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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS SOBRE EL TEATRO DE... > IV : IX. CRÓNICAS Y... > XLVI.—LOS RAMÍREZ DE ARELLANO

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Texto

Publicada en la Veinticuatro parte perfecta de las comedias del Fénix de España... (Zaragoza, 1641).

Es héroe de esta comedia genealógica, el caballero navarro Juan Ramírez de Arellano, pero se mezcla en ella mucha parte de la historia general del reinado de Don Pedro, siguiendo constantemente la Crónica de Ayala; sabido lo cual, parece inútil decir que el espíritu de esta obra es mucho menos favorable a Don Pedro que el de todas las anteriores. La recapitulación de sus agravios que hace el bastardo Don Enrique en el primer acto de esta comedia, implorando el favor de Juan Ramírez de Arellano, es un breve resumen de los capítulos I, II, IV y VI del primer año de la Crónica, y del III del segundo año; pero lejos de atenuar el rigor de Ayala con Don Pedro, se ve que el poeta exagera las tintas odiosas y hace responsable al Rey de crímenes en que el cronista, con ser capital enemigo suyo, no le achaca iniciativa ni siquiera participación directa. Tal sucede con la muerte de doña Leonor de Guzmán, que Ayala atribuye exclusivamente a La Reina Doña María: «E dendo a pocos días envió la Reyna Doña María su Escribano (en otros textos se lee, quizá mejor, un su Escudero, y es la lección seguida por Lope), que decían Alfonso Ferrández de Olmedo, e por su mandado mató a la dicha Doña Leonor en el alcázar de Talavera.»

De la Crónica de Ayala (año catorce del reinado de Don Pedro, cap. IX) procede también uno de los principales episodios de esta comedia; es, a saber, el gran servicio que se supone que aquel caballero prestó al conde de Trastamara, salvándole en el castillo de Sos de la emboscada y muerte que le tenían concertada los Reyes de Aragón y de Navarra. Dice así este notable capítulo, que Lope siguió muy a la letra en la tercera jornada de su comedia:

«Agora tornaremos a contar de una fabla que fué fecha entre [p. 377] los Reyes de Aragón e de Navarra después de la muerte del Infante Don Ferrando. Así fué que quando Don Bernal de Cabrera se vió con el Rey de Castilla en Monviedro... dicen que fuera tratado que el Rey de Aragón matase al Infante Don Ferrando, su hermano, e al Conde Don Enrique, e que el Rey de Castilla tornaría al Rey de Aragón toda la tierra que le tenía ganada, e faría paz con él por cien años, e que Don Bernal de Cabrera lo dixo al Rey de Aragón; e otrosí que trataba con el Rey de Navarra que fuese en esto, e que el Rey de Castilla le daría la villa de Logroño. E los Reyes de Aragón e de Navarra consintieron en este fecho; e fué así que un día después que el Infante Don Ferrando muriera, tornó el Rey de Aragón por facer esto, e dixo al Conde Don Enrique que el Rey de Navarra quería ser con ellos en esta guerra e ayudarlos, e que era bien que se viesen en uno. E el Conde Don Enrique dixo que le placía de las vistas; empero que acordasen en qual castillo se verían e quien los ternía seguros. E fallaron que el Rey de Aragón tenía un castillo frontero de Aragón e de Navarra que dicen Sos, e era bueno para que se viesen allí. E el Conde dixo que el no entraría en aquel castillo, salvo teniéndole Caballeros de quien él fuese seguro; e por ende acordaron que le toviese un Caballero que decían Don Juan Ramírez de Arellano, que era Navarro e Camarero del Rey de Aragón; pero era ome de quien el Conde Don Enrique se fiaba. E fué fecho así, e el castillo de Sos fué entregado al dicho Don Juan Ramírez, e él puso y un su hermano, que decían Ramiro de Arellano, con treinta omes de armas, e veinte Ballesteros, e treinta Lanceros. E desque fué entregado el dicho Castillo a Don Juan Ramírez de Arellano, llegaron y el Rey de Aragón e el Rey de Navarra, e acogiéronlos cada uno con dos servidores; e vinieron y el Abad de Fiscan e Don Bernal de Cabrera; e después vino el Conde Don Enrique, e traxo ochocientos omes de caballo, e todos los suyos pusieron su Real acerca del castillo, e el Conde entró en el castillo con dos servidores, segund era ordenado. E desque fueron todos en el castillo, fablaron de muchas cosas; e los Reyes de Aragón e de Navarra non fallaron en el [p. 378] Alcayde esfuerzo para complir lo que querían facer; ca les dixo que en ninguna guisa él non sería en facer tal muerte. E desque esto vieron, encubriéronse lo mejor que pudieron e partieron dende.»

Esta buena acción, que el canciller Ayala, con aquella singular frescura y ausencia de sentido moral que suele notarse en su Crónica, califica de falta de esfuerzo, y que Lope, como era natural, presenta bajo su aspecto noble y caballeresco, quizá no es rigurosamente histórica. A lo menos, Zurita (lib, IX de sus Anales, cap. XLVIII) la contradice, apoyado no en vagos rumores, como los que probablemente siguió el cronista castellano, sino en el texto mismo de la concordia celebrada entre los Reyes de Aragón y Navarra, no en la fortaleza de Sos, sino en la de Uncastillo, a 25 de agosto de 1363; en la cual, lejos de tramarse nada contra Don Enrique, entró él como parte principalísima, y no se trató de su muerte, sino de la de Don Pedro, comprometiéndose a procurarla el Rey de Navarra, a quien no sin razón llama la Historia Carlos el Malo. «Declaróse otra cosa más deshonesta para tratarse que para ponerse en ejecución (dice Zurita): que en caso que el rey de Navarra pudiese acabar por cualquiera vía que el rey de Castilla fuese muerto o preso por el mismo rey de Navarra o por los suyos y se entregase al rey de Aragón, se le daría la ciudad de Jaca con sus términos, así de las montañas como de la canal que llamaban de Jaca, y los castillos y villas de Sos, Uncastillo, Ejea y Tiermas, y más doscientos mil florines. ¡En tanto estimaba el rey la vida y persona de su enemigo!»

No existe hoy, a lo que parece, el texto de este nefando pacto; [1] pero como Zurita nada afirma sin documento fehaciente, y su palabra vale por un archivo, podemos descansar en su testimonio, y preferirle, a pesar de su fecha, al de Ayala, que seguramente no conoció el texto de esta convención, puesto que equivoca [p. 379] hasta el lugar en que se hizo, y hubo de ser en este caso eco de las hablillas que corrían en el campamento de Don Enrique. Muy natural parece que los emigrados castellanos, una y otra vez burlados en sus esperanzas de pronta reconquista y feroz desagravio, desconfiasen de la política felina de Don Pedro IV, y de la índole depravada del Rey de Navarra, y les atribuyesen todo género de pérfidas maquinaciones contra su caudillo; pero fuera inverisímil suponer que príncipes tan astutos y tan interesados en la ruina del Rey de Castilla, fueran a deshacerse torpemente del Bastardo, cuando precisamente aquel osado aventurero era el mejor instrumento para sus planes, y su muerte en nada podía favorecerles, pues no tenían otro pretendiente que poner en su lugar, después del asesinato del Infante Don Fernando, perpetrado con el consentimiento de su hermano Don Pedro IV, aunque fuesen ejecutores de él los escuderos de Trastamara. Tratándose de tal tiempo y de tales hombres, ninguna abominación es increíble; pero como el talento político del Rey Ceremonioso era todavía mayor que su perversidad, no hay para qué atribuirle un crimen inútil, o más bien contraproducente, como lo hubiera sido la traición contra Don Enrique, a quien él acababa de allanar el camino del trono, saltando sobre su propia sangre.

En la Crónica de Ayala (capítulos V, VI y VIII del año vigésimo y último) se inspiró también Lope para las últimas escenas de su drama, donde pone en acción la pelea de Montiel y la catástrofe de Don Pedro. Son tan conocidos estos admirables capítulos, que huelga insertarlos aquí; pero no creemos fuera de propósito notar la fidelidad con que el poeta se atuvo al texto histórico hasta en la enumeración de las huestes combatientes por uno y otro bando. Tuvo también presente un romance hoy perdido, [p. 380] al cual pertenecían estos versos, que Lope intercala hábilmente entre los suyos:


       Muerto yace el rey don Pedro
       En su sangre revolcado:
       Más enemigos que amigos
       Tienen su cuerpo cercado;
       Unos dicen que le entierren,
       Otros que no sea enterrado.

Los dos primeros versos los trae también Andrés de Claramonte en su comedia Deste agua no beberé, haciendo que una voz profética se los cante al propio Rey mucho antes del desastre:


       Tendido en el duro suelo,
       El alma a Dios cuenta dando,
        Muerto yace el rey don Pedro
        En su sangre revolcado.
       Los pies tiene don Enrique
       Sobre su cuerpo gallardo,
       Y el puñal sangriento tiene
       En su vengadora mano.

En estas reminiscencias históricas y tradicionales consiste el principal valor de Los Ramírez de Arellano, que, por lo demás, es obra de pacotilla, según generalmente acontece con las comedias de armas y linajes, salvo alguna maravillosa excepción, como Los Tellos de Menéses.

Notas

[p. 378]. [1] . Juan Ramírez de Arellano (Joannes Ramiri d'Arellano) figura como testigo en otro pacto anterior que hicieron contra Don Pedro los Reyes de Aragón y de Navarra en el lugar de Almudévar, a 23 de mayo de 1363. (Colección de documentos inéditos del Archivo general del reino de Valencia, publicada por D. Joaquín Casañ y Alegre (Valencia, 1894), tomo I, páginas 119-121.)

Este pacto se refiere a otro anterior de Sos, que es probablemente el que Ayala confundió con el de Uncastillo, que, según Zurita, no se hizo hasta el mes de agosto.