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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS SOBRE EL TEATRO DE... > IV : IX. CRÓNICAS Y... > XXXVII.—EL GUANTE DE DOÑA BLANCA

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Texto

Esta deliciosa comedia debió de ser una de las postreras de Lope; pertenece, por lo menos, a su última y más perfecta manera. Fué impresa póstuma en el tomo que coleccionó su yerno Luis de Usátegui con el título de La Vega del Parnaso (1637) . Ya antes había sido publicada, aunque con menos corrección, en la Parte veinte y nueve de comedias de diferentes autores, y en la Parte treinta de comedias famosas de varios autores, impresas, la una en Valencia y la otra en Zaragoza, en 1636 . A estas ediciones antiguas todavía hay que añadir la de Zaragoza (1652) , en la Parte cuarenta y cuatro de diferentes autores. Como La Vega del Parnaso fué totalmente reimpresa en la colección de las Obras sueltas de Lope, que dió a luz D. Antonio de Sancha a fines del siglo pasado, allí entró también El guante de doña Blanca (tomo IX), y modernamente figura en el tomo III de la colección selecta de comedias de Lope que formó D. Juan Eugenio Hartzenbusch para la Biblioteca de Rivadeneyra. Tantas ediciones manifiestan el aprecio que siempre se ha hecho de esta obra de Lope, [1] que es, sin duda, de las mejor escritas, aunque no ostente las cualidades de orden superior que realzan otros muchos dramas suyos.

Quizá hayamos procedido con alguna laxitud calificando de histórica ésta, que en rigor es una comedia palaciana, de amor y celos, semejante a muchas otras de pura invención. Pero nos ha movido a ello, primero, el localizarse la acción en la corte del Rey Don Dionís de Portugal: presentada ciertamente de un modo convencional, en que se ve a las claras que el autor tenía presente, no la humilde monarquía portuguesa de fines del siglo XIII, sino [p. 246] el poderoso imperio colonial de los primeros años del XVI; así vemos que se atribuyen a Don Dionís fabulosas victorias en África, y hasta se le hace la siguiente profecía, que ha de entenderse de sus sucesores:


       El cielo señor te haga
       Del imperio del Oriente,
       Y en el mar de Trapobana
       Carguen tus naves tributos,
       Conducidos a sus playas,
       De elefantes de Etiopía,
       A donde lleguen tus armas.

Pero algunos rasgos del carácter del Rey son históricos, tales como su versátil y licenciosa galantería y su talento poético. Lope de Vega no ignoraba que Don Dionís había sido uno de los más excelentes trovadores de la escuela galaico-portuguesa, aunque erraba en tenerle por el más antiguo:


       Que es, Blanca, si no lo sabes,
        El rey Dionís el primero
        Que en España en lengua propia
        Hizo versos, cuya copia
       Mostrarte esta noche quiero.

Incluye además en esta comedia (y de él toma nombre) un tema o motivo tradicional: la leyenda del guante de la dama arrojado entre dos leones. Pertenece esta anécdota caballeresca al folk-lore universal, [1] y no al particular de España; pero entre nosotros tomó carta de naturaleza desde antiguo, suponiéndose héroe de ella a un personaje del tiempo de los Reyes Católicos, realmente histórico, si bien deba su principal celebridad a los romances fronterizos y a las Guerras de Granada, de Ginés Pérez de Hita, donde se relatan sus inauditas proezas.

[p. 247] Ya en unos versos de un contemporáneo suyo (Garci Sánchez de Badajoz, en su Infierno de amor, poema inserto en el Cancionero general de 1511) parece que se alude a la hazaña de los leones, aunque sin mencionar el guante:


       Y vi más: a don Manuel
        de León, armado en blanco,
       Y el Amor la historia dél,
       De muy esforzado, franco,
       Pintado con un pincel.
       Entre las cuales pinturas
       Vide las siete figuras
       De los moros que mató,
        Los leones que domó,
       Y otras dos mil aventuras
       Que de vencido venció.

Recuérdese que Cervantes, en la aventura del carro de los leones, llama a Don Quijote «segundo y nuevo D. Manuel de León, que fué gloria y honra de los españoles caballeros». Más explícitas son las menciones del capitán Jerómmo de Urrea en una de las octavas que interpoló en su traducción del Orlando Furioso (canto XXXIV):


       Mira aquel obediente enamorado
        Don Manuel de León, tan escogido,
       Qu 'entre leones fieros rodeado,
       Cobra un guante a su dama allí caído...

Y de Ginés Pérez de Hita en sus Guerras civiles de Granada, parte primera, capítulo XVII:


       O el bravo don Manüel
       Ponce de León llamado,
       Aquel que sacara el guante,
       Que por industria fué echado
       Donde estaban los leones,
       Y él lo sacó muy osado.

Claro está que los genealogistas no pusieron reparo alguno en tan estupenda proeza, sino que la admitieron en sus nobiliarios [p. 248] como cosa corriente. Véase cómo la cuenta Alonso López de Haro:

«Entre los caballeros de grande ánimo y valor y extremada valentía, que hallo en tiempo de Don Fernando Quinto y Doña Isabel, fué uno dellos D. Manuel de León: el cual escriben que estando en la corte deste Católico Príncipe, habiendo llegado de África un presente de leones muy bravos, con quien las Damas de la Reina se entretenían, mirando de un corredor que salía a la parte donde estaban los leones, en cuyo sitio se hallaba D. Manuel, a este tiempo sucedió que la dama a quien servia dexó caer un guante en la leonera, dando muestras de quexa de habérsele caydo, y como D. Manuel lo oyesse, abrió la puerta de la leonera, y entró dentro con grande ánimo y valor, donde los leones estaban, sacando el guante, y llevándole a la dama.» [1]

Pero no acaba aquí la historia del guante. En un romance no muy popular, pero sí bastante viejo, que Timoneda trae en su Rosa gentil (1573), y que Durán encontró además en un códice del siglo XVI, se completa esta leyenda con otro lance que pasa por histórico, el del bofetón dado por D. Alonso Enríquez a su esquiva dama doña Juana de Mendoza, para triunfar de su altivez y reducirla al casamiento (asunto del hermoso drama de Tamayo y Fernández-Guerra, La ricahembra).

Dice así este romance (núm. 134 de la  primavera, de Wolf).


       Ese conde don Manuel,—que de León es nombrado,
       Hizo un hecho en la corte,—que jamás será olvidado,
       Con doña Ana de Mendoza,—dama de valor y estado:
       Y es que, después de comer,—andándose paseando
       Por el palacio del Rey,—y otras damas a su lado,
       Y caballeros con ellas,—que las iban requebrando,
       A unos altos miradores,—por descanso se han parado,
       Y encima la leonera,—la doña Ana ha asomado,
       Y con ella casi todos,—cuatro leones mirando,
        [p. 249] Cuyos rostros y figuras—ponían temor y espanto.
       Y la dama, por probar—cuál era más esforzado,
       Dejóse caer el guante,—al parecer, descuidado:
       Dice que se le ha caído—muy a pesar de su grado.
       Con una voz melindrosa,—de esta suerte ha proposado:
        ¿Cuál será aquel caballero—de esfuerzo tan señalado,
       Que saque de entre leones—el mi guante tan preciado?
       Que yo le doy mi palabra—que será mi requebrado;
       Será entre todos querido,—entre todos más amado.—
       Oído lo ha don Manuel,—caballero muy honrado,
       Que de la afrenta de todos—también su parte ha alcanzado.
       Sacó la espada de cinta,—revolvió su manto al brazo,
       Entró dentro la leonera,—al parecer, demudado.
       Los leones se lo miran,—ninguno se ha meneado:
       Salióse libre y exento—por la puerta do había entrado.
       Volvió la escalera arriba,—el guante en la izquierda mano,
       Y antes que el guante a la dama,—un bofetón le hubo dado,
       Diciendo y mostrando bien—su esfuerzo y valor sobrado:
       —Tomad, tomad, y otro día,—por un guante desastrado
       No pornéis en riesgo de honra—a tanto buen fijo-dalgo;
       Y a quien no le pareciere—bien hecho lo ejecutado,
       A ley de buen caballero,—salga en campo a demandallo.—
       La dama le respondiera—sin mostrar rostro turbado:
       —No quiero que nadie salga,—basta que tengo probado
       Que sedes vos, don Manuel,—entre todos más osado;
       Y si de ello sois servido,—a vos quiero por velado:
        Marido quiero valiente,—que ose castigar lo malo...

A esta misma versión de la leyenda alude incidentalmente el doctor Mira de Amescua en estos versos de su linda comedia Galán valiente y discreto


       En Castilla sucedió
       Que una dama arrojó un guante,
       En presencia de su amante,
       A unos leones. Entró
       El galán y lo sacó,
       Y luego a su dama infiel
       Le dió en el rostro con él...

Y es también (salvo el desenlace) la que autorizó Schiller en su célebre balada Der Handschuh (El Guante), compuesta en 1797. [p. 250] Para los pocos que no la conozcan, va aquí elegantemente traducida en versos castellanos por D. Teodoro Llorente:


          En los estrados del circo,
       Do luchan monstruos deformes,
       Sentado el Monarca augusto
       Está con toda su corte.
       Los magnates le rodean,
       Y en los más altos balcones
       Forman doncellas y damas
       Fresca guirnalda de flores.
           La diestra extiende el Monarca:
       Ábrese puerta de bronce,
       Y rojo león avanza
       Con paso tranquilo y noble.
       En los henchidos estrados
       Clava los ojos feroces,
       Abre las sangrientas fauces,
       Sacude la crin indócil,
       Y en la polvorosa arena
       Tiende su pesada mole.
           La diestra extiende el Monarca;
       Rechinan los férreos goznes
       De otra puerta: y ágil tigre
       Salta al palenque veloce.
       Ruge al ver la noble fiera
       Que en el circo precedióle,
       Muestra la roja garganta,
       Agita la cola móvil,
       Gira del rival en torno,
       Todo el redondel recorre,
       Y aproximándose lento,
       Con rugido desacorde,
       Hace lecho de la arena
       Do yace el rey de los bosques.
          La diestra extiende el Monarca:
        Se abre al paso puerta doble,
       Y aparecen dos panteras
       Tintas en rubios colores.
       Ven tendido al regio tigre,
       Y en su contra raudas corren;
        [p. 251] Mas el león da un rugido,
       
Y, medrosos o traidores,
       Los pintados brutos páranse
       Y a sus pies tiéndense inmóviles.
          Desde el alta galería,
       Blanco guante al sitio donde
       Las terribles fieras yacen,
       Revolando cayó entonces;
       Y la bella Cunigunda,
       La más bella de la corte,
       A un gallardo caballero
       Le decía estas razones:
       «Si vuestro amor es tan grande
       Cual me juráis día y noche,
       Recoged el blanco guante
       Como a un galán corresponde».
          Silencioso el caballero,
       Con altivo y audaz porte,
       Desciende a la ardiente arena,
       Teatro de mil horrores;
       Avanza con firme paso
       Hacia los monstruos feroces,
       Y con temeraria mano
       El blanco guante recoge.
          Voz de júbilo y asombro
       Los callados aires rompe,
       Y damas y caballeros
       Aplanden al audaz joven.
       Ya sube al lucido estrado.
        Ya está en los altos balcones,
       Ya se dirige a la bella,
       Ya con ojos seductores
       Cunigunda le promete
       De amor los supremos goces;
       Mas el altivo mancebo
       Grita: «Guarda tus favores».
       El guante al rostro le arroja,
       Y huye de ella y de la corte. [1]

[p. 252] Lope comprendió, con su inmenso talento dramático (el cual en las obras de su vejez aparece ya disciplinado por muy cuerda y madura reflexión), que la aventura de los leones no era teatral, y que podía producir hasta un efecto ridículo. La dama deja caer, aunque no de propósito, su guante en la jaula, y por rescatarle compiten y llegan a sacar las espadas, amenazándose de muerte, los dos caballeros que son rivales en su amor; pero ni los leones aparecen en escena, ni el temerario lance llega a consumarse, porque el Rey se interpone, reduciéndose todo a un recuerdo de la sabida anécdota que anacrónicamente se supone anterior a D. Dionis:


              REY
       Sacar quisiera este guante
       Para que de mi dijesen
       Las historias esta hazana,
       Que los castellanos suelen
       Alabar de un caballero
       Que, como aquí nos sucede,
       Sacó un guante que su dama
       Dejó cautelosamente
       Caer entre dos leones
       Por probarle

              DON PEDRO
                 No conviene,
       Señor, imitar su hazaña;
       Que ese fidalgo valiente
       Le dió un bofetón después,
        [p. 253] Y mi hija no merece
       
Que alguna mano en el mundo
       Mi honor y su rostro afrente;
       Porque de su honestidad
       Ninguno presumir puede
       Que con cautela dejase
       Caer el guante; y si quiere,
       Invictísimo señor,
       Vuestra Alteza que yo entre,
       No me estorbarán las canas
       Que los filos ensangriente
       En las africanas fieras...

El guante es rescatado, por fin, aunque no se dice por quién, y como llevaba dentro un papel de amores, continúa sirviendo de máquina.

Hay en esta comedia caracteres y situaciones ya empleados por Lope en otras obras. Así, D. Juan de Mendoza es un nuevo ejemplar del protagonista de Servir con mala estrella:


          Sólo digo que me agravio
       De que el Rey, prudente y sabio,
       Tanto se pueda ofender
       De mi fortuna o de mí,
       Que con servirle del modo
       Que veis, se canse de todo
       Y todo lo pague así...
           ¿Cuándo de cosa que hiciese
       Su Alteza gusto mostró?
       ¿Cuándo mi amor le sirvió
       Que premio alguno tuviese?...
          ¿Cuándo merecí tener,
       Como otros tienen, lugar
       Cuando se humana a tratar
       Cosas de gusto y placer?
          ¿Cuándo en guerra o paz mi voto
       Fué importante ni discreto?
       ¿Cuándo de ningún secreto
       Fué conmigo manirroto?
          Pero si disculpa alguna
       Puede mi agravio tener,
       Su virtud no puede ser,
       Sino mi adversa fortuna.

[p. 254] La rivalidad amorosa de las dos damas es también recurso muy común en las comedias palaciegas de Lope y de Tirso, y no lo es menos el hacer el Rey confidente de su pasión al propio amante de la dama a quien sirve. En suma, los incidenses de esta pieza no salen de lo que es vulgar en las de amor y celos, sin que falten las obligadas escenas producidas por la confusión de una cita nocturna en el jardín; pero la locución es tan pura y tersa, el diálogo tan rico de bizarrías y discreciones, los versos tienen tan argentino son y tan suave cadencia, los efectos se expresan con tan pulido decoro, y hay tan delicados matices en el carácter dulce y apasionado, de la heroína, trazado por Lope con el acariciador pincel que solía emplear en sus retratos de mujeres, que muy pocas son las obras de su género a las cuales daríamos preferencia, puestas en cotejo con ésta, a lo menos por lo agradable de la impresión general.

Notas

[p. 245]. [1] . Todavía se representaba en 1757, puesto que de esa fecha hay un manuscrito con la censura para el teatro en el Archivo municipal de Madrid.

[p. 246]. [1] . Como fuentes para el estudio de esta leyenda, cita Fernando Wolf el Taschenbuch deustcher Romanzen, de Fr. G. V. Schmidt (Berlín, 1827, páginas 376-382), y un artículo de F. B. Mikoweck en el núm. 39 de los Blätter für Lit. und Kunst. Beilage zur Wienerzeitung (págs. 225 y 226.)

[p. 248]. [1] . Nobiliario genealógico de los Reyes y títulos de España. Compuesto por Alonso López de Haro. Madrid, Luis Sánchez, 1622 Tomo II, página 118.

[p. 251]. [1] . Según leo en un estudio, todavía inédito, sobre traductores castellanos de Schiller, por D. Juan Luis Estelrich, han sido intérpretes de El Guante, además de Llorente, D. José Almirante, en la Revista Literaria del Español; el P. Ramón García en La Ilustración Católica, y D. Ángel Lasso de la Vega y Argüelles.

El preclaro autor montañés D. Amós de Escalante, que con el seudónimo de Juan García ha escrito páginas dignas del siglo de oro de nuestras letras, introduce la leyenda del guante, contada como él sabe hacerlo, en la más culminante y dramática situación de Un cuento viejo (cuento, en gran parte, histórico y que muchos recuerdan en Santander). Vid. En la playa (Acuarelas), por Juan García . Madrid, 1873. Páginas 101-104.