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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS SOBRE EL TEATRO DE... > IV : IX. CRÓNICAS Y... > XXIV.—LA DESDICHADA ESTEFANÍA

Datos del fragmento

Texto

Esta tragicomedia fué incluida por Lope en la Parte docena de sus Comedias (1619) y reproducida después, con escasas variantes, en una Segunda parte apócrifa o extravagante de Barcelona.

El hecho tenido por histórico en que este drama se funda, se encuentra por primera vez, según creo, en el famoso nobiliario portugués del siglo XIV, comunmente llamado Libro de Linajes del conde D. Pedro de Barcellos. [2] No es verosímil que Lope le tomase directamente de allí, puesto que en su tiempo todavía no estaba impreso este libro de genealogías, siendo posteriores a su muerte [p. 25] las ediciones de Juan Bautista Lavaña (1640) y de Manuel de Faria y Sousa (1646), Si bien pudo disfrutarle manuscrito por mediación de cualquiera de estos dos eruditos portugueses, de los cuales el primero fué su maestro de Matemáticas, y el segundo su íntimo amigo y apologista. Pero no hay para qué suponer tan remota fuente cuando el caso andaba vulgarizado en diferentes libros tan familiares a Lope como la Crónica del Emperador Don Alfonso VII, de Fr. Prudencio de Sandoval (1600), y las Tragedias del amor, de Juan de Arce Solórzano (1604). Entre estos relatos escogeremos el de Sandoval, por ser el más completo y por ir acompañado de oportunos reparos históricos:

[p. 26] «Cap. XXXIII. De la desgraciada muerte de Doña Estefanía, hija del Emperador, mujer de Fernán Ruyz de Castro.

Visto queda en todas las escrituras que de algunos años a esta parte he citado, entre los ricos hombres, que confirman quán ceñalados y principales eran los dos hermanos Gutiérre Fernández, mayordomo del Rey, y Ruy Fernández, su hermano. Estos dos cavalleros son los que dieron principio a la casa de Castro en Castilla, tan cercana a la casa Real... De Rodrigo Fernández y de la mujer que (dizen) tuvo, llamada doña Estefanía, hija del emperador don Alonso, cuenta el infante don Pedro de Portugal en el libro de Genealogías lo siguiente, que para que se entienda pondré aquí con el mejor orden que pudiere:

«Sucedió una notable desgracia, y de mucho sentimiento a Ruy Fernández de Castro, y fué en esta manera: Una camarera de doña Estefanía tratava mal con un su aficionado, y a cierta hora de la noche, después que dexaba a su señora acostada, salía a la huerta por una puerta, cuya llave ella tenía, y iba cubierta siempre con el pellote, que devía ser alguna ropa larga de su señora: esto se atrevía a hazer quando su señor Ruy Fernández faltaua de casa. Vieron esto algunas vezes dos escuderos, y que en el huerto entraba aquel hombre, saltando las paredes, y que se juntaban allí los dos: entendieron verdaderamente que su señora doña Estefanía era la que hazía este maleficio, y venido Ruy Fernández a casa, zelando su honra, le dixeron que su mujer le hazía trayción haziendo lo que está dicho. Creyólo fácilmente Ruy Fernández, y queriendo ver lo que le contaban y enterarse de la verdad, concertó con los criados que él fingiría un camino, y que le pusiesen en aquel puesto para ver lo que passaba. Hízose assí, y puesto Ruy Fernández con los escuderos en espía, a la hora acostumbrada vino la camarera vestida con el pellón [1] de su señora, y el amigo entró por do solía, y juntáronse sin recelo de quien los estaba mirando. Ciego Ruy Fernández con la passíón de tal caso, arremetió [p. 27] para ellos con un puñal en las manos: y porque el hombre no se le fuesse, cerró con él, dándole de puñaladas. Embarazado en esto, tuvo lugar la camarera de huir, que los escuderos, entendiendo que era su señora, no la echaron mano: y assí ella pudo yrse, y a todo correr, como quien escapa de la muerte, volvió por donde había venido, y fuese para el aposento de su señora, y entró passo, que no la sintió como era el primer sueño, y metióse debaxo de la cama. Después que Ruy Fernández hubo muerto al malhechor, vino corriendo en seguimiento de la criada, que verdaderamente entendía que era su mujer; y como no advirtió cerrar las puertas de la huerta por donde había salido, Ruy Fernández pudo entrar sin ser tampoco sentido de su mujer, que muy sin cuidado estaba la inocente durmiendo con su hijo don Pedro, niño de poca edad, en la cama, donde llegó Ruy Fernández con el puñal sangriento, y sin reparar en cosa, dió de puñaladas a la pobre señora, y la mató, haziendo del sueño y la muerte una cosa, que ella no dixo: «Dios valme». Luego que hubo hecho tan mal recado, dió vozes pidiendo luz, que para todo la había bien menester su gran ceguera. Acudieron luego los de casa, y trayda la luz, vió a la pobre de su mujer en camisa, envuelta en su sangre, y al niño junto a ella. Maravillóse Ruy Fernández como la vió desnuda, y mirando el aposento, sintió debaxo de la cama a la alevosa causadora de tanto mal. Ella confesó luego su culpa y la inocencia de su señora. Pasmado quedó Ruy Fernández y fuera de su juyzio con tan extraño caso, y le atravessaba el alma la muerte tan sin culpa de su querida mujer: no hallaba poder tener consuelo jamás, pues el daño era tan sin remedio. Públicamente mandó quemar a la criada, y habiendo llorado la muerte y desastrado suceso, vistióse de sayal con una soga al cuello, y el puñal con que había muerto a su mujer en las manos, y presentóse ante el Emperador, su suegro, y lo que le dixo diré como lo dizen: «Señor, he sido casado con doña Estefanía vuestra hija, buena señora que era ella según su merecimiento: y por esto me digo alevoso, que, no teniendo ella culpa, ciega y torpemente la maté.» Contóle cómo había passado con muchas lágrimas y sentimiento, que movía a compassión a todos [p. 28] los que allí estaban, y al Emperador dió mortal pena, lo uno por ser la desgracia tan grande, lo otro porque era su hija, que amaba como a tal. Mandó el Emperador que Ruy Fernández estuviese al juicio de los que juzgassen su culpa: y tomando el Emperador el parecer de hombres sabios, mandó que viniesse ante él Ruy Fernández, y con semblante triste le dixo: «Ruy Fernández de Castro, yo os doy por bueno e por leal. Este fecho bien parece fué más caso que otro, y assí sois vos sin culpa; mas empero metistes muy gran pesar, e muy gran cuita en mi corazón, más porque era muy buena que porque era mi hija.» Dize más el conde deste caballero: «Este Ruy Fernández ovo virtud en quantas lides entró, todas las venció, e venció al conde don Manrique de Lara, e matólo, e prendió al conde don Nuño, su hermano, e assí hizo con quantos christianos e moros lidió.»

«Agora que he dicho la historia deste desgraciado caso, como la cuentan mal concertada, y sin dezir el año y tiempo en que fué, diré lo que siento. De una dama que se llamó doña María, hubo el Emperador esta señora doña Estefanía; no hallo quien diga de qué gente era. El casamiento de doña Estefanía no fué con Ruy Fernández, sino con Fernán Rodríguez su hijo, y este matrimonio no se hizo en vida del Emperador, sino del rey don Fernando de León, hermano de doña Estefanía, los que casó, y en su tiempo sucedió esta desgracia. Consta de la vida de doña Estefanía en una donación que la infanta doña Sancha hizo a la iglesia de Astorga de las heredades que tenía en Valcavado, riberas de Orbigo, por el remedio de su alma y la de sus padres, y de su hermano el emperador don Alonso, a 19 de Noviembre, era 1196. Confirman Regina Hurraca, Stephania Infantissa filia Imperatoris, que son las dos hijas de ganancia que el Emperador hubo, y no estaban en Castilla, sino con su hermano el rey don Fernando de León: y assí viene bien lo que dizen, que don Fernando casó esta señora con Fernán Ruyz de Castro, que fué un bravo caballero.» [1]

[p. 29] Con este asunto capital de su drama ha entretejido Lope otros pasos de la historia del Emperador, por ejemplo, la venida del Rey de Francia Luis VIII en romería a Santiago. [1] Ingeniosamente saca partido, para presentar en escena a la bella Estefanía [p. 30] del fabuloso rumor consignado por el arzobispo D. Rodrigo, de que la intención secreta del viaje del Rey de Francia era averiguar si su mujer, Doña Constanza (que otros llaman Doña Isabel), era hija legítima del Emperador, o bastarda, como algunos malsines habían susurrado. La primera escena de la comedia de Lope es casi una paráfrasis del texto de la Crónica General, que a su vez traduce, amplificándolas mucho, según su estilo habitual, las palabras de D. Rodrigo:

«Quando el Emperador era entre tantas buenas andanzas como sobre moros avíe, e entre sus christianos..., unos omes malos e avóles e de mala parte, según dize el arzobispo don Rodrigo, queriendo meter mal e desavenencia e desacuerdo e desamor entre el Emperador don Alfonso, e don Luis, rey de Francia, murmugeaban a la oreja a esse Rey don Luis, diziendol que su muger la Reyna doña Elisabet que non la oviera el Emperador don Alfonso en su muger la Emperatriz, mas que la fiziera en su barragana, e non en fijadalgo, más en vil muger. E el Rey don Luis diziendol aquellos viles e malos esta razón muchas vezes, pesol, e ovo de tornar la cabeza en este fecho; e pensó de provar cómo lo podríe fazer: e guisóse como romero para venir a provar si era assí, e metióse en el camino desta guisa, e vínose para España como romero, en voz que yva en romería a Sanctiago de Galizia, e vínose por el camino por do los otros romeros van su romería para aquel Apostol. E sopo de antes el Emperador aquella venida del Rey don Luis de Francia, e embió por todos sus ricos omes e infanzones e cavalleros, e díxoles como el Rey de Francia veníe a Sanctiago en romería, e que se guisass entodos muy bien para salir a rescebirle con él, ca gran debdo avíen todos en fazerlo. E ellos guisarónse todos muy bien de muchos paños e muy nobles, e de muy buenos cavallos e mulas; e según dize el arzobispo don Rodrigo, e las otras estorias con él, que ya era estonces con el Rey de Navarra, e ayuntáronse todos en Burgos, e salieron todos mucho apuestamente guisados a gran maravilla; e cada uno, con sus acémilas muy buenas, e muchas dellas, e cargadas de muchos buenos repuestos, e salieron desta guisa a recebir don Luis, rey de Francia.

[p. 31] Aquí dize el Arzobispo que quando el Rey de Francia vió aquel rescebimiento que el Emperador le fazíe, e vió tantos omes buenos e honrados, quier en buen caballo, quier en buena mula, e vió otrosí tanta cavallería de cavalleros mancebos, todos apuestos e grandes e guisados para todo bien, e los guisamientos tantos e tan grandes, que se maravilló mucho que non sabíe a quien catar... E si grandes maravillas vió con el Emperador quando lo salió a rescebir con mucha cavallería e con muchos Prelados, assí vió más que non menos en casa de la Emperatriz, tanta nobreza de dueñas con esta Emperatriz, las unas Reynas, e las otras Infantas, e las otras ricas fembras, e las otras Condessas, e otras Infanzonas, e otras dueñas tantas, que seríen mucho de contar; e todas bien guisadas. Las siervas semejauan señoras. E allí entendió el Rey don Luis que aquellos omes malos que le dixeron que doña Isabel su muger que non era fija de la Emperatriz Berenguela, que le mentieran, e que le dixeran gran falsedad, e que non lo fizieran por ál, sinón por entrar en la su privanza, e lisonjarle e llevar dél algo. E desde allí tovo por muy mejor e más alto el fecho de doña Isabel su muger, que non fazíe antes, e la preció mucho más el Rey don Luis, e toda Francia, e la honraron e le ovieron más vergueña de allí adelante. E assí fué honrado el Rey don Luis en Burgos en esta guisa. E comprió el Emperador a quantos vinieron con él de todo aquello que les fué menester todos estos días que en Burgos moraron. E quantas maneras e adobos de manjares sabíen fazer los officiales e los servientes que con el Rey don Luis veníen e los servientes del Emperador, todos los fazíen e adobaban allí muy gran abondo, e a lanzar tablados, e tornear con armas, e lidiar toros, e jugar Axedrezes e tabras e otros muchos juegos; e todos aquellos solazes e instrumentos que por España se pudieron fallar, e de Francia veníen, de todos fué la cibdad de Burgos comprida aquellos días que los Reyes y fincaron... E guando el Rey don Luis de Francia cató e vió tan nobre corte, e que todas las cosas tan nobremente se fazían en ella, maravillóse dello mucho, e dixo ante todos por corte, jurándolo e testiguándolo, según cuenta el Arzobispo, que [p. 32] tan nobre corte nin tal guisamiento non la avíe a ninguna parte en el cerco de la tierra, nin nunca tal nobreza viera de cosas, e tantas e tan nobres todas. Estonces el Emperador tovo que teníe sazón, e descobrióse aquí en la razón que vos diremos ante el Conde de Barcelona, que veniera y muy guisado a aquellas cortes e con muy gran gente e mucho honrada; e dixo al Rey don Luis: «Ved e sabed, Rey, que en la Emperatriz doña Berenguela, hermana deste Conde de Barcelona, fiz yo la mi fija doña Elisabet, que yo vos di por muger e con quien oy sodes casado.» E estonces el Rey don Luis a esta razón del Emperador alzó las manos al cielo, faziendo gracias a Dios por ello, e dixo: «Bendicho seas, señor, que fija de tan gran señor como es don Alfonso, emperador, e hermana de tan gran Príncipe como es el Conde don Remón de Barcelona, yo merescí aver por muger linda.» [1]

En la comedia de Lope el Emperador, para acabar de desengañar al Rey de Francia, le confiesa que realmente había tenido una hija bastarda, pero que ésta era la bella Estefanía, nieta, por su madre, del conde Alvar Fernández de Castro, sobrino del Cid, y de doña Mencía Ansúrez, hija del valeroso conde D. Pedro Ansúrez de Carrión; genealogía idéntica a la que del libro del conde D. Pedro copia Sandoval.

La leyenda no presentaba más que una situación: trágica en verdad y terrible, idéntica en sumo grado a la de Otelo. El prepararla tocaba enteramente al arte del poeta, que tenía que inventar nuevos motivos dramáticos más interesantes que el engaño de la criada, aunque fuese indispensable conservar éste. Así lo hizo Lope con su habilidad acostumbrada, imaginando desde el principio una competencia de amor y celos entre Fernán Ruiz de Castro y Fortún Ximénez, que aspiran uno y otro a la mano de Doña Estefanía, la cual prefiere al primero, al paso que su doncella Isabel está en secreto enamorada de Fortún, a quien no se atreve a declarar su pasión, para satisfacer la cual urde su [p. 33] trama, si algo menos odiosa que la de Yago, no menos funesta en sus resultas.

La acción camina con bastante lentitud en los dos primeros actos, ocupados en gran parte con el reto de Fernán Ruiz de Castro a su rival, que no comparece en Fez, donde les había ofrecido campo y seguridad el Emperador de Marruecos; [1] pero empieza a animarse en las últimas escenas del segundo, desde que forman nefanda e invisible alianza el despecho de Fortún y la liviandad de Isabel:


       ¡Hoy me vengo, Ruiz de Castro;
       Fortún, hoy gozo de ti!

Los presagios lastimosos con que este acto finaliza, despiertan ya en el ánimo las impresiones sombrías que han de dominar hasta el instante de la catástrofe.

La inspiración trágica del tercer acto puede honrar al mayor poeta del mundo. Ni aun la oscurece del todo el recuerdo abrumador de la tragedia shakespiriana. Cierto que en la obra de Lope, medio improvisada y completamente legendaria en su estructura, se echan de menos la profundidad de observación moral, la anatomía desgarradora de la pasión celosa y de la perversidad innata que hace inmortales la figura de Otelo y la de su diabólico amigo; cierto que el carácter de Estefanía, aunque presenta un matiz dulce y resignado, algo semejante al de Desdémona, no puede considerarse más que como un rasguño, en que falta toda la poesía anterior que envuelve la gentilísima figura de la enamorada y resuelta doncella veneciana, y aquel candor fatal que convierte cada uno de sus actos en un paso más hacia su ruina. La comedia de Lope es una novela dramática, no es una obra de análisis. Acepta la tradición sin modificarla apenas, pero interpretándola con mucho nervio, con mucha sinceridad humana, de lo cual [p. 34] puede ser muestra la escena en que los dos escuderos revelan a Fernán Ruiz de Castro, al volver de la guerra, su supuesta deshonra. Y cuando el horror trágico llega a su colmo, cuando no depende ya del carácter, sino de la situación, Lope y Shakespeare se encuentran como espíritus gemelos, y en la muerte de Estefanía corre, aunque menos impetuoso, el mismo raudal de elocuencia apasionada que en la de Desdémona.


              CASTRO
        (Con la espada desnuda.)
       ¡Muere, cruel!

              ESTEFANÍA
        (En la cama herida.)
       ¡Dios mío! ¡Jesús mío!
       ¿Qué es esto? ¿Quién me ha muerto?

              CASTRO
       ¡Yo, traidora!

              ESTEFANÍA
       ¿Tú, mi señor, tan grande desvarío?

              CASTRO
       ¿Quién llora aquí también?

              ESTEFANÍA
       Tu hijo llora.
       Abriguéle en mis brazos por el frío;
       No me acosté por esperarte. ¿Ahora
       Me matas, y hoy me has hecho tantas fiestas?

              CASTRO
       ¿Qué voces son tan diferentes éstas?
          Mujer, ¿no estabas con aquel que he muerto
       Ahora en el jardín?

              ESTEFANÍA
       ¿Quién te ha engañado?

              [p. 35] CASTRO
        Yo, ¿no te vi con él?

              ESTEFANÍA
       ¿Qué bien, por cierto,
       Mi amor y obligaciones has pagado!

              CASTRO
       ¡Válgame todo el cielo! ¿Estoy despierto?

              ESTEFANÍA
       Si en Córdoba mi padre te ha enojado,
       ¿Qué culpa tuve yo, dulce bien mío,
       Cuando tu hijo entre mis brazos crío?

              CASTRO
       ¿Cómo respondes eso?

              ESTEFANÍA
       ¡Ah, Castro! ¡Ah, Castro!
       ¿En mí te vengas de pasiones vanas?

              CASTRO
       ¿Qué sangriento dolor, qué influjo de astro
       Me ha puesto aquí, qué furias inhumanas?
       ¿Yo no entré en el jardín siguiendo el rastro
       De tus pisadas torpes y livianas?
       ¿Yo no le vi en tus brazos, tú en los suyos?

              ESTEFANÍA
       ¿Yo he estado en otros brazos que en los tuyos?
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

              BERMUDO
       La cama tiembla.

              CASTRO
        De mi honor culpada.

               MUDARRA
       Mira lo que hay aquí.
        (Sacan a Isabel detrás de la cama.)

              [p. 36] CASTRO
       Pues ¿qué es aquesto?

              ISABEL
       ¡Echó fortuna a mi desdicha el resto!
          ¡Tarde o temprano, al mal castigo viene!

              CASTRO
       ¿Es Isabel?

              MUDARRA
       ¿No escuchas lo que dice?

              ISABEL
       Amor, que no hay cordura que le enfrene,
       Aunque al mundo mi engaño escandalice,
       Aunque disculpa en sí y en otros tiene,
       No la quiero tener del mal que hice.
       Yo soy quien, de Fortunio enamorada,
       Le gocé de esta suerte disfrazada:
          Fingí ser mi señora Estefanía.
       Huyendo tu furor, aquí me he puesto.

              CASTRO
       ¡Ángel del cielo, amada esposa mía,
       Este demonio fué la causa de esto!
       ¡Maldiga Dios de mi venida el día!

              ESTEFANÍA
       ¿Cómo que diste crédito tan presto
       A quien te puso en tan notable engaño?

              CASTRO
       ¡Ay, infames testigos de mi daño!
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

              ESTEFANÍA
       ¡Abrázame, y adiós, hijo querido!
       ¡No os puedo ya criar; mi sangre os queda,
       Que de una desdichada habéis nacido!
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

[p. 37] Para que todavía sea mayor la semejanza entre este final y el de Otelo, la culpada Isabel viene aquí a dar testimonio de la inocencia de su ama, como la fiel Emilia en la tragedia inglesa. Y rasgos son enteramente shakespearianos éstos, sin otros que se habrán notado en el trozo transcrito:


       Abriguéle en mis brazos por el frío...
       
No me acosté por esperarte...
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       ¿Yo he estado en otros brazos que en los tuyos?
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       ¡Ángel del cielo, amada esposa mía,
       Este demonio fué la causa de esto!
       ¡Maldiga Dios de mi venida el día!
       Tu hijo llora.

La progresión angustiosa de la escena, lo rápido y entrecortado del diálogo, asimilan profundamente ambas escenas; pero aun en las palabras hay alguna casual semejanza:


       O, the more angel she,

        And you the blacker devil!
        . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
        And have you mercy too!—I never did
        Offend you in my life...

Grande y maravilloso debió de ser el efecto que esta tragedia de Lope, hoy tan olvidada, hizo en los espectadores de su tiempo. Paréceme que a ella alude Vicente Carducho, cuando en sus Diálogos de la Pintura (1633), al tratar del poder pictórico de la poesía, especialmente de la dramática, declara como testigo de vista lo siguiente: «... yo me encontre en un teatro donde se descogió una pintura suya (de Lope de Vega), que representaba una tragedia tan bien pintada, con tanta fuerza de sentimiento, con tal disposición y dibujo, colorido y viveza, que obligó a que uno de los del auditorio, llevado del enojo y piedad, fuera de sí se levantase furioso dando voces contra el cruel homicida, que al parecer degollaba una dama inocente; que causó no poca admiración [p. 38] a los circunstantes, como vergüenza al que llevado del oído, y movido de la afectuosa pintura, le dió en público el efecto que el poeta había pretendido, viéndose engañado de una ficción». [1]

La popularidad de esta comedia movió sin duda a otro dramaturgo, insigne entre los de segundo orden y uno de los que mostraron cualidades más análogas a las de Lope, a volver a tratar el mismo argumento en nueva forma, concentrando más la acción trágica, cuyo interés consiste en la persona de Estefanía, y cercenando los elementos accesorios que la obra de Lope de Vega contenía. Fué Luis Vélez de Guevara el poeta a quien aludimos; y su obra, muchas veces reimpresa en ediciones sueltas, lleva por título Los celos hasta los cielos, y desdichada Estefanía. No hay en la refundición de Vélez de Guevara tanta frescura y naturalidad de dicción como en el original de Lope, y, por el contrario, abundan los rasgos enfáticos y culteranos, pero hay más artificio teatral y algunas innovaciones felices. Si alguien intentara poner de nuevo en escena tan patética fábula, haría bien en aprovechar juntamente el drama de Lope y el de Luis Vélez. Éste ha graduado mejor los tormentos celosos porque pasa el alma de Fernán Ruiz en la escena con los escuderos, sus angustias, sus dudas, el esfuerzo que hace sobre sí mismo para disimular con su esposa, cuando ésta sale a recibirle, su desesperación, sus proyectos de venganza. La escena del jardín está conducida con más arte. En la de la muerte de Estefanía, el genio de Lope lleva la ventaja; pero el talento de Luis Vélez se manifiesta en dar a Fernán Ruiz un momento de indecisión antes de herir, contemplando a su mujer dormida; un momento de lucha entre el amor y la honra, que él cree ofendida:


       ¡Oh, engaño hermoso dormido!
       ¡Oh, veneno lisonjero!
       Mas ¿a qué aguardo, a qué espero,

        [p. 39] Que estoy, estando agraviado,
       Con luz tan desalumbrado,
       Y ocioso el desnudo acero?

Otra modificación de muy buen efecto consiste en prolongar la agonía de la esposa, para que muera con el consuelo de ver reconocida su inocencia. Sus últimas palabras son:


       ..... esposo, adios;
       Que la voz de Dios me llama.

También ha alterado Luis Vélez otro pormenor de la catástrofe. La infiel esclava no muere quemada, como en la antigua leyenda y en la comedia de Lope, sino que ella misma se arroja al Tajo después de haber confesado su crimen. [1] Dice Lista [2] que este incidente está tomado del Ariosto, pero no hemos acertado a encontrarle en el Orlando Furioso: lo que sí es cierto que el episodio de Ariodante y Ginebra (canto V) tiene alguna semejanza con la historia de Fernán Ruiz de Castro, si bien no procede directa ni indirectamente de ella.

Dos poetas modernos han vuelto a tratarla. El P. Arolas, en su leyenda Fernán Ruiz de Castro, [3] vertió fielmente el relato de Sandoval, en redondillas fáciles y suaves, pero tocadas de cierta dejadez prosaica y afeminada, que es el principal defecto de su manera, sobre todo cuando le falta el apoyo de las descripciones. Más adelante, nuestro ilustre compañero D. Ramón de Campoamor, en uno de los episodios de su poema simbólico y dantesco El Drama Universal (1867), resumió rápida y vigorosamente el mismo episodio, teniendo indudablemente a la vista la comedia [p. 40] de Luis Vélez de Guevara, de la cual tomó los nombres del conde D. Vela (a quien Lope llamó Fortún Jiménez) y de la doncella Fortuna (en Lope Isabel), y el suicidio de ésta en las aguas del Tajo.

Notas

[p. 24]. [2] . «E dom Fernam Rodriguez de Castro foy casado com dona Estevainha, filha do emperador dom Affonsso, de gaança... (*), [*. Esto es, hija de ganancia, hija natural] e fez em ella dom Pero Fernamdez de Castro, o que chamaron o castellaao. E em seendo moço pequeno aconteçeo gram cajam a seu padre dom Fernam Rodriguez, porque huuma couilheira de ssa molher dona Estevainha fazia mall com huum peom e hia cada dia ao seraao a ell a huum pomar dêsque se deitaua sa senhora, e levaba cada dia o pellote de ssa senhora vestido: e dom Fernam Rodriguez nom era entom hi, e dous escudeiros seus que hi ficarom virom-nos huumas tres noites ou quatro, e como emtrava o peom a ella per çima de huum çarrado do pomar a fazer mall sa ffazenda ssó huuma aruor. E quando chegou dom Fernam Rodriguez espediromselhe os escudeiros e foromse, e tornaron a elle outro dia e contaromlhe esta maneyra dizemdo que ssa molher fazia tall feito, e que a virom assi huumas tres noites ou cuatro, e disserom que sse fosse dalli e que lho fariam veer. E elle foyse e tornou hi de noute a furto com elles a aquelle lugar hu elle soyam a star: e a cabo de pouco virom viir a couilheyra pera aquelle logar meesmo, e tragia vestido o pellote de ssa senhora bem como soya: e dom Fernam Rodriguez foy pera lá quanto pode e trauou no peom, e en quanto o mataua fugio ella pera casa e colheosse só o leyto hu sa senhora jazia dormimdo com seu filho dom Pero Fernamdez nos braços. E dêsque Fernam Rodriguez matou o peom, emderençou pera o leito hu jazia sa molher dormimdo com seu filho, e chamtou o cuytello em ella e matoua, e dêsque a matou pidio lume, e quando a achou jazer em camisa e seu filho apar de ssy, maravilhouse e catou toda a casa e achou a aleyvosa da couilheira com o pellote vestido de ssa senhora sô o leito, e pregumtoulhe porque fizera tal feito, e ella lhe disse que fezera como máa, e elle mandoua matar e queymar por aleyvosa: e ficou com gram pesar deste cajam que lhe aconteçera, que bem quisera sa morte. E filhou outro dia e vestio huuns panos de sayall e foy perante o emperador que era seu padre della, e disse assi: «Senhor, en seemdo casado com dona Estevainha vossa filha de que siia muy bem casado e muito honrrado como muy bona dona que ella era, mateya sem mereçimento, e por esto me digo aleyvoso: pero senhor que mento, ca a matey por tal e por tall maneyra», como ja dissemos, e contoulhe a maneyra toda, «e esto senhor foy per cajam, ca nom por voomtade». E andou assy rretento alguns dias atáa que o emperador ouue a dar semtença, e a sentemça foy esta; disse: «Dom Fernam Rodriguez, eu vos dou por boo e por leall, ca este feito bem parece que foy mais cajam ca al, e assy sodes vós sem culpa, mais pero metesteme muy gram pesar no meu coraçom, mais porque era muy boa, ca por ser minha filha.»

(Edición de Os Livros de linhagens, publicada por Alejandro Herculano en los Portugalliæ Monumenta Historica, Scriptores, I , 266 . Olissipone, typis Academicis, 1860.)

[p. 26]. [1] . Aquí pone Sandoval una nota: «Pellón llaman en Castilla una ropa como mantellina, que ahora dizen rebozo.»

[p. 28]. [1] . Chronica del ínclito Emperador de España, Don Alonso VII deste nombre Rey de Castilla y León, hijo de don Ramón de Borgoña, y de doña Hurraca, Reyna propietaria de Castilla. Sacada de un libro muy antiguo escrito de mano con letras de los Godos, por relación de los mismos que lo vieron, y de muchas escrituras y privilegios originales del mesmo Emperador, y otros. Por Fr. Prudencio de Sandoval, Predicador de la Orden de San Benito... Año 1600. Con privilegio. En Madrid, por Luis Sánchez. Folios 80-83.

Cf. Tragedias de amor, de gustosso y apacible entretenimiento, de historias, fábulas, enredadas marañas, cantares, bayles, ingeniosas moralidades del enamorado Acrisio y su zagala Lucidora. Compuesto por el Licenciado Juan Arze Solórzano... Valladolid, 1604.—Zaragoza, por Pedro Verges, 1647. Folios 76 a 77.

[p. 29]. [1] . «Algunos malsines, deseando mal entre el Emperador y Rey de Francia, su yerno, hiciéronle creer que la Infanta de Castilla Doña Constanza, su mujer, no era hija legítima, sino bastarda, del Emperador. Queriendo el Rey de Francia enterarse desto, pasó a España con color que venía a Santiago: nuestro Emperador creyó ser ésta, y no otra, la causa de su venida, y salióle a recebir en Burgos acompañado de sus hijos y de todos los ricos-hombres de su Reyno, hallándose con él Don Sancho, Rey de Navarra, que aun no era casado. Fué tanta la magestad con que el Emperador recibió al Rey, que le causó admiración ver su grandeza y caballería de su corte. Hiciéronse muchas fiestas y pruebas de armas, donde se mostraron tanto los caballeros españoles, que dieron bien que ver a los franceses; porque, sin duda, con el largo curso de las armas, que tantos años habían seguido, y con que parece que qual es la inclinación del Rey, tales salen los suyos, los caballeros castellanos eran de los más valientes que en su tiempo hubo en el mundo, como en tantas y tan desiguales batallas lo mostraron. De Santiago vinieron a Toledo, donde el Emperador hizo llamamiento general de todos sus Reynos christianos y de moros: que fué mucho de ver tanta caballería y nobleza como se juntó en esa ciudad, que aun espantó más al Rey de Francia, que no había él imaginado tan poderoso al Emperador.» (Sandoval, Crónica de los cinco reyes. Pamplona, 1615; pág. 210.)

Sandoval pone en el año 1154 este viaje, del cual nada dicen las escrituras de aquel tiempo, aunque sí el arzobispo D. Rodrigo y los demás cronistas.

[p. 32]. [1] . Crónica general, edición de 1604, folios 323 vto., a 326 Cf. don Rodrigo, De rebus Hispaniæ, lib. VII, cap. IX.

[p. 33]. [1] . Parece reminiscencia del desafío histórico de D. Alonso de Aguilar y el conde de Cabra, en tiempo de Enrique IV. (Relaciones de algunos sucesos de los últimos tiempos del reino de Granada, que publica la Sociedad de Bibliófilos españoles. Madrid, 1868; páginas 69-145.)

[p. 38]. [1] . Diálogos de la Pintura, por Vicente Carducho. Segunda edición, fielmente copiada de la primera, etc., por D. G. Cruzada Villaamil. Madrid, 1865; páginas 147-148

[p. 39]. [1] . Por no conocer o no recordar acaso la comedia de Lope, Schack ensalza demasiado la de Luis Vélez, de la cual dice, que «es tan excelente en la pintura de tiernos afectos, como en la de las pasiones violentas, y en muchas escenas se levanta a la mayor altura del trágico coturno».

[p. 39]. [2] . Ensayos literarios y críticos. Sevilla, 1844; pág. 147.

[p. 39]. [3] . Poesías caballerescas y orientales. Cuarta edición. Valencia, 1871; páginas 74-84.