Esta comedia, impresa en la Parte VII de Lope (Madrid y Barcelona, 1617), es probablemente la misma que con el título de Los Fajardos está citada en la primera lista de El Peregrino en su patria, y ha de ser anterior, por tanto, al año 1604; fecha que, de otra parte, parece bien confirmada por el desorden de la traza, la viciosa contextura de la fábula y el desaliño del estilo, que son notas características de la primera y más ruda manera de Lope, sobre todo en sus piezas históricas y novelescas.
Es comedia genealógica de las más destartaladas, confundiéndose en ella sucesos y personajes de muy diversas épocas. Por mero capricho se pone la acción en el reinado de Don Enrique II. El conde D. Juan Manuel que en la comedia figura, es D. Juan Sánchez Manuel, conde de Carrión, que efectivamente tuvo el Adelantamiento de Murcia en tiempo de aquel Monarca y era prino de la Reina Doña Juana Manuel; es también personaje histórico Juan Gallego Faxardo, pero es enteramente fabuloso el [p. 382] cerco de Lorca; y nada hay que decir del reto del moro Abenalfajar, y de su vencimiento por Juan Gallego, que toma de él parte de su apellido: lugar común repetido hasta la saciedad en las leyendas de linajes, aunque en este caso pudo tener cierto fundamento histórico en un hecho de un Faxardo posterior, como luego veremos.
En la parte heráldica Lope anduvo más exacto, y las palabras del más famoso y autorizado cronista del reino de Murcia pueden servir de comentario a sus versos:
La
villa de Santa Marta
De Hortiguera es el
solar
De este mi nombre;
que el mar
Cerca de su sitio
aparta.
Y
cuando de armas te acuerdes
Y tengas mil lunas,
moro,
Yo tengo en campo
de oro
Tres matas de
ortigas verdes.
Siete
hojas cada mata,
Hace el blasón mi
solar,
Sobre tres rocas
del mar
Con ondas de azul y
plata.
«La casa de Faxardos (escribe el licenciado Francisco de Cascales) es de Galicia, cuyo solar, muy antiguo, y muy noble, está en Santa Marta de Hortiguera: primero se llamaban Gallegos... Las armas de los Faxardos (que las hay dentro de los muros de Santa Marta de Hortiguera, y en el Porto, y en la fortaleza de la dicha villa) son tres aguilones sobre ondas de azul y plata, con tres hortigas verdes, siete hojas en cada rama, en campo de oro.» [1]
El primero de este linaje que pasó a Murcia (según refiere el [p. 383] mismo verídico historiador) fué Juan Faxardo, «que siguió las partes de D. Enrique en las guerras que tuvo con su hermano el Rey D. Pedro; y muerto que fué (éste) en Montiel, se vino juntamente con el Conde de Carrión, a Murcia, para tomar la posesión de este Reyno por D. Enrique».
No constan muy particulares hazañas suyas, pero Lope le atribuyó las de su hijo Alfonso Yáñez Faxardo, de quien dice Cascales: «Éste fué muy belicoso caballero, y halló aquí aparejo para hacer demostración de su persona, por ser frontera de Granada y Aragón. Tuvo grandes victorias, principalmente la que llaman del puerto de Olivera, donde don Farax Aben Reduan, caudillo de la casa de Granada, llevó mil y quinientos hombres de a caballo, y mucha gente de a pie: y saliendo Alonso Yáñez Faxardo con el pendón real de Murcia con cuatrocientos ginetes y algunos peones, los desbarató y venció, y mató muchos, y traxo muchos cautivos a la ciudad de Murcia. En las guerras que tuvo el rey D. Juan el Primero contra Portugal, le sirvió Alonso Yáñez Faxardo, y estando en la Puebla de Montalbán, a siete días de Noviembre de 1383 años, le hizo el Rey Adelantado mayor de este Reyno...»
Su gloria fué muy pronto eclipsada por otros de su linaje, cuyas memorias andan también revueltas con las suyas en esta comedia, a la cual cuadraba bien el nombre colectivo de Los Faxardos (que es el que Lope la había dado primitivamente) puesto que en un solo personaje compendió cuatro generaciones. Fué el primero de estos insignes adalides otro D. Alonso Yáñez Faxardo, hijo del anterior, «que alcanzó una gran victoria en el sitio de la ciudad de Vera contra los moros de ella y de Granada, y allí le mataron a su hijo Don Juan Faxardo; y otra que llaman la victoria del Algibe de los Cabalgadores, contra infinitos granadinos que venían a entrar en el reyno de Murcia; y otra en que tomó la villa de Huércal; y otra en el famoso sitio que puso a Baza contra infinidad de moros, que les constriñó a hacer pactos dentro de ciertos días, y recibió en rehenes 300 moros, gente principal y algunos parientes del Alcayde. Celebrada es la guerra [p. 384] que hizo en el Marquesado de Villena a Don Enrique, Infante de Aragón, pues le reduxo a la Corona Real, con muchos hechos señalados y derramamiento de sangre, por cuyos servicios le dió el rey Don Juan el Segundo (a quien sirvió en esta empresa) la villa de Mula; y luego por la cayda del Condestable Don Ruy López Dávalos, le hizo Adelantado mayor de este Reyno, año 1424.
Sucedió a Alonso Yáñez el segundo, su hijo primogénito Don Pedro Faxardo, así en su estado como en los hechos insignes, y en el cargo de Adelantado mayor de este Reyno, el qual se ha ido perpetuando en esta casa sin interpolación alguna... Hubo muchas victorias de enemigos, como fueron la del vado de Molina, la que llaman de San Francisco; y muchas escaramuzas y reencuentros sobre la ciudad de Vera... Señalóse en el sitio y toma de la ciudad de Cartagena, que la tenía Don Beltrán de la Cueva, y el Rey Don Enrique Quarto hizo a Don Pedro Faxardo, Señor de Cartagena, con título de Conde de ella; y esta merced la confirmaron los reyes Don Fernando y Doña Isabel, como parece por carta suya, dada en Madrid a 15 días del mes de Abril, año 1477...
Y entrando mil y quinientas lanzas de la casa de Granada en el Reyno de Murcia, para tomar la villa de Caravaca, donde él estaba acaso, salió contra ellos de improviso, y, cuerpo a cuerpo, mató un caballero Moro muy valiente, llamado Zatorre, que le pidió desafío, y desbarató el campo y le hizo huir».
Pero ninguno de estos adelantados de Murcia es el Fajardo heroico por excelencia, el que tuvo la fortuna de ser enaltecido, no solamente por la historia, sino por la musa épica del pueblo castellano, sino otro Alonso Fajardo, alcaide de Lorca, glorioso vencedor de la morisma en la batalla de los Alporchones. En honra suya se compuso aquel romance fronterizo, lleno de ímpetu bélico, que comienza:
Allá en
Granada la rica,—instrumentos oí tocar,
En la calle de
Gomeles,—a la puerta de Abdilbar...,
y a él debe referirse también, como atinadamente juzgó Wolf, otro romance no menos popular, que conviene transcribir íntegro, [p. 385] en su texto más antiguo, aunque menos correcto, porque Lope fundó en él una de las mejores escenas de su comedia: [1]
Jugando estaba el
rey moro—y aun al ajedrez un día
Con aquese buen
Faxardo,—con amor que le tenía.
Faxardo jugaba a
Lorca,—y el rey moro a Almería;
Jaque le dió con el
roque;—el alférez le prendía.
A grandes voces
dice el moro: —«La villa de Lorca es mía.»
Allí hablara
Faxardo,—bien oiréis lo que decía:
«Calles, calles,
señor rey,—no tomes la tal porfía,
Que aunque me la
ganases,—ella no se te daría;
Caballeros tengo
dentro—que te la defenderían.»
Allí hablara el rey
moro,—bien oiréis lo que decía:
«No juguemos más,
Faxardo,—ni tengamos más porfía,
Que sois tan buen
caballero,—que todo el mundo os temía.»
Lope, en la tercera jornada de su comedia, pone en acción la partida de ajedrez entre el Rey y Fajardo, dándola mayor realce con hacer que dos músicos canten al mismo tiempo los versos del romance, que seguramente todos los espectadores acampanarían en coro:
Jugando
estaba el Rey moro
En rico ajedrez un
día
Con aquese gran
Fajardo,
Por amor que le
tenía.
Fajardo jugaba a
Lorca,
Y el Rey jugaba a
Almería;
Que Fajardo, aunque
no es rey,
Jugaba cuatro o
seis villas...
De este modo lo épico se enlaza con lo dramático, y consigue el poeta que la ilusión realista no se destruya, a pesar del brusco tránsito del diálogo al canto. No en boca de los músicos, sino del Rey mismo, están puestos los famosos versos:
Perdiste, amigo
Fajardo;
La villa de Lorca
es mía...
[p. 386] Aunque esta anécdota sea notoriamente fabulosa. [1] y no reconozca otro origen que los tratos amistosos que el alcaide de Lorca tuvo con los últimos reyes moros de Granada, [2] no han [p. 387] faltado historiadores y genealogistas que tuviesen el lance por verídico; y tanto Argote en su Nobleza de Andulucía, como Cascales en los Discursos de Murcia y su Reino, copiaron el romance como documento histórico, llegando el segundo a querer puntualizar la fecha del caso, añadiendo curiosos pormenores, recibidos acaso de la tradición oral; pero incurriendo, a mi modo de ver, en una confusión entre los dos primos Fajardos, Alonso y Pedro.
«Y era llegado el año 1466, cuando por ciertos enojos y guerras que tuvieron entre sí Mulei Albohacen, Rey de Granada y su hermano Mulei Boabdelin, que vulgarmente llamaron el Zagal (que también se intitulaba Rey, y sobre eso era la discordia), el dicho Boabdelin, huyendo de su hermano, que le apretaba demasiadamente, se vino con algunos Moros en su compañía a la ciudad de Lorca, donde el Adelantado Don Pedro Faxardo estaba, y se puso en su poder, pidiéndole le amparase de la furia de su hermano. El Adelantado le recibió benignamente, y no sólo le defendió y aseguró de aquel peligro, pero le hizo muy honrado hospedaje y tratamiento. Este agasajo y favor lo escribió e intimó encarecidamente a su madre la Reina Horia (que así se llamaba), la cual estaba en Almería, y desde allí por cartas rogó al Adelantado que le amparase y defendiese, y, en señal de agradecimiento, le envió sesenta mil doblas. Todo esto se supo luego, y el Rey Mulei Albohacen le escribió también luego al Adelantado con sus embaxadores, que le entregase a su hermano, y le daría mucha mayor cantidad que la que de parte del Rey Zagal le habían ofrecido. Tratándose sobre esto entre algunos caballeros y criados del Adelantado, cuál de estas dos ofertas sería mejor que aceptase, dixo el Adelantado, muy como Príncipe, que ni quería la una ni la otra, sino tenerle seguro, sin entregarle a su hermano ni dar lugar a que recibiese daño alguno, y soltalle libremente cuando él se quisiese ir, pues había venido a su poder con la confianza que de él tuvo. Y así se quedó en Lorca, debaxo de su amparo, algunos días. En éstos, sobremesa se puso a jugar un día el Rey Boabdelin con el Adelantado, y en el juego le sucedió lo que el romance vulgar cuenta...
[p. 388] Entretenido aquí el Rey Zagal, cuando vió tiempo de volverse, pidió licencia al Adelantado, despidiéndose de él con mucho agradecimiento, y el Adelantado le envió con mucho amor y cortesía, dándole gente que le acompañase hasta Almería. Dentro de poco tiempo se puso en Granada, y desde allí le envió al Adelantado veinte y quatro caballos, tres espadas ginetas, y algunas adargas finas, y aderezos de caballos. Esto recibió y no otra cosa, de muchas, y de mucho valor, que juntamente le fueron presentadas.» [1]
Tanto Cascales como los historiadores particulares de la ciudad de Lorca, [2] aceptan la identificación del Fajardo de la partida de ajedrez con el Adelantado Pedro Fajardo; pero mucho mejor se comprende el origen de la leyenda, si la referimos a su tiránico y desaforado primo Alonso Fajardo, el vencedor de los Alporchones, llamado por sobrenombre el Malo; ya que de éste y no de aquél fueron los tratos con los moros, que él mismo viene a confesar implícitamente en la carta, por mil razones notable y llena de elocuencia y brío, que dirigió a Enrique IV: «Y no debéis, Señor, aquexarme tanto, pues sabéis que podría dar los castillos que tengo a los moros, y ser vasallo del Rey de Granada, y vivir en mi ley de christiano, como otros hacen con él... Y si vos, Señor, me negáis la cara, por donde yo error haya de hacer, la destruición del rey Don Rodrigo venga sobre vos y vuestros Reynos, y vos la veáis, y no la podáis remediar, como él hizo.»
Lope de Vega conoció seguramente esta carta aunque no atino dónde pudo leerla, pues el libro de Cascales, que es el primero que la trae, a lo menos de los que yo conozco, fué impreso bastantes años después de la composición y aun de la representación de esta comedia. Verdad es que el autor de las Tablas [p. 389] poéticas era amigo y panegirista de Lope (si bien con reservas clásicas), y pudo comunicarle manuscrito este documento. Pero que le tuvo presente no admite duda, puesto que en el acto tercero copia casi a la letra una de sus cláusulas:
Por un clavo,
famoso rey Enrique,
Se pierde una
herradura...
Por una herradura,
un buen caballo;
Por un caballo, a
veces un jinete;
Por un jinete, un
campo, y por un campo
Se pierde un reino:
tú, señor, procura
Honrar los
caballeros que defienden
Los que heredaste,
y los ajenos ganan.
«Oh Rey muy virtuoso (leemos en la carta de D. Alonso), soy en toda desesperación, por ser así desechado de V. Alteza: soez cosa es un clavo, y por él se pierde una herradura, y por una herradura un caballo, y por un caballo un caballero, y por un caballero una hueste, y por una hueste una ciudad y un reino.» [1]
La leyenda de la partida de ajedrez parece mero trasunto de un cuento árabe, mucho más antiguo, consignado en Abdalguahid y otros historiadores, cuyas noticias recogió Dozy en sus Scriptorum arabum loci de Abbadidis. En cierta ocasión, Alfonso VI de Castilla invadió en son de guerra los estados del Rey de Sevilla Al-Motamid, que se hallaba desprevenido para la defensa. Pero su primer ministro, Aben-Ammar, encontró un ingenioso medio de detener al ejército invasor, presentando a Alfonso un magnífico tablero de ajedrez, con piezas de ébano y de sándalo, incrustadas en oro, e invitándole a jugar con él, previa la promesa de concederle luego el favor que le pidiera. El Rey jugó y perdió, y el precio de la partida fué la retirada de su ejército, que, fiel a su palabra, ejecutó en seguida, contentándose con el doble tributo y los ricos presentes que le entregó Al-Motamid. [2]
[p. 390] Todavía hay que añadir algo sobre la parte histórica de esta comedia. Los anacronismos y confusiones que en ella se notan, son enteramente voluntarios y nacidos del propósito de reducir todos los Fajardos a uno para concentrar el interés dramático. Por lo demás, Lope estaba perfectamente impuesto en la historia real y fabulosa de aquella familia, tan prepotente en el reino de Murcia. Se advierte este conocimiento aun en los pormenores más nimios. Interviene, por ejemplo, en la fábula de nuestro poeta un comendador Lisón, y la historia nos dice que a la batalla de los Alporchones concurrió Alonso de Lisón, comendador de Aledo, con 15 hombres de a pie y siete de a caballo. También es personaje histórico el D. Gonzalo de Saavedra, a quien el Rey envía contra Fajardo en el acto tercero. No sabemos si era Veinticuatro de Sevilla, como le llama Lope, pero de su empresa da cuenta Cascales [1] en los términos siguientes, refiriéndola al tiempo de Enrique IV y a los disturbios promovidos por Alonso Fajardo el Tirano:
«El Adelantado D. Pedro Faxardo, con el poder que tenía del Rey, y con el favor de esta ciudad (Murcia), sacó gente en campaña, y con ella, y con la que el Rey había enviado primeramente con Martín de Sosa, y después mucha más con Don Gonzalo de Saavedra, Comendador mayor de Montalván, marchó para Lorca, donde estaba Alonso Faxardo con mucha gente granadina, y de tal manera le apretaron el Adelantado y el Comendador de Montalvan, que entraron en la ciudad, y mataron gran número de moros y cautivaron más de docientos. Retiróse Alonso Faxardo al castillo, y no se quiso rendir si no le concedían, lo uno, perdón general para sí, y para Garci-Manrique, Maestre de Santiago, su yerno, casado con doña Aldonza Faxardo, su hija, a quien había dado en dote la villa de Mula, que había usurpado de la casa y estado del Adelantado; lo otro, que el Rey concediese tregua con el Rey de Granada por cinco meses. Con la nueva de esta victoria fué al Rey Juan de Soto, caballero y regidor de [p. 391] Murcia, y de secreto llevó una carta de Alonso Faxardo, por la cual representaba al Rey sus servicios, y de sus pasados, y pretendía perdón de su yerro.»
Ya hemos tenido ocasión de citar algunas sentencias de esta famosa y arrogante carta, que es una de las buenas muestras de la prosa política del siglo XV; verdadero memorial de agravios, o manifiesto sedicioso, en que de todo se trata menos de pedir perdón, con paz sea dicho del candoroso y simpático humanista, a quien tanto deben los anales murcianos.
Lope, que tan buen instinto tenía para apoderarse de los rasgos históricos más característicos y salientes, parafraseó con mucha valentía los conceptos de esta carta en las palabras que pone en boca del ofendido Fajardo, después de su derrota, dirigiéndose a Sayavedra:
¿Así
paga el señor Rey
Lo que le debe a
Fajardo?
¿Este es el premio
que aguardo?
¿Esto es justicia,
esto es ley?
.....................................................
El
ganar cuatro ciudades
Y diez villas, sin
tener
Sueldo o soldada;
el perder
Por él tantas
amistades;
El
tener tantas heridas,
De los pies a la
cabeza,
Por servicio de Su
Alteza
Cara a cara
recibidas;
El
tener de todo apenas
Más que un caballo,
una lanza,
Y alguna corta
esperanza
De estas ganadas
almenas;
Hacer
temblar a Granada....
Señor Veinticuatro,
¿es ley
Justa que os
mandase el Rey
Que me desciñáis la
espada?
¡Ésta,
con que he detenido
Tantos moros
africanos,
Me la quita de las
manos
El mismo que he
defendido!
[p. 392] ¡Ésta, por quien duerme allá
Seguro en bordada
cama,
En tanto que la
recama
Fajardo de sangre
acá!
[1]
Otro episodio caballeresco, tradicional hoy mismo en Lorca, aparece levemente desfigurado en esta comedia de Lope, por el empeño de atribuir la hazaña a uno del apellido Fajardo. Me refiero a la famosa victoria de los cuarenta y al rapto de la novia de Serón. Consignó por primera vez esta tradición en pésimos metros el ingenioso novelista y admirable escritor en prosa Ginés Pérez de Hita, en cierto poema o más bien crónica rimada que en 1572 compuso con el título de Libro de la población y hazañas de la muy noble y muy leal ciudad de Lorca, y que sin gran mengua de las letras patrias ni del nombre ilustre del autor de las Guerras civiles de Granada, ha permanecido inédito hasta nuestros días, estragándose más y más en las repetidas copias, después de haber servido de fondo principal a la narración en prosa del P. Morote.
[p. 393] Refiere, pues, el vate de Mula en el canto XV de su poema, que cuarenta caballeros lorquinos salieron secretamente de su ciudad con intento de correr la frontera de Granada, y llegados a cinco leguas de Baza, entraron por el río de Almanzora, y se emboscaron en unos pinares junto a Serón, esperando que pasase algún moro:
Seis
días estuvieron aguardando
Tan sólo por hacer
muy buena presa.
. . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Estando en estas
cosas maginando,
Unos moros venir
ven a gran priesa;
Éstos sólo son
doce, según cuenta,
Que a una novia
llevaban su parienta.
De
Serón estos doce habían salido,
Camino van de Baza
muy derechos,
Mas hales al revés
acaecido
De aquello que
pensaban en su pecho,
Porque los
emboscados han salido,
Y les acometieron
muy de hecho,
Prendieron a los
once prestamente,
Cautivando a la
Mora juntamente.
Un
moro de los once se fué huyendo
Camino de Serón muy
prestamente;
Doscientos de a
caballo muy corriendo
Salieron de Serón
muy de contado.
[1]
Los de Lorca se
estaban atendiendo,
Mostrando cada cual
ser muy valiente;
Mas Diego López
luego ha preguntado
De dó es aquella
gente que ha asomado.
Un
moro respondió de los cautivos,
«Un capitán de Baza
allí parece
Que quema a los
cristianos casi vivos,
Y de ellos hace
cuanto le parece:
Gustaréis de sus
golpes tan esquivos,
Que cada cual de
vos bien lo merece,
Pues habéis a la
novia cautivado
Y a todo su linaje
deshonrado.»
[p. 394] Luego, pues, los de Lorca en un momento
Aquellos once
moros degollaron,
Y a los otros les
salen al encuentro,
Que muy cerquita de
ellos allegaron:
Dos moros se
adelantan de ardimiento:
«¿De dónde sois,
cristianos?» preguntaron.
Respóndeles Morata
prestamente:
«De Lorca somos
todos justamente.
Mas
(si de ello gustareis) luego entremos
En la cruda batalla
y peligrosa,
En donde nuestras
fuerzas probaremos
Con gente que es en
guerra valerosa,
Y nuestro gran
valor os mostraremos,
Que sabémoslo hacer
en cualquier cosa,
Y aunque los que
venís sois tres doblados,
No os tienen los de
Lorca en tres cornados.»
Enojado
el morisco, muy furioso
Revuelve su caballo
prestamente,
Y puesto en los
estribos valeroso,
La lanza le tiró
muy crudamente.
Morata, que lo vió,
fué muy mañoso,
Del golpe se guardó
ligeramente;
Su lanza por un
lado ha terceado,
Y al moro atravesó
por un costado.
Cayó
del golpe el moro muerto en tierra,
Dando muy doloroso
y gran gemido;
Trabóse en un
momento allí la guerra,
Y todos los de
Lorca han acudido.
. . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Los cuarenta
guerreros lorcitanos
Se meten en los
moros como alanos.
Mataron
más de veinte en el encuentro
Rodaba por el suelo
la rüina;
Espántase de ver
tal ardimiento
Aquella mala gente
sarracina;
Mostraban los
cristianos grande aliento;
Cualquier de los
cuarenta, determina
En el asalto ser
aventajado,
Y mostrarse en el
lance señalado.
No
hubo tempestad tan repentina,
Ni truenos tan
terribles y espantosos,
Ni lluvia que
cayese tan aína
[p. 395] De piedras en los sotos muy frondosos;
No causó su furor
tanta rüina
Como aquestos
cuarenta tan famosos,
En aquella tan
bruta y vil canalla,
Al tiempo que
rompieron la batalla.
Por
medio travesaron la otra parte
Del escuadrón
morisco tan malvado;
Por tierra
derribado su estandarte,
Que de labores era
muy preciado:
Aprietan con los
moros con tal arte,
Que ya el morisco
bando está espantado;
Mas viendo que son
pocos, dan en ellos,
Pensando de
matallos o prendellos.
...............................................................
Mas
los de Lorca, diestros en la guerra,
Juntos ïban
entrando y van saliendo;
Muchos moros
estaban por la tierra,
De golpes muy
crueles pereciendo;
Sonaba aquel rumor
por cualquier parte;
Socorro de Serón
viene corriendo;
Forzoso a los de
Lorca es retirarse,
Y a un punto todos
juntos apartarse.
...............................................................
El
moro bando piensa muy de veras
Que alguna gran
celada se aprestaba...
Con este gran
temor nadie se osaba
A los pocos de
Lorca el acercarse
Viendo aquesto la
novia, allí lloraba,
No pudiendo consigo
consolarse,
Y dijo: «Caballeros
generosos,
Mirad que soy
mujer: sedme piadosos»
...............................................................
Tomás
Morata dijo prestamente:
«Volvamos esta
mora, caballeros,
Pues no es de gran
valor este presente;
Mostremos el valor
de ser guerreros,
Y llévela su esposo
justamente;
Nosotros no venimos
por dineros,
Sino por ganar
honra eternamente.
Mostremos cortesía
aquí al presente.»
Y
los de Lorca, visto ser muy bueno
Lo que Morata dice,
y provechoso,
[p. 396] Asieron a la mula por el freno,
A do la novia va
muy de reposo:
Luego al morisco
bando sarraceno,
El dón le
presentaron tan famoso.
Quedó el bando
morisco allí espantado
De un hecho de
virtud tan señalado.
Si
los de Lorca dicen son furiosos
Y en casos de la
guerra señalados,
No menos son, por
cierto, virtuosos,
Y en casos de
virtudes muy preciados.
Bien se muestra en
tal acto ser famosos
Varones, en
cualquier cosa esforzados.
Grande honra han
ganado en este día
Mostrando su valor
y bizarría.
...............................................................
Los
de Lorca muy luego se volvieron
Con honra de aquel
hecho bien ganada,
Y al río de
Almanzora lo corrieron,
De do sacaron
grande cabalgada;
Con la presa en su
patria aparecieron,
Que aun no sabía
Lorca de ellos nada,
Hasta verlos entrar
con la gran presa,
Y holgándose bien
todos de la empresa.
[1]
Quedan en Lorca varios recuerdos de esta hazaña: un cuadro que la representa, en la sala de sesiones del Cabildo municipal, y otra pintura de mano antigua, aunque torpe, en el crucero de la capilla mayor del templo de Nuestra Señora de las Huertas. Cuenta además el P. Morote (y esto no lo dice Pérez de Hita), que agradecida la mora a la cortesía de aquellos caballeros, regaló al que hacía de jefe de ellos (cuyo apellido, según el P. Morote, era Guevara) una rica joya de oro y pedrería, y además la cabezada de la mula en que montaba. «Consérvase hasta hoy (escribía Morote por los años de 1741) la dicha joya y precioso freno, con cuatro borlas de finísima seda azul, con sus cordones notablemente [p. 397] curiosos, y tan finos sus colores, que dudo puedan salir semejantes, en estos tiempos, del tinte. Guárdanles los caballeros Rendones.»
Hoy, según testifica el novísimo y bien informado historiador de Lorca, D. Francisco Cánovas y Cobeño, [1] no se conserva ya la joya, pero sí la cabezada o freno, vinculado en la familia de Álvarez Fajardo. Es un curioso ejemplar de las Industrias granadinas, y tiene lindas guarniciones de cobre dorado y esmaltes. [2]
De esta leyenda, que en nuestros días ha sido cantada en seis romances por el ilustre murciano D. Lope Gisbert, [3] tuvo conocimiento Lope, no sé si por el manuscrito de Ginés Pérez, o por algún otro documento, que no adivino cuál pudiera ser. Pero la transformó, según cuadraba a su intento, sacrificando al oscuro capitán Tomás Morata en aras del famoso alcaide de Lorca, llamado por unos el Bravo, y por otros el Malo, terror de moros y pesadilla de cristianos. A él, pues, adjudicó la hazaña de los cuarenta caballeros, que redujo a cuatro para mayor efecto dramático; puso el robo de la novia en la misma noche de bodas, y logró de ese modo las escenas más bizarras y animadas del segundo acto de su comedia. Un confidente morisco trae a Fajardo la noticia de las bodas:
Como el alcaide de
Baza,
Y Alcindo, alcaide
de Vera,
Sus hijas casan,
Fajardo,
Y esta noche son
las fiestas,
Vera está toda
alterada,
Sus moros las armas
dejan,
Y los jacos y las
lanzas
Por música y tocas
truecan.
Ya de los guardados
muros
[p. 398] Y de su justa defensa,
No se acuerdan,
ocupados
En las damas que
festejan.
Las yeguas que a la
campaña
Ayer sacaron
ligeras,
Hoy las plazas y
las calles.
A cuadrillas
desempiedran.
Los que con tanta
algazara
Por esa verde
alameda,
La cara del sol
cubrían
Con las disparadas
flechas;
Los que pasaban los
muros
De Lorca, y en sus
almenas
Dejaban blandiendo
el asta
De arrojadizas
jinetas,
Ya con el amor
lascivo,
Sobre alcatifas de
seda,
Requiebran noches y
días
Las moras de
Cartagena.
Si tienes gente,
Fajardo,
Buenas lanzas y
ballestas,
Yo te enseñaré un
portillo
Por donde ganes a
Vera.
. . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . .
FAJARDO
¡Oh, Garcijofre
famoso!
Armas y caballo
apresta,
Y al Comendador de
Aledo
Di que los suyos
prevenga;
Que pues de
aquestos alarbes
Sabemos todos la
lengua,
Disfrazados con
marlotas
Hemos de entrar en
las fiestas.
Cambia la decoración, y nos encontramos en una zambra morisca, donde se canta y danza esta letra, demasiado madrigalesca y anacreóntica para el caso, pero de todos modos bastante linda:
[p. 399] Durmiendo estaba Xarifa
Entre las flores de
un prado...
Bajó de un árbol
Amor,
Que sabe y anda en
los ramos,
Y mirándola en la
boca,
Quísola medir los
labios,
Y llegando quedito,
pasito,
Besóla callando y
fuese volando.
Entran Fajardo y sus tres compañeros, disfrazados de moros, hacen respectivamente el paseo de la morisca o de la danza de hacha, y se llevan en brazos a la novia, como en son de fiesta. Los infieles, estupefactos, no caen en la cuenta de lo ocurrido hasta que oyen gritar a Zaide:
¡Traición, alcaide,
traición!
—¿Cómo
traición?
—De la
villa
De Lorca salía
Fajardo,
Ese espanto de los
moros,
Ese honor de los
cristianos.
Salió con este
concierto,
Y vistiendo tres
soldados
De los que más se
confía,
Vino a haceros este
engaño.
Apenas sacó de aquí
A Felisalva en los
brazos,
Cuando en la playa
la puso
A las ancas de un
caballo.
Y primero que
entendiese
Lo que llevaban
trazado,
A las puertas van
corriendo,
Dos a dos y cuatro
a cuatro.
Apenas salen de
Vera,
Cuando a voces por
el campo
Van diciendo:
«¡Viva! ¡Viva!
¡Viva el alcaide
Fajardo!»
Salí a verlos, y
del polvo
Que llevan, por
largo espacio
Perdí de vista a
los hombres
Y vi por el aire el
rastro...
[p. 400] Aun del regalo de la mora hay, si no me engaño, una reminiscencia en este trozo de romance, puesto en boca de la sultana Fátima:
Caballero
Abindarráez,
Pues os partís a la
guerra,
Y para el reino de
Murcia
Hacéis alarde y
reseña,
Si viéredes a
Fajardo,
Aquel de la cruz
bermeja,
Aquel alcaide de
Lorca
De quien tantas
cosas cuentan;
Aquel que de ver su
sombra
Tiemblan los moros
de veras,
Aquel que mató a
Alfajar
Y que arrastró sus
banderas,
Pues yo sé que es
vuestro amigo,
Y que no alzaréis
las vuestras
Para quitalle sus
villas
Ni hacer a su gente
ofensa,
Decidle cómo en
Granada
Fátima rogando
queda
A Mahoma por su
vida
Y por sus altas
empresas;
Decidle que de su
fama
Está enamorada y
tierna...
Decidle que pudo el
nombre
De Fajardo en mi
dureza,
Más que de Zayde el
amor,
Y que ha un año que
me inquieta;
Y decidle que
aunque sé
Que el amarle es
cosa honesta,
Sé que es el verle
imposible,
Y que siéndolo se
aumenta;
Y que le labro un pendón
De seda, oro, plata y perlas,
Que le daré de mi
mano
Si quiere Alá que
le vea...
Ya queda advertido que esta comedia de El primer Fajardo es una de las más informes y atropelladas de Lope; pero basta con los trozos transcritos, para comprender que hay en ella vida [p. 401] poética y una imitación continua y feliz del estilo de los romances fronterizos. No es maravilla, por consiguiente, que haya sido traducida al alemán por Rapp [1] y que hayan fijado en ella la atención varios críticos, tales como Enk [2] y Grillparzer. [3] Este último, con el seguro instinto dramático que le caracterizaba, se fija especialmente en las escenas del rapto de la mora, que considera como las mejores de la obra. «Estos episodios (dice), naturales, sencillos, excelentes, abundan hasta en las piezas más endebles de Lope.»
[p. 382]. [1] . Discursos históricos de la muy noble y muy leal ciudad de Murcia... Año de 1775. En Murcia, por Francisco Benedito. Hojas 8-10 de los preliminares, sin foliar. La primera edición de esta Historia es de 1621, por lo cual se ve que Lope no pudo disfrutarla para esta comedia. Hubo de valerse de algún nobiliario anterior.
[p. 385]. [1] . Sigo la lección de la Primavera, de Wolf (núm. 83), que la entresacó del Cancionero de Romances de Amberes, sin año.
[p. 386]. [1] . Era, por otra parte, un lugar común en los romances. Recuérdese la partida entre Moriana y el moro Galván:
Juegan los dos a
las tablas,
Por mayor placer
tomar.
Cada vez que el
moro pierde,
Bien perdía una
cibdad;
Cuando Morïana
pierde,
La mano le da a
besar.
(Número 121 de la Primavera, de Wolf)
[p. 386]. [2] . En estos tratos no quedó muy bien parada la fidelidad de aquel arrogante magnate, que se aprovechó, como tantos otros, de la anarquía del reinado de Enrique IV para hacerse una soberanía casi independiente. «Alonso Yáñez Fajardo, el vencedor de los Alporchones, se había constituído régulo de Murcia y Cartagena, con apoyo de su yerno Garci-Manrique, e indiferente a los mandatos del Rey..., dictaba leyes a la comarca y las ejecutaba a punta de lanza. Don Enrique autorizó a los émulos de D. Alonso para hacerle la guerra a sangre y fuego; y en virtud de esta facultad, el capitán Gonzalo Carrillo invadió los estados de aquel señor, maltratando a sus vasallos y haciendo daños incalculables con talas e incendios. Enfurecido D. Alonso, reunió la gente de su yerno, la de su primo Juan de Ayala, señor de Albudeyte, y pidió también socorro al Rey de Granada, con quien mantenía íntimas relaciones; al propio tiempo escribió una carta insultante al Monarca de Castilla, refiriendo sus proezas y sus servicios en la guerra, y quejándose de que autorizase a sus enemigos para hostilizarle a sangre y fuego. Como sabía que sus reconvenciones eran desatendidas si no las apoyaba can lanza vencedora, corrió con su hueste en busca del capitán, que le atacó en la huerta de Murcia. La fortuna le fué adversa, su gente desapareció, muerta y dispersada; casi todos sus castillos se rindieron, y el mismo señor, con escasos restos, se encerró en el de Lorca: aquí resistió valiente, y no se rindió hasta conseguir partidos ventajosos y la devolución de los estados que le disputaban sus émulos. Entonces cortó comunicaciones con la corte, y sin reconocer rey ni superior en aquella tierra, mandaba como señor y juzgaba como árbitro.» Lafuente Alcántara (don Miguel), Historia de Granada, edición de Baudry. París, 1852, II, 163.
[p. 388]. [1] . Cascales, ubi supra, páginas 273 y 274.
[p. 388]. [2] . Antigüedad y blasones de la ciudad de Lorca... Su autor el R. Padre Fray Pedro Morote Pérez Chuecos... Murcia, 1741.— Historia de la ciudad de Lorca por D. Francisco Cánovas y Cobeño. Es publicación de estos últimos años, pero en ninguna parte del libro consta la fecha.
[p. 389]. [1] . Apud Cascales, fol. 271.
[p. 389]. [2] . Histoire des Musulmans d'Espagne. Leyde, 1861; tomo IV, 162-167.
[p. 392]. [1] . Compárese el texto de la carta de Fajardo:
«En acrecentamiento de vuestra corona Real, yo, Señor, peleé con la gente de la casa de Granada..., y con el ayuda de Dios y vuestra ventura los vencí..., por cuya causa están los Moros en el trabajo que V. Señoría sabe. Yo, Señor, combatí a Lorca, y la entré por fuerza de armas, y la gané y tuve; a donde se prendieron docientos Moros, y hube gran cabalgada, ropas, bestias y ganado. Yo gané, Señor, a Moxácar, donde se hicieron tan grandes fechos de armas que las calles corrían sangre... Yo descerqué el castillo de Cartagena, que vos tenían en toda perdición. Y agora en galardón destos servicios, y otros muchos muy notorios que dexo de escrevir, mandáis hacerme guerra a fuego y sangre, y dais sueldo a vuestras gentes por me venir a cercar y destruir. Y esto, Señor, lo he a buena ventura, que más quiero ser muerto de león que corrido de raposo... Yo Señor, no soy para ser conquistado de caballeros de Rey, que estoy en este Reino solo, y no tengo otro reparo sino a vos que sois mi Rey y mi Señor, y siempre llamándome vuestro me defenderé y vuestro nombre en mi boca y de los míos será loado... Miémbrese V. Señoría de mi agüelo y seis hijos y nietos que habemos vencido diez y ocho batallas campales de Moros, y ganado trece villas y castillos en acrecentamiento de la corona Real de Castilla...»
[p. 393]. [1] . Aquí, como en otras partes, falta la rima. Ya he dicho que las copias del poema de Ginés Pérez son modernas y detestables.
[p. 396]. [1] . Ginés Pérez de Hita. Estudio biográfico y bibliográfico, por don Nicolás Acero y Abad. Madrid, 1889, páginas 341-368. En este curioso libro se ha publicado por primera vez el poema histórico de Lorca a que nos referimos.
[p. 397]. [1] . Historia de la ciudad de Lorca, pág. 299.
[p. 397]. [2] . Amador de los Ríos (D. Rodrigo), Murcia y Albacete, pág. 696 (en la colección España y sus monumentos).
[p. 397]. [3] . La hazaña de los cuarenta (episodio de la historia de Lorca); composición premiada en los Juegos florales de Murcia el 9 de mayo de 1875, transcrita por el Sr. Acero en la obra citada (343-358).
[p. 401]. [1] . En el tomo III de su Spanisches Theater (Leipzig, 1869), páginas 95-197, Der erste Fajardo.
[p. 401]. [2] . Studien über Lope de Vega Carpio (Viena, 1839), 276.