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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS SOBRE EL TEATRO DE... > V : IX. CRÓNICAS Y LEYENDAS... > L.—PORFIAR HASTA MORIR

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Texto

Tiene por segundo título Macías el Enamorado. Esta preciosa comedia es de los últimos tiempos de Lope, y no fué impresa hasta 1638, en la póstuma Parte veinte y tres. Hartzenbusch la incluyó en el tomo III de su colección selecta. Hay una traducción francesa de Angliviel de la Beaumelle (1829), con el título de Persévérer jusqu'à la mort. [1]

Es héroe de esta comedia el desventurado trovador Macías, poeta gallego, no solamente de escuela y de lengua, sino también de nacimiento, según testimonio de su mayor amigo y coetáneo, Juan Rodríguez del Padrón, en el final de Los siete gozos de amor:

           Si te plaze que mis días
       Yo fenezca mal logrado
       Tan en breve,
       Plégate que con Macías
       Ser meresca sepultado,
       Y decir deve
       Do la sepultura sea: 
        «Una tierra los crió,
       Una muerte los levó,
       Una gloria los possea.» [2]

Juan Rodríguez quiso que sus nombres fuesen inseparables, y los juntó, no sólo en el pasaje citado, sino en esta linda canción, que tiene algo del humorismo de Enrique Heine:

           [p. 8] Sólo por ver a Macías
       E del amor me partir,
       Yo me querría morir,
       Con tanto que resurgir
       Pudiese dende a tres días.
           Mas luego que resurgiese,
       ¿Quién me podría tener
       Que en mi mortaja non fuesse,
       Lynda sennora, a te ver,
       Por ver que planto farias,
       Sennora, o qué rreyr?
       Yo me querría morir,
       Con tanto que resurgir
       Pudiese dende a tres días.

En su novela El Siervo libre de amor, concreta más el lugar del nacimiento de su amigo, que al parecer fué en la Roca del Padrón o en sus cercanías: «nascido en las faldas dessa agra montaña». Pero todo es oscuro en su vida, y lo es hasta el tiempo preciso en que floreció, puesto que mientras la general opinión pone su muerte entre 1404 y 1414, no falta quien la retrasa hasta 1434, y aun quiere fijar fecha posterior.

Pero lo que tiene de oscura su vida real, lo tiene de celebridad inmensa y popular su nombre, que es para los españoles uno de los mitos simbólicos del amor trágico y fatal, como los amantes de Teruel son otro. Nada influye en tal representación legendaria el mérito de las pocas canciones amatorias [1] que de él tenemos, y que pueden contarse sin escrúpulo entre las más insípidas de [p. 9] su género. Macías vive, no en las páginas de los Cancioneros, que son digno cementerio de sus mezquinas e insulsas querellas rimadas, sino en la fantasía popular y en las obras de otros ingenios, que, más afortunados que el trovador gallego, han acertado a declarar de una manera apasionada y poética lo que el alma ardorosa de Macías hubo de sentir, sin duda, pero no pudo expresar más que vaga y desaliñadamente.

La casuística amorosa de la Edad Media, mal avenida, en general, con la observancia rígida del nono precepto del Decálogo, creó en todas las escuelas de trovadores un tipo de poeta mártir del amor adúltero, llegando a veces a la más extravagante e inmoral apoteosis: en Francia, el de Raul de Coucy, amante de la dama de Fayel; en Cataluña, el de Guillén de Cabestanh; en Galicia y Castilla, el de Macías. La leyenda de éste parece tener algún fundamento histórico, y en sí misma no encierra nada de inverosímil; pero no hay bastante conformidad en los detalles, y ya en el primer tercio del siglo XVI, cuando el Comendador Griego escribía su glosa a Juan de Mena, tuvo que recoger la tradición remendada y a pedazos. Esta versión del Comendador, retocada y perfilada en algunos detalles por el docto Argote de Molina en su Nobleza de Andalucía (lib. II, cap. CXLVIII), es, por decirlo así, la of icial, la que ha servido de base a todos los dramas, poemas y novelas sobre este argumento. Oigamos, pues, al comendador Hernán Núñez:

«La historia de Macías, que tan nombrada es entre los que siguen la malicia del amor, aunque he mucho procurado por saberla enteramente cómo passó, hasta agora no me ha acontecido hablar con alguno que me la supiese relatar sino remendada a pedazos. Lo que he podido collegir entre muchas e diversas opiniones que he oydo , es esto, que Macías fué un gentilhombre, criado del Maestre de Calatrava D. ..., [1] el qual tenía una donzella de gran hermosura, de [p. 10] la qual se enamoró Macías, y passó por sus amores mucha pena assaz tiempo sin que della pudiesse alcanzar cosa alguna. Andando el tiempo, el Maestre desposó esta dama suya. E ni por esto Macías cessó de la servir como de primero. De lo qual como sintiéndose por agraviado el esposo, quexóse al Maestre: y el Maestre castigó mucho de palabra a Macías: mandóle por muchas vegadas que se, dexase de aquello: pero Macías, preso de amor de la señora, no se pudo retraer de la amar, y el Maestre, importunado de las continuas quexas del esposo, prendió a Macías, y estando en la prisión, concertóse el esposo con el carcelero que le tenía en guarda, que le abriese un agujero por el tejado que caía sobre la cárcel donde estaba presso Macías: y echóle por allí una lanza y matóle. Fué enterrado su cuerpo en un lugar del Andaluzía, cinco leguas de Jaén, que se llama Arjonilla.»

Argote de Molina, erudito muy respetable para su tiempo, pero de ideas y propensiones un tanto novelescas, amplió este relato, apoyándose, al parecer, en tradiciones locales del reino de Jaén y en reminiscencias de las propias canciones de Macías, que había leído en el Cancionero de Baena (existente entonces en El Escorial), del cual copió la primera y más célebre, Cativo de miña tristura. Supone Argote muy gratuitamente que Macías compuso tales versos cuando estaba preso en la torre de Arjonilla, y que estas sandias coplas fueron las que irritaron al celoso marido, que era un hidalgo de la villa de Porcuna, y le movieron a la sangrienta venganza que tomó, no del modo alevoso que refiere el Comendador Griego, sino en un rapto de furor, arrojándole una lanza cuando le vió asomado a la ventana de la prisión cantando sus empecatadas trovas. El homicida se refugió en el reino de Granada; el cuerpo de Macías fué llevado, en hombros de los caballeros y escuderos más nobles de la comarca, a la iglesia de Santa Catalina de Arjonilla, donde se le dió honrada sepultura, y en su tumba se depositó el hierro de la lanza, poniendo, a modo de epitafio, estos versos del mismo trovador, que forman parte de una de las poesías suyas que aun tenemos:

           [p. 11] Aquesta lanza syn falla,
                  ¡Ay coytado!
       Non me la dieron del muro,
       Ny la prise yo en batalla.
                 ¡Mal pecado!
       Mas viniendo a ty seguro,
       Amor falso e perjuro
       Me firió, e sin tardanza,
       E fué tal la mi andanza,
                 Sin ventura. [1]

Es más que dudoso que tal epitafio haya existido, y hasta pudiera sospecharse que estos versos alegóricos, interpretados a [p. 12] la letra, dieron motivo al detalle de la lanza; pero si Macías no hubiese acabado trágicamente (en lo cual todos concuerdan), su leyenda no hubiese tenido razón alguna de existencia, puesto

semejante causa, y le mandó se dexasse dello. Tenía el Amor tan rendido y sujeto a Macías, que viéndose atajado de todas partes creció el afición, con que las cosas de mayor resistencia son más desseadas. Y poniendo sus hechos a todo trance, no quiso perder el continuo ejercicio de requestar y servir a su señora, tanto que el Maestre, no hallando otro remedio (porque le consideró tan perdido, que consejo ni otra razón alguna serían con él de alguna consideración), lo mandó llevar preso a Arjonilla, lugar de la Orden a cinco leguas de Jaén, por no hallar otro camino para atajar las quexas que dél se davan.

Estava preso con ásperas cadenas Macias en Arjonilla, donde lamentando sus dolores, no hallando otro reparo para el alivio dellos, con canciones lastimosas dava mil quexas de su triste suerte, y enviándolas a su señora se entretenía con algunas vanas esperanças. Entre los otros cantares suyos nos ha quedado uno que dize assí, como se vee en un libro de Trobas antiguas en la Real Librería de San Lorenço el Real.»

(Copia la cantiga Cativo de miña tristura.)

Llegaron a manos del marido de la dama estas canciones y las continuas cartas de Macías, Y no pudiendo sufrir tanta inquietud quanta zelos públicos le davan, acordó de acabar de una vez con esta historia.Y subiendo en su caballo, armado de adarga y lança, fué a Arjonilla, y llegando a la cárcel donde Macias estaba, vióle dende una ventana della lamentándose del Amor, Y no pudiendo sufrir tan importuno enemigo, le arrojó la lança, y passándole con ella el cuerpo, con dolorosos sospiros el leal amador dió el último fin a sus Amores, y escapándose el caballero por la ligereza de su caballo, se passó al Reyno de Granada. El cuerpo de Macías fué sepultado en la Iglesia de Sancta Catalina del castillo de Arjonilla, donde llevado en hombros de los caballeros y escuderos más nobles de la comarca, le dieron honrosa sepultura. Y poniendo la sangrienta lança encima della, quedó allí su lastimosa memoria en una letra, que assí dezía:

Aquesta lança sin falla...»

( Nobleza del Andalucía... En Sevilla, por Hernando Díaz. Año 1588. Folios 272 y 273.)»

La relación que trae Fr. Baltasar de Vitoria en el Theatro de los dioses de la gentilidad, no es más que una amplificación retórica de la de Argote. [p. 13] que sus canciones no eran tales que bastasen a separarle del grupo de los más adocenados trovadores, ni a darle esa peculiar representación erótica. El analista de Jaén, Xímena, [1] describiendo la ermita de Santa Catalina, que en otro tiempo fué iglesia parroquial, dice que el epitafio, de letras antiguas, contenía sólo estas palabras: Aquí yace Macias el enamorado.

Pero hay otra versión más antigua y seguramente más romántica. Es la que consigna el condestable Don Pedro de Portugal en una de las glosas [2] de su Sátira de felice e infelice vida. Este condestable Don Pedro (Rey intruso en Cataluña después de la muerte del Príncipe de Viana) no fué contemporáneo de Macías, ni pudo conocerle (como por distracción afirman Amador de los Ríos y Puymaigre, confundiéndole, sin duda, con su padre el Infante), lo cual quita alguna fuerza histórica a su testimonio, trayéndole a los días de Enrique IV; pero de todos modos, estaba más próximo a los tiempos del leal amador, que Hernán Núñez y todos los que le han copiado. Dice así este curiosísimo pasaje:

«Macías, natural fué de Galicia, grande e virtuoso mártir de Cupido, el qual, teniendo robado su corazón de una gentil fermosa dama, assaz de servicios le fizo, assaz de méritos le meresció, entre los quales, como un día se acaesciesen amos yr a cavallo por una puente, assy quiso la varia ventura que por mal sosiego de la mula en que cabalgaba la gentil dama, volcó aquella en las profundas aguas. E como aquel constante amador, no menos bien acordado que encendido en el venéreo fuego, nin menos triste que menospreciador de la muerte, lo viesse, aceleradamente saltó en la fonda agua, e aquel que la grand altura de la puente no tornaba su infinito querer, ni por ser metido debaxo de la negra e pesada agua no era olvidado de aquella cuyo prisionero vivía, la tomó a do andaba media muerta, e guió e endereszó su cosser (corcel) a las blancas arenas, a do sana e salva puso la salud de [p. 14] su vida. E después el desesperado gualardón, que al fin de mucho amor a los servidores non se niega, por bien amar e sennaladamente servir ouo, ca fizieron casar aquella su sola señora con otro. Mas el no movible e gentil ánimo en cuyo poder no es amar e desamar, amó casada aquella que donzella amara. E como un día caminasse el piadoso amante, falló la causa de su fin, ca le sallió en encuentro aquella su sennora, e por salario o paga de sus señalados servicios le demandó que descendiesse. La qual, con piadosos oydos oyó la demanda e la complió; e descendida, Macías le dixo que farta merced le havía fecho, e que cavalgasse e se fuesse, porque su marido allí non la fallase. E luego ella partida, llegó su marido, e visto así estar apeado en la mitad de la vía a aquel que non mucho amaba, le preguntó qué allí fazía. El qual repuso: «Mi señora puso aquí sus pies, en cuyas pisadas yo entiendo vevir e fenescer mi triste vida.» E el, sin todo conocimiento de gentileza e cortesía, lleno de scelos, más de scelos que de clemencia, con una lanza le dió una mortal ferida. E tendido en el suelo, con voz flaca e oios revueltos a la parte do su sennora iba, dixo las siguientes palabras: «¡O mi sola e perpetua sennora! ¡A do quiera que tú seas, ave memoria, te suplico, de mí, indigno, siervo tuyo!» E dichas estas palabras con grand gemido, dió la bien aventurada ánima. E assy fenesció aquel cuya lealtad, fe e espeiado e limpio querer, le fizieron digno, segund se cree, de ser posado e asentado.en la corte del inflamado fijo de Vulcán, en la secunda cadira o silla, más propinca a él, dexando la primera para más altos méritos.»

Por raro capricho de la suerte, Macías, que tuvo en su vida la poesía que falta en sus canciones, vino a oscurecer con su fama la de todos los trovadores galaico-portugueses, y hoy mismo se cifra en este romántico nombre y en el de Juan Rodríguez del Padrón (en quien realmente termina esa escuela) todo el recuerdo que los gallegos guardan de su pasado poético. La verdadera poesía está en otra parte, en los juglares oscuros y cuasi anónimos del Cancionero Vaticano; pero la encarnación de aquel ideal [p. 15] poético en la vida, no cabe duda que la realizó Macías, rubricándola con su sangre.

Y si él no tuvo la fortuna de escribir hermosos versos, a lo menos dió inspiración y tema inagotable para que otros vates más afortunados los escribiesen y los pusieran en su boca. El marqués de Santillana, en la Querella de amor,

       Ya la gran noche pasaba...,

composición de melancólico lirismo, en que aparece Macías herido por aguda flecha y lamentándose de la pérdida de su amada:

       Su cantar ya non sonaba
       Segunt antes, nin se oía,
       Mas manifiesto se oía
       Que la muerte lo aquejaba;
       Pero jamás non cesaba,
       Nin cesó con grant quebranto
       Este dolorido canto
       A la sazón que espiraba...

Cuando la alegoría dantesca invadió por completo nuestra literatura, Macías fué personaje obligado en todos los Infiernos de amor, desde el que compuso D. Íñigo López de Mendoza (traducido en parte [1] el episodio de Francesca y Paolo para aplicársele [p. 16] muy inoportunamente al trovador gallego y a la dama por quien sucumbió), hasta los que metrificaron Guevara y Garci Sánchez [p. 17] de Badajoz. Este último trovador, del tiempo de los Reyes Católicos, que fué un segundo Macías y tiene una leyenda semejante a la suya, le presenta así:

           En entrando vi assentado
       En una silla a Macías,
       De las heridas llagado
       Que dieron fin a sus días,
       Y de flores coronado,
       En son de triste amador,
       Diciendo con gran dolor,
       Una cadena al pescuezo,
       De su canción el empiezo:
       «Loado seas, Amor,
       Por cuantas penas padezco.» [1]

Antes, y mejor que ninguno de estos poetas, le había hecho [p. 18] hablar Juan de Mena en el Orden de Venus. La aparición de Macías, es uno de los mejores trozos del Labirintho:

       Amores me dieron corona de amores,
       Porque mi nombre por más bocas ande...

Los enamorados iban o fingían ir en peregrinación a su tumba, como vemos en un decir dialogado del bachiller Juan de San Pedro:

       POETA
       Sepultura de Macías,
       ¡Guárdeos Dios!

       SEPULTURA
       Hayáis muy alegres días;
       ¿Quién sois vos?...

Ninguno de los poetas del amor le igualó en fama, por muchas extravagancias y locuras que hiciesen: ni Juan Rodríguez del Padrón, ladrando a modo de perro rabioso («Ham, ham; huyd, que rabio»), ni Garci Sánchez, perdiendo el seso por una parienta suya, hasta morir frenético y en cadenas. Su celebridad no se limitó a Castilla y a Portugal, sino que penetró en Cataluña, menos abierta, en el siglo XV, a la influencia castellana; y así, en la Comedia de la gloria de Amor, de Fra Rocaberti, le vemos figurar en su puesto natural, al lado de otro famoso mártir de amor, el rosellonés Cabestanh.

Macías, como Don Juan (que en cierto modo puede considerarse como su antítesis), es un personaje que no muere nunca. Pasada la generación que le admiró como poeta, y le declaró,

       Y humillado le habló
       En nuestro antigno lenguaje...
           En esto el juez sentenció
       Que son todas niñerlas
       Que la ocasión levantó,
       Y el fino amante Macías
       Que por sólo amor murió.

[p. 19] por boca de Juan Rodríguez del Padrón, «único merecedor de las frondas de Dafnes », continuó viviendo como ídolo de los amantes , nombre que con mucha propiedad se le da en el acto segundo de La Celestina. Apenas es posible abrir ningún poeta español de cualquier tiempo, sin encontrar alusiones al cuitado amador.

       ¡Vive Dios, que fué contigo
       Macías niño de teta!

exclama un gracioso en la comedia de Calderón Para vencer a Amor , querer vencerle.

       ¿Habéis estado en Teruel?
       ¿Conocisteis a Macias?

responde una dama presumida, en la comedia del mismo ingenio ¿Cuál es mayor perfección? Y en No hay cosa como callar:

       ¿Por qué pensáis que Macías
       Enamorado murió?
       Porque nunca consiguió.

Hasta en un libro de Mitologia, el Theatro de los dioses de la Gentilidad , de fray Baltasar de Vitoria, se habla largamente de Macías como el más famoso personaje entre los llagados por las saetas de Cupido.

Lope de Vega, en su largo camino por la historia tradicional y poética de España, no podía menos de encontrar a Macías y aprovechar tan magnífico argumento. Hízole, pues, héroe de una hermosa comedia, o más bien conmovedora elegía dramática, Porfiar hasta morir, donde el alma apasionada y turbulenta del gran poeta llega a identificarse con el suave lirismo de que su protagonista es símbolo. Es una de las obras de Lope que han obtenido de la crítica más unánimes elogios. Schack dice que «rebosa de estro poético en la pintura del joven trovador; que está llena de rasgos tan delicados como naturales en todos sus accesorios, de arrebatadora viveza en su exosición, y que por tales [p. 20] conceptos aventaja en gran manera a todas las piezas posteriores sobre el mismo argumento».

Ya hemos dicho que Porfiar hasta morir pertenece a la última manera de Lope, lo cual equivale a decir, no sólo que está muy esmeradamente escrita, con la discreción y el buen gusto que son característicos de los dramas de su vejez, sino, además, reflexivamente combinada, hasta con refinamiento en la técnica. La acción, que se desarrolla conforme a la lógica de los caracteres y de las pasiones, es bastante rica sin ser desordenada; las escenas se suceden sin confusión; el artificio es ingenioso, pero disimulado; los mayores efectos teatrales brotan con naturalidad suma, y la pieza es de tal manera regular, que apenas contraviene a las famosas unidades, pues dura muy pocos días, y pasa toda en Córdoba y sus alrededores.

La primera jornada es un modelo de exposiciones en acción, como Lope las prefería. Macías, estudiante de Salamanca, que ha trocado los libros por las armas, se dirige a Andalucía con cartas del señor de Valdecorneja para el Maestre de Calatrava (de Santiago debiera decir). Al llegar a las ventas de Alcolea con su criado Nuño, tiene ocasión de salvar la vida a un caballero a quien tres bandidos acometían con ventaja. Era el propio Maestre, según sabe poco después por relación de unos servidores suyos que venían buscándole:

       ¡Ah, hidalgos! ¿Vieron pasar
       Un caballero, por dicha,
       Con un gabán de color,
       Plumas negras y pajizas,
       Las espuelas plateadas,
       De oro y verde la mochila
       De un alazán, cabos negros...?

En compañía de aquellos escuderos se encamina, pues, a casa del Maestre, que le recibe con toda la cortesía y buen acogimiento que eran de esperar después de tal servicio, y le da, desde luego, sueldo y acostamiento entre sus más íntimos familiares. Servía a [p. 21] la condesa una dama, doña Clara, de la cual se enamora Macías en cuanto la ve, con súbito y fatal enamoramiento, que sería inverosímil en otro caso, pero que es el único digno de la pasión trágica que aquí se representa y del carácter legendario del protagonista. Macías, el enamorado por excelencia, no puede haberse enamorado como el vulgo: la pasión debió herirle como un rayo. El amor se enseñorea de su espíritu, y le arrastra con fuerza inevitable a la catástrofe. El mismo Macías lo declara con palabras hábilmente tomadas de una composición suya:

       Justa fué mi perdición;
       De mis males soy contento...

Y su criado Nuño exclama, reflejando el íntimo pensamiento de Lope de Vega:

       ¡Qué propio amor de poeta!
       No hay gente a amor tan sujeta.

Con grandísima habilidad escénica ha dispuesto Lope las cosas de modo que Macías haga la confidencia de su amor al mismo Tello de Mendoza, prometido esposo de la joven:

       Señor Macías, esa bella dama,
       Sirviendo a mi señora la Condesa,
       Tiene de honesta, como hidalga, fama,
       Y en todos actos la virtud profesa.
       Un caballero que la quiere y ama,
       Y que públicamente lo confiesa,
       La sirve agora, y de casarse trata;
       Y ella, aunque honesta, no le mira ingrata.
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

       MACÍAS
       Pues ya que me habéis dicho quién es Clara,
       Decidme quien es Tello de Mendoza.

       TELLO
       Luego ¿no lo sabéis

        [p. 22] MACÍAS
       Deseo sabello;
        Que le quiero envidiar.
       TELLO
        Pues yo soy Tello.

Con esto queda lanzada la semilla del odio entre ambos escuderos. Pasiones como la de Macías, no ceden ante un rival preferido, y además, Clara, con ingenua coquetería, muy finamente notada por el poeta, tan experto en estos matices del carácter femenino, recibe de buen talante sus versos, y le contesta de tal modo, que no deja enteramente cerrada la puerta a las pretensiones de su exaltada fantasía:

       Ha poco tiempo que fuera
        A ese amor agradecida ,
       Que era mía, y soy ajena.
       Trata casarme con Tello
       Mi señora la Condesa;
       Y aunque no me ha dicho nada,
       Basta saber que concierta
       Su Señoría estas bodas
       Para que yo la obedezca.
       Creedme, a fe de hijadalgo,
       Que ese amor agradeciera,
        Porque vos lo merecéis.
       No puedo: dadme licencia.

Tales explicaciones no podían desalentar a Macías, ni es maravilla que exclame:

       Pues ¿que importa que la quiera?
       ¿Quitáseme a mí el amor
       Porque diga que es ajena?
       Si ella me diera un remedio
       Con que yo la aborreciera,
       Aunque fuera más hermosa,
       Yo dejara de quererla.
       Pero si con más amor
        [p. 23] Con lo que dice me deja,
       Y si antes celos no tuve,
       Ya con los celos se aumenta,
       ¿Cómo la puedo olvidar?

       NUÑO
       Con imaginar las prendas
       Del que ha de ser su marido;
       Que no es razón que te atrevas
       A un hombre de su valor.

       MACÍAS
       ¿Qué bendición de la Iglesia
       Tiene ese hombre, majadero?
       Déjame adorar en ella
       Mientras que no tiene dueño.

       NUÑO
       ¿Y después, cuando le tenga?

       MACÍAS
        Entonces la querré más;
       Que no hay cosa que más crezca
       El amor que un imposible...

Es vulgaridad repetida en muchos libros de crítica, el decir que en Lope de Vega lo mejor son siempre los primeros actos. Muy exigua parte de su repertorio debían de conocer los que tal sentencia escribieron. Innumerables ejemplos hay de lo contrario, y por lo que toca a esta comedia, las mayores bellezas están en los actos segundo y tercero. Busca Macías la gloria o la muerte en la frontera de Granada, hácese notar por sus hazañas, y pide al Rey, en recompensa de ellas, la mano de Clara. Opónese el Maestre de Santiago, porque ya la Condesa, su mujer, había dispuesto de ella, y estaban hechos los desposorios. Macías se desespera, tiene una entrevista con Clara, persiste en su desatinada pasión, presencia encubierto las bodas, y ronda en la primera [p. 24] noche de novios la puerta de los recién casados. Tal es la estructura sencillísima de esta segunda jornada, en que la acción camina rapidísima y sin tropiezo, con la lógica rectilínea de la pasión furiosa y desbordada. Son dignos de citarse, como trozos de esmerada ejecución, el romance noble y entonado en que Macías hace relación al Rey de su persona y servicios; y la despedida de Clara, en que se mezclan hábilmente la afectuosa compasión, o más bien tierna y mal velada inclinación por Macías, y el cuidado que la dama tiene de su propia honra:

       CLARA
       Pues ¿que será lo que quieres,
       Siendo cosa tan honesta?

       MACÍAS
       Que te dé lástima el verme.

       CLARA
       ¿No quieres más?

       MACÍAS
       No, ¡por Dios!
       Que pedirte que te pese
       Fuera gran descompostura.

       CLARA
       Pues, hidalgo noble, advierte:
       No sólo me has dado pena
       De la que amándome tienes;
       Pero a no estar ya casada,
       Fuera tuya eternamente.
       Esto sin que haya esperanza
       Ni atrevimiento que llegue
       A pasar tu amor de aquí;
       Porque el día que esto fuese,
       Yo propia diré a mi esposo,
       Honrado como valiente,
       Que te quitase la vida.

[p. 25] El comedimiento y suave decoro que hay siempre en las palabras de Clara, presentada de intento por el poeta como una criatura algo fría, contrasta con el frenesí amatorio de Macías, que está admirablemente expresado en las décimas que pronuncia después de presenciar las bodas:

           En la noche confiado,
       Que, en fin, encubre mejor
       Cualquiera efecto de amor,
       Entré con el desposado.
       Llevaba el color mudado,
       Como quien va a desafío...
           Llegué, volví atrás, temblé,
       Paró el pie la confusión...
           Parecióme que no vía
       Lo mismo que viendo estaba;
       Sin oír lo que escuchaba,
       Lo que imaginaba oia...
           Como el crepúsculo frío
       Del alba, entre luces rojas,
       Abre una rosa las hojas
       Para beber el rocío...
           Levantóse del estrado,
       Y la Condesa con ella;
       Llegó el desposado a ella
       Más dichoso que turbado,
       Y con el padrino al lado.
       La sala se suspendió.
       Luego el padrino llegó,
       Y tomándoles las manos...
       ¡Cómo, cielos soberanos,
       Vivo yo, si lo vi yo!
           Preguntó a Tello (¡ay de mi!)
       Si por mujer la quería.
       Dijo que sí, y yo vivía,
       Que aun faltaba el otro si...
           Yo no sé cómo viví;
        Pero, ¿quién habrá que crea
       Que me pareciese fea
       Al tiempo que dijo sí?
       Mas por dicha no entendí
        [p. 26] La causa que pudo haber.
       Hermosa debió de ser,
       Porque son todas las cosas,
       Nuño, mucho más hermosas
       Cuando se quieren perder.
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       Pero ya las dos serán,
       Y siento que se levantan;
       Que ya ni danzan ni cantan,
       Antes pienso que se van.
       ¡Ay, Diosl La muerte me dan
       Con ver acortar los plazos
       De sus regalos y abrazos;
       Que si una mano que dió
       Clara a Tello me mató,
       ¿Qué haré si le da los brazos?

Finalmente, es de reparar el tino y delicadeza con que está salvada la dificilísima situación del final de este acto, que en manos de otro poeta hubiera resultado grotesca e indecente. Sólo pueden tildarse tres o cuatro versos de mal gusto puestos en boca del gracioso Nuño, que en lo restante de la pieza hace alarde de un chiste de la mejor ley.

La descripción del juego de sortija con que empieza el acto tercero, hubiera podido reducirse a menor espacio. Era un lugar común de nuestra poesía dramática, un pretexto para bizarras octavas, y Lope no perdía ocasión de hacerlas. Pero no puede decirse que sea enteramente episódica, puesto que el mantenedor de la justa había sido Tello de Mendoza, y Macías el encubierto aventurero del caballo negro y pavonadas armas que ganó la joya. Todo esto contribuye a mantenernos en la pura atmósfera romántica, que es la que convenía a esta pieza.

El Rey se propone curar a Macías de su insensato amor; le aconseja el olvido, y para alejarle de Córdoba le hace merced de la alcaidía de Arjona. Pero él corre ciego y desatentado a su perdición: su propio talento literario aumenta la escandalosa publicidad de su porfía; sus versos amorosos corren por toda Castilla; hasta los niños los repiten en las calles de Córdoba; hasta los [p. 27] moros de Granada los traducen en su lengua. Están, pues, muy justificados los celos de Tello, a quien Lope por nigún concepto ha querido hacer ridículo ni odioso, si bien no disculpe su bárbara venganza. Las palabras con que se queja al Maestre, su señor, son muy razonables y discretas:

           Bien sé que Clara es honrada,
       Bien conozco su virtud;
       Mas una necia inquietud
       Y voluntad porfiada,
           Un siempre constante amor,
       Que en los ojos muestra el pecho,
       A muchas buenas ha hecho
       Dejar de serlo, señor.
           ¿Quién se puede prometer
       Vivir honrado y seguro?
       ¿Cercó Dios de foso y muro
       los ojos de una mujer?
           ¿Qué guardas puso en su pecho
       Para que pueda el honor
       Vivir del ajeno amor
       Agraviado y satisfecho?
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
           ¿Tengo yo de estar sin miedo
       Mientras se desvela aquél,
       Y no puedo guardar dél
       El alma que ver no puedo?
           ¿Qué sé yo si vendrá día
       En que a Clara desvanezca
       Su hermosura, y la enternezca
       De un loco amor la porfía,
           Y atropellando la honra,
       Pueda comenzar a amar
       De lástima, y acabar
       Su lástima en mi deshonra?
           Fuera desto, ¿es bien, señor,
       Que se atreva un hombre así,
        Fiado en el Rey y en ti,
       A querer manchar mi honor?
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
           ¿Es bien que esto se prosiga
       Después de casado yo?...

[p. 28] La escena culminante de este acto, es el dúo entre Macías y su amada, a quien se presenta de improviso a orillas del Guadalquivir. Ni el fino amador desmiente la pureza ideal de que en sus sentimientos hace alarde, ni la dama su prudencia y su buen sentido familiar y honrado, que contrastan con los arrebatos líricos deMacías:

           Hermosa Clara, ocasión
       De mis versos y mis penas,
       Vuelve esas luces serenas
       A mi obscura confusión.
       No pido más galardón
       De amor tan desatinado,
       Que saber que mi cuidado
       Halló lástima en tu pecho,
       Para morir satisfecho
       De que fué bien empleado.
           No quiero yo de ti más
       De que digas (oye, advierte):
       «Hombre, pésame de verte
       En el estado en que estás.»
       ¡Mira tú qué premio das
       Tan fácil a mi tormento!
       Bien sabes tú que no intento
       Cosa que ofenda tu honor,
       Porque éste fué de mi amor
       El mayor atrevimiento.

       CLARA
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
           El que no estima el disgusto
       Que da el quitarle la fama,
       Ese no estima su dama,
       Que sólo estima su gusto.
       Tú eres discreto, y no es justo
       Que esté a tu pluma sujeta.
       No escribas; que se inquïeta
       Mi marido, y no es razón
       Que a costa de mi opinión
       Ganes fama de poeta.
           Tus canciones y favores
       Son para lágrimas mías:
        [p. 29] Escribe guerras, Macías,
       Deja de escribir amores...
           Más que me sirves, molestas;
       Y advierte que las casadas
       Perdemos por celebradas
       La opinión de ser honestas...
            A una casada le basta
       Para estimación honrosa,
       No el saber que ha sido hermosa,
       Sino saber que fué casta.
       ¿Tú piensas que me contrasta
       La vanidad que previenes
       Del grande ingenio que tienes?
       Pues en tan locos engaños,
       Escribe tus desengaños,
       Y no escribas mis desdenes.

Tello, mucho más sensato que los celosos de Calderón, ni por un momento sospecha de la inmaculada fidelidad de su mujer, la trata siempre apacible y cariñosamente, y no duda en hacerla participe de sus cuitas de honor:

       ¿Quién ha visto voluntad
       Tan necia en hombre discreto?
       Si es para sólo el efeto
       De escribir, ¿por qué ha de ser
       El sujeto mi mujer?
       ¿Falta en el mundo sujeto?...

El final del drama es conforme a la versión de Argote de Molina. El Maestre manda encarcelar a Macías, más que para castigarle, para ponerle a cubierto de la venganza de Tello,.el cual, irritado por las nuevas canciones que músicos enviados por el trovador vienen a cantar debajo de las ventanas de Clara, le arroja una lanza por entre las rejas de la torre. Macías muere con el nombre de su amada en los labios, y repitiendo en melancólica glosa su mote de Porfiar hasta morir:

       ¡Ay, Clara, que me has costado
       La vida; que no tenía
       Más que te dar, si te había
       Todas mis potencias dado!
        [p. 30] Honestamente te he amado,
       Que tú lo puedes decir;
       Pero de amar y servir,
       Justo galardón me alcanza,
       Pues quise, sin esperanza,
        Porfiar hasta morir.
           Di al Maestre, mi señor,
       Que a Tello perdono aquí,
       Pues yo la ocasión le di,
       Y él ha guardado su honor...

Tal es esta obra dramática, en que el poeta salvó con mucho tino la grave dificultad de interesar y conmover con un amor no inculpable, sin hacer por eso concesión alguna al adulterio, ni siquiera al adulterio de pensamiento. Quizá sea ésta la más profunda diferencia entre el modo cómo la antigua y la moderna poesía trataron este argumento.

Hemos visto que Lope respetó los datos esenciales de la leyenda, pero modificó más o menos arbitrariamente algunas circunstancias. El Maestre que interviene en la, acción no puede ser D. Enrique de Villena, puesto que aquel docto prócer no tuvo en tiempo alguno el Maestrazgo de Santiago, sino el de Calatrava, ni su mujer se llamaba doña Juana de Lara, sino doña Maria de Albornoz. El cambio puede ser intencionado, y acredita la sobriedad de medios con que Lope quiso proceder en esta obra. Precisamente por tener D. Enrique fisonomía tan característica y leyenda tan propia, no convenía mezclarla con la de Macías, ni atraer hacia él la atención que debía concentrarse en el protagonista. Es anacronismo evidente el que Macías hubiera estudiado en las escuelas de Palencia, que florecieron en tiempo de Alfonso VIII, y probablemente habían desaparecido ya en la época de San Fernando; no menos que el hablar de la adoración de los indios al Sol, y citar en profecía el episodio de Angélica y Medoro del Ariosto. Pero más singular que estos veniales descuidos (de que en nuestro Teatro y en el inglés hay tantos ejemplos) es el haber cambiado la patria de Macías, convirtiéndole de gallego en montañés:

        [p. 31] Yo soy Macías, hidalgo
       De los buenos que descienden
       De la Montaña a Castilla...

La verdad es que ni Argote de Molina, ni el Comendador Griego, únricos textos que probablemente conocía Lope, dicen la patria de Macías, y en la duda, él optó por naturalizarle en la tierra de sus padres, en la que él llamaba primera patria suya, y de la cual quería que procediese todo lo bueno: afecto filial que los montañeses debemos agradecer a Lope, no menos que al gran Quevedo.

Hay en la Parte 48 y última de la gran colección de Comedias escogidas (1704), una de tres ingenios, que lleva por título El Español más amante y desgraciado Macías. Uno de estos ingenios era Bances Candamo, [1] que escribió la primera jornada y algo más; no consta quiénes fuesen sus colaboradores. Es obra ingeniosa, aunque alambicada en el estilo, y muy distante de la pureza y sencillez de Lope, a quien los autores siguen en lo fundamental, pero complicando mucho más la intriga, según el gusto de su tiempo, y procurando acercarse más a los datos tenidos por históricos. Así, la escena pasa en el reino de Jaén, y no en Córdoba; el Maestre es D. Enrique de Villena, haciéndose repetida mención de sus estudios y de su fama de astrólogo judiciario. Y a Macías se le asigna su verdadera patria en Galicia y en la villa del Padrón:

       Aquí nací, pues, en donde
       El mar hidrópico oculta
       Aquella nave de piedra,
       Aquella nadante urna
       Con que el Apóstol de España,
       Sobre túmulo de espumas,
       En cóncavo errante escollo,
       El piélago undoso surca...

Se ve que los tres poetas tuvieron presente la comedia de [p. 32] Lope, y en realidad calcan sus principales situaciones, pero transponiéndolas e introduciendo una porción de variantes pueriles. Por ejemplo, la persona a quien ampara Macías contra los salteadores, no es el maestre, sino su criado Garci-Téllez, el prometido esposo de Margarita, la dama que va a ser ídolo de Macías. Ambos rivales se disputan a estocadas una rosa que Margarita había dejado caer. Hay trueque de papeles, disfraces, confusión nocturna, rivalidad entre dos damas, escondites, todo el embrollo vulgar de una comedia de capa y espada, como las hacían los imitadores de Calderón. El final es ridículo sobre toda ponderación. ¡Macías muere de un pistoletazo!

Por supuesto, que el enamorado trovador no volvió a levantar cabeza en la atmósfera glacial de siglo XVIII; pero apenas llega la revolución romántica, resucita con nuevos bríos y vuelve a sus amores desesperados, invadiendo simultáneamente las tablas escénicas y las páginas de la novela, bajo los auspicios de un grande y desventurado ingenio, que le toma bajo su protección, y quiere identificarse con él en su vida y hasta en su muerte. El segundo drama romántico en el orden de los tiempos (inmediatamente después de La Conjuración de Venecia, de Martínez de la Rosa), y primero de los compuestos en verso, tiene por asunto la trágica historia de Macías , y otro tanto acontece con la primera novela histórica digna de leerse entre las compuestas a imitación de Walter Scott (excluyendo, aunque son anteriores, las de Trueba y Cosío, por haber sido escritas en lengua inglesa).

Singular es, por cierto, esta manera de atracción y fatídico prestigio que ejercía sobre Larra la figura del Doncel de Don Enrique el Doliente. ¿Qué afinidades podía haber, fuera de la pasión amorosa, entre el alma sencilla del trovador gallego del siglo XV y el negro humorismo que fermentaba en el espíritu tormentoso y sutil de Larra, convirtiendo en hiel para su autor hasta los donaires de su pluma? Pero es cierto que la predilección existió, y que si se descompone en dos mitades el genio de Larra, Fígaro será la crítica y la sátira, y Macías la pasión y la locura de amor, aquella especie de exaltación imaginativa, más bien que fiebre [p. 33] de los sentidos, que ya en nuestro siglo XV había dado un precursor a Werther en el Leriano de la Cárcel de amor.

Dícese comúnmente, pero no puede admitirse sin distinciones, que en Larra las facultades de artista productor eran muy inferiores a las que tenía como pensador y crítico. Tal sentencia sería justa si recayese tan sólo sobre su teatro, sobre su novela, sobre sus versos líricos y satíricos, todo lo cual es, ciertamente, labor de imitación, muy distinguida a veces, pero que no vale tanto en conjunto como cualquiera de sus artículos más selectos. Pero Larra es grande artista en otro arte que está fuera de los encasillados retóricos y que se explaya en las libres regiones de la fantasía humorística. No sólo tuvo más ideas que ningún español de su tiempo, sino que acertó a dar forma, en cierto modo poética, a su concepto pesimista del mundo, a su interpretación siniestra, pero trascendental, de la vida.

No hay, pues, grande injusticia en la postergación que sufren sus obras puramente imaginativas, respecto de aquellas otras en que depositó la esencia más honda de su espíritu y la última palabra de su desolada filosofía. Pero de aquí a tenerlas por indignas de él o por cosa de poco momento, hay distancia grande. De tales ingenios nada puede desdeñarse, y, además, Larra ponía, hasta en sus obras menos inspiradas, un sello de distinción y buen gusto que basta para recomendarlas. El Doncel de Don Entique el Doliente (1834) es novela muy endeble si se la considera como cuadro histórico. Ni los estudios ni las inclinaciones de Larra le hacían apto para la reconstrucción de lo pasado, y el que buscara en su obra colorido arqueológico, se llevaría solemne chasco. Apenas conocía la Edad Media más que por las novelas de Walter Scott y por algunos romances y retazos de crónicas que leyó superficialmente antes de ponerse a su tarea. Pero lo que distingue a El Doncel de otras frías y cansadas rapsodias seudo-caballerescas que por aquel tiempo pulularon, es (aparte de la pulcritud y singular esmero del estilo, que es más castizo que en el resto de sus obras) la llama de la pasión culpable y misteriosa que por todo el libro serpea, y que en realidad le inspiró. Bajo el transparente [p. 34] disfraz del siglo XV, hay una novela íntima, demasiado histórica para desgracia de su autor. No brotó de pura imaginación literaria, como tantas otras de su género, sino que se realizó íntegramente en la vida, con fatal y trágico desenlace, no muy diverso del que había imaginado el poeta.

Caracteres hay dos, el de Macías y el de su amada, débilmente bosquejados uno y otro, y tan forasteros en la Castilla del siglo XV, como podían serlo Werther y Carlota, Jacopo Ortis y Teresa. Su erotismo refinado, mezcla de impulsos sensuales y de sofismas éticos, viene, en línea recta, de Juan Jacobo Rousseau, ciudadano de Ginebra. Tal como es esta novela, agrada por lo bien escrita, interesa aunque no entusiasme, y hoy mismo conserva lectores, lo cual no ha de atribuirse meramente al gran nombre de su autor, pues no es menos popular Espronceda, y con todo, pocos serán, entre sus más fervorosos admiradores, los que hayan podido dar cima a la soporífera lectura de los seis volúmenes de Sancho Saldaña.

Menos que la novela de El Doncel vale el Macías, drama en cinco actos y en verso, representado con éxito en 24 de septiembre del mismo año 1834. Por el sentimiento pertenece al teatro romántico; por la forma, es obra de transición o más bien de innovación timida. Larra no tenía verdadero genio dramático, y además, sus versos, hasta cuando son mejores (y los hay muy notables en esta pieza), no pueden compararse con su prosa, en nervio, en concisión acerada, en movimiento rápido y fácil. Todas estas ventajas las pierde como poeta, tornándose seco y difícil.

Ni en la novela ni en el drama da Larra indicio alguno de haber conocido la comedia de Lope. Tampoco creo que se inspirase en la de los tres ingenios. Las únicas reminiscencias que en el Macías he advertido, son de un drama francés anterior en pocos años al de Larra, el de Alejandro Dumas, Henri III et sa cour , estrenado en 1829. La situación en que la duquesa de Guisa se encuentra respecto de su amante St. Mégrin, es análoga a aquella en que Fernán Pérez de Vadillo coloca a su esposa Elvira respecto de [p. 35] Macías, y ambas escenas tienen un desarrollo parecido; pero aquí se detiene la semejanza.

En cuanto a la verdad histórica, está tan poco respetada en el drama como en la novela. Nada más lejano, por ejemplo, del D. Enrique de Villena que nos presentan las crónicas, tan estrafalario en sus gustos, tan indigesto en su ciencia, tan inhábil para la vida política y guerrera, tan candorosamente sensual y bonachón; que aquella especie de tirano feudal, ambicioso y sombrío, que imaginó Larra.

Notas

[p. 7]. [1] . En la colección de Chefs d´æuvre des théâtres étrangers, publicada por el librero Dufey. Tomo XV (primero del Teatro de Lope), págs. 258-383.

[p. 7]. [2] . Obras de Juan Rodríguez de la Cámara (o del Padrón), edición de la Sociedad de Bibliófilos españoles, pág. 13.

[p. 8]. [1] . El marqués de Santillana sólo conoció cuatro, y quizá sean las únicas auténticas: «... e aquel grand enamorado Macías, del qual non se fallan sinon quatro canciones, pero ciertamente amorosas e de muy fermosas sentencias». Estas cuatro, y una más, son las que se leen en el Cancionero de Baena (números 306, 307, 308, 309 y 31). Dos de ellas están en gallego, las restantes en castellano muy agallegado. Otras poesías se le atribuyen en diversos Cancioneros, pero todas o casi todas se encuentran también a nombre de otros poetas. Ninguna pasa de lo trivial dentro de su género, que por desgracia, abunda tanto en aquellas colecciones. El gentil niño Narciso (única que merecería indulgencia) es de Fernán Pérez de Guzmán.

[p. 9]. [1] . En la edición de la glosa que tengo a la vista (Copilación de todas las obras del famosísimo poeta Juan de Mena... Sevilla, 1528, fol. XXXVI) está en blanco el nombre del Maestre, pero Argote de Molina, y todos los que le siguieron, dicen que fué D. Enrique de Villena.

[p. 11]. [1] . Creo oportuno transcribir íntegro el texto de Argote, tanto por lo apacible de su narración, como por ser, a mi juicio, el que Lope tuvo más presente:

«Entre el rigor de las armas, bien se permiten discursos de amor. Y assí no será improprio deste lugar darle al famoso español Macías, pues fué y vivió en este Reyno (el de Jaén), y acabó en él la vida por causa dellos, cuya historia, copiada de mis Escarmientos de Amor (?), es ésta:

«Florecían en el Reyno de Jaén, en la frontera del Reyno de Granada, los hijosdalgo no tan solamente con esclarecidos y famosos hechos en las armas, mas con notables acaecimientos en amores. Era a esta sazón Maestre de Calatrava don Enrique de Villena, famoso por sus curiosas letras, cuyo criado era Macías, ilustre por la constancia de sus amores. El cual, dando al Amor la rienda que su edad y lozanía le ofrecían, puso los ojos en una donzella que al Maestre su señor servía. Y siendo estos amores con voluntad della tratados con gran secreto, no sabiendo el Maestre cosa alguna, y estando Macías ausente, la casó con un principal hidalgo de Porcuna. No desmayó a Macías este sucesso, porque acordándose del amor grande que su señora le tenía, y que no era posible en tanta firmeza aver mudanza, sino que forçada de la voluntad del Maestre había acetado matrimonio. Conociendo por secretas cartas que vivía su nombre en la memoria de su señora, confiado que el tiempo le daría ocasión de mejorar su suerte, la siguió y sirvió con la misma confiança y fee que antes que llegara a aquel estado. Como amores tan seguidos el tiempo no los pudiesse encubrir, el marido vino a entenderlos. Y no atreviéndose a dar muerte a Macías (por ser Escudero de los más preciados de su señor), parecióle mejor acuerdo dar cuenta dello al Maestre. El qual, llamando a Macías, le reprehendió grandemente, que no sólo siguiesse mas ni imaginasse continuar

[p. 13]. [1] . Anales eclesiásticos del obispado de Jaén, por D. Martin de Ximena Jurado, 1654, pág. 171.

[p. 13]. [2] . Publicó por primera vez esta glosa íntegra el Sr. Paz y Melia, en su edición de las Obras de Juan Rodriguez del Padrón, páginas 401-402.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

[p. 15]. [1] .                   E por ver de qué trataban
                                  Muy paso me fuí llegando
                                  A dos que vi razonando
                                  Que en nuestra lengua fablaban.
                                  Las quales, desque me vieron
                                  E sintieron mis pisadas,
                                  Una a otra se volvieron
                                  Bien como maravilladas.
                                   «¡Oh ánimas affanadas
                                  (Yo les dixe), que en Espanna
                                  Nacistes, si non m'enganna
                                  La lengua, e fuestes criadas!
                                  Decidme ¿de qué materia
                                  Tractades después del lloro,
                                  En este limbo e miseria
                                  Do amor hizo su Thessoro?...
                                   Ansy mesmo vos imploro
                                  Que yo sepa do nacistes,
                                  E cómo e por qué venistes
                                  En el miserable choro.»
                                     E bien, como la serena
                                  Cuando plañe a la marina,
                                  Comenzó su cantinela
                                  La una ánima mezquina,
                                   Diciendo: «Persona dina
                                  Que por el fuego passaste,
                                  Escucha, pues preguntaste,
                                  Si piedad algo te inclina:
                                      La mayor cuyta que ayer
                                  Puede ningún amador,
                                  Es membrarse del placer
                                  En el tiempo del dolor;
                                   E ya sea que el ardor
                                  Del fuego nos atormenta,
                                  Mayor dolor nos aumenta
                                  Esta tristeza e langor.
                                      Ca sabe que nos tractamos
                                  De los bienes que perdimos
                                  E del gozo que passamos
                                  Mientra en el mundo vivimos,
                                   Fasta tanto que venimos
                                  A arder en aquesta flama,
                                  Do non se curan de fama
                                  Nin de las glorias que ovimos.
                                      E si por ventura quieres
                                  Saber por qué soy penado,
                                  Pláceme, porque si fueres
                                  Al tu siglo transportado,
                                   Digas que fuy condepnado
                                  por seguir d'Amor sus vías:
                                  E finalmente, Macías 
                                  En España fuy llamado...»

[p. 17]. [1] .Creo que el último de los poemas de este género en que figura Macías, es la Residencia de Amor, de Gregorio Silvestre, uno de los poetas que en el siglo XVI conservaron mejor el gusto y traza de las coplas de la centuria anterior, y se mostraron más reacios a la imitación toscana. Esta composición termina dando el Amor la palma a Macias entre los poetas eróticos, aunque pienso que no tanto por sus versos como por su trágica muerte. También intervienen en la fábula Juan Rodríguez del Padrón, Juan de Mena, Guevara y D. Diego López de Haro, que son los que conducen a Macías a la presencia del Amor, que hace oficio de juez:

           Viéronse salir al punto
       Cuatro enlutados ya en días,
       Trayendo como en trassumpto
       En los huesos a Macías,
       Flaco y vivo, aunque difunto;
           La piel enjuta, y tostada
       Sobre la carne arrugada,
       Abierto el pecho y costado,
       Retrato al vivo sacado
       De la vida enamorada.
           Paróse en medio el pasaje,
       Y al jüez le saludó,
       Mas dió al Amor vasallaje,

[p. 31]. [1] . Por eso se reprodujo esta comedia en el tomo II de sus Poesías cómicas (edición póstuma), 1722.