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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS SOBRE EL TEATRO DE... > IV : IX. CRÓNICAS Y... > XXIII.—EL MEJOR ALCALDE, EL REY

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Impresa en la Veinte y una parte verdadera de las comedias de Lope (1635), tomo póstumo, que él mismo dejó preparado para la imprenta. Es obra de su última manera y una de las más excelentes de su Teatro. Ha sido también una de las que con más frecuencia se han reproducido, ya en ediciones sueltas del siglo pasado y del presente, ya en colecciones del Teatro de Lope de Vega, entre las cuales sólo merece citarse la de Hartzenbusch en la Biblioteca de Autores Españoles (tomo I de las comedias de Lope).

Son numerosas también las traducciones. En francés hay tres: la de La Beaumelle (1829), la de Damas Hinard (1842) y la de Eugenio Baret (¿1874?). [1] Al alemán ha sido vertida por Malsburg en 1824 [2] y al polaco por Swieçicki en 1882. [3]

[p. 8] La fuente inmediata de este trágico drama está expresamente declarada por Lope en los últimos versos de él:


       Y aquí acaba la comedia
       De El mejor alcalde, historia
       Que afirma por verdadera
       La corónica de España:
       La cuarta parte la cuenta.

En la cuarta parte, pues, de la obra histórica del Rey sabio, según el texto de Ocampo, que era el que nuestro poeta seguía, se lee la siguiente anécdota del Emperador Alfonso VII:

«Este Emperador de las Españas era muy justiciero, e de como vedaua los males e los tuertos en su tierra puédese entender en esta razón que diremos aquí. Un Infançón que moraua en Galizia, e avíe nombre don Ferrando, tomó por fuerça a un labrador su heredad, e el labrador fuesse querellar al Emperador, que era en Toledo, de la fuerça que le fazíe aquel Infançón. E el Emperador embió su carta luego con esse labrador al Infançón, que luego vista la carta que le fiziesse derecho de la querella que dél avíe. E otrosí embió su carta al merino de la tierra, en quél mandava que fuesse con aquel querelloso al Infançón, que viesse qual derecho le fazíe e que gelo embiasse dezir por sus cartas. E el Infançón, como era poderoso, quando vió la carta del Emperador, fué muy sañudo e començó de amenaçar al labrador, e dixol que lo mataríe, e non le quiso fazer derecho ninguno. E quando el labrador vió que derecho ninguno non podíe aver del Infançón, tornóse para el Emperador a Toledo con letras de omes buenos de la tierra, en testimonio como non podíe aver derecho ninguno de aquel Infançón del tuerto que le fazíe. E quando el Emperador esto oyó, llamó sus privados de su cámara, e mandóles que dixessen a los que viniessen a demardar por él que era mal doliente, e que non dexassen entrar ninguno en su cámara, e mandó a dos caualleros mucho en poridad que guisassen luego sus cavallos e yríen con él. E fuesse luego encobiertamente con ellos para Galizia, que non quedó de andar de día nin de noche; e pues que el Emperador llegó al logar do era el Infançón, mandó llamar al merino [p. 9] e demandol que le dixesse verdad de cómo pasara aquel fecho. E el merino dixógelo todo. E el Emperador, después que sopo todo el fecho, fizo sus firmas sobre ello, e llamó omes del logar, e fuesse con ellos, e paróse con ellos a la puerta del Infançón, e mandol llamar que saliesse al Emperador que le llamava. E quando el Infançón esto oyó, ovo gran miedo de muerte e començó de foyr, mas fué luego presso e aduxéronle ante el Emperador; e el Emperador rrazonó todo el preyto ante los omes buenos, e cómo despreciara la su carta, e non feziera ninguna cosa por ella, e el Infançón non contradixo nin respondió a ello ninguna cosa. E el Emperador mandol luego enforcar ante su puerta e mandó que tornasse al labrador todo su heredamiento con los esquilmos. Entonces el Emperador anduvo descobiertamente por toda Galizia e apaziguó toda la tierra, e tan grave fué el espanto que todos los de la tierra ovieron por esse fecho, que ninguno non fué osado en toda su tierra de fazer fuerza uno a otro. E esta justicia, e otras muchas tales como ésta, fizo el Emperador, porque era muy temido de todas las gentes, e vivíe cada uno en lo suyo en paz.» [1]

De este relato de la General proceden, sin variante alguna que merezca ser notada, los que se leen en el Valerio de las Historias (lib. IV, tít. III, cap. III); en el P. Mariana (lib. XI, cap. II); en las dos diversas crónicas de Alfonso VII que compuso Fr. Prudencio de Sandoval, quien caprichosamente, según creo, fija la fecha del suceso en la era 1189 (año 1151), y en otros varios historiadores nuestros, antiguos y modernos, ninguno de los cuales invoca más testimonio que el de la General.

Esta pieza ha sido tantas veces y tan unánimemente juzgada, y tan fuera de controversia está su excelsa belleza dramática, que más que nuestro parecer propio ha de valer la exposición cronológica de los testimonios ajenos, verdadera corona tejida a la gloria del poeta, no sólo por manos de nuestros amigos de Alemania, [p. 10] sino también de los franceses, menos benévolos, en general, con nuestras cosas.

La Beaumelle, que escribía en 1824 y todavía bajo la influencia del gusto clásico francés, antepuso a su traducción una extensa noticia, de la cual puede juzgarse por el siguiente extracto:

«Lope de Vega anuncia que esta pieza es histórica, y así lo prueban los fragmentos de Sandoval y Mariana, relativos al hecho que nuestro poeta ha embellecido con los colores dramáticos. Puede notarse, sin embargo, que altera la historia en algunos detalles. No tengo por muy censurable la licencia que se tomó prolongando veinte y seis años la vida de la Reina Doña Urraca, porque no es muy seguro que la época en que coloca Sandoval esta expedición de Alfonso VII a Galicia sea exacta: Mariana no quiso determinarla. [1]

Hay en esta pieza unidad de acción. El poeta no se distrae de su fin principal, y aunque el interés de curiosidad esté dividido, puesto que se trata de saber cuál será la suerte de Elvira y cómo será castigado su raptor, todo está enlazado con tal arte, que no se ve más que el desarrollo de un solo hecho.

La escena pasa, unas veces a orillas del río Sil, en Galicia, otras veces en León, y dentro de un mismo acto cambian las decoraciones. Pero aun violando la unidad de lugar de una manera tan escandalosa, se ve que Lope de Vega tenía el sentimiento de ella, porque la verdad histórica, [2] según la cual Alfonso tuvo que hacer desde Toledo a Galicia un viaje de 130 leguas, presentaba a este Rey de una manera mucho más brillante. Por consiguiente, si Lope supuso que el Emperador tenía su corte en León, fué para dar más verosimilitud a la acción y para tributar parcial homenaje al mismo principio del cual se apartaba.

La acción dura próximadamente doce días; pero se puede reconocer en ella una especie de unidad de tiempo, porque es [p. 11] acción continua, porque cada uno de los lances toca, sin intervalo alguno, al precedente, y porque, si es cierto que se prolonga más allá del tiempo material de la representación, es únicamente a causa de la distancia que separa los lugares donde aparecen los personajes.

Reina además mucho arte en el modo de conducir esta pieza. Las primeras escenas participan algo del género de la poesía pastoril, para la cual Lope de Vega tenía gran talento; pero desde la mitad de la primera jornada, la intriga se hace más atractiva y el interés crece sin cesar. El poeta retarda, con grande habilidad, la consumación del crimen de Tello hasta el momento casi inmediato a la llegada del Rey. Si aquel atropello hubiese sido anterior, la pieza cambiaba de objeto: si el Rey hubiese llegado a tiempo para prevenir el atentado del Infanzón, el desenlace no podía consistir en el justo castigo del criminal.

Todos los caracteres, sin exceptuar ninguno, están trazados con grande habilidad. La justicia inflexible, la severidad, la autoridad del Rey Alfonso, no desmienten en la escena la idea que de él nos comunica la historia. El valor y la noble entereza de Sancho, el orgullo estúpido y la violencia de D. Tello, la constancía de Elvira, la flaqueza de Feliciana, la prudencia tímida del viejo Nuño, están descritos con el mismo talento, y ni siquiera en la figura burlesca de Pelayo falta aquel espíritu de fina observación que es característico de los buenos autores dramáticos.

Pero lo que sobre todo coloca en alto puesto esta obra, es el cuadro de las costumbres del tiempo en que la acción pasa. El alma del siglo XII respira íntegra en cada uno de sus versos. No fué, ciertamente, el estudio de las costumbres contemporáneas lo que pudo inspirar a Lope ese tan profundo conocimiento de los vicios de los siglos anteriores. Apenas se adivina dónde pudo adquirir tal instrucción, o más bien asombra la fuerza de su genio, que le hizo adivinar tantas verdades históricas. En El mejor alcalde reviven las diversas clases del mundo de la Edad Media, los grandes propietarios, sus domésticos y comensales, los cultivadores de la tierra, los pecheros y los siervos. Allí vemos desplegarse con [p. 12] bárbara inconsciencia la injusticia y la violencia de los más fuertes, fundadas en la convicción íntima de una superioridad de naturaleza. Don Tello habla de muy buena fe cuando mira como actos de desobediencia y de osadía la resistencia de una doncella honrada que no quiere rendirse a sus torpes deseos, y las reclamaciones de su novio, que se atreve a solicitar que se le entregue la desposada. [1] El mismo Rey, cuando ve que un aldeano muestra [p. 13] constancia y energía, deduce de aquí que debe de ser noble. [1]

No está pintado con menos vivos colores el estado anárquico de una sociedad en que las leyes son harto débiles para alcanzar a los grandes, y la necesidad en que entonces se halla la justicia de tomar las formas del despotismo, rechazando la violencia con la violencia. A Tello no le alcanza la ley: por eso tiene que morir sin forma de proceso. Esta misma necesidad social de la represión de los delitos fué la que dió origen a la caballería andante: se necesitaban bandidos de camino real para enderezar los tuertos de los bandidos que se cobijaban en los castillos.

No menos debe llamarnos la atención el espíritu sanguinario de esta época. Las amenazas de muerte, las violencias y, finalmente, el suplicio de D. Tello, de que el espectador es casi testigo, todo recuerda las imágenes sangrientas que a cada paso nos ofrecen las crónicas de esos siglos. Vemos, lo mismo que en la historia, cómo el libertinaje se unía con la ferocidad. La influencia general del siglo se muestra aun en los personajes virtuosos. Don Tello es bárbaro, pero también muestra alguna crueldad el Rey cuando le anuncia sin rodeos que le va a mandar cortar la cabeza. [2] Don Tello no respeta ni el pudor ni los esponsales de [p. 14] Elvira, pero su hermana Feliciana no le censura más que por su brutalidad, y se esfuerza en determinar a la joven a consentir en su deshonra. Elvira misma, la heroína de la pieza, no resiste [p. 15] por castidad, sino por amor a Sancho, puesto que, cuando se ha suspendido su matrimonio con él, se decide a compensarle de [p. 16] antemano la pérdida de la noche de que este contratiempo le priva. [1]

La desdichada condición de las mujeres en esta época de la civilización, o más bien de la barbarie, resalta en estos dos papeles. La abyección en que se encuentra Feliciana, hermana de un tan poderoso señor, su debilidad, su obediencia, son de una terrible verdad.

Observemos de paso que en España no existía la servidumbre del terruño, propiamente dicha. ¿Qué serían los villanos y los señores en el resto de Europa?

El estilo es tan variado como los personajes; algunas veces, sin embargo, peca de excesivamente poético y artificioso, como en la égloga con que principia el drama. En el papel de Sancho, las fórmulas bajas y serviles que el hábito y su condición humilde le obligan a emplear, forman un contraste, muy hábilmente presentado, con la energía y la nobleza de los pensamientos que expresa. A las bufonadas, a veces inoportunas, del gracioso Pelayo, juzgó conveniente Lope de Vega añadir faltas de lengua y de pronunciación. Este género de chiste no es traducible, y no se pierde mucho en que no lo sea.»

Luis de Vieil-Castel, que en la Revista de Ambos Mundos (1840) publicó un atinado examen de esta comedia, [2] que califica de una de las más bellas de su autor, resume así su juicio, después de haber expuesto detalladamente el argumento:

[p. 17] «Esta obra insigne no está acaso tan profundamente concebida como La estrella de Sevilla, pero se recomienda por un poderoso interés, que no se resfría ni un solo instante, y por la verdad de los caracteres y de los sentimientos. Es imposible personificar mejor que en el orgulloso D. Tello el insolente despotismo de un hombre poderoso y apasionado, que desprecia la Humanidad, que no ha conocido nunca los derechos de la justicia, ni sentido el freno de una autoridad superior a la suya. El viejo Nuño es el retrato fiel del estado de timidez y depresión moral a que la tiranía reduce, a la larga, las almas que la soportan. El Rey es un tipo de majestuosa grandeza, sencillo y noble al mismo tiempo. Sancho y Elvira interesan vivamente por la ingenua pureza de su amor. A excepción de algunos pasajes en que Lope se deja llevar demasiado de su vena poética, y pone en labios de los dos amantes alusiones y comparaciones mitológicas poco adecuadas al tiempo y al lugar, su lenguaje es enteramente conforme a su condición y estado. No es ya la galantería exquisita y refinada de los caballeros y de las damas de la corte; algo de primitivo y de agreste se mezcla aquí con una delicadeza que la sensibilidad verdadera puede inspirar, con una elegancia a que la poesía no debe renunciar nunca, y que sólo el verdadero poeta sabe conciliar con la naturalidad. Por una combinación diferente, pero que procede también de la feliz inteligencia del asunto, el Gracioso habla en un tono muy diverso del que ordinariamente distingue a este personaje. Lope comprendió que un criado intrigante y bufón estaría fuera de su lugar entre los campesinos de Galicia, y le sustituyó con un pastor ignorante y rudo, cuyas torpezas, aunque, a veces, algo groseras, tienen mucha fuerza cómica y no carecen de cierta verosimilitud.»

Todavía es más entusiasta el juicio de Damas Hinard, segundo traductor francés de esta comedia, y muy superior a La Beaumelle en conocimiento de nuestra lengua y en talento crítico:

«Todo el que después de haber leído la comedia de Lope, la compare con el relato de la crónica, no podrá menos de reconocer en el poeta castellano una alta discreción y un sentimiento profundo [p. 18] del arte. Ante todo, tuvo Lope la feliz idea de sustituir el despojo de una heredad con el rapto de una doncella. Con el dato de la historia no había pieza dramática posible o hubiera tenido muy poco interés. Modificando este dato encontró Lope el motivo de un admirable drama. Sólo cuando se encuentra una invención de este género es lícito decir que la poesía es superior a la verdad. Pero para lograr este género de invenciones, es preciso que el dramaturgo sea muy grande.

Todos los caracteres de la pieza, así los que la historia indicaba al poeta como los que él mismo creó, están trazados con peregrino talento. El Emperador Alfonso VII, con su justicia severa y su bondad para con los débiles y los pequeños, es realmente el justiciero Alfonso VII de la historia, es la personificación de esos reyes españoles de la Edad Media, que muy sinceramente se creían (fuese cual fuese su conducta privada) representantes de Dios en la tierra. Don Tello es el Infanzón orgulloso por su nacimiento y su riqueza, violento y sensual, que se admira de encontrarse con un rival preferido y se indigna de la resistencia de una villana. Sancho es otra figura admirablemente presentada. Su pasión es noble y poética. Su valor excita nuestra simpatía, y tiene momentos, por ejemplo en la respuesta que da al Rey cuando éste le pregunta si D. Tello ha rasgado su carta, en que muestra una elevación de sentimientos y un horror a la mentira que nos parecen de gran belleza. [1] El viejo Nuño, en quien la viveza de la ternura paternal se combina con una tímida prudencia, pues por una parte quisiera recobrar a su hija, y por otra teme ponerse mal con su señor, es un tipo de excelente observación. Las dos mujeres son todo lo que podían ser, dada la fábula. Por último, nos agrada mucho el gracioso Pelayo, tan maligno [p. 19] como ingenuo, y algunos de sus chistes son verdaderamente incomparables.

Dos personajes de la pieza, el conde de Castro y Enrique de Lara, no pertenecen al reinado de Alfonso VII, sino al de su nieto Alfonso VIII. [1] ¿Qué motivo pudo tener Lope para hacerlos entrar en su comedia? El que le eran necesarios, y antes que inventarlos, prefirió tomar de la historia sus nombres, pensando, sin duda, que así tendrían alguna más realidad y vida.

Pero acaso el principal mérito de esta pieza consiste en la pintura de costumbres. Aquí están las ideas, las creencias, la supersticiones de la Edad Media española, la organización social de aquellos tiempos. Es la pintura más cabal de un siglo enérgico y todavía semibárbaro, en que la fuerza brutal y el capricho del más fuerte decidían de todo. Se ha preguntado donde habría adquirido Lope este conocimiento íntimo de las costumbres y de los sentimientos de una época tan lejana. En primer lugar, en la historia, en las primitivas crónicas, en los antiguos romances españoles, que había estudiado con amor y que conocía mejor que ninguno de sus contemporáneos; y después, lo que no podía encontrar ni en la historia, ni en las crónicas, ni en los romances, lo adivinó con su genio. Así lo hacía Shakespeare: así lo han hecho todos los grandes maestros.»

Glosa en parte los juicios anteriores, pero no sin alguna observación nueva y discreta, Eugenio Baret, al frente de su nueva versión francesa de El mejor alcalde el Rey:

«Es seguramente una de las mejores obras de Lope de Vega, ya se atienda a la composición, ya al estilo. Su genio se muestra aquí más sobrio, más contenido que en ninguna otra parte, y casi nunca tenemos que censurar esos extravíos de imaginación que en otras producciones suyas escandalizan tanto la meticulosidad del gusto francés. La acción, bien conducida, se desarrolla con regularidad; el tono casi constantemente es natural, y el poeta [p. 20] rara vez cae en la tentación de hablar líricamente por boca de sus personajes. Siempre se mantiene fiel a la verdad humana. ¿A quién no conmoverán el amor ingenuo y profundo de Sancho a Elvira, y la constancia de los dos amantes? Los caracteres están dibujados con un vigor que sorprenderá a los que tienen el hábito de negar a la escena española en general, y a Lope en particular, el arte de pintar caracteres. La justicia inflexible, la humanidad, la actividad del Rey Alfonso, se reproducen en la escena tales como se muestran en la historia. El valor y la entereza de Sancho, el orgullo estúpido y la violencia de D. Tello, la constancia de Elvira y la debilidad de Feliciana, están pintados con el mismo talento. Y para dar a estas figuras tanto relieve no ha necesitado el artista recurrir a grandes desarrollos: le ha bastado con cuatro rasgos.

Este drama, como La estrella de Sevilla, debe parte de su interés y su grandeza a la presencia de un elemento épico muy poderoso. Si el cuadro trazado por nuestro poeta tiene menos profundidad que el de la tragedia clásica, tiene, en cambio, más extensión. Este cuadro es uno y múltiple: presenta innumerables puntos de vista. Lope pinta al hombre, y pinta al mismo tiempo la sociedad. Pone delante de vosotros personajes agitados de pasiones diversas, y por no sé qué arte particular y soberano veis surgir al mismo tiempo la sociedad entera, y lo que es más, el país donde esta sociedad se mueve, y descubrís a lo lejos sus prados y sus ríos, y sus montañas cubiertas de nieve. Esto es grande y bello como la naturaleza...

No puedo menos de llamar la atención sobre la pintura que Lope se complace en trazar de la vida de los campos en España, y de la clase de los labradores, clase admirable por sus virtudes, muy cristiana, y que, según pienso, no tiene análoga en ninguna otra parte de Europa. Esta clase es la que todavía conserva los principales rasgos que forman la nobleza del carácter nacional. En todos los países podría encontrarse un D. Tello, es decir, un gran señor que de buena fe se cree superior a los demás hombres y a la ley; pero ¿dónde encontrar un Nuño de Aibar y un [p. 21] Sancho de las Roelas, un labrador cuya casa está adornada con el escudo de sus armas, [1] un mayoral de ganados que con toda naturalidad puede jactarse de ser caballero de corazón? [2] Como vasallos leales, se inclinan con sumisión ante la autoridad de su señor; pero cuando este gran señor pretende violar el derecho de la naturaleza, encuentran en el sentimiento de su dignidad fuerza bastante para resistirle y apelan a la justicia del Rey. El gran mérito de esta pieza consiste en haber pintado, con el rigor de toque característico del genio español, ese fondo de igualdad creado por la historia, que existe en España entre todas las clases de la Nación, y que da a este pueblo una fisonomía tan original. De aquí nace también la verdad del papel de Pelayo. Pelayo es un porquerizo, está en el grado más ínfimo de la escala social; pero es español y, por consiguiente, es un hermano a quien se respeta, y que, sin cometer ninguna insolencia, tiene su puesto en la vida de familia, su parte en la conversación.

[p. 22] La comedia de Lope admite todos los matices, abarca todos los géneros. Su imaginación inagotable los había cultivado casi todos. Lope amaba con pasión la Naturaleza, y no la olvida en esta obra. El mejor alcalde es un drama, y un drama terrible. Pero la primera jornada es una égloga, y por el lugar de la escena, por la calidad de los personajes, esta égloga está llena de verdad. Los que intervienen en ella son labradores y pastores reales, tales como se los encuentra en las montañas de Galicia o en Portugal, a orillas del Tajo y del Mondego. Aquí la verdad de las costumbres se sobrepone a lo convencional del género.»

Oigamos ahora a la crítica romántica alemana, personificada para el caso en el conde de Schack: «El mejor alcalde el Rey puede calificarse de drama modelo, de cualquier manera que se le considere, por la profundidad y vigor de los caracteres, por los enérgicos contrastes que nos ofrecen el Rey, severamente justiciero, el orgulloso ricohombre y el pobre y honrado hidalgo, y por la pintura, llena de vida, de las costumbres de los siglos medios; aun el estrecho encadenamiento de las escenas entre sí, y la impresión total del conjunto, nada dejan que desear a la crítica más exigente.» [1]

«El mejor alcalde el Rey es una de las obras maestras de Lope», repite Lemcke, autor de la mejor crestomatía española que hasta el presente tenemos. [2]

En una escuela diametralmente opuesta al romanticismo es imposible omitir el testimonio de Klein, que, después de exponer ampliamente el argumento, llega, en el extremo de su entusiasmo, a decir que «esta comedia, por su agradable sencillez, por el profundo sentimiento de la justicia que revela y por su perfecta e intachable ejecución, es la obra maestra de Lope de Vega y una profunda obra de arte, que pesa tanto como mil, por lo menos, de sus dos mil piezas, sin exceptuar las más brillantes». [3]

[p. 23] Sin fundamento alguno han sostenido varios críticos que existía parentesco entre El mejor alcalde el Rey y El alcalde de Zalamea. Salvo la voz AIcalde, que aparece en uno y otro título, y haber en una y otra comedia una mujer violada y una sangrienta justicia, no puede encontrarse paridad alguna entre ambas obras, que se fundan en dos casos históricos enteramente distintos. La forma primitiva de El alcalde de Zalamea pertenece también a Lope de Vega, pero con este título y no con ningún otro. La idea fundamental de ambas obras es tan diversa como la fábula. El alcalde de Zalamea es la apoteosis de la justicia municipal, y quien la ejecuta es un magistrado democrático, padre y vengador a la vez. El mejor alcalde el Rey es la glorificación del poder monárquico, emblema de la justicia contra las tiranías señoriales. Son ideas diversas, aunque no antitéticas, y que en el desarrollo de nuestra historia y en el pensamiento de nuestros poetas se completaban. Las obras que tienen verdadera y directa analogía con El mejor alcalde son, dentro del Teatro de Lope, Los novios de Hornachuelos, El Infanzón de Illescas, y Peribáñez y El Comendador de Ocaña, tres dramas a cual más admirables; porque en esta que podemos llamar poesía política, Lope acertó siempre y se remontó a las más altas esferas a que puede llegar el ingenio poético. Siendo, pues, muy justas cuantas alabanzas se tributan a El mejor alcalde el Rey, no conviene, sin embargo, hacerlas tan exclusivas como pudiera inferirse del texto de Klein. Es una obra admirable, pero no es quizá la mejor de cuantas Lope compuso sobre argumentos análogos, como veremos al ir examinando cada una de ellas.

La comedia de D. Antonio Martínez de Meneses, El mejor alcalde el Rey y no hay cuentas con serranos, inserta en la Parte 20 de comedias escogidas (1663), es «diferente de la que hizo Lope de Vega», como se advierte en la Tabla; y en efecto, tiene distinto, aunque no muy desemejante, argumento, y la acción pasa también en tiempo del Emperador Alfonso VII.

La comedia de Lope fué refundida en los primeros años de nuestro siglo por la inteligente mano de D. Dionisio Solís, que se limitó a suprimir el papel de Feliciana, por encontrarle odioso [p. 24] e inútil. [1] Así refundida representóla Isidoro Máiquez, y fué uno de sus mayores triunfos. Moratín la cita expresamente entre las obras en que más sobresalía el émulo español de Talma.

Notas

[p. 7]. [1] . Chels d'æuvres des Théâtres Étrangers... Tome XVI. A Paris, chez Dufey, Libraire, 1829. Páginas 387-504.

Théâtre de Lope de Vega, traduit en français par M. Damas Hinard. (Bibliothèque Charpentier: la última tirada es de 1892.) Tomo I, páginas 156-216.

æuvres dramatiques de Lope de Vega. Traduction M. Eugène Baret. (París, Didier, segunda edición, 1874.) Tomo I, páginas 63-126.

[p. 7]. [2] . Malsburg (E. F. F. Otto der), Stern, Zepter, Blume (Estrella, cetro, Flor). Dresden, 1824. Con tan extraño título reúne Malsburg en este tomo, dedicado a Goethe, tres comedias de Lope: La estrella de Sevilla, El mejor alcalde el Rey (páginas 237-360) y La moza de cántaro.

[p. 7]. [3] . Feliks Carpio Lope de Vega. Komedie Wybrane. Kara-nie zemsta (El castigo sin venganza), Najlepszym sçdzia król (El mejor alcalde el Rey, páginas (95-178), Gwiazda Semilska. W. prezekladzie Juliana Adolfa Swiçcickiego. Varsovia, ed. S. Lewental, 1882.

[p. 9]. [1] . Edición de Valladolid, 1604, folios 327, vto y 328 Lorenzo de Sepúlveda versificó este capítulo de la Crónica como tantos otros (número 918 del Romancero, de Durán).

[p. 10]. [1] . Ni tampoco la Crónica General, única fuente para el caso, debió añadir La Beaumelle si la hubiese conocido.

[p. 10]. [2] . Falta que esta verdad histórica lo sea realmente, y que no se trate, como es probable, de una mera leyenda.


[p. 12]. [1] .        Yo tomé, Celio, el consejo
          Primero que amor me dió;
          Que era infamia de mis celos
          Dejar gozar a un villano
          La hermosura que deseo.
          Después que della me canse,
          Podrá ese rústico necio
          Casarse; que yo daré
          Ganado, hacienda y dinero
          Con que viva: que es arbitrio
          De muchos, como lo vemos
          En el mundo. Finalmente,
          Yo soy poderoso, y quiero,
          Pues este hombre no es casado,
          Valerme de lo que puedo.
           .....................................................
          ¿Puédese creer que así
          Responda una labradora?
           .....................................................
          Y ¡ojalá fueras mi igual!
          Mas bien ves que tu bajeza
          Afrentara mi nobleza,
          Y que pareciera mal
          Juntar brocado y sayal.
            ....................................................
          Villano, si os he quitado
          Esa mujer, soy quien soy,
          Y aquí reino en lo que mando,
          Como el Rey en su Castilla;
          Que no deben mis pasados
          A los suyos esta tierra;
          Que a los moros la ganaron.


[p. 13]. [1] .           No es posible que no tengas
         Buena sangre, aunque te afligen
          Trabajos, y que de origen
         De nobles personas vengas,
         como muestra tu buen modo
         De hablar y de proceder.

[p. 13]. [2] . Esta dureza, que ofendía el mezquino gusto de La Beaumelle, es enteramente necesaria para el efecto trágico y para el cumplimiento de la justicia inflexible y niveladora. Véase una parte de esta maravillosa escena:


                DON TELLO
         ¿Sois, por dicha, hidalgo, vos
         El alcalde de Castilla
         Que me busca?

                REY
       ¿Es maravilla?

               DON TELLO
       Y no pequeña, ¡por Dios!,
       Si sabéis quién soy aquí.

                 REY
       Pues ¿qué diferencia tiene
       Del Rey, quien en nombre viene
       Suyo?

                 INFANZÓN
       Mucha contra mí.
       Y vos, ¿adónde traéis
       La vara?

                 REY
       En la vaina está,
       De donde presto saldrá,
       Y lo que pasa veréis.

                 DON TELLO
       ¿Vara en la vaina? ¡Oh, qué bien!
       No debéis de conocerme.
       Si el Rey no viene a prenderme,
        No hay en todo el mundo quién.

                 REY
       ¡Pues yo soy el Rey, villano!
       ....................................................

                 DON TELLO
          Pues, señor, ¡tales estilos
       Tiene el poder Castellano!
          ¡Vos mismo! ¡Vos en persona!
       Que me perdonéis os ruego.

                 REY
       Quitalde las armas luego.
       Villano, ¡por mi corona,

          Que os he de hacer respetar
       Las cartas del Rey!
       ....................................................
          Venga luego la mujer
       Deste pobre labrador.

              DON TELLO
       No fué su mujer, señor.

              REY
       Basta que lo quiso ser.
          Y ¿no está su padre aquí,
       Que ante mí se ha querellado?

              DON TELLO
       Mi justa muerte ha llegado:
       A Dios y al Rey ofendí.
        ....................................................

              REY
        (Despues de oír el relato de la violada Elvira.)
          Pésame de llegar tarde:
       Llegar a tiempo quisiera,
       Que pudiera remediar
       De Sancho y Nuño las quejas;
       Pero puedo hacer justicia
       Cortándole la cabeza
       A Tello: venga el verdugo.
       .....................................................
       Da, Tello, a Elvira la mano,
       Para que pagues la ofensa
       Con ser su esposo; y después
       Que te corten la cabeza,
       Podrá casarse con Sancho
       Con la mitad de tu hacienda
       En dote...


Este desenlace es idéntico al de La niña de Gómez Arias, comedia de Luis Vélez de Guevara, refundida luego por Calderón.


[p. 16]. [1] .                 ELVIRA
       Ya eres, Sancho, mi marido:
       Ven esta noche a mi puerta.
           
                SANCHO
       ¿Tendrasla, mi bien, abierta?

                ELVIRA
       ¡Pues no!...

[p. 16]. [2] . Figura luego, como cap. IX, en su Essai sur le Théâtre espagnol, 882, Páginas 89-110.


[p. 18]. [1] .        No quiera Dios que mi agravio
         Te ofenda con la mentira.
            Leyóla y no la rompió;
         Mas miento, que fué rompella
         Leella y no hacer por ella
         Lo que su Rey le mandó...

[p. 19]. [1] . «Su hijo y sucesor», dice equivocadamente Damas Hinard, y antes que él lo había dicho La Beaumelle.


[p. 21]. [1] .          He tratado de casarme
              Con una doncella honrada,
              Hija de Nuño de Aibar,
              Hombre que sus campos labra,
              Pero que aun tiene paveses
              En las ya borradas armas
              De su portal, y con ellas,
              De aquel tiempo, algunas lanzas.
             . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
              Pero en Galicia, señores,
              Es la gente tan hidalga,
              Que sólo en servir al rico
              El que es pobre no le iguala.
             . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
         Nuño, mis padres fueron como sabes,
         Y supuesto que pobres labradores,
         De honrado estilo y de costumbres graves.


[p. 21]. [2] .        Yo sólo labrador en la campaña,
       Y en el gusto del alma caballero,
       Y no tan enseñado a la montaña,
       Que alguna vez no juegue el limpio acero...

[p. 22]. [1] . Tomo II, pág. 311 de la edición alemana; III, pág. 71 de la traducción castellana.

[p. 22]. [2] . Handbuch der Spanischer Literatur. Leipzig, 1856; III, 189.

[p. 22]. [3] . Geschichte des Drama's, X, 465.

[p. 24]. [1] . Existe otra refundición posterior (Barcelona, 1851, imp. de Mayol). La de Solís permanece inédita, como la mayor parte de las suyas.

Conozco una tragedia inédita del mismo D. Dionisio Solís (admirablemente escrita y versificada por cierto), que se titula Tello de Neyra; pero a pesar de la identidad del nombre, este Tello de Neyra nada tiene que ver con el Infanzón gallego protagonista de la comedia de Lope.