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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS SOBRE EL TEATRO DE... > V : IX. CRÓNICAS Y LEYENDAS... > LI.—PERIBÁÑEZ Y EL COMENDADOR DE OCAÑA

Datos del fragmento

Texto

La fecha de esta comedia puede fijarse con aproxmación entre 1609 y 1614. Lope se introduce episódicamente en la fábula con el nombre de Belardo, y habla, como de cosa reciente, de su entrada en el estado eclesiástico, la cual corresponde al primero de los años citados:

       PERIBÁÑEZ
       ¿Tan viejo estáis ya, Belardo?

       BELARDO
       El gusto se acabó ya.

       PERIBÁÑEZ
       Algo dél os quedará,
       Bajo del capote pardo.

       BELARDO
           ¡Pardiez, señor capitán,
        Tiempo fué que el sol y el aire
       
Solía hacerme donaire,
       
Ya pastor, ya sacristán.
           Cayó un año mucha nieve...
       Y a la Iglesia me acogí.

[p. 36] En la fecha de su ordenación, tenía Lope cerca de cuarenta y siete años; pero en los versos que siguen parece que se rebaja algunos o que habla en chanza. Por su cuenta no resultan más que cuarenta y dos:

       PERIBÁÑEZ
       ¿Tendréis tres dieces y un nueve?

       BELARDO
           Esos y otros tres decía
       Un aya que me criaba;
       Mas pienso que se olvidaba.
       ¡Poca memoria tenía!
           Cuando la Cava nació,
       Me salió la primer muela.

       PERIBÁÑEZ
       ¿Ya íbades a la escuela?

       BELARDO
       Pudiera juraros yo
           De lo que entonces sabía;
       Pero mil dan a entender
       Que apenas supe leer,
       Y es lo más cierto, a fe mía;
           Que como en gracia se lleva
       Danzar, cantar o tañer,
       Yo sé escribir sin leer,
       Que a fe que es gracia bien nueva.

Lord Holland poseyó un manuscrito antiguo de esta comedia, con enmiendas de otra letra que se parecía a la de Lope, al decir de Chorley; pero carecía de fecha. La primera edición conocida es de 1614, en la Parte IV de Lope, impresa tres veces aquel año, en Madrid, Pamplona y Barcelona. Hartzenbusch incluyó el Peribáñez en el tomo III de su colección selecta de Lope.

Fortuna tuvo con Lope el reinado de Enrique III, a pesar de haber sido tan breve. Puso en él la acción de tres comedias, [p. 37] y todas tres excelentes. Linda e interesante es la de Los novios de Hornachuelos; bella y sentida Porfiar hasta morir; pero a una y otra vence con mucho Peribáñez , que es una de las obras selectas del repertorio de su autor, y del Teatro español en general. El villano de Ocaña se puede hombrear sin desdoro con García del Castañar , con la ventaja de no deberle nada, puesto que la comedia de Lope es muy anterior a la de Rojas, no impresa hasta 1650.

No sabemos si la fábula de Peribáñez tiene algún fundamento histórico, pero seguramente le tiene tradicional. Brotó, como otras muchas obras de Lope, de un cantar o de un fragmento de romance. Este contacto con la musa popular fué siempre benéfico para la inspiración de nuestro poeta, que se engrandecía con él, al paso que se asfixiaba en la imitación puramente erudita. El pedazo de romance a que me refiero está hábilmente intercalado en una escena del acto segundo de la comedia, y viene muy oportunamente a tranquilizar los celos de Peribáñez, que al entrar en su pueblo le oye cantar a unos segadores:

       MENDO
       Canta, Llorente, el cantar
       De la mujer de nuesamo...

        LLORENTE
       
La mujer de Peribáñez
       Hermosa es a maravilla;
       El Comendador de Ocaña
       De amores la requería.
       La mujer es virtuosa,
       Cuanto hermosa y cuanto Linda;
       Mientras Pedro está en Toledo,
       
Desta suerte respondía:
       «Más quiero yo a Peribáñez
       Con su capa la pardilla
,
       Que no a vos
, Comendador ,
       Con la vuesa guarnecida
»,

[p. 38] Probablemente los cuatro últimos versos eran los únicos populares. Con ellos le bastó a Lope para levantar su fábrica. No creo que tuviese motivo particular para escoger la época de Don Enrique el Doliente y el último año de su reynado; pero en el relato que hace de las Cortes de Madrid y de los preparativos de la guerra contra el reino de Granada, fué escrupulosamente fiel a la historia, según acostumbraba. La escena primera del acto tercero de esta comedia no es más que una versificación del capítulo primero de los que sirven de introducción a la Crónica de Don Juan II. Lope lleva su escrupulosidad hasta el punto de copiar íntegra la lista de los prelados, caballeros y Procuradores que asistieron a aquellas Cortes. [1] Fácil es cerciorarse de ello cotejando el texto de la comedia con el de la Crónica , que reproduzco al pie. Esto es lo único que en Peribáñez pertenece a la historia externa; pero todo lo demás es también altamente histórico, con otro género de realidad más honda que la que puede reflejarse [p. 39] en las páginas de los cronistas. Peribáñez es un drama social, a la vez que un drama de pasión y un maravilloso cuadro de género, en que el gran pintor realista alcanza la perfección de su arte, y parece que se recrea amorosamente en su propia obra, apurando los detalles gráficos con especial fruición. Nunca la poesía villanesca, la legítima égloga castellana, hija del campo y no de los libros, saturada de olor de trébol y de verbena, se mostró tan fresca, donosa y gentil, como en esta obra. Los rústicos de Lope son verdaderos rústicos, no cortesanos disfrazados como los de Rojas. Lo que en los unos es espontáneo, es reflexivo en los otros. Su amor al campo nada tiene de literario. Sienten con bárbara energía la vida de la naturaleza, y casi se identifican con la tierra que labran.

Yo admiro, ¿y quién no?, el idilio conyugal con que da principio García del Castañar , y cuya placidez forma tan bello contraste con la acción trágica que viene a interrumpir la felicidad de los dos esposos. Pero prescindiendo de que este contraste le inventó Lope, nadie dará ventaja a los dos pulidos sonetos que recitan D.García y doña Blanca, sobre las cándidas y pintorescas [p. 40] quintillas con que mutuamente se requiebran los recién casados de Lope:

       PERIBÁÑEZ
           No hay camuesa que se afeite
       Que no te rinda ventaja,
       Ni rubio y dorado aceite
       Conservado en la tinaja,
       Que me cause más deleite.
           Ni el vino blanco imagine
       De cuarenta años tan fino
       Como tu boca olorosa,
       Que como al señor la rosa,
       Le huele al villano el vino.
           Cepas que en diciembre arranco
       Y en octubre dulce mosto,
       Ni mayo de lluvias franco,
       Ni por los fines de agosto
       La parva de trigo blanco,
           Igualan a ver presente
       En mi casa, un bien que ha sido
       Prevención más excelente
       Para el invierno aterido
       Y para el verano ardiente.
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

       CASILDA
           En mañana de San Juan
       Nunca más placer me hicieron
       La verbena y arrayán,
       Ni los relinchos me dieron
       El que tus voces me dan.
           ¿Cuál adufe bien templado,
       Cuál salterio te ha igualado?
       ¿Cuál pendón de procesión,
       Con sus borlas y cordón,
       A tu sombrero chapado?
           No hay pies con zapatos nuevos
       Como agradan tus amores;
       Eres entre mil mancebos
       Hornazo en pascua de Flores,
       Con sus picos y sus huevos.
            [p. 41] Pareces en verde prado
       Toro bravo y rojo echado;
       Pareces camisa nueva,
       Que entre jazmines se lleva
       En azafate dorado;
           Pareces cirio pascual
       Y mazapán de bautismo,
       Con capillo de cendal,
       Y paréceste a ti mismo,
       Porque no tienes igual.

Todo el mundo sabe de memoria la encantadora relación de García del Castañar , «Más precio a la primer luz...». No es mi intento disminuir en un ápice la estimación debida a tan celebre fragmento, que siempre sonará grato en oídos españoles, aunque esté un poco gastado ya, a fuerza de oírle repetir en el teatro y verle en todas las colecciones de trozos selectos. A los que buscan alguna novedad en sus impresiones estéticas, y gustan salir de los senderos trillados, les recomiendo, como útil objeto de comparación, esta pintura que la Casilda de Lope hace de su felicidad doméstica:

           Cuando se muestra el lucero,
       Viene del campo mi esposo,
       De su casa deseoso:
       Siéntele el alma primero,
           Y salgo a abrille la puerta,
       Arrojando el almohadilla;
       Que siempre tengo en la silla
       Quien mis labores concierta.
           Él de las mulas se arroja,
       Y yo me arrojo en sus brazos;
       Tal vez de nuestros abrazos
       La bestia hambrienta se enoja...
           Mientras él paja les echa,
       Ir por cebada me manda;
       Yo la traigo, él la zaranda,
       Y deja la que aprovecha.
           Revuélvela en el pesebre,
       y allí me vuelve a abrazar;
        [p. 42] Que no hay tan bajo lugar
       Que el amor no le celebre.
           Salimos donde ya está
       Dándonos voces la olla,
       Porque el ajo y la cebolla
       Fuera del olor que da
           Por toda nuestra cocina,
       Tocan a la cobertera
       El villano de manera,
       Que a bailalle nos inclina.
           Sácola en limpios manteles,
       No en plata, aunque yo quisiera;
       Platos son de Talavera,
        Que están vertiendo claveles.
           Aváhole su escudilla
       De sopas con tal primor,
       Que no la come mejor
       El señor de muesa villa;
           Y él lo paga, porque a fe,
       Que apenas bocado toma,
       De que, como a su paloma,
       Lo que es mejor no me dé.
           Bebe y deja la mitad,
       Bébole las fuerzas yo,
       Traigo olivas, y sí no,
       Es postre la voluntad.
           Acabada la comida,
       Puestas las manos los dos,
       Dámosle gracias a Dios
       Por la merced recibida;
           Y vámonos a acostar,
       Donde le pesa a la aurora
       Cuando se llega la hora
       De venirnos a llamar.
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
           No hay en esta villa toda
       Novios de placer tan ricos;
       Pero aun comemos los picos
       De las roscas de la boda.

Los que prefieren la refinada elegancia virgiliana a la rusticidad (también sabia y refinada a su modo) de Teócrito, darán la [p. 43] preferencia a Rojas sobre Lope; pero tampoco faltarán justos apreciadores para esta llaneza tan primitiva y tan poética, para este sano y confortante realismo. Lo que en él pudiera haber de excesivamente rudo o de colindante con lo vulgar, queda atenuado por la intervención frecuente de un elemento lírico y musical. Los segadores son el coro de esta égloga dramática, pero no coro desligado y de puro ornato, sino con voz y acción en la fábula, a cuyas principales peripecias se asocian. Ellos son los que festejan con música y danza las bodas de Peribáñez; ellos los que velan, como perros fieles, a la puerta del buen labrador, e interrumpen con sus guitarras el silencio de la alta noche, de cuyas sombras quiere aprovecharse el Comendador para saltear aquel hogar honrado; ellos los que, con las palabras del romance, disipan la nube de celos que va acumulándose sobre la cabeza de Peribáñez.

Algunas de estas canciones pertenecen a la lírica artística. Así la danza y folía de las bodas en el acto primero:

           Dente parabienes
       El mayo garrido,
       Los alegres campos,
       Las fuentes y ríos.
       Alcen las cabezas
       Los verdes alisos,
       Y con frutos nuevos
       Almendros floridos.
       Echen las mañanas,
       Después del rocio,
       En espadas verdes
       Guarnición de lirios.
       Suban los ganados
       Por el monte mismo
       Que cubrió la nieve,
       A pacer tomillos.
           Y a los nuevos desposados
       Eche Dios su bendición;
       Parabién les den los prados,
       Pues hoy para en uno son,
           [p. 44] Montañas heladas
       Y soberbios riscos,
       Antiguas encinas
       Y robustos pinos,
       Dad paso a las aguas
       En arroyos limpios,
       Que a los valles bajan
       De los hielos fríos.
       Canten ruiseñores,
       Y con dulces silbos
       Sus amores cuenten
       A estos verdes mirtos.
       Fabriquen las aves,
       Con nuevo artificio,
        Para sus hijuelos
       Amorosos nidos...

Pero en otros casos la inspiración es francamente popular, y el motivo mismo parece aprendido de labios del pueblo. Tal sucede en la siguiente letra, tan picaresca como linda:

           Trébole, ¡ay Jesús, cómo huele!
       Trébole, ¡ay Jesús, qué olor!
           Trébole de la casada
       Que a su esposo quiere bien;
       De la doncella también,
       Entre paredes guardada,
       Que, fácilmente engañada,
       Sigue su primero amor.
           Trébole, ¡ay Jesús, cómo huele!
       Trébole, ¡ay Jesús, qué olor!
           Trébole de la soltera
       Que tantos amores muda;
       Trébole de la viuda
       Que otra vez casarse espera,
       Tocas blancas por defuera
       Y el faldellín de color.
           Trébole, ¡ay Jesús, cómo huele!
       Trébole, ¡ay Jesús, qué olor!

El ambiente local de esta comedia es enteramente manchego, pero de la Mancha de Toledo y de su parte más amena, muy [p. 45] diversa de la Mancha Baja, donde se desenvuelve la acción de El galán de la Membrilla. Lope hace sentir perfectamente estos matices y diversos grados de abundancia rústica. Todo está admirablemente estudiado, el paisaje y las costnmbres. Nadie ha sabido tanto de España como Lope sabía por instinto y por amor. Nada en su poesía es vago ni abstracto; todo habla a los ojos. Las labradoras visten al uso de la Sagra, con patenas, sartas, sayuelo y sombreros de borlas; la basqniña de Constanza es de palmilla de Cuenca, las mulas que el Comendador regala a Peribáñez, fueron compradas en la feria de Mansilla, y cumplen «a estas yerbas los tres años». La junta de la cofradía de San Roque y el donoso proyecto de restauración de la imagen del Santo; el viaje en carro, con alfombra y reposteros, a la fiesta de agosto en Toledo; el tumulto y algazara de la siega... son una serie de escenas que producen la ilusión de la vida. Otros poetas serán más sugestivos , harán pensar más, pero pocos tienen como Lope este poder de la visión, inmediata, total y luminosa, de la realidad concreta. Es el poeta natural por excelencia, naturdichter , como le llamó Grillparzer; es, sobre todo, el poeta de la alegría fácil y del vivir risueño.

Dos caracteres excelentes hay en esta pieza: el de Peribáñez y el de su mujer. El Comendador es un personaje brutal y odioso, a quien el poeta no concede ninguna cualidad amable, y así convenía que fuese para la ejemplaridad del castigo. Casilda es un dechado de honestidad, y al mismo tiempo de brío, desenfado y gracia; una mocetona sanísima de alma y de cuerpo, alegre como unas pascuas, enamorada de su marido con delirio, y capaz de defender por sí misma su honor en todo trance. Léase el admirable romance en que responde al disfrazado Comendador, que la requiere de amores:

       Labrador de lejas tierras,
       Que has venido a nuesa villa
       Convidado del agosto,
       ¿Quién te dió tanta malicia?
       Ponte tu tosca antipara,
        [p. 46] Del hombro el gabán derriba,
       La hoz menuda en el cuello,
       Los dediles en la cinta.
       Madruga al salir del alba,
       Mira que te llama el día,
       Ata las manadas secas
       Sin maltratar las espigas.
       Cuando salgan las estrellas,
       A tu descanso camina,
       Y no te metas en cosas
       De que algún mal se te siga.
       El Comendador de Ocaña
       Servirá dama de estima,
       No con sayuelo de grana
       Ni con saya de palmilla.
       Copete traerá rizado,
       Gorguera de holanda fina,
       No cofia de pinos tosca
       Y toca de argentería.
       En coche o silla de seda
       Los disantos irá a misa;
       No vendrá en carro de estacas
       De los campos a las viñas.
       Dirále en cartas discretas
       Requiebros a maravilla,
       No labradores desdenes,
       Envueltos en señorías.
       Olerále a guantes de ámbar,
       A perfumes y pastillas,
       No a tomillo ni cantueso,
        Poleo y zarzas floridas.
       Y cuando el Comendador
       Me amase como a su vida
       Y se diesen virtud y honra
       Por amorosas mentiras,
       Más quiero yo a Peribáñez
       Con su capa la pardilla,
       Que al Comendador de Ocaña
       Con la suya guarnecida.
       Más precio verle venir
       En su yegua la tordilla,
       La barba llena de escarcha
        [p. 47] Y de nieve la camisa,
       La ballesta atravesada,
       Y del arzón de la silla
       Dos perdices o conejos,
       Y el podenco de traílla,
       Que ver al Comendador
       Con gorra de seda rica,
       Y cubiertos de diamantes
       Los brahones y capilla;
       Que más devoción me causa
       La cruz de piedra en la ermita,
       Que la roja de Santiago
       En su bordada ropilla.
       Vete, pues, el segador,
       Mala fuese la tu dicha;
       Que si Peribáñez viene,
       No verás la luz del día.

       COMENDADOR
       Quedo, señora... ¡Señora!...
       Casilda, amores, Casilda,
       Yo soy el Comendador;
       Abridme, por vuestra vida;
       Mirad que tengo que daros
       Dos sartas de perlas finas
       Y una cadena esmaltada
       De más peso que la mía.

       CASILDA
       ¡Segadores de mi casa,
       No durmáis, que con su risa
       Os está llamando el alba!
       ¡Ea, relinchos y grita!
       Que el que a la tarde viniere,
       Con más manadas cogidas,
       Le mando el sombrero grande
       Con que va Pedro a las viñas...

No se puede negar que en García del Castañar , obra de un arte más moderno y reflexivo, hay una maestría técnica que se echa de menos en Peribáñez. Los defectos de construcción de este [p. 48] drama son tan obvios, que apenas hay que indicarlos. La acción, que realmente es muy sencilla, hubiera podido regularizarse mucho más, sin perder ninguno de los datos poéticos esenciales. El incidente del retrato tiene algo de inverosímil y amanerado, y poco de ingenioso; estaría mejor en un drama novelesco y palaciego, que en una tragicomedia de costumbres campesinas, tan acentuada y vigorosa como es ésta. Cualquier otro recurso hubiera parecido más natural para despertar los celos de Peribáñez. Las tercerías de que se vale el Comendador, son repuguantes para el gusto de ahora, pero el público las toleraba en tiempo de Lope, y, además, son necesarias para justificar el exceso feroz de la venganza de Peribáñez, que no se sacia sino con la sangre de todos los que han sido viles instrumentos en las maquinaciones contra su honra. Finalmente, hay en esta obra, al lado de versos divinos, dos o tres pasajes de un mal gusto abominable: el abecé de amor en el primer acto, y lo que todavía es más grave, porque está en las situaciones más culminantes del tercero, un estúpido juego de palabras que hace Peribáñez sobre Ocaña y la caña, y unos impertinentes chistes sobre el gallo y las gallinas. ¡Y esto inmediatamente antes de caer en la escena nada menos que tres cadáveres! Grima da ver tales manchas en tan riquísimo paño.

Pero estas manchas, aunque graves, son las únicas, y no quitan a la tragicomedia de Lope su prodigiosa fuerza poética, ni tampoco su sentido histórico y humano, que es, a mi juicio, más permanente que el de García del Castañar , y más comprensible en todo lugar y en todo tiempo. La parte sofística y convencional que algunos encuentran en el conflicto planteado por Rojas, y sobre todo en la famosa fórmula Del rey abajo , ninguno , no existe en Peribáñez , que es un drama profundamente democrático. Para comprenderle, no hay que transportarse a otro siglo, ni sutilizar sobre el punto de honra y la veneración debida a, la persona del monarca; basta ser hombre y sentir como tal. Peribáñez no tiene una historia romántica como la que invoca tan a tiempo García del Castañar; no esconde generosa sangre , bajo el traje de villano; no es ningún conde encubierto y proscrito, a quien la alteza de [p. 49] su linaje comunica alientos para vengarse. Es sencillamente un hombre de bien, un labriego acaudalado y bien quisto en toda su tierra,

       Cristiano viejo y rico, hombre tenido
       En gran veneración de sus iguales...
       Porque es, aunque villano, muy honrado.

Vale personalmente demasiado García del Castañar para que no parezca una flaqueza en Rojas, una concesión a las preocupaciones de su tiempo, aquella prosapia que tan a deshora le finge:

       No soy quien piensas, Alfonso.
       No soy villano, ni injurio
       Sin razón la inmunidad
       De tus palacios augustos...

En idéntica situación, manchado como García con la sangre del enemigo de su honor, se presenta al Rey Peribáñez, ofreciendo su cabeza, que en Toledo ha sido puesta a precio, [1] y comienza con estas sencillas palabras:

       ... Yo soy un hombre,
       Aunque de villana casta,
       Limpio de sangre, y jamás
       De hebrea o mora manchada.
       Fuí el mejor de mis iguales,
       Y en cuantas cosas trataban
       Me dieron primero voto,
       Y truje seis años vara.
       Caséme con la que ves,
       También limpia, aunque villana...

Es cierto que el Comendador le ha armado caballero, después de nombrarle capitán de la escuadra de labradores; pero este incidente tiene tan poca importancia y pasa con tal rapidez, que [p. 50] la impresión que el espectador saca es que Peribáñez, con caballería o sin caballería, hubiera hecho lo mismo que hace. En su defensa ante el Rey, ni siquiera lo menciona, y hasta el mismo Lope, que con nombre de Belardo interviene en la escena, parece que se burla un poco de la ceremonia:

       Yo, de mi burra manchada,
       De su albarda y aparejo,
       Entiendo más que de armar
       Caballeros en Castilla...

Sirve, no obstante, esta escena para que el novel capitán confíe al Comendador la guarda y defensa de su casa y de su honra, lo cual hace más negra la alevosía de aquél; y para el lindo contraste, expresado en estos versos de Peribáñez al despedirse de su mujer:

       ¿No parece que ya os hablo
       A lo grave y caballero?
       ¡Quién dijera que un villano
       Que ayer al rastrojo seco
       Dientes menudos ponía
       De la hoz corva de acero,
       Los pies en las tintas uvas,
       Rebosando el mosto negro
       Por encima del lagar,
       O la tosca mano al hierro
       Del arado, hoy os hablara
       En lenguaje soldadesco,
       Con plumas de presunción
       Y espada de atrevimiento!
       Pues sabed que soy hidalgo,
       Y que decir y hacer puedo;
       Que el Comendador, Casilda,
       Me la ciñó, cuando menos...

Superfluo es advertir que en García del Castañar hay muchas cosas bellísimas que nada tienen que ver con Peribáñez: unas son originales de Rojas, y otras imitadas o adaptadas con mucho talento de varias composiciones más antiguas, especialmente de [p. 51] El Villano en su rincón , de nuestro Lope; de La Luna de la Sierra. de Luis Vélez de Guevara, y de El Celoso Prudente , de Tirso, Con tales elementos hizo el poeta toledano una obra muy próxima a la perfección, conducida con extraordinaria habilidad, rica de nobles y puros afectos, en que alternan la idílica dulzura y el terror trágico. Es el drama más moderno en su estructura que puede encontrarse en todo el Teatro antiguo: por eso comparte con EI Desdén , de Moreto, el privilegio de ser representado sin refundición alguna. Hasta los más indoctos le comprenden, y sienten sus peculiares bellezas, ni más ni menos que los espectadores del siglo XVII. Peribáñez tiene condiciones de otro orden: no es tan simpática ni de tan fácil acceso; es menos teatral, pero lo que le falta de artificio, le sobra en intensidad de vida poética, y en representación animada de las costumbres nacionales. Schack la considera como una de las joyas más preciadas de la corona del gran poeta.

Hay una rara comedia de tres ingenios, La Mujer de Peribáñez. Hállase también atribuida a Montalbán, pero es imposible que sea suya, tanto por el estilo como por la inverosimilitud de que un discípulo de Lope tan respetuoso como Montalbán, fuera a poner la mano en una de las obras capitales de su maestro para enmendarle la plana. Montalbán imitaba constantemente a Lope en la traza dramática, pero no le refundió nunca. Esta comedia tiene que ser posterior a su tiempo, y obra colectiva, como en su encabezamiento se expresa. La fábula es exactamente la misma que en la tragicomedia de Lope, aunque la acción se pone en tiempo de Enrique IV. Los personajes son casi los mismos, si bien algunos con distintos nombres; idénticas las principales situaciones. Hay un poco más de regularidad, pero se nota gran menoscabo de fuerza dramática. La parte lírica ha desaparecido casi del todo. La dicción poética es pintoresca y elegante en muchos pasajes: el haberse arrimado a la buena sombra de Lope, trajo fortuna a los autores. Es comedia bien escrita en general, y por estar tan olvidada, juzgo oportuno dar alguna muestra de sus [p. 52] fáciles versos, que no desagradarán, aun después de leídos los de Lope.

Dice Casilda a Peribáñez:

           En casa luego, aliñada,
       Te espera la cama abierta,
       De rica ropa alhajada,
       De varias flores cubierta
       Y de blanca red colgada.
           Blanca camisa, labrado
       De mi mano el cabezón,
       Te servirá mi cuidado,
       Oliendo a aquella sazón
       Que se le pegó del prado.
           Manteles que el otro día
       Lavé, mi amor te reserva,
       Que al tenderlos parecía
       Que sobre la verde yerba
       Nevaba lo que tendía.
           Luego la cena, aunque llana,
       Abundante y de sabor,
       Traerá tu familia ufana,
       Que solamente el olor
       Te renovará la gana.
           Y luego, sin embarazo,
       Yo a tu lado, dulce dueño,
       Después de uno y otro abrazo,
       Por no embarazar el sueño,
       Aun no moveré el regazo.

Peribáñez a un amigo suyo, que le aconseja que no permita salir de su casa a su mujer durante su ausencia:

           ¡Qué necia desconfianza!
       ¡Qué pensamiento tan vil!
       ¡Qué discurso tan extraño!
       ¡Muy bueno quedara el año
       Si se encerrara el abril!
           ¿Casilda no salir fuera
       En este florido mes?
       ¿De la selva, sin sus pies,
       Qué vale la primavera?
            [p. 53] Su sol, que los campos dora,
       ¿Así queréis ocultar?
       ¿Quién había de enjugar
       Las lágrimas de la aurora?
           Sus labios, siempre fieles,
       ¿Era bien hecho esconder?
       ¿Donde habían de aprender
       A teñirse los claveles?
       .........................
           Salga Casilda: no esté,
       Por un riesgo sospechado,
       Quejoso el año y el prado
       De que los deja su pie.
           No haya fiesta en toda aquesta
       Comarca en que no se halle;
       Que, sin su brío y su talle,
       Nada ha de llamarse fiesta.
           Vaya a la iglesia, aliñada,
       Salga al prado y a la fuente;
       Que bien caben en lo ausente
       Las señas de bien casada.
            Cubra el pecho de patenas,
       Vaya, anuque lo contradigas,
       A visitar sus amigas,
       Que siendo suyas, son buenas.
           Salga con trenzas y rizos
       A los bailes, como todas,
       Hállese siempre en las bodas,
       Nunca falte en los bautizos.
           Licencia he de concederla
       De salir donde quisiere,
       Y si en casa se estuviere,
       Tendré más que agradecerla.

Casilda a su vecina doña Beatriz, que tercia en los amores del Comendador y la ofrece tenerla en su casa como criada:

           No prosigáis: ¿quién os dixo
       Que sois más rica que yo?
           ¿Para que son bizarrías
       Con las pobres labradoras?
        [p. 54] Que yo sé que las señoras
        Os pasáis con hidalguías.
           Venid a mi casa vos,
       Ya que vuestra voluntad
       Da en aquesta necedad,
       Adonde, gracias a Dios,
           Tengo con estilo llano
       Todo cuanto el gusto traza;
       Que lo que el noble en la plaza,
       Tiene en su casa el villano.
           Palomas de veinte en veinte
       Veréis volar y volver,
       Que me enseñan a querer
       A Peribáñez ausente.
           Sin salir a las vecinas
       A darles enfados nuevos,
       Las gallinas me dan huevos,
       Los huevos me dan gallinas.
           La uva, que en varios modos
       Servir al gusto la vi,
       O se cuelga para mí,
       O se esprime para todos.
           La fruta el arbol desgaja
       En estas huertas que ves,
       Por el otoño, y después
       Hago otras huertas de paja.
           En casa, por engordallos,
        Crío con regalo aquellos
       Que es vergüenza el no comellos
       Y desvergüenza el nombrallos.
           La leña que ya se arruga.
       Se echa al fuego sin cuenta,
       Que de muy lejos calienta,
       Que de algo menos enjuga.
           Tengo de cosecha mía,
       Sin que lo salga a pedir,
       Aceite para lucir
       Aunque fuera noche y día.
           La harina, cuya blancura
       Exceder la nieve vi,
       Algo más que para mí
       Para los otros se apura;
            [p. 55] Que aunque este pobre axuar
       Tan pequeño llega a ser,
       Que no me da qué vender
       Ni me deja qué comprar.
           A vos no os sobresalte
       Que porque sin Pedro estoy,
       Me olvide de lo que soy
       Porque el regalo me falte.
           Y porque anochece, a Dios,
       Y quedad asegurada,
       Que yo para ser honrada
       No os he menester a vos. [1]

Notas

[p. 38]. [1] . «Capítulo 1.  Cómo el rey Don Enrique partió de Madrid e vino a Toledo.

Donde así fué, que estando este excelente rey Don Enrique en la villa de Madrid, quasi en fin del año de la Incarnación de nuestro Redentor de mil e quatrocientos e seis años, determinó de venir a Toledo, con propósito de ir poderosamente por su persona a hacer guerra al Rey de Granada, porque le había quebrantado la tregua e la fe que le había dado de le restituir el su castillo de Ayamonte en cierto tiempo que era pasado, e le no había pagado las parias que le debía; sobre lo qual le había mandado requerir algunas veces, e ni lo uno ni lo otro había querido cumplir. Para lo qual mandó allí hacer ayuntamiento de los Grandes de sus Reynos, así Perlados como Caballeros; e mandó llamar los Procuradores de sus cibdades e villas, porque con acuerdo e consejo de todos la guerra se comenzase, e para ello se diese el orden que convenía, así de la gente de armas e peones, como de pertrechos, e artillerías, e bastimentos, e dinero para seis meses pagar sueldo a la gente que se hallase ser necesaria, para que su persona entrase en el Reyno de Granada, como convenía al honor de tan alto Príncipe quanto él era. E venido a Toledo, adolesció de tal manera, que no pudo entender como quisiera en las cosas ya dichas, e mandó al Señor Infante Don Fernando, su hermano, que en todo entendiese como su persona propia entendiera, si para ello tuviera disposición. El qual envió mandar a los Perlados e Caballeros, que allí se hallaron, e a los Procuradores de las cibdades e villas que eran ende venidos, que todos para el siguiente día fuesen en el Alcázar de la dicha cibdad, donde el Señor Rey había mandado hacer asentamiento para tener las Cortes. E los Perlados e Caballeros e Procuradores que ende se hallaron, son los siguientes: Don Juan, Obispo de Sigüenza, que entonces sede vacante gobernaba el Arzobispado de Toledo, después del fallescimiento del Reverendísimo Arzobispo Don Pedro Tenorio; e Don Sancho de Rojas, Obispo de Palencia, que después fué Arzobispo de Toledo; e Don Pablo, Obispo de Cartagena que después fué Obispo de Burgos; e Don Fadrique, Conde de Trastamara, que después fué Duque de Arjona; e Don Enrique Manuel, primo del Rey; e Don Ruy López Dávalos, Condestable de Castilla; e Juan de Velasco, Camarero mayor del Rey; e Diego López Destúñiga, Justicia mayor de Castilla; e Gómez Manrique, Adelantado mayor de Castilla; e los Doctores Pero Sánchez del Castillo, e Juan Rodríguez de Salamanca, e Periáñez, Oidores del Audiencia del Rey e del su Consejo...»

Toda esta retahila de nombres propios, sin omitir ninguno, tuvo que poner Lope en un romance, a la verdad de asonante facilísimo.

[p. 49]. [1] . Situación análoga a la de otra comedia de Lope, El piadoso veneciano , fundada en un cuento de Giraldi Cinthio. Análogo desenlace tienen la comedia de Montalbán No hay vida como la honra , y otra atribuída a Tirso, El honroso atrevimiento.

 

[p. 55]. [1] . Sabemos que el Sr. D. Melchor de Palau, digno y benemérito correspondiente de nuestra Academia, tiene hecha una refundición del Peribáñez , pero no ha sido impresa ni representada hasta ahora.