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Obras completas de Menéndez... > BIOGRAFÍA CRÍTICA Y... > CAPÍTULO VI : PROSIGUEN LOS ESTUDIOS EN BARCELONA

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Texto

«Fuí honrado por él con tales muestras de
estimación y cariño, que me dan algún derecho
para contarme entre sus discípulos predilectos.»
Menéndez Pelayo en Semblanza de Milá.

LOS PRIMEROS PREMIOS UNIVERSITARIOS Y EL PRIMER FRACASO.—MENÉNDEZ PELAYO, HEBRAÍSTA.—VUELVE A FRECUENTAR LA CLASE DE MILÁ.—UN AMOR ROMÁNTICO.—LA PRIMERA REPÚBLICA ESPAÑOLA; MOMENTOS DE ZOZOBRA.— EL PRIMER TRABAJO LEÍDO EN PÚBLICO POR MENÉNDEZ PELAYO.—DESPEDIDA DE BARCELONA; LO QUE ALLÍ APRENDIÓ.

La segunda salida para proseguir sus estudios la hizo Menéndez Pelayo acompañado de su buen padre.

Llegaron ambos a Barcelona hacia el 20 de septiembre, hospedándose en casa de D.ª Francisqueta, donde ya estaba José Ramón de vuelta; D. Marcelino Menéndez Pintado cumplió su programa de visitas a los profesores, dejó a su hijo tarjetas para aquéllos a quienes no pudo ver o despedirse de ellos, fueron a que le hicieran una foto a Marcelino, con traje nuevo y muy arregladito [20] y volvió inmediatamente a su Instituto de Santander, sin esperar las oposiciones a los premios que iba a hacer Marcelino. Sus deberes de examinador así lo exigían.

[p. 66] Los ejercicios para el premio ordinario de las asignaturas que había aprobado en junio, no tuvieron lugar hasta fines de este mes de septiembre. En los cuatro primeros escritos de Menéndez Pelayo, por Manuel Rubio y Borrás, reprodujo este celoso bibliotecario de la Universidad de Barcelona, sacando copia fiel del archivo, aquellos ejercicios de la oposición de Menéndez Pelayo [21] . Dos de ellos son verdaderamente notables, tratándose de un escolar que no había cumplido los dieciséis años, y que hubo de hacer el escrito en sólo dos horas de encierro y sin libros: el de Literatura, Historia del Teatro Español, y el de Latín, Poetas trágicos latinos. En el de Literatura Española, el tribunal mismo hace constar que ha tardado en leer el ejercicio veinte minutos, y el Sr. Rubio y Borrás añade por su cuenta otro dato más elocuente: que el escribiente a quien él encargó la copia tardó bastante más de dos horas en transcribirlo para la imprenta. Precisión de dates, de fechas, de nombres de autores y obras, citas de versos latinos y castellanos: todo hace pensar con sólo echar una ojeada por cima del escrito, que aquello se ha tenido que componer en mucho más tiempo y con libros de consulta a la mano. Es que aquel chiquillo comenzaba ya a ser, como se dijo de él mucho después, «el bibliotecario que nunca faltaba de la biblioteca, porque la llevaba siempre consigo en su cerebro».

Los otros dos ejercicios, el de Geografía y Lengua Griega, son corrientes; mucho más breves y en ellos se ve que el examinando va en fuga y con desgana: La tierra como cuerpo celeste y Verbos en μι son los temas que le toca desarrollar. En este último pone la socorrida coletilla de «apremiado por el tiempo no puedo terminar». El tribunal le aprueba el ejercicio, pero no le otorga el premio por considerar que no había tratado bien el tema. «No deja de ser esto significativo; mucho más —dice al llegar a este punto Bonilla— si tenemos en cuenta las aficiones humanísticas de D. Marcelino; y no prueba otra cosa sino lo que es notorio desde tiempos bien antiguos: que se puede saber mucho latín y mucho griego, como también [p. 67] mucho castellano, conociendo medianamente la gramática». No, no es éste el caso; lo que había ocurrido, ya lo sabemos, es que aquel Sr. Bergnes de las Casas, rector entonces de la Universidad, andaba tan ocupado, que dio muy pocas clases a sus alumnos; que el Sr. Bergnes, que sabía mucho griego, no era buen profesor; que el Sr. Garriga, que no sabía menos griego que el Sr. Bergnes, lo enseñaba mejor que éste, pero como sólo fue al final de curso para sustituir a su compañero, causó un gran trastorno a los alumnos con su nuevo método; que aquel curso de 1871 al 72, entre la Universidad ruinosa, conmociones y cambios políticos, elecciones y guerrillas carlistas, no se pudo gozar de la paz que requieren los estudios y todas estas causas dieron por natural resultado que el mejor alumno que entonces tenía la Universidad de Barcelona, no supiera suficiente lengua griega para obtener el premio de esta asignatura. El mismo Marcelino nos lo confirma refiriéndose a Bardón en la nota autobiográfica que remitió a Clarín: Fue mi verdadero maestro de griego, es decir, que hasta que no fue a Madrid no le habían enseñado griego.

En todas las demás asignaturas obtuvo el premio, y sin tener competidores más que en la de Lengua Latina, en la que opositaron con él Ramón Font y Miquel, a quien se le dio el accésit, y Andrés Badosa.

Éste de la oposición al premio de griego, es el primer fracaso de su vida de estudiante y buen disgusto le costó. El padre le escribe consolándole y le dice que lo único que ellos sienten es «el mal rato que tú habrás pasado».

En el segundo año de carrera estudió Menéndez Pelayo Literatura Griega con D. Jacinto Díaz, Historia Universal con D. Joaquín Rubió y Ors y Lengua Hebrea con D. Mariano Viscasillas. A los dos primeros profesores ya los conocemos. Tanto la Literatura Griega como la Historia Universal eran asignaturas muy fáciles para aquel chiquillo de tan portentosa memoria y que además tenía ya bastantes conocimientos de ambas asignaturas, como lo había demostrado en el ejercicio de oposición al premio de latín en el año anterior; ejercicio en el que, a propósito de los trágicos latinos y como antecedente [p. 68] necesario, presenta un resumen de la tragedia griega, y en los dos ejercicios sobre temas históricos, que, como hemos visto ya en un capítulo anterior, le tocó desarrollar en las oposiciones de premios durante su bachillerato en Santander. Se aplicó, pues, principalmente durante este curso al estudio del hebreo, que llegó a dominar con bastante perfección y del cual traduce en verso castellano poco después varias composiciones. En las hojas en blanco de las cartas de sus papás que le llegan a Barcelona, se ve dibujado el triángulo Orcheliano y notas sobre el pataj furtivo y los puntos diacríticos, y sentencias bíblicas en lengua santa.

Enriquito se queda pasmado ante las noticias que le da Marcelino en sus cartas, de que el hebreo se escribe al revés, de izquierda a derecha y comenzando por la que nosotros llamamos última página del libro. Bien se conoce que tiene un buen maestro de hebreo y que el discípulo se ha entusiasmado con la asignatura. Precisamente en este año de 1872 acababa de publicar el Sr. Viscasillas, en Leipzig, porque en España encontraba dificultades para ello, su primera Gramática Hebrea, que fue texto obligado en todas las facultades de Letras españolas.

Pero no sólo se dedicó al estudio del hebreo, sino que volvió a frecuentar, como alumno libre, la cátedra de Estética y Literatura de D. Manuel Milá y Fontanals y fomentó su trato, y, como dijo el mismo D. Marcelino bastantes años después, «penetré en su intimidad, y recogí de sus labios la mejor parte de la doctrina literaria que durante mi vida de profesor y de crítico he tenido ocasión de aplicar y exponer, y fui honrado por él con tales muestras de estimación y cariño, que me dan algún derecho para contarme entre sus discípulos predilectos» [22] .

El curso se desarrollaba con más normalidad que el anterior; la nueva Universidad, recién inaugurada, estaba limpia, ventilada y capaz para el no muy numeroso alumnado que entonces cursaba sus estudios; maestros y discípulos asistían [p. 69] puntualmente a sus clases y aunque las guerrillas carlistas continuaban en Cataluña, los chispazos no llegaban a Barcelona, que seguía su vida laboriosa.

El padre le da noticias a Marcelino de cómo marcha la publicación de su poema: «El tío Baldomero ha hablado con Galdós, quien le dice que publicará el poema». En carta de 14 de noviembre, insiste el padre en que Galdós lo publicará, pero que ahora no puede por exceso de original; más tarde le cuenta que Pereda apremia también a Galdós para que publique el poema; Galdós, por fin, termina diciendo que tendrá que dar algunos cortes. Esto hace bullir en el joven poeta el genus irritabile vatum, que, aunque algo dominado llevaba dentro, y reclama sus cuartillas. Se ha puesto tan serio que ya ni el bueno de Luanco se permite bromas con el instrumento. Se lo lee a sus profesores, incluso al grave D. Manuel y a otros amigos, y aplaudido por unos y por otros, proyecta publicarlo en Barcelona.

Claro que los gustos del chico han evolucionado bastante y tal vez interiormente no esté ya tan entusiasmado como aparentaba, con su canto guerrero. Tenía dieciséis años y tal como nos le presenta el retrato que se hizo al llegar a Barcelona, prometía ser un guapo mozo. Había espigado bastante y al adelgazar y perder los mofletes de niño bien criado, se afina y elegantiza y se le nota más cuidadoso de su atuendo y figura; sus ojos estaban más hundidos, la mirada más profunda y fija, y una leve sombra de bozo aparecía en su labio superior. Todos estos signos exteriores, y los nuevos temas en la correspondencia de los padres, algunas cosas serias que comienzan a preocuparle y que no son precisamente sus estudios, parecen síntomas claros de que este niño está dejando de serlo.

En aquel otoño fue a pasar una temporada en Barcelona una familia santanderina, muy conocida de los Menéndez, y por encargo de sus padres, Marcelino fue a visitarlos. Aquellos santanderinos llevaban consigo una hija, de la misma edad aproximadamente que el mozuco estudiante; guapa muchacha, que prometía ser una mujer hermosa, y que supo más tarde cumplir su promesa. Se encontraron, sin querer, las miradas de ambos; ella debió bajar los ojos y ruborizarse, Marcelino [p. 70] sintió un desasosiego extraño; tal vez aquella noche no durmió bien, quizá notó con sorpresa que no tenía tan fija y persistente su atención ante los libros. Pasaron unos días y volvió a hacerse el encontradizo con sus paisanos, luego fue de nuevo a visitarlos y a despedirlos cuando marcharon a Santander. Después, al quedarse solo, sin esperanzas de volver a encontrarse con ella cuando saliera a la calle; solo, sin ella que le traía tantos recuerdos de su tierruca, sintió un agridulce dolor que no sabía explicarse; soñaba por las noches allá en su cuarto de estudiante y soñaba también despierto en cualquier parte que estuviese:

La vaga imagen que en el sueño viera
Traduce el vate en la mujer que adora;
Himnos y frutos del amor tributo,
              Pone a sus plantas.
...........................................................
Tal una imagen de beldad y gloria
Yo persiguiera en infantiles sueños;
Buscó su numen mi agitada mente
            Sobre la tierra.
Y aparecióme en la tendida playa,
Donde potente se elevó
Favencia,
Reina de reyes en pasados siglos,
            Reina de naves.

Así va rimando su primer amor en estos sáficos a la Anyoransa de su dulce Epicaris, compuestos en Barcelona en 1873. Después de esta poesía, sonetos y más sonetos a I. M., con lemas latinos muy significativos: Tecum vivere liceat, tecum obeam libens (Hor., lib. III, 9); Ulcus enim vivescit et inveterascit alendo (Lucr., IV, 1061); Tu modo sola places, nec iam te praeter in urbe — fermosa est oculis ulla puella meis (Tìb., Eleg. IV, 3.ª, v,. 3 y 4); Interea dum fata sinunt jungamus amores (Tib., Eleg. I. 1.ª, v. 69).

Y debajo de cada composición aquella firma de lazo que parecía una palomita volando y que llevaba en sus alas, bien repartida la carga a babor y estribor, esta frase: donec vivam, o I. M., es decir, las iniciales del nombre de aquella jovencita [p. 71] que había despertado su primer amor. ¡Dios mío! ¿Qué genio habrá que no haya cometido alguna cursilada en su vida?

Aquel muchacho era un romántico perdido, hasta se iba olvidando ya de las hazañas de D. Alonso de Aguilar; dejaba la trompa bélica para coger la lira y cantar ahora los dulces sentimientos amorosos que le embargaban. Estos amores, que creo que no llegaron a manifestarse nunca más que en estas efusiones líricas, anidaron melancólicamente en su alma durante su vida de estudiante en Barcelona y Madrid; todavía, en 3 de agosto de 1876, firmaba unos elegantes dísticos latinos dirigidos a I. M.:

Mihi dulcis amorum sedes, pulcherrima virgo,
       Quae facie praestas venustiore deas
..........................................................................

Sospecho que esos amores se fueron disolviendo en los versos sonoros y bien rimados, que por aquella época componía Marcelino; ni una carta de correspondencia de Isabel Martínez, ni un dato indicador de que el joven poeta le enviara sus composiciones, ha podido hallarse. Hasta su nombre se ignoraba; fue Artigas el que nos lo reveló en su libro sobre La Vida y la Obra de Menéndez Pelayo.

Aunque él no dejaba de trabajar mucho, los amores le traían inquieto y con ganas de volver pronto a su tierra; pero la cosa se iba poniendo cada vez más fea: la guerra se extendía desde Cataluña hacia las provincias del Norte y Marcelino veía ya otra vez cortado su regreso a Santander para cuando llegase el verano. «No te apures —escribe el padre—, ya buscaremos medio de traerte aunque sea por Francia». Esto lo decía para animar al chiquillo, pero otra le quedaba dentro. También él estaba muy preocupado, tanto, que ya a fines de enero del 73 se ve obligado a confesar: «La guerra va tomando proporciones serias... y te aseguro que si lo hubiera previsto no te hubiera llevado este año a ésa».

Mal cariz iban tomado, en efecto, los acontecimientos; no solamente era la guerra carlista que se extendía [p. 72] recrudeciéndose en el Norte, sino otra serie de hechos significativos que nos iban llevando a la más espantosa situación.

El 11 de febrero, aquel rey italiano, mal visto siempre por el pueblo español, que le llamaba Macarronini I, abandonado de todos, hasta del mismo Ruiz Zorrilla, que había ido a buscarle a Italia, deja la corona, que se había ceñido de mal grado, y se proclama la primera república española. Inmediatamente viene la sublevación cantonal, sainete trágico, en que hasta los villorrios soñaron con un gobierno federal o independiente; crímenes por todas partes, la indisciplina en los cuarteles y el que bailen, que pedían los soldados a sus oficiales; la indisciplina también en la escuadra, cuyos barcos arbolan su banderín de independencia; un Presidente de la República que huye diciendo «ahí queda eso», los que le suceden que no tienen nervio en la mano para empuñar las riendas del Poder, ciudadanos con espadones y morrión dando órdenes a capricho, la anarquía desenfrenada, soez y sangrienta en todas partes, para decirlo en pocas palabras.

¡Qué intranquilos estaban aquellos cariñosos padres y qué desasosegado también Marcelino! «Si las cosas siguen como hasta ahora será imposible que el curso próximo puedas ir a ésa»... «si algo ocurre que no salgas de casa».

Afortunadamente la vida académica en Barcelona se desenvolvió con relativa tranquilidad. El 23 de abril, el Ateneo Barcelonés conmemoró el aniversario de Cervantes con una velada pública, en la que tomó parte Menéndez Pelayo desarrollando el tema: Cervantes considerado como poeta. Era su primera actuación en público y obtuvo muchos aplausos en la sala, y elogios de la prensa [23] .

Satisfecho con su triunfo envía una copia del trabajo a sus padres y les dice que procuren que se lea en alguna velada del Ateneo de Santander. El padre le enseña el escrito a Pereda, a D. Francisco, a Juanito, a los profesores y amigos, y todos se hacen lenguas de la erudición y elegancia con que escribe aquel [p. 73] chiquillo. D. Victor Setién, el buen maestro de primeras letras de Marcelino, publica un suelto, refiriéndose a la velada barcecelonesa, en La Voz del Magisterio: «Nuestro querido discípulo, de dieciséis años, D. Marcelino Menéndez Pelayo, leyó una memoria... etc. Reciba nuestra sincera y cariñosa felicitación nuestro querido discípulo y recíbala también su apreciable familia, que con tanto acierto ha sabido dirigir la educación de su querido hijo».

En cambio, D.ª Jesusa, al poner unos renglones en la carta del papá, en la que le dice éste a Marcelinito que su discurso «ha sido el mejor presente que has podido hacerme en el día de nuestro santo», añade por su cuenta: «Recibimos la composición a la memoria de Cerbantes (sic) y siento decirte lo que dijo aquel lugareño a otro cuando le enseñaba su pueblo: en este lugar no se tocan las campanas, la primera razón porque no las hay. Lo mismo le sucede al Ateneo, pues murió hace tiempo».

«Como siempre estás en belén (sic) como un insensato, veo que te olvidas hasta de tu buen santo y de felicitar a tu papá.» Y aquella madre, que tanto le moteja de insensato y distraído, lloraba mientras tanto, mirando la estantería de su hijo que le traía tantos recuerdos. —¡Esto—dice—sólo las madres pueden entenderlo!».

Llegaron los exámenes e hizo sus ejercicios Marcelino, ejercicios, sin duda, brillantes; pero como la república había suprimido las notas superiores, no pudo obtener más que aprobado en las tres asignaturas de aquel curso. Las pruebas para los premios ordinarios, siguiendo la costumbre ya establecida en aquella Universidad, no tenían lugar hasta fines de septiembre, así que el 10 de junio está esperando ya a ver si terminan los exámenes los de Llamosa para hacer el viaje de regreso con ellos. Marcelino sentía una mezcla de alegría y pena a la vez; pensaba que pronto volvería a abrazar a sus padres y hermanos, que vería también a su Belisa, a los maestros y amigos de la infancia, su querida tierruca, y se le alegraba el alma; pero se le partía al mismo tiempo al considerar que aquella despedida de Barcelona y de algunos de los profesores a [p. 74] quienes más debía, de aquellos amigos con quienes había convivido y discutido tanto, que le habían aplaudido sus versos, de todos aquellos compañeros que se sentaban junto al desmedrado Árbol de la Libertad y a quienes él leía o recitaba algunas de las Escenas Montañesas de Pereda, aquel adiós a tantas cosas entrañables, quizá no fuera para dos o tres meses, sino para años, tal vez para siempre.

Se trataba con los más eminentes profesores que tenía entonces aquella Universidad, había asistido a algunas reuniones de la Academia de Buenas Letras y presenció unos Juegos Florales, donde conoció a los literatos que entonces bullían en Cataluña.

Sus ilusiones poéticas, a pesar de las rechiflas de Luanco con el instrumento, se veían alentadas por los amigos y por los profesores, a quienes había recitado su famoso poema.

Los dos años que tenía cursados en Barcelona habían contribuido mucho a darle, más que unas enseñanzas que quizás hubiera podido adquirir también en otras Universidades, una formación básica y fundamental que le duraría toda la vida. Barcelona, y como Barcelona Cataluña entera, comenzaba a metérsele en el corazón.

Por fin, se pusieron en camino los estudiantes santanderinos y, sin bajar a Valencia, como primeramente pensaron, hicieron el viaje por Zaragoza y Madrid y llegaron felizmente a Santander a mediados de junio, sin peripecia alguna en el camino, ni tropiezos con las guerrillas carlistas, ni distracciones de Marcelino.

Al llegar a Santander se encontró con una novedad: los padres ya no vivían en Rúa Mayor, la calle donde nació Marcelino, y en la que habían vuelto a habitar después de varios traslados; se habían mudado a una «linda casa de campo que Manuel Cabrero tiene en la Florida; ayer hemos dormido ya en la nueva habitación», le escribe el padre en 12 de junio de 1873. No era esta casa el chalet, hoy contiguo a la Biblioteca, sino otra del mismo barrio de la Florida.

El verano de 1873 en Santander estuvo desanimado; por [p. 75] una parte, ya no había Rey con corte que viniera a darle prestancia; por otro lado, aunque la anarquía se iba dominando, y las aguas desbordadas volvían de nuevo a su cauce, la gente estaba temerosa y sin ganas de salir de sus casas. Marcelino trabajó mucho; hizo versos y más versos a su Belisa, leyó gran número de libros, todos los que había ido enviando durante el curso desde Barcelona; se preparaba para hacer las oposiciones a los premios ordinarios de las asignaturas; pero llegó el momento de volver a reanudar las enseñanzas y el padre no quiso que su hijo estudiara más tiempo en Universidad tan apartada de Santander, en aquellos días de zozobras y sobresaltos; ni siquiera para opositar a los premios consintió que volviera allá.

Notas

[p. 65]. [20] . Es el que figura en las páginas de este libro con el título de Menéndez Pelayo a los 15 años.

 

[p. 66]. [21] . Rubio y Borrás, Manuel. Los cuatro primeros escritos de Menéndez y Pelayo y su primer discurso. Barcelona. Edit. Gili, 1913.

[p. 68]. [22] . Semblanza de Milá y Fontanals, en Obras Completas de Menéndez Pelayo (Edición Nacional). Estudios de Crítica Histórica y Literaria, tomo V, pág. 136.

[p. 72]. [23] . Puede leerse este discurso en Obras Completas de Menéndez Pelayo (Edición Nacional). Estudios de Crítica Histórica y Literaria, vol. I, página 257.