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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS SOBRE EL TEATRO DE... > IV : IX. CRÓNICAS Y... > XXXIII.—EL SOL PARADO

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Texto

Comedia citada en la primera lista de El Peregrino, y, por consiguiente, anterior a 1604. Lope no la publicó hasta 1621, en la Décima séptima parte de sus comedias, donde ocupa el noveno lugar, precedida de una corta dedicatoria a D. Andrés de Pozas, arcediano de Segovia y secretario del arzobispo de Burgos D. Fernando de Acevedo, a la sazón presidente del Consejo de Castilla.

El judaizante Antonio Enríquez Gómez, en el prólogo de su poema Samsón Nazareno, impreso en 1656, cita como una de las veintidós comedias que en su mocedad había compuesto, una con el título de El Sol parado. Es de presumir, dado el origen hebreo del poeta y la religión que ocultamente profesaba, que esta pieza tuviese por asunto el milagro de Josué, siendo, por tanto, independiente de la de Lope, cuyo protagonista es el maestre D. Pelayo [p. 155] Pérez Correa, la cual también suele designarse con el segundo título de Ascendencia de los maestres de Santiago.

Con esta comedia empezó Lope de Vega a explotar los ricos anales de las Órdenes militares, y no ciertamente para adularlas, puesto que cabalmente tres de las piezas más admirables de su repertorio trágico, Peribáñez y el comendador de Ocaña, Los comendadores de Córdoba y Fuente Ovejuna, versan sobre grandes desafueros e iniquidades cometidos por caballeros y comendadores de las Órdenes. Aun en la presente, escrita para glorificar a la Caballería de Santiago en sus dieciséis primeros maestres, no sale del todo bien librada la honestidad de D. Payo Correa; y eso que el poeta, conformándose con la tradición, le atribuye nada menos que el portento de haber detenido al sol en su carrera para completar su victoria sobre los sarracenos, renovando la prodigiosa hazaña del caudillo de Israel.

Para resumir en breves líneas los datos históricos concernientes al maestre, nos valdremos del autorizado testimonio de Rades y Andrade en su Chrónica de las tres Ordenes (Toledo, 1582), libro que era muy familiar a Lope de Vega, y del cual probablemente se valió en esta ocasión, como en otras:

Cap. XXIV. —Del maestre D. Pelay Pérez Correa.

«El XVI Maestre de Sanctiago fué don Pelay Pérez Correa, que en nuestras escrituras se llama don Pay Pérez, conforme al lenguaje de Portogal, donde a Pelayo dizen Payo. Fué Portogués, hijo de Pedro Pay Correa y de doña Dorotea Pérez de Aguiar, su mujer, y nieto de Payo Correa y de doña María Méndez de Silva, su mujer. Eligiéronle por Maestre en Mérida, siendo Comendador de Portogal, en la era de 1280, que es el año del Señor de 1242.»

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Prosigue contando la parte que tuvo en recibir la entrega del reino de Murcia, en ganar la villa de Mula, en la conquista de la ciudad de Jaén, en el sacomano de Carmona y, principalmente, en el cerco de Sevilla, para cuya narración sigue el texto de la Crónica General impresa. Pero en ésta no hay rastro del famoso Miraglo [p. 156] de Tudia, que relata en estos términos el crédulo analista de las Órdenes:

«En antiguos memoriales de cosas desta orden se halla escripto que el Maestre don Pelay Pérez Correa, haziendo guerra a los Moros por la parte de Llerena, huvo con ellos vna batalla al pie de Sierra Morena, cerca de donde agora es Sancta María de Tudia. Dizen más, que peleando con ellos muchas horas, sin conoscerse victoria de una parte a otra, como viesse que havía muy poco tiempo de sol, con desseo de vencer aquella batalla y seguir el alcance, suplicó a Dios fuesse servido de hazer que el sol se detuviesse milagrosamente, como en otro tiempo lo havía hecho con Josué, caudillo y capitán de su pueblo de Israel. Y porque era día de Nuestra Señora, poniéndola por intercessora, dixo estas palabras: «Sancta María, detén tu día.» Dízese en los dichos memoriales que milagrosamente se detuvo el Sol por espacio de tiempo muy notable, fasta que acabó el Maestre su victoria, y prosiguió el alcance.»

«En memoria deste milagro dizen haverse edificado una yglesia por mandato del Maestre, y a costa suya, a la cual puso nombre: «Sancta María de Ten tu día», y agora corrupto el vocablo se dize Sancta María de Tu día.»

Continúa refiriendo la asistencia del maestre a la conquista de Jerez en tiempo de Alfonso X y la parte que tomó en la confederación de los Grandes contra aquel Monarca; empresa esta última que no parece muy digna de la santidad o, a lo menos, de la justificación que parece que ha de atribuirse a quien se supone con virtud y gracia suficiente para hacer parar el Sol:

«Era de 1313, año del Señor de 1275, murió el Maestre don Pelay Pérez Correa; haviendo governado la Orden treynta y tres años... Fué su cuerpo sepultado en la Iglesia de Sancta María de Tudia, que él avía fundado.» [1]

[p. 157] No satisfizo a la severidad crítica del P. Mariana (lib. XIII, capítulo XXII) la piadosa creencia de los santiaguistas ni aquellos memoriales antiguos que alegaban. Son dignas de notarse sus palabras, por la gravedad y entereza que respiran: «El mismo año (de 1275) pasó desta vida don Pelayo Pérez Correa, maestre de Santiago, de mucha edad, muy esclarecido por las grandes cosas que hizo en guerra y en paz. Su cuerpo enterraron en Talavera, en la iglesia de Santiago, que está en el arrabal; así lo tienen y afirman comúnmente los moradores de aquella villa; otros dicen que en Santa María de Tudia, templo que él edificó desde sus cimientos, a las haldas de Sierramorena, en memoria de una batalla que los años pasados ganó de los moros de aquel lugar, muy señalada, tanto que vulgarmente se dijo y entendió que el sol paró y detuvo su carrera para que el día fuese más largo, y mayor el destrozo de los enemigos, y mejor se ejecutase el alcance. Dicen otrosí que aquella iglesia se llamó al principio de Tentudia, por las palabras que el Maestre dijo vuelto a la Madre de Dios: «Señota, ten tu día.» A la verdad, alterados los sentidos con el peligro de la batalla, y entre el miedo y la esperanza, ¿quién pudo medir el tiempo? Una hora parece muchas por el deseo, aprieto y cuidado. Demás desto, muchas cosas facilmente se creen en el tiempo del peligro y se fingen con libertad.»

A pesar de los reparos del sabio y profundo jesuíta, la leyenda continuó su camino, llegó a penetrar hasta en los procesos de la canonización de San Fernando, obtuvo la aquiescencia del P. Juan de Pineda, y, como sucede en tales casos, fué engrosándose con nuevas invenciones, hasta llegar al punto en que la vemos en los Anales de Sevilla, de Ortiz de Zúñiga (1677), que con su moderación habitual procura mantenerse equidistante de lo que llama la nimia credulidad y de la nimia duda. «Duró la luz sobrenaturalmente hasta que el Maestre acabó de triunfar, en tanto que en oración San Fernando lo auxiliaba mejor con clamores al cielo que [p. 158] pudiera con las más bizarras tropas; milagro que acredita, fundado después por el mismo Maestre, el templo de Nuestra Señora de Tentudia; y a que añaden otro, de haber al impulso de su voz dado una seca peña fuente de agua que satisfizo la sed de su gente, que perecía abrasada.» [1] A la verdad, que sólo una devoción indiscreta y afeminada, como era la de las postrimerías del siglo XVII, pudo imaginar que tal héroe como San Fernando, en quien nunca la piedad estorbó el fiero ímpetu bélico, pudiera estar en sosegada oración, como un pacífico anacoreta, mientras su gente se batía desesperadamente contra los moros.

Dos partes hay que distinguir en esta irregular y desconcertada comedia de Lope: una puramente histórica, que no tiene mérito particular, y un idilio amoroso que vale mucho. De la primera podemos prescindir, conocidas ya sus fuentes: empieza con una escena de grande espectáculo, la elección y juramento del maestre, y termina con el milagro de Ten tu día, representado materialmente en las tablas del modo más rudo y primitivo, apareciendo por escotillón un ángel que para al sol con la mano.

Pero en un rincón de esta obra informe, hay perdida una florecilla silvestre, de las que el genio popular de Lope no dejaba nunca de recoger cuando las encontraba a su paso. Parece una serranilla del marqués de Santillana puesta en acción. Perdido el maestre de Santiago por sierra fragosa, al caer la noche encuentra albergue más que hospitalario en la choza de una serrana, que le abre sus brazos y su lecho. Toda la escena es de perlas, y aunque la situación sea de las más atrevidas que pueden presentarse a un público como final de acto, todo lo salva la candorosa y picante malicia de la musa popular:


              MAESTRE
       ¿Quién está en la choza?
       Si hay alguien en ella...
       Mas ya sale della
       Una buena moza.
        [p. 159] Cierta es mi ventura,
       Que aunque me perdí,
       En mi vida vi
       Tan grande hermosura.
       Ya quedo obligado
       A mi suerte avara,
       Porque no acertara
       Si no hubiera errado.
       Si osare llegarme...
       Dígame, serrana,
       Si hasta la mañana
       Podrás albergarme,
       Porque voy perdido
       Sin camino cierto,
       Por este desierto
       Que aquí me ha traído...

              FILENA
       Bien seáis venido,
       Noble caballero:
       Novedad es grande
       Ver un hombre noble
       Que entre el olmo y roble
       Tan perdido ande...
       ¿Qué os ha sucedido
       Que os lleva tan triste,
       Cuando ya se viste
       La noche de olvido?

              MAESTRE
       ¡Que aun tiene el sayal
       Alma cortesana!
       Yo me iba, serrana,
       A Ciudad Real.
       Vengo de Toledo,
       Y aunque acompañado,
       Más solo he quedado
       Que perdido quedo.
       Por tan varios casos,
       Por tales destierros,
       Azores y perros
        [p. 160] Conducen mis pasos;
       Que en ese encinar
       Del monte vecino,
       Errara el camino
       En fuerte lugar.
       Seis veces vi ausente
       El rostro del sol,
       Y seis su arrebol
       Otra vez presente;
       Que con este afán
       Que el monte se sube,
       Siete días anduve
       Que no comí pan,
       Dándome campiñas,
       Por sustentos leves,
       Derretidas nieves
       Y silvestres piñas;
       No el pavo o faisán
       Que inventó la gula,
       Cebada a mi mula,
       Carne al gavilán.
       Como es intrincada
       La sierra que os pinto,
        Como en laberinto
       Va el alma enredada.
       Sospechas le dan,
       Y que estoy recela
       Entre la Zarzuela
       Y Darazután.
       Hoy (que siempre vale
       Decir los enojos),
       Alzara los ojos
       Hacia do el sol sale,
       Pidiendo remedio
       Al cielo ofendido,
       Viéndome perdido
       Y del monte en medio.
       Y antes que se iguale
       Con esta montaña,
       Viera una cabaña;
       Della el humo sale.
       Que viendo que ya
        [p. 161] Hambre me estimula,
       Picara mi mula;
       Fuíme para allá.
       Mas luego a llegar,
       Cual ves que he llegado,
       Perros del ganado
       Sálenme a ladrar.
       Mas trayendo el aire
       Voz que cerca suena,
       Víos a vos, sirena
       Del bello donaire.
       De mis soledades
       Fuisteis el lucero.

              FILENA
       Llegaos, caballero,
        Vergüenza no hayades;
       Que aquí habéis de hallar
       Cuanto al gusto os cuadre.
       Mi padre y mi madre
       Han ido al lugar:
       Mirad si me dan
       Lugar de decillo.
       Mi caro Minguillo
       Es ido por pan.
       Bien podéis entrar,
       Que aunque más trasnoche,
       Ni vendrá esta noche
       Ni esotra a yantar.
       Y si no os desplace
       Que así la aproveche,
       Comeréis la leche
       Mientras queso se hace.
       Si no os halláis mal
       Con que no sea dama,
       Haremos la cama
       Junto al retamal;
       Que aun gracias a Dios,
       Hay ropa lavada,
       Mejor empleada
       Que en mi esposo, en vos.
        [p. 162] Si es al alma igual
       Nuestro regocijo,
       Haremos un hijo;
       Llamarse ha Pascual.
       Que según me pago
       De vuestro querer,
       Bien podría ser
       Maestre de Santiago
       O algún hombre tal;
       Si estudiare, obispo,
        O será arzobispo,
       Papa o cardenal;
       O si de armas guía
       Los altos decoros,
       Algún matamoros
       Del Andalucía;
       O vendrá a ser tal
       Como el que lo hizo;
       Será porquerizo
       De Ciudad Real.

              MAESTRE
       A tu acogimiento,
       Hermosa serrana,
       Mi alma se allana
       Con igual contento.
       Y por si parieres,
       Como he sospechado,
       El hijo, ya criado,
       Me darás si quieres.
       Váyame a buscar
       Al Andalucía.

              FILENA
       ¡Bien, por vida mía!
       ¡Debéis de burlar!
       ¿Cómo es vuestro nombre?

              MAESTRE
       Pelayo me llamo.

              [p. 163] FILENA
       El mismo le llamo
       Si viene a ser hombre.

              MAESTRE
        Pues en cas del Rey
       Pregunte por mí.

              FILENA
       Si es hija, esté aquí,
       Que es razón y ley.

              MAESTRE
       Daríame pena:
       Dalde esta sortija
       Si es hijo.

              FILENA
          ¿Y si es hija?

              MAESTRE
       Dalde esta cadena.
       No he visto mujer (Aparte.)
       Tan necia y hermosa.

              FILENA
       Si es posible cosa,
       ¿Por qué no ha de ser?

              MAESTRE:
       Ya de mi suceso
       Voy sin pesadumbre.

              FILENA
       Sentaos a la lumbre
       Mientras hago el queso.

El hijo de ganancia habido por el maestre Correa en aquella aventura, va efectivamente a buscar a su padre en Andalucía, y [p. 164] le encuentra y es reconocido por él, precisamente cuando el Cielo hace el prodigio de parar el sol en su obsequio. ¡Extraña y absurda mezcolanza de lo más sagrado y de lo más profano

Tiene la linda escena transcrita reminiscencias evidentes de la poesía popular, o más bien semipopular, no sólo en el metro y estilo general de ella, sino también en algunos versos. Ya con ocasión del auto sacramental La Venta de la Zarzuela, inserto en el tomo III de esta colección [Ed. Nac. Vol. I, pág.119], tuvimos ocasión de mencionar un romancillo villanesco, que debió de ser muy popular, pero que no conocemos ya en su primitiva forma, sino a través de las glosas a lo divino que de él hicieron varios ingenios del siglo XVI, por ejemplo, Juan López de Úbeda en su Cancionero y vergel de plantas divinas (Alcalá, 1588):


       Yo me iba, ¡ay, Dios mío!,
       A Ciudad Reale;
       Errara el camino
       En fuerte lugare...

El mismo Lope le glosó dos veces en el Auto ya citado, compuesto en 1615. Procuraré entresacar los versos que parecen primitivos, para que se comparen con los de la comedia:


       Yo me iba, pastor,
       A Ciudad Real...
       Errara el camino
       En fuerte lugar...
       Cogióme la noche
       Y su oscuridad...
       Siete días anduve
       Que no comí pan...
       No estaba muy lejos
       Un negro jaral
       Donde el sexto día
       Hube de pasar...
       Donde sale el sol
       Comencé a mirar...
       Junto a la Zarzuela
       Y Darazután,
        [p. 165] Donde en vez de rosas
       Tales zarzas hay.
       Vi de una cabaña
       Salir humo tal,
       Que cegó mis ojos,
       ¡Ay, Dios!, si verán...
       De ella una serrana
       Me salió a buscar,
       Fingida de rostro
       De alma mucho más...
       «Apeaos, caballero,
       Vergüenza no hayáis»,
       Me dijo engañosa.
       ¡Qué facilidad!...

Es evidente que una misma canción, no precisamente vulgar (salvo, acaso, los cuatro primeros versos), sino artística popularizada, sirvió de base al auto y a la comedia.

Notas

[p. 156]. [1] . Chrónica de las tres Ordenes y Cavallerías de Sanctiago, Calatrava y Alcántara; en la qual se trata de su origen y sucesso, y notables hechos en armas, de los Maestres y Cavalleros de ellas, y de muchos Señores de Título y otros Nobles que descienden de los Maestres, y de muchos otros Linages de España. Compuesta por el Licenciado Frey Francisco de Rades y Andrada. Toledo, 1572. Folios 31, 32, vto., y 34.

[p. 158]. [1] . Anales eclesiásticos y seculares de la ciudad de Sevilla... Madrid 1795, t. I, pág. 12.