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Obras completas de Menéndez... > BIBLIOTECA DE TRADUCTORES... > III : (MALÓN - NOROÑA) > MEJÍA, DIEGO

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Texto

[p. 129]

Las escasas noticias que tenemos de este notable poeta sevillano, feliz traductor de las Heroidas de Ovidio, están principalmente tomadas de los preliminares a su Parnaso Antártico. Sabemos que fué natural de Sevilla y vecino de Lima, en el Perú, porque así lo expresa la portada de su obra. Floreció a fines del siglo XVI y principios del XVII. No hay indicio alguno de que pasase al Nuevo Mundo con un cargo en la carrera judicial, por más que cierto escritor moderno, mal informado, le suponga oidor en la Chancillería de los Reyes, confundiéndole con su Mecenas don Juan Villela, a quien el Parnaso Antártico va enderezado. De tal suerte se mudan y trastruecan las especies, hablando por referencias ajenas de libros que no se tienen a la vista. El mismo Diego Mexía escribe lo siguiente en el prólogo de sus Heroidas: «El ingenio y talento que Dios fué servido de darme, si es alguno, es bien poco, y ése ocupado y distraído en negocios de familia y en buscar los alimentos necesarios a la vida: la inquietud del espíritu es tan grande como la del cuerpo, pues ha veinte años que navego mares y camino tierras por diferentes climas, alturas y temperamentos, barbarizando entre bárbaros, de suerte que [p. 130] me admiro cómo la lengua materna no se me ha olvidado.» Parece, pues, que asuntos comerciales le llevaron primero al Perú y a Méjico más tarde. Mas no fueron parte negocios de tan prosaico y enfadoso linaje para distraerle del cultivo de las letras, que tal vez había comenzado en las márgenes sagradas del divino Betis. Afirma en el citado prólogo que «en las Indias se platica poco de esta materia, digo de la verdadera Poesía y artificioso metrificar, que de hacer coplas a bulto antes no hay quien no la profese, porque los sabios que de esto podrían tratar, sólo tratan de interés y ganancia, y es de tal modo que el que más docto viene, se vuelve más perulero». No dejaba por eso de haber en Méjico y en el Perú varones doctos, cuyo trato cultivó Diego Mejía, todo el tiempo que permaneció en aquellas partes. Existía en Lima una Academia Antártica en la cual adoptó nuestro sevillano el nombre de Delio. Tal se deduce de un soneto que en su elogio escribió el licenciado Pedro de Oña, autor del Arauco Domado, llevando en aquella ocasión la voz de la Academia para felicitar al traductor de las Heroidas. Tal se infiere también de otro soneto de Luis Pérez Angel, que comienza:

Dos Apolos, dos Delios soberanos
Lucen por excelencia en tierra y cielo,
Uno se llama el gran señor de Delo,
Otro el Divino llaman los humanos, etc.

En 1596 comenzó su traducción de Ovidio, con las singulares circunstancias que él mismo expresa en su prólogo. Oigámosle por un momento: «Navegando el año pasado de noventa y seis desde las riquísimas provincias del Perú a los Reynos de la Nueva España (más por curiosidad de verlos que por el interés que por mis empleos pretendía) mi navío padeció tan grave tormenta en el golfo llamado comúnmente del Papagayo, que a mí y a mis compañeros nos fué representada la verdadera hora de la muerte, pues demás de se nos rendir todos los árboles (víspera del gran Patrón de las Espadas a las doce horas de la noche) con espantoso ruido, sin que vela ni astilla de árbol quedase en el navío con muerte arrebatada de un hombre, el combatido bajel daba tan temerarios balances, con más de dos mil quintales de azogue que (por carga infernal) llevaba, y sin mucho vino y plata y otras mercaderías de que estaba suficientemente cargado, que cada [p. 131] momento nos hallábamos hundidos en las soberbias ondas. Pero Dios que es piadoso padre, milagrosamente y fuera de toda esperanza humana (habiéndonos desahuciado el piloto) con las bombas en las manos y dos bandolas nos arrojó día de la Transfiguración en Acaxu, puerto de Sonsonate. Aquí desembarqué la persona y plata, y no queriendo tentar a Dios en desaparejado navío, determiné ir por tierra a la gran Ciudad de México, cabeza (y con razón) de la Nueva España. Fuéme dificultosísimo el camino, por ser de trescientas leguas: las aguas eran grandes, por ser tiempo de invierno; el camino áspero, los lodos y pantanos muchos: los ríos peligrosos y los pueblos mal proveídos por el cocoliste y pestilencia general que en los Indios había. Demás de esto y del fastidio y molimiento que el prolijo caminar trae consigo, me martirizó una continua melancolía por la infelicísima nueva de Cádiz y quema de la flota mejicana, de que fuí sabidor en el principio de este mi largo viaje. Estas razones y caminar a paso fastidioso de recua, que no es la menor en semejantes calamidades, me obligaron (por engañar a mis propios trabajos) a leer algunos ratos en un libro de las Epístolas del verdaderamente poeta Ovidio Nasón, el cual para matalotage del espíritu, por no hallar otro libro, compré a un estudiante en Sonsonate. De leerlo vino el aficionarme a él: la afición me obligó a repasarlo y lo uno y lo otro y la ociosidad me dieron ánimo para traducir con mi tosco y totalmente rústico estilo y lenguaje algunas epístolas de las que más me deleitaron. Tanto duró el camino y tanta fué mi constancia que cuando llegué a la gran ciudad de Méjico Tenuxtlitan, hallé traducidas en tres meses de veinte y una epístolas las catorce... Y considerando que mi estada en Nueva España, respecto de la grande falta, de ropas y mercaderías que en ella había, se dilataba por un año, me pareció que no era justo desistir de esta empresa, y más animado de los pareceros de algunos hombres doctos y así mediante la perseverancia, le di el fin que pretendía.» De tal suerte acabó Diego Mejía su traducción de las Heroidas, una, de las mejores que del latín se han hecho a nuestra lengua. Hízola en tercetos por parecerle (y con razón) «que corresponden estas Rimas con el verso elegíaco latino». Tradujo cada dístico del original en un terceto castellano, de suerte que esta traducción es sólo un tercio más larga que el original. [p. 132] Adornóla con argumentos en prosa, y moralidades que para inteligencia y utilidad del lector le parecieron convenir. Siguió en la interpretación de los lugares dificultosos a los comentadores Hubertino y Asensio y a Juan Baptista Egnacio, veneciano; y en algunas cosas propúsose por modelo a Remigio Florentino que en verso suelto tradujo estas Heroidas al toscano. Añadió en ocasiones conceptos y sentencias propias, así para declarar mejor las de Ovidio, como para acabar con dulzura algunos tercetos. Y aunque confiesa él mismo haberse tomado algunas licencias, disculpables en quien traduce en verso, siempre procuró acercarse a la frase latina, en cuanto es permitido en nuestra lengua. Terminada la versión de las Heroidas, tradujo, a ruegos de sus amigos, la invectiva In Ibim, aclarando por medio de acotaciones marginales los pasajes oscuros y dificultosos. Limadas sus traducciones, enviólas a su hermano Fernando Mejía, mercader de libros en Sevilla, para que solicitase privilegio para la impresión en aquella ciudad. Publicóse, en efecto, la obra de Diego Mejía con el título siguiente:

Primera Parte del Parnaso Antártico, de Obras Amatorias. Con las 21 epístolas de Ovidio y el «In Ibim», en tercetos. Dirigidas a D. Juan de Villela, oydor en la Chancillería de los Reyes. Por Diego Mejía, natural de la ciudad de Sevilla, y residente en la de los Reyes, en los riquissimos Reinos del Pirú. Año 1608. Con privilegio. En Sevilla. Por Alonso Rodríguez Gamarra, en 4.º 5 h. p. y 268 foliadas.

En la dedicatoria al oidor Villela ofrece publicar una segunda parte del Parnaso Antártico, que tal vez contendría sus poesías originales. No tradujo las tres epístolas de Sabino escritas en contestación a tres Heroidas ovidianas y suprimió en la epístola vigésima, de Cidipe a Aconcio, todo lo que sigue al pentámetro Quos vereor paucos ne velit esse mihi, pareciéndole, y no sin razón, de ajena mano. Pero habiéndole agradado toda la epístola, hubo de traducirla «en el verso que comúnmente se dice ovillejo o maraña y por no enmarañar con diferente compostura esta obra no la puso aquí, mas ofreció publicarla, queriendo Dios, en la segunda parte de su Parnaso Antártico, con otras curiosidades que en ella tenía recogidas». Desgraciadamente esta segunda parte no llegó a ver la luz pública. Precede a las Heroidas una carta de una [p. 133] señora americana con muchas y curiosas noticias respecto a poetas de aquellas regiones. Titúlase esta pieza, de notable mérito por cierto, Discurso en loor de la poesía. Está escrita en tercetos, lo mismo que las Epístolas de Diego Mejía.

Las Heroydas de Ovidio traducidas en verso castellano por Diego Mexía. Tomo XIX de la Colección de D. Ramón Fernández. 1797. En Madrid, en la Imprenta Real. Un tomo en 8.º

Forma parte de la célebre colección de poesías castellanas que publicó el P. Pedro Estala, de las Escuelas Pías, con el nombre de su barbero D. Ramón Fernández. Eminente servicio prestó a nuestras letras, reimprimiendo la preciosa traducción de Diego Mejía, pero con aquella libertad de que tanto abusaron los editores del siglo pasado, redujo la obra casi a la mitad de su volumen, suprimiendo por entero los preliminares y con ellos la carta de la señora peruana, omitiendo el Ibis y dejando el texto libre de todo género de anotaciones y comentarios. En lo segundo puede tener disculpa, pero no hay razón que justifique la supresión del Ibis y del Discurso en loor de la poesía. Decimos que puede disculparse la omisión de los comentarios y las notas, porque, en efecto, las tales «moralidades» (que tal vez puso únicamente para vencer algunas dificultades, que pudieran ofrecerse para la impresión) son algún tanto pueriles e impertinentes. Por lo demás la edición de Estala es muy linda y forma juego con los demás tomos de su colección.

Poesías selectas castellanas, desde el tiempo de Juan de Mena hasta nuestros días. Colección ordenada por D. M. J. Quintana. Madrid, imprenta de Fuentenebro, 1807, en 8.º Segunda edición, Madrid, 1830, en 8.º En el tomo III de su colección reprodujo Quintana la Heroida de Safo a Faón, traducida por Diego Mejía.

Tesoro del Parnaso Español. París, Baudry, 1840. Reproducción de las poesías selectas publicadas por Quintana. Hállase, por consiguiente, la Heroida de Safo a Faón.

Ésta y alguna otra de las Epístolas de Diego Mejía han sido reproducidas en varias antologías modernas. Por ser bastante conocidas, no entramos al presente en averiguación más prolija.

Gutierre de Cetina, Hernando de Acuña, Diego Ramírez Pagán, el capitán Aldana y algún otro habían emprendido la traducción de las Heroidas de Ovidio, antes que Diego Mejía llevase a [p. 134] cabo su versión. Perdidos los trabajos de Aldana y Ramírez Pagán, mal podemos juzgar de su mérito; quédennos únicamente los ensayos muy apreciables de Acuña y de Cetina. La traducción de Mejía nos parece superior a todas las traslaciones anteriores. Con atención hemos leído sus Heroidas, cotejándolas con el original latino, y a vuelta de ciertos pasajes mal interpretados, de algunos trozos lánguidos y prosaicos en que la poesía del vate sulmonense queda desconocida y calumniada, hemos hallado pasajes traducidos con extremada valentía, trozos llenos de calor, de sentimiento y de vida, admirable facilidad y pureza en el lenguaje, versificación llena, numerosa y acendrada, gallardía y delicadeza en la expresión de los afectos. Difícil era no descaecer ni bajar un punto en el largo espacio de 21 elegías escritas en tercetos, dificultad añadida a las muchas que la traducción presentaba. «De todo tiene la viña: uva, pámpano y agraz», decía Pedro de Espinosa refiriéndose a sus Flores de poetas ilustres. Lo mismo pudiéramos repetir en éste como en tantos otros casos; baste decir que en Diego Mejía son más numerosos los aciertos que los errores, y la obra en conjunto honra su talento como traductor y como poeta.

A nuestro entender, las Heroidas de Mejía y la Tebaida de Arjona exceden infinito a casi todas las traducciones de clásicos latinos hechas durante el siglo XVI. No citaremos como muestra la Heroida de Safo a Faón (superior, sin duda, a todas las restantes) por hallarse inserta en la colección de Quintana, repetidas veces impresa, y conocida y manejada aun por los menos aficionados a nuestras letras. Transcribiremos, sin particular elección la de Fedra a Hipólito.

HEROIDA 4.ª DE OVIDIO
Fedra a Hipólito
La dama Cresa, a ti el gallardo fruto
De la Amazona Hipólita, te envía
Salud (después del alma) por tributo.
Y aunque salud te envío, oh gloria mía,
Si de tus manos yo no la recibo,
Me faltará, pues falta la alegría
Lee todo cuanto en esta carta escribo,
[p. 135] Que poco daño te verná en leella,
Ni en un papel ¿qué puede haber nocivo?
Nunca la carta ofende; antes en ella
Podrás hallar, que al fin eres discreto,
Alguna cosa que te agrade el vella
.........................................................
Tres veces procuré hablar contigo,
Y tres veces mi lengua se me anuda,
Y asida al paladar calla conmigo.
Y otras tres a mi boca y lengua ruda
Los acentos y voces han faltado,
Que tú me has hecho balbuciente y muda.
...........................................................
Mas lo que la vergüenza no consiente
Que diga de palabra, el Dios Cupido
Manda que te lo escriba de presente.
¿Y quién será tan loco y atrevido
Que lo que manda amor, con dichos vanos
Sustente no ha de ver obedecido?
Es rey amor no sólo en los humanos,
Pero su ley también fué poderosa
Sobre todos los dioses soberanos.
Él lo primero, estando yo dudosa
De escribirte, me dijo: «Acaba, escribe,
Que no me sirvo yo de alma medrosa.»
Que aunque de hierro te parece, y vive
Allá en los montes, rendirá su frente
Al mesmo ardor, que tu furor concibe.
Así suceda; y como el fuego ardiente
De amor me abrasa, así el muchacho ciego
Rinda a mi gusto tu cerviz valiente.
Yo con maldad ni deshonesto fuego
No pretendo romper el nudo honroso
De nuestra fe, do estriba mi sosiego.
Porque mi nombre y esplendor glorioso
(Quisiera te informaras de mi fama)
Carece de pecado ignominioso.
Mientras más tarde amor rinde a una dama,
Con mucha menos fuerza y resistencia
Puedo sufrir la exorbitante llama.
Abrásome acá dentro, y la violencia
Del fuego es tal, que el pecho está llagado
Y cancerada el alma por tu ausencia.
Y como el primer yugo es más pesado
Al novillejo y causa más tormento
El duro freno al potro no domado;
[p. 136] Así mi pecho que ha vivido exento
De amor, ni se acomoda a su esperanza
Ni tiene en mí su carga buen asiento.
Cuando en la juventud y en su terneza
Se aprende a amar, la carga es menos dura,
Que es la costumbre en nos naturaleza.
Pero la dama, que en edad madura
Comienza a obedecer de amor los fueros,
Le es carga el gusto, acíbar la dulzura.
Tú cogerás primero los primeros
Frutos de mi jardín, guardado en vano,
A fuerza de arrogancias y de fieros.
Y de nosotros cada cual ufano
Gozará de los premios amorosos,
Que otorga amor con dadivosa mano.
Que es gusto de los ramos fructuosos
Coger la dulce fruta sazonada,
Sin nota ni calumnia de envidiosos.
Y es bien particular la aljofarada
Rosa, que está entre púrpura y rocío,
Cortar con uña tierna y delicada.
.......................................................
Y ya (no lo creerás) me dan deseos
De ser por esos bosques cazadora,
Tus pasos imitando y devaneos.
Incítame el amor con voladora
Planta seguir la Tígre inhumana
Y la veloz corcilla trepadora.
Ya la Diosa que adoro es tu Diana
Insigne en el aljaba y la saeta,
Que en imitarte a ti me encuentro ufana.
La maleza del bosque más secreta
Gusto correr y ver a los venados
En la engañosa red que los sujeta.
Huélgome por los riscos empinados
Animar a los perros, que siguiendo
Van a los fuertes osos fatigados.
O el femenino brazo sacudiendo
Arrojar el venablo por el cielo,
Que va en el ayre con furor crujiendo.
O encima de la grama y verde suelo,
La cabeza arrimada a algún guijarro,
Poner el cuerpo y recibir consuelo.
Muchas veces quisiera el leve carro
Correr y revolver en el arena,
Con gran destreza y con primor bizarro.
[p. 137] Y al caballo veloz que no se enfrena
Holgara reprimir. Aunque sería
Más justo reprimir mi grave pena.
Agora con la gran melancolía
Me arrebata un furor, muy semejante
Al que en la turba Eleida Baco envía.
O como aquel que en Ida el abundante
Ocupa las que en honra de sus Diosas
Hacen un son confuso y resonante.
O tal como el que rige las furiosas
Mujeres, del divino ardor tocadas,
De Faunos y de Dríadas hermosas.
.......................................................
Vesme agora, seré la que postrera
Cumpla de mi linage la sentencia;
Quiera el amor que salga verdadera.
.......................................................
En aquel día, origen de esta historia
Quisiera estar en Creta; digo el día
Que fué sagrado a Ceres y a su gloria.
Que si en Creta estuviera, el alma mía
En el templo de Eleusis no gozara
De tu presencia, garbo y gallardía.
Entonces hincó amor su ardiente jara
(Bien que tú me agradabas antes de esto)
En mis medallas con potencia rara.
Vite de blanco y de jazmín compuesto
Ese cabello de oro, en cuya alteza
Echó natura su poder y resto.
Vi el rosicler divino y su fineza
En ese rostro honesto cuanto grave
Que encierra en sí la suma de belleza.
Y el rostro que por fiero y no suave
Juzgaron otras, fué de mí juzgado
Ser de valor y de virtud la llave.
..................................................
Que al hombre poco adorno le compone
Y bástale al valor la vestidura,
Según su estado y la razón dispone.
Y no te aumenta poca hermosura
Ese descuido tuyo en el cabello,
Y el polvo que te sirve de blandura.
Si haces mal, como ginete bello
Al caballo veloz, y lo revuelves
En breve espacio, admírome de vello.
[p. 138] Y si el valiente brazo desenvuelves,
Sacudiendo con fuerza el dardo crudo,
Donde vuelves el brazo, allí me vuelves.
Y cuando hieres con venablo agudo
Al bravo jabalí, de enamorada
Quisiera allí ponerme por escudo.
....................................................
Tú agora olvida y deja el alma ingrata
Y la escabrosidad del pecho duro
Allá en los montes entre alguna mata.
Que amando Fedra con amor tan puro
No merezco morir por tu aspereza
Ni que me arrojes en el reino oscuro.
¿Qné te incita (me di) con tal firmeza
(De Venus evitando la dulzura)
Seguir de tu Diana la rudeza?
...................................................
Fué Céfalo en las selvas tan famoso
Que siguiendo la fuerza de su estrella
Mataba el jabalí, la tigre, el oso.
Mas no era esquivo ni a la Aurora bella
Negaba que le amase tiernamente,
Antes gozaba de su amor y della.
Y ya nuncia del sol, como prudente,
Del anciano Titón dejaba el lecho,
Para seguir al cazador valiente.
Muchas veces sirvió de blando lecho
La grama a Atenas y a su Adonis; tanta
Es la fuerza de amor, si abrasa un pecho.
Meleagro también por Atalanta
Se ardía, y ella guarda de la fiera
La cabeza y la piel por prenda santa.
Amémonos los dos de esta manera,
Seámos de este número dichoso,
Y habrá en el bosque eterna primavera.
Que si el fruto de Venus amoroso
Del bosque quitas, toda su frescura
Se ha de volver en páramo enfadoso.
Yo te acompañaré por la espesura,
Sin que recele algún impedimento
De blanda arena ni de piedra dura.
No me dará pavor el turbulento
Y fiero jabalí, que si barrunta
La muerte, es de temer su movimiento.
[p. 139] Dos mares con sus ondas a una punta
De tierra baten, y si aquel resuena,
Este rebrama y con aquel se junta.
Aquí contigo la ciudad Trezena
Habitaré, la que por ti me ha sido
Más que mi Creta ubérrima y amena.
Ausente está y ha estado mi marido
Y lo estará, entre tanto que vivieres,
Porque es de Piritoo detenido.
.......................................................
Y no por esto sólo yo me aflijo,
Que otros muchos agravios nos ha hecho,
Cuyo discurso te será prolijo.
Él con su fuerte clava y feroz pecho
Los huesos esparciendo de mi hermano
Dejo su cuerpo mísero deshecho.
Él a mi hermana (en fin como tirano)
Por pasto y por manjar dejó a las fieras,
Contra las leyes del linaje humano.
Aquella que en virtud, valor y veras
El primero lugar tuvo contino
Entre las damas ínclitas gerreras.
Fué madre tuya, y esto así convino,
Porque ella sola pudo merecerte,
Y tú de sus virtudes fuiste dino.
Si dónde está, preguntas; dióle muerte
Tu padre con espada y brazo airado,
Que aun no estuvo segura con tenerte.
.....................................................
Creí, si en el amor verdad se encierra,
Poderme resistir, y no entregarme
A la culpa y furor que me da guerra.
Pero venció el amor hasta humillarme,
Y así a tus pies me postro y con abrazos
Vencida ruego quieras ampararme.
Que estando un alma en amorosos lazos,
Como ciega no ve lo que es honesto,
Y así atropella estorbos y embarazos.
Venció al amor honesto el deshonesto,
La verguenza he perdido y la firmeza;
Perdona, pues, mi error tan manifiesto.
Doma tu corazón y su aspereza,
Siquiera porque Minos me ha engendrado,
Que muchas islas tiene y gran riqueza.
[p. 140] Y porque el rayo ardiente y denodado
Es, de mi omnipotente bisabuelo,
Al mundo, con estrépito arrojado.
Y porque el rubio Dios (que allá en su cielo
Ciñe la frente con los rayos de oro,
Y fabrica los años) es mi abuelo.
La majestad, la sangre y el decoro,
La nobleza, la pompa y los honores
Yacen ante el amor a quien adoro.
Ten reverencia a mis progenitores,
Y cuando perdonarme no quisieres,
Perdónalos a ellos por mayores.
Daréte en dote, si mi gusto hicieres,
A Creta que es de Júpiter querida,
Y el alma te daré, si el alma quieres.
La isla, la alma, el corazón, la vida
Sirva a mi bello Hipólito, y el mundo
La odediencia le dé, que le es debida.
Sujeta y vence el ánimo iracundo,
Que pues venció mi madre a un toro horrible,
¿Serás tú más que un toro furibundo?
Si fuere en mis demandas insufrible,
Perdóname por Venus, que en mi pecho
Lo que es posible puede y lo imposible,
Así nunca te halles en estrecho
Tal, que en la redondez de este horizonte,
Ames alguna dama y sin provecho
Y así la Diosa, que preside el monte,
Propicia se te muestra en los jarales
Y no te envidie el padre de Factonte.
Y así te dé gran copia de animales
La selva por sus sendas y caminos,
Y sombra el bosque y fruta sus frutales.
Y así el dios Pan y sátiros divinos
Te ayuden siempre con feliz agüero
Con los más semidioses campesinos.
Y así se rinda el jabalí severo,
(Por más que muestre sus ebúrneos dientes)
A la violencia de tu dardo fiero.
Y así las sacras Ninfas de las fuentes
Te den el agua fresca en abundancia,
Para templar tu sed en sus corrientes.
Aunque ya saben en aquella estancia
Que con las damas siempre eres esquivo,
Por amor de virtud, o de arrogancia.
[p. 141] En fin, a cuantos ruegos aquí escribo
Mil lagrimas añado y mil querellas,
Si las querellas vieres, finge al privo
Que ves también mis lágrimas en ellas.

Por demás será advertir, puesto que de todos es sabido, que las Heroidas de Ovidio (cartas que se suponen escritas por las heroínas de la antigüedad a sus amantes o maridos) son en número de 21, a saber: 1.ª, Penélope a Ulises; 2.ª, Filis a Demofón; 3.ª, Hipodamia a Aquiles; 4.ª, Fedra a Hipólito; 5.ª, Enone a Paris; 6.ª, Ipsipile a Jasón; 7.ª, Dido a Eneas; 8.ª, Ermione a Orestes; 9.ª, Deyanira a Hércules; 10.ª, Ariadna a Teseo; 11.ª, Canace a Macareo; 12.ª, Medea a Jasón; 13.ª, Laodamia a Protesilao; 14.ª, Hipermenestra a Linceo; 15.ª, Paris a Elena; 16.ª, Helena a Paris; 17.ª, Leandro a Ero; 18.ª, Hero a Leandro; 19.ª, Aconcio a Cidipe; 20.ª, Cidipe a Aconcio; 21.ª, Safo a Faón.

Santander, 1875.

Notas