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Obras completas de Menéndez... > BIOGRAFÍA CRÍTICA Y... > CAPÍTULO I : LA TIERRA Y LOS ASCENDIENTES

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Civis romanus sum.

(Invocación del derecho de ciudadanía romana).

EL SANTANDER EN QUE NACIÓ MENÉNDEZ PELAYO.—SU ENTUSIASMO POR «LA TIERRUCA».—VERSOS A LA MONTAÑA.—LA ASCENDENCIA ASTURIANA POR LÍNEA PATERNA.—MONTAÑÉS Y CARREDANO POR SU MADRE.

No es muy exacto afirmar que el Santander en que nació Menéndez Pelayo fuese, como se ha dicho por algunos biógrafos, el Santander que pintó Pereda en Sotileza, aquel Santander que recordaba el novelista a ojos cerrados, con sus calles tortuosas y casas desmedradas, con sus marineros «de ambiente salino en la persona, en la voz, en los ademanes y en el vestir desaliñado»....«Aquel Santander sin escolleras ni ensanches, sin ferrocarril ni tranvías urbanos, sin plaza de Velarde y sin vidrieras en los claustros de la catedral, sin hoteles en el Sardinero, sin feria ni barracones en la Alameda Segunda». Precisamente por entonces, hacia mediados del siglo XIX, es cuando Santander, como otras muchas ciudades españolas y principalmente las marítimas, da el primer estirón y crecimiento en la vida moderna, dejando atrás ese tipismo, todo ese residuo de vida medieval ciudadana, que, acosado por los progresos materiales y la comunicación creciente entre los pueblos, se refugió, hasta bien entrado el presente siglo, en la paz de las aldeas [p. 2] y hoy ya no se encuentra más que en el teatro o la novela, en las un poco falseadas exhibiciones folklóricas o en exposiciones de museos.

La navegación de cabotaje y el comercio con ultramar estaban en gran auge. Regresaban a la patria algunos indianos enriquecidos, que levantaban más cómodas y bellas viviendas; se establecía con regularidad el comercio con el interior; los jándalos montañeses dejaban montado su negocio de exportación de vinos en Andalucía; circulaba la correspondencia franqueada con sello desde 1850; poco después se expedían partes telegráficos, asomaba el tren a Reinosa y se precipitaba peñas al mar cargado de viajeros que venían a tomar los baños de ola que se anunciaban en la Gaceta Oficial. En 1857 se fundaba el Banco de Santander y comenzaba la financiación de algunas empresas que aún hay subsisten. El gas del alumbrado rompía las tinieblas de la ciudad y en compañía de las fuentes públicas, se metieron de rondón ambos en las viviendas de los santanderinos, llevándoles luz, calor y limpieza.

Y en cuanto a la cultura literaria tampoco iba a la zaga de estos progresos: se publicaban con regularidad periódicos informativos como El Boletín de Comercio; existía el Instituto Provincial Cantábrico, donde no sólo se estudiaba el bachillerato, sino las carreras de náutica y comercio; había Escuela Normal y escuelas gratuitas para niños y adultos, diez escuelas de pago para niños y trece para niñas, según dice Madoz en su Diccionario Geográfico; un teatro, El Principal, en el que se representaba gran parte del año; un Hospital, verdadera cátedra práctica de medicina, y la canonjía compuesta de muy cultos varones; y por añadidura toda esa floración espontánea, tan de siglo XIX, de sociedades literarias, de tertulias en algunas librerías y tiendas céntricas. Célebres llegaron a hacerse la librería de Fabián Hernández, la guantería de Alonso y más tarde la tienda del óptico Basáñez.

La tan traída y llevada frase de Pereda, de que en Santander no había por esta época más libro que el mayor de los escritorios del Muelle, no era sino una humorada del gran novelista, que tal vez recordaba aquella otra boutade de Cánovas del [p. 3] Castillo de que los malagueños no conocían más letras que las de cambio. Hay que perdonar a los genios su costumbre de hacer frases y transformarlo todo en literatura, aunque alguna vez sacrifiquen en el altar de Momo a la severa Clío.

La transformación cultural que estaba experimentando Santander bien de manifiesto quedó en aquella generación de escritores que por entonces aparecieron y de la que fueron astros mayores el mismo Pereda y Amós de Escalante; y también en todo el ambiente cultural y literario que se percibía, no sólo entre los dedicados a estudios y profesiones liberales, sino aun entre los menos letrados. Por eso pudo escribir años después D. Marcelino en La Ciencia Española: «Al cual caballero debe de parecerle portentosa hazaña traducir del inglés un libro, supuesto que añade muy orondo, directamente, como si se tratase del persa, del chino o de otra lengua apartada de la común noticia, siendo así que hay en España ciudades, como ésta en que nací y escribo, donde son raros los hombres y aun mujeres de alguna educación que más o menos no conozcan el inglés y no sean capaces de hacer lo que el señor traductor ha hecho». Tan fuertemente arraigada debió de quedar entre las gentes del comercio y aun entre sencillos menestrales esta afición a las letras que, aun hoy día, perdura en Santander, y no es rara avis, como en otras partes, el industrial que, después de cerrar su establecimiento, plumea con soltura un artículo para el periódico de la mañana siguiente, o nos sale de vez en cuando con algún libro de erudición o de amena literatura.

Don Marcelino Menéndez Pelayo fue siempre un entusiasta panegirista de su tierra y de sus gentes. No pierde ocasión en sus libros para poner de manifiesto la heroica resistencia de los cántabros a las legiones romanas, la cooperación de los montañeses con su almirante Bonifaz en la conquista de Sevilla, la parte que les cabe en el descubrimiento y conquista del nuevo mundo con Juan de la Cosa a la cabeza, la historia de tantos «montañeses, soldados, navegantes, descubridores en todo clima y bajo todo cielo».

Y si se trata de literatos no deja de recordarnos a cada paso [p. 4] no solamente los más ilustres de la Montaña [1] sino todas aquellas grandes figuras de nuestras letras que más o menos directamente de aquí proceden: El Marques de Santillana, Lope de Vega, Calderón, Quevedo.

Él es, en su juventud, incansable cantor de esta tierra «de los montes y las olas», donde puso Dios:

auras de libertad, tocas de nieve
y la vena del hierro en sus entrañas;
tejió del roble de la adusta sierra
y no de frágil mirto su corona;...

canta su mar:

Titán cerúleo que la yerta gente
hace temblar de la postrera Tule,
y cabalga entre nieblas y borrascas;

canta su ciudad querida y le desea toda clase de venturas felices:

¡Salve, reina del mar, Sidón ibera,
Puerto de la Victoria apellidada
por el romano triunfador Augusto,
cuando del fuerte cántabro imponía
el yugo a la cerviz! ¡Puerto sagrado
por las reliquias que en tu templo guardas!
Crezca en gloria y poder el pueblo tuyo,
dilátense tus muelles opulentos
y traigan tus alígeros bajeles,
en cambio al trigo que te da Castilla,
de la tórrida caña el dulce jugo
o del café los vigilantes granos,
o la hoja leve que en vapores sube
y como la esperanza se disipa.
[p. 5] Y cuando está lejos de esta amada tierra natal siente honda nostalgia de ella:
Volaba el pensamiento a mis montañas,
envueltas como vírgenes druidesas
en el cendal de sus intactas nieves;
y ver me parecía,
cual célticos titanes evocados
de los abismos de la mar rugiente,
con el martillo de su dios ingente,
para atajar el paso
del procónsul latino
o del normando asolador pirata,
las rocas de la orilla que hoy corona
inextinguible y bienhechora lumbre.

Tan entusiasta era D. Marcelino de su tierruca, tan en el alma la llevaba siempre que, como cuenta su amigo Antonio Rubió, cuando alguien le preguntaba, allá en sus años mozos de estudiante en Barcelona, de dónde era, pronunciaba un soy montañés con el mismo arrogante orgullo con que un quirite de la época del imperio pudiera pronunciar el civis romanus sum.

* * *

Don Marcelino Juan Menéndez Pintado, padre de Menéndez Pelayo, había nacido en Castropol, en 26 de abril de 1823, día de San Marcelino. Fue el sexto hijo de los once que le nacieron a D. Francisco Antonio Menéndez y Menéndez, natural de San Julián de Lavandera, concejo de Gijón, de su matrimonio con D.ª Josefa Pintado Fernández de la Llana, natural de Oviedo. Se deduce de estos antecedentes que no por raigambre de sus mayores, sino por accidente en la vida algo trashumante de su padre, administrador de correos, vino al mundo D. Marcelino Menéndez Pintado en este bello pueblo de Castropol, junta a las hermosas márgenes del Eo y lindando ya con Galicia. Cinco hermanos mayores que D. Marcelino Menéndez Pintado eran asturianos como él, nacidos en Castropol. Los otros, montañeses, nacidos en Torrelavega. (D. 1).

[p. 6] Doña Jesusa Pelayo y España, madre de Menéndez Pelayo, había nacido en Santander en el año 1824. Fue el primero de los cinco hijos de la unión matrimonial de D. Agustín Pelayo y Gómez de la Llanosa, natural de Tezanos, en Santa María de Carriedo, y de D.ª Josefa de España y Rodríguez de la Vega, natural de Palencia, que vino al mundo en esta ciudad por alguna circunstancia de la vida de sus padres, pues ambos eran del valle de Carriedo. (D. 2).

Procedía, pues, D. Marcelino Menéndez Pelayo por línea paterna del riñón de Asturias y por la materna del corazón de la Montaña de Santander. Los personajes de una y otra línea que, aparte de la íntima familia, han de figurar más o menos en esta biografía, son los siguientes: sus tios paternos Baldomero, Perpetua y Antinógenes, y su prima Concha Pintado; y los tíos maternos, Juan, Fermina y Gala Pelayo.

Notas

[p. 4]. [1] . Con los Estudios biográficos sobre Escritores Montañeses se ha formado un grueso volumen de las Obras Completas de Menéndez Pelayo, editadas por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Tomo VI de Estudios y Discursos de Crítica Histórica y Literaria.