La fecha de esta comedia puede fijarse con aproxmación entre 1609 y 1614. Lope se introduce episódicamente en la fábula con el nombre de Belardo, y habla, como de cosa reciente, de su entrada en el estado eclesiástico, la cual corresponde al primero de los años citados:
PERIBÁÑEZ
¿Tan viejo estáis
ya, Belardo?
BELARDO
El gusto se acabó
ya.
PERIBÁÑEZ
Algo dél os
quedará,
Bajo del capote
pardo.
BELARDO
¡Pardiez, señor capitán,
Tiempo fué que el
sol y el aire
Solía hacerme
donaire,
Ya pastor, ya
sacristán.
Cayó un año mucha nieve...
Y a la Iglesia me
acogí.
[p. 36] En la fecha de su ordenación, tenía Lope cerca de cuarenta y siete años; pero en los versos que siguen parece que se rebaja algunos o que habla en chanza. Por su cuenta no resultan más que cuarenta y dos:
PERIBÁÑEZ
¿Tendréis tres
dieces y un nueve?
BELARDO
Esos y otros tres decía
Un aya que me
criaba;
Mas pienso que se
olvidaba.
¡Poca memoria
tenía!
Cuando la Cava nació,
Me salió la primer
muela.
PERIBÁÑEZ
¿Ya íbades a la
escuela?
BELARDO
Pudiera juraros yo
De lo que entonces
sabía;
Pero mil dan a
entender
Que apenas supe
leer,
Y es lo más cierto,
a fe mía;
Que como en gracia
se lleva
Danzar, cantar o
tañer,
Yo sé escribir sin
leer,
Que a fe que es
gracia bien nueva.
Lord Holland poseyó un manuscrito antiguo de esta comedia, con enmiendas de otra letra que se parecía a la de Lope, al decir de Chorley; pero carecía de fecha. La primera edición conocida es de 1614, en la Parte IV de Lope, impresa tres veces aquel año, en Madrid, Pamplona y Barcelona. Hartzenbusch incluyó el Peribáñez en el tomo III de su colección selecta de Lope.
Fortuna tuvo con Lope el reinado de Enrique III, a pesar de haber sido tan breve. Puso en él la acción de tres comedias, [p. 37] y todas tres excelentes. Linda e interesante es la de Los novios de Hornachuelos; bella y sentida Porfiar hasta morir; pero a una y otra vence con mucho Peribáñez , que es una de las obras selectas del repertorio de su autor, y del Teatro español en general. El villano de Ocaña se puede hombrear sin desdoro con García del Castañar , con la ventaja de no deberle nada, puesto que la comedia de Lope es muy anterior a la de Rojas, no impresa hasta 1650.
No sabemos si la fábula de Peribáñez tiene algún fundamento histórico, pero seguramente le tiene tradicional. Brotó, como otras muchas obras de Lope, de un cantar o de un fragmento de romance. Este contacto con la musa popular fué siempre benéfico para la inspiración de nuestro poeta, que se engrandecía con él, al paso que se asfixiaba en la imitación puramente erudita. El pedazo de romance a que me refiero está hábilmente intercalado en una escena del acto segundo de la comedia, y viene muy oportunamente a tranquilizar los celos de Peribáñez, que al entrar en su pueblo le oye cantar a unos segadores:
MENDO
Canta, Llorente,
el cantar
De la mujer de
nuesamo...
LLORENTE
La mujer de
Peribáñez
Hermosa es a
maravilla;
El Comendador de
Ocaña
De amores la
requería.
La mujer es
virtuosa,
Cuanto hermosa y
cuanto Linda;
Mientras Pedro está
en Toledo,
Desta suerte
respondía:
«Más quiero yo a
Peribáñez
Con su capa la
pardilla ,
Que no a vos ,
Comendador ,
Con la vuesa
guarnecida »,
[p. 38] Probablemente los cuatro últimos versos eran los únicos populares. Con ellos le bastó a Lope para levantar su fábrica. No creo que tuviese motivo particular para escoger la época de Don Enrique el Doliente y el último año de su reynado; pero en el relato que hace de las Cortes de Madrid y de los preparativos de la guerra contra el reino de Granada, fué escrupulosamente fiel a la historia, según acostumbraba. La escena primera del acto tercero de esta comedia no es más que una versificación del capítulo primero de los que sirven de introducción a la Crónica de Don Juan II. Lope lleva su escrupulosidad hasta el punto de copiar íntegra la lista de los prelados, caballeros y Procuradores que asistieron a aquellas Cortes. [1] Fácil es cerciorarse de ello cotejando el texto de la comedia con el de la Crónica , que reproduzco al pie. Esto es lo único que en Peribáñez pertenece a la historia externa; pero todo lo demás es también altamente histórico, con otro género de realidad más honda que la que puede reflejarse [p. 39] en las páginas de los cronistas. Peribáñez es un drama social, a la vez que un drama de pasión y un maravilloso cuadro de género, en que el gran pintor realista alcanza la perfección de su arte, y parece que se recrea amorosamente en su propia obra, apurando los detalles gráficos con especial fruición. Nunca la poesía villanesca, la legítima égloga castellana, hija del campo y no de los libros, saturada de olor de trébol y de verbena, se mostró tan fresca, donosa y gentil, como en esta obra. Los rústicos de Lope son verdaderos rústicos, no cortesanos disfrazados como los de Rojas. Lo que en los unos es espontáneo, es reflexivo en los otros. Su amor al campo nada tiene de literario. Sienten con bárbara energía la vida de la naturaleza, y casi se identifican con la tierra que labran.
Yo admiro, ¿y quién no?, el idilio conyugal con que da principio García del Castañar , y cuya placidez forma tan bello contraste con la acción trágica que viene a interrumpir la felicidad de los dos esposos. Pero prescindiendo de que este contraste le inventó Lope, nadie dará ventaja a los dos pulidos sonetos que recitan D.García y doña Blanca, sobre las cándidas y pintorescas [p. 40] quintillas con que mutuamente se requiebran los recién casados de Lope:
PERIBÁÑEZ
No hay camuesa que
se afeite
Que no te rinda
ventaja,
Ni rubio y dorado
aceite
Conservado en la
tinaja,
Que me cause más
deleite.
Ni el vino blanco
imagine
De cuarenta años
tan fino
Como tu boca
olorosa,
Que como al señor
la rosa,
Le huele al villano
el vino.
Cepas que en
diciembre arranco
Y en octubre dulce
mosto,
Ni mayo de lluvias
franco,
Ni por los fines de
agosto
La parva de trigo
blanco,
Igualan a ver
presente
En mi casa, un bien
que ha sido
Prevención más
excelente
Para el invierno
aterido
Y para el verano
ardiente.
. . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . .
CASILDA
En mañana de San
Juan
Nunca más placer me
hicieron
La verbena y
arrayán,
Ni los relinchos me
dieron
El que tus voces me
dan.
¿Cuál adufe bien
templado,
Cuál salterio te ha
igualado?
¿Cuál pendón de
procesión,
Con sus borlas y
cordón,
A tu sombrero
chapado?
No hay pies con
zapatos nuevos
Como agradan tus
amores;
Eres entre mil
mancebos
Hornazo en pascua
de Flores,
Con sus picos y sus
huevos.
[p. 41] Pareces en verde prado
Toro bravo y rojo
echado;
Pareces camisa
nueva,
Que entre jazmines
se lleva
En azafate dorado;
Pareces cirio
pascual
Y mazapán de
bautismo,
Con capillo de
cendal,
Y paréceste a ti
mismo,
Porque no tienes
igual.
Todo el mundo sabe de memoria la encantadora relación de García del Castañar , «Más precio a la primer luz...». No es mi intento disminuir en un ápice la estimación debida a tan celebre fragmento, que siempre sonará grato en oídos españoles, aunque esté un poco gastado ya, a fuerza de oírle repetir en el teatro y verle en todas las colecciones de trozos selectos. A los que buscan alguna novedad en sus impresiones estéticas, y gustan salir de los senderos trillados, les recomiendo, como útil objeto de comparación, esta pintura que la Casilda de Lope hace de su felicidad doméstica:
Cuando se muestra
el lucero,
Viene del campo mi
esposo,
De su casa deseoso:
Siéntele el alma
primero,
Y salgo a abrille
la puerta,
Arrojando el
almohadilla;
Que siempre tengo
en la silla
Quien mis labores
concierta.
Él de las mulas se
arroja,
Y yo me arrojo en
sus brazos;
Tal vez de nuestros
abrazos
La bestia
hambrienta se enoja...
Mientras él paja
les echa,
Ir por cebada me
manda;
Yo la traigo, él la
zaranda,
Y deja la que
aprovecha.
Revuélvela en el
pesebre,
y allí me vuelve a
abrazar;
[p. 42] Que no hay tan bajo lugar
Que el amor no le
celebre.
Salimos donde ya
está
Dándonos voces la
olla,
Porque el ajo y la
cebolla
Fuera del olor que
da
Por toda nuestra
cocina,
Tocan a la
cobertera
El villano de
manera,
Que a bailalle nos
inclina.
Sácola en limpios
manteles,
No en plata, aunque
yo quisiera;
Platos son de
Talavera,
Que están
vertiendo claveles.
Aváhole su
escudilla
De sopas con tal
primor,
Que no la come
mejor
El señor de muesa
villa;
Y él lo paga,
porque a fe,
Que apenas bocado
toma,
De que, como a su
paloma,
Lo que es mejor no
me dé.
Bebe y deja la
mitad,
Bébole las fuerzas
yo,
Traigo olivas, y sí
no,
Es postre la
voluntad.
Acabada la comida,
Puestas las manos
los dos,
Dámosle gracias a
Dios
Por la merced
recibida;
Y vámonos a
acostar,
Donde le pesa a la
aurora
Cuando se llega la
hora
De venirnos a
llamar.
. . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . .
No hay en esta
villa toda
Novios de placer
tan ricos;
Pero aun comemos
los picos
De las roscas de la
boda.
Los que prefieren la refinada elegancia virgiliana a la rusticidad (también sabia y refinada a su modo) de Teócrito, darán la [p. 43] preferencia a Rojas sobre Lope; pero tampoco faltarán justos apreciadores para esta llaneza tan primitiva y tan poética, para este sano y confortante realismo. Lo que en él pudiera haber de excesivamente rudo o de colindante con lo vulgar, queda atenuado por la intervención frecuente de un elemento lírico y musical. Los segadores son el coro de esta égloga dramática, pero no coro desligado y de puro ornato, sino con voz y acción en la fábula, a cuyas principales peripecias se asocian. Ellos son los que festejan con música y danza las bodas de Peribáñez; ellos los que velan, como perros fieles, a la puerta del buen labrador, e interrumpen con sus guitarras el silencio de la alta noche, de cuyas sombras quiere aprovecharse el Comendador para saltear aquel hogar honrado; ellos los que, con las palabras del romance, disipan la nube de celos que va acumulándose sobre la cabeza de Peribáñez.
Algunas de estas canciones pertenecen a la lírica artística. Así la danza y folía de las bodas en el acto primero:
Dente parabienes
El mayo garrido,
Los alegres campos,
Las fuentes y ríos.
Alcen las cabezas
Los verdes alisos,
Y con frutos nuevos
Almendros floridos.
Echen las mañanas,
Después del rocio,
En espadas verdes
Guarnición de
lirios.
Suban los ganados
Por el monte mismo
Que cubrió la
nieve,
A pacer tomillos.
Y a los nuevos desposados
Eche Dios su
bendición;
Parabién les den
los prados,
Pues hoy para en
uno son,
[p. 44] Montañas heladas
Y soberbios riscos,
Antiguas encinas
Y robustos pinos,
Dad paso a las
aguas
En arroyos limpios,
Que a los valles
bajan
De los hielos
fríos.
Canten ruiseñores,
Y con dulces silbos
Sus amores cuenten
A estos verdes
mirtos.
Fabriquen las aves,
Con nuevo
artificio,
Para sus hijuelos
Amorosos
nidos...
Pero en otros casos la inspiración es francamente popular, y el motivo mismo parece aprendido de labios del pueblo. Tal sucede en la siguiente letra, tan picaresca como linda:
Trébole, ¡ay Jesús, cómo huele!
Trébole, ¡ay Jesús,
qué olor!
Trébole de la casada
Que a su esposo
quiere bien;
De la doncella
también,
Entre paredes
guardada,
Que, fácilmente
engañada,
Sigue su primero
amor.
Trébole, ¡ay Jesús, cómo huele!
Trébole, ¡ay Jesús,
qué olor!
Trébole de la soltera
Que tantos amores
muda;
Trébole de la viuda
Que otra vez
casarse espera,
Tocas blancas por
defuera
Y el faldellín de
color.
Trébole, ¡ay Jesús, cómo huele!
Trébole, ¡ay Jesús,
qué olor!
El ambiente local de esta comedia es enteramente manchego, pero de la Mancha de Toledo y de su parte más amena, muy [p. 45] diversa de la Mancha Baja, donde se desenvuelve la acción de El galán de la Membrilla. Lope hace sentir perfectamente estos matices y diversos grados de abundancia rústica. Todo está admirablemente estudiado, el paisaje y las costnmbres. Nadie ha sabido tanto de España como Lope sabía por instinto y por amor. Nada en su poesía es vago ni abstracto; todo habla a los ojos. Las labradoras visten al uso de la Sagra, con patenas, sartas, sayuelo y sombreros de borlas; la basqniña de Constanza es de palmilla de Cuenca, las mulas que el Comendador regala a Peribáñez, fueron compradas en la feria de Mansilla, y cumplen «a estas yerbas los tres años». La junta de la cofradía de San Roque y el donoso proyecto de restauración de la imagen del Santo; el viaje en carro, con alfombra y reposteros, a la fiesta de agosto en Toledo; el tumulto y algazara de la siega... son una serie de escenas que producen la ilusión de la vida. Otros poetas serán más sugestivos , harán pensar más, pero pocos tienen como Lope este poder de la visión, inmediata, total y luminosa, de la realidad concreta. Es el poeta natural por excelencia, naturdichter , como le llamó Grillparzer; es, sobre todo, el poeta de la alegría fácil y del vivir risueño.
Dos caracteres excelentes hay en esta pieza: el de Peribáñez y el de su mujer. El Comendador es un personaje brutal y odioso, a quien el poeta no concede ninguna cualidad amable, y así convenía que fuese para la ejemplaridad del castigo. Casilda es un dechado de honestidad, y al mismo tiempo de brío, desenfado y gracia; una mocetona sanísima de alma y de cuerpo, alegre como unas pascuas, enamorada de su marido con delirio, y capaz de defender por sí misma su honor en todo trance. Léase el admirable romance en que responde al disfrazado Comendador, que la requiere de amores:
Labrador de lejas
tierras,
Que has venido a
nuesa villa
Convidado del
agosto,
¿Quién te dió tanta
malicia?
Ponte tu tosca
antipara,
[p. 46] Del hombro el gabán derriba,
La hoz menuda en el
cuello,
Los dediles en la
cinta.
Madruga al salir
del alba,
Mira que te llama
el día,
Ata las manadas
secas
Sin maltratar las
espigas.
Cuando salgan las
estrellas,
A tu descanso
camina,
Y no te metas en
cosas
De que algún mal se
te siga.
El Comendador de
Ocaña
Servirá dama de
estima,
No con sayuelo de
grana
Ni con saya de
palmilla.
Copete traerá
rizado,
Gorguera de holanda
fina,
No cofia de pinos
tosca
Y toca de
argentería.
En coche o silla de
seda
Los disantos irá a
misa;
No vendrá en carro
de estacas
De los campos a las
viñas.
Dirále en cartas
discretas
Requiebros a
maravilla,
No labradores
desdenes,
Envueltos en
señorías.
Olerále a guantes
de ámbar,
A perfumes y
pastillas,
No a tomillo ni
cantueso,
Poleo y zarzas
floridas.
Y cuando el
Comendador
Me amase como a su
vida
Y se diesen virtud
y honra
Por amorosas
mentiras,
Más quiero yo a
Peribáñez
Con su capa la
pardilla,
Que al Comendador
de Ocaña
Con la suya
guarnecida.
Más precio verle
venir
En su yegua la
tordilla,
La barba llena de
escarcha
[p. 47] Y de nieve la camisa,
La ballesta
atravesada,
Y del arzón de la
silla
Dos perdices o
conejos,
Y el podenco de
traílla,
Que ver al
Comendador
Con gorra de seda
rica,
Y cubiertos de
diamantes
Los brahones y
capilla;
Que más devoción me
causa
La cruz de piedra
en la ermita,
Que la roja de
Santiago
En su bordada
ropilla.
Vete, pues, el
segador,
Mala fuese la tu
dicha;
Que si Peribáñez
viene,
No verás la luz del
día.
COMENDADOR
Quedo, señora...
¡Señora!...
Casilda, amores,
Casilda,
Yo soy el
Comendador;
Abridme, por
vuestra vida;
Mirad que tengo que
daros
Dos sartas de
perlas finas
Y una cadena
esmaltada
De más peso que la
mía.
CASILDA
¡Segadores de mi
casa,
No durmáis, que con
su risa
Os está llamando el
alba!
¡Ea, relinchos y
grita!
Que el que a la
tarde viniere,
Con más manadas
cogidas,
Le mando el
sombrero grande
Con que va Pedro a
las viñas...
No se puede negar que en García del Castañar , obra de un arte más moderno y reflexivo, hay una maestría técnica que se echa de menos en Peribáñez. Los defectos de construcción de este [p. 48] drama son tan obvios, que apenas hay que indicarlos. La acción, que realmente es muy sencilla, hubiera podido regularizarse mucho más, sin perder ninguno de los datos poéticos esenciales. El incidente del retrato tiene algo de inverosímil y amanerado, y poco de ingenioso; estaría mejor en un drama novelesco y palaciego, que en una tragicomedia de costumbres campesinas, tan acentuada y vigorosa como es ésta. Cualquier otro recurso hubiera parecido más natural para despertar los celos de Peribáñez. Las tercerías de que se vale el Comendador, son repuguantes para el gusto de ahora, pero el público las toleraba en tiempo de Lope, y, además, son necesarias para justificar el exceso feroz de la venganza de Peribáñez, que no se sacia sino con la sangre de todos los que han sido viles instrumentos en las maquinaciones contra su honra. Finalmente, hay en esta obra, al lado de versos divinos, dos o tres pasajes de un mal gusto abominable: el abecé de amor en el primer acto, y lo que todavía es más grave, porque está en las situaciones más culminantes del tercero, un estúpido juego de palabras que hace Peribáñez sobre Ocaña y la caña, y unos impertinentes chistes sobre el gallo y las gallinas. ¡Y esto inmediatamente antes de caer en la escena nada menos que tres cadáveres! Grima da ver tales manchas en tan riquísimo paño.
Pero estas manchas, aunque graves, son las únicas, y no quitan a la tragicomedia de Lope su prodigiosa fuerza poética, ni tampoco su sentido histórico y humano, que es, a mi juicio, más permanente que el de García del Castañar , y más comprensible en todo lugar y en todo tiempo. La parte sofística y convencional que algunos encuentran en el conflicto planteado por Rojas, y sobre todo en la famosa fórmula Del rey abajo , ninguno , no existe en Peribáñez , que es un drama profundamente democrático. Para comprenderle, no hay que transportarse a otro siglo, ni sutilizar sobre el punto de honra y la veneración debida a, la persona del monarca; basta ser hombre y sentir como tal. Peribáñez no tiene una historia romántica como la que invoca tan a tiempo García del Castañar; no esconde generosa sangre , bajo el traje de villano; no es ningún conde encubierto y proscrito, a quien la alteza de [p. 49] su linaje comunica alientos para vengarse. Es sencillamente un hombre de bien, un labriego acaudalado y bien quisto en toda su tierra,
Cristiano viejo y
rico, hombre tenido
En gran veneración
de sus iguales...
Porque es, aunque
villano, muy honrado.
Vale personalmente demasiado García del Castañar para que no parezca una flaqueza en Rojas, una concesión a las preocupaciones de su tiempo, aquella prosapia que tan a deshora le finge:
No soy quien piensas,
Alfonso.
No soy villano, ni
injurio
Sin razón la
inmunidad
De tus palacios
augustos...
En idéntica situación, manchado como García con la sangre del enemigo de su honor, se presenta al Rey Peribáñez, ofreciendo su cabeza, que en Toledo ha sido puesta a precio, [1] y comienza con estas sencillas palabras:
... Yo soy un hombre,
Aunque de villana
casta,
Limpio de sangre, y
jamás
De hebrea o mora
manchada.
Fuí el mejor de mis
iguales,
Y en cuantas cosas
trataban
Me dieron primero
voto,
Y truje seis años
vara.
Caséme con la que
ves,
También limpia,
aunque villana...
Es cierto que el Comendador le ha armado caballero, después de nombrarle capitán de la escuadra de labradores; pero este incidente tiene tan poca importancia y pasa con tal rapidez, que [p. 50] la impresión que el espectador saca es que Peribáñez, con caballería o sin caballería, hubiera hecho lo mismo que hace. En su defensa ante el Rey, ni siquiera lo menciona, y hasta el mismo Lope, que con nombre de Belardo interviene en la escena, parece que se burla un poco de la ceremonia:
Yo, de mi burra
manchada,
De su albarda y
aparejo,
Entiendo más que de
armar
Caballeros en
Castilla...
Sirve, no obstante, esta escena para que el novel capitán confíe al Comendador la guarda y defensa de su casa y de su honra, lo cual hace más negra la alevosía de aquél; y para el lindo contraste, expresado en estos versos de Peribáñez al despedirse de su mujer:
¿No parece que ya os
hablo
A lo grave y
caballero?
¡Quién dijera que
un villano
Que ayer al
rastrojo seco
Dientes menudos
ponía
De la hoz corva de
acero,
Los pies en las
tintas uvas,
Rebosando el mosto
negro
Por encima del
lagar,
O la tosca mano al
hierro
Del arado, hoy os
hablara
En lenguaje
soldadesco,
Con plumas de
presunción
Y espada de
atrevimiento!
Pues sabed que soy
hidalgo,
Y que decir y hacer
puedo;
Que el Comendador,
Casilda,
Me la ciñó, cuando
menos...
Superfluo es advertir que en García del Castañar hay muchas cosas bellísimas que nada tienen que ver con Peribáñez: unas son originales de Rojas, y otras imitadas o adaptadas con mucho talento de varias composiciones más antiguas, especialmente de [p. 51] El Villano en su rincón , de nuestro Lope; de La Luna de la Sierra. de Luis Vélez de Guevara, y de El Celoso Prudente , de Tirso, Con tales elementos hizo el poeta toledano una obra muy próxima a la perfección, conducida con extraordinaria habilidad, rica de nobles y puros afectos, en que alternan la idílica dulzura y el terror trágico. Es el drama más moderno en su estructura que puede encontrarse en todo el Teatro antiguo: por eso comparte con EI Desdén , de Moreto, el privilegio de ser representado sin refundición alguna. Hasta los más indoctos le comprenden, y sienten sus peculiares bellezas, ni más ni menos que los espectadores del siglo XVII. Peribáñez tiene condiciones de otro orden: no es tan simpática ni de tan fácil acceso; es menos teatral, pero lo que le falta de artificio, le sobra en intensidad de vida poética, y en representación animada de las costumbres nacionales. Schack la considera como una de las joyas más preciadas de la corona del gran poeta.
Hay una rara comedia de tres ingenios, La Mujer de Peribáñez. Hállase también atribuida a Montalbán, pero es imposible que sea suya, tanto por el estilo como por la inverosimilitud de que un discípulo de Lope tan respetuoso como Montalbán, fuera a poner la mano en una de las obras capitales de su maestro para enmendarle la plana. Montalbán imitaba constantemente a Lope en la traza dramática, pero no le refundió nunca. Esta comedia tiene que ser posterior a su tiempo, y obra colectiva, como en su encabezamiento se expresa. La fábula es exactamente la misma que en la tragicomedia de Lope, aunque la acción se pone en tiempo de Enrique IV. Los personajes son casi los mismos, si bien algunos con distintos nombres; idénticas las principales situaciones. Hay un poco más de regularidad, pero se nota gran menoscabo de fuerza dramática. La parte lírica ha desaparecido casi del todo. La dicción poética es pintoresca y elegante en muchos pasajes: el haberse arrimado a la buena sombra de Lope, trajo fortuna a los autores. Es comedia bien escrita en general, y por estar tan olvidada, juzgo oportuno dar alguna muestra de sus [p. 52] fáciles versos, que no desagradarán, aun después de leídos los de Lope.
Dice Casilda a Peribáñez:
En
casa luego, aliñada,
Te espera la cama
abierta,
De rica ropa
alhajada,
De varias flores
cubierta
Y de blanca red
colgada.
Blanca camisa, labrado
De mi mano el
cabezón,
Te servirá mi
cuidado,
Oliendo a aquella
sazón
Que se le pegó del
prado.
Manteles que el otro día
Lavé, mi amor te
reserva,
Que al tenderlos
parecía
Que sobre la verde
yerba
Nevaba lo que
tendía.
Luego la cena, aunque llana,
Abundante y de
sabor,
Traerá tu familia
ufana,
Que solamente el
olor
Te renovará la
gana.
Y luego, sin embarazo,
Yo a tu lado, dulce
dueño,
Después de uno y
otro abrazo,
Por no embarazar el
sueño,
Aun no moveré el
regazo.
Peribáñez a un amigo suyo, que le aconseja que no permita salir de su casa a su mujer durante su ausencia:
¡Qué necia desconfianza!
¡Qué pensamiento
tan vil!
¡Qué discurso tan
extraño!
¡Muy bueno quedara
el año
Si se encerrara el
abril!
¿Casilda no salir fuera
En este florido
mes?
¿De la selva, sin
sus pies,
Qué vale la
primavera?
[p. 53] Su sol, que los campos dora,
¿Así queréis
ocultar?
¿Quién había de
enjugar
Las lágrimas de la
aurora?
Sus labios, siempre
fieles,
¿Era bien hecho
esconder?
¿Donde habían de
aprender
A teñirse los
claveles?
.........................
Salga Casilda: no
esté,
Por un riesgo
sospechado,
Quejoso el año y el
prado
De que los deja su
pie.
No haya fiesta en
toda aquesta
Comarca en que no
se halle;
Que, sin su brío y
su talle,
Nada ha de llamarse
fiesta.
Vaya a la iglesia,
aliñada,
Salga al prado y a
la fuente;
Que bien caben en
lo ausente
Las señas de bien
casada.
Cubra el pecho de patenas,
Vaya, anuque lo
contradigas,
A visitar sus
amigas,
Que siendo suyas,
son buenas.
Salga con trenzas y
rizos
A los bailes, como
todas,
Hállese siempre en
las bodas,
Nunca falte en los
bautizos.
Licencia he de
concederla
De salir donde
quisiere,
Y si en casa se
estuviere,
Tendré más que
agradecerla.
Casilda a su vecina doña Beatriz, que tercia en los amores del Comendador y la ofrece tenerla en su casa como criada:
No
prosigáis: ¿quién os dixo
Que sois más rica
que yo?
¿Para que son
bizarrías
Con las pobres
labradoras?
[p. 54] Que yo sé que las señoras
Os pasáis con
hidalguías.
Venid a mi casa
vos,
Ya que vuestra
voluntad
Da en aquesta
necedad,
Adonde, gracias a
Dios,
Tengo con estilo
llano
Todo cuanto el
gusto traza;
Que lo que el noble
en la plaza,
Tiene en su casa el
villano.
Palomas de veinte
en veinte
Veréis volar y
volver,
Que me enseñan a
querer
A Peribáñez
ausente.
Sin salir a las
vecinas
A darles enfados
nuevos,
Las gallinas me dan
huevos,
Los huevos me dan
gallinas.
La uva, que en
varios modos
Servir al gusto la
vi,
O se cuelga para
mí,
O se esprime para
todos.
La fruta el arbol
desgaja
En estas huertas
que ves,
Por el otoño, y
después
Hago otras huertas
de paja.
En casa, por
engordallos,
Crío con regalo
aquellos
Que es vergüenza el
no comellos
Y desvergüenza el
nombrallos.
La leña que ya se
arruga.
Se echa al fuego
sin cuenta,
Que de muy lejos
calienta,
Que de algo menos
enjuga.
Tengo de cosecha
mía,
Sin que lo salga a
pedir,
Aceite para lucir
Aunque fuera noche
y día.
La harina, cuya
blancura
Exceder la nieve
vi,
Algo más que para
mí
Para los otros se
apura;
[p. 55] Que aunque este pobre axuar
Tan pequeño llega a
ser,
Que no me da qué
vender
Ni me deja qué
comprar.
A vos no os
sobresalte
Que porque sin
Pedro estoy,
Me olvide de lo que
soy
Porque el regalo me
falte.
Y porque anochece,
a Dios,
Y quedad asegurada,
Que yo para ser
honrada
No os he menester a
vos.
[1]
[p. 38]. [1] . «Capítulo 1. Cómo el rey Don Enrique partió de Madrid e vino a Toledo.
Donde así fué, que estando este excelente rey Don Enrique en la villa de Madrid, quasi en fin del año de la Incarnación de nuestro Redentor de mil e quatrocientos e seis años, determinó de venir a Toledo, con propósito de ir poderosamente por su persona a hacer guerra al Rey de Granada, porque le había quebrantado la tregua e la fe que le había dado de le restituir el su castillo de Ayamonte en cierto tiempo que era pasado, e le no había pagado las parias que le debía; sobre lo qual le había mandado requerir algunas veces, e ni lo uno ni lo otro había querido cumplir. Para lo qual mandó allí hacer ayuntamiento de los Grandes de sus Reynos, así Perlados como Caballeros; e mandó llamar los Procuradores de sus cibdades e villas, porque con acuerdo e consejo de todos la guerra se comenzase, e para ello se diese el orden que convenía, así de la gente de armas e peones, como de pertrechos, e artillerías, e bastimentos, e dinero para seis meses pagar sueldo a la gente que se hallase ser necesaria, para que su persona entrase en el Reyno de Granada, como convenía al honor de tan alto Príncipe quanto él era. E venido a Toledo, adolesció de tal manera, que no pudo entender como quisiera en las cosas ya dichas, e mandó al Señor Infante Don Fernando, su hermano, que en todo entendiese como su persona propia entendiera, si para ello tuviera disposición. El qual envió mandar a los Perlados e Caballeros, que allí se hallaron, e a los Procuradores de las cibdades e villas que eran ende venidos, que todos para el siguiente día fuesen en el Alcázar de la dicha cibdad, donde el Señor Rey había mandado hacer asentamiento para tener las Cortes. E los Perlados e Caballeros e Procuradores que ende se hallaron, son los siguientes: Don Juan, Obispo de Sigüenza, que entonces sede vacante gobernaba el Arzobispado de Toledo, después del fallescimiento del Reverendísimo Arzobispo Don Pedro Tenorio; e Don Sancho de Rojas, Obispo de Palencia, que después fué Arzobispo de Toledo; e Don Pablo, Obispo de Cartagena que después fué Obispo de Burgos; e Don Fadrique, Conde de Trastamara, que después fué Duque de Arjona; e Don Enrique Manuel, primo del Rey; e Don Ruy López Dávalos, Condestable de Castilla; e Juan de Velasco, Camarero mayor del Rey; e Diego López Destúñiga, Justicia mayor de Castilla; e Gómez Manrique, Adelantado mayor de Castilla; e los Doctores Pero Sánchez del Castillo, e Juan Rodríguez de Salamanca, e Periáñez, Oidores del Audiencia del Rey e del su Consejo...»
Toda esta retahila de nombres propios, sin omitir ninguno, tuvo que poner Lope en un romance, a la verdad de asonante facilísimo.
[p. 49]. [1] . Situación análoga a la de otra comedia de Lope, El piadoso veneciano , fundada en un cuento de Giraldi Cinthio. Análogo desenlace tienen la comedia de Montalbán No hay vida como la honra , y otra atribuída a Tirso, El honroso atrevimiento.
[p. 55]. [1] . Sabemos que el Sr. D. Melchor de Palau, digno y benemérito correspondiente de nuestra Academia, tiene hecha una refundición del Peribáñez , pero no ha sido impresa ni representada hasta ahora.