No sé si los admiradores incondicionales de Calderón me agradecerán mucho la exhumación de esta rarísima pieza de Lope; pues aunque ya Schack [3] y Schaeffer [4] dieron noticia de [p. 300] ella, haciendo notar que había servido de original a uno de los más célebres dramas trágicos de aquel preclaro ingenio, tal noticia, como encerrada en libros alemanes, ha corrido muy poco en España. El hecho, sin embargo, es indudable, como se evidencia por la comparación de las dos comedias, publicada la de Lope en 1633 en una Parte 27, de Barcelona (de las llamadas extravagantes o de fuera de Madrid), de la cual sólo se conoce un ejemplar incompleto en la Biblioteca Nacional, procedente de la de Osuna, y dada a luz la de Calderón en 1637, en la Segunda parte de sus comedias, recogidas por su hermano D. José.
Presentes tendrá el lector, y fuera superfluo repetir, los justos y aun extremados loores que la crítica de nacionales y extranjeros ha tributado a El médico de su honra, de Calderón, llegando algunos, como Lista, a parangonarle con el Otelo de Shakespeare (comparación que más bien le abruma que le enaltece, porque los celos de Otelo son humanos y los de D. Gutierre Alfonso de Solís bárbaros y sofísticos); calificándole otros, como Schack, de «una de las creaciones más extraordinarias que pueden encontrarse en los vastos dominios de la poesía, a pesar de lo horrible y repugnante del argumento». Nadie puede dudar que El médico de su honra, tal como está impreso en el Teatro de Calderón, es una obra en que el terror trágico llega a su colmo, y en que la vida poética es tan intensa, que llega a hacer tolerable hasta la atrocidad de la catástrofe. Añádase a esto el arte maravilloso y nunca fallido de Calderón en lo que toca al plan y combinación de la fábula, en lo que sus contemporáneos llamaban las trazas y la prenda más rara en él (aunque suele encontrarse en las obras de su juventud, como lo es ésta), de un diálogo relativamente natural, a la vez que enérgico, y de un estilo bastante limpio de las hojarascas y del amaneramiento barroco en que cayó después.
Pero aquel gran poeta, que como artista puramente dramático, como maestro en la técnica teatral, apenas tiene rivales en el mundo, no poseyó en tan alto grado, como otros dones, el de la originalidad; y aunque su genio lo transforma todo, y nunca sus imitaciones pueden calificarse de serviles rapsodias, como [p. 301] lo son algunas de las de Moreto, es cierto, sin embargo, que no sólo aprovechó escenas aisladas y trozos de diálogos, a veces larguísimos, y por de contado situaciones y recursos ya empleados por sus predecesores, sino hasta la armazón y la estructura de piezas enteras. Tal acontece con El médico de su honra, refundición admirable y sublime, pero refundición al cabo, de una imperfecta comedia de Lope, que, como otras muchas, ha llegado a nosotros en un texto mutilado y estragadísimo, cuyos groseros y evidentes yerros es imposible achacar al poeta, aunque no siempre vea la crítica modo de subsanarlos. Una breve comparación entre ambas comedias, mostrará hasta qué punto la segunda va siguiendo la marcha de la primera.
Los personajes son casi los mismos, y por de contado figuran en primer término el Rey Don Pedro y el Infante Don Enrique; pero en Lope la mujer se llama doña Mayor y el marido D. Jacinto Ribera. Calderón ha cambiado estos nombres, algo vulgares, por los más eufónicos y caballerescos de doña Mencía de Acuña y D. Gutierre Alfonso de Solís. Pero, como más adelante veremos, ya esta sustitución había sido hecha por Andrés de Claramonte, y quizá se funda en alguna leyenda, hoy desconocida. La escena pasa en Sevilla y sus cercanías, lo mismo en la una que en la otra comedia.
La excelente exposición del primer acto, cuando Don Enrique cae del caballo y es recogido en la quinta de D. Gutierre, es idéntica en ambas obras. Calderón ha suprimido los celos que doña Mayor tiene de su esposo, quizá porque no quiso empañar la perfección de su heroína ni siquiera con esta sombra. Además la presencia de D. Gutierre desde el primer momento en que llega el herido a su casa, produce un grado de concentración dramática mayor que en la obra de Lope, donde el marido tarda en volver de Sevilla. Hay otras leves modificaciones, también de excelente efecto. En la comedia de Lope, doña Mayor misma es la que hablando con su criado, nos informa de las antiguas pretensiones amorosas del Infante. En Calderón se suprime esta conversación preliminar; el encuentro de los antiguos amantes nos coge de [p. 302] nuevas y nos sorprende como súbito relámpago. Todas estas escenas están superiormente desempeñadas por el segundo poeta. No hay rastro en la obra del primero del diálogo delicadísimo entre los dos esposos, después que se aleja el Infante; ni de aquella valiente exclamación de doña Mencía:
Tuve amor y tengo
honor:
Esto es cuanto sé
de mí.
La segunda parte de este acto pasa, en una y otra comedia, en el alcázar de Sevilla. La antigua novia del D. Jacinto o D. Gutierre, que viene a querellarse al Rey por la palabra y cédula de matrimonio no cumplidas, en Lope se llama doña Margarita Osorio; en Calderón, doña Leonor, sin apellido. En la comedia del primero habla en romance; en la del segundo en octavas reales; en una y otra con énfasis lírico, impropio de la situación. La respuesta de Don Pedro, en Calderón, es más grave y menos arrebatada que en Lope; y más conforme al carácter, ya cristalizado en su tiempo, del Rey justiciero: [1]
Oigamos a la otra
parte
Disculpas suyas;
que es bien
Guardar el segundo
oído
Para quien llegue
después;
Y fiad, Leonor, de
mí,
Que vuestra causa
veré
De suerte, que no
os obligue
A que digáis otra
vez
Que sois pobre, él
poderoso,
Siendo yo en
Castilla Rey.
[p. 303] Por lo demás, Calderón no deja perder nada de este acto, ni siquiera el diálogo del gracioso con el Rey. Todo vuelve a escribirlo con distintas palabras, pero siguiendo la misma pauta. Hay pocas refundiciones tan fieles como ésta al sentido del original y al mismo tiempo tan apartadas de él en la expresión. El que quiera convencerse de que Calderón no era el genio indómito y desbocado que soñaron los románticos, sino, al contrario, un espíritu muy reflexivo, un gran conocedor de las tablas, un poeta de hábitos que pudiéramos llamar clásicos dentro del fecundo desorden de nuestra dramaturgia, no tiene más que fijarse en esta extraña pieza, calcada sobre otra con escrupulosidad casi nimia, pero mejorada siempre con una porción de toques y reparos exquisitos, que más que del arte de Calderón, según la idea que vulgarmente se tiene de él, parecen del arte lamido y refinado de Moratín y de Tamayo. Un hombre del oficio puede y debe entusiasmarse con el segundo Médico de su honra, porque quizá no se ha visto en el mundo perfeccionamiento igual de una invención totalmente ajena. Este cuidado se reconoce hasta en los pormenores más nimios: el D. Jacinto Ribera contesta al Rey [p. 304] en tono agrio e insolente cuando le interroga sobre las quejas de Margarita; por el contrario, las palabras de D. Gutierre son modelo de discreción y mesura, no menos que de noble dignidad y estimación de sí propio. El primero da por ocasión de su celosa sospecha haber visto a un caballero en el estrado de su dama; el segundo dice que le vió bajar por el balcón, amparado de las sombras de la noche.
Pero no hay idea, intención ni movimiento en el drama de Calderón que no esté en Lope; sólo la forma varía. Fácil es comprobarlo en los dos actos siguientes. Las escenas del jardín son en sustancia las mismas; pero Calderón añadió deliciosos pormenores: el sueño de doña Mencía, el cantar de la doncella Teodora, todo lo cual hace mayor el prestigio romántico. Tampoco en el diálogo, generalmente hablando, cabe comparación, si bien el buen gusto puede hacer algunas salvedades respecto de aquella garza que con remontarse tanto y ser
Rayo de pluma sin
lumbre,
Ave de fuego con
alma,
Con instinto alada
nube,
Pardo cometa sin
fuego,
nos hace echar de menos la poética espontaneidad de algunos rasgos de Lope:
¡De
noche, a las rejas frías,
Mis suspiros
escuchabas!
Calderón se complace en desarrollar lo que su maestro apunta. Son los monólogos la forma poética más propia de un marido celoso; los secretos de honor no se confían a nadie:
¡Ay,
honor, mucho tenemos
Que hablar a solas
los dos!
Calderón multiplica, pues, los monólogos, tanto en esta pieza como en A secreto agrario, siguiendo el ejemplo que ya había dado en El celoso prudente el maestro Tirso de Molina. Tres soliloquios [p. 305] hay también en Lope, y a la verdad poco felices. En su obra la acción camina demasiado rápidamente: festinat ad eventum; nada falta en su comedia de lo que material y exteriormente hay en la de Calderón, pero falta mucho de lo que es el alma poética de la pieza, su vida interior, el conflicto de pasiones, que en Lope hay que adivinar, y que Calderón interpreta y razona con inflexible lógica dramática. El diálogo nocturno de D. Gutierre con su esposa, es el gran triunfo del segundo poeta; imitar de este modo, vale tanto o más que inventar. Cuando D. Gutierre salta por las tapias del jardín, no es menester que aparezca, como D. Jacinto, con «el sombrero y la capa caída y el pecho lleno de tierra». El valor de la situación no depende de estos accesorios de un realismo grosero, sino del torrente de elocuencia trágica que brota de sus labios.
En el tercer acto, obra magistral y perfecta, según dictamen de Schack, Calderón sigue todavía más de cerca el texto de Lope. A éste pertenece, por tanto, la feliz invención del fatídico puñal de Don Enrique, con que Don Pedro se corta impensadamente la mano; [1] y le pertenecen totalmente las escenas de la catástrofe, en que Calderón no ha hecho más que atenuar la barbarie de algunos pormenores demasiado quirúrgicos que había en la relación del sangrador. Para no proloogar más un cotejo tan fácil como enojoso, bastará fijarnos en el desenlace, presentando juntos ambos textos:
[p. 306] Dice el Rey a D. Jacinto en la comedia de
Lope:
Tú estás libre; a
Margarita
Debes, don Jacinto,
su honra,
Pues llega a serlo
entre nobles
Las palabras sin
las obras.
Aquí la encontré;
ya digo
Que es prevención
milagrosa:
Al punto le la dad
mano.
DON JACINTO
Mira, señor. .
REY
Tú me enojas
Si replicas.
DON JACINTO
Gran señor,
Justo es que yo
tema cosa
En que mil peligros
veo,
Porque hay mujer
que a deshora,
Teniendo el galán
en casa,
Con palabras
amorosas
Engaña al marido, y
luego
Toda la casa
alborota;
Y apagando ella la
luz,
Viendo que está su
persona
En peligro, por
delante
De su espcso,
presurosa
Saca al galán, el
cual deja,
Con el temor que le
acosa,
En el suelo aquesta
daga.
REY
Cuando cosa tan
notoria
Suceda, pensar que
ha sido
De alguna criada
loca
Amante, o que ha
sido engaño.
Dice D. Gutierre en la de Calderón:
Gutierre, menester
es
Consuelo; y porque
le haya
En pérdida que es
tan grande
Con otra tanta
ganancia,
Dadle la mano a
Leonor;
Que es tiempo que
satisfaga
Vuestro valor lo
que debe,
Y yo cumpla la
palabra
De volver en la
ocasión
Por su valor y su
fama.
DON GUTIERRE
Señor, si de tanto
fuego
Aun las cenizas se
hallan
Calientes, dadme
lugar
Para que llore mis
ansias.
¿No queréis que
escarmentado
Quede?
REY
Esto ha de ser, y
basta.
DON GUTIERRE
Señor, ¿queréis que
otra vez,
No libre de la
borrasca,
Vuelva al mar?¿Con
qué disculpa?
REY
Con que vuestro Rey
lo manda.
DON GUTIERRE
¡Señor, escuchad
aparte
Disculpas!
REY
Son excusadas.
¿Cuáles son?
[p. 307] DON JACINTO
¿Y si después, con
celosas
Pasiones, el tal
marido
Viniese, entrando a
deshora
Por las tapias de
su casa,
Y hallando a su
mujer sola,
Durmiendo sobre una
silla,
Y con traza
cautelosa,
Él, apagando las
luces,
Con fingida voz y
sorda
Se llegase a su
mujer
Diciendo que era el
que en otras
Ocasiones la venía
A ver; y ella,
temerosa,
Su nombre le
declarase
Sin que a su recato
oponga
Más intervalos que
el miedo,
El asalto y las
congojas
De que venga su
marido?
REY
Pensar que es sólo
engañosa
Ilusión del sueño
vano...
DON JACINTO
Señor, y si el tal
marido
Viniendo hallara a
su esposa
Escribiendo este
papel
Con razones
amorosas
A si galán, ¿qué
remedio?
REY
Jacinto, a tanta
deshonra,
Tan pública y tan
notoria,
Un remedio de los
vuestros.
DON JACINTO
¿Mío, señor?
¡Notable cosa!
Y ¿cuál es?
DON GUTIERRE
¿Si vuelvo a verme
En desdichas tan
extrañas,
Que de noche halle
embozado
A vuestro hermano
en mi casa...
REY
No dar crédito a
sospechas.
DON GUTIERRE
¿Y si detrás de mi
cama
Hallase tal vez,
señor,
De don Enrique la
daga?
REY
Presumir que hay en
el mundo
Mil sobornadas
criadas,
Y apelar a la
cordura.
DON GUTIERRE
A veces, señor, no
basta.
¿Si veo rondar
después
De noche y día mi
casa?
REY
Quejárseme a mí.
DON GUTIERRE
¿Y si cuando
Llego a quejarme,
me aguarda
Mayor desdicha
escuchando?
REY
Qué importa, si él
desengaña,
Que fué siempre su
hermosura
Una constante
muralla
De los vientos
defendida?
DON GUTIERRE
¿Y si volviendo a
mi casa
Hallo algún papel
que pide
Que el Infante no
se vaya?
[p. 308] REY
¿Cuál es?
Sangrarla.
REY
Para todo habrá remedio.
DON GUTIERRE
¿Posible es que a esto le haya?
REY
Si, Gutierre.
DON GUTIERRE
¿Cuál, señor?
REY
Uno vuestro.
DON GUTIERRE
¿Qué es?
REY
Sangrarla.
Pero aun en este caso, en que la adaptación es casi literal, observamos que Calderón ha añadido dos rasgos de sublime barbarie, uno en boca de D. Gutierre, otro de su nueva esposa Leonor:
DON GUTIERRE
¿Qué decís?
REY
Que hagáis borrar
Las puertas de
vuestra casa;
Que hay mano
sangrienta en ellas.
DON GUTIERRE
Los que de un
oficio tratan
Ponen, señor, a las
puertas
Un escudo de sus
armas;
Trato en honor, y
así, pongo
Mi mano en sangre
bañada
A la puerta; que el
honor,
Con sangre, señor,
se lava.
[p. 309] REY
Dádsela, pues, a
Leonor;
Que yo sé que su
alabanza
La merece.
DON GUTIERRE
Sí la doy.
Mas mira que va
bañada
En sangre, Leonor.
LEONOR
No importa;
Que no me admira ni
espanta.
En suma, Calderón, que quizá no era tan gran poeta como Lope (o que lo era de una especie muy diversa), y que seguramente hubiera quedado deslucido poniéndose a luchar con las obras suyas verdaderamente geniales e inspiradas, tuvo el buen acuerdo de elegir para sus incursiones en el inmenso repertorio de su predecesor, obras que, como El alcalde de Zalamea y El médico de su honra, eran de las más admirables en el pensamiento y de las más informes y desaliñadas en la ejecución; seguramente de aquellas que en horas veinticuatro pasaron de las musas al teatro, y que, además, habían tenido la desgracia de ser abandonadas por su propio autor a la torpeza y la codicia de faranduleros y tipógrafos de mogollón, con lo cual andaban impresas de tal suerte, que ya ni de Lope parecían, y era preciso volverlas a escribir para darles en acto la inmortalidad que sólo tenían en potencia. Claro es que, dentro de la moral literaria vigente ahora, no se conciben ni toleran tan descaradas, aunque benéficas, intrusiones en la propiedad ajena, pero en el siglo XVII eran corrientes; y el mismo candor con que tan grandes ingenios las cometían, prueba que consideraban el Teatro como un patrimonio nacional, como una especie de propiedad colectiva, no tan anónima como lo habían sido las gestas y los romances, pero todavía bastante próxima a las condiciones impersonales de la poesía épica.
Calderón mejoró, pues, extraordinariamente la comedia de [p. 310] El médico de su honra, pero comenzando por apropiársela íntegra. Y en esta refundición no sólo tuvo presente a Lope, sino también a otro autor de vuelo mucho más bajo, al famoso representante y gran remendón literario Andrés de Claramonte, en su comedia Deste agua no beberé, inserta desde 1630 en una Segunda parte de comedias nuevas de Lope de Vega y otros autores, tomo de los llamados extravagantes, que en confuso tropel salían de las prensas de Barcelona y otras ciudades de fuera de Castilla. De Claramonte tomó Calderón los nombres de D. Gutierre Alfonso de Solís y de doña Mencía de Acuña. Su comedia es el más extraño centón que puede imaginarse; parece que Claramonte zurció retazos de las comedias más en boga, sin preocuparse de la unidad del conjunto. No sólo hay reminiscencias de El médico de su honra, sino de La fuerza lastimosa, [1] de El burlador de Sevilla, [2] de El Rey Don Pedro en Madrid. [3] La acción, extraordinariamente desordenada, llega hasta los campos de Montiel, y en toda ella se prodigan mucho las sombras y apariciones fantásticas. No interviene en esta comedia Don Enrique, y el enamorado de doña Mencía es el propio Rey Don Pedro, que en los dos primeros actos se muestra como un tirano brutal y sanguinario, no templándose su fiera condición hasta el grotesco desenlace en que el arrepentido Monarca corona de laurel a D. Gutierre y de flores a su esposa.
No sabemos en qué fecha, pero probablemente después de Claramonte y antes de Calderón, hizo una notable imitación de El médico de su honra el judaizante Antonio Enríquez Gómez, en su comedia A lo que obliga el honor, impresa en Burdeos, 1642, formando parte de su libro Academias morales de las Musas. [4]
[p. 311] Aquí los esposos se llaman D. Enrique de Saldaña y doña Elvira de Liarte; la acción pasa en el reinado de Alfonso XI, y el servidor de la dama es el Príncipe, luego Rey Don Pedro, a quien anacrónicamente se supone ya en tratos amorosos con doña María de Padilla. Las situaciones son casi las mismas, pero el final es diverso, muriendo doña Elvira, no de una sangría suelta, sino precipitada de una roca por su marido en una cacería en Sierra Morena. La trama está bien combinada, y la locución es pulida y conceptuosa.
El médico de su honra que actualmente se representa, es el de Calderón, levemente refundido por D. Juan Eugenio Hartzenbusch.
[p. 299]. [3] . En el apéndice a su Historia de la Literatura dramática, publicado en 1854 (páginas 82 a 85).
[p. 299]. [4] . Geschichte des spanischen national Dramas, II, 3-7.
[p. 302]. [1] . El Don Pedro rondador de noche por amor a la justicia, aparece por primera vez (según creo) en esta comedia de Lope (acto III):
DON ÁLVARO
¡Bizarra noche!
DON PEDRO
Parece
Que para mi
pretensión,
Álvaro, en esta
ocasión
De pardas sombras
se ofrece.
Siempre
que salgo a rondar,
Quisiera que así
estuviera,
Porque sin riesgo
pudiera
Mis delitos
escuchar.
El
jüez más verdadero
Es, D. Álvaro, de
un rey,
Sin eximir de la
ley,
El vulgo terrible y
fiero.
¡Qué
bien delitos relata!
¡Qué sin rebozo los
dice!
¡Qué a su salvo los
maldice
Y qué sin riesgo
los trata!
Así,
por expresa ley
Se había de
disfrazar,
Para poder escuchar
Su bien o su mal,
el Rey.
[p. 305].
[1] .
No sé qué agüero he
tenido
De ver que
instrumento ha sido
Enrique de haber
así
Mi sangre yo
derramado...
En la comedia Audiencias del rey D. Pedro (acto IlI) se repite el mismo presagio:
Este es el puñal
cruel
Que en sueños
anoche vi;
De Enrique el golpe
temí
En la fuerza de
Montiel.
[p. 310]. [1] . Don Pedro, que aquí está presentado como un tirano feroz, manda a D. Gutierre matar a su mujer.
[p. 310]. [2] . Me lo persuaden los nombres de Tisbea y de D. Diego Tenorio.
[p. 310]. [3] . Toda la parte sobrenatural de la comedia.
[p. 310]. [4] . Hay un buen estudio sobre ella y, en general, sobre las obras de Enríquez, en el libro de Amador de los Ríos Estudios históricos, políticos y literarios sobre los judíos de España (Madrid, 1848), páginas 569-607.