Buscar: en esta colección | en esta obra
Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS SOBRE EL TEATRO DE... > IV : IX. CRÓNICAS Y... > XLIII.—AUDIENCIAS DEL REY DON PEDRO

Datos del fragmento

Texto

Tengo verdadera satisfacción en publicar por primera vez esta notable comedia, que ha llegado a nosotros en un solo manuscrito anónimo y sin fecha, perteneciente antes a la Biblioteca de Osuna y hoy a la Nacional. Consta el manuscrito de 53 hojas sin foliatura. No es autógrafo, sino copia de teatro, con muchos versos atajados sin duda para abreviar la representación. Schack, que fué el primer crítico que se hizo cargo de esta comedia, la declaró desde luego obra auténtica de Lope y una de las mejores. Basta leerla, en efecto, para reconocer todos los caracteres de su estilo. En lo que no seré tan afirmativo como el erudito alemán, es en el puesto que asigna a esta obra, que es, ciertamente, de las buenas, pero no de las mejores de Lope, y que, sin salir del ciclo de las concernientes al Rey Don Pedro, queda grandemente eclipsada por la de El Infanzón de Illescas, con la cual tiene algunos puntos de contacto.

El principal defecto de esta comedia consiste en que el carácter de Don Pedro y sus audiencias, que debían ser lo culminante en ella, según la promesa del título, no aparecen más que episódicamente y mezcladas con una intriga amorosa que no carece [p. 312] de interés en sí misma, pero en la cual el Rey no tiene la menor intervención hasta el fin. Es, sin embargo, la más antigua de las comedias castellanas en que este aspecto tradicional de la figura de Don Pedro, el de sus justicias y fallos, ex aequo et bono, está presentado con especial ahinco. Esta tradición, que principalmente arraigó en Sevilla, no es de origen meramente poético. Graves arqueólogos del siglo XVII, como Rodrigo Caro, la consignan con circunstancias locales dignas de atención:

«Cerca de la que ahora es puerta principal del Alcázar—dice Ortiz de Zúñiga—estaba un trono elevado sobre gradas, en que el rey D. Pedro daba públicas audiencias a su pueblo. Era todo—dice el doctor Rodrigo Caro—fabricado de cantería, arrimado a la muralla, sobre gradas altas de buena proporción, y encima estaba una silla labrada de piedra, con su cubierta sobre cuatro columnas, y este tribunal permaneció así muchos años.» [1] Todavía en el siglo pasado el viajero D. Antonio Ponz asegura haber visto en pie una de las columnas de aquel tribunal.

Entre estos juicios, que Próspero Merimée [2] discretamente asimila con los que se atribuyen a los sultanes de Oriente en las novelas árabes, hay uno que, por sus especiales circunstancias y por haber tenido notable desarrollo poético en obras posteriores, requiere alguna más particular explanación. Es el del zapatero y el prebendado, que ciertamente Lope no inventó, pero que aparece por primera vez (que sepamos) en el acto tercero de esta comedia:


          Un prebendado sacó
       De mi casa a mi mujer;
       Mandó el Arzobispo ayer,
       Que del caso se informó,
           Que en seis meses no dijera
       Misa, ni a la iglesia fuese,
       Que cierta limosna diese
        [p. 313] Y que a su casa se fuera.
          Mis afrentas prosiguió,
       Y viendo el remedio incierto,
       Junto a su casa le he muerto,
       Con que mi agravio pagó.
           Pude escaparme, y después
       Vengo, señor poderoso,
       Afligido y temeroso,
       Al sagrado de tus pies.

Don Pedro, aplicando la ley del talión, condena al zapatero querellante a no hacer zapatos en seis meses, y todos se quedan absortos de la prudencia y discreción del juzgador.

El Teatro contribuyó a la difusión de esta conseja, pero no es cierto que la crease, puesto que el concienzudo analista de Sevilla D. Diego Ortiz de Zúñiga la recogió de la tradición, oral a fines del mismo siglo XVII, y aun procuró dar de ella una explicación histórica bastante satisfactoria:

«Añadió el Rey este año de 1354 el ordenamiento que a esta ciudad había dado el de 1351, de que mucha parte se lee en el volumen de las Ordenanzas impresas, y en que se refieren muchos insultos que se cometían por eclesiásticos que faltaban a la obligación de su estado: «con armas — dice— devedadas no temiendo a Dios, ni catando ni guardando su estado», de que se ocasionaba que los seglares se provocaban a venganzas por el mismo modo «por cuanto— prosigue— los jueces de la Iglesia no les dan pena ni escarmiento por ello» ; y concluye: «Por ende, establezco y ordeno por ley que cualquiera ome lego que de aquí adelante matare o firiere o deshonrare a algún clérigo, o le ficiere algún otro mal en su persona o en sus cosas, que aya otra tal pena qual habría el clérigo que tal maleficio ficiese al lego, y que los mis alcaldes, ante quien fuere el pleito, que tal pena le den y no otra alguna.» Dice luego que así pensaba que se excusarían las venganzas que ocasionaban a los legos los defectos de penas en los eclesiásticos que los agraviaban, y remata por esta ley: «No es mi intento ir contra las libertades de la Iglesia, ni quitar sacrilegio ni descomunión al lego que matare o firiere o ficiere mal alguno al clérigo, según mandan los derechos.» Lo cual he referido por otro suceso [p. 314] que de esta ciudad y de este mismo tiempo se cuenta entre los notables de este Rey. Que habiendo un prebendado hecho grave ofensa a un zapatero, no experimentó más pena que suspenderlo por algún tiempo de la asistericia a su iglesia y culto; mas ofendido el oficial, tomó pública satisfacción ocurriendo al Rey, quien lo sentenció a que en un año no hiciese su oficio, que con lo expresado en la ley referida tiene bastante conexión, si acaso a ello no dió motivo.» [1]

Ésta y otras anécdotas de nuestro Rey de Castilla, fueron atribuídas también por la voz popular a su homónimo y coetáneo Don Pedro de Portugal, tirano, a ratos benéfico, y a ratos sanguinario e insensato como él, y no menos célebre por sus extravagantes y rápidas justicias, que más de una vez ejecutó por su propia mano, para lo cual solía ir armado de un formidable azote o vergajo. No sé a punto fijo cuál fuese el primer autor que divulgó a nombre del Monarca portugués este cuento, no consignado en la Crónica de Fernán Lopes, aunque no falten en ella casos muy semejantes. Donde por primera vez le he leído es en la Europa portuguesa del bueno de Manuel de Faría y Sousa, que ingenuamente compara tal juicio con los más sabios del Rey Salomón. Hay algunas variantes en esta versión. El clérigo no aparece culpable de adulterio, sino de asesinato; el matador, que ejecuta su acción por orden del Rey, es un cantero o albañil, de quien no se dice que tuviese parentesco alguno con el muerto. La sentencia arbitral es la misma. [2]

Pero sea lo que quiera del origen y fundamento histórico de [p. 315] esta anécdota (que probablemente no tendrá ninguno, a no ser el que discretamente apuntó Ortiz de Zúñiga), es lo cierto que Don Pedro de Castilla, personaje mucho más trágico y solemne que el de Portugal (cuya figura puede decirse que es una reducción de la suya), tuvo virtud de atraer a su persona todas esas historias, y se alzó, por antonomasia, entre los monarcas de su siglo, con el dictado, tan elástico entonces, de justiciero, que más propiamente diríamos ejecutor y cumplidor de las venganzas popu lares. Así aparece en una notabilísima comedia de fines del siglo XVII, El montañés Juan Pascual y primer Asistente de Sevilla, que lleva el nombre de D. Juan de la Hoz y Mota, y que en buena parte sirvió de modelo para El Zapatero y el Rey, de Zorrilla. Pero basta leer esta comedia para sospechar que, como casi todas las de Hoz y Mota y demás dramaturgos del tiempo de Carlos II, tiene que ser refundición de un original más antiguo. Las buenas cosas que en este drama hay, la penetración histórica y el nervio y la sencillez relativa de algunas situaciones (contrastando con el amaneramiento de otras, en que se reconoce la mano del refundidor), no pueden pertenecer a un autor de extrema decadencia como D. Juan de la Hoz. Esta pieza sabe a Lope en muchas escenas, que recuerdan (aunque, naturalmente, con desventaja) otras de El villano en su rincón y de El Infanzón de Illescas. Hay otro indicio, que por primera vez ha notado el señor Lomba y Pedraja en su precioso estudio acerca de El Rey Don Pedro en el teatro. El nombre del asistente de Sevilla, Juan Pascual, que es de pura invención poética, está ya mencionado dos veces en las Audiencias del Rey Don Pedro, como si se tratase de una persona familiar a los espectadores por otra comedia anterior:


           A Juan Pascual, Asistente,
       Dió Cuenta de esta desgracia
       Funes..........................................................
            Juan Pascual, vuestro Asistente,
       Hallando a Leonardo muerto,
       Y sabiendo el desafío,
       Prendió, señor, a don Diego...

[p. 316] Pero, sea Hoz y Mota autor original de El montañés Juan Pascual, sea mero refundidor (como yo firmemente creo) de una comedia de Lope, hoy perdida o extraviada, lo que ahora nos importa es que en los actos primero y segundo de esta comedia se pone en acción el lance del zapatero y el prebendado, si bien con la atenuación (muy propia del tiempo en que Hoz escribía), de convertir a este último en organista, con lo cual queda en duda si había pasado o no de las órdenes menores, y se salvan mejor los respetos debidos al estado eclesiástico:


          De la iglesia el organista,
       Por ser más rico, o por ser
       Ordenado, a mi mujer
       Solicitaba a mi vista.
           Soy un pobre zapatero;
       Pero no fuera razón
       Que nadie de mi opinión
       Juzgue que infamia tolero.
           Yo, aunque el lance era cruel,
       Antes que adelante pase,
       Para que le castigase
       Di cuenta a su juez; mas él,
           Como si así remediara
       De mi deshonor el daño,
       Le condena a que en un año
       El órgano no tocara.
           Él, que así vió despreciar
       Mi queja, dió en ser molesto,
       Pues para su fin, con esto
       Tenía ya más lugar.
           Yo, a quien el punto desvela,
       Mirando tal injusticia,
       Di en ser con mucha malicia
       De mi casa centinela.
           Y un día que entré avisado,
       Y juntos los encontré,
       A ella, señor, la maté,
       Y salí tras él airado.
           Por pies se llegó a escapar,
       Que es un ave un delincuente,
         [p. 317] Y aunque he andado diligente,
       Hasta hoy no le pude hallar.
           La vida le quité osado;
       La mía aquí te presento,
       Pues yo moriré contento
       De ver mi agravio vengado.

La poesía romántica se apoderó de este argumento, conocido principalmente por la comedia de D. Juan de la Hoz; y ya de propósito, como Zorilla, no sólo en el drama antes citado (que para mi gusto es el mejor de los suyos), sino en su leyenda Justicias del Rey Don Pedro, imitada por el P. Arolas en la suya de El zapatero de Sevilla; ya por incidencia en obras de diverso argumento, ora dramáticas, como La vieja del candilejo, de tres autores; [1] ora novelescas, como El Príncipe negro en España, compuesto en inglés por el santanderino Trueba y Cosío, y Men Rodríguez de Sanabria, uno de los partos menos deformes de la fecunda y desenfrenada fantasía de D. Manuel Fernández y González, se procuró dar novedad al tema mezclándole con otros recuerdos históricos y otras leyendas, o dilatándole con peregrinos y complicados embrollos, en que el zapatero, adquiriendo proporciones épicas, se convierte en el más fiel confidente y servidor de Don Pedro, y le acompaña hasta la catástrofe de Montiel.

Pero todo esto, aunque muy ingenioso, nada tiene que ver con la poesía antigua, que es de la que ahora únicamente tratamos. Lo que puede haber de legendario en la comedia de Lope Audiencias del Rey Don Pedro, es únicamente lo que va apuntado. Lo que hay de histórico, aunque muy extrañamente adulterado, son dos relaciones, una del cautiverio del Rey Don Pedro en Toro, otra [p. 318] de la muerte del Rey Bermejo en Sevilla, fundadas, no en la Crónica de Ayala, sino en aquella compilación manuscrita que Zurita llamó Abreviación de las historias de Castilla; que otros han llamado Crónica de D. Gonzalo de la Hinojosa continuada por un anónimo; pero cuyo nombre más propio, según recientes y doctísimas investigaciones de D. Ramón Menéndez Pidal, debe ser el de Cuarta Crónica general.

En la primera de estas antihistóricas narraciones, se supone que por ser el Rey tan niño cuando falleció su padre, se apoderó del gobierno su hermano el conde D. Enrique, y se hace durar nada menos que cuatro años el cautiverio de Don Pedro en Toro. En los pormenores de la evasión difiere completamente de Ayala, que la atribuye al tesorero Simuel Leví; acepta la versión, probablemente antigua y popular, que la suponía realizada mediante un concierto con D. Tello: especie nada inverosímil, dada la extraña benignidad con que luego trató Don Pedro a este bastardo, a pesar de sus continuas veleidades políticas y de las numerosas conspiraciones en que tomó parte contra él. El texto de la extraña compilación que antes mencionamos, va al pie de estas páginas, y fácil es cotejarle con el de la comedia. [1]

[p. 319] Todavía se aleja más de la verdad, en sentido favorable a Don Pedro (y eso que se trata de uno de los actos más negros de [p. 320] su vida), la abreviada relación del asesinato jurídico del Rey Bermejo, puesta en boca del mismo soberano de Castilla:


       Rey que delitos abona,
       Es indigno de ser rey,
        [p. 321] Porque ejecutar la ley
       Es conservar la corona.
          Con mis fuertes castellanos
       Al rey Bermejo amparé;
       En Granada le dejé
       Librándole de tiranos.
           Por su Mahoma juró
       Ser mi amigo; fué a Aragón,
       Y como halló ocasión,
       Mis fronteras abrasó.
           Cercó a Martos y a Jaén,
       Llevó infinitos cautivos;
       Que sus bárbaros motivos
       Logró en mi ausencia también.
           Dejé la guerra intentada,
       Que tan favorable vi,
       Y a la Bética volví,
       Y el rey Bermejo a Granada.
           Los del Consejo junté,
       Y viendo su alevosía,
       Sin nombre de tiranía,
       Acordaron que le dé
           Seguro, y venga a Sevilla
        [p. 322] Al bautismo de don Juan.
       Vino en extremo galán
       Con su bárbara cuadrilla,
           Donde el Consejo acordó,
       Sin que mi opinión manchase,
       Que al rey Bermejo matase,
        Pues fe y palabra rompió.
           Doy esta satisfacción,
       Porque ya el mundo novel
       No dé nombre de cruel
       Castigar esta traición.

Tampoco puede dudarse que aquí la fuente ha sido esa misma rapsodia del siglo XV, que Lope leyó manuscrita, ya en su primitivo texto, ya en la apócrifa y disparatada historia apologética de Don Pedro, que lleva el nombre de Gracia Dei y que se formó en gran parte con retazos de la Cuarta Crónica. Como el genuino texto de esta última, aunque publicado en uno de los más recientes volúmenes de la colección de Documentos inéditos, se ha vulgarizado todavía muy poco, y son tan pintorescos los pormenores de su relato, le reproduzco también en nota como pieza necesaria para la ilustración de esta comedia. [1]

[p. 323] Estas Audiencias del Rey Don Pedro tienen principalmente curiosidad histórica o, digámoslo mejor, tradicional y legendaria, pero no por eso carecen de valor poético, aunque éste no sea ni con mucho el que imaginó Schack, ilusionado quizá por el entusiasmo del descubrimiento. La intriga es interesante y terrorífica, [p. 324] de aquellas que agradaban a Montalbán, discípulo predilecto de Lope, y de que dió notables ejemplos en No hay vida como la honra y De un castigo dar venganzas. Leonardo de Maraver, mozo arrogante y travieso, goza por sorpresa a la bella casada Laurencia usurpando por extraño ardid el lugar de su marido. La dama [p. 325] ofendida se venga de él dándole una cita y matándole a puñaladas en su propio lecho. Don Pedro aplaude esta cristiana acción y llama a la que la ejecutó Judit hermosa y valiente. Es un melodrama espeluznante, pero escrito con mucho talento y brío. Los versos, en general, son buenos, y la elocución rápida y nerviosa según correspondía al argumento. Lope debió de escribir esta comedia en Sevilla, a juzgar por las alusiones locales que contiene, y especialmente por la descripción de un juego de toros y cañas que se lee al fin de la primera jornada, y en la cual figuran los apellidos más ilustres de aquella ciudad.

Notas

[p. 312]. [1] . Ortiz de Zúñiga, Anales de Sevilla, tomo II de la edición del siglo pasado, pág. 165.

[p. 312]. [2] . Histoire de Don Pèdre I, roi de Castilla (edición de 1874), pág. 122.

[p. 314]. [1] . Anales de Sevilla (segunda edición), tomo II, pág. 137.

[p. 314]. [2] . Europa Portuguesa. Segunda edición, correcta, ilnstrada y añadida en tantos lugares y con tantas ventajas, que es labor nueva. Por su autor. Manuel Faria y Sousa. Tomo II. Lisboa, 1679; pág. 185 Don Pedro Ascargorta, en el estimable compendio de Historia de España, que añadió a la Historia Universal, de Anquetil, traducida por el P. Vázquez (tomo XVII; Madrid, 1807; pág. 101), supone que el asesino del clérigo era hijo del albañil a quien aquél había dado muerte en un movimiento de cólera.

[p. 317]. [1] . Dos de ellos, D. Gregorio Romero Larrañaga y D. Francisco González Elipe. El tercero ocultó su nombre con las iniciales J. M. M. (¿acaso don José María Montoto, autor de una estimable y curiosa Historia del Rey Don Pedro, publicada casi simultáneamente con la de Mérimée?). El drama es de 1838. Procede, en parte, de El montañés Juan Pascual, y en parte de un hermoso romance del Duque de Rivas.

[p. 318]. [1] . Colección de documentos inéditos para la Historia de España, tomo CVI. Madrid, 1893. Pág. 69, cap. CCL:

«De cómo reynó el Rey Don Pedro, e de las cosas que fizo en su tiempo.

Después que así finó este rey don Alonso, fué alzado por rey el rey don Pedro, su fijo legítimo... E estovieron él e los dichos sus hermanos bastardos que ovo este rey don Alonso de travieso en doña Leonor de Guzmán, su barragana, los cuales fueron don Enrique, e don Fadrique, e don Tello, e don Juan, en mucha paz e sosiego, e anduuieron por los reynos de Castilla e de León sosegando e pacificando el reyno, e aviendo muchos placeres e deportes fasta tanto que el rey don Pedro fué a la cibdat de León; e a la entrada que entraba, vido en los palacios de vn caballero, que se decía Diego Fernández de Quiñones, vn grand cavallero de la cibdat, vna doncella, su parienta deste cavallero, que se decía doña María de Padilla, la cual era la más apuesta doncella que por estonces se fallaba en el mundo. E el rey cuando la vido, como era mancebo de edat de fasta diez e siete años, enamoróse mucho della e non pudo estar en sí fasta que la ovo, e durmió con ella. E tan grand fué el amor que con ella puso, que non presciaba a sus hermanos, nin a la reyna doña María, su madre, mujer del noble rey don Alonso, nin les facía las honras e fiestas que de antes les solía facer, de lo cual todos ovieron mucho enojo e sentimiento,..»

Prosigue refiriendo la historia del casamiento con Doña Blanca de Borbón, la detección de D. Juan Alfonso de Alburquerque, la intervención de la Reina Doña María, las vistas con su hijo en Tordesillas, la traición y el cautiverio de Toro, y el modo cómo Don Pedro llegó a evadirse.

«E el rey don Pedro partió de Tordesillas aforrado, que non levaba consigo salvo al maestre de Calatrava, e al prior de Sant Juan, e a don Simuel Leví su tesorero mayor de Castilla e su privado, e otros algunos sus oficiales. E los hermanos del rey e la reyna su madre, e la reyna doña Blanca de Borbón, su mujer, como sopieron de la venida del rey don Pedro, saliéronlo a rescebir bien dos leguas de Toro, e cuando se vieron todos, descendieron de las mulas en que iban e fincaron las rodillas en el suelo, e besáronle las manos e los pies, e el besóles a todos en la boca, que así mesmo se apeó. E luego comenzó a fablar don Enrique, el conde Lozano, diciendo: «Señor: bien sabemos todos nosotros cómo sodes nuestro hermano e nuestro rey natural, e vemos que vos avemos errado. Por ende dende aquí nos ponemos en vuestro querer para que fagades de nosotros lo que la vuestra merced fuere, e pedímosvos por Dios que nos querades perdonar.» E el rey don Pedro, desque esto vido, comenzóse a llorar, e ellos con él, e dende a poco dixo que Dios los perdonase e que él los perdonaba. E tornaron todos a cabalgar, e faciendo grandes alegrías, e corriendo caballos, e jugando cañas, así se fueron para Toro. E el rey iba en medio de las dos reynas; e como el rey don Pedro, e el maestre e prior, e don Simuel Leví fueron entrados por la puerta de la villa que dicen de Morales, luego fué echada una compuerta que no dexaron entrar más gente de la que el rey levaba, e en continente fueron cerradas todas las puertas de la villa de Toro, e se apoderaron de la persona del rey, e leváronle a su palacio. E en su presencia le fueron dichas asaz feas palabras, e que aunque le pesase, faría vida con su mujer continuamente de noche e de día. E así mesmo en su presencia fueron presos e muertos los dichos maestre de Calatrava e prior de Sant Juan, e otrosy fué preso e robado el dicho don Simuel Leví, e ficieron otro maestre e otro prior a quien ellos quisieron, e facíanle firmar todas las cartas que ellos querían, por tal manera, que se apoderaron de todas las cibdades, e villas, e fortalezas de sus reynos, salvo de la cibdat de Segovia, que estaba alzada por la reyna, su madre. E cuantos obispados, e oficios e beneficios vacaron en tiempo de tres años que este rey don Pedro estovo en esta opresión en todos sus reynos, tantos fueron dados a los que ellos quisieron.

E desque el rey don Pedro quería ir a caza, yendo en mula, iban con él mil omes de armas de guarda, e salían con él fasta obra de una legua, a caza de ribera del río de Duero o a raposos. E así por esta manera estovo que cuanto sus reynos rentasen en estos tiempos, tanto se tomaron para sí e repartieron sus hermanos e la reyna doña Blanca. E por dar color a estos fechos, non dieron lugar que la madre del rey don Pedro se fuese de la villa de Toro, e caía la guarda del rey a sus hermanos, a cada uno su día. E acaesció que un día copo la guarda a don Tello, su hermano. E el rey don Pedro, sintiéndose opreso e contra su voluntad segund su gran corazón, de estar tanto tiempo en Toro como avía estado, fabló a don Tello su hermano en poridat, rogándole que le diese lugar como él se fuese de allí, pues que en su mano era, e que le daría la villa de Aguilar de Campóo, con todas las Asturias de Santillana, e el Señorío e condado de Vizcaya, que serían todos, más de sesenta mil vasallos, e que regiría e gobernaría sus reynos e señoríos. E don Tello le respondió que non lo podía él facer, porque todos se tenían fecho pleyto e homenaje de lo non soltar sin consejo e consentimiento de todos.

E el rey don Pedro le dixo que él como rey le alzaba el pleyto e homenaje de le non tirar los lugares en toda su vida, e que le daría cartas dello. E tanto le afincó, que gelo ovo de otorgar. E amos a dos se fueron para una ermita, que es cerca del río de Duero, adonde andaban a caza. E porque llovía por estonce, se entraron en ella, e allí escribió el rey don Pedro de su mano la merced de los dichos lugares e el pleyto e homenaje con unas escribanías en un pedazo de papel que les dió su secretario de don Tello. E luego que esto fué fecho, mandaron ir a toda la gente de armas tras unos cerros pequeúos que ende estaban, e cabalgaron en sendos caballos, e pasaron el río de Duero a nado con grand peligro, porque por estonce venía mucho crescido. E non curaron de ir a la puente por non ser descubiertos, e comenzaron de aguijar contra Castro Nuño, e allí dexaron los caballos, e tomaron otros, e corrieron cuanto pudieron fasta que llegaron a Medina del Campo, e allí tomaron otros caballos e dexaron los que levaban, e otro tanto ficieron en Arévalo. E así fueron en esta misma noche puestos en la cibdat de Segovia. E como el rey don Pedro se vido en Segovia, escribió cartas a todas las cibdades e villas de sus reynos recontándoles lo que le avía contecido en Toro... por ende que él revocaba las cartas que le avían fecho firmar contra su voluntad durante la dicha opresión, e que doliéndose dél como de su rey e su señor natural, que le quisiesen todos ayudar, que él entendía de los punir e castigar por justicia, e que mandaba que todos los omes de veinte años arriba e de sesenta años ayuso, todos se viniesen para él luego. E como las cartas fueron llegadas, vínole mucha gente, así de pie como de caballo, de unas partes e de otras de sus reynos, e el rey movió contra Toro.

E así este rey don Pedro andudo por sus reynos, recobrando sus cibdades, e villas, e lugares, e fortalezas, que ansí tenían dadas sus hermanos, e matando e tirando bienes a los que fallaba culpantes en aquel fecho.»

[p. 322]. [1] . Documentos inéditos, tomo CVI, pág. 78:

«E estando dentro en Aragón faciendo la guerra, vinieron nuevas al rey don Pedro que el rey Bermejo de Granada, que avía corrido e robado toda el Andalucía, así los ganados como cativando muchas gentes, e que había tomado algunos castillos de la frontera que estaban todos seguros, seyendo este rey Bermejo vasallo del rey don Pedro, e el rey don Pedro le avía dado favor cuando reynó, según que más largamente está escrito en la corónica verdadera deste rey don Pedro, porque hay dos corónicas, la una fengida, por se desculpar de los yerros que contra él fueron fechos en Castilla, los cuales causaron e principiaron que este rey don Pedro se mostrase tan cruel como en su tiempo fué. E como el rey don Pedro sopo esto, acordó de no estar más en Aragón e de se venir para el Andalucía, a fin de se vengar deste rey Bermejo. E por esta cabsa ovo de facer paz con el rey de Aragón, e dióle e entrególe las cibdades, e villas, e fortalezas que le tenía tomadas, que si no fuera por lo que fizo el rey Bermejo, antes de medio año el rey don Pedro tomara todo el reyno de Aragón, segund el gran temor que le avían, e fuera cabsa que fincara para siempre en la corona real de Castilla.

E partióse e dexó todos los pertrechos e lombardas en Soria, e fuese para Sevilla. E como el rey Bermejo lo sopo, ovo grande temor dél, e este rey don Pedro lo embió asegurar con dos caballeros que allá embió, diciendo que creía que de su voluntad non fué fecho aquel error... E el rey de Granada, desque oyó aquesto, aseguróse mucho, ca non pensó que le tenía otro omezillo. E dende a poco, acaesció que le nasció al rey don Pedro un fijo de doña María de Padilla en Sevilló. E embió convidar al rey Bermejo que viniese a las fiestas que avía de facer por el nascimiento de su fijo e a ser su compadre. E el rey Bermejo dixo que le placía, pero que le embiase su seguro; e el rey don Pedro gelo embió, e luego se vino este rey Bermejo para Sevilla e troxo consigo seiscientos caballeros, los más onrrados e más ricos del reyno de Granada, los cuales e él para aquellas fiestas vinieron los más guarnidos que pudieron. E desque este rey don Pedro sopo de la venida del rey don Bermejo, mandó adereszar cuantos juegos se facían en Sevilla cuando rescebían a él e a los otros reyes, e fizo desde la puerta del alcázar por donde entró, poner en el suelo alhombras, e a las paredes paños de Ras ricos, e en el cielo paramentos colorados, e saliólo a rescebir él e toda su caballería fasta dos leguas camino de Carmona, por donde él venía. E desque se vieron, abrazáronse e diéronse paz estos dos reyes; e desy todos los otros caballeros moros que con él venían besaron las manos al rey don Pedro, e así se vinieron para Sevilla con muchas trompetas e atabales, e faciendo grandes alegrías, e entraron por la cibdat fasta el alcázar. E fué aposentado el rey Bermejo en el Alcázar nuevo que este rey don Pedro mandó facer, que es la más rica e la más onrrada labor que por estonce ovo en todo el mundo, en especial el palacio del Caracol, que en el suelo todo está de piedras grandes de labastro e de jaspes muy ricas, e en las paredes e en el cielo está todo de oro e de azul dacre, e lleno de mármoles chicos e grandes de muchos colores... E él aposentóse en el alcázar viejo, e mandó adereszar bien de cenar para el rey de Granada de muchos manjares de diversas maneras, e mandó que los otros moros fuesen muy bien aposentados por la cibdat. E desque ovieron cenado, el rey don Pedro llamó a consejo al conde don Tello, su hermano, conde de Vizcaya, e a don Simuel Leví, su privado, que le decía el rey padre; e otrosy a los letrados de su consejo, e los otros grandes caballeros que con él estaban. E estando así juntos, díxoles: «Los que aquí fuestes ayuntados, es que vos quiero preguntar que me digades si uno quebranta a otro cualquier juramento, e pleyto, e homenaje que le tenga fecho, no aviendo cabsa de lo quebrantar, e el otro después le quebranta a él, después de aquel yerro fecho, cualquier seguro, e pleyto o homenaje que le aya fecho, si por esto si yerra en cuanto a Dios e al mundo.»

E el conde don Tello, como lo oyó, ovo rescelo, pensando que por él lo decía, por el error que le ficiera con los otros sus hermanos en su opresión, e respondióle e díxole que por quién lo decía. E el rey dixo que primeramente quería saber lo que sin cargo podía facer, e que gelo dixesse. E por los letrados e por todos fué acordado que non erraba en cosa alguna el que le avían quebrantado seguro e pleyto e homenaje, e le quebrantar él, quebrantar después otro, e que así lo querían los derechos e leyes antiguas. E como el rey esto oyó, díxoles que ya sabían cómo este rey Bermejo de Granada, que era su vasallo, e por su mano era recebido por rey en Granada, a pesar de la mayor parte del reyno, el cual le tenía asegurado por sí e por reynos, e aun fecho juramento en su ley de le ayudar contra todos los omes del mundo cuando lo oviese menester, e de le non facer mal oir, daño a él nin a sus reynos, e que estando faciendo guerra al rey de Aragón, e teniéndole ganada grande parte de su reyno, e aquél teniendo en tanto aprieto que todo gelo quería entregar, para lo dejar consumido en la corona real de Castilla, segund que antiguamente fué en tiempo de los reyes de España, que el rey Bermejo, non mirando a cosa alguna de los beneficios pasados e al seguro, que le avía entrado por el su reyno del Andalucía e le avía robado todo el campo e captivado muchos de sus vasallos, veyendo que en el reyno non avía algunos caballeros, que todos estaban con él en su servicio en la guerra de Aragón, e que, pues, lo tenía en su poder, que su voluntad era de facer justicia de él, porque a él fuese castigo e a los otros exemplo. E por todos fué acordado que era bien, como quier que quisieran que por otra manera lo prendieran, más non se podía facer. E luego mandó prender al rey Bermejo e a todos los otros cavalleros moros que con él venieron, e mandólos tomar todo cuanto traxeron de su tierra, e tanto fué, que fueron de piedras preciosas e perlas gordas de aljófar, que fué en número de un cafiz, sin las otras joyas e ropas e jahezes, e espadas moriscas, e caballos, e acémilas, e moneda de oro, que non ha número.

E otro día en la mañana mandó cavalgar al rey Bermejo en un asno e diéronle la cola por rienda, e mandólo sacar al campo de Tablada, e mandólo atar a un madero que ende estaba fincado, e mandó que le jugasen a las cañas. E fué acordado que porque era rey, que el rey don Pedro le tirase la primera caña; pero él non le quiso tirar caña, salvo una lanza que le pasó de parte a parte. E luego le fueron dadas tantas cañaveradas, que apenas le quedó cosa sana en el cuerpo al rey Bermejo, de que luego murió.

E el rey don Pedro mandó facer pesquisa de cuáles de sus caballeros entraron con él a robar el Andalucía, e a los que falló que no vinieron, mandóles tornar todo lo suyo e embiólos en paz a su tierra, e todos los otros fueron captivos e algunos de ellos muertos. E luego de mano del rey don Pedro fué alzado por rey de Granada el rey Mahomad su vasallo, e fízole otro tal seguro e pleyto omenaje, e guardólo mejor que el otro, segund adelante oiredes.»