Publicada por Lope en la Parte 20 de sus Comedias (Madrid, 1625, con dedicatoria al duque de Alcalá D. Fernando Afán de Ribera Enríquez, egregio prócer sevillano, adelantado mayor de Andalucía, virrey que fué de Cataluña y de Nápoles, embajador extraordinario en Roma ante la Santidad del Papa Urbano VIII, [p. 288] ministro plenipotenciario en el Congreso de Colonia, gran Mecenas de artistas y literatos y cultivador él mismo de la erudición sagrada y profana y aun de los estudios de lenguas orientales, como lo prueba la polémica que sostuvo con Rioja sobre el título de la Cruz. «No hay facultad—dice nuestro poeta—de que no tenga conocimiento y particular estudio, en el mejor que ha juntado príncipe en Europa: docto en la lengua siria, hebrea, caldaica y griega, cuando de sola la latina, en que es tan eminente, pudiera honrarse cualquier profesor suyo.»
Lo cierto por lo dudoso ha sido reimpresa en el primer tomo de la colección selecta de hartzenbusch, y traducida al francés por Eugenio Baret con el título de Le certain pour l'incertain. [1] En el Teatro español esta linda comedia, hoy tan injustamente olvidada, se ha sostenido hasta tiempos bastante recientes, pero no en su forma original, sino en una refundición, a estilo de las de Trigueros, compuesta en 1803 por D. Vicente Rodríguez de Arellano y representada aquel año mismo, haciendo Rita Luna el papel de la firme enamorada Doña Juana, que fué uno de sus mayores triunfos.
Rodríguez de Arellano, que tuvo efímera notoriedad por su comedia El pintor fingido y por las décimas de cierto memorial burlesco, era un adocenado poeta y dramaturgo, famélico traductor del francés y del italiano, algo más literato que Comella y Zavala, pero no de muy diverso gusto, salvo en dos o tres ocasiones en que tuvo la fortuna de arrimarse a la buena sombra de la poesía antigua. Algún romance morisco suyo recuerda la bizarría de Góngora. Y en el teatro le honra esta refundición de Lo cierto por lo dudoso o la mujer firme, [2] de la cual dijo D. Juan Eugenio Hartzenbusch: [3] «Arellano, dirigido por Lope, habla y versifica [p. 289] bastante bien; cuando traduce del francés, no sabe castellano; la Musa española, que recompensaba noblemente a los que le prestaban el debido culto, se vengaba de sus detractores.» [1]
No era tan difícil de adaptar a la regularidad clásica Lo cierto por lo dudoso como La Estrella de Sevilla, y por eso no fueron tantas las supresiones y alteraciones que hizo Arellano como las que había hecho Trigueros. El cambio más importante es, sin duda, la supresión del personaje de la cortesana Teodora, que no sólo es episódico e inútil, sino incongruente con el tono afectuoso y delicado de la pieza. Pero no es tanto lo que quitó como lo que añadió Rodríguez de Arellano. Verdad es que no todas estas intercalaciones son de su cosecha, por ejemplo, la escena del delirio de Don Enrique esta tomada de la comedia de Tirso de Molina, Como han de ser los amigos. Pero hay en esta refundición versos nada despreciables, que son indisputablemente del pobre Arellano, aunque todo el mundo los haya estado repitiendo y celebrando como si fuesen de Lope. Tal es, por ejemplo, la descripción de la tarde de San Juan en Sevilla:
DON ENRIQUE
¿Qué
es ver el precioso alarde
Que hace de sí
placentera,
Ostentando su
figura,
Tanta divina
hermosura,
Del Betis en la
ribera?
¿Qué
es ver en el claro río
Tantas barcas
enramadas,
De toldos
entapizadas,
Formando un bosque
sombrío;
Y
en ellas alegremente
Bailar todos muy
contentos
[p. 290] Al son de los instrumentos
Que acompañan la
corriente?
CHICHÓN
Y
¿qué es ver tanto matón,
Muy erguido y
puesto al olio,
Con sombrerazo de a
folio,
Ostentando el
espadón;
Con
retorcido bigote,
Y como inspirando
asombro,
Mirar por cima del
hombro,
Asomándose al
capote;
Ir
chorreando pendencia,
Y hacerse lugar,
diciendo:
«Apártense: ¿no
están viendo
Que aquí va la
omnipotencia?»
¿Qué
es ver a tanta garduña,
De clase y de trato
vil,
Buscar, más que un
alguacil,
En dónde hincar la
uña?
¿Qué
es ver a tanta gitana
Decir la
buenaventura,
Y hacer pontífice a
un cura
Que apenas tiene
sotana?...
De Arellano es también, y no de la comedia primitiva esta descripción de los celos:
DON ENRIQUE
Hablas
con ese reposo,
Porque nunca habrás
amado;
Pero no hay más
triste estado
Que el de amar y
estar celoso.
Son
celos una pasión
Que al más cuerdo
desatina,
De amor deidad
peregrina,
Adúltera sucesión.
. . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . .
Son
celos haber creído
Una sombra, una
ilusión,
[p. 291] Que del sol de la razón
Forma el interior
sentido.
Son
celos cierto temor
Tan delicado y
sutil,
Que si no fuera tan
vil,
Pudiera llamarse
amor.
Son
principios de mudanza
Y fin de la
obligación;
Son ajena
estimación
Y propia
desconfianza.
Son
un desengaño
salvo
Del pensamiento
dormido;
Son relojes del
olvido
Con despertador de
agravio.
Son
cuerpo del pensamiento
Que no le tuvo
jamás;
Pasos que amor
vuelve atrás
Para correr por el
viento;
Y
aunque es semejanza nueva,
De linterna es su
costumbre,
Pues vemos mover la
lumbre
Y no vemos quién la
lleva.
Son,
finalmente, rigores,
Que amando es
fuerza tenellos,
Pues ni amor está
sin ellos,
Ni ellos están sin
amores
Claro es que, leídos atentamente estos trozos, no deja de percibirse en ellos cierto sabor de modernismo y alguna expresión impropia del tiempo de Lope; pero la fluidez de su estilo no está mal imitada, aunque mejor lo hizo después D. Dionisio Solís, cuya Niña boba continúa suplantando en el teatro a la auténtica Dama boba, de Lope. Todavía D. Alberto Lista, en uno de los artículos de teatros que en 1821 escribía en El Censor, [1] confunde los versos de Arellano con los del Fénix de los Ingenios, [p. 292] dándonos de paso muy curiosas noticias sobre la popularidad escénica de que gozaba la obra refundida:
«Es antigua costumbre de nuestras compañías cómicas empezar el año teatral con una de aquellas comedias que llaman de examen, porque en ellas los principales actores pueden desplegar su habilidad. Hubo un tiempo en que la medida del verso en la declamación constituía el principal mérito de un actor. Entonces la pieza de examen era la célebre comedia de Calderón Afectos de odio y amor, en la cual casi todos los personajes tienen versos muy llenos y armoniosos, con descripciones líricas y aun épicas, con lances de amor, de celos, de combates y de sorpresas, que la hacen muy difícil de ejecutar para los actores y aun de entender para los espectadores. Cuando se empezó a dar alguna importancia a la expresión de las pasiones, El mayor monstruo los celos y Las armas de la hermosura, del mismo autor, entraron en lugar de aquella rapsodia caballeresca. El desdén con el desdén, de Moreto, sirvió para mostrar el arte de desenvolver un caracter en la escena, y El maestro de Alejandro o El villano del Danubio, se agregaron después para hacer lucir el papel de barba. Esta costumbre estaba en uso cuando alternaban para la elección de las piezas el galán, la dama, el barba y el gracioso. En el día, las compañías se instalan más modestamente con la comedia de Lo cierto por lo dudoso a lo menos así lo hemos visto practicar varias veces en la corte y en las provincias.
Esta comedia puede, efectivamente, servir de examen, porque el carácter de la mujer firme es muy bello, está muy bien seguido, tiene excelertes escenas y en ellas muy buenos versos, y afectos muy sentidos y perfectamente expresados. La actriz que representando a D.ª Juana de Castro no interese a los espectadores ni les arranque aplausos, ignora absolutamente su arte. Pero toda la comedia se reduce a este carácter. No tiene acción; acaba por donde empieza. El rey P. Pedro y su hermano aman a D.ª Juana; ésta corresponde al Infante; el Rey llega hasta ofrecerla su mano y su corazón; nuestra heroína no se deja deslumbrar con tan magníficas ofertas: conserva su corazón firme [p. 293] para su amante; y D. Pedro, obligado a hacer lo que hacen todos los reyes de comedia, corona una pasión tan tierna y constante, a pesar de que esta generosidad no es muy conforme a su carácter histórico. Observemos de paso que la misma rivalidad entre D. Pedro el Cruel y Enrique de Trastamara, forma el enlace de una tragedia bastante mediana de Voltaire.» [1]
¿De dónde sacaría Lista que esta comedia carece de acción? La tiene, muy sencilla sin duda (lo cual, a los ojos de un crítico clásico, debía ser un mérito), pero muy interesante, muy bien graduada, conducida con un artificio técnico que no es la cualidad que más suele abundar en Lope. La acción consiste precisamente en la rivalidad de amor de los dos hermanos y en la heroica resistencia de D.ª Juana a los deseos del Rey; y se desenvuelve por medio de una serie de peripecias ingeniosas y hábilmente manejadas, que conducen a un desenlace natural y felicísimo. El acto primero, el que podemos llamar de la noche de San Juan, es una exposición magistral, al mismo tiempo que un cuadro de costumbres nacionales, de los más poéticos y sorprendentes que trazó la pluma de Lope. Es el sueño de una noche de verano, pero de una noche de verano en Sevilla: alegrada de músicas, perfumada de azahares, halagada por el tibio ambiente, estrepitosa con el rumor de danzas y serenatas, misteriosa con el prestigio de las supersticiones unidas a la vigilia del Precursor de Cristo. Ya Cervantes las había descrito en su comedia Pedro de Urdemalas (jornada primera), y sus versos no son indignos de ser recordados a par de los de Lope:
[p. 294] Niña, la que esperas
En reja o balcón,
Advierte que viene
Tu polido amor.
Noche de San Juan,
El gran
Precursor...
Muéstratenos clara:
Sea en ti el albor
Tal, que perlas
llueva
Sobre toda flor.
Y, en tanto que
esperas
A que salga el
sol,
Dirás a mi niña
En süave son:
Niña, la que
esperas, etc.
Y a la que
desmaya
En su pretensión,
Tenla de tu mano,
No la olvides, non.
Y díle callando,
O en erguida voz,
De modo que oiga
La imaginación:
Niña, la que esperas
En reja o balcón,
Advierte que viene
Tu polido amor.
....................................
.................................
....................................
.................................
A la puerta
puestos
De mis amores,
Espinas y
zarzas
Se vuelven
flores.
El fresno
escabroso
Y robusta
encina,
Puestos a la
puerta
Do vive mi
vida,
Verán que se
vuelven,
Si acaso los
mira,
En matas
sabeas
De sacros
olores,
Y
espinas y zarzas
Se vuelven flores.
Do pone la
vista,
O la tierna
planta,
La yerba
marchita
Verde se
levanta;
Los campos
alegra,
Regocija el
alma,
Enamora a
siervos,
Rinde a
señores,
Y espinas y zarzas
Se vuelven
flores.
Por lo mismo que reina tan absurda preocupación contra las comedias de Cervantes entre muchos que ni siquiera las han saludado (y no excluyo de la cuenta a algunos cervantistas), pláceme llamar la atención sobre estas bellas escenas folklóricas, tan poéticas en sí mismas y tan curiosas para la historia de las supersticiones peninsulares. Con esa misma fiesta (transformación cristiana de la del solsticio de verano, que ya nuestros celtíberos celebraban encendiendo hogueras y saltando sobre ellas, según testimonio de Estrabón) se enlazaban otros usos raros, hoy casi perdidos. Todavía en el siglo XVI las muchachas casaderas, con [p. 295] el cabello suelto y el pie en una vasija de agua clara y fría, esperaban atentas la primera voz que sonase, y que debía traerles el nombre de su futuro esposo. En la misma comedia de Cervantes que acabarnos de citar, dice Benita:
Tus
alas, ¡oh noche!, extiende
Sobre cuantos te
requiebran,
Y a su gusto justo
atiende,
Pues dicen que te
celebran
Hasta los moros de
allende.
Yo, por conseguir
mi intento,
Los cabellos doy al
viento,
Y el pie izquierdo
a una bacía
Llena de agua clara
y fría,
Y el oído al aire
atento.
Eres, noche, tan
sagrada,
Que hasta la voz
que en ti suena,
Dicen que viene
preñada
De alguna ventura
buena.
Lope sacó maravilloso partido de todas estas costumbres y creencias, oraciones y hechicerías, no sólo para dar intenso color local a su pieza, sino para traer un golpe teatral de primer orden: la contestación que el Infante Don Enrique da desde la calle al rezo de doña Juana:
v DOÑA
JUANA
Hice, en efecto,
este altar
A San Juan, robé
las flores
Al jardín, y a los
mayores
Naranjos su blanco
azahar.
Trajeron de la
alameda
Los olmos que ves
aquí,
Con que la sala,
por mí,
Transformada en
selva queda.
Perfuman el aire
olores,
Y entre yerbas
circunstantes,
Al San Juan cubren
diamantes,
Los arcos fingidas
flores,
Y las que son sin
violencia
[p. 296] Olorosa maravilla,
Porque no envidia
Sevilla
Los jazmines de
Valencia...
Recé, pero nunca
oí,
Por más que lo
supliqué,
Si ha de ser el
conde Enrique
Mi esposo.
DON ENRIQUE
Señora, sí.
Así como es innegable el parentesco entre La Estrella de Sevilla y la niña de plata, también lo es el de este último drama con Lo cierto por lo dudoso. No sólo se asemejan en tener casi los mismos personajes (el Rey Don Pedro, el Infante Don Enrique, una dama festejada por el Infante), extendiéndose este paralelismo hasta las figuras subalternas, puesto que Teodora corresponde exactamente a Marcela; no sólo pasan una y otra comedia en Sevilla, y dentro de la particular atmósfera poética de aquella ciudad, tan bien sentida por Lope, sino que hay notable semejanza en algunas situaciones (la encamisada y la noche de San Juan, visita del Rey y del Infante juntos en La niña de plata, visita del Rey y escondite del Infante en Lo cierto por lo dudoso). Pero la variedad inagotable de Lope brilla más por lo mismo que de datos casi idénticos saca una combinación dramática nueva, y muy superior a la que antes había trazado. La niña de plata pertenece a la que podemos llamar su segunda manera, menos desordenada y novelesca que la primera, pero todavía distante del grado de reflexión y madurez que tienen las producciones de sus últimos años, una de las cuales es Lo cierto por lo dudoso. Lope tuvo el privilegio, muy raro en todos, rarísimo en un genio improvisador, de no perder nunca la lozanía de la imaginación y de ir ganando en arte conforme envejecía. Y no me refiero sólo a la poesía de estilo, que en algunos pasajes de esta comedia sobre todo en las endechas del primer acto, suena como arrullode tórtola enamorada:
[p. 297] ¿Cómo te has entrado,
Conde, de esa
suerte,
Sin ver el peligro
Que tan cerca
tienes?...
Mal San Juan me
diste
Con venir a verme;
No fuí yo culpada
De que el Rey te
viese.
¡Mal haya el galán
Que al tiempo que
viene
A ver de secreto
La dama que quiere,
Ni aun su sombra
trae,
Pues vemos que a
veces
Por su sombra sola
El cuerpo se
siente!...
El galán discreto
Avisado quede
Que la misma luna
Pueda conocerle...
Si he de verte
muerto,
Más te quiero
ausente;
Dichosas te gocen,
Desdichas te
pierden.
Mucho se entra el
día,
Ya no le detiene
La noche en su
cárcel,
Sus tinieblas
vence.
Vense ya los montes
De nubes y nieves
Vestidos y blancos,
Y los prados
verdes;
Las flores se miran
En las claras
fuentes,
Las aves les
cantan
Requiebros alegres.
Ya le dice el alba
Al sol que se
apreste,
Que hay medio
camino
De Oriente a
Poniente.
¿Qué me estás
mirando?
[p. 298] Conde, ¿qué me quieres?
Vete; conde
Enrique,
Mira que
amanece...
Tales escenas de amor y celos hubiera podido escribirlas Lope en cualquier tiempo de su vida, porque siempre fué gran maestro de ternezas; pero lo que no tenía en su juventud, y llega a conseguir en estas obras últimas, es el dominio y penetración de la psicología femenina, que ningún poeta de los nuestros, salvo Tirso, poseyó en el mismo grado. Es tal la excelencia del carácter de doña Juana, que no nos maravilla que algunos críticos hayan creído que el drama se reducía a él. Todo lo que tiene de ingenua coquetería la niña de plata, lo tiene de arrogante y generosa pasión, de inquebrantable constancia, la hija del Adelantado, la tierna y altiva doña Juana, que aventurando lo cierto por lo dudoso, rechaza la corona de Castilla que Don Pedro pone a sus plantas. [1]
[p. 299] Esta comedia apenas puede llamarse histórica más que por los nombres del Rey y del conde de Trastamara. [1] Don Pedro hace en ella el papel poco lucido de amante desdeñado y burlado; pero en el desenlace nada tiene de cruel, ni siquiera de vindicativo; al contrario, se porta con magnanimidad muy loable, perdonando el engaño y hasta la burla. Sin embargo, quedan lanzadas las semillas del odio entre los dos hermanos, que en La niña de plata todavía se mostraban tan bien avenidos. [2]
[p. 288]. [1] . Œuvres dramatiques de Lope de Vega. Didier, 1874. Tomo II.
[p. 288]. [2] . La edición que tengo a la vista es de Valencia, 1825, por Ildefonso Mompié, pero hay varias anteriores.
[p. 288]. [3] . En el prólogo a las Obras de D. Antonio García Gutiérrez. (Madrid, 1866.)
[p. 289]. [1] . No fué éste el único tributo que la musa dramática de Rodríguez de Arellano pagó al Rey Don Pedro. Suya es también, según el testimonio de Moratín, la comedia anónima que corre con el título de El sitio de Toro y noble Martín Abarca, de un ingenio. El argumento de esta pieza genealógica está formado de la Crónica de Ayala (año VII, capítulo II).
[p. 291]. [1] . El Censor, periódico literario, tomo VII (Madrid, 1821), páginas 225-235.
[p. 293]. [1] . La tragedia de Voltaire (Don Pédre) a que alude Lista, es la penúltima de su autor (1775). No fué representada nunca, y poéticamente nada vale; pero tiene la curiosidad de estar escrita con espíritu muy favorable a Don Pedro, a quien presenta como un Monarca filósofo y liberal, víctima del Clero y de la Nobleza.
[p. 298]. [1] . El refundidor Arellano dilató mucho el monólogo de Doña Juana contemplando la corona, y algunos de los versos que añade son realmente notables para ser de autor tan obscuro, y encajan muy bien dentro de de la situación:
Mucho
deslumbras, corona,
Mucho puedes, mucho
alcanzas,
Muchas son tus
esperanzas,
Mucho tu valor te
abona;
Muchas dichas
eslabonas
De tu círculo al
compás;
Mucho persuadiendo
estás,
Mucho es tu poder y
encanto;
Pero no blasones
tanto;
Que hay quien puede
mucho más
........................................................
Sí, Enrique; no un
cetro sólo
Dejaré yo por
amarte,
Por servirte y
regalarte,
Sino cuanto alumbra
Apolo;
Hasta el
contrapuesto polo,
Arrestada a todo
caso,
Verás que sigo tu
paso
Y los peligros no
temo,
Porque en tus ojos
me quemo
Y en tus amores me
abraso.
También estos dos últimos versos tan apasionados se los atribuye Lista a Lope. Merecían serlo, pero la verdad es que son de D. Vicente Rodríguez de Arellano. Suum cuique.
[p. 299]. [1] . El nombre de la dama recuerda el de doña Juana Manuel, que fué esposa de Don Enrique. La rivalidad de amor entre los dos hermanos es pura invención del poeta, pero la han repetido algunos autores modernos, tales como D. José Joaquín de Mora en sus Leyendas españolas (1838) y D. Pedro Sabater en su drama Don Enrique el Bastardo, representado en Valencia en 1839.
También Voltaire, que seguramente no había leído Lo cierto por lo dudoso, supone a Don Pedro y a Don Enrique enamorados de una doña Leonor de la Cerda; pero el Rey es el preferido y el Conde el desdeñado, dándose muerte doña Leonor por no caer en sus manos.
[p. 299]. [2] . Los principales críticos de esta comedia, además de los citados en el texto, han sido Vieil-Castel (I, 78-87) y Klein (X, 381-394)