Al terminar La desdichada Estefanía anunció Lope de Vega una continuación:
Aquí la tragedia
acaba,
Aunque Belardo os
convida
A lo que la
historia falta,
Para segunda
comedia;
Que esta primera se
llama
La desdichada
inocente
Que lloran Castros
y Andradas.
Aparece, en efecto, en una de las partes del Teatro de Lope llamadas extravagantes o de fuera de Madrid, en la que se numera como segunda, y suena impresa en Barcelona por Jerónimo Margarit, en 1630, una comedia titulada El pleyto por la honra, que se da allí como segunda parte de La desdichada Estefanía, a continuación de la cual está impresa. Esta misma comedia, algo menos incorrecta, aunque no mucho, y con el rótulo de El Valor de Fernandico, se halla en un manuscrito de la Biblioteca Nacional, procedente de la de Osuna. Son tan disparatados ambos textos, que en algunos casos, ni aun con ayuda de los dos puede sacarse sentido. Hay pocos versos dignos de Lope, y hay, en cambio, tales desconciertos y necedades, que en conciencia es imposible atribuírselos. La descripción archiculterana del alcázar de Toledo, parece intercalación de algún cómico, y realmente, la mayor parte de estos versos faltan en el manuscrito. La ridícula escena del pleito, erizada de términos forenses, es imposible que Lope la escribiera de aquel modo. Pero al mismo tiempo se ve en la obra un tema interesante y poético, aunque pésimamente manejado. [p. 41] La competencia de honor entre el padre y el hijo, el litigio que éste suscita contra aquél para acrisolar la buena memoria de su madre, que no juzga bastante satisfecha con la absolución del Emperador al reo, la lucha de encontrados afectos que de todo esto nace, podían ser un germen de situaciones noblemente caballerescas, como lo fueron más adelante en manos de Cañizares, que renovó con mucha fortuna este argumento en su notable comedia Por acrisolar su honor, competidor hijo y padre. [1] Da grima, por lo mismo, ver que el primitivo autor sacase tan poco partido de un tema tan bello; y como, por otra parte, parece duro atribuir tal inferioridad a Lope en cotejo con un autor tan de segundo orden como Cañizares, que debió siempre a la imitación, cuando no al plagio, sus mayores aciertos, cabe suponer que el ingenioso dramaturgo (cuyo repertorio, salvo las farsas, es una serie de hurtos honestos) tuvo presente la genuina y auténtica segunda parte de La desdichada Estefanía, de la cual quedaron hermosos vestigios en la suya; y que, por el contrario, la impresa en Barcelona en 1630 es una infame rapsodia de cualquier poetastro hambriento o comediante de la legua, que quiso especular con el gran nombre de Lope para perpetuar de molde sus propias sandeces. Algún grano del oro de la inspiración de nuestro poeta andará perdido entre ellas; verbigracia, estas palabras del aprisionado Fernán Ruiz de Castro:
¡Ya me imagino,
señor,
Entre la algazara y
grita,
Cortando cabezas
moras
Como el segador
espigas!
Y no niego que el estilo, en los raros puntos en que deja apreciarle el deplorable estado de los textos, se asemeje un tanto al de Lope en sus obras más informes y desaliñadas, así como también puede parecer suyo el desorden de la traza. Pero, en cambio, la [p. 42] obra de D. José de Cañizares tiene mucho de Lope, no por su estilo, que es calderoniano puro; no por la regularidad de la acción, que es prenda que sobresale en estos cultos, aunque poco originales, ingenios de fines del siglo XVII, sino por la manera de comprender la poesía heroica y caballeresca del argumento y por la franqueza con que está realizada, especialmente en la escena del palenque, con las ceremonias de partir el sol y el juramento del mantenedor y el retado. Esta objetividad es muy de Lope y recuerda en seguida el final de El testimonio vengado. La idea del juicio de Dios nos parece tan superior en elevación poética a la del pleito, tal como aparece en la rapsodia atribuída a nuestro poeta, que nos cuesta mucho trabajo creer que la inventase Cañizares.