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Obras completas de Menéndez... > BIOGRAFÍA CRÍTICA Y... > CAPÍTULO V : INTERMEDIO POÉTICO

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Texto

Su pegaso más que espuela necesita freno.
Valera en el prólogo a Odas, Epístolas y
Tragedias.

EL POEMA DE «DON ALONSO DE AGUILAR EN SIERRA BERMEJA».— CONCIENZUDA DOCUMENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA PARA ESCRIBIRLO.—PROPÓSITOS DE PUBLICIDAD.—LECTURA EN PÚBLICO.—MARCELINO, «UNA GLORIA DE LA PROVINCIA».

El día de San Pedro estaba ya el estudiante en Santander. Lo primero que hace, después de abrazar a todos los suyos, es dar un vistazo a la nueva librería que le había construido su padre y ordenar todos aquellos libros que en paquetes del correo o en cajas por los barcos de cabotaje había ido remitiendo desde Barcelona a Santander; es costumbre que no va a perder ya cuantas veces regresa a su hogar. Sus amados libros lo primero.

Su padre le tenía pulcramente transcritos los cuatro cantos del Poema de D. Alonso de Aguilar en Sierra Bermeja, aquel poema que comenzó en Santander, en el último curso de su bachillerato y lo había dado por terminado antes de marchar a Barcelona. «Comenzóse este poema —dice en una de las cuartillas autógrafas— a 15 días del mes de mayo de 1871 en Santander», y al final de otra escribió: «Acabóse este poema a 12 días del mes de Setiembre de 1871 en Santander». El poema, en esta fecha, no tenía más que tres cantos y una Invocación [p. 60] en que, siguiendo la tradición de los poemas clásicos, pide aliento a las musas para cantar las hazañas de D. Alonso de Aguilar.

Oh musa celestial, tú que cantaste
La cólera del hijo de Peleo,
Tú que al piadoso Eneas celebraste
Cuando surcó las ondas de Nereo,
Y al desterrado Dante acompañaste
En las negras orillas del Leteo,
Del Averno los antros recorriendo
Al divino Virgilio en pos siguiendo.
........................................
Préstame, oh musa, tu sagrada lira,
La lira que pulsó el divino Herrera
Cuando la triste Lusitania mira
Llorar su error del Tajo en la ribera...
........................................
Quiero alzar a mi patria un monumento
Que el tiempo no destruya, ni el olvido,
Que si humilde es mi voz, débil mi acento,
Grande es el de Aguilar y esclarecido.
........................................................

Éste es el poema que tanto había ido limando durante su estancia en Barcelona, después de declamar las estrofas en los claustros universitarios, ante sus condiscípulos que le aplaudían, y volver una y otra vez los versos al yunque experto de D. Joaquín Rubió.

En Barcelona le había añadido un canto más que sirviera de Introducción y en el que tomando las cosas ab ovo pinta:

A la horrible discordia fementida,
Que llamas arroja por su vista ardiente;
A la discordia con la sien ceñida
De sangrientos cabellos de serpiente.

A la discordia que todo lo añasca y envenena y que por mandato de Satanás va a tentar «al padre y bronco del linaje [p. 61] humano» y hace que todas las naciones del oriente olviden al verdadero Dios y se entreguen a la idolatría; que sumerge en crímenes abominables a Grecia y Roma, y lanza a Atila con sus legiones sobre el inmenso imperio de los Césares, que al ver después en España «la cruz que Recaredo alzado había» impulsa a los hijos del Yemen cual torrente para invadir nuestra patria:

Y rindieron las cuchillas agarenas
Cuanto circunda el mar y el Betis baña;
Su indómita cerviz a las cadenas
Del hijo de Ismael dobla la España.

A su padre, a Juanito y hasta a D. José María de Pereda les gustaba mucho el poema de Marcelino; tenía estrofas muy bien cortadas y rotundidad en la versificación y el tema era muy patriótico y original, pues aunque algún romance popular hiciera alusión al hecho, la muerte heroica de D. Alonso en Sierra Bermeja no había sido cantada por ningún poeta. Tenía que publicar el poema; y puestos ya de acuerdo Pereda, el tío Juan y el padre del joven poeta, comenzaron las gestiones para ello. ¡Qué más tenía que oír Marcelino! Desde el año anterior que lo terminó había puesto ya hasta una portada, que se ha encontrado entre sus papeles, y reza así:

Obras de Marcelino Menéndez y Pelayo
D. Alonso de Aguilar
en
Sierra Bermeja
Poema heroico en octavas reales
de
Marcelino Menéndez y Pelayo
Bachiller en Artes

Van adjuntos el poemita, traducido de los Metamorfóseos de Ovidio y titulado: Píramo y Tisbe. La traducción de la [p. 62] Égloga VIII de Virgilio y diferentes poesías del autor.

Primera edición con notas.
Santander, 1871.

El poema lo habían leído también D. Francisco Ganuza y D. Víctor Oscáriz, el catedrático de Retórica del Instituto, y otros profesores, y todos hacían de él y de su autor grandes elogios.

Marcelino dio todavía algunos retoques, y no olvidando que el poeta que trata un asunto histórico debe atenerse a la realidad de los hechos, sin dejar volar la fantasía más allá de lo que éstos consienten, escribe también una preciosa Advertencia Histórica, en la que se ve claramente cómo había procurado documentarse bien, antes de coger la pluma. Allí Luis Mármol de Carvajal en su Historia de la rebelión y castigo de los moriscos de Granada, Gonzalo Fernández de Oviedo en sus Quinquagenas, Bleda en su Crónica de los moros en España, la Historia de la dominación de los árabes en España, de Conde y la Historia de la Guerra de Granada, de Hurtado de Mendoza y Ginés Pérez de Hita con su Historia de las Guerras Civiles de Granada y el Romancero General y la Historia de Los Reyes Católicos, del Cura de los Palacios y los Anales de Sevilla, de Ortiz de Zúñiga y los Anales de Aragón, de Zurita y la Historia de Carlos V, de Sandoval y Garibay y Prescott y Hernando de Baeza: en una palabra, todo el aparato histórico que se puede desear para documentarse bien en una monografía de esta índole. Todo eso manejado muy seria y concienzudamente por un chiquillo que no ha cumplido los dieciséis años.

Otra vez el aura popular de su tierra, después de los triunfos en los estudios del bachillerato, halagaba los oídos de Marcelino: ¡El hijo del Sr. Menéndez es un muchacho extraordinario; dicen que ha llamado la atención de sus profesores en Barcelona y que ha compuesto un poema de muchos versos que le va a dar gran fama! Esto es lo que se comentaba en los centros y tertulias, donde hubiera algunos hombres de letras. Y corrió tanto la voz y eran tales los deseos de conocer el famoso poema de Marcelino, que poco después, el 18 de octubre de este año [p. 63] de 1872, aprovechando una velada que se dio en un flamante Ateneo que por entonces había en Santander, el Sr. Palencia leyó en ella parte del poema. El catedrático Sr. Oscáriz, que hace la reseña, dice que la composición «tiene un sabor clásico legítimo, una elevación homérica, la propiedad de la frase, la selecta erudición, la cadencia del metro y otras bellezas literarias, cuya enumeración requiere un análisis especial y detenido». Marcelino había triunfado en su pueblo, algún periódico local le proclama ya una gloria de nuestra provincia.

Pero hagamos por ahora punto en este asunto, que ya veremos más adelante cómo terminó y las desazones que al joven poeta le proporcionó el poema.

Aquel verano, sin abandonar sus estudios ni la preparación para los premios extraordinarios en las asignaturas que había cursado en Barcelona, se divirtió mucho con todos sus hermanos y con Primitivo, el hijo del tío Evilasio, que vivió con ellos mientras cursaba los estudios de náutica. Santander estaba animadísimo; el nuevo rey veraneó en esta ciudad y Marcelino le había visto pasearse con sus ministros, con Ruiz Zorrilla, con Echegaray; por la plazoleta del Pañuelo, del Sardinero, y había conocido también de vista a varios personajes de gran cuenta, que, atraídos por la estancia de Don Amadeo, vinieron a la capital de Cantabria, y aun a algunos de los literatos de renombre y fama, entre éstos a D. Fermín Caballero, que se hospedaba en la Fonda de Zaldívar y enviaba crónicas sobre la Montaña para La Ilustración Española y Americana y que poco después, en 1875, cita a Menéndez Pelayo con elogiosas palabras en su libro sobre Juan de Valdés, entre las personas que le han prestado ayuda; y a D. Julián Apráiz, catedrático del Instituto de Vitoria, que, como él mismo escribió más tarde a D. Marcelino, «acariciado por las brisas del Sardinero por más de un mes, trabajé algo en mis Estudios helénicos en España», libro que después plagó de notas y observaciones marginales Menéndez Pelayo en el ejemplar que se guarda en su biblioteca de Santander.

Notas