El original autógrafo de esta comedia, fechado por Lope en 20 de abril de 1615 y acompañado de la aprobación de Tomás Gracián Dantisco, dada en 18 de mayo del mismo año, existe en el Museo Británico de Londres, y de él procede la fidelísima copia que ha servido para nuestra edición. Lope de Vega publicó esta comedia en la Décima parte de las suyas, de que hay, por lo menos, cuatro ediciones: Madrid, 1618, 1620, 1621; Barcelona, 1618. Modernamente, varios aficionados de los pueblos de Manzanares y la Membrilla, deseosos de perpetuar el recuerdo de esta obra, que, además de su intrínseca belleza, tiene para ellos notable interés local, la han impreso de nuevo, pero con el mal acuerdo de no respetar el texto original, so pretexto de querer adaptarla a la escena moderna. [1]
[p. 166] Esta preciosa comedia no puede calificarse de histórica más que por la intervención del Rey San Fernando y del Príncipe Don Alfonso, a quienes anacrónicamente acompaña el marqués de Cádiz, título que no existía aún. Pero el argumento tiene, sin duda, un fondo tradicional, aunque no hayamos podido encontrar rastro de él en parte alguna, ni siquiera en las Relaciones topográficas del tiempo de Felipe II, que son una mina inagotable de noticias sobre los pueblos de la Mancha y de la Alcarria. Lope indica esta derivación popular por medio de un cantarcillo, que seguramente habría oído en Manzanares cuando en su juventud le llevaron por aquella tierra los amores de su hermosa Lucinda:
Que de Manzanaxes
era la niña,
Y el galán que la
lleva, de la Membrilla...
De esta copla ha salido toda la comedia, que es de las buenas de su autor en el género realista. Acción interesante y sencilla, sin recursos novelescos ni melodramáticos; personajes de mediana condición, más próximos a lo vulgar que a lo heroico; afectos muy humanos, sin mezcla de sutilezas caballerescas ni quintas esencias de honor; un poderoso sentido común moviéndose en una atmósfera que no por ser familiar deja de ser constantemente poética; tal es este drama doméstico entre hidalguillos y labradores, muy nutrido de la savia del terruño; ardiente y espeso como el mosto de los lagares manchegos.
El color local está aplicado con tanto arte, que nadie confundirá este cuadro, que rebosa un bienestar algo epicúreo, una holgada y poco romántica abundancia, con aquellos otros imponentes dramas de Lope que, como Los Tellos de Meneses o El mejor alcalde el Rey, tienen por escenario las montañas de León y los valles de Galicia, o con aquellas otras deliciosas fantasías que, como La niña de plata y Lo cierto por lo dudoso, se desenvuelven bajo el cielo encantado de Sevilla. Lope de Vega, que tenía profundo [p. 167] sentido de la geografía de España, suele acomodar diestramente la de sus dramas al género de pasiones que en ellos juegan, y en esto, como en tantas otras cosas, es gran maestro, no sólo de la comedia nacional, sino de la comedia regional. En El galán de la Membrilla todo es manchego; la tierra, seca e inamena, pero de pingüe esquilmo; los hombres, recios, avalentonados, algo sentenciosos, positivos y nada soñadores. De las bodegas, principal riqueza del país, se trata a cada momento, y aun puede decirse que figuran como máquina en más de una escena. Los principales tipos del lugar se reducen a tres, admirablemente dibujados. Tello es la personificación del labrador viejo y prudente, sin pensamientos superiores a su condición, pero con el legítimo orgullo de su honradez y de su fortuna; don Félix de Trillo, el soldado galán, el hidalgo arruinado, pero de nobles pensamientos, heroico aventurero y fino enamorado; Ramiro, personaje equívoco y de índole aviesa, ricachón necio, grosero y vicioso, con tacha de linaje judaico y palabras y actos de mal caballero. La llaneza habitual de la expresión, exigida por el arte naturalista, no excluye, a veces, elegantes descripciones y rasgos líricos de mucho precio. Pueden servir de muestra los tercetos en que Tello convida a su hija a la recreación de las huertas:
En
verdes campos, espesuras grandes
Te convidan con
sitios que parecen
Pintados lienzos
del ameno Flandes.
La
variedad de flores que te ofrecen,
Nacieron en tu
nombre, porque es mía
La tierra en que
sus árboles florecen.
Baja
entre peñas una fuente fría,
A nuestra verde
huerta, por canales
De corcho, en que
suspende su armonía;
Mas
diremos que baja entre corales
Si a su blando
cristal llegas la boca,
Y con claveles
pagarás cristales.
.............................................................
Coge
el membrillo pálido, y bañado
En sangre el fruto
del moral discreto,
Pues que se burla
del almendro helado;
[p. 168] Coge el melocotón, pues ya el perfeto
Color le adorna,
que al vencer la calma
Del tiempo el aire
manso e inquïeto,
Más
gusto te dará quitarle el alma,
Que al dulce dátil,
de temor del moro
Subido en el
alcázar de la palma;
La
manzana, que ya púrpura y oro
Baña también; y a
tu placer sentada
Junto a un arroyo
en murmurar sonoro,
Divide
en cuatro partes la granada,
Porque puedas en él
lavar las manos
Si de sus granos el
licor te enfada...
La misma gala y suavidad de dicción, pero con un fondo de penetrante melancolía, realza el bello monólogo de la segunda jornada, en que Tello, honrado en su casa con la visita del Rey, del Príncipe y del maestre de Santiago, recuerda en amargo contraste el abandono y soledad en que le ha dejado su hija:
No quieren mis
congojas
Que asista a ver
las púrpuras reales:
Salgo de entre los
reyes
A ver los surcos de
los juntos bueyes.
Las
mesas con manteles
De tan varias
labores,
Dorada plata y
vidrios venecianos,
Los bordados
doseles
De escudos
vencedores,
La corona de nobles
cortesanos,
Dos reyes
castellanos
Sentados a la mesa,
No alegran mis
sentidos;
Que en mis bienes
perdidos
Todo el placer para
los ojos cesa;
Que no es el oro
ajeno
Para remedio de los
ojos bueno.
¡Con
cuánta diferencia
Aquí miré colgarse
Los racimos azules
y dorados;
Con verde
diligencia
Fértiles dilatarse
[p. 169] En brazos de los olmos acopados,
Asidos y enlazados
En rúbricas
torcidas
De pámpanos
hojosos,
Y otras veces
gozosos
De verse entre las
varas guarnecidas
De membrillos
enanos,
Tomar su olor los
moscateles granos!...
Ya,
campos, no la veo:
Dejóme Leonor,
prados;
Bien os podéis
secar, vides hermosas;
Que ya tengo
deseos
De veros agostados,
Y vueltas en
espinas vuestras rosas.
¡Oh, tú, que ya
reposas
En brazos de un
extraño,
No mates atrevida
A quien te dió la
vida!
Tu viejo padre soy,
que al fin engaño,
Con deseos de
verte,
La vida, que
trocara por la muerte.
Como una prueba más del singular talento que varias veces hemos reconocido en Lope de Vega para la poesía musical, es imposible omitir un lindísimo baile, al cual sirve de tema un conocido romance anacreóntico del mismo Lope de Vega, que se insertó anónimo en el Romancero general de 1604:
Por los
jardines de Chipre
Andaba el niño
Cupido,
Entre las flores y
rosas
Jugando con otros
niños...
La letra del baile, inserto en el acto segundo de esta comedia, dice así:
Ibase
el Amor
Por entre unos
mirtos
En la verde margen
De un arroyo
limpio.
Los niños con él
[p. 170] Tras los pajarillos
Que de rama en rama
Saltan fugitivos.
En un verde valle,
De álamos ceñido,
Vieron dos colmenas
En guardado sitio.
Los niños temieron,
Y Amor, atrevido,
Probar de la miel
Codicioso quiso.
Picóle una abeja,
Y dando mil gritos,
Mostrando la mano
A su madre dijo:
«Abejitas me pican, madre;
¿Qué haré, que el dolor es grande?»
Madre, la mi madre;
Picóme la abeja,
Que no hay miel tan
dulce
Que después lo sea,
Porque no hay
colmena
Que después no
amargue:
«Abejitas me pican, madre;
¿Que haré, que el dolor es grande?»
Riéndose Venus
Tomóle la mano,
Rompió de su velo
Un listón morado,
Atóle la herida,
Y dijo al muchacho:
«Sientes que una
abeja
Por tan breve rato
Te pique en un
dedo
Costándote tanto,
Y no miras, niño,
Del mundo tirano,
A cuántos has
muerto
Disparando el
arco.»
Desengáñese quien ama
Y a hacer pesares se aplica,
Que le han de picar si pica.
[p. 171]
Danza
No penséis, tirano Amor,
Que habéis de picar
con celos,
Que os darán fuego
por hielos
Y
desdenes por favor;
Y
sepa quien al rigor
De hacer pesares se aplica,
Que le han de picar, si pica.
Luego
bajaron de los altos montes
Las ninfas a bailar
al verde prado;
Viendo que Amor
lloraba de picado,
Celebraron con
ellas los pastores,
Que con celos y
amores las adoran,
Que Amor llorase
por quien tantos lloran.
Baile
No
temáis del Amor el arco,
Que el Amor anda
picado:
Ya no puede Amor
Disparar las flechas;
Que del interés
Le picó una abeja;
Si la aljaba deja
Colgada de un árbol,
No temáis del Amor
el arco,
Que el Amor anda
picado.
Hay en esta pieza situaciones y escenas, como la visita del
Rey y el alojamiento del capitán, que recuerdan remotamente otras
de
El villano en su rincón, de
El alcalde de Zalamea, de
Las dos bandoleras y de otras comedias de Lope; pero la
semejanza no es tanta que pueda decirse que en este caso el autor
se plagia a sí mismo. Los principales incidentes de la fábula son
diversos, lo son también los caracteres, y si a algún alcalde
vengador se parece Tello, no es al que pintó Lope, sino al que
luego mejoró Calderón. Véase algún ejemplo:
DON FELIX
Debe un rico
labrador
Alojar un pobre
hidalgo,
[p. 172] Quedará la casa honrada
De aquello que le
faltó;
Que bien puedo
honrarla yo,
Aunque es tan
limpia y preciada.
TELLO
Tan
limpia ya la tenéis,
Que ni aun honra
habéis dejado,
Pues más os habéis
llevado
Que darme ahora
podéis.
Ya
no tenéis que llevar:
¿Para qué venís
aquí?
Debéis de venir por
mí
Para acabarme de
honrar.
Vencisteis
la fortaleza,
Escalasteis la
muralla,
Si fué mucho
conquistalla
Por almenas de
flaqueza.
Y
agora metéis soldados
Para saquear mi
hacienda,
Pero tras aquella
prenda
Todos venís
engañados;
Que
en mi casa no hallaréis,
Capitán, más plata
y oro;
Que era Leonor mi
tesoro,
Y ha días que la
tenéis...
Tomad,
señor capitán,
La casa, que el
cuerpo es
De un alma; pero
después,
Si tengo honor os
dirán
Estas
manos, aunque ancianas;
Que no caduca el
valor,
Porque suele arder
mejor
En la nieve de las
canas.
Aunque toda la comedia está muy bien escrita, merecen particular mención las escenas de la ronda nocturna y el encierro de Tomé en la bodega, siendo digno de repararse que ni siquiera al pintar la embriaguez de éste degenera en grosería la fuerza cómica de Lope, que siempre se conserva poeta, aun en los mayores extremos de su nativo realismo.