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Obras completas de Menéndez... > BIBLIOTECA DE TRADUCTORES... > II : (DOMENECH-LLODRÁ) > GALLEGO, D. JUAN NICASIO

Datos del fragmento

Texto

[p. 99]

Traductor del Oscar , de Arnault, y de dos poemas ossiánicos fué el eminente lírico, cuyo nombre encabeza estas líneas. Por tal concepto entra en nuestro Catálogo .

Nació D. Juan Nicasio Gallego en Zamora el 14 de diciembre de 1777. Cursó latinidad y humanidades en su ciudad natal, y Filosofía y ambos Derechos en la Universidad de Salamanca. Allí se despertó su inclinación a la poesía castellana, al calor de la escuela salmantina, entonces en su más glorioso período. Terminados sus estudios con el grado de Dr. en Cánones en 1800 y recibidas las sagradas órdenes, pasó a Madrid, siendo nombrado en 1805 director eclesiástico de la casa de Pajes de S. M. Dióse a conocer muy en breve como poeta, primero con algunas lindísimas composiciones eróticas, como la anacreóntica de El Pudor , y las [p. 100] endechas Pobre lira mía , que se insertaron en el Memorial Literario , y más tarde (en 1807) con la brillante oda A la defensa de Buenos Aires , harto recargada de académicos primores. Llegó el 2 de mayo de 1808, y bajo el influjo de los sucesos de aquel tremendo día, trazó Gallego, no muchos después, su elegía famosísima, en la cual es de sentir que a los méritos de la ejecución artística no corresponda siempre la intensidad del sentimiento, haciéndose por ello más notable la profusión y aun el abuso de ciertas grandes y aparatosas formas de escuela. En 24 de septiembre del mismo año, cuando las tropas españolas ocupaban a Madrid, a consecuencia de la batalla de Bailen y de la retirada de los franceses al otro lado del Ebro, leyó D. Juan Nicasio, en la Academia de Nobles Artes, una oda bellísima, sobre todo en sus primeras estancias. Al año siguiente hubo de abandonar la corte nuestro poeta, siguiendo al Gobierno legítimo, y en pos de la Junta Central, que le ocupó en importantes comisiones; pasó a Sevilla, y de allí a Cádiz. En 1810 fué elegido diputado para las Constituyentes, en cuyas tareas tomó no escasa parte, señalándose sobre todo en la discusión acerca de la libertad de imprenta. Como liberal, fué perseguido en 1814, sufriendo una prisión de dieciocho meses y un largo confinamiento en la Cartuja de Jerez, de donde fué trasladado a otros monasterios. La revolución de 1820 vino a ponerle en libertad y honróle con el arcedianato mayor de Valencia, que disfrutó hasta el 23, en que fué despojado de tal dignidad y tuvo que emigrar a Francia, a consecuencia de la caída del sistema constitucional. Cuatro meses residió en Montpellier, al cabo de los cuales regresó a Barcelona y de allí a Valencia, donde vivió pobre y oscuramente hasta 1830, ocupándose en traducciones para las prensas de Cabrerizo y en arreglos dramáticos. En aquel mismo año, y gracias tal vez a su elegantísima oda al nacimiento de la Princesa Isabel (después Isabel II), obtuvo Gallego una canongía en Sevilla, y en 1833 una plaza supernumeraria de Auditor de la Rota. Tranquilo y universalmente respetado por sus letras, celebrado por la amenidad de su carácter, consultado como maestro y venerado como oráculo por una grey de escritores jóvenes, pasó el resto de su vida, que se extinguió en 9 de enero de 1853. Fué secretario perpetuo de la Academia Española desde 1839, presidente de la de San Fernando, senador del Reino, consejero [p. 101] de Instrucción Pública, y un año antes de su muerte había sido agraciado con el arciprestazgo del Pilar de Zaragoza, del cual le impidieron tomar posesión sus achaques.

Hemos nombrado cuatro de sus más famosas composiciones líricas. Con ellas ventajosamente compiten, y tal vez las superan tres elegías A la muerte del Duque de Fernandina, de la Reina Isabel de Braganza, de la Duquesa de Frías , compuestas, respectivamente, en 1814, 19 y 30. La última en especial, es verdadero dechado de inspiración áulica y académica: la divina armonía de la forma está llevada a un punto casi insuperable de tersura y halago. En este género encopetado y rígido, nada conocemos en nuestra lengua superior a los cantos de Gallego.

Fué muy descuidado este insigne poeta en cuanto a la conservación de sus versos, y es un hecho notable de historia literaria la fama que llegaron a granjearle siete odas y elegías, un himno patriótico, algun soneto y tal cual juguetillo de poca extensión, publicados con larguísimos intervalos. Pero ni de estas poesías universalmente celebradas ni menos de las inéditas, dió nunca a la estampa colección ni ramillete, contentándose con que de mano en mano corriesen, ora manuscritas, ora reproducidas, usque ad infinitum , en periódicos y folletos. Un distinguido literato cubano, D. Domingo del Monte, grande admirador de Gallego, publicó en Filadelfia (1829) un tomito (muy raro en España) de Poesías de nuestro vate, sin noticia del autor y valiéndose a veces de copias incorrectas. Muerto Gallego, la Academia Española determinó recoger las obras de su secretario y darlas a la estampa para gloria de las letras y honra de la misma ilustre Corporación. Fruto de este acuerdo fué la preciosa colección rotulada:

Obras Poéticas| de| Don Juan Nicasio Gallego,| Secretario Perpetuo| de la| Real Academia Española,| Publicadas| por la misma Academia.| Madrid, 1854.| Imprenta del Diccionario Universal del Derecho Español Constituido,| a cargo de J. de M. Gonzalez, Leganitos, 64 . XV págs. de Apuntes sobre la vida y escritos del Excelentísimo señor D. Juan Nicasio Gallego (escritos a nombre de la Academia, por D. Eugenio de Ochoa) y 278 de texto.

La colección, discretamente ordenada, aunque tal vez con excesivo rigor, por la Academia, contiene cuatro elegías , siete odas , dos epístolas , treinta y siete sonetos , quince poesías varias y la tragedia Oscar , de que luego hablaremos,

[p. 102] Más completa que la edición académica, si bien como ella un tanto rigurosa en el número y elección de las composiciones, es la que forma parte del tomo LXVII de la Biblioteca de AA. Españoles , tercero de Poetas líricos del siglo XVIII colección formada e ilustrada por el Excmo. señor D. Leopoldo A. de Cueto , Madrid, Rivadeneyra, 1875 (Imp. de Aribau y C.ª). En él se extienden las poesías de Gallego (precedidas de la introducción de Ochoa y unos apuntes biográficos escritos en 1843 por Ventura de la Vega) desde la pág. 393 a la 426. Además de las obras publicadas por la Academia (fuera del Oscar) se insertan una epístola A Pradina , una oda titulada La última cena , tres octavas sueltas, composiciones escritas para álbumes, etc., etc., inéditas unas y esparcidas otras en diversas publicaciones, pero nunca coleccionadas.

En prosa conocemos de Gallego tres estudios críticos muy notables el Prólogo a las Poesías de D.ª  Gertrudis Gómez de Avellaneda , el Examen del Juicio Crítico de los principales poetas españoles de la última era, obra póstuma de D. José Gómez Hermosilla , y el Análisis del poema Esvero y Almedora de D. Juan María Maury, leído a la Real Academia Española, en la sesión de 1.º  de abril de 1841 . Los dos últimos trabajos, que son modelos de crítica segura y limpio y acendrado estilo, se imprimieron en la Revista de Madrid el mismo año 41 y han sido reproducidos por el señor Cueto en las págs. 154 a 164 y 426 a 441 del tomo III de su excelente y copiosísima colección de líricos .

Tradujo Gallego en prosa, con el título de Los Novios , la hermosa novela de Manzoni I Promessi Sposi , y en verso las obras siguientes.

Traducciones

Oscar, hijo de Ossian , tragedia escrita en francés por Mr. Arnault. Puesta en verso castellano y acomodada a nuestro teatro. Representada en los teatros de la corte.

Tragedia ossiánica , en su original no de mérito sobresaliente, pero con tal destreza vertida al castellano por Gallego, tan mejorada en muchos pasajes, y sobre todo tan admirablemente versificada, que con ser traducción, y de una obra mediana, cuéntase [p. 103] con justicia entre las más preciadas joyas de nuestro teatro trágico, a la manera neoclásica . Los endecasílabos asonantados de esta pieza pasan por los mejores que se han oído en tragedia castellana. Hizo Gallego esta versión en ocho días, y representóla Máiquez con extraordinario aplauso. Hállase el Oscar en el tomo de Obras de Gallego publicado por la Academia (págs. 197 a 278).

Minona, y Temora , poemas de Ossian, insertos en la colección publicada por D. D. del Monte en Filadelfia, y reproducidos en la Crónica de Salamanca , pero poco o nada vulgarizados, por haberlos excluído, con rigor sobrado, de sus colecciones la Academia Española y el señor Cueto. Para salvarlos del olvido los ponemos a continuación.

El Padre y sus dos Hijos , apólogo de Florián, traducido libremente (pág. 169 de la ed. de la Academia).

La hoja de Lentisco , fábula de Arnault (pág. 180). También fué vertido al italiano este apólogo por Leopardi.

DOS POEMAS DE OSSIAN, TRADUCIDOS POR D. J. NICASIO GALLEGO

MINONA

   De Letmon el alcázar ocultaba
La oscuridad: callada y macilenta
Junto al Ocaso la ofuscada luna
Con vacilante luz brillaba apenas,
Y el viento mugidor de media noche
Silbaba por los llanos y las selvas,
Al tiempo que Esvaran enamorado
De su Minona a la mansión se acerca.
Mas ¡qué silencio lúgubre la habita!
El sueño ocupa las altivas peñas,
Los aires y las ondas: todo duerme,
Y la voz de su amante no resuena
Del héroe inquieto en el atento oído.
¿Qué haces, bien mío? ¿Qué desgracia nueva,
Qué obstáculo te oculta de mis ojos?
¿De aquel terrible instante no te acuerdas?
¡Terrible instante y delicioso a un tiempo!
En que el honor mando que las soberbias
Olas del mar de Inístora cruzase.
¡Cual te quejabas de la suerte adversa
! [p. 104] Yo, yo vi palpitar tu seno hermoso
De ternura y horror; te vi deshecha
En lágrimas amargas, al partirme;
Con voz desfallecida tus querellas
Tu angustia y tu pasión manifestabas...
Y hoy no te veo celebrar mi vuelta.
Dijo y halló del lóbrego palacio
Los pórticos abiertos: de hojas secas
Regados se miraban los umbrales,
Y el Noto por las bóvedas desiertas,
Sonando triste con lejanos ecos,
Gritos despide y dolorosas quejas.
Crece la oscuridad, sobre la roca
Suspenso y melancólico se sienta
Esvarán infeliz; negros anuncios
A su agitada mente se presentan,
Y entre proyectos lúgubres, confuso
Su corazón zozobra y titubea.
Viene entre tanto a duplicar su sueño
El horror insufrible de sus penas,
Y tres veces su espíritu angustiado
Espantosos agüeros amedrentan.
Su adorada Minona se aparece,
De una nube de lágrimas cubierta
Su vista celestial; del negro pelo
Revuelve el aire la gentil madeja,
Y el tierno pecho de alabastro tiñe
Un copioso raudal de sangre espesa.
¿«Será, será posible que mi amante
Sobre la cima de un peñasco duerma
Mientras que su Minona idolatrada,
A quien dió de cariño tantas pruebas,
Su brazo protector, su ayuda implora
Con lamentos inútiles? ¡Despierta,
Levántate Esvarán! Las ondas bravas
Del mar furioso a Tromaton rodean:
Allí de horror y de aflicción cercada
Gimo en el centro de una oscura cueva,
Imagen de los pálidos sepulcros.
A la ciega pasión tu amante expuesta
Del cruel Dumorat, que así me tiene...
Corre a librarme de su infiel cadena.»
El viento cruje en las espesas ramas,
La sombra amable escápase ligera
Como veloz relámpago: aterrado
Vuelve Esvarán del sueno con presteza,
[p. 105] Y blandiendo furioso el ancho acero,
Hiende con él los aires y la niebla.
Los ojos clava en el Oriente oscuro,
Maldiciendo del alba la pereza...
Dora por fin su luz el alto cielo,
Y del héroe de Inístora las velas
Dividen ya las ondas espumosas.
El rey del día por la vez tercera
Con sus doradas armas aparece:
Cuando el fuerte Esvarán con vista inquieta
Descubre a Tromaton, que en los cristales
Del azulado mar se balancea,
Minona de sus males agobiada
Suspirando en la próxima ribera,
Ve llegar a su amante; de sus armas
Le turba el relumbrar, y la vergüenza
Y el amable pudor la sobrecojen;
Fija los ojos en la blanca arena,
Y un torrente de lágrimas despide.
«¿De qué mi amante se acobarda y tiembla?
Dijo Esvarán, ¿mi rostro por ventura
La muerte o el desprecio te presentan?
¿No eres el astro cuya luz brillante
Mis pasos guía en tan lejana tierra?
Si algún infame tu aflicción motiva,
Yo su maldad castigaré; no temas,
Pues ya impaciente la atrevida espada
Se extremece colérica en mi diestra:
Responde, hija de Amir, ¿no ves mi llanto?»
MINONA

   «¡Ay!, ¿por qué no fuí yo como la tierna
Flor de los escondidos matorrales
Que nace y muere oculta entre las peñas?
No bien he visto desplegar su manto
A la fugaz y fértil primavera
Diez y seis veces en los bosques nuestros,
Cuando ya de la tumba macilenta
Se abre para tragarme el hondo abismo.
¡Oh pesar roedor! ¿Habrá en la tierra
Héroe que llore sobre mis cenizas?
Tal vez, tal vez, de mis atroces penas
Y mi arrepentimiento conmovido
Podrá ser que mi amante compadezca
Mi involuntario crimen, y me llore
En el silencio de la noche negra.»
[p. 106] ESVARÁN

   «No te abatas así; que en el momento
Dejaré tu venganza satisfecha.
¿Dónde el traidor está? Cierta es su muerte,
Mas si mi brazo lánguido me niega
De tu infame raptor el vencimiento,
Cuida, mi dulce amor, de que no muera
A par de tu Esvarán la gloria suya;
Mi tumba erige en la escarpada breña;
Da mi acero a los hijos de los mares,
Cuando el velamen de un esquife veas
Y que al lloroso Coldanar te lleven.
Con eso ya en las ondas turbulentas
No fijará la vista el triste anciano
Ni con zozobra esperará mi vuelta...»
MINONA

   «¿Y juzgas tú que en ánimo me escedes?
A perecer contigo estoy resuelta,
Los dos en un sepulcro dormiremos,
Que no es mi corazón de dura piedra;
Ni a las olas imita el alma mía,
Que ora las hincha la borrasca horrenda,
Ora la sesga calma las arrulla,
Se deslizan con fría indiferencia
Entre sañudos y ásperos escollos.
Sí, querido Esvarán. La misma flecha
Hiera mi corazón, rival del tuyo,
¡Isla de Tromaton, isla funesta!
Ya por desdicha a la infeliz Minona
Dejar no es dado tus atroces selvas.
Era mi hermano a guerrear partido
A remoto país: en triste vela
Quedé yo sola en mi desierto alcázar;
Y el negro precursor de la tormenta,
El ábrego rugía sordamente
En los altos abetos, cuando suena
Súbito choque de aceradas armas:
El hierro da en el hierro, y oigo cerca
De los fogosos potros el relincho...
La más dulce esperanza se apodera
En aquel punto de mi pecho ansioso.
[p. 107] «¡Oh mi guerrero amado, puedan, puedan
Verte mis ojos... Salgo, el espantoso
Duromat a mi vista se presenta,
Tinta en la sangre su feroz cuchilla
De mis fieles amigos. Sin clemencia
Me arrebata, desprecia mis lamentos,
Y desmayada a su bajel me lleva...
¿Qué pudo hacer Minona delicada?
En vano te llamé... ¡Mas ay! que llega
Dividiendo los mares inflamada.
¿No ves, no ves allí su flota inmensa?
Huye infeliz del bárbaro tirano.»
ESVARÁN

   «¿Que huya, me dices?; salga, salga
Del borrascoso mar a la ribera
Y verásle a mis plantas derribado.
No conozco el temor. En esa cueva
Quedarte puedes retirada en tanto,
Y vosotros, amigos, de mi adversa
Y mi próspera suerte compañeros,
La muerte en vuestras rápidas saetas
Vuele, y ese traidor su culpa espíe.»
Dice y Minona en la cavada peña
Torna a ocultarse. En su turbado seno
Los suspiros abisma la sorpresa,
Y el pálido color de su semblante
En agradable púrpura se trueca,
Cual luciente relámpago estendido
Que entre las sombras fúnebres serpea.
Duromat entre tanto se aproxima
Con presto pie: la cólera sangrienta
Le arruga y tuerce el formidable gesto.
Y bajo el arco de las foscas cejas
Los torvos ojos que la muerte anuncian
Revuelve ardiendo en saña carnicera:
«Estrangeros, les grita, ¿de los vientos
Os arrojó a esta playa la violencia?
¿O presumís tal vez osadamente
Sacar de entre mis brazos la belleza
Que yo cautiva en mis palacios guardo?
Minona es de mi reino clara estrella,
Con cuya luz mi pecho se dilata;
¿Quieres, débil rival, privarme de ella?
Si tal es tu intención ¿juzgas acaso
Volver seguro a la mansión paterna?»
[p. 108] ESVARÁN

«¿De Coldanar al hijo has olvidado,
Ni de aquel día Duromat te acuerdas
En que medroso de mi espada huías,
Como entre matas y escarpadas breñas
Huye del lobo el tímido cabrito?
En vano mis soldados te rodean:
Pronto de Amir ocupará las torres
Mi amante, libre de tu infiel cadena»,
Dice, y le ataca cual ligero rayo.
Con sus escuadras Duromat se mezcla
Cobarde huyendo, y Esvarán le alcanza
Ya sus entrañas con furor penetra
El asta vengativa, y un arroyo
Corre de sangre por la hollada arena.
A su aspecto los débiles guerreros
Por la playa gritando, se dispersan,
El resto ahuyentan del Morvén los dardos,
Y libre el campo de enemigos queda,
Entonces Esvarán, sin detenerse
Hacia la gruta de Minona vuela.
Mas ¡qué objeto infeliz sus ojos miran!
Tendido un joven mísero, se queja,
En cuyo pecho penetrante herida
Cubre de sangre la arenosa tierra.
Traspasado Esvarán de sus sollozos
Le ofrece humano la amistosa diestra.
Y así le dice en tono compasivo:
«Con mi favor y mis auxilios cuenta,
Incógnito soldado, y tus lamentos
Acalle la esperanza lisongera,
Yo conozco las plantas saludables
Y su virtud benéfica y secreta
Probé mil veces en guerreros varios,
Siendo su gratitud la recompensa
Más dulce para mí. ¡Quién, ay dichoso
Mitigar, joven, tu dolor pudiera!
Reyes sin duda tus mayores fueron:
¿Qué clima vió tus ínclitas proezas?»
«Sí, le responde; célebres han sido
Mis abuelos, mas ¡ay! será que sientan
Y lloren sin rubor mi desventura!
Mi gloria se deshizo en estas yermas
Y fatales campiñas, como suele
De luz un rayo disipar la niebla.
[p. 109] A orillas de Durana, sobre rocas
Se ve un palacio antiguo en la eminencia,
De lúgubres abetos rodeado:
Sus torres melancólicas reflejan
Las turbias aguas que a sus plantas corren:
Mi hermano allí con inquietud me espera,
Dale noticia de mi infausta muerte,
Y mi celada sin tardar le entrega...»
Dice: Esvarán, absorto y conmovido...
Minona... ¡Duro instante! en su caverna
Tomó las duras armas, y valiente
Lidiando estuvo en la cruel pelea.
MINONA

   «Hijo de Coldanar, dulce amor mío,
No hay que abatirse a débiles flaquezas,
Le dice: ya la muerte inexorable
Se va extendiendo por mis mustias venas.
Soy indigna, lo sé, de tu ternura;
Mas recibe mis voces postrimeras;
Mi desgraciada juventud ha sido
Combatida de bárbaras tormentas.
¡Quién dentro de los muros de Durana
Quedado hubiese en la mansión paterna!
Amir, al menos, de mi amor en pago
A la infeliz Minona bendijera.»
Dijo y murió. Sin exánime cadáver
Hundió Esvarán en la morada estrecha,
Donde tres veces el Señor del día
Le halló, vertiendo lágrimas acerbas:
Mas llevóle a países diferentes
El imperioso grito de la guerra.
Volvió a Morven, y su aflicción notamos.
Yo cante de Minona la belleza,
Y lució entonces en su triste pecho
De alegría una ráfaga ligera;
Pero la agitación y los suspiros
Daban de su pesar constantes señas.
Así cuando la calma bienhechora
Y el nuevo sol los cielos hermosean,
Relámpagos que brillan a lo lejos
La pasada borrasca nos recuerdan.
TEMORA

   Rayaba el día; sus azules ondas
El mar de Ulin tranquilo paseaba
[p. 110] Bajo el ala del céfiro; las cumbres
Empezaba a dorar de las montañas
La luz primera; su melena espesa
Ya sacudían las encinas altas,
Y allá en los cielos rápida tendía
El águila caudal sus prestas alas,
Cuando en un valle estrecho y apacible
Que un arroyuelo bullicioso baña,
Y orgullosos dominan dos collados,
De do robustos pinos se avalanzan
Con fosca vista Caïrvar inquïeto,
Cual sombra huída de la negra estancia,
De sus remordimientos destrozado
Triste, afligido y pálido velaba.
Ante sus turbios ojos se presenta
La imagen de Cormac desfigurada,
Más sutil que los soplos del Favonio
Que apenas mueven las serenas aguas.
Las heridas profundas y crueles
Que vilmente le dió, sangre brotaban,
Y el callado rumor con que le acusa
Al asesino asusta y acobarda.
En vano el rey de Athá, yerto, asombrado
Rechazar quiere la feroz fantasma;
Furioso agita el brazo de gigante
Y con trémula voz su genio llama.
Ya todos sus soldados le rodean
En confuso tropel, y en las cercanas
Selvas el eco a su clamor responde:
Clonor, Duscar, valientes le acompañan,
Y el querido de tantas hermosuras,
El joven Hidalán: Cormac la osada
Frente en el yelmo pavonado esconde
De gesto atroz y vista sanguinaria,
Pero no tan feroz cual la de Malthos.
A su lado Foldat, cuyas palabras
Dicta el duro desprecio, de destrozos
Sediento, blande la terrible lanza.
Otros muchos famosos capitanes
Estaban con su Rey, cuando en la playa
Vieron venir a Moranán corriendo,
Mustio, azorado y seca la garganta.
«¡Cómo!, dice, ¿es posible que a mi vuelta
Halle de Erin en perezosa calma,
Como la selva, al declinar el día,
Reposando el ejército? Las armas
[p. 111] Prevenid; ya Fingat la costa ocupa,
Y es tan veloz, tan rápida su marcha,
Que el ojo apenas distinguir consigue
De sus tropas el giro. Su muralla
Mil batallones son, que rige diestro.»
«¿Le has visto, dime? Cairvar le ataja;
¿Vienen precipitados sus guerreros,
Como torrente que espumoso brama,
Y hace temblar hinchado la ribera?
¿La pica de la lid blande, y levanta
Contra nosotros, o pretende acaso
Que la paz señoree estas comarcas?»
—«No: que en vano vibré de los combates
La lanza fuerte: corpulenta espanta
Su voz, igual al trueno, y aunque viejo
No le ha robado el tiempo la pujanza,
De que su propio corazón se asusta.
Al lado pende la fatal espada,
En cuyo filo está la muerte fiera.
Ossian famoso por la voz y el arpa,
Y el hijo de Morní, que a tantos reyes
Funesto ha sido, juntos se adelantan
Con el anciano, intrépido Dermidio,
Y el ligero Conal los acompaña.
Allí también Fillán el arco vibra...
¿Mas quién al joven valeroso igualar,
Al hijo de Ossian, héroe atrevido,
Que el reposo aborrece? Oscar se llama.
Como tarde serena o luminoso
Lucero brilla su esplendente casa:
Los cabellos que el céfiro revuelve
Sueltos ondean por la hermosa espalda,
Y al asentar el pie, las armas crujen:
De oro resplandeciente su coraza
Rayos despide: me aterró su vista,
Y huyendo vine con veloces plantas...»
—«¿Qué indigno sobresalto te estremece?»,
Dijo Foldat colérico. «Ea, marcha
A ocultar tu medrosa cobardía,
Hijo de la molicie, entre las matas,
Que cercan tus arroyos, ¿Por ventura
Con ese Oscar, que tímido agigantas
No he combatido yo? ¿Juzgas acaso
Que le teme Foldat, porque dimana
De tantos héroes y valiente sea?
Al punto, Cairvar, si tú lo mandas,
[p. 112] Cumpliré mis deseos, y al torrente
Fogoso me opondré, que nos amaga.
Bien conoces mi brío, y si mi pica
La mueve el viento como débil caña...»
—«¿Y qué?, responde Malthos prontamente,
¿Desconoce el peligro o no se acuerda
Que turbulento el mar en estas playas
Ha las valientes tropas vomitado,
De cuyos gefes la atrevida espada
Al vencedor de Erin, a Esvarán mismo
Le dió muerte cruel? Tu triunfo canta,
Presumido Foldat; que yo de lejos
Celebraré tu gloria. Ni me faltan
Derechos que oponer: mas solamente
Al bardo toca hablar de mis hazañas...»
—«Dejad, guerreros, frívolas disputas,
O temed que Fingal llegue a escucharlas,
Dijo el sabio Catol. Y si vencido
Queréis que en la vejez llore la infausta
Pérdida de su lustre, en insultarnos
El tiempo no perdáis, y sin tardanza,
Bajo el pendón de Erin, id a esperarle.»
Cual en la cumbre de Cronlá escarpada
La tenebrosa tempestad se forma
Lentamente: una luz trémula y parda
Los valles ilumina; los peñascos
El rayo en breve con horror quebranta;
De medrosos relámpagos ceñidas
Allá en el aire las sañudas almas
Sobre los vientos rápidas se cruzan
Y sus carros se encuentran y restallan:
Tal Cairvar en lúgubre silencio
Mil proyectos revuelve de venganza
Dentro del pecho oscuro; y de repente
Preparar un festín tranquilo manda.
—«Comenzad vuestro canto, bardos míos,
Dulce y armonïoso: reinar haga
El placer en mi ejército este día
Y el venidero se despliegue y caiga
La muerte y el terror sobre el contrario.
Degal, recibe de tu rey el arpa
Y dile a Oscar que a mi festín asista.
Mil guerreros aplauden sus hazañas,
Y yo aprecio su gloria y su renombre.
Sé sin embargo que mordaz propaga,
Faltando a mi respeto, indignas voces
[p. 113] Con que de mi valor el brillo empaña,
Y de Cormac la muerte me acumula,
Pero su sangre lavará mañana
La ofensa mía.»—Dijo: y al oírle
Gritos mil a los cielos se levantan.
Nosotros entre tanto sorprendidos
Del alboroto y alegría estraña,
Presumimos que el rey menos airado
La vuelta de su hermano celebraba.
Entrambos alimentan en sus venas
Ilustre sangre de imnortal prosapia;
Mas ¡cuánto en el carácter y virtudes
Los dos se diferencian! Era el alma
Del feroz Cairvar profunda noche,
Y alegre y bulliciosa madrugada
La del dulce Catmor. Bajo sus leyes
Athá de paz felice disfrutaba.
A su inmenso palacio conducían
Siete caminos: siete torres altas
Coronaban su cima, y a los hijos
Del mar tempestuoso, que a las varias
Y magníficas fiestas concurrían,
Siete nobles con pompa cortejaban.
Degal convida a Oscar. Armado parte
Mi buen hijo: trescientos te acompañan
Intrépidos guerreros, y en el llano
Ante el los dogos juguetones saltan.
Fingal que al falso Cairvar conoce
Y recela funestas asechanzas,
Al héroe de Morven con vista inquieta
Sigue de lejos, que veloz se aparta.
Al acercarse Oscar, las arpas ciento
Trémulas suenan: sus loores cantan
Los cien bardos de Erin: su gallardía
A todos embelesa y arrebata,
Y en los ojos de gefes y soldados
La imagen del placer se vió pintada,
Cual de la luna el moribundo rayo
Presta a ocultarse entre las nubes pardas.
En esto Cairvar, que de improviso
En la mano de Oscar lucir el asta
Vió de Cormac, con hórrido entrecejo
La frente arruga: cesan las cien arpas
Y el bullicioso júbilo enmudece,
Solamente a lo lejos se escuchaban
Himnos de muerte que Degal entona.
[p. 114] Ya mi querido Oscar el fin presagia
De este acaso fatal: pero inmutable
Ni multitud ni fuerzas le acobardan.
—«Dame, le dice el Rey, la aguda pica
Gloria de mi palacio y muerte infausta
De los guerreros todos; mis abuelos
En la sangrienta lid la enarbolaban...»
—«¿Quién? Yo, responde el héroe, ¡yo cobarde,
Siendo don de Cormac, ceder su lanza!
¿Qué me puede importar tu altiva rabia,
Ni el eco de tu cántico asesino?
¿Me ves temblar al ruido de tus armas?
¿O por ventura que he de ser presumes
Juguete yo de tus inicuas tramas?
El vil tiemble a tu cólera y se esconda,
Que Oscar es un peñasco y no le espanta.»
—«Hijo de Ossian, tus amenazas cesen
¿Te ha inspirado Fingal la loca audacia
Y orgullosa altivez con que respondes?
Venga ese viejo rey de cien montañas,
Hecho a embestir cobardes enemigos;
Y así disiparé su gloria vana
Cual suele el sol desvanecer la niebla.»
—«Verdugo de Cormac, si se humillara
Fingal a combatirte, de tu reino
Señor sería. Sus honrosas canas
Venera humilde. De esplendor colmado,
Bajo sus estandartes las estrañas
Y las propias naciones le respetan,
Tu necio insulto sobre mí recaiga,
Pues que de entrambos es igual el brío.»
La fiesta cesa, todos se levantan,
Presto se visten la acerada cota
Y arremeten a Oscar... «¿Por qué derraman,
Dulce Malvina, lágrimas tus ojos?
El rostro enjuga y la fatiga calma.
Es verdad que el destino inexorable
Su esfuerzo burlará con tu esperanza,
Pero antes de morir, dará la muerte.
Ya cien héroes tendidos a sus plantas
Se miran: Conocar sus ojos cierra
En sueño eterno, y con mortales ansias
Al verle Cairar ardiendo en saña
Tras una roca pérfido se oculta,
Y allí la vista con temor clavada
En mi adorado Oscar, le hiere al paso.
[p. 115] Penetra el duro hierro en sus entrañas
Y un punto titubea: pero en breve
Más ligero que el hierro se levanta
Y de un revés la bárbara cabeza
Del cuerpo infame con vigor separa...
Mas cae al fin. Erin y sus guerreros
Con mil clamores la victoria ensalzan:
Fingal los oye y pálido suspira.
«¿Quién sabe, dice, si tal vez exhala
Mi Oscar amado de nosotros lejos
El aliento postrero. Sin tardanza
Corramos a salvarle, si es posible...»
Como furioso río cuando salta
Sobre las rocas con ruidoso espanto,
Que humildes tiemblan de sus ondas bravas;
Así nosotros del erguido monte
Vencimos la aspereza y por la llana
Campiña de Lená nos desplegamos.
¿Quién pudo entonces resistir mi rabia,
Aunque tuviese corazón de acero?
¿Ni quién de un padre el ánimo contrasta
Cuando el despecho y el furor le ciegan?
Erin cede: sus huestes asombradas
Perecen todas o cobardes huyen.
Oscar tendido y sin aliento estaba,
Y débilmente el pecho le latía.
En un mar nuestros ojos se desatan;
Sólo Fingal su llanto comprimiendo
Reclinado sobre él doliente exclama:
«¿Es posible que en medio de su curso
Este lucero oscurecido yazga?
¿Quién, ¡ay!, podrá templar mi eterno lloro
Y la aflicción, ¡oh Selma!, que te aguarda?
¡Oscar querido! ¿Se extinguió de veras
La lumbre que tus ojos animaba?
¿Ha de quedarse en su familia solo
El mísero Fingál? ¿Será que hollada
La gloria mía, envejecido y cano,
Esperar deba en el desierto alcázar,
Privado de sus hijos, una muerte
Ya demasiado perezosa y tarda?»
Tiernos suspiros proseguir le impiden.
Yo detrás taciturno los miraba
Con rostro inmóvil, y los fieles dogos
Brano y Luat, inquietos a las plantas
De su dueño infeliz, con triste ahullido
[p. 116] Mostraban su dolor; cuando levanta
Los párpados Oscar. A todos mira;
Ve nuestra pena y lágrimas amargas,
Y alzando blandamente la cabeza,
«Ese duelo, nos dice, esas palabras
De sobresalto y aflicción que escucho,
El abundante lloro que derraman
Los ancianos y el lúgubre ladrido,
Mi corazón crueles despedazan.
¡Oh rey de los conciertos!, caro padre,
Erige en mis colinas adoradas
La tumba mía. De las fuertes peñas
Desprendido un raudal de limpias aguas
La arena acaso llevará algún día
Que mi cuchilla cubra; y al mirarla
El cazador suspenso y lastimado,
Esta fué, clamará, de Oscar la espada...».
¡Oh tú de mi vejez ansiado apoyo!
La muerte incontrastable te arrebata
Del amor maternal, hijo adorado;
Ni ya perseguirás en las montañas
El tímido cabrito, ni en los mares
Despreciarás escollos y borrascas.
Otros guerreros de mejor destino
Al referir sus ínclitas hazañas
Moverán de sus padres la ternura,
Y yo, ¡infeliz!, en mi viudez opaca
No volveré a escuchar tus dulces ecos
Más gratos que en la selva solitaria
El favonio que plácido suspira.
Cuatro piedras verdosas mal labradas
Que los yermos collados entristecen
Al guerrero mejor por siempre guardan.
De tres días al cabo de sollozos
Fingal cansado de hermosura tanta
«Hijos, nos dice, de los altos montes,
Esta flaqueza indigna nos degrada;
Ni el pesar, ni los llantos amorosos
Vuelvan la vista al héroe que los causa
Muramos, pues es fuerza, pero sea
Conquistando valientes el alcázar
De las ligeras nubes. Parte, Ulino;
Las sangrientas reliquias desdichadas
Del malogrado Oscar a Selma lleva
Y entre lutos y fúnebres plegarias
Allá le lloren de Morven las hijas,
[p. 117] Mientras que de su muerte la venganza
Nosotros en Erin tomar logramos.
Mis días a su ocaso se adelantan,
E impacientes de verme mis abuelos
Ha tiempo que solícitos me aguardan
En la región del trueno transparente.
¿Esplendor luminoso no derrama,
Fingal en torno suyo? Pues, guerreros,
Ya mi postrera lid tenéis cercana...».
Calló: y al pie de una robusta encina
Triste se entrega a reflexión amarga.
La noche en tanto mustia y silenciosa
Recorre las llanuras estrelladas
En su carro. La fiesta se dispone.
El venerable Atház un himno canta,
Y del joven Cormac desventurado
A referir la historia se prepara.
«Cormac de Erin el reino poseía;
Dice; su amable juventud brillaba
Como el astro sereno que en las ondas
Del sosegado mar sus rayos baña,
Y de oro cubre la oriental ribera.
En la antigua Temora y regia casa
Le acompañaba yo, cuando en un punto
Se precipita de las cumbres altas
De Eslimor un ejército furioso.
El duro Cairvar, sangrienta rabia
Inspirando a su gente, le conduce.
Cormac entonces en alegre calma
Los nobles hechos de su padre oía,
Que en boca de cien bardos resonaban,
Y como suele la azucena hermosa
Abrir sus hojas a la luz del alba,
Su perdido frescor recuperando,
Así su corazón se dilataba
Al oír nuestro canto armonïoso.
En esto vemos con fiereza estraña
De bárbaros guerreros inundado
El palacio indefenso: se adelanta
El torvo Cairvar y de repente
Sobre Cormac se arroja y le traspasa.
Herido el rey vacila, titubea,
Y al tiempo de caer con voz turbada
Se querella del pérfido asesino.
Yo lastimado de su muerte aciaga
«Hijo de Arthó, clamé, mísero objeto
[p. 118] De nuestro llanto; con ligeras alas
Entre las nubes a tu padre veas,
Llevando en pos las nuevas acendradas
De nuestro corazón, y de tu pueblo
Puédante al menos consolar las ansias.
Cormac, paz a tu sombra se conceda
Y duro hierro al que traidor te mata».
Se indigna Cairvar de mi lamento,
Y en una torre sepultar me manda.
Mas aunque en la maldad envejecido
No se atrevió su diestra temeraria
De un bardo ilustre a derramar la sangre.
Allí mis males sin cesar cantaba,
Cuando llego Catmor, héroe benigno,
A quien movió mi canto y mi desgracia;
Y a Cairvar colérico mirando
Así le dice: «Tu dureza insana
Insaciable de lágrimas y luto
Siempre terror y asolación propaga:
Tu hermano soy: en la defensa tuya
Catmor guerreará, por más que vayas
Oscureciendo con bajezas viles
De la gloria inmortal la pura llama
Que arde en mi corazón. ¿Por qué sañudo
De ese infeliz la libertad retardas?
Nosotros, Cairvar, pereceremos,
Mas sus canciones que al cobarde ultrajan,
Cuanto al valiente ensalzan y recrean
Serán por largos siglos celebradas.
Mis cadenas al punto desataron,
Y mi armonía lisongera y blanda
La piedad aplaudió del héroe ilustre
Que veremos en breve. Ardiendo en saña
Corre a vengar la muerte de su hermano.»
—«Llegué, dijo mi padre: Fingal ama
Ver enemigo de tan nobles prendas
Que modelo de gefes y monarcas,
Arrogante desprecia los peligros,
Fiel a la heroica gloria que le inflama.
Mas la noche despliega todavía
Sobre nosotros su medrosa capa
Y la paz reina de Morá en la altura.
Baja Fillán del monte sin tardanza
Y allí mantente, hasta que alumbre el día,
[p. 119] En donde oculto con señales claras
Avisarnos podrás de todo riesgo.
Ya debilita la vejez mi audacia,
Hijo querido, y al cuidado tuyo
Toca celar el lustre de tu casa.»
Calla Fingal; aléjase mi hermano;
Los guerreros se tienden y descansan
Al pie de los abetos tenebrosos;
Y hasta mi padre al sueño se entregaba:
Yo solo entre tormentos desvelado,
Al ir bajando la áspera montaña,
Oigo de tiempo en tiempo el son confuso
Que forman de Fillán las roncas armas.

        Crónica de Salamanca.

Notas