstuma suya, y por ventura la más querida », no apareció hasta 1632.

El texto del anónimo Caballero de Olmedo , hallado por Schaeffer en un rarísimo y desconocido tomo de Comedias varias que él posee, falto de portada y preliminares, pero que por varias circunstancias que aquel erudito alemán discretamente nota, parece impreso entre 1612 y 1616, está de tal suerte estragado, que en muchos lugares apenas hace sentido. [1] Mucho podría corregirse con ayuda del manuscrito de la Biblioteca National, pero es dudoso que nadie tenga valor para reimprimir tal engendro, que no sólo carece de belleza poética, sino hasta de sentido gramatical.

¿A qué pluma ha de atribuirse esta obra tan desatinada y ridícula? El final de la comedia dice:

       ¡A Dios mundo, no más redes!
       Hoy, Elvira se despide
       De ti.

       DON RODRIGO
        Carrero , Telles y Salas piden
       Perdonen vuesas mercedes.

[p. 64] No hay noticia de ningún Carrero o Portocarrero que fuese poeta dramático en aquel tiempo. Salas hace pensar en Salas Barbadillo, y Telles en Fr. Gabriel Téllez (aunque en sus comedias, por lo menos en las profanas, usó siempre su seudónimo literario); pero ¿quién podría atribuir semejante adefesio a dos tan excelentes y cultos escritores como Tirso y Salas? Además, el tercer renglón de esa redondilla es pura prosa; tiene que haber alguna palabra interpolada, y piden no es consonante de despide. El poeta que pide perdón ha de ser uno solo: ¿quién es ese poeta? Creemos que ninguno de los que tienen obras en el tomo descubierto por Schaeffer: no puede ser ni D. Diego Ximénez de Enciso, ni el licenciado Damián Salustio del Poyo, ni Luis Vélez de Guevara, ni D. Guillén de Castro, porque todos éstos eran autores de gran mérito, incapaces de escribir los desatinos que en esta obra se leen. Tampoco sería justo atribuirsela al representante Juan Bautista de Villegas, que fué poeta no despreciable, hasta el punto de que una comedia suya ( La despreciada querida) ha podido pasar a los ojos del mismo Hartzenbusch por obra de Lope. Hay que buscar un ingenio de menor cuantía que éstos, y no se me ocurre más nombre que el de Andrés de Claramonte, cuyo estilo zafio y grosero es el que campea en esta pieza, de la cual acaso tampoco sea autor primitivo, sino mero refundidor. Y es de advertir que borrando los nombres de Carrero , Telles y Salas (que probablemente serían los cómicos que representaron la pieza), y poniendo en su lugar el de Claramonte , queda bien el verso:

       De ti.
       — Claramonte pide
       Perdonen vuesas mercedes.

Pero no vale la pena de apurar el magín para descubrir el autor de una obra tan mala, que no tiene más recomendación que su rareza y su asunto tradicional. Y aun de éste apenas acertó a sacar partido el autor incógnito, salvo en una situación que era patética de suyo, y tenía que resultar así por muy mal [p. 65] tratada que estunera; y realmente la desempeñó, si no con mucho arte, a lo menos con bastante sentimiento. Me refiero al final del segundo acto, en que D. Rodrigo Girón encuentra moribundo a su hijo D. Alonso, muerto alevosamente entre Olmedo y Medina por el Conde extranjero y su cómplice Rodulfo. Esta escena está evidentemente inspirada en los romances de Valdovinos y el marqués de Mantua. Transcribo lo principal de ella, porque es lo único que de esta comedia merece conocerse, y no ha de pesar su conocimiento:

(Sale D. Rodrigo Girón , la espada desnuda y la capa revuelta al brazo.)

       DON RODRIGO
       ... Al fin salí
       De estas espesuras, donde
       Me metió el caballo.

       DON ALONSO
        (Con voz lastimera.)
       ¡Ah, Conde,
       Nunca yo te merecí
           Esta muerte!

       DON RODRIGO
       ¡Ay, santo Dios,
       Y qué voz tan dolorosa!

       DON ALONSO
       Ya de hoy más, querida esposa,
       No nos veremos los dos.

       DON RODRIGO
           Voz débil, mas parecida
       A la de mi hijo querido...
       Pondré a do suena el oído;
       Que me va en ello la vida.
       .........................
           Ya no puedo reprimir
       La pena del corazón:
        [p. 66] ¡Cielos, estas voces son
       Que a la muerte me hacen ir!
           Con la oscuridad no acierto
       Con quien está voces dando;
       Espada, id ramos cortando.

       DON ALONSO
       ¡Ay!

       DON RODRIGO
       Camino he descubierto;
       En esta maleza está.

       DON ALONSO
       ¡Que al fin sin confesión muero!

       DON RODRIGO
       ¡Buen ánimo, caballero!

        DON ALONSO
       ¿quién este ánimo me da?

       DON RODRIGO
       Un caballero viandante.

       DON ALONSO
       ¿Vais a la corte?

       DON RODRIGO
       No, amigo.

       DON ALONSO
       ¿Conocéis a don Rodrigo
       Girón?

       DON RODRIGO
       Como a mí.

       DON ALONSO
       Bastante
       Es ese conocimiento,
       Para que en tan triste calma
        [p. 67] Se detenga un poco el alma.
       ¿Vais a Olmedo?

       DON RODRIGO
       Sí, al momento.
       ¿En qué os podré allá, servir?

       DON ALONSO
       Decidle... ¡ay, dolor prolijo!
       Oue haga bien por su hijo.

       DON RODRIGO
       ¿A quién se lo he de decir?

       DON ALONSO
       A don Rodrigo Girón.

       DON RODRIGO
       ¿Quién diré me lo ha encargado?

       DON ALONSO
       Don Alonso el desdichado,
       Su hijo.

       DON RODRIGO
       ¡Ay, mortal pasión!
       ¿Qué veo, qué oigo, hijo mío,
       Ante cuyos pies me postro?
       Muestra, limpiaréte el rostro.
       ¿Eres tú?...

       DON ALONSO
           ¡Abrazadme, haced buen pecho,
       Llegad ese rostro acá!
           Besaré ese rostro amado...
       Ahora es justo me valgas.
       ¡Alma, tan presto no salgas!
       Detente, si un desdichado
        [p. 68] Puede, muriendo, contigo.
       Padre mío, ¿no me habláis?
       ¡Ved que otra muerte me dais!

       DON RODRIGO
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       ¿Para qué estas canas son?
       ¿Por qué en el mundo me dejas?

       DON ALONSO
       Inútiles son las quejas
       Que dais.

       DON RODRIGO
       Mi Alonso, ¿quién son
       Los homicidas?

       DON ALONSO
       El Conde.

       DON RODRIGO
       ¿Qué Conde?
        (Salen Galapagar y un religioso , con linterna.)

       GALAPAGAR
       Mi padre, apriesa.

       HERMITAÑO
       ¿Vive?

       GALAPAGAR
       Sí.

       HERMITAÑO
       Ventura es esa;
       Dios su clemencia no esconde.

       DON RODRIGO
       ¡Hijo, ánimo!
        [p. 69] DON ALONSO
       Ya le tengo,
       Padre, dejadme, entretanto
       Que en este mortal quebranto
       Vida al alma le prevengo.

       DON RODRIGO
       Confiésate enhorabuena.

       HERMITAÑO
       Allí, señor, a aquel lado
       Podéis estar apartado.

       DON RODRIGO
       Si no me acaba la pena.
       ..........................

       DON ALONSO
       De todo pido perdón
       A Dios.

       HERMITAÑO
       Que os le dará fío.

       DON ALONSO
       Llegaos acá, padre mío,
       Dadme vuestra bendición.

       DON RODRIGO
       ¡La de Dios te alcance, hijo!

       DON ALFONSO
       ¡Jesús, María!

       DON RODRIGO
       Acabóse:
       ¡Dios haya su alma!
        [p. 70] DON RODRIGO
           ¡Acabóse
       Mi regalo y regocijo!
           Ahora sí que decir puedo
       Que triunfas ¡oh muerte indina!
       De la gala de Medina
       Y el que fué la flor de Olmedo.
           ¡Boca que hablarme solía
       Y quitarme mil enojos,
       Labios cárdenos y rojos
       Que érais toda mi alegria...
           ¿Cómo no me habláis, decí?
        (Mesándose las barbas.)
       
Estas canas, ¿qué os han hecho?

       HERMITAÑO
       Señor, esforzad el pecho.

       GALAPAGAR
       ¡Ay, mi señor! ¡Ay de mí!

       HERMITAÑO
           Con este infortunio os prueba
       Dios, como a su siervo Job:
       Recebid como Jacob,
       De aqueste golpe la nueva.
           Dios os le quitó; otro alguno
       No pudiera; dalde ya
       Las gracias; que él os dará
       Cien hijos por este uno.

       DON RODRIGO
           ¡Montes deste campo impío,
       Causa de mi triste luto,
       Ruego a Dios que no deis fruto
       Ni os dé el Cielo su rocío!...
           Las aves que por el cielo
       Fueron con alas abiertas,
        [p. 71] Caigan al momento muertas
       Si cruzan por vuestro suelo.
           ¡Mal Conde, por agua gaste
       Tu aleve sangre este lago
       Que a Duero camina, en pago
       Del hijo que me quitaste!
           ¡Y las fieras más crueles
       Que aqueste monte crió,
       Me den muerte cuando yo
       Comiere pan a manteles;
           Cuando la barba peinare,
       Camisa limpia vistiere,
       Noche en poblado hiciere,
       O en cama el cuerpo acostare;
           Cuando hubiere regocijo
       En mí, de ninguna suerte,
       Hasta que vengue la muerte
       De don Alonso mi hijo!

       HERMITAÑO
       Las venganzas, dice Dios
       Que se le dejen a él;
       Que la sangre deste Abel
       Él la vengará.

       DON RODRIGO
       Los dos
       Me ayudad, amigos míos,
       A sacar deste desierto
       A este noble cuerpo muerto,
       Siendo a mis lágrimas píos.

       HERMITAÑO
       Lleguemos.

       DON RODRIGO
       La mayor parte
       Sobre mi pecho, cargad,
       Pues es suya la mitad.

       HERMITAÑO
       ¡Quiera, el cielo perdonarte!

[p. 72] Los rasgos naturales y afectuosos de esta escena, contrastan de tal modo con lo restante de la monstruosa composición, que hacen sospechar refundición de un texto anterior, para lo cual, como veremos luego, no faltan otros indicios. El final de la tragicomedia es cruento sobre toda ponderación; la propia dama mata a puñaladas al asesino del caballero de Olmedo, a quien había atraído con el señuelo de una cita amorosa, catástrofe que se encuentra también en las Audiencias del Rey Don Pedro , de nuestro Lope, y que fué muy del gusto de varios dramaturgos menores, como Montalbán y Monroy, en quienes se acentuó la tendencia melodramática.

Nada tomó Lope de la comedia anónima, y dispuso la acción de una manera enteramente diversa. Los dos primeros actos de El Caballero de Olmedo son una deliciosa comedia de costumbres, una intriga de amor algo prirnaveral y celestinesca. La gracia y la viveza de estas escenas, contrastan con el terror trágico, que es tan hondo y dominante en el acto tercero. Schack, tan admirador de Lope, y que muchas veces llega a la hipérbole tratándose de obras muy inferiores a ésta, no me parece haber percibido debidamente el enlace entre las partes de esta fábula, que sin duda leyó muy de prisa, puesto que tacha a su autor de incomprensible ligereza , precisamente en una de las obras que escribió con más reflexión y cuidado. Reconoce Schack, como es justo, que los dos primeros actos son excelentes y de una fuerza cómica inimitable; pero encuentra brusca la transición y discordante el tono en la tercera jornada. Para mí, por el contrario, brilla el arte del poeta en la manera de preparar y vencer esta dificultad, que él mismo se crea como para hacer vistoso alarde de sus facultades en los estilos más opuestos. Los dos primeros actos no son enteramente cómicos, aunque estén llenos de chistes y agudezas de dicción y presenten cuadros de costumbres, y aun de malas costumbres, trazados con pincel fácil y atrevido. Una especie de sombra fatídica pesa sobre los personajes, y ahoga con frecuencia en sus labios la voz del placer: se comprende que están predestinados para algo siniestro; que su juventud, su amor, su [p. 73] gallardía, no serán parte a detener la inexorable suerte; viven entre presagios y agüeros, aunque se rebelan contra su influjo: las malas artes de la hechicería alternan con las del lenocinio. Amor que comienza con mágicos cercos y conjuros; que se fragua en las tinieblas por misterio de una bruja, cuyo poder se encarece en estos términos:

       Fabia, que puede transponer un monte;
       Fabia, que puede detener un río,
       Y en los negros ministros de Aqueronte
       Tiene, como en vasallos, señorío;
       Fabia, que deste mar, deste horizonte,
       Al abrasado clima, al Norte frío
       Puede llevar un hombre por el aire...,

tiene mucho más de trágico que de cómico, y no puede anunciar un final muy placentero. Un fatalismo tétrico, pero que no carece de poesía a su modo, y que además está templado por las escenas de donaire y por la mórbida y suave manera del poeta, es el alma de la composición. Lope, ingenio radicalmente popular, tenía algo y aun algos de supersticioso; lo es hasta en composiciones de carácter íntimo, como en la égloga Amarilis , tristísima confesión de sus postreros amores. Difícil sería determinar qué grado de fe concedía a los prestigios diabólicos y a las artes mágicas; pero todo induce a creer que, a pesar de las cristianas y repetidas salvedades que leemos en esta comedia:

       Ven a Medina y no hagas
       Caso de sueños y agüeros,
       Cosas a la fe contrarias.
       ..........................
       No creo en hechicerias,
       Que todas son vanidades;
       Quien concierta voluntades,
       Son méritos y porfías,

las consideraba algo más que como un recurso literario. Y precisamente de esta tendencia supersticiosa suya nace la sincera [p. 74] emoción con que está tratada la parte fantástica de El Caballero de Olmedo.

       DON ALONSO
       De decirte me olvidaba
       Unos sueños que he tenido.

       TELLO
       ¿Agora en sueños reparas?

       DON ALONSO
       No los creo, claro esta;
       Pero dan pena.

       TELLO
       Eso basta.

       DON ALONSO
       No falta quien llama a algunos
       Revelaciones del alma.
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       Hoy, Tello, al salir el alba,
       Con la inquietud de la noche,
       Me levanté de la cama,
       Abrí la ventana aprisa,
       Y mirando flores y aguas
       Que nuestro jardín adornan,
       Sobre una verde retama
       Veo ponerse un jilguero,
       Cuyas esmaltadas alas,
       Con lo amarillo, añadían
       Flores a las verdes ramas...
       Sale un azor de un almendro,
       Adonde escondido estaba,
       Y como eran en los dos
       Tan desiguales las armas,
       Tiñó de sangre las flores,
       Plumas al aire derrama.
        [p. 75] Al triste chillido, Tello,
       Débiles ecos del aura
       Respondieron, y no lejos,
       Lamentando su desgracia,
       Su esposa, que en un jazmín
       La tragedia viendo estaba.
       Yo, midiendo con los sueños
       Estos avisos del alma,
       Apenas puedo alentarme;
       Que con saber que son falsas
       Todas estas cosas, tengo
       Tan perdida la esperanza,
       Que no me aliento a vivir.

Con tales anuncios desde el acto segundo, no pueden cogernos de improviso los fantasmas que asedian al caballero desde que sale por las puertas de Medina, los cantos lúgubres que escucha antes de llegar a la cuesta fatídica, los avisos del cielo, que le exhortan a volverse, todo aquel aparato terrorífico que le anticipan los funerales. Hemos visto, al tratar de El Infanzón de Illescas , cuán frecuentes son en Lope de Vega las apariciones de muertos. A todas las que citamos hay que añadir ésta de El Caballero de Olmedo , que es más original y sorprendente que ninguna, porque es la duplicación de la personalidad de don Alonso, cuyos bríos llegan hasta retar a su propia sombra. No recuerdo más situación semejante que la de Ludovico Enio en otra comedia de Lope de Vega, EI mayor prodigio o el purgatorio en vida , imitada luego por Calderón en su Purgatorio de San Patricio.

A! retirarse D. Alonso , una Sombra con una máscara negra y sombrero ,

y puesta la mano en el puño de la espada , se le pone delante.

       DON ALONSO
       ¿Qué es esto? ¿Quién va? De oírme
       No hace caso. ¿Quién es? Hable.
       ¡Que un hombre me atemorice,
       No habiendo temido a tantos!
       ¿Es don Rodrigo? ¿No dice
       Quién es?
        [p. 76] LA SOMBRA
       Don Alonso

       DON ALONSO
       ¿Cómo?

       LA SOMBRA
       Don Alonso.

       DON ALONSO
           No es posible.
       Mas otro será; que yo
       Soy don Alonso Manrique.
       Si es invención, meta mano...
       Volvió la espalda.
            Vase la Sombra.
           Seguirle
       Desatino me parece.
       ¡Oh imaginación terrible!
       Mi sombra debió de ser.
       Mas no, que en forma visible
       Dijo que era don Alonso.
       Todas son cosas que finge
       La fuerza de la tristeza,
       La imaginación de un triste.
       ¿Qué me quieres, pensamiento,
       Que con mi sombra me afliges?
       Mira que temer sin causa
       Es de sujetos humildes...

Prosigue D. Alonso su triste y solitaria jornada, y oye a un rústico el cantar de su muerte, aquel cantar tradicional que ha sido germen de este maravilloso drama:

       DON ALONSO
       Lo que jamás he tenido,
       Que es algún recelo o miedo,
       Llevo caminando a Olmedo;
       Pero tristezas han sido.
        [p. 77] Del agua el manso rüido
       Y el ligero movimiento
       Destas ramas con el viento,
       Mi tristeza aumentan más;
       Yo camino, y vuelve atrás
       Mi confuso pensamiento.
           De mis padres el amor
       Y la obediencia me lleva,
       Aunque ésta es pequeña prueba
       Del alma de mi valor.
       Conozco que fué rigor
       El dejar tan presto a Inés...
       ¡Qué obscuzidad! Todo es
       Horror, hasta que el aurora
       En las alfombras de Flora
       Ponga los dorados pies.
           Allí cantan. ¿Quién será?
       Mas será algún labrador
       Que camina a su labor.
       Lejos parece que está...
       Pero acercándose va.
       Pues ¡cómo! Lleva instrumento;
       Y no es rústico el acento,
       Sino sonoro y süave.
       ¡Qué mal la música sabe
       Si está triste el pensamiento!

       UNA VOZ
        Canta desde lejos y viene acercándose.
           Que de noche le mataron
       Al caballero,
       La gala de Medina,
       La flor de Olmedo.

       DON ALONSO
           ¡Cielos! ¿Qué estoy escuchando?
       Si es que avisos vuestros son,
       Ya que estoy en la ocasión,
       ¿De qué me estáis informando?
           Volver atrás, ¿cómo puedo?
       Invención de Fabia es,
        [p. 78] Que quiere, a ruego de Inés,
       Hacer que no vaya a Olmedo.

       LA VOZ
            Dentro.
       Sombras le avisaron
       Que no saliese,
       Y le aconsejaron
       Que no se fuese
       El caballero,
       La gala de Medina,
       La flor de Olmedo.

       DON ALONSO
       ¡Hola, buen hombre, el que canta!

       LABRADOR
       ¿Quién me llama?

       DON ALONSO
       Un hombre soy
       Que va perdido.

       LABRADOR
       Ya voy.
       Veisme aquí.

       DON ALONSO
       Todo me espanta. (Aparte.)
       ¿Dónde vas?

       LABRADOR
       A mi labor.

       DON ALONSO
       ¿Quién esa canción te ha dado,
       Que tristemente has cantado?

       LABRADOR
       Allá en Medina, señor.
        [p. 79] DON ALONSO
       A mí me suelen llamar
       El caballero de Olmedo,
       Y yo estoy vivo.

       LABRADOR
           No puedo
       Deciros deste cantar
           Más historia ni ocasión,
       De que a una Fabia le oí,
       Si os importa, ya cumplí
       Con deciros la canción.
           Volved atrás; no paséis
       Deste arroyo,

       DON ALONSO
       En mi nobleza
       Fuera ese temor bajeza.

       LABRADOR
       Muy necio valor tenéis.
       Volved, volved a Medina.

       DON ALONSO
       Ven tú conmigo.

       LABRADOR
       No puedo.

       DON ALONSO
       ¡Qué de sombras finge el miedo!
       ¡Qué de engaños imagina!
           Oye, escucha. ¿Dónde fué,
       Que apenas sus pasos siento?
       ¡Ah, labrador! Oye, aguarda.
       «Aguarda», responde el eco.
       ¡Muerto yo! Pero es canción
       Que por algún hombre hicieron
        [p. 80] De Olmedo, y los de Medina
       En este camino han muerto.
       A la mitad dél estoy:
       ¿Qué han de decir si me vuelvo?
       Gente viene... No me pesa.
       Si allá van, iré con ellos.

Por no pecar de prolijo, no insertaré ni la escena de la muerte alevosa dada al caballero, ni el llanto de su fiel servidor, en cuyos brazos rinde el alma. Todo ello es un modelo de nerviosa y viril poesía, donde no hay palabra que huelgue.

Verdad es que en toda esta tragicomedia el estilo es purísimo e intachable, así en la parte cómica como en la seria. Hay en los dos primeros actos muchas imitaciones felices y deliberadas de la Celestina. Parecerá, a primera vista, singular que para conseguir fines de amor honesto y encaminado a matrimonio, se valga el caballero de Olmedo de tercerías y equívocos mensajes que no pueden menos de traer el fatal resultado de infamar la casa de un anciano y honrado caballero. Pero téngase presente que El Caballero de Olmedo no es una comedia de costumbres contemporáneas, sino un drama novelesco y tradicional, cuya acción se coloca en tiempo de Don Juan II, y en que el autor procura y consigue poner todo el color local adecuado al argumento. Por eso hace tanto uso de las supersticiones, que efectivanente pululaban en aquel reinado (que fué de grandísima anarquía y relajación moral), como lo prueban los ordenamientos legales, tantas veces repetidos por lo mismo que en la práctica resultaban infructuosos, contra los que «usan de agüeros de aves, e de estornudos, e de palabras que llaman proverbios , e de suertes, e de hechizos, y catan en agua o en cristal, o en espada o en espejo, o en otra cosa lucia, o fazen hechizos de metal o de otra cosa cualquier, de adevinanza de cabeza de ome muerto o de bestia o de palma de niño o de mujer virgen, o de encantamientos, o de cercos, o de desligamientos de casados, o cortan la rosa del monte... e otras cosas de estas semejantes, por haber salud e por haber las cosas [p. 81] temporales que cobdician». [1] Aberraciones todas que se reflejan en aquel memorable y siniestro episodio de Las Trescientas , de Juan de Mena, en que los próceres de Castilla, malcontentos con la dominación de D. Álvaro de Luna, acuden a una hechicera que moraba en Valladolid, para saber, mediante sus artes, el destino que aguardaba al privado; consulta rigurosamente histórica, como la que hicieron simultáneamente los partidarios del Condestable a un fraile nigromante que vivía en el convento de la Mejorada, cerca de Olmedo. Véase, pues, cómo Lope, haciendo a sus personajes vivir y moverse en aquel mismo tiempo y en aquellos mismos lugares de Castilla la Vieja, donde tanto había arraigado esta venenosa planta, procedió con la más nimia y plausible exactitud arqueológica.

Y lo mismo ha de decirse de las escenas de amores y tercerías. No pertenecen al siglo XVII, sino al siglo XV; son contemporáneas de El Corbacho y de Calisto y Melibea. Lope no las hubiera puesto en una comedia de costumbres urbanas y caballerescas de su tiempo; las hubiera relegado a otros círculos dramáticos de su obra, tan vasta como el mundo, al círculo en que campean los personajes de El Rufián Castrucho , de El Arenal de Sevilla , de El Anzuelo de Fenisa , y aun de la Dorotea. A un medio social muy distinto corresponden las figuras de El Caballero de Olmedo; pero como pertenecen también a una época muy diversa, su amor no sigue los decorosos trámites de una comedia de capa y espada, sino los pasos ocasionados y peligrosos que siguió el mancebo Calisto desde que entró buscando su fa~cón en las huertas de Melibea y quedó súbitamente prendado de la hermosura de la doncella. Y también sigue Lope el rastro del autor de la inmortal tragicomedia en hacer simpáticos, pero no exentos de culpa, a sus amantes, mostrando patente en su lastimero fin la ley de la expiación, si bien en El Caballero recaiga sobre culpas más veniales. Tal moralidad parece resumirse en estos dos versos:

        [p. 82] ¡Cuántas casas de nobles caballeros
       Han infamado hechizos y terceros!

Ponderar la maestría de Lope en estas escenas que tan del natural había estudiado, parece cosa superflua para quien conozca las que del mismo género hay en su Dorotea , que es, de todas las imitaciones de la obra del bachiller Fernando de Rojas, la que más próxima está a su inaccesible modelo. Ni es preciso tampoco señalar una por una estas imitaciones, por lo mismo que son tan obvias. ¡Cuántos rasgos profundamente cómicos pueden sacarse de todos los diálogos en que interviene Fabia! ¡Qué gracia y desenfado en sus redondillas!

           La fruta fresca, hijas mías,
       Es gran cosa, y no aguardar
       A que la venga a arrugar
       La brevedad de los días.
       ...............................
           ¿Veisme aquí? Pues yo os prometo
       Que fué tiempo en que tenía
       Mi hermosura y bizarría
       Más de algún galán sujeto.
           ¿Quién no alababa mi brío?
       ¡Dichoso a quien yo miraba!
       Pues ¿qué seda no arrastraba?
       ¡Qué gasto, qué plato el mío!
           Andaba en palmas, en andas;
       Pues ¡ay Dios! si yo quería
       ¡Que regalos no tenía
       Desta gente de hopalandas!
           Pasó aquella primavera,
       No entra un hombre por mi casa;
       Que como el tiempo se pasa,
       Pasa también la hermosura...

La astucia de introducirse el amante o su criado en hábito de dómine o clerizonte en casa de la dama, so pretexto de darla lecciones de latín y de canto para la vida de monja que finge escoger, se encuentra ya en una comedia de las más antiguas de Lope, [p. 83] El dómine Lucas, y reaparece en el saladísimo dómine Berrio de Marta la piadosa.

Para que todo sea profundamente histórico en El Caballero de Olmedo , lo es hasta el carácter de Don Juan II, que apenas hace más que atravesar la escena, pero no sin que el poeta condense en cuatro versos la flojedad y desidia de su carácter, y la especie de servidumbre moral en que le tenía D. Álvaro de Luna:

       REY
       No me traigáis al partir
       Negocios que despachar.

       CONDESTABLE
       Contienen sólo firmar:
       No has de ocuparte en oír.

Al lado de esta enérgica pincelada, poco monta el leve anacronismo que el poeta comete, atribuyendo a la época de D. Ávaro el Ordenamiento de la Reina Doña Catalina sobre el encerramiento de judíos y moros , que realmente fué dado en Valladolid a 2 de enero de 1412, cuando Don Juan II reinaba ya, pero aun no había cumplido los siete años. Pero no yerra ni en cuanto a los términos sustanciales del decreto, ni en cuanto a la influencia que en él tuvo San Vicente Ferrer. Tan menudamente estaba enterado Lope de los fastos de Castilla.

Entre los autores que han tratado de esta comedia, ninguno la ha ensalzado tanto ni ha sentido tan bien sus peculiares bellezas, como el traductor francés Eugenio Baret. [1] En algunos puntos acaso habría que moderar su entusiasmo; pero es tarea que a mí, comentador y apologista de Lope, no me incumbe. Véanse sus palabras:

«Será posible pintar las pasiones con más profundidad, pero nunca se las pintará tan vivas como en este drama. No se concibe [p. 84] tragedia más patética y dolorosa. La juventud y la belleza, el heroísmo y la ternura, nunca serán representados con más ideales colores. ¿Es novela? ¿Es drama? ¿Es página de alguna epopeya perdida? Algo hay de todo esto en el cuadro de El Caballero de Olmedo , que tiene a veces la amplitud de la epopeya, y siempre el interés de la novela, el movimiento y las emociones del drama, y tiene, sobre todo esto, un incomparable hechizo poético.

¿Quién es el crítico que ha podido negar a Lope el talento de pintor idealista, como si esto fuese un distintivo peculiar del genio de Calderón? ¿Se concibe una figura más ideal que la de D. Alonso Manrique? En ninguna parte reproduce Calderón con tanto acierto los rasgos de carácter favoritos de la nación española: entusiasmo y generosidad, valor y ternura, honor sin mancha, culto místico de la belleza. ¡La belleza! ¿Cuándo se presentó más seductora que en el relato que abre este drama? Seguimos con Alonso las huellas de la encantadora Inés en la feria de Medina; asistimos, con deliciosa emoción, a ese juego mudo de las miradas, a esa sonrisa entre las dos hermanas, que han adivinado quién es el joven caballero. [1] ¿Y la escena épica y caballeresca de la fiesta de toros, que el poeta logra, con pocos rasgos, hacernos contemplar íntegramente; el cuadro de Inés sonriendo confusa a su amante, vencedor y aclamado; y los plácemes del Rey y el entusiasmo de la multitud?

[p. 85] Y ¡qué lenguaje habla aquí el sentimiento! La lengua castellana, heredera en este punto de la de los trovadores, sobresale en expresar esas delicadezas del corazón, infinitas, inagotables, que divinizan en algún modo a la mujer, pero que muchas veces son difíciles de expresar en una traducción.

Una sola palabra será bastante para dar la medida del valor de esta obra: le falta muy poco para igualar a Romeo y Julieta. Todo el mundo convendría en ello si El Caballero de Olmedo , que ahora por primera vez se traduce, fuera más conocido. No se encontrarán en el poeta español las imágenes fúnebres que prodiga la melancolía del genio inglés. Su drama es menos brutal que el de Shakespeare, y el mismo papel de Fabia es menos chocante que el de la nodriza. El carácter de D. Alonso es más varonil que el de Romeo y mejor dibujado. Una sola mirada decide de la suerte de Inés, como de la de Julieta: es la misma pasión invencible y fatal, pero más púdica en Inés. El mismo peligro amaga sin cesar a los dos amantes; y el camino de Olmedo a Medina no es menos conocido de D. Alonso Manrique, que el de Mantua a Verona lo es de Romeo. En fin, la inmortal escena de la separación de los dos amantes italianos «al canto matinal de la alondra, mensajera y precursora del día», está reproducida aquí, con matices propios de las costumbres españolas.

Como cuadro de la Edad Media, no dudo en dar la preferencia a El Caballero de Olmedo sobre Romeo y Julieta... Los usos románticos, los detalles pintorescos de la vida española del siglo XVI (mejor diría del XV), Lope los ha prodigado sin esfuerzo alguno en este drama. Aquí, las lanzas, los caballos, la seda y el brocado, los arzones y caparazones brillantes, las adargas decoradas de motes y divisas, todo lo que la lengua castellana expresa con estas palabras intraducibles: gala , bizarría , gentileza , mezcla de la guerra y del amor, de lo brioso y lo elegante. Y después, las citas nocturnas al pie de las rejas, los dulces coloquios interrumpidos por la llegada de un padre o de un rival celoso, las largas espadas de historiada empuñadura, que brillan y chocan; y allá, a lo lejos, el claustro.

[p. 86] Es verdad que a Lope le inspiraba la tradición y le servía de modelo. El carácter de Fabia ha sido imitado evidentemente de la Celestina. Pero en el uso que Lope ha hecho de su impuro modelo, ha mostrado gran discreción, y no ha tomado de él más que lo preciso para añadir algunos detalles pintorescos a la realidad de su cuadro. Diríase que, enamorado de su obra, como todos los grandes artistas, ha temido empañar la atmósfera elevada y pura en que gusta de colocar a sus encantadoras heroínas.»

Tan popular fué el argumento de este poema dramático de Lope, que obtuvo hasta los honores de la parodia, y por cierto muy donosa. Quizá la mejor comedia burlesca o de disparates de nuestro antiguo Teatro (aunque entren en cuenta Las Mocedades del Cid y La Muerte de Baldovinos , de Cáncer) es El Caballero de Olmedo , de D. Francisco Antonio de Monteser, publicada por primera vez en 1651, en la colección de piezas escénicas de varios autores, impresa en Alcalá de Henares, que lleva por título: El mejor de los mejores libros que han salido de comedias nuevas (1651). Después ha sido reimpresa varias veces, y hasta en la Biblioteca de Rivadeneyra figura. Un manuscrito de la Biblioteca Nacional, procedente de la de Osuna, nos declara su fecha (1621) y nos da la noticia de que esta fiesta burlesca fué representada ante Su Majestad. ¿Cuál es la tragicomedia que Monteser parodió? A mi parecer, ninguna de las dos que tenemos ahora. Claro es que en una fábula de puro pasatiempo y broma, en que no se trata mas que de excitar la risa, poniendo en boca de los personajes los mayores desatinos, boberías, e incongruencias, no puede buscarse una acción ordenada y racional; pero siempre hubiera quedado en la parodia algún vestigio de lo parodiado. Y aquí todo es diverso, siendo de advertir que la comedia anónima o de tres ingenios ofrecía, por ser tan mala, ancho y libre campo a los chistes del maligno y zumbón entremesista Monteser, que tenía allí tela cortada para un esperpento todavía mas gracioso que el que hizo. Y, sin embargo, la dejó intacta, probablemente porque no la conoció. Con Lope de Vega coincide en algunos nombres (D. Alfonso, D. Rodrigo, D. Pedro, y el criado Tello), pero difiere en otros [p. 87] (doña Elvira y doña Juana); prescinde de un personaje tan importante como Fabia, y los lances que pone en caricatura son análogos, pero no los mismos. Téngase en cuenta, además, que la comedia de Monteser es bastante más antigua de lo que se suponía, y hasta es posible que haya antecedido a la de Lope. Todo induce a sospechar que el original de la parodia fué otro Caballero de Olmedo , distinto de los dos que tenemos, pero más próximo al de Lope que al descubierto por Schaeffer.

Notas

[p. 56]. [1] . Nobiliario genealógico de Los Reyes y títulos de España , compuesto por Alonso López de Haro. Madrid, Luis Sinchez, 1622. Segunda parte, libro IX, cap. VII.

[p. 57]. [1] . Copió este curioso pasaje D. Juan Ortega Rubio en su libro Los pueblos de la provincia de Valladolid. Valladolid, 1895. Tomo I, páginas 261-62.

[p. 58]. [1] . Vid. Revista contemporánea , tomo CVII, número de 15 de julio de 1897, páginas 82-94. El Caballero de Olmedo , artículo de D. Felipe Romero y Gil Sanz, ingeniero-jefe de Montes en la provincia de Valladolid.

La leyenda que trae nuestro académico D. Victor Balaguer en su libro Historias y Tradiciones (Madrid, 1896, páginas 26-34) parece inspirada por la letra de la comedia de Lope, más bien que recogida de la tradición oral.

[p. 59]. [1] . Valladolid , Palencia y Zamora (en la colección España y sus monumentos , pág. 214).

[p. 62]. [1] . Las obras en verso de D. Francisco de Borja , Principe de Esquilache. Amberes , en la Emprenta Plantiniana de Balthasar Moreto , 1654; páginas 557-558. La primera edición de las poesías de Esquilache (donde ya se halla este romance) es de 1648.

En El Artista (1835), tomo I, páginas 112-115, se encuentra una leyenda romántica en variedad de metros, compuesta por D. Pedro de Madrazo, con el título de El Caballero de Olmedo. Pero nada tiene que ver con la tradición antigua, y sólo se llama así por ser natural de Olmedo el protagonista. La acción pasa en Toledo y en tiempo de Alfonso VI.

[p. 63]. [1] . Ocho comedias desconocidas , de D. Guillén de Castro , del licenciado Damián Salustio del Poyo , de Luis Vélez de Guevara , etc. , tomadas de un libro antiguo de comedias nuevamente hallado , y dadas a luz por Adolf Schaefter. Leipzig, F. A. Brockhaus, 1887; tomo I, páginas 263-338.

[p. 81]. [1] . Pragmática del Infante de Antequera y de la Reina Doña Catalina , gobernadores del Reino , dada en Córdoba en 9 de abril. de 1410. (Documentos inéditos para la Historia de España , XIX, 781.)

[p. 83]. [1] . Œuvres dramatiques de Lope de Vega. Traduction de M. E. Baret. París, Didier; segunda edición, 1874. Tomo I, páginas 204-272.

[p. 84]. [1] .       Miró a su hermana, y entrambas
                                  Se encontraron en la risa,
                                  Acompañando mi amor
                                  Su hermosura y mi porfía.
                                  En una capilla entraron;
                                  Yo, que siguiéndolas iba,
                                  Entré imaginando bodas.
                                  ¡Tanto quien ama imagina!
                                   . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
                                  En ella estuve turbado;
                                  Ya el guante se me caía,
                                  Ya el rosario; que los ojos
                                  A Inés iban y venían...