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Obras completas de Menéndez... > BIBLIOTECA DE TRADUCTORES... > III : (MALÓN - NOROÑA) > NOROÑA, EL CONDE DE

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Texto

N

«El Excmo. Sr. D. Gaspar María de la Nava Álvarez de Noroña, nació en la villa de Castellón de la Plana, el 6 de mayo de 1760. En 1766 fué nombrado caballero paje del rey, en 1778 capitán de dragones del regimieno de Lusitania. Distinguióse en el sitio de Gibraltar y estuvo a punto de perder la vida en el navío Paula, que se colocó en primera línea en el combate llamado «de los empalletados». Hecha la paz con Inglaterra, el Conde de Noroña fué nombrado enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en la corte de San Petersburgo. En 1792 tomó parte en la guerra contra la república francesa, militando en el Rosellón a las órdenes del general Ricardos. Dotado de excelentes prendas militares, llegó al alto grado de teniente general, y con tal carácter mandó un cuerpo del ejército español en la guerra de la Independencia. Obtuvo sobre los franceses la señalada victoria del Puente de San Payo.

»Murió el Conde de Noroña en Madrid, a principios del año 1815». (Vide Fuster. Biblioteca Valenciana, tomo II. Cueto. Poetas líricos del siglo XVIII, tomo II.)

Sus graves tareas militares y diplomáticas no fueron parte para alejar al Conde de Noroña del cultivo de las letras. Sus obras son:

Mudarra González. Tragedia. (No Madama González, como por error escribió Fuster.)

[p. 412] El Hombre marcial. Comedia.

El Cortejo enredador. Comedia, ambas en prosa.

Análisis de la Cristiada del P. Hojeda (Ms.).

Poesías líricas. Madrid, 799, imprenta de Vega y compañía. Dos tomos en 8.º

Hay en esta colección poesías de todas clases y en gran número. La mayor parte son flojas y de escaso mérito. Comienza el tomo primero por una serie de anacreónticas, inspiradas, como las de tantos otros poetas del siglo pasado, por un espíritu de rutinaria imitación. A la verdad falta aliento para leer tantos y tantos versos, sin calor en los afectos ni energía en la expresión, consagrados a decir siempre una misma cosa, admirablemente dicha en griego por Anacreonte y felizmente repetida en castellano por Villegas y por Meléndez. Nada hay que más fastidio cause ni más empalague que ese género falso y artificial, ajeno a nuestras costumbes, frío y hasta ridículo. Porque Anacreonte dirigió a su paloma una oda bellísima, modelo de gracia y delicadeza, no ha habido poeta anacreóntico que no haya cantado una y cien veces a las palomas, llegando a tal punto la prolijidad y el enfado, que el mismo Meléndez dedicó nada menos que 31 odas a la palomita de Filis, bellísimamente escritas, pero que cansan y rinden la paciencia del lector más esforzado. Las anacreónticas del Conde de Noroña son en general frías y prosaicas, hay algunas insípidas y pueriles, como la que lleva por título Un borracho; otras tienen cierta facilidad y gracia descriptiva, como la dirigida «a una mosca». A las ancreónticas suceden las silvas; exceptuando dos de ellas, las demás son verdaderamente detestables, pura y purísima prosa francesa con palabras castellanas. Ni una idea nueva, ni un pensamiento poético. ¿Qué había de suceder escogiendo modelos tan frívolos e insustanciales como Dorat, con quien le compararon sus contemporáneos? Terminadas las silvas, vienen las canciones, así llamadas por estar escritas en estancias largas, a la manera de los toscanos. Son bastante mejores que las composiciones antecedentes; en especial hay una titulada Dichas soñadas muy superior al resto de sus poesías; parece imposible que sea suya. Sigue una colección de odas horacianas, por más que no tengan mucho sabor a Horacio. Hay dos verdaderamente notables, únicas muestras que nos ha dejado Noroña de su [p. 413] aptitud para la poesía elevada; la primera está dedicada a cantar la batalla de Trullas, y la segunda la paz de 1795. Las demás son bastante regulares, aunque afeadas a veces con frecuentes resabios de prosaísmo. Cierra el primer tomo un poema burlesco titulado La Quicaida, excesivamente largo, pues consta de ocho cantos, pero escrito con facilidad y gracia.

Entre las poesías del tomo segundo apenas hay una tolerable; letrillas, endechas, odas, romances y décimas a cual más insípidas y prosaicas; una égloga y dos idilios, repetición perpetua de temas gastados; tres epístolas, a la verdad abominables; cinco elegías eternas y soporíferas, varios juguetes de poquísima sustancia y una frigidísima disertación sobre la muerte, que el autor llamó «poema filosófico»: he aquí lo que nos ofrece la segunda parte de las poesías de Noroña.

Ommiada. Poema oriental. Madrid, 1816, en la Imprenta Real. Dos tomos en 8.º En este largo y fatigoso poema propúsose cantar el Conde de Noroña la fundación del Califato de Córdoba y su separación del de Damasco. Como tantos otros poemas zurcidos por el mismo patrón, la Ommiada, a pesar de algunos trozos descriptivos agradables, yace sepultada en el olvido más profundo.

No nos detendremos más en el juicio crítico de las poesías de Noroña, contentándonos con remitir a nuestros lectores al sangriento y minucioso análisis que de ellas hizo Hermosilla en el Juicio crítico de los principales poetas españoles de la última era. Es de las pocas ocasiones en que el virulento crítico tiene razón en la mayor parte de los defectos que censura.

Traducciones

En el tomo primero de las poesías de Noroña se halla una versión de la célebre oda de Dryden Para el día de Santa Cecilia con el título de El festín de Alejandro o el poder de la música.

En el tomo segundo se leen tres fábulas tomadas de los Metamorfóseos de Ovidio. Titúlanse: Dédalo e Icaro, Píramo y Tisbe, Venus y Adonis. Las tres son poco felices y están afeadas con impertinentes añadiduras.

Si Noroña fué mediano pacta en sus composiciones originales, [p. 414] a lo menos anduvo acertado en la versión de varias poesías orientales, que inéditas dejó entre sus papeles, y fueron publicadas muchos años después de su muerte, con el título siguiente:

Poesías asiáticas (árabes, persas y turcas). París, imprenta de Jules Didot, 1833. Un tomo en 4.º Precédelas el discurso de W. Jones sobre la poesía asiática, traducido del inglés.

La traducción no está hecha del árabe, del persa ni del turco, lenguas desconocidas para Noroña, sino del inglés. Precede a la colección una advertencia del traductor, en la cual se promete «que los amantes de la verdadera poesía distinguirán estas composiciones llenas de fuego e imágenes pintorescas, de las insulsas filosóficas prosas rimadas, que nos han venido de algún tiempo acá de allende los Pirineos», en lo cual el mismo Noroña tenía bien por qué acusarse. Sigue a este prólogo una dedicatoria a su esposa. La colección está formada con materiales tomados de fuentes muy diversas. Puede considerarse dividida en tres partes. La primera, comprende las poesías árabes. Empieza con una elegía al desierto de Mitata, obra de Lebid ben Rabiat al Amari, extractada de los Moallakas; siguen dos epitafios de Hassan al Assady y Abd al Malec al Harithi, cuatro composiciones de Abu Sahet al Hedhily, Jaafer ben Abla, Al Fadhel Ibu al Abas y un anónimo, tomadas del Hamasa, antigua colección de poesías árabes; una sátira sacada del libro de los amores de Antar y Abla, varias composiciones de Meskin al Daramy, Nabegat ben Jaid, Shafay Mohammed ben Idris, Abu Navas, Abu Mohammed, Abu Teman Habib, Abd al Salam ben Ragban, Ebn al Rumí, Alí ben Ahmed ben Mansur, Ibn al Alaf al Naharvany, Rahdí Billah, Serage al Warak, Saif Addaulet, Shems al Maali Cabies, Abu al Cassim ebn Tabataba, Abu al Ola, Shebal Addaulet, Valadata, Ebn al Rabia, Abu Alí, Al Moktofy Liamriltah, Ebn al Faredh, Ibni Ziati, Mohammed Abdalla al Dawi, Ebn Calanis al Eskanderi, Ehni'l Fiadh, Ebni'l Motezz, Ebn Tamin, Ebni Alí Hagelah, Ebn Arabshah, Abu Beer al Dani, de Hariri, de Dhafer el Haddad, Abu Dhaher ben Al Khiruzi, Ebn al Faredh y varios anónimos. Hay, además, algunas poesías tomadas del Mostatras, del Moallakah de Amralkeis, del Bordah de Scherfeddin al Bossiri, de un poema de Caab eh Zoheir y algunos extractos del Hamasa. [p. 415] Citaremos como muestra la primera poesía de la colección, la elegía al desierto de Mitata:

Ya Mitata no existe; derrocadas
Sus casas, templos y su muro hermoso,
Sólo ruinas se ven, piedras gastadas
Y un desierto extendido y pavoroso.

Los cauces del Riana ya cegados
Ningún vestigio de su forma ofrecen,
Como en piedra caracteres grabados,
Que al rigor de la edad desaparecen.

¡Cuántos años corrieron desde el día
Que tus lindas muchachas recatadas
Admitieron gustosas la fe mía
Y fueron sus promesas aceptadas!

¡Cuántas veces rocío regalado
Primavera vertió sobre mi frente!
Y cuántas el tonante cielo al prado
Pulsó con grueso rápido torrente!

Lanzando de las nubes tenebrosas
De la tarde, la noche y la mañana,
Repitiendo en las grutas cavernosas
Su voz de trueno con fiereza insana!

Sobre el antes lozano y verde suelo
Las ramas de la ortiga agora ondean
Y en la margen del río, sin recelo
El avestruz y antílope vaguean.

La gacela de grandes ojos mora
Aquí con sus hijuelos, les demuestra
El uso de su planta voladora
Y en su anchuroso campo los adiestra.

A veces la corriente procelosa
Edificios descubre destruídos,
Como la pluma en mano artificiosa
Escritos restituye ya perdidos.

O cual diestro punzón, que derramando
El glasto por las manos delicadas,
Con finísimas tintas va marcando
En la nieve las venas azuladas.

Me paro a preguntar: ¡oh cuán ociosas
Son todas mis palabras y cuestiones!
No hay peñas que me escuchen amorosas
Y el viento desvanece mis razones, etc.

No podemos responder de la exactitud de la versión, pero como poesía castellana nos parece muy superior a cuanto hizo el Conde de Noroña,

[p. 416] La segunda parte de la colección comprende las poesías persas. Comienza con una versión de varios fragmentos del Shah-Nameh célebre poema de Ferdussi, siguen varias poesías del mismo, en especial su sátira contra el sultán Mahmud; un fragmento del poema de Jami intitulado Mesnun y Leyla y diferentes composiciones de Sadi y de Gelaleddin Balki. Precedidas por una gacela anónima vienen a continuación las 36 primeras gacelas de Hafiz (Mohammed Shems-Eddin), apellidado por los doctos «el Anacreonte de la Persia». Es, sin duda, esta versión, lo mejor del trabajo de Noroña y sin dificultad pueden darse por ella todas sus poesías originales. La traducción no será muy fiel, habiendo pasado por tantas manos, antes de llegar a las suyas, pero conserva todavía cierta frescura y delicadeza de colorido, que hace sumamente agradable la lectura de estas gacelas. Citaremos dos únicamente. Sea la primera la señalada con el número X:

Nos separamos, ¡ay! y al punto viste
Mi corazón con ansias afligido.
¿Cuándo hará y cómo mi fortuna triste
Que sea mi vïage fenecido?

¡En cuántas partes los contrarios cielos
Desterrado me hicieron ir vagando!
Sin duda de mi amor tuvieron celos,
Nuestro trato dulcísimo envidiando.

Las plantas, bañaré con abundosas
Lágrimas derramadas a porfía,
Del mortal, que tus luces deliciosas
Me conceda adorar como solía.

Mis votos son por ti, tú alza al instante
También las palmas a la inmensa idea;
Le pido que tu fe guarde constante
Y que benigna nuestro amparo sea.

Si se halla el mundo contra mí irritado
O alguna injuria contra ti fomenta,
Debe estar nuestro pecho sosegado;
Que el Juez supremo vengará esa afrenta.

Lo juro por ti misma, si a mi frente
Asestar mil y mil espadas viera,
De ese tu corazón mi amor ardiente
Todo el orbe arrancar jamás pudiera.

Mi ánima ansiosa y présaga me dice
Que pronto llegará de verte el día.
¡Oh día para mí dulce y felice
Colmo de mis deseos y alegría!
[p. 417] Cuando Hafiz con su pluma deliciosa
Retrata tus mejillas encendidas,
Se ruboran las hojas de la rosa
De las del libro encantador vencidas.

Transcribiremos también la gacela 36, muy superior a la precedente:

       Copero, ven aprisa,
       Que está lleno de vino
       El vaso cristalino
       Del fresco tulipán.
       Cobra la alegre risa,
       Desarruga la ceja
       Los escrúpulos deja
       
Que royéndote están.
       
Caprichos ni desdenes
       Ocupen tu memoria,
       Lee la antigua historia,
       Verás con gran terror
       Sin corona las sienes
       De César arrogante,
       Sin diadema brillante
       A Ciro triunfador.
       No seas indolente,
       ¿No ves enloquecida
       Con la estación garrida
       El ave matinal?
       Goza el tiempo presente,
       Que en torno a ti girando
       Tu frente amenazando
       Está el sueño eternal.
       ¡Qué gracia y señorío,
       Planta de primavera,
       Muestras, si lisongera
       La aura te hace mover!
       ¡Jamás el soplo frío
       Del arrugado invierno
       
Reseque el tallo tierno
       Que empieza en ti a crecer!
       Me brindarán mañana
       Con las hurís, y fuente
       Del Cuter transparente,
        Que adornan el Edén!
       Mas la joven lozana,
       Cual la luna brillante,
       Y la copa espumante
       Gocemos hoy también.
       Nos recuerda amoroso
        El matutino ambiente
       La mañana esplendente
       De nuestra juventud.
       Muchacho, presuroso
       Trae un vino tan hecho
       Que refrigere el pecho,
       Que ahuyente la inquietud.
       No el pomposo ornamento
       Admires de la rosa
       Ni a su color preciosa
       Tanta alabanza des;
       Que en un instante el viento
       Su veste hoja por hoja
       Deshace, esparce, arroja
       Con mofa a nuestros pies.
       Con el licor más puro
       A Haten Ti generoso
       Brindemos, cual precioso
       Tesoro singular;
       Y nunca el libro oscuro
       En donde están sentados
       Los de pechos menguados
       Dejemos desdoblar.
       Ya empiezan su concierto
       Los alegres cantores
       De los bosques y flores
        Con garganta veloz.
       ¡Cual unen con acierto
       Del arpa la armonía
        Con la alma melodía
       De la flauta y la voz.
       Trae el sofá; inclinada
       Tiene el ciprés su frente
       Ante ti, cual sirviente
       Al ver a su señor;

        [p. 418] Y también realzada
       La caña siempre hojosa
       Su túnica vistosa
       Con verde ceñidor.
       El sentido enagena,
       Hafiz, tu dulce canto,
       Que escede en el encanto
       A todos cuantos hay;
       Y tu fama resuena
       Desde Rom, luz del mundo
       Y desde Ri fecundo
       Hasta Mers y Catay.

Nótense las expresiones flojas y prosaicas, que hemos señalado con bastardilla.

A las gacelas de Hafiz siguen dos composiciones turcas, una anónima «sobre los inciertos placeres de la vida», otra es la bellísima oda de Mesihi A la vuela de la primavera.

       ¿Al ruiseñor no escuchas
       Decir con dulce trino:
       «La primavera vino»?
       La primavera forma
       En todos los vergeles
       Mil vistosos doseles;
       Sus flores argentadas
       El almendro lozano
       Entorno esparce con profusa mano.
       Juguemos, bebamos,
       Que la primavera
       Se marcha al instante,
       Nos huye ligera.
       Otra vez los jardines,
       Los prados, los alcores
       Se revisten de flores;
       Su pabellón brillante,
       De agradarnos ansiosas
       Desarrollan las rosas.
       ¿Quién sabe si nosotros
       Gozaremos la vida
       Cuando se acabe la estación florida
       ..................................................
       En la copa del lirio
       El rocío pendiente
       Da una luz esplendente,
       Las gotas por el aura
       Atraviesan gozosas
       Y paran en las rosas.
       Si buscas los placeres
       Con un gusto cumplido
       A mí sólo, a mí solo presta oído.
       Solo las frescas mejillas
       De las niñas hermosas
       Azucenas y rosas,
        Y gotas de rocío
       Las perlas relucientes
       Que llevan por pendientes,
       Y así no creas necio
       Que sea de gran dura
       De las tiernas muchachas la hermosura
       De anémones, tulipas,
        De rosas y jazmines
       Se llenan los jardines;
       Y los rayos solares,
       La blanda lluvia, el viento
       Les dan color y aliento;
       Tú cual varón prudente
       Goza con alegría
       Rodeado de amigos este día.
       Ya ha pasado aquel tiempo
       En que estaba tendida
       La hierba dolorida
       Y el cáliz de la rosa
       Se vía reclinado
       En su seno agostado;
       Pues ora las colinas
       Y las rocas enhiestas
       Están de flores por do quier cubiertas.
       Al aurora, las nubes
       Vierten, con mil amores
       Perlas sobre las flores
       Y cual tártaro almizcle
       En derredor se siente
       Trascender el ambiente.

        [p. 419] No seas perezoso,
       No te apegues a vida
       Que pasa, cual las flores, de corrida.
       Juguemos, bebamos. etc.
       Los rosales al aire,
       Cuando su olor derraman
       De tal suerte embalsaman
       Que aun antes que el rocío
       Toque la tierra ansiosa,
       Se vuelve agua de rosa,
       Y el éter los nublados
       Como toldos extiende
       Y los jardines del calor defiende.
       ¡Qué destrozos causaron
       Los vientos otoñales
       En los tiernos rosales!
       Mas ya el rey de la tierra
       Con equidad derrama
       En derredor su llama,
       Y al bebedor, en tanto
       Que la áurea lumbre crece,
       La vid su jugo delicioso ofrece.
       Con mi canto este valle
       Espero que algún día
       Logrará nombradía:
       Convidados, muchachas,
       Esta halagüeña idea
       Prueba de mi amor sea,
       ¡Ay! tú ruiseñor eres
       Mesihi, cuando posas
       Entre niñas purpúreas como rosas.
       Juguemos, bebamos. etc.

En el tomo 63 de la Biblioteca de AA Españoles, segundo de la preciosa colección de Poetas líricos del siglo XVIII, formada por D. Leopoldo A. de Cueto, se han reproducido las Poesías asiáticas de Noroña y el tomo primero de sus obras originales, suprimiendo por su escaso mérito algunas anacreónticas y silvas, y todo el segundo tomo.

Notas