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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS SOBRE EL TEATRO DE... > IV : IX. CRÓNICAS Y... > XXXVIII.—LA FORTUNA MERECIDA

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Publicada por Lope de Vega en la Onzena Parte de sus comedias (1618).

Al fin de esta comedia se promete una segunda parte, que no sabemos si llegó a escribirse, y entre las dos debían comprender toda la historia de la privanza y caída de D. Alvar Núñez de Osorio, mayordomo y favorito de Don Alfonso XI, formando un drama político del mismo género que la Próspera y adversa fortuna del condestable Ruy López de Ávalos, que compuso el poeta murciano Damián Salucio del Poyo, y que sirvió de modelo a otros muchos de la propia clase.

No sabemos qué memorias, acaso familiares o genealógicas, tuvo presentes Lope de Vega para la composición de esta comedia, en la cual se trasluce cierta intención apologética, puesto que acaba quejándose de la fuerza de la envidia y de la pasión, que habían desfigurado la historia de Alvar Núñez. Pero no hay duda que se conforma muy poco con la Crónica de Alfonso XI, y que en gran parte, a lo menos, parece de pura invención.

[p. 255] Conviene presentar juntas las principales referencias de la Crónica acerca de este personaje. [1]

Puede decirse que su importancia política comienza en la era de 1360 (año de Cristo 1322), en que Don Alfonso XI, de edad de catorce años, comenzó propiamente su oficio de Rey del modo que la Crónica expresa (cap. XLIII): «Et en quanto él estido en Valledolit asentábase tres días en la semana a oír las querellas et los pleytos que ante él venían, et era bien enviso en entender los fechos, et era de gran poridad, et amaba los que le servían, cada uno en su manera, et fiaba bien et complidamente de los que avía de fiar... Et en todas las otras sus costumbres avía buenas condiciones; ca la palabra dél era bien castellana, et non dubdaba en lo que avía de decir... El luego comenzó de ser mucho encavalgante, et pagóse mucho de las armas, et placíale mucho de aver en su casa omes de grand fuerza, et que fuesen ardites, et de buenas condiciones. Et amaba mucho todos los suyos, et sentíase del gran daño et grand mal que era en la tierra por mengua de justicia, et avía muy mal talante contra los mal fechores. Et, pues, que fué complida la edat de los catorce años, et seyendo entrado en la edat de los quince, envió mandar a los del Concejo de Valledolit, que lo avían tenido en guarda fasta entonce, que viniesen ante él, et díxoles: que pues él avía complida edat de catorce años, que quería salir de aquella villa et andar por sus regnos; ca pues los sus tutores andaban desavenidos, et por la su desavenencia eran destroídas et hermadas muchas villas et logares en los sus regnos, et la justicia non se complía, que si él tardase más la estada allí, que todos sus regnos serían en grand perdición...»

Narra el capítulo siguiente cómo el Rey ordenó su casa, y qué hombres tomó para su Consejo:

[p. 256] «En el regno avía dos caballeros... Et era el uno de Castiella, et decíanle Garcilaso de la Vega, et el otro del reino de León et decíanle Alvar Núñez de Osorio; et eran amos a dos bien entendidos et bien apercebidos en todos sus fechos. Et desde ante que el Rey compliese la edat de los catorce años, et saliese de Valledolit, estos dos caballeros ovieron algunos omes que fablaron con el Rey de su parte, et ellos otrosí cataron manera para aver fabla con el Rey, que quando él de allí saliese, que ellos fuesen de la su casa, de los más cercanos de la su merced. Et como quiera que sabía el Rey que ellos et sus compañas oviesen seído malfetriosos en la tierra; pero por el su saber dellos, et por el su apercibimiento que ovieron, tomólos para en su Consejo... Et dióles oficios en su casa, et con estos avía sus fablas et consejos en cómo ordenarían et farían los fechos del regno...»

Capítulo XLIV:

«Estando el Rey en esta villa de Valledolit, avía consejo en todos sus fechos con los que habemos dicho que tomó por Consejeros, et señaladamente fiaba más sus consejos de Garcilaso et de Alvar Núnez et de don Juzaf [1] que de los otros; [2] et de estos tres facía más fianza el Rey en Alvar Núñez que de los otros dos. Et porque estos tres privados del Rey vivían en el tiempo de la tutoría con el Infante D. Felipe, tío del Rey, et non tomó para su Consejo algunos de los que andaban con los otros que avían seido tutores; D. Joan (el Tuerto) et D. Joan (hijo del infante D. Manuel), ovieron sospecha que aquellos caballeros que eran en la privanza del Rey, et el Judío con ellos, pornían al Rey que les mandase facer algún mal; ca aquellos caballeros siempre fueron en su contrario dellos en el tiempo de las tutorías... Et un día salieron de la villa de Valledolit estos D. Joan, et D. Joan, et todas sus compañas, sin lo decir al Rey, et sin ge lo facer saber; [p. 257] et fuéronse para Cigales, que era de D. Joan, fijo del infante D. Joan, deciendo a los suyos que el Rey los mandaba matar et que iban desavenidos dél; et fincó con el Rey el infante D. Felipe, su tío... Et desque fueron en el logar de Cigales..., ovo entre ellos posturas, que se ayudasen con villas et con castiellos, et vasallos contra el Rey, et contra todos los otros que quisiesen ser contra ellos. Et algunos dixieron que partieran el cuerpo de Dios et fecieran jura sobre la Cruz et los sanctos Evangelios de guardar aquellas posturas que allí ponían; mas la estoria non lo afirma.»

Alfonso XI tuvo habilidad, a pesar de sus pocos años, para deshacer aquella conjura, y aún no habían pasado dos (1324) cuando se vengó alevosamente de Don Juan el Tuerto, haciéndole matar en Toro por medio de uno de aquellos abreviados procedimientos que en el siglo XIV se llamaban justicias, y que solían hacer muy populares y bienquistos a los reyes, sobre todo cuando acertaban a aplicarlos a tan prepotentes malvados y facinerosos como lo era aquel Infante. La parte que tomó Alvar Núñez en esta emboscada, y el premio que recibió por ello, lo relata la Crónica en el cap. LI: «De cómo el Rey envió decir a Don Juan que se adereszase para ir a la guerra de los Moros con él.» Don Juan no se fiaba de Garcilaso, que era uno de los privados del Rey, y fué Alvar Núñez el encargado de hacerle caer en el lazo.

«Et luego que sopo (el Rey) que D. Joan era y venido (a su castillo y villa de Belver), envió a él a Alvar Núñez, de quien él mucho fiaba, et traía toda su casa et facienda en poder, et era su Camarero mayor et Justicia mayor de su casa, et todos los oficios del Rey teníanlos aquellos que él quería. Et este Alvar Núñez fabló con Don Joan que fuese al Rey, et que non diese de sí tan gran mengua, ca non parescía razón que ome de tan grand solar como él, que era fijo del infante D. Joan, et nieto del Conde D. Lope, señor de Vizcaya et de otras muchas villas et castiellos que él avía en el regno, dexasse de venir a casa del Rey por rescelo de Garcilaso: ca sabía D. Joan, que avía él caballeros por vasallos que eran tan buenos et tan poderosos como Garcilaso; et si Garcilaso, o otro alguno le quisiese deservir, o ser [p. 258] contra él, que este Alvar Núñez sería en su ayuda et en su servicio. Et D. Joan dixo que a Garcilaso non avía él miedo; mas rescelaba que pornía al Rey en talante que le mandase facer algún mal; pero que quería poner la cabeza en mano de Alvar Núñez, et que feciese de ella lo que él quisiese.  Et sobre estas palabras Alvar Núñez besóle la mano a D. Joan, et tornóse su vasallo, et juró et prometió, que si alguno o algunos quisiesen ser contra él por le facer algún mal, que ante cortasen a él la su cabeza que Don Joan rescebiese nengún enojo. Et sobre esta seguranza, D. Joan veno a Toro, et Alvar Núñez con él. Et el Rey salióle a rescebir fuera de la villa, et llegó con él a su posada, et mandó que otro día comiese con él: et D. Joan otorgó que lo faría. Et el Rey avía muy grand voluntad de matar a D. Joan por las cosas que avía sabido... Et otro día que D. Joan entró en Toro, que fué día de la fiesta de todos Sanctos, el Rey mandólo matar: et morieron y con él dos caballeros sus vasallos... Et el Rey mandó llamar a todos los que eran allí con él, et asentóse en un estrado cubierto de paño prieto, et díxoles todas las cosas que avía sabido en que andaba D. Joan en su deservicio, lo uno por se le alzar en el regno contra él, et lo otro faciendo fablas con algunos en su deseredamiento: et otrosí en las posturas que enviara poner con los Reyes de Aragón et de Portogal contra él, et otras cosas muchas que les y contó: por las quales el Rey dixo que D. Joan era caído en caso de traición, et juzgólo por traidor. Et partió de Toro luego otro día, et fué entrar et tomar para la corona de los sus regnos todos los logares que este D. Joan avía, que eran más de ochenta castiellos et villas et logares fuertes...»

«Desque el Rey D. Alfonso ovo cobrado todos los castiellos et villas que fueron de D. Joan, et ovo fecho tan grand conquista en pequeño tiempo et sin grand costa de sí et de su regno, fincóle el corazón más folgado, porque el mayor contrario que avía en su regno era fuera del mundo, et avía él cobrado todo lo suyo: el dió a Alvar Núñez a Belver por heredad, et dióle que toviese él así como Alcayde por omenaje todos los castiellos que fueron de D. Joan.»

En 1325 había llegado Alvar Núñez al apogeo de su privanza, [p. 259] y obtuvo la dignidad y título de Conde, del modo que con singulares circunstancias se refiere en el capítulo LXIV de la Crónica: «Et e Rey, veyendo el mal et deservicio que fallara en don Joan, fijo del infante D. Joan: et otrosí lo que le facía D. Joan, fijo del intante D. Manuel, avía dado a estos caballeros (Garcilaso y Alvar Núñez) todos los más de los sus vasallos del regno que los toviesen dél, porque quando los enviase a algunos logares en su servicio, que fuesen con ellos tantas gentes porque el poderío del Rey fuese siempre mayor que el de sus contrarios. E estos Garcilaso et Alvar Núñez partían los dineros que tenían del Rey, et los libramientos que les facía, a caballeros et escuderos Fijosdalgo que los aguardaban, et otros caballeros et omes de las cibdades et villas del regno. Et con esto et otrosí con la fianza quel Rey facía en ellos, avían muy grandes faciendas, et aguardábanlos [1] muchas gentes. Et como quier que ellos toviesen sus faciendas de esta guisa, aquel Alvar Núñez non se tovo por pagado: et como era ome de quien el Rey mucho fiaba, fabló con el Rey, que si él le diese estado et logar, según que avían los Ricos-omes del regno, et lo ovieron en los tiempos pasados, en manera que él podiese aver pendón con que podiese tomar solar et voz, que él se le pararía en qualquier parte del regno, do el Rey quisiese, a le defender la tierra, quier contra los Moros, o contra D. Joan. Et el Rey por esto, et otrosí veyendo la guerra que tenía comenzada con los Moros, et los males et daños que le facía D. Joan, fijo del infante D. Manuel, en el regno, otorgó que era bien lo que le avía dicho Alvar Núñez, et púsolo luego por obra. Et estando el Rey en Sevilla, fizo a Alvar Núñez Conde de Trastamara et de Lemos et de Sarria, et dióle el señorío de Ribera et de Cabrera. Et porque este Alvar Núñez traía ante en las señales lobos bermejos, et el campo jalde, dióle otras señales, que eran dos cabras prietas en campo blanco; et en derredor del escudo et del pendón avía travas: et las señales de las trabas tomó por los Condados, et las señales de las cabras tomó por el señorío de [p. 260] Cabrera et de Ribera. Et el Rey dióle sus privilegios de todo esto, et apoderólo en todas estas tierras que son en Galicia. Et este Alvar Núñez llamóse en sus cartas Conde de Trastamara et de Lemos et de Sarria, et Señor de Cabrera et de Ribera, Caballero mayor del Rey, et su Mayordomo mayor, et Adelantado mayor de la frontera, et Pertiguero mayor en tierra de Sanctiago. Et porque avía luengo tiempo que en los regnos de Castiella et de León non avía Conde, era dubda en quál manera lo farían: et la estoria cuenta que lo fecieron desta guisa. El Rey asentóse en un estrado, et traxieron una copa con vino, et tres sopas, et el Rey dixo: Comed, Conde, et el Conde dixo: Comed, Rey. Et fué esto dicho por amos a dos tres veces: et comieron de aquellas sopas amos a dos. Et luego todas las gentes que y estaban y dixieron: Evad el Conde, evad el Conde. El de allí adelante traxo pendón et caldera, et casa, et facienda de Conde; et todos los que ante le aguardaban así como a pariente et amigo, fincaron de allí adelante por sus vasallos, et otros muchos más.»

Tan escandalosa bienandanza no podía durar mucho, y en efecto, al año siguiente (1326) comenzó a desmoronarse por los esfuerzos combinados de Don Juan Manuel y del Prior de San Juan.

Capítulo LXIX:

«Este D. Joan, fijo del Infante D. Manuel, avía grand amistad con D. Fernán Rodríguez, Prior de Sanct Joan, desde el tiempo que este D. Joan era tutor deste Rey D. Alfonso. Et estando el Rey en Sevilla desque veno de tomar a Olvera, el Prior ovo fabla con Pero Rodríguez, un caballero de Zamora, que tenía por el Conde Alvar Núñez el Alcázar et la villa de Zamora, et con otros algunos caballeros et cibdadanos desta cibdat, que acogiesen y al Prior, et que non acogiesen al Rey, salvo si tirase de la su casa et de la su merced al Conde Alvar Núñez. Et el acuerdo avido en poridad, desque el Rey fué venido a cercar la villa de Escalona, el Prior dexó de venir en servicio del Rey su señor do él estaba. et fuese para Zamora. Et desque entró dentro y, aquel Pero Rodríguez acogiólo en el Alcázar; et amos a dos fablaron [p. 261] con los de la cibdat, et posieron muy grand guarda en las puertas et en las torres de los muros de Zamora, et eso mesmo en el Alcázar. Et desque el Rey esto sopo, envióles su carta et mandadero, con quien les envió decir que quál era la razón porque facían esto. Et el Prior et los de Zamora enviáronle responder que lo facían por su servicio. Et luego los de Zamora et el Prior enviaron fablar con los de Toro, que fuesen con ellos en aquel acuerdo: et los del Concejo de Toro dixieron que era muy bien, et que lo querían facer. Et veno y el Prior et Procuradores de Zamora, et fecieron pleytos et posturas de non acoger al Rey en aquellas villas fasta que tirase de la su casa et de la su merced al Conde Alvar Núñez. Et en esta postura fué el Alcayde que tenía el Alcázar de Zamora. Et en cada una destas villas comenzaron luego a labrar et a endereszar los muros, et a facer otras labores nuevas con que se fortalescieron más de lo que estaban. Et por esto algunos caballeros et escuderos de los que andaban en la casa del Rey, porque querían mal al Conde, desque sopieron que el Prior había tomado aquella voz con los Concejos de Zamora et de Toro, enviáronle a decir por sus cartas en poridad, que feciera muy bien, et que tomara buena carrera; et que le rogaban que fuese por el pleyto adelante, et que lo non dexase: ca muchos avría en su ayuda. Et el Prior desque sopo estas nuevas, et vió las cartas, esforzóse en lo que avía comenzado.»

«Empero así como placía a algunos del mal del Conde, así placía a otros del mal del Prior, et posiéronlo luego por obra. Et por esto cuenta la estoria que todos los más de los Comendadores et Freyles de la Orden de Sanct Joan, desque sopieron lo que avía fecho el Prior D. Frey Fernán Rodríguez, viniéronse para el Rey, et él mandóles dar sus cartas para el Papa et para el Maestre mayor de Sanct Joan, en que les enviaba querellar este deservicio tan grande que le avía fecho et le facía el Prior: et que les pedía que le tirasen el Prioradgo, et que lo diesen a Alvar Núñez de Sarria, que era Freyle de la dicha Orden de Sanct Joan».

[p. 262] Capítulo LXXI:

«De cómo el Rey envió por la Infanta su hermana para enviar a Portugal, et de lo que acaesció sobre esto.

Por complir el Rey la postura que él avía puesto con los mandaderos del Rey de Portogal sobre razón del su casamiento, tovo por bien de enviar por la Infanta Doña Leonor su hermana que estaba en Valledolit, que veniese allí sobre el real de Escalona do él estaba, porque desde allí fuese la Infanta, et los perlados que avían de ir con ella, a traer la Infanta Doña María fija del Rey de Portogal, con quien el Rey avía de casar. Et porque aquel D. Juzaf de Écija, que la estoria ha contado que era Almojarife del Rey, traía gran facienda de muchos caballeros et escuderos que le aguardaban, et era hombre del Consejo del Rey, et en quien el Rey facía confianza, envióle el Rey a Valledolit para que viniese con la Infanta; et envió mandar que D. García, Obispo de Burgos, que era su Chanceller de la Infanta, que veniese con ella. Et en casa de la Infanta avía una dueña que veía facienda de la Infanta, et decíanla Doña Sancha, et fué muger de Sancho Sánchez de Velasco. Et porque este Sancho Sanchez fué muy privado del Rey D. Fernando, padre deste D. Alfonso, aquella Doña Sancha et sus fijos avían gran poder en el regno, señaladamente en Castiella vieja: et esta Doña Sancha era de tal condición, que siempre cobdiciaba bollicios et levantamientos en el regno: et en el tiempo de las tutorías fizo por ello todo su poder. Et desque fué llegado D. Juzaf a Valledolit, et ovo fablado con la Infanta de como se fuese para el Rey su hermano allí donde estaba, aquella Doña Sancha fabló con algunos de los de la villa de Valledolit en su poridad, et díxoles, que quería levar la Infanta para que casase con ella el Conde Alvar Núñez; et el casamiento hecho, que pues el Conde tenía los castiellos et los alcázares del regno, et él traía al Rey en su poder, faría de la vida del Rey lo que él quisiese, et el Conde que fincaría poderoso en el regno. Et esta fabla fizo ella con muchos de aquella villa; et algunos entendieron que non era razón esta que fuese de creer; et otros algunos creyeron que era verdad: et acordaron todos de non dexar ir la Infanta al [p. 263] Rey su hermano. Et la Infanta non sabiendo desto alguna cosa, mandó endereszar lo que avía menester como se fuese para el Rey su hermano. Et aquellos de Valledolit que eran en la fabla, movieron los labradores et la gente menuda, diciendo que levaban la Infanta a casar con el Conde. Et estando la Infanta en la mula, et saliendo por las puertas de las casas do posaba, para ir su camino, venieron aquellas gentes con grand alboroto, et quisieron matar a D. Juzaf et a los que con él estaban. Et la Infanta tornóse para su posada, et D. Juzaf con ella: et luego cercáronle las casas, et enviaron decir a la Infanta que les diese a D. Juzaf para que lo matasen. Et aquella Doña Sancha que esto avía traído et fablado, facía muestra en plaza que le pesaba mucho deste fecho, et en poridad enviaba esforzar los de la villa, et enviábales a decir que entrasen allí, et que matasen a D. Juzaf. Et por esto los dél Consejo enviaban por escaleras, et querían derribar las paredes por do entrasen a matar aquel Judío. Et la Infanta, desque lo sopo, envióles a rogar que entrasen en la casa do ella estaba quatro de los con quien ella podiese fablar algunas cosas, que eran en pro de los de la villa: et ellos feciéronlo. Et la Infanta con grand mesura rogóles mucho afincadamiente que la dexrasen ir al Alcázar viejo, que era en la villa, et aquel Judío que lo asegurasen fasta que fuese llegado con ella en el Alcázar: et que les prometía que desque ella fuese en el Alcázar, que ge lo daría en su poder. Et estos quatro omes de Consejo salieron a los otros de la villa, et dixiéronles lo que la Infanta les enviaba rogar: et todos dixieron que era bien: et fuéronse de allí la mayor parte dellos a cerrar las puertas de la villa, et a poner guarda en ellas. Et la Infanta, desque vió que eran idos, et avían fincado y muy pocos, subió en su mula, et el Judío iba de pie con ella travado a la falda de su pellote, et fuese para el Alcázar. Et en yendo algunos y ovo de los de la villa que probaron de matar al Judío. Et la Infanta, desque fué llegada al Alcázar, mandó cerrar las puertas et non les quiso entregar el Judío, et los de la villa por esto cercaron luego el Alcázar. Et entendiendo algunos dellos lo que avían fecho, dieron de entre sí algunos omes que entrasen a fablar con [p. 264] Doña Sancha, et que le dixesen lo que rescelaban por este movimiento que fecieron en querer matar aquel Judío, que era hombre del Rey et del su Consejo, et oficial de su casa, et que veniera allí por su mandado, et que les consejase que feziesen. Et ella esforzólos, et díxoles que toviesen el Alcázar cercado según que estaba; et que, pues las villas de Zamora et de Toro estaban alzadas, enviasen por el Prior et por Pero Rodríguez de Zamora et que feciesen con ellos pleyto de guardar la postura que ellos avían fecho, et que ansí fincarían en salvo desto que avían comenzado. Et los de Valledolit feciéronlo así, et enviaron por el Prior; et veno y con él Pero Rodríguez et otros de los Concejos de Zamora et de Toro, et acogieron al Prior en la villa. Et quando y llegó, el Alcázar estaba aún cercado; et salió luego Doña Sancha del Alcázar a fablar con el Prior; et llamaron a esta fabla a algunos de los de la villa de Valledolit et a los que venieron de Zamora et de Toro. Et la fabla acabada, descercaron el Alcázar, et posieron luego muy grand recabdo et grand guarda en las puertas de la villa...

El Rey estando en su real sobre la villa de Escalona, que tenía cercada, llegáronle algunos de los omes que avían ido con D. Juzaf, judío, et dixiéronle lo que avían fecho los de Valledolit, et de cómo era venido y el Prior, et todo lo al que y avía acaescido. Et el Rey, desque lo oyó, tomó ende muy grand pesar; et mandó llamar los Ricos-omes, et los Caballeros, et los ciudadanos que eran y con él, et contóles lo que avía sabido que fecieron los de Valledolit, et otrosí lo que feciera el Prior, et pidióles que le consejasen lo que faría... Et el consejo dado... el Rey acordó de dexar la cerca de Escalona, et movió dende para Valledolit. Et entretanto que él llegaba, envió mandar a los Concejos de Medina del Campo, et de Arévalo, et de Olmedo que se veniesen luego para él a Valledolit do él iba. Et desque llegó a esta villa, falló las puertas cerradas et non lo quisieron acoger en la villa; et él posó fuera en sus tiendas, et mandó facer cartas para todos los Concejos de Castiella que veniesen allí a lo servir y ayudar. Et entretanto el Conde mandaba que talasen las huertas, et que quemasen [p. 265] los panes de los de la villa que estaban en las eras. Et otrosí mandó que los combatiesen; et, así como el monesterio de las Huelgas, que fizo la Reyna, está muy cerca de la villa, la gente del Conde venía por cima del monesterio para entrar la villa; et por esto Pero Rodríguez de Zamora puso fuego al monesterio, et comenzó de arder primeramente en el palacio do la Reyna yacía enterrada. Et el Rey, desque vió aquello, mandó sacar dende el cuerpo de la Reyna, ca el fuego era atan grande que todo el monesterio quemó, sino fué tan solamiente el Cabildo et un palacio cerca dél. Et el Rey, con saña desto, mandólos combatir aquel día todo, como quier que él non oviese allí entonces tantas gentes que pudiesen combatir la villa de toda parte...»

Sobrevino la discordia entre los sitiados de Valladolid, y unos querían abrir las puertas al Rey; otros llamar a D. Juan Manuel para que casase con la Infanta y los defendiese. «Pero el Prior, desque vió el desacuerdo de los de la villa et que avía algunos que acordaban de acoger al Rey en la villa, resceló que si esto algún poco se detardase, que se non podría escusar de aver el Rey la entrada en la villa; et por esto quisiérase ir dende de noche; pero envió decir a los caballeros que estaban con el Rey, et le avían prometido ayuda, si avía en ellos algún esfuerzo para salir de aquel peligro, et sinon que se pornía en salvo lo mejor que podiese. Et ellos enviáronle decir que atendiese, et ellos fablarían con el Rey que partiese de sí al Conde Alvar Núñez, et sinón, que ellos se partirían del Rey, et que le ayudarían aquella vez. Et los que afiuzaron desto eran Juan Martínez de Leyva, et Fernán Ladrón de Rojas et sus hermanos, et Joan Vélez de Oñate, et Pero Ruiz de Villegas, et Ruy Díaz de Rojas, que decían Cencerro, et Sancho Sánchez de Rojas. Et era en estos Garcilaso, fijo de Garcilaso, que avía grand facienda de caballero, como quier que fuese mozo de pequeña edat; et otros muchos caballeros et escuderos de Castiella que eran allí entonce con el Rey. Et entonce Alvar Núñez, el Conde, entendió algo desta fabla, et aun fué apercebido dello, et quisiera esa noche matar a Joan Martínez de Leyva; et sopo Joan Martínez cómo lo quería matar et non lo esperó en la tienda. Et el [p. 266] Conde fuélo buscar aquella noche dos veces et non lo falló. Et otro día en la mañana, Joan Martínez de Leyva, que avía escapado aquella noche de la muerte, ayuntó todos los caballeros et escuderos castellanos que eran allí con el Rey, et enviaron decir al Prior et a los de Valledolit que estoviesen apercebidos para los ayudar, si el Conde quisiese pelear con ellos; ca decir querían al Rey que enviase al Conde de su casa, sinon que ellos non fincarían con él. Et estos caballeros fueron al Rey todos ajuntados, et falláronlo fuera de la tienda; et pediéronle merced que quisiese que fablasen con él sin el Conde, et que le dirían cosas que eran grand su servicio... El el Conde dixo que non fablarían con el Rey sin él. Et entonce los caballeros tomaron el pendón del Rey, que estaba cerca de la su tienda, et apartáronse a un campo con el pendón...»

Consiguen, por fin, que el Rey les oiga. «Et el Conde fincó con grand pesar, por quanto el Rey fué a la fabla sin él. Et el Rey, desque llegó a los caballeros et oyó lo que le dixieron, fué en muy grand dubda; ca si él enviase de su casa al Conde, que tenía dél todos los castiellos del regno et grand poder en la tierra..., le podría ende venir dél muy grand deservicio; et si lo non feciese, vió que estaba en punto de perder aquellos caballeros; et decíanle que otras villas del regno querían facer lo que avían fecho los de Zamora et de Toro et de Valledolit. Et entendiendo que le complía partir de sí al Conde, envióle decir desde allí que se fuese de su casa. Et el Conde, si tenía ante grand pesar, óvolo después mucho mayor; et mandó a los suyos armar, et su pendón tendido fuese dende. Et el Prior et los de Valledolit, desque lo vieron ir, abrieron las puertas de la villa et salieron todos al Rey a rescebirle con grand alegría. Et el Prior et los caballeros de Castiella quisieran ir empós el Conde a lo matar o a lo prender, mas el Rey non quiso...»

En aquel día comenzó la ruina de Alvar Núnez, y poco tardó en consumarse (cap. LXXIII): «Et el Prior et Joan Martínez fablaron con el Rey, et dixiéronle cómo el Conde Alvar Núñez avía fecho mucho mal et mucho astragamiento en la tierra, de [p. 267] que estaban muy quexadas todas las cibdades et villas del su regno. Et otrosí que parase mientes de cómo avía tirado a todos los caballeros et ricos-omes de la su mesnada toda la mayor parte de los dineros que solían tener del Rey en tierra, et que lo tomara para sí et para sus vasallos; et por esto que estaban todos muy quexados dél. Et estas cosas et otras muchas dixeron al Rey, et aquellas con que entendieron que más podían empecer al Conde Alvar Núñez... Et conseiáronle que le enviase demandar los castiellos et alcázares que tenía dél; et otrosí que mandase prender los sus criados, que avían cogido grandes quantías de dineros en el regno que non avían pagado; et que si el Conde le entregase sus castiellos et sus alcázares; et otrosí le mandase dar cuenta de lo que los sus omes avían cogido et recabdado del regno, que toviese que era buen servidor; et si non, que entendiese que el apoderamiento que él tomaba era por mal et por daño del Rey. Et el Rey, teniendo que le decían aquello en su servicio, mandó dar las cartas para el Conde, en que le envió mandar que entregase, o le enviase entregar los castiellos et alcázares que dél tenía por omenage; et otrosí mandó prender los omes del Conde que avían cogido las rentas del regno, porque le diesen cuenta.»

En vano Alvar Núñez, que se había retraído en su castillo de Belver, quiso conjurar la inminente catástrofe, entrando en confederación con su antiguo enemigo Don Juan Manuel. Estos mismos tratos y conjuras no sirvieron más que para acelerar su pérdida (cap. LXXVII): «Et el Prior, et el Almirante, et Juan Martínez de Leyva, que tenían en poder el Consejo et la casa del Rey, veyendo en cómo el Conde Alvar Núñez estaba apoderado en el regno, et que si el Rey quisiese levar del Conde los castiellos por conquista, que sería muy grave de facer; et demás, que decían que ayuntaban amistad de consuno D. Joan, fijo del Infante, D. Manuel et el Conde; et sobre todo esto rescelaban quel Rey por cobrar los castiellos le tornaría a la su casa et a la su merced; et si él y viniese que sería por su daño dellos; estos tres caballeros que la estoria ha contado, por desviar el deservicio del Rey, et otrosí por perder ellos rescelo del daño que ende esperaban, consejaron [p. 268] al Rey que mandase a Ramir Flores (fijo de Joan Ramírez de Guzmán) que matase al Conde Alvar Núñez, et por esto que le feciese el Rey mucha merced et muy granadamiente; et el Rey mandógelo. Et Ramir Flores, con cobdicia del grand prometimiento que le fecieron, otorgó que mataría al Conde et que él cataría manera cómo lo feciese. Et Ramir Flores partióse del Rey en Ciudat-Rodrigo como desavenido de la su merced, et fuese para el Conde Alvar Núñez; et díxole que porque non fallaba bien fecho en el Rey que se partiera dél, et que iba al Conde servirle et ayudarle; et el Conde mostró que le placía con su venida, et dióle que toviese por él con omenage la villa et castiello de Belver...»

Las circunstancias del asesinato de Alvar Núñez no constan, porque la Crónica, que pasa sobre esto como sobre ascuas, únicamente dice en el capítulo siguiente: «Et Ramir Flores de Guzmán, por mandado del Rey, cató manera como feciese matar aquel Conde Alvar Núñez; et envió luego sus cartas al Rey, que era en Valledolit, en que le envió decir de como era muerto. Et luego que el Rey lo sopo en Valledolit, dexó y la Infanta, su hermana, et fué a tomar los castiellos que aquel Conde tenía del Rey por omenage; et en muy pocos días entregárongelos todos. Et porque este Conde Alvar Núñez avía alcanzado muy grand tesoro de los tiempos que ovo de ver la facienda del Rey, et lo tenía todo ayuntado en el castiello de Oterdefumos, et en el logar de Sanct Román, que era suyo del Conde; el Rey fué a Oterdefumos, et envió a Sanct Román, et fallaron que tenía grandes quantías de oro et de plata et de dineros, et traxiéronlo todo al Rey. Et en quanto el Rey estaba en Oterdefumos mandóle que le traxiesen y al Conde Alvar Núñez que era muerto. Et traxiéronlo y, et el Rey asentóse en su estrado et contó de cómo feciera grand fianza en aquel Conde Alvar Núñez, et que le diera grande estado, et grand poder en el su regno, et que fiara dél toda su facienda, et los más de los castiellos del su regno; et que él le feciera muchos desconoscimientos, et grand maldad, señaladamente que le enviara pedir sus castiellos, que tenía del grand omenage, et que ge los non [p. 269] quisiera dar nin enviar quien ge los entregase; et por esto que cayera en caso de trayción et que lo juzgaba por traydor. Et mandólo quemar et que todos los sus bienes fuesen del su realengo, según que es ordenado por los derechos. Et el juicio dado, partió el Rey de Oterdefumos et veno a Valledolit; et mandó traer todo el tesoro que tenía el Conde Alvar Núñez, et cobró todos los logares que eran de aquel Conde Alvar Nuñez; et dió a Ramir Flores la villa et el castillo de Belver et el lugar de Cabreros por juro de heredad.»

Tres años antes había pronunciado Alfonso XI análoga sentencia en Toro sobre el cadáver de Don Juan el Tuerto. Así, de un crimen nacía otro y la sangre llamaba la sangre. Providencial pareció a todos la justicia del tremendo Monarca y el castigo del insolente favorito, víctima del mismo hierro alevoso con que había inmolado al Infante. [1] Pero esta negra historia, aunque muy conforme a la moralidad política del siglo XIV, no a todos podía satisfacer en el siglo XVII, y menos a las poderosas familias de Lemos y de Astorga, que contaban entre sus ascendientes a Alvar Núñez. A esta corriente de rehabilitación genealógica pertenece [p. 270] la ingeniosa comedia de Lope, dócil siempre a tal género de impulsos. No es posible perdonarle los desafueros que esta vez cometió contra la historia (tan respetada por él en otras ocasiones), ni menos las inútiles calumnias que levantó a D. Juan Manuel, político egoísta, hábil y tortuoso, pero incapaz de los [p. 271] vulgares crímenes de que le supone fautor en esta pieza; y de todos modos, personaje de tal altura por su gloria literaria y sus condiciones de carácter, que se levanta cien codos sobre Alvar Núñez y toda su parentela presente y futura. Pero salvo este, que para nosotros es muy grave pecado, Lope, que tenía mucho talento, acertó a componer una pieza, no sólo entretenida y amena, sino en el fondo muy democrática. Para nada se toma el trabajo de ocultar el origen oscuro de Alvar Núñez; más bien puede decirse que le exagera. En la historia, su fortuna no se improvisa: antes de ser mayordomo de Alfonso XI había sido uno de los principales caballeros del séquito del Infante Don Felipe. En la comedia de Lope es un aventurero salido de la nada para labrarse el edificio de su propia y merecida fortuna: un hidalguillo gallego muy despierto y muy aprovechado, que viene a Valladolid a servir de gentilhombre a su pariente el conde de Lemos, de quien antes había sido paje. No es preciso advertir el horrible y voluntario anacronismo que aquí comete un poeta tan versado en la lección de nuestras Crónicas. Ni existía entonces tal condado, ni siquiera había a la sazón condes en Castilla, según expresamente dice el historiador de Alfonso XI.

Lanzado ya Alvar Núñez en el laberinto de la corte, tiene la suerte de salvar la vida del Rey, sin conocerle, lidiando por él a estocadas contra D. Juan Manuel y D. Nuño de Lara, que le acometen de noche cuando salía de casa de doña Leonor de Guzmán (otro anacronismo igual o mayor que el pasado: Alfonso XI tenía a la sazón catorce años y no podía pensar en semejantes devaneos, a pesar de lo mucho que la malicia madrugaba entonces). Esta nocturna defensa es el cimiento de la fortuna de Alvar Núñez, en quien Lope quiere presentar el ideal del perfecto privado. Hay aquí extrañas transmutaciones de la historia. El prior de San Juan, que en la Crónica aparece como capital enemigo de Alvar Núñez, está conversando aquí con don Tello, que pretende con malas artes dicho Priorazgo, y tropezando en la justificación de Alvar Núñez, y luego en la fuerza de su brazo, que le desarma en desafío, y finalmente, en su cortesía, todavía mayor [p. 272] que su denuedo, la cual llega hasta el extremo de contar el lance al Rey como si él hubiera sido el vencido, se venga de él infamándole con mil calumnias. Alvar Nuñez, en vez de retener los castillos y fortalezas que había recibido del Monarca, se empeña en entregarle las llaves, y el Rey, en galardón, le hace maestre de Santiago, aunque no lo fué jamás. Apenas tiene un movimiento de soberbia; más bien hace alarde de una excesiva humildad y de un servilismo palaciego impropios de un magnate de su tiempo, y tan poderoso como él llegó a ser:


          Con tanta humildad procedo,
       Procurando a todos bien,
       Que estoy seguro del miedo
       En que los grandes se ven,
       Pues de lo que soy no excedo...
           ¿Cómo, señor, no me habláis?
       ¿Cómo el rostro me escondéis?
       ¿Cómo sin luz me dejáis?
       Mas no es mucho, si me hacéis,
       Que también me deshagáis.
           ¿Cómo me tratáis así,
       Estando sólos los dos?
       ¿Qué os habrán dicho de mí
       A los que pesa que vos
       Hagáis edificio en mí?
           Pues no, señor soberano,
       No pase así, ni Dios quiera
       Que os cause enojo un villano
       Que está en vos como la cera
       Del artífice en la mano...

Si este Alvar Núñez, tan comedido, puntual, sumiso y respetuoso, poco tiene que ver con el Alvar Núñez de la Crónica, menos histórico es todavía el Rey, que nada conserva de la fiereza, ni de la astucia cautelosa y sin escrúpulos, ni del admirable talento político que desde su primera mocedad manifestó el grande y terrible Alfonso XI, que al salir del dominio de sus tutores apareció en Castilla como una encarnación del espíritu de la venganza, antes [p. 273] de lanzar el rayo de la guerra contra Granada y Marruecos y salvar por tercera vez la Península de la oleada africana. El Alfonso XI de la comedia de Lope es un cuitado, indigno del alto nombre que lleva; todo el mundo le engaña con las más burdas invenciones, y su pusilanimidad contrasta con la ficticia grandeza de alma que se atribuye a Alvar Núñez. A pesar de este sistemático alejamiento de la Crónica, se ve que Lope de Vega la tenía muy leída, puesto que aprovecha (con ser tan incidental) la especie del casamiento con la Infanta como uno de los rumores esparcidos por los émulos de Alvar Núñez para malquistarle con el Rey y derrocarle de la privanza.

Prescindiendo del falso color histórico que toda la comedia tiene y del desorden novelesco de la acción, inherente a todas las de su género, hay mucho que aplaudir en ella si se atiende sólo al interés que despierta la súbita elevación de Alvar Núñez y la desesperada lucha que tiene que sostener contra sus enemigos, todo lo cual da lugar a ingeniosas y enmarañadas peripecias, muy propias de la comedia de intriga. El acto primero puede graduarse de exposición excelente, hecha en acción y no en narración, según el buen sistema de Lope. La versificación y el estilo no desdicen, a veces, de aquellas excelentes comedias políticas y caballerescas de D. Juan Ruiz de Alarcón, que llevan los títulos de Los favores del mundo y Ganar amigos.

Notas

[p. 255]. [1] . Crónica de D. Alfonso el Onceno de este nombre, de los reyes que reynaron en Castilla y en León. Segunda edición, conforme a un antiguo Ms. de la Real Biblioteca del Escorial y otro de la Mayansiana, e ilustrada con apéndices y varios documentos, por D. Francisco Cerdá y Rico... Parte 1.ª En Madrid: En la imprenta de D. Antonio Sancha. Año de 1787.

[p. 256]. [1] . Un judío de Écija que era almojarife del Rey Don Alfonso y tuvo gran valimiento con él.

[p. 256]. [2] . Los otros eran el abad de Santander, D. Nuño Pérez de Monroy, canciller y consejero de Doña María de Molina; maestre Pero Gómez Barroso, que después fué cardenal, etc.

[p. 259]. [1] . Es decir, los acataban o reverenciaban.

[p. 269]. [1] . Notó esta misteriosa coincidencia el autor coetáneo del Poema de Alfonso XI (coplas 320-322).


          Todo el mundo fablará
       De commo lo Dios conplió;
       Donde tiró a don Joan
       Este conde, ally morió.
           En Belver, castillo fuerte,
       Y lo mataron syn falla,
       En commo fué la su muerte,
       La estoria se lo calla.
           Matáronlo sin guerra
       E syn cauallería,
       El rey cobró su tierra
       Que le forzada tenía.

En el autor de este poema, que probablemente era gallego (fuese Ruy Yáñez o cualquier otro), se nota cierta inclinación favorable a Alvar Núñez, a quien procura presentar como buen consejero del Rey, que le denuncia las tramas de los Infantes y le sugiere medios para desbaratarlas (copla 168 y siguientes).


          Al buen rey está fablando:
       «Buen sennor, he grand mansiella,
       Contra vos tomaron bando
       Los mejores de Castiella.
           Ricos omnes son onrrados,
       Altos de generación,
       E están muy apoderados
       En Castilla e en León.
           Si se quisieren alzar
       Faser vos han crua guerra,
       Non vos dexarán rregnar,
       Nin aver palmo de tierra
           Sennor, esto comedid,
       E faredes gran noblesa,
       Aquestos bandos partid
       Por arte de sotilesa.
           Por don Juan (Manuel) enbiat
       Luego ayna syn dudanza,
       E con su fija casad
       Que laman donna Constanza...
           E los bandos partirédes,
       Rey sennor, por este fecho,
       E de Castilla seredes
       Rey e sennor con derecho...»

Aun la traición de Toro está disimulada en todo lo posible, y el consejo de la muerte se pone vagamente en boca de un privado, si bien más adelante el poeta viene a confesar implícitamente la verdad, como hemos visto.

Vid. Poema de Alfonso Onceno...Manuscrito del siglo XIV, publicado por vez primera de orden de Su Majestad la Reina, con noticias y observaciones de Florencio Janer. Madrid, Rivadeneyra, 1863.