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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS SOBRE EL TEATRO DE... > IV : IX. CRÓNICAS Y... > XXVIII.—LA LEALTAD EN EL AGRAVIO

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Con el título de Las Quinas de Portugal había compuesto Lope de Vega, antes de 1604, una comedia, que cita en la primera lista de El Peregrino. Es, probablemente, la misma que en la Parte veintidos de Lope y otros (Zaragoza, 1630), lleva el título de La [p. 72] Lealtad en el agravio, y que también se encuentra en ediciones sueltas con el largo encabezamiento de En la mayor lealtad, mayor agravio, y favores del cielo en Portugal.

Otra comedia de Las Quinas de Portugal, inédita todavía, compuso en 1638 el maestro Tirso de Molina, y fué, probablemente, la última de sus obras escénicas. Existe manuscrita en la Biblioteca Nacional (Vv-617), y es autógrafa, a lo menos en parte. Lleva al fin la siguiente nota, en que Fr. Gabriel Téllez indica sus fuentes:

«Todo lo historial de esta comedia se ha sacado con puntualidad verdadera de muchos autores, así portugueses como castellanos, especialmente del Epítome de Manuel de Faria y Sousa, parte tercera, cap. I, en la vida del primero conde de Portugal D. Enrique (página 339), y cap. II, en la del primero rey de Portugal D. Alfonso Enríquez, pág. 349 et per totum.— Ítem, del librillo en latín, intitulado: De vera Regum Portugalliae Genealogia, su autor Duarte Núñez, jurisconsulto, cap. I, de Enrico Portugalliae comite, fol. 2, et cap. II, de Alfonso primo Portugalliae rege, fol. 3... En Madrid, a 8 de marzo de 1638. Fr. Gabriel Tellez.»

Siendo tan antigua la comedia de Lope, claro es que no pudo utilizar para ella el Epítome de las Historias portuguesas de Manuel de Faria, que no se imprimió hasta 1628, aunque sí el opúsculo de Duarte Núñez de León, estampado por primera vez en 1585, y que se reprodujo después en la Hispania Illustrata. De todos modos, los hechos, ya históricos, ya tradicionales, que sirven de apoyo a esta comedia, son tan vulgares y corrientes en las crónicas castellanas y portuguesas, que es difícil determinar cuál de ellas es la que Lope tuvo presente, siendo verosímil que no se remontase a las más antiguas, ni siquiera a la de Duarte Galvam, que es del tiempo del Rey Don Manuel.

La lealtad en el agravio es una especie de crónica dramatizada del primer Rey de Portugal, Alfonso Enríquez, aceptando todas las leyendas de que ha dado buena cuenta la crítica moderna por boca del príncipe de los historiadores peninsulares de nuestro siglo: «Como la de Carlo Magno, como la de Artús, como la de casi [p. 73] todos los fundadores de antiguas monarquías (escribe Alejandro Herculano), la vida de Alonso Enríquez fué, desde la cuna del héroe, poblada de maravillas y milagros por la tradición popular. Infelizmente, los inexorables monumentos contemporáneos destruyen, o con su testimonio en contra, o con su no menos severo silencio, esos dorados sueños, que una erudición más patriótica y piadosa que ilustrada, recogió y perpetuó. La historia es hoy cosa bastante grave para no entretenerse en perpetuar leyendas nacidas y derramadas en épocas muy posteriores a los individuos a quienes se refieren.» [1]

El primer hecho que en la comedia se presenta, es la guerra de Alfonso Enríquez contra su madre Doña Teresa y su padrastro el conde D. Fernando Pérez de Trava. Esta guerra es histórica, y aconteció entre 1127 y 1128, según la cronología de Herculano, que, por otra parte, no admite el segundo consorcio de Doña Teresa, y estima que el Conde no fué más que su amante. Vencida Doña Teresa, y perseguida en su fuga por las gentes de su hijo, cayó prisionera con muchos de sus parciales. La tradición refiere, y Lope admite, que Alfonso Enríquez la encerró, cargada de cadenas, en el castillo de Lanhoso. «Esta tradición no desdice de las costumbres feroces de aquel tiempo, pero no se encuentra autorizada por los monumentos coetáneos.»

Alúdese también en esta pieza al hábil y capcioso homenaje hecho por Alfonso Enríquez al Papa, y a la confirmación del título de Rey que le otorgó Alejandro III en 1179, materia oscura y disputada; [2] y se pone en acción la jornada de Ourique, y en narración, por boca del mismo Rey, la aparición del Crucifijo, sin omitir el fabuloso origen de las armas de Portugal, con las cinco llagas y los 30 dineros.

De estas invenciones tardías y poco dramáticas [3] ningún provecho [p. 74] podía sacar el poeta, por lo cual las relegó a segundo término, colocando en el centro de su cuadro la caballeresca figura de Egas Moniz (a quien llamó Egas Núñez), y cuya heroica lealtad pasa por auténtica en la opinión de los críticos más severos, si bien andan discordes en cuanto a la fecha que debe asignarse a esta hazaña. Queda, sin embargo, lo sustancial del hecho, es a saber, que Egas Moniz, hidalgo poderoso en la ribera alta del Duero, quedó por fiador de la promesa de vasallaje hecha al Emperador Alfonso VII por Alfonso Enríquez y sus barones cercados en Guimaraens; y que, habiendo faltado el de Portugal a su palabra, Egas Moniz, seguido de su mujer e hijos, se presentó en la corte imperial de Toledo, descalzo y con una cuerda al cuello, solicitando la muerte como desempeño de su palabra nunca violada. Alfonso VII, Príncipe magnánimo si los hubo, se mostró digno de entender tal súplica, y no sólo dejó libre a Egas Moniz, sino que dió testimonio de su fidelidad sin tacha a la religión del juramento. Lope tomo esta leyenda del Valerio de las historias; el cambio de Egas Moniz en Egas Núñez basta para probarlo. Dice así el arcipreste Almela:

«El Emperador Don Alfonso de España, sintiéndose mucho del Príncipe Don Alfonso Enríquez, que fué el primero Rey de Portugal, por la guerra y daño que en su tierra avía fecho, y assimismo porque no le quería conocer Señorío en venir a sus Cortes, ayuntó su hueste, y fué sobre él, y cercólo en Guimaranes. E como la Villa no estoviesse bastecida como complía, de guissa que a pocos días la tomara el Emperador, si ende estoviera; viendo esto Don Egas Núñez, amo del Príncine Don Alfonso, con gran temor que su Señor fuesse allí presso, andando un día el Emperador enderredor de la Villa mirando el lugar por donde la pudiesse más aina tomar, Don Egas Núñez salió de la Villa en su caballo solo al Emperador, y el Emperador quando lo vido, rescibiólo bien. E Don Egas Núñez besóle las manos, y el Emperador le dixo que a qué era venido; y Don Egas Núñez, como era eloquente y sabidor de guerra, díxole que le quería fablar cosas que eran en su servicio, y qué era la causa por qué avía venido allí; él le [p. 75] dixo que por tomar a su primo el Príncipe, porque no le conoscía Señorío; y Don Egas Núñez le dixo: «Señor, no feciste cordura de venir acá. Ca si alguno vos dixo que ligeramente podíades tomar esta Villa, no vos dixo verdad, ca cierto so que ella está bien bastecida de lo que ha menester para diez años; y mayormente que está dentro el Príncipe vuestro primo con muchos Caballeros y gente bien armada; assí no podréis facer lo que queréis, y estando aquí, podéis rescebir daño de los moros en vuestra tierra: quanto es de os conoscer Señorío, e ir en vuestras Cortes, do vos mandáredes, desto yo os faré omenage.» Estas palabras y otras muchas dixo Don Egas Núñez al Emperador por le facer levantar de sobre la Villa. Y el Emperador dixo: «Don Egas Núñez, quiero creer vuestro consejo con esta condición, que me fagades omenage de le facer ir a mis Cortes a Toledo, y me faga conoscimiento qual debe.» E Don Egas Núñez le fizo omenage, assí como el Emperador lo pidió; e firmando su pleyto Don Egas Núñez, tornó a la Villa, y el Emperador fizo levantar el Real, y tornósse para Castilla. E quando supo el Príncipe lo que Don Egas Núñez avía fecho, ovo muy gran pesar, y dixo: «Cierto yo querría antes ser muerto de mala muerte.» E Don Egas le dixo: «Señor, no vos aquexéis, ca yo pienso que vos fice mucho servicio, ca non avíades aquí sino poco mantenimiento, y fallescido tomaránvos la villa, y vos fuérades muerto o presso, y el Señorío de Portugal dado a otro; y no os debéis quexar, ca tengo que vos libré de muerte, y de ser desheredado: e quanto al omenage que yo fice sin vuestro consejo y mandado, si plasce a Dios yo lo libraré, assí como vos bien podréis ver, ca aunque vos allá quisiéssedes ir, no vos lo consentiría.» E quando el plazo fué venido quel Príncipe avía de ir a las Cortes de Toledo, según el omenage que Don Egas Núñez ficiera, aparejóse el Príncipe de todo lo que avía menester para ir, mas Don Egas Núñez no lo quiso consentir, antes tomó sus fijos y su muger, y todas las cossas que le complían y fuesse para Toledo. E como llegassen el día que fuera puesto, descendió de las bestias, y desnudósse todos los paños, sino los de lino; y descalzáronse, salvo la dueña, que llevaba un pellote, y pusieron [p. 76] sendas sogas a las gargantas, y assí entraron por el palacio de Galiana, donde estaba el Emperador con muchos nobles y ricos hombres. E quando fueron antél, pusiéronse todos de hinojos; entonces dixo Don Egas Núñez: «Señor, estando vos en Guimaranes sobre vuestro primo el Príncipe Don Alfonso Enríquez, vos fice omenage como sabéis; esto fice yo, porque su fecho estaba aquella sazón en muy grande peligro, que no avía mantenimiento sino para pocos días, de guisa que muy ligeramente lo podiérades tomar, y yo porque lo crié, quando lo vi en tal, priesa, fuy a estar con vuestra Real Magestad, sin lo él saber»; e dixo: «Señor, estas manos con que fice el omenage, vedlas aquí, y la lengua con que os lo dixe: otrossí tráigovos aquí esta mi muger y dos mis fijos; de todos podéis tomar tal emienda qual fuere vuestra merced.» E quando el Emperador esto oyó, fué muy sañudo, y quisiéralo matar, ca le dixo que lo engañara; pero con gran moderación y templanza, con acuerdo de sus Caballeros y ricos hombres, viendo que Don Egas Núñez ficiera todo su deber, como bueno y leal Caballero que él era, y que si él fuera engañado, que no lo fué sino por sí mismo, dióle por quito del omenage, y fízole muchas mercedes, y assí lo embió a su tierra. Muy sabia y discretamente se ovo Don Egas Núnez en salvar su señor como es dicho, y mucho más en salvar assí de lo que avía prometido al Emperador. Pero muy gran nobleza y moderación fué del Emperador perdonarle, aviéndole assí fecho descercar aquella Villa» (Valerio de las historias, lib. IV, tít. II, cap. V). [1]

Para realzar el efecto de esta situación, ya de suyo tan noble y poética, imaginó Lope, abusando un poco de la complicación de recursos a que su temperamento dramático le llevaba, suponer a Egas Moniz, en el momento mismo de cumplir su compromiso de lealtad, agraviado por el Rey Alfonso Enríquez, que livianamente requiere de amores a su esposa doña Inés de Vargas. La [p. 77] tensión del Rey y la honesta esquivez de la dama ocupan gran parte de la comedia, que está muy bien escrita, aunque no sea de mérito sobresaliente entre las de su autor por lo trivial del juego de pasiones, y por el contraste que ellas ofrecen con el fondo épico del argumento, que por sí propio merecía haber obtenido de tan gran poeta una realización amplia y viviente, que tampoco logró de la soberana musa de Tirso.

Lo que sí se observa en uno y en otro ingenio, y aun podemos añadir en todos los que dentro de la edad de oro de nuestra poesía trataron asuntos históricos del reino vecino, es no sólo una completa ausencia de todo linaje de hostilidad contra los portugueses, aun en aquellos casos en que el pundonor o la vanidad de Castilla podían parecer interesados, sino una franca y cordial simpatía, más que de hermanos, como quiera que la fraternidad étnica no hubiera bastado a crearla. Para nuestros poetas de aquel tiempo, Portugal era uno de los varios reinos de España, y en sus glorias encontraban motivo de regocijo, y motivo de duelo en sus tribulaciones, y en todo ello inspiración para el canto, hasta cuando eran logradas las palmas del triunfo en luchas fratricidas y a nuestras propias expensas, puesto que ni siquiera al condestable Nuño Álvarez, vencedor en Aljubarrota, le faltaron egregios panegiristas castellanos en prosa y en verso, como ha advertido recientemente el Sr. Sánchez Moguel. Sólo en el siglo pasado empezamos a considerarnos como extraños los unos a los otros, para inmensa calamidad de todos. Si alguna sombra anubla la frente del Alfonso Enríquez de Lope, mayores son aquellas que sobre él amontona la historia: por crueldades y perfidias, por quebrantamientos de la fe jurada, por ambición solapada y cautelosa, que en vano intentaron disimular los milagreros autores del diploma de Ourique, de las cortes de Lamego y de otras patrañas semejantes.

La persona de Egas Moniz da unidad de interés al drama de Lope, a pesar de la excesiva materia histórica que en él se acumula, pero que está distribuída con habilidad en los intermedios de la fábula principal. Hay mucho que alabar en el diálogo, y [p. 78] la locución es constantemente noble y correcta, [1] siendo de notar que el texto ha llegado a nosotros con bastante integridad y pureza, a pesar de haber sido impreso fuera de la colección general de Lope, y en una de las partes más incorrectas entre las que llamamos extravagantes.

Tanto las hazañas de Alfonso Enríquez, como la generosa devoción de Egas Moniz, han sido cantadas en todos los tonos por las musas portuguesas, si bien lo que verdaderamente vincula estos hechos en la inmortalidad poética, son las octavas del canto III de Os Lusiadas. La fastidiosa Henriqueida del conde da Ericeyra (1741), más preceptista que poeta, hombre erudito, pero de flaca imaginación y exiguo numen, está completamente olvidada, y si algo de ella se puede leer, es la introducción teórica o Advertencias preliminares, como muestra curiosa de la crítica de aquel tiempo.

Notas

[p. 73]. [1] . Historia de Portugal. Lisboa, 1863; I, 277.

[p. 73]. [2] . Historia de Portugal, 516-525 y 535-536.

[p. 73]. [3] . Vid. la famosa nota XVI de Herculano (505-510), que produjo una tan larga y tan extraña polémica, cuyos incidentes son ajenos de este lugar.

[p. 76]. [1] . Seguramente fué también el Valerio la fuente de un romance de Juan de la Cueva (Coro Febeo) sobre la lealtad de Egas Núñez (número 1.235 de Durán).

[p. 78]. [1] . Véanse, por ejemplo, estas palabras del Emperador Alfonso VII a Egas Moniz, tan honrosas para el uno como para el otro:


       Alzad, capitán insigne,
       Alzad, soldado famoso,
       Que de que estéis a mis pies
       Con esa humildad, me corro.
       Y ¡vive Dios, que he quedado
       De vuestra lealtad absorto,
       Y por ser vuestro Rey diera
       Mis riquezas y tesoros!...
       Quitad ese lazo infame,
       Porque no han de ver mis ojos
       Cuello que vence a la envidia
       Afrentado de ese modo...
       Por vos, desde hoy las injurias
       De mi sobrino (*) perdono;
       Que a quien tiene tal vasallo,
       Justo es que le sirvan todos...
       Si de los cielos tenemos
       Los estados populosos,
       El Rey que al cielo no imita
       Tiene de rey nombre impropio.

(*) Alfonso Enríquez era realmente primo carnal del Emperador, y no sobrino.