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Obras completas de Menéndez... > BIBLIOTECA DE TRADUCTORES... > II : (DOMENECH-LLODRÁ) > JÁUREGUI, D. JUAN

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Texto

[p. 256]

Repetidas veces hemos mencionado en estos apuntamientos los nombres de egregios poetas, hijos de la escuela sevillana. De Herrera, de Mal-Lara, del Maestro Francisco de Medina, de Diego Girón, de Francisco de Medrano, de Pedro Venegas de Saavedra, y de algún otro, hemos dado larga noticia en sus artículos respectivos. Arguijo, Alcázar y el mismo Rioja han ocupado un lugar, siquiera estrecho, en estas páginas, por no corresponder el número a la grande importancia de sus versiones. Tócanos ahora bosquejar la biografía del traductor más feliz que produjo dicha escuela en los postreros años del siglo XVI y principios del XVII. En Jáuregui es fuerza considerar dos hombres distintos. En el primer período de su vida literaria, Jáuregui es traductor felicísimo, poeta florido y galano, más hábil para las imágenes que para los afectos, gran modelador de la forma poética, versificador flúido y numeroso. A esta época pertenecen el Acaecimiento amoroso, la Canción a la muerte de la reina D.ª Margarita y las versiones, siempre admiradas, de la Aminta del canto 6.º de la Farsalia y del salmo Super flumina Babylonis. En su segunda manera, Jáuregui, después de haber combatido con tanta habilidad como poca fortuna las innovaciones de Góngora en su Discurso Poético contra el hablar culto y oscuro, acaba por rendirse a su yugo, se convierte en secuaz e imitador suyo, envuélvese en lamentables controversias, en defensa de escritos y sermones gongorinos, acepta de lleno el culteranismo, le lleva a la práctica en el Orfeo y acaba por extremarse en su paráfrasis o imitación de la Farsalia. Sin embargo, aun en estas desacordadas producciones es digno de estudio, y de admiración a veces, pues era en él tan poderoso el buen gusto, tanta la influencia de la escuela de Herrera, acrecentada más tarde con el estudio que en Roma hizo de los poetas toscanos, que nunca llega a extraviarse en el grado que otros contemporáneos suyos, y aun en los casos en que desvaría, conserva cierto sello de majestad y de grandeza, que indica ser un grande ingenio el que de tal suerte se descarría de la buena senda. La posteridad ha distinguido bien estos dos momentos de su vida, y al paso que ha olvidado el Orfeo y la traducción parafrástica [p. 257] de la Farsalia, guarda como tesoro inestimable y rica joya poética, el tomito de Rimas, publicado por Jáuregui en 1618, y conserva en la memoria la paráfrasis bellísima del Super flumina, la admirable descripción de la Batalla Naval y la versión del Aminta, eterno modelo de traducciones, y desesperación eterna de traductores. Jáuregui, poeta de gusto exquisito y acendrado, pero de originalidad escasa, había nacido para traducir e imitar; por eso sus obras maestras son siempre traducciones o imitaciones. Comprendiéndolo él, limitóse casi siempre a poner en castellano composiciones de extraños poetas, empresa más difícil de lo que el vulgo supone, y empresa que, bien desempeñada, puede dar gloria tan alta como la composición de poesías originales. Jáuregui es uno de los más notables ejemplos de esta verdad; recorriendo la colección de sus Rimas apenas encontramos treinta obrillas originales y exceptuando la Canción fúnebre, el Acaecimiento amoroso, algunos sonetos y tal cual de las Rimas Sacras, las demás no pasan de ser composiciones estimables en buen lenguaje y estilo correcto, sin defectos notables, pero también sin grandes bellezas. Así es que están (con harta injusticia, por otra parte), punto menos que olvidadas. En cambio, no hay quien desconozca las traducciones, y en cuanto al Aminta, vive repetida en multitud de ediciones, y citada, y leída, y hasta conservada en la memoria de gentes extrañas a las letras. Una obra, en su original, de mérito notable, mas no de importancia ni de valor poético muy subido, ha tenido la suerte de hallar un intérprete tan diestro que la ha trasladado a un idioma extraño, sin hacerla perder nada de su natural valor y hasta añadiendo, en opinión de algunos, nuevos quilates a su mérito. Si una traducción bien hecha de lengua tan fácil como el italiano ha dado a Jáuregui tanta gloria, ¿cuánta no darían a sus autores versiones concienzudas y elegantes de los clásicos griegos y latinos, todavía no traducidos, o traducidos mal a nuestra lengua? Si el mismo Jáuregui, en vez de ensayar sus fuerzas en el Aminta, del Tasso, hubiera emprendido la versión de la Gierusalemme liberata (suponiéndose con fuerzas para tal empresa), ¡cuánto habría aumentado la fama de su nombre y los tesoros literarios de nuestra patria! Mas ya que no lo hizo, contentémonos con lo que nos dejó y admirando la versión del Aminta, conservemos a Jáuregui el señalado puesto [p. 258] que por ella y por otras traducciones, desgraciadamente cortas y en número escaso, ha ocupado siempre en nuestro Parnaso. Y no dejemos de celebrar tampoco los hermosos trozos que, en medio de extravagancias inauditas, contiene la Farsalia, y lamentemos al propio tiempo que poeta tan insigne y capaz de haber dado término a la escabrosa tarea de reproducir en nuestra lengua los primores y atenuar las faltas del cordobés Lucano, cometiera el yerro de dar, en vez de una traducción fiel y ajustada de su modelo, una colección de versos sonoros, retumbantes muchas veces, afeados con todos los delirios de la época, en los que con frecuencia desaparecen las bellezas y con frecuencia más lastimosa aún suben de punto la hinchazón y los defectos del original latino. Y aumenta nuestro desconsuelo, el ver que Jáuregui sabía, como ninguno, traducir a Lucano, y de ello había dado buena muestra, trasladando en sus juveniles años con singular primor y elegancia, la «descripción de la batalla naval de César contra los griegos, habitadores de Marsella», contenida en el canto 3.ºde la Farsalia, trozo descriptivo de los más animados y valientes, que hay en castellano. Y es lo cierto que por un concurso fatal de circunstancias nos hemos quedado sin más traducción buena ni mala de Lucano que la extrañísima de Jáuregui, y la antigua, en prosa, de Martín Lasso de Oropesa, en la cual, como es de suponer, todo el espíritu poético del original ha desaparecido, siendo Lucano de los autores que menos resisten la prueba de una traducción en prosa (en muchos casos, verdadero sacrilegio), por consistir gran parte de su mérito en la pompa y alteza, a veces excesivas, de la dicción. [1] ¡Notable mengua, por cierto, que el más grande de los poetas hispanorromanos no esté aún dignamente traducido en la lengua de su patria! La misma infausta suerte ha cabido al ilustre aragonés, Prudencio, apellidado el Horacio cristiano y celebrado y leído y trasladado en todos los idiomas, menos en el nuestro. ¡Quiera Dios que algún día veamos colmados tales vacíos! Entre tanto prosigamos formando el inventario de lo que poseemos. Tócanos ahora dar alguna noticia biográfica de Jáuregui.

[p. 259] D. Juan de Jáuregui, caballero de noble estirpe vascongada, nació en Sevilla por los años de 1570. En su ciudad natal, entonces emporio del saber, debió recibir esmerada educación literaria. Joven aún, pasó a Roma, con objeto tal vez de perfeccionarse en el arte de la pintura, que con el de la poesía compartió sus ocios en todas ocasiones. Dedicóse en aquella ciudad al estudio de los poetas italianos, y en 1607 dió a luz su célebre traducción del Aminta, poema pastoral de Torcuato Tasso, trabajo que dedico al duque de Alcalá, D. Fernando Enríquez de Ribera. Vuelto a España, publicó en Sevilla un tomo de Rimas, principal fundamento de su gloria poética. En él incluyó la traducción del Aminta, con muchas y sustanciales alteraciones, casi siempre acertadas.

De Sevilla pasó a Madrid, donde residió el resto de sus días, residencia que sirvió sólo para corromper su gusto. Fué caballerizo de la reina D.ª Isabel de Borbón, primera mujer de Felipe IV.

Cuando «el príncipe de la luz se convirtió en príncipe de las tinieblas», Jáuregui salió denodadamente a la defensa de los buenos principios literarios, sustentados por la escuela de Sevilla, contra las audaces innovaciones de la escuela cordobesa. Con este motivo publicó en 1624 el Discurso poético contra el hablar culto y oscuro, pero casi simultáneamente, y como rindiéndose, a pesar suyo, a la influencia avasalladora del poeta cordobés, dió a la estampa el Orfeo, poema de mérito no escaso, aunque lleno de pasajes verdaderamente gongorinos. Y tanto avanzó Jáuregui en el mal camino, que al año siguiente de 1625 salió a la defensa de un sermón culterano, publicando la Apología por la verdad, o respuesta a una censura que se hizo del sermón que Fr. Hortensio Félix Paravicino predicó en las honras del rey Felipe III. Los parciales de Góngora habían hecho correr manuscrita una impugnación del Discurso poético, y Góngora mismo se vengó de Jáuregui, mortificándole en sonetos y epigramas, algunos de ellos todavía inéditos. Reinaba por aquellos días un espíritu sobre manera belicoso en la república de las letras, y Jáuregui, provocador o provocado, hubo de mezclarse en acres contiendas con diferentes escritores de su tiempo. Reñida fué la que sostuvo con Quevedo. Contendit cum Quevedo, dice Nicolás Antonio, quem non uno insectatus est libello. Para ridiculizar el admirable libro titulado La cuna y la sepultura, tesoro de doctrina y de enseñanza, [p. 260] escribió la absurda comedia Del Retraído. Infelicísimo fué siempre Jáuregui en la traza de sus composiciones dramáticas, a tal punto que, según se refiere, siendo en cierta ocasión silbada una comedia suya, hubo de alzarse entre la alborotada muchedumbre la voz de uno de los mosqueteros, que gritaba: «Si quiere Jáuregui aplausos, que los pinte», aludiendo sin duda a su destreza en la pintura, grande, al decir de sus contemporáneos, por más que no hayan llegado los testimonios hasta nosotros. Caras hubieron de costarle a Jáuregui sus insulsas burlas, respecto a Quevedo, pues no tardó el gran satírico en tomar venganza cruda de sus enemigos literarios en el admirable y sangriento opúsculo, que tituló La Perinola. En ella está citado despreciativamente el traductor del Aminta al lado de Roa, Orejuela, Barbadillo, Pellicer, Blasillo y otros ingenios alegados por Montalbán en las márgenes del Para-todos, libro que despedaza Quevedo con sin igual agudeza y fruición implacable. Afírmase por algunos que tuvo parte Jáuregui en la composición del Tribunal de la justa venganza, famosa invectiva disparada contra Quevedo por Montalbán, Fr. Diego Niseno, Pacheco de Narváez y otros émulos oscuros, heridos todos por los satíricos dardos de La Perinola. El más diligente y sabio de los biógrafos y comentadores de Quevedo, D. Aureliano Fernández Guerra, nada dice sobre la complicidad de nuestro autor en este negocio, y a la verdad, vale más no atribuirle intervención alguna en la publicación de aquel abominable libelo, digno de las envenenadas plumas de Filelfo, de Poggio, de Lorenzo Valla, de Scalígero, de Scioppio y de otros famosos gladiadores de los siglos XV y XVI.

Felipe IV, apreciador del mérito de Jáuregui, le dió el hábito de Calatrava. En 1640 había terminado su traducción de la Farsalia. Concurrió Jáuregui a la Justa poética en la canonización de San Isidro , y Lope de Vega le elogia del modo siguiente en el romance con que cerró dicha justa poética:

D. Juan de Jáuregui, armado
De letras humanas, entra,
Como sevillano Horacio,
Cuyas obras se ven llenas
De los tesoros de Italia,
De las riquezas de Grecia.
[p. 261] Obtuvo premio en el certamen de los tercetos y no le olvidó Lope en el romance leído en la distribución de los premios:
Fuentes de Helicona y Pimpla,
Corred cristal, que celebro
Un nuevo Horacio latino,
Un nuevo Píndaro griego.
D. Juan de Jáuregui llega,
Cubrid de flores el suelo,
Haced que se humille Dafnes,
Llamaréisle César vuestro.

El mismo Lope le dedicó un soneto, celebrándole por su destreza en la pintura y en la poesía. En la epístola a Rioja, en que describe su jardín y enumera las imágenes de varones ilustres, que en él supone tener, vuelve a mencionar a Jáuregui con encomio:

Aquí D. Juan de Jáuregui, en la mano
De Apolo el arco y el pincel de Apeles,
Aquí D. Diego Félix sevillano.

Y en el Laurel de Apolo, después de mencionar a D. Juan de Arguijo, añade:

Mas interrumpa de su muerte el llanto
La virtud, el estudio y la nobleza,
Que de D. Juan de Jáuregui se admira,
Si en el pincel la singular destreza,
Si en la pluma el ingenio, si en la lira
La mano, que permite solamente,
Cuando su propia estimación lo intente
Dudosa competencia de sí mismo,
Que en plumas y pinceles no le hubiera,
Si él propio de sí mismo no lo fuera.
................................................
Mas pues que sus virtudes son mayores,
Que plumas y pinceles,
Divida su laurel en dos laureles.

No parece que correspondió Jáuregui a tantos elogios, pues no encontramos versos suyos a la muerte de Lope en la Fama póstuma, que recopiló Montalbán. Hállanse, sí, en el Anfiteatro de Felipe el Grande, coleccionado por el cronista Pellicer.

Fué Jáuregui, a lo que parece, amigo de Cervantes, que le [p. 262] menciona en tres lugares distintos de sus obras. Dice en el Prólogo a las Novelas Ejemplares: «Bien pudiera, como es uso y costumbre, grabarme y esculpirme en la primera hoja de este libro, pues le diera (al amigo de quien va hablando) mi retrato el famoso D. Juan de Jáuregui, y con esto quedara mi ambición satisfecha.» De aquí han inferido algunos que Jáuregui hizo el retrato de Cervantes, suposición tal vez aventurada, pues no dice el inmortal ingenio complutense que Jáuregui hubiese hecho su retrato, sino que le haría en caso necesario. Vuelve a citarle con elogio, como poeta, en la segunda parte del Quijote, cap. LXII: «Fuera de esta cuenta eran los dos famosos traductores, el uno, el doctor Cristóbal de Figueroa, en su Pastor Fido, y el otro, D. Juan de Jáuregui, en su Aminta. donde felizmente ponen en duda cuál es la traducción o cuál el original.» Y le recuerda, por último, en el Viaje del Parnaso, cap. II, aludiendo, como se verá, a la traducción de Lucano, en que por aquellos días se ocupaba:

Y tú, D. Juan de Jáuregui, que a tanto
El sabio curso de tu pluma aspira,
Que sobre las esferas le levanto;
Aunque Lucano por tu voz respira,
Déjale un rato y con piadosos ojos
A la necesidad de Apolo mira:
Que te están esperando mil despojos
De otros mil atrevidos, que procuran
Fértiles campos ser, siendo rastrojos.

Murió Jáuregui en Madrid por los años de 1650, según refiere Ortiz de Zúñiga en sus Anales.

Sus obras son:

Orfeo, de D. Juan de Jáuregui. Madrid, Juan González, 1624. en 4.º, cuatro hoj. prel. y 34 foliadas. Primera edición de este poemita, reproducido en 1684 al fin de la Farsalia. El Orfeo se divide en cinco cantos, no de grande extensión. Aunque contiene buenos trozos, está, en general, afeado por el mal gusto de la época. Si Jáuregui se hubiera limitado a traducir el hermoso episodio de Orfeo y Eurídice en el canto 4.º de las Geórgicas, hubiera hecho una composición bellísima. Tal como está no deja de tener octavas notables, como la siguiente, que describe la transformación de una ninfa en árbol:

[p. 263] Cuanto forceja más, siente la planta
Darse al terreno con mayor firmeza,
Y el pecho en que albergó dureza tanta,
Ya de roble ostentar nueva dureza;
Levanta el brazo, y ramo le levanta,
La fresca tez ya es árida corteza,
Seguido al tronco, se prolonga el cuello,
Ya es leño el rostro y hojas el cabello.

Cythara de Apolo, varias poesías divinas y humanas que escribió D. Agustín de Salazar y Torres y sacala luz D. Juan de Vera, Tassis y Villaroel, su mayor amigo, etc., etc. En Madrid, a costa de Francisco Sanz... Año 1681. (Vide el artículo de Salazar.) Reimpresas en 1694.

En el primer tomo de esta colección se lee una Fábula de Eurídice y Orfeo, que no es otra cosa que el Orfeo, de Jáuregui, con diverso principio, y lleno de incorrecciones y variantes. En la Cythara de Apolo se encuentra esta octava al comienzo del poema:

Del Tracio Orfeo canto el lacrimoso,
Trágico fin que obró el amor impío;
De Caliope y Apolo hijo es glorioso;
Y así en el sacro numen hoy confío,
Que con métrico impulso sonoroso
Herirá el destemplado plectro mío,
Pues pudo su dulcísimo instrumento,
Imponer yugo al mar, coyunda al viento.

Sin duda había copiado Salazar y Torres para su estudio el Orfeo, de Jáuregui, y le conservaba entre sus papeles, sin intento de apropiársele. Extraño es que Vera Tassis, hombre muy laborioso y diligente, cometiera el yerro de publicarle como obra de su amigo. No dejó de acriminarle por ello D. Gaspar Agustín de Lara en el prólogo a su Obelisco Fúnebre.

Discurso Poético. De D. Juan de Jáuregui. Madrid, Juan González, 1624. En 4.º, dos h. prels. y 40 foliadas. Edición igual a la del Orfeo.

En la Biblioteca Nacional se conserva un códice señalado M-133, que contiene el Discurso Poético y Orfeo, de D. Juan de Jáuregui. Dedicados al Excmo. señor D. Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, Sumilier de Corps. Caballerizo mayor, de los [p. 264] Consejos de Estado y Guerra de S. M., Gran Canciller de las Indias, Alcaide perpetuo de los Alcázares de Sevilla y Comendador mayor de Alcántara. El Orfeo llena 47 folios; el Discurso Poético, 41. Parecen copias de los impresos. En el códice M-107, página 69 está el Orfeo, pero incompleto.

Apología por la verdad o respuesta a una censura que se hizo del sermón que Fr. Hortensio Félix Paravicino predicó en las honras del rey Felipe III. Madrid, 1625, por Juan Delgado, 4.º. 4 hojas prels. y 44 foliadas.

El haber coincidido el maestro Fr. Hortensio Paravicino con los afamados Juan Márquez, Diego de Baeza y Baltasar Páez, en dos o tres pensamientos, alguna reflexión y tal cual cita, cuando el trinitario predicaba a las honras de Felipe III, pasada la Pascua de Resurrección de 1625, movió tan grande polvareda, que para acallarla fué necesario hacer valer el testimonio, voto y autoridad del magistral de Sevilla, D. Manuel Sarmiento de Mendoza; del Dr. Zamora, comisario calificador del Santo Oficio, y del Conde-Duque de Olivares, favorito del rey. A las virulentas censuras, que corrieron de molde se hizo que contestase el insigne crítico y poeta D. Juan de Jáuregui en su ya raro folleto, intitulado Apología por la verdad.» Esto escribe D. A. Fernández-Guerra (Memoria sobre el autor de la Canción a las Ruinas de Itálica en las Memorias de la Academia Española, cuaderno 2.º).

Memorial al rey Nuestro Señor. Ilustra la singular honra de España, aprueba la modestia de los escritos contra Francia, nota una carta enviada a aquel rey, etc. 1635. Citado por Nicolás Antonio.

Por el arte de la pintura. Discurso apologético que se halla en los Diálogos de Vicencio Carducho. (Madrid, 1633.)

La Comedia del Retraído. Representóla Villegas. Entran en ella las personas que ha habido en el mundo y las que no hay. Escrita y representada en 1636. Es una sátira desatinada de La cuna y la sepultura, de Quevedo.

Antídoto contra las Soledades y el Polifemo. No he visto este opúsculo, que, al parecer, era distinto del Discurso Poético. Tal vez sea el Antídoto contra las Soledades, opúsculo anónimo contenido en el códice M-107 de la Biblioteca Nacional. Hállase también [p. 265] en el códice Q-21, con un Contra-antídoto, escrito en favor de Góngora por un curioso.

Se encuentran poesías de Jáuregui en diversos certámenes de su tiempo, y al frente de varios libros de aquella época.

Traducciones

Aminta, de Torcvato Tasso. Traduzido de Italiano en Castellano. Por D. Jvan de Jáuregui. Roma, Estevan Paulino, 1607, en 8.º, letra cursiva, ocho hoj . pres. y 87 págs. Autorizan esta versión sendos sonetos de dos floridos ingenios españoles residentes en Roma. Es el primero Jerónimo de Avendaño y el segundo Alonso de Acevedo, poeta descriptivo. comparable en su género con los mejores de todos tiempos y países. Dice así el primero:

LA ITALIA, A D. JUAN JÁUREGUI
Deje del claro Betis las amenas
Orillas el tratante codicioso,
Y las olas de un mar tempestuoso
No tema, confiado en sus antenas.
Llegue su nave donde a manos llenas
Vierte la tierra su metal precioso,
O donde el Indo y Ganges caudaloso
Cubren de ricas piedras sus arenas.
Tú, famoso español, que has emprendido
Más ingeniosa, más gloriosa hazaña,
Ven a mi seno y busca en él el oro,
El rubí y el brillante más subido.
Róbame estas riquezas, vuelve a España
Y hazla rica con este gran tesoro.

Y dice el Dr. Alonso de Acevedo, cantor insigne de La Creación del Mundo:

Nació junto al Erídano abundoso
Aminta en su ribera esclarecida,
Noble zagal, cuya niñez florida
Sintió de amor el arco riguroso.
Éste con Tirsis, un pastor, famoso
Pasaba en amistad su triste vida,
Y en voz se lamentaba repetida
Con su toscano plectro numeroso.
Mas vino de la Bética ribera
Un joven de gallardo ingenio y brío;
[p. 266] Y Aminta por el docto sevillano
Dejo su patria y amistad primera,
Y ya en el Betis en estilo hispano
Canta olvidado de su lengua y río.

Agotados están los elogios respecto al Aminta, de Jáuregui. Vimos ya los que le tributaba Cervantes. Largo sería recopilar los encomios de Sedano, Estala, Quintana, Marchena, Nápoli Signorelli, Conti y tantos otros. En el concierto unánime de alabanzas que se la han dado, ni una voz se ha levantado para señalar defectos. Es de las pocas obras que han tenido la suerte de no dar asidero a la crítica. Baste decir que pasa por una de las joyas más preciosas de nuestro tesoro poético, y por el modelo más perfecto de traducciones que posee nuestra lengua. Dedicó Jáuregui su traslación al duque de Alcalá, y en la dedicatoria dice:

«Escribió el Tasso su Aminta después del muy culto y doctísimo poema de la Jerusalém y así sobre su gran hermosura y gracia, descubre en las ocasiones una heroica y profunda grandeza, siendo en todo muy corregido y regulada por el arte. Yo quisiera en mi translación no haberla tratado mal, por no ofender a su autor, de quien soy por extremo aficionado; mas no sé si me lo consiente la gran dificultad del interpretar, trabajo de que salen casi todos desgraciadamente: y en estos pocos versos, fuera de las comunes prolijidades, he tenido otra mayor: que como es el coloquio, pastoril consiente muchas frases vulgares, y modos de decir humildes; y éstos en Italiano suelen ser tan diferentes de los nuestros, que parece cosa imposible transferirlos a nuestro idioma o propia locución: tiene también el Toscano algunas partículas que entremete a la oración; las quales dan cierto ayre al decir, y en Castellano no hay manera que les corresponda. Sin esto nuestra poesía huye de muchos vocablos por humildes, que en la Italiana se usan por elegantes. Propongo algunas dificultades, para certificar tras ellas a V. E. que ha sido trabajada esta pequeña obra no con poca diligencia, procurando ablandar sus asperezas de manera, que no muestre la versión haber sacado de sus quicios el lenguaje castellano; y aunque muchas veces se declaren los conceptos por diferentes palabras y modo; que no por eso pierdan de su gracia o gravedad ni del verdadero sentido. Bien creo, que algunos se agradarán poco de los versos libres y [p. 267] desiguales, que tanto usan los Italianos: y sé que hay orejas, que si no sienten a ciertas distancias el porrazo del consonante, pierden la paciencia, y queda el lector con desabrido paladar, como si en aquello consistiese toda la sustancia de la poesía: mas a estos gustos satisfará algo el Coro de Pastores, que habla en versos ligados; y de los libres es menester saber, que no van tan acaso como parece; porque al usarlos largos o cortos, se guarda también su cierta disposición y decoro.» Roma y Julio, 15 de 1607.

Rimas de D. Jvan de Jáuregui. Sevilla, por Francisco de Lyra Varreto, 1618. 4.º, 16 h. p., 307 págs. y seis de Tabla. Versos laudatorios de Antonio Ortiz Melgarejo, D. Melchor de Alcázar, Francisco Pacheco, D. Lucas de Jáuregui, D. Juan Antonio de Vera y Zúñiga y D. Juan de Arguijo. Prólogo del autor. Entre los versos laudatorios parece oportuno copiar un soneto de Pacheco y unas décimas de Arguijo:

La muda poesía y la elocuente
Pintura, a quien tal vez naturaleza
Cede en la copia, admira en la belleza,
por vos, D. Juan, florecen altamente.
Aquí la docta lira, allí el valiente
Pincel, de vuestro ingenio la grandeza
Muestran, que con ufana ligereza
La fama extiende en una y otra gente.
Alce la ornada frente el Betis sacro,
Su tesoro llevando al mar profundo,
Y de Jáuregui el nombre y la memoria;
En tanto que su ilustre simulacro
Venera España, reconoce el mundo,
Como de nuestra edad insigne gloria.

Véanse las décimas de Arguijo:

       Den otros a tus pinceles
       Lo que sin lisonja pueden,
       Mostrando, D. Juan, que exceden
       A los de Zeuxis y Apeles;
       Prevengan sacros laureles
       Para tu inmortal corona,
       Y en las cumbres de Helicona
       Honren tu canto divino,
       Sobre el griego y el latino,
       Que la antigüedad pregona.
       Yo que con fuerzas menores
       No presumo tu alabanza,
       Ni mi corta voz alcanza
       Lo menos de tus primores,
       En vez de elogios mayores,
       A que el deseo me inflama
       Y a tan alta empresa llama,
       Dejará que en breve suma,
       Lo que no puede mi pluma
       Tome a su cargo la fama.
[p. 268] Comienza este volumen con la traducción del Aminta, ya impresa en Roma, pero revisada ahora y corregida con esmero escrupuloso por el traductor, que no sólo enmendó los defectos propios, sino también los del original, suprimiendo algunos trozos que le parecieron impertinentes. La supresión más considerable y no del todo injustificada, es la de la relación que hace Tirsis a Aminta al fin del acto segundo, cosa, a la verdad, enteramente ajena a la acción de la fábula. Consta no menos que de 92 versos y contiene sólo alusiones a sucesos de la vida del mismo Tasso, y elogios a los duques de Ferrara, impertinentísimos en el lugar en que se hallan. Sin embargo, Jáuregui no debió haberla suprimido, porque un traductor no es responsable de los defectos del original. Hizo alguna otra alteración de menos importancia. La obra ha continuado reimprimiéndose tal como la dejó el traductor en la edición de Sevilla.

Siguen Las Rimas humanas, parte de ellas originales, las demás traducidas. Entre las primeras se distinguen, como es sabido, el Acaecimiento Amoroso, la Elegía a la muerte de la reina D.ª Margarita, varios sonetos y diferentes sátiras. Las segundas son:

Traducción del epigrama 3.º de Ausonio a la estatua de Dido Ille ego sum Dido, vultu quam conspicis hospes.

De Marcial.—Epigrama 1.º del libro de los espectáculos Barbara Pyramidum.

Epigrama XXVI del mismo libro Augusti laudes fuerant.

Epigrama 73, libro 8.º, Instanti, quo nec sincerior.

De Horacio.—Oda 3.ª, lib. 1.º, Sic te Diva Potens. No la insertamos aquí, por hallarse reproducida en nuestros Apuntamientos crítico-bibliográficos sobre traductores de Horacio.

«A las estatuas de dos hermanos de Sicilia, que libraron a sus padres del mayor incendio del Etna. Imitación del epigrama de Claudiano Aspice sudantes venerando pondere fratres.

«Imitación de la primera oda de Horacio, reducida a la costumbre moderna.» Termina diciendo:

Trato de noche y día
Del Griego y de Maron las prendas raras,
Y de Lucano la grandeza y pompa,
A cuya grave trompa,
Si en algo mi atrevida voz comparas,
[p. 269] Ufano pensaré que en alto vuelo
Ya me corono de la luz del cielo.

Con efecto, por entonces se ocupaba en la traducción de Lucano, y como muestra insertó a continuación de la oda citada la Batalla naval de los de César, y Décimo Bruto su General, contra los griegos habitadores de Marsella. Descrita por Lucano en el tercero libro de su Farsalia, y transferida a nuestra lengua.»

Esta descripción, que consta de cincuenta y seis octavas, es de lo más animado y valiente que se ha escrito en verso castellano. Si de esta suerte hubiera continuado Jáuregui traduciendo la Farsalia, poco tuviéramos que desear en este punto.

Desgraciadamente, su infausta residencia en Madrid acabó por corromper su gusto, y el que de tal suerte había comenzado, acabó como veremos a su tiempo. Y es de notar que en su traducción completa de la Farsalia, en vez de reproducir la inmejorable descripción de la batalla naval, la afeó y echó a perder, en términos que poco o nada conserva de su primitiva belleza. Comienza la primitiva descripción:

Sobre el marino campo el rojo Apolo
Tendió su luz flamante una mañana;
Libre de nubes y sereno el polo
Su manto a partes retocaba en grana;
Ató los vientos el soberbio Eolo
Al Noto, al Euro, al Cauro y Tramontana,
Y sosegando el mar su movimiento,
En calma estuvo a la batalla atento.

A esta descripción pertenece aquella célebre octava:

Entonces carga el pecho el bogavante,
Los brazos tiende, y en su remo estriba,
Luego esforzando el pecho y la pujante
Espalda, sobre el banco se derriba:
Las proras, al encuentro resonante
Resurten sesgas por el agua arriba,
Y allí la flecha y lanza revelando,
Y el dardo ahuyentan uno y otro bando.

Octava que, sin embargo, es inferior a casi todas las restantes. En cuanto a la segunda descripción, baste decir que empieza con este verso:

El sol infante que horizontes dora.
[p. 270] A las Rimas humanas siguen las sacras, que además de varias composiciones originales, alguna de ellas de subido mérito, contienen traducciones de los siguientes himnos:

Veni, Sancte Spiritus.

Jam lucis orto sidere.

Pange lingua gloriosi.

Lauda Sion Salvatorem.

y paráfrasis de los psalmos:

VIII (de la Vulgata). Domine, Dominus noster.

CXIII. In exitu Israel de Ægipto.

CXXXVI. Super flumina Babylonis.

Esta últina es admirable, y de buen grado la transcribiríamos, a no ser tan conocida y fácil de encontrar en diversos lugares. En otra ocasión hemos citado alguna de sus bellísimas estancias.

Rimas de D. Juan de Jáuregui. Por D. Ramón Fernández. Tomo VI. 1786. En Madrid, en la Imprenta Real. Pertenece a la colección de poetas castellanos, formada por el P. Pedro Estala, de las Escuelas Pías, con el nombre de su barbero, D. Ramón Fernández. Las precede un prólogo muy bien escrito, obra del mismo Estala, que en él insertó un largo trozo del Aminta, omitido en la edición de Sevilla. Suprimió, en cambio, seis de las Rimas Sacras y cuatro enigmas, que le parecieron harto pueriles y de gusto muy dudoso, ya que no del todo malo. Una de estas composiciones es un «epílogo más que poético de la vida de Santa Teresa», poesía tan extravagante, que parece imposible sea obra de Jáuregui en sus mejores días. Véase cómo empieza:

Musa, si me das tu ardiente
Furor, de la santa mía,
Con tu buena licencia
Alta espera cantar mente.

Acertado anduvo Estala al hacer caso omiso de tales desatinos.

Parnaso Español. Colección de poesías escogidas de los más célebres poetas castellanos. Madrid, por D. Ioachin de Ibarra, impresor de Cámara de S. M., 1770. Nueve tomos, en 8.º (los últimos fueron impresos por D. Antonio de Sancha). Formó esta colección D. Juan José López de Sedano. En el primero publicó el Aminta, de Jáuregui, notando cuidadosamente las variantes [p. 271] que se advierten entre la edición de Roma y la de Sevilla. En los tomos sucesivos insertó diferentes composiciones del mismo autor y en el noveno dió algunas noticias de su vida y escritos.

Poesías selectas castellanas, desde el tiempo de Juan de Mena hasta nuestros días. Colección ordenada por D. Manuel José Quintana, Madrid, Gómez Fuentenebro y Comp., 1807. Madrid, 1830, por D. Miguel de Burgos. Cuatro tomos, 8.º y dos de la Musa Épica. En el tomo tercero se hallan el Aminta, la Batalla Naval, la paráfrasis del salmo Super flumina, el Acaecimiento Amoroso, la sátira A Lidia, varios sonetos y algunos fragmentos del Orfeo, ilustrado todo con notas biográficas y juicios críticos.

Tesoro del Parnaso Español. París, Baudry, 1840. Reproducción de la obra anterior.

Aminta. Fábula pastoral de Torcvato Tasso, traducida por don Juan de Jáuregui. Madrid, 1804, imprenta Real. Edición estereotípica, publicada por la Real Academia Española.

París (Madrid), 1821. Al fin de una traducción del Arte de amar, de Ovidio, hecha por un anónimo (Vide). Dicha traducción fué reimpresa en Barcelona, por Oliva, hacia 1830.

En algunas colecciones de poesías publicadas en el presente siglo se han reproducido el Aminta y otras composiciones de Jáuregui.

Sus rimas se han reimpreso completas, según la edición de Sevilla, en el tomo II de la siguiente colección:

Poetas líricos de los siglos XVI y XVII, colección ordenada por D. Adolfo de Castro. Madrid, Rivadeneyra, 1854 y 1857. Tomos XXXII y XLII de la Biblioteca de AA. Españoles. Al fin del Aminta se han insertado las diez composiciones A lo divino, suprimidas por Estala.

La Farsalia, original de D. Juan de Jáuregui. (Biblioteca Nacional, M-239.)

Compróse para la Real Biblioteca en 3 de junio de 1769, siendo bibliotecario D. Juan de Santander. El manuscrito, preparado ya para la impresión, lleva las aprobaciones autógrafas del P. Agustín de Castro, de la Compañía de Jesús, y del P. M. Juan Vélez Zabala, de los clérigos menores. Sigue la dedicatoria del autor al rey Felipe IV. El manuscrito tiene 320 folios. Lo mismo que el impreso está dividido en 20 cantos. Este exceso respecto al [p. 272] original se explica por las grandes y desacertadas adiciones del traductor.

La Farsalia, poema español, escrito por D. Jvan de Jáuregui y Aguilar. Sácale a luz Sebastián de Armendáriz. Madrid, Lorenzo García (1684). Dos partes, en un volumen 4.º La primera parte tiene 18 hoj. prel. y 239 fol. y la segunda 114 folios. Terminada la Farsalia se encuentra el Orfeo, que llena 82 folios.

Lleva una aprobación de D. Antonio Solís, que, entre otras cosas, dice lo siguiente: «Aunque D. Juan pudiera emprender por si la fábrica de un poema heroico, porque supo los preceptos de Aristóteles con fundamento, y tuvo el numen y los estudios necesarios para escribirle igual a los Virgilios y Homeros de su tiempo, se dejó llevar de esta imitación de Lucano, por haber escrito con grande aplauso en su mocedad la batalla naval de los romanos contra los griegos massilienses, contenida en el libro tercero de la Farsalia, cuya versión imprimió en sus Rimas, el año de 1618... Fué D. Juan de los caballeros más celebrados entre los grandes ingenios de aquel siglo, porque supo manejar el pincel con el mismo acierto que la pluma. Los papeles que dió a la estampa encarecen su erudición en todo género de letras, sagradas y profanas.»

Bastante llevamos dicho sobre el mérito y los defectos de la traducción de Lucano. Hállanse en tan singular trabajo sentencias que por lo profundo del concepto y lo conciso de la expresión, se graban sin dificultad en la memoria:

¡Oh tú quien fueres; aunque imperios mandes,
No hay grande nombre sin hazañas grandes.
No hay libertad, ni sombra o semejanza,
Si con sujeta adoración se alcanza.

Y hay octavas de tan peregrina extructura como la siguiente, mezcla de defectos y de perfecciones:

¡Oh anhelado imposible!, ¡oh bien humano!
Mal serán bien, si para no perderte
A lo propicio importa lo tirano,
Pues califica al próspero la muerte,
Si aquélla tarda, tu favor es vano,
Si aquella viene, tu remedio es fuerte:
No espere dichas quien morir no espera
Y quien pretende asegurarlas muera.
[p. 273] En lo que jamás se descuida Jáuregui es en la versificación. Sus trozos más defectuosos son, bajo este aspecto, dignos de atenta consideración y detenido estudio. Como muestra de esta traducción voy a presentar uno de los mejores trozos, advirtiendo que es sobrado libre y parafrástico. Se refiere al paso del Rubicón:
Ya César a los Alpes se adelanta
Contrario a Italia, ya en su pecho oculto
Es tempestad y golfo empresa tanta
Y el alma inunda en militar tumulto;
Tocando al Rubicón su altiva planta
Con ejército fiel, vió en sitio inculto
Y en sombras mudas, que la frente asoma
Hórrida imagen la funesta Roma.
Adornos viste lúgubres y sencillos,
Cándida la melena y desgreñada
Que coronan murallas y castillos:
Luego exclama terrible y perturbada:
«¿Adonde, oh vos de la impiedad caudillos,
Volvéis mi insignia, mi rigor, mi espada?
Pueblo romano, os reconozco en esta
Ribera que pisáis y no en la opuesta.
Al que armado me busca, el cristal puro
Le excluye de estos márgenes estrechos,
Pues nadie aquí adelanta el pie seguro
Sin romper leyes y ultrajar derechos:
Ya cuanto más te acercas a mi muro,
Atento César a ensanchar tus hechos,
Me pierdes más y encuentras en mis brazos
Lanzas por cetros, por coronas lazos.»
El estupendo asalto inopinado
Turbó al guerrero, congeló su ardiente
Sangre en heladas fibras, y erizado
Surtió el cabello en la cesárea frente;
Sin profanar el margen venerado
En sus afectos vaciló abstinente,
Hasta que ya cual ciudadano o hijo,
A Roma vuelto y a sus Dioses dijo:
«¡Oh tú, que en el altar Capitolino
Eres, Jove, presidio a los romanos!
¡Oh vos, Penates, del que a Italia vino
Donde a los Julios sucedió troyanos!
¡Oh nuestro numen, Rómulo Quirino!,
¡Oh tú, que en los alcázares Albanos
Duplicas templo, venerable Vesta,
Por quien la llama se eterniza honesta!»
[p. 274] «¡Oh Roma por deidad ya graduada!:
Tu honor buscan pacíficas mis greyes;
Soy tu lealtad y lo será mi espada,
A ilustrar vengo, no a ultrajar tus leyes,
Rindo a tus pies mi frente coronada
Con las diademas de vencidos reyes;
El que agraviare enemistad contigo,
Éste sólo te agravia, es tu enemigo.»
Dijo, y ciñendo el corazón lo ardiente
Mal contenido en límites de humano,
Rompió la guerra a un tiempo y la corriente
por ilícitos rumbos soberano:
En desiertos así del Asia ausente
Divertido león, si armada mano
Contraria advierte, incierto se retira,
Recogiendo feroz toda su ira.
Mas cuando ya de estímulos herido,
Con propio azote y erizadas greñas,
Fuego exhalando en íntimo bramido,
Encendió el aire, estremeció las peñas;
Aunque a su frente asalte el prevenido
Escuadrón mauro, que alojó en las breñas,
Y aunque mil hastas le acometan juntas
Se precipita a devorar las puntas.

La Farsalia, de D. Juan de Jáuregui y Aguilar. Tomos VII y VIII de la colección de D. Ramón Fernández (Estala) Lleva al fin el Orfeo. Madrid, 1787. Edición más correcta que la primera.

Santander, 29 de diciembre de 1874.

Notas

[p. 258]. [1] . Prescindimos aquí de las traducciones en prosa hechas en el siglo XV, que consideramos más bien que otra cosa, como monumentos de la lengua.