Publicada por primera vez en la Parte 22 (apócrifa) de Zaragoza, 1630; y después en la Parte 22 (auténtica) de Madrid, 1635, tomo póstumo dado a luz por Luis de Usátegui, yerno del poeta.
Esta comedia, agradable y bien escrita como todas las de la vejez de Lope, no tiene ningún fundamento histórico que sepamos. Sírvenla de argumento ciertos fabulosos amores del Rey Don Pedro con una hermana bastarda suya (hija de doña Leonor de Guzmán), la cual, huyendo de la proscripción de su familia, se había refugiado en la choza de un carbonero, tomando su humilde oficio y haciéndose pasar por sobrina suya. En tal situación la encuentra el Rey y se enamora de ella, sin sospechar ni remotamente el parentesco que los ligaba. Complícase la acción con los celos de un D. Juan de Velasco, galán favorecido de la dama; y se ameniza el conjunto con muy apacibles escenas rústicas del mismo género que las de El vaquero de Moraña y tantas otras piezas de Lope. Termina el drama con la obligada anagnórisis y con el perdón que a todos otorga Don Pedro, cuyo carácter está presentado con visible tendencia apologética:
Eso tiene el vulgo
loco;
Que en siendo un
rey justiciero,
Luego dicen que es
cruel.
Suministra esta comedia un nuevo indicio para sospechar que El montañés Juan pascual, que ahora conocemos solamente en la refundición de D. Juan de la Hoz, fué originalmente escrita por Lope de Vega. La escena en que el Rey Don Pedro, perdido en [p. 375] una cacería, llega, al caer la noche, a la rústica morada de Juan Pascual, es evidentemente similar de otra que hay en La carbonera (al final de la primera jornada), y ambas parecen tener su prototipo en otra comedia de Lope, El villano en su rincón, que fué refundida por Matos Fragoso con el título de El sabio en su retiro.
En otro género, es digna de notarse una bizarra descripción que, en la tercera jornada de La carbonera, se hace de la procesión del Corpus en Sevilla; trozo poético de merito, a pesar de los anacronismos de detalle:
Venía el feroz don
Pedro
Con una encarnada
ropa,
De leones de oro
bordada,
Que armiños blancos
aforran.
Un cirio en la
diestra mano,
Y en la otra una
espada corta,
Una gorra de Milán
Con dos plumas,
blanca y roja.
Grave y valiente el
semblante,
Pálido el color, la
boca
Cubierta de poca
barba...
[1]
[p. 375]. [1] . No quiero dejar de citar una notable sentencia que Lope de Vega pone en boca de un rústico en la tercera jornada de esta comedia, y que es prueba de gran libertad de ánimo, si se considera que fué escrita cuando más en vigor estaba la antievangélica distinción de cristianos viejos y nuevos, y la manía seudo aristocrática de los estatutos de limpieza, de todo lo cual se burla el buen sentido de Lope en estos términos:
MENGA
Cristiano viejo
dirás.
BENITO
Quien la ley de
Dios no quiebra,
Para cristiano le
suebra (*);
Que el tiempo da lo
demás.
(*) Sobra.