Buscar: en esta colección | en esta obra
Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS SOBRE EL TEATRO DE... > VI : IX. CRÓNICAS Y... > X. COMEDIAS NOVELESCAS > III.—LAS POBREZAS DE REINALDOS

Datos del fragmento

Texto

Pertenece a la primera manera de Lope, como todas las comedias de este ciclo. Se encuentra ya mencionada en la primera lista de El Peregrino (1604), y se imprimió muy incorrectamente [1] en la Parte 7.ª del Teatro de nuestro autor (Madrid y Barcelona, 1617). El Dr. Alberto Ludwig, que ha estudiado en una erudita y concienzuda monografía las comedias carolingias de Lope, llega a puntualizar más la fecha de la composición de ésta, haciendo [p. 317] notar los siguientes versos alegóricos, por cierto de muy mal gusto, que se hallan en la jornada primera:

Dióme la esperanza velas
Árbol mi deseo altivo,
Popa el corazón herido;
Fué la confianza proa
Con que rompió el temor tibio;
Fueron pilotos mis ojos,
Norte, los que adoro y sigo;
Mesanas, entenas, gavias
En que va el lienzo tendido,
Trinquetes y masteleros,
Amor de sus flechas hizo...

Fueron trovados a lo divino por Alonso de Ledesma en un romance «al velo de la serenissima infanta D,ª Margarita de Austria», inserto no sólo en la segunda edición de los Conceptos espirituales de aquel autor (1602), que es la que el Dr. Ludwig ha visto, sino en la primera de 1600, que había sido aprobada ya para la impresión en 1599:

De velas sirve la fe,
De áncoras la esperanza,
De farol la caridad,
La cruz de mástil y gavia;
La humildad y la paciencia,
La obediencia y la templanza,
Van por lastre del navío,
Que es la más segura carga.
La carta de marear
Es nuestra ley sacrosanta. [1]

Esta pieza, por consiguiente, ha debido de ser escrita antes de 1600, pero no mucho antes, porque en ella Lope, que se introduce a sí propio como personaje episódico con el nombre de Belardo, hace figurar también a su querida Lucinda (doña Maria o doña [p. 318] Micaela de Luján), y no hay dato alguno para suponer que los amoríos de Lope con la encubierta Lucinda comenzasen antes de 1597 ó 1598.

El argumento de este drama de Lope es, aunque muy alterado, el de uno de los más célebres poemas carolingios, Renaus de Montauban, que pertenece al grupo de los que narran las luchas de Carlomagno con sus grandes vasallos. La versión más arcaica que hasta ahora se conoce de tal leyenda es de fines del siglo XII o principios del XIII, y ha sido atribuída con poco fundamento a Huon de Villeneuve; pero la primitiva inspiración puede ser anterior, aunque en las más antiguas gestas no se encuentre mencionado ninguno de los personajes de este ciclo, que parece haberse desarrollado con independencia de los restantes. Pero con el tiempo viene a suceder lo contrario: difundida esta leyenda de Reinaldos y sus hermanos por toda Europa, y especialmente en Italia, su héroe llegó a ser uno de los más populares, rivalizando con el mismo Roldán en los poemas caballerescos italianos, y ocupando tanto lugar en la historia poética de Carlomagno que algunos llegaron a considerarle como centro de ella.

Quien desee conocer en todos sus detalles el antiguo cantar de los hijos de Aimón puede acudir al tomo XXII de la Historia literaria de Francia, [1] donde Paulino París hizo un elegante análisis de él y de sus continuaciones, o al prolijo y siempre redundante León Gautier, que en el tomo III de sus Epopeyas [2] le dedica cerca de 50 páginas, emulando con su irrestañable prosa la verbosidad de los viejos juglares. A nuestro propósito basta una indicación rapidísima.

Aimón de Dordone tenía cuatro hijos, Reinaldos, Alardo, Ricardo y Guichardo. Cuando entraron en la adolescencia los llevó a París y los presentó en la Corte del Emperador, quien los armó [p. 319] caballeros y les hizo muchas mercedes, obsequiando a Reinaldos con el caballo Bayardo, que era hechizado. Jugando un día Reinaldos a las tablas con Bertholais, sobrino de Carlomagno, perdió éste la partida, y, ciego de rabia, dió un puñetazo a Reinaldos. Reinaldos fué a quejarse de esta afrenta al Emperador, pero Carlos, dominado por el amor a su sobrino, no quiso hacerle justicia. Entonces Reinaldos, cambiando de lenguaje, recuerda a Carlomagno otra ofensa más grave y antigua que su familia tiene de él: la muerte de su tío Beuves de Aigremont, inicuamente sentenciado por el Emperador cediendo a instigaciones de traidores. Semejante recuerdo enciende la ira del Monarca, que responde brutalmente a Reinaldos con otro puñetazo. Reinaldos vuelve a la sala donde estaba Bertholais, y le mata con el tablero de ajedrez. Los cuatro Aimones logran salvar las vidas abriéndose paso a viva fuerza; se refugian primero en la selva de las Ardenas, y luego en el castillo de Montalbán, y allí sostienen la guerra contra el Emperador, haciendo vida de bandoleros para mantenerse, llegando el intrépido Reinaldos a despojar al propio Carlomagno de su corona de oro. Finalmente, ayudados por las artes mágicas de su primo hermano Maugis de Aigremont (el Malgesí de nuestros poetas), que con sus encantamientos infunde en Carlos un sueño letárgico, y le conduce desde su tienda al castillo de Montalbán, llegan a conseguir el indulto; y la canción termina con la peregrinación de Reinaldos a Tierra Santa y su vuelta a Colonia, donde muere oscuramente trabajando como obrero en la construcción de la catedral y víctima de los celos de los aprendices.

Tal es el esqueleto de la leyenda. Hay mil peripecias que por brevedad omito, recordando sólo las escenas de miseria y hambre, en que se ven obligados a devorar la carne de sus propios caballos, a excepción del prodigioso Bayardo, de quien Reinaldos se apiada cuando le ve arrodillarse humildemente para recibir el golpe mortal; el encuentro de Reinaldos con su madre Aya, que le reconoce por la cicatriz que tenía en la frente desde niño; la recepción de los cuatro Aimones en la casa paterna; la carrera de caballos que celebra Carlomagno con la idea de recobrar a Bayardo, [p. 320] y en que viene a quedar él mismo vergonzosamente despojado por la audacia de Reinaldos y la astucia de Malgesí; y otras mil aventuras interesantes, patéticas e ingeniosas, a las cuales sólo faltaba estar contadas en mejor estilo para ser universalmente conocidas y celebradas.

El Norte y el Mediodía de Francia se disputan el origen de esta leyenda, inclinándose los autores de la Historia literaria a suponer que las primeras narraciones proceden de Bélgica o de Westfalia, más bien que de las orillas del Garona y del castillo de Montalbán, lo cual tienen por una variante provenzal muy tardía. Según esta hipótesis, la historia de los cuatro hijos de Aimón hubo de correr primero, en forma oral, por los países que bañan el Mosa y el Rhin, y de allí transmitirse, con notables modificaciones, a las provincias del Mediodía. Los manuscritos del siglo XIII presentan huellas de una triple tradición, flamenco, alemana y provenzal, que a lo menos en parte había sido cantada.

A principios del siglo XV la leyenda francesa fué refundida por autor anónimo en un enorme poema de más de 20.000 versos, donde aparecen por primera vez los amores de Reinaldos con Clarisa, hija del Rey de Gascuña. Y siguiendo todos los pasos de la degeneración épica, este poema fué, cincuenta años después, monstruosamente amplificado y convertido en prosa, por un ingenio de la Corte de Borgoña, en un enorme libro de caballerías que consta de cinco volúmenes o partes, de las cuales sólo la última llegó a imprimirse. No nos detendremos en otras redacciones prosaicas, bastando citar la más famosa de todas, la que hoy mismo forma parte en Francia de la librería popular, de lo que allí se llama bibliothéque bleue , y entre nosotros literatura de cordel. Sus ediciones se remontan al siglo XV. La más antigua de las góticas que se citan no tiene lugar ni año: las hay también de Lyón, 1493 y 1495; de París, 1497... Las posteriores son innumerables, y llevan por lo general el título de Histoire des quatre fils Aymon. Se ha reimpreso con frecuencia en Épinal, en Montbéliard, en Limoges, etc., exornado con groseras aunque muy características figuras, entre las cuales nunca falta el caballo Bayardo [p. 321] llevando a los cuatro Aimones. El estilo ha sido remozado, especialmente en algunos textos, [1] pero sustancialmente el cuento corresponde al del siglo XV, y éste es bastante fiel a la canción de gesta del XIII. La popularidad del tema se explica no sólo por su interés humano, sino por sa carácter más novelesco que histórico; por la conmiseración que inspira a lectores humildes el relato de la pobreza y penalidades de los Aimones; por la mezcla de astucia y de valor en las empresas de los héroes; por cierto sello democrático que marca ya la transformación de la epopeya. Lo cierto es que de todas sus gloriosas tradiciones épicas, ésta es casi la única que conserva el pueblo francés, harto desmemoriado en este punto.

Conviene mencionar, por haber sido traducido al castellano, un largo libro de caballerías, de pura invención, compuesto por un escritor retórico y ampuloso de fines del siglo XV, con el título de La conqueste du très puissant empire de Trebisonde et de la spacieuse Asie... (París, Alain Lotrian: sin fecha), conquista que se atribuye a Reinaldos de Montalbán y sirve de complemento a la historia de sus hazañas.

No importan a nuestro propósito las versiones inglesas y alemanas, pero no debemos omitir los poemas italianos en octava rima, tales como el Innamoramento di Rinaldo da Monte Albano (Venecia, 1494); el Rinaldo appassionato, de Leonello Baldovinetti (Venecia, 1528), el Rinaldo furioso, de Marco Cavallo Anconitano (1526); La Trabisonda, de Francesco Tromba (1518); el Libro de' tradimenti di Gano, de Pandolfo Bonacossi (1518), y otro posterior y más breve, de autor anónimo, Tradimento di Gano contra Rinaldo da Montalbano (Florencia, 1546); la Leandra innamorata (en sexta rima), de Pedro Durante da Gualdo [p. 322] (Venecia, 1508); el Libro d' arme e d' amore cognominato Mambriano, de Francesco Bello, comúnmente llamado il cieco da Ferrara (1509), y otros, a cual más peregrinos, cuyas numerosas ediciones pueden verse registradas en las bibliografías de Ferrario y Melzi [1] sobre los libros caballerescos de Italia; terminando toda esta elaboración épica con Il Rinaldo, de Torquato Tasso, cuya primera edición es de 1562. Téngase en cuenta, además, la importancia del personaje de Reinaldos en los dos grandes poemas de Boyardo y del Ariosto. Fuera de Orlando, no hubo héroe más cantado en Italia; pero en las últimas composiciones de los ingeniosos e irónicos poetas del Renacimiento, apenas quedó nada del fondo tradicional del cuento de los hijos de Aimón.

De esta corriente italiana, y no de la francesa, se derivan todas las manifestaciones españolas de esta leyenda, reducidas a algunos romances del ciclo carolingio, dos o tres libros de caballerías en prosa, y la presente comedia de Lope. No hay que hacer excepción en cuanto a los tres romances que Wolf admitió en su Primavera (números 187-189). Los dos primeros proceden, como demostró Gastón París [2] de la Leandra innamorata, que no fué impresa hasta 1508. [3] En el primero, Roldán, desterrado de Francia por haber defendido a su primo Reinaldos, mata a un moro [p. 323] que guardaba un puente, se viste con sus ropas y es acogido por un rey moro, que le envía a pelear contra los doce Pares, a quienes vence y cautiva. En tal conflicto, el Emperador invoca la ayuda del proscrito Reinaldos, a quien un tío suyo nigromante revela quién es el supuesto moro. Termina el romance con el abrazo de los dos primos en el campo de batalla y el triunfo de los cristianos. En la Leandra los papeles están trocados, haciendo Reinaldos el de fugitivo y matador del moro, con lo cual resulta más racional y coherente la aventura. El romance segundo parece todavía más moderno, y es un compendio del canto V y siguientes del mismo poema, pero con graves alteraciones. Sabedor Reinaldos, por las artes de su primo Malgesí, de que la mujer más linda del mundo es la hija del rey moro Aliarde, va disfrazado a su corte y logra su amor; pero avisado el moro por el traidor Galalón de los propósitos de Carlos, le condena a muerte, pena que se conmuta en la de destierro, por intervención de la Infanta. Al torneo que manda publicar Aliarde para que acudan los pretendientes a la mano de su hija, concurren distrazados Roldán y Reinaldos, y éste, después de varias aventuras, logra robar a la Infanta. Este final es enteramente diverso en el poema italiano, puesto que la enamorada Leandra muere de un modo desastroso, arrojándose de una torre (como nuestra Malibea), por amores de Reinaldos. El tercer romance, prosaico y detestable por cierto, narra el viaje de Reinaldos a Oriente, el auxilio que prestó al Gran Kan de Tartaria y la conquista del imperio de Trebisonda, todo conforme a la novela francesa de fines del siglo XV que ya hemos citado; pero no creemos que proceda del original, sino de la imitación italiana de Francesco Tromba, [1] conocida con el nombre de Trabisonda historiata (1518).

Estos romances fueron refundidos luego con más arte y [p. 324] habilidad en otros semiartísticos que pueden verse en la gran colección de Durán, especialmente el núm. 368, que comienza con una lozana pero muy inoportuna introducción, de carácter lírico y género trovadoresco.

Los libros de caballerías que más expresamente tratan de las aventuras y proezas de Reinaldos son dos compilaciones de enorme volumen. La primera estaba en la librería de Don Quijote: «Tomando el Barbero otro libro, dijo: Este es Espejo de Caballerías. —Ya conozco a su merced, dijo el Cura: ahí anda el señor Reinaldos de Montalbán con sus amigos y compañeros, más ladrones que Caco, y los doce Pares con el verdadero historiador Turpín; y en verdad que estoy por condenarlos no más que a destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de la invención del famoso Mateo Boyardo.» En efecto, el Espejo de caballerías, en el qual se tratan los hechos del conde don Roldan y del muy esforzado caballero don Reynaldos de Montalban y de otros muchos preciados caballeros, consta de tres partes, y es, por lo menos la primera, una traducción en prosa del Orlando innamorato de Boyardo. Lo restante tampoco debe ser original, puesto que se dice «traducido de lengua toscana en nuestro vulgar castellano, por Pedro de Reinosa, vecino de Toledo». [1]

Lope no hizo uso de esta compilación, pero sí de otra todavía más rara, que contiene traducidos varios poemas italianos. Consta de cuatro partes, aunque la última es casi inaccesible para los bibliófilos. El Libro primero del noble y esforzado caballero Renaldos de Montalban, y de las grandes prohezas y extraños hechos en armas que él y Roldan y todos los doce pares paladines hicieron , y el [p. 325] Libro segundo... de las grandes discordias y enemistades que entre él y el Emperador Carlos hubieron, por los malos y falsos consejos del conde Galalon, son traducción, hecha por Luis Domínguez, del libro toscano intitulado Innamoramento di Carlo Magno. [1] La Trapesonda, que es tercero libro de don Renaldos y trata como por sus caballerias alcanzó a ser Emperador de Trapesonda, y de la penitencia e fin de su vida, es la ya mencionada Trabisonda historiata de Francesco Tromba. [2] Y la tercera, de la cual no se conoce más que un ejemplar, existente en la biblioteca de Wolfembuttel, debe ser, a juzgar por la descripción que hace Heber de sus preliminares y portada, el famoso y curiosísimo poema macarrónico de Merlín Cocayo (Teófilo Folengo). [3]

Aunque Schack designó como fuente de la comedia de Lope los dos primeros libros de esta serie, Ludwig ha probado [4] que no utilizó más que el tercero, es decir, La Trapesonda , y de éste especialmente seis capítulos (IV-X), para las escenas de la segunda mitad del acto tercero, en que Malgesí, acompañado por un demonio familiar (a quien Lope llama Zaquiel, acordándose, sin duda, [p. 326] del proceso del mágico Torralba), se presenta a Carlomagno en hábito de monje, quejándose de que Reinaldos ha saqueado su abadía; y logrando licencia para penetrar en su prisión y tratar con él del rescate de su plata, rompe sus hierros y sale con él de la cárcel, gracias a las diabólicas artes de su fámulo, que remata la aventura moliendo a palos a Galalón y a su hermano Florante, y pegando fuego a la torre:

Vengan agora a ponerme
Del verdugo en la vil mano;
Pues no podrán ofenderme,
Que soy espíritu vano
Y sabré desvanecerme.

Aparte de estos grotescos episodios, propios para divertir al ínfimo vulgo, debe Lope a estos capítulos de La Trapesonda algo mejor; es, a saber, las escenas finales de la obra: el tumulto del pueblo a favor de Reinaldos; el perdón a medias que el Emperador le concede; la traza frustrada de Galalón para humillarle delante del Rey de Fez y los príncipes africanos; y el grandioso cuadro final, en que, después de haber enumerado todos los próceres de la Corte imperial sus rentas, estados y vasallos, se justifica el héroe forajido presentando lo único que posee: su mujer y su hijo, y el cofre viejo en que guarda las prendas logradas por su valor en los combates, y las que con astucia había arrebatado al Emperador: la banda blanca y el guión Real, que dejó abandonado Florante en el campo de batalla, y que él con fuerte pecho defendió contra los sarracenos; el anillo que le dió el Rey africano cuando se le rindió como cautivo; el tusón (chistoso, pero expresivo anacronismo) que hurtó del pecho de Carlos mientras dormía. Este desenlace, que junta la majestad épica con el interés dramático, es de grande empuje poético, y de efecto seguro en las tablas.

       CARLOS

Di, Roldán, tu estado aquí:
Sepa el Rey qué hombres mantengo.
        [p. 327] ROLDÁN

Comienzas por poco en mí:
Trescientas villas que tengo,
Las ciento tengo por ti,
   Las ducientas he ganado;
Anglante es noble condado,
Soy cuatro veces Marqués,
Puédote dar en un mes
Mil hombres como un soldado...
...........................................

       CARLOS

Diga quién es Galalón,
De los buenos que aquí están.

       GALALÓN

   Soy de Francia Condestable,
Marqués y Duque; mis villas
Son seiscientas.

       REINALDOS

       ¡Que esto hable
Con mi hacienda!...
..........................

       CARLOS

                Es notable.
Diga Dudón.

       DUDÓN

       Seis ciudades
Y treinta villas poseo,
Sin castillos y heredades;
Soy gran señor, y deseo
Serlo de las voluntades.

       CARLOS

Diga mi deudo Florante.
        [p. 328] REINALDOS

¡Deudo le llama! ¿Hay tal cosa?

       FLORANTE

De Francia soy Almirante,
Y soy Duque de Joyosa.

       CARLOS

Es a Roldán semejante:
   Mirad bien este mancebo,
Que es un gallardo soldado
A quien mil victorias debo.

       REINALDOS

¡Si hablaran olmos de un prado
Y aquel estandarte nuevo!...
............................................

       CARLOS

¿Tú no hablas?

       REINALDOS

                Yo, señor,
¿Para qué, si no me oís?

       CARLOS

Todos te oirán; di quién eres.

       REINALDOS

Lo que tengo y lo que soy
Aquí está, si verlo quieres....
..........................................
(Salen Claricia y el niño, y Malgesí con un cofre viejo.)
       Esta es mi hacienda; no hay más.
        [p. 329] CARLOS
¿Qué gente es ésta, y qué hacienda?

       REINALDOS

Pues tan ignorante estás,
Oye, y todo el mundo entienda
A quien quitas y a quién das:
.............................................
   Quitóme Carlos mis villas,
Mis castillos, mis vasallos;
Sólo Montalván, que es fuerte,
Defendí diez años largos.
Con estas persecuciones
Padecí tantos trabajos,
Tanta pobreza y desdichas,
Que muchas veces pasaron
Tres días sin que los tres
Comiésemos un bocado,
Hasta llegar a beber
La sangre de mi caballo.
No soy Duque; Duque fuí,
Fuí Almirante: ya mi estado
El Rey a Florante dió,
Ese mancebo gallardo.
..................................
Diez mil hombres de pelea
Saqué por Carlos al campo;
Cien mil doblas fué mi renta;
Lo que ya tengo, escuchaldo:
.....................................
Primeramente, esta banda
Blanca, de Florante el bravo,
Que en el campo me la dió,
Con mil infamias, llorando,
Para que no le matase,
Pensando que era africano.
Saco también el guión,
Que aquí le tengo doblado,
Que el día de la batalla
Metió entre unos olmos altos;
[p. 330] Que sacándole de allí,
Y levantando en mis manos,
Vencí la victoria solo
De que le habéis dado el lauro.
........................................
Este anillo me dió el Rey
De Fez cuando fué mi esclavo,
Por él y por sus dos hijos:
Todos me estáis escuchando.
Yo fui quien dejó el tesoro
Que me disteis, africanos,
Porque de Francia en seis día
Levantásedes el campo...

Fuera de esta feliz y gallarda imitación de un libro olvidado, no puede decirse que Lope haya seguido en particular ninguna de las versiones del tema tradicional, aunque por los personajes (Alberio, Delio...) y por otros indicios puede afirmarse que, además del Reinaldos, tuvo presente el Espejo de Caballerías. Pero comúnmente se atiene a los datos más generales de la leyenda de los hijos de Aimón, y aun de algunos de ellos no saca todo el partido posible. Reinaldos aparece solo y separado de los demás Aimones, como en todos los poemas italianos. De su caballo, tan interesante en las leyendas francesas, sólo se habla de paso en dos o tres versos bastante secos.

Que su caballo sangró,
Y de su sangre cocida
Sustento aquel día nos dió....

El interés se concentra en Reinaldos, y en medio del desorden de la pieza se levanta imponente su figura, y reduce a unidad los artificios y trazas de Malgesí, los peligros y tribulaciones de Claricia y su niño. Acción tan complicada y prolija se mueve con naturalidad y desembarazo, y los episodios, además de ser interesantes en sí mismos, sirven para presentar bajo distintos aspectos el carácter del héroe popular, a quien la miseria y el furor de la venganza convierten en bandolero. [p. 331] Vivir pretendo no más:

Quitóme Carlos mi hacienda.

En medio de tan rota y desbaratada vida, no desmiente la nobleza y generosidad de su condición en el diálogo con el mercader, y en la caballeresca protección que dispensa a la princesa mora Armelinda; su lealtad al Emperador, rehusando unirse con los sarracenos, y decidiendo el triunfo de los cristianos con los prodigios de valor que ejecuta disfrazado; su altivez, mezclada con magnánimo desprecio a sus ruines enemigos, cuando presencia la cobardía de Florante sobre el campo de batalla:

   Con harta diligencia has caminado;
A fe que tienes harta ligereza
Si huyendo subes donde yo he bajado.
..................................................
   Soy noble, en fin, y es corta gentileza
Infamar el acero en sangre franca,
Ni volarte del cuello la cabeza;
   Dame un trofeo, y por el monte arranca,
Liebre veloz de casta magancesa...

Pero en este invencible paladín, que llega a desafiar al mismo Roldán, hay, juntamente con la impetuosidad de un Aquiles, la astucia y la prudencia de un Ulises, que va preparando lenta e ingeniosamente su rehabilitación, y la logra en el admirable desenlace que ya conocemos.

No hizo uso Lope de los romances sobre Reinaldos, ya por ser tan endebles, ya por no referirse de un modo directo a los trabajos y pobrezas del héroe, que eran el único asunto dramatizable. Pero intercaló en la jornada segunda uno de propia composición, que a pesar de lo elegante y pulido del estilo y del primor de las asonancias, no tiene menos sabor de poesía tradicional que las tres rapsodias juglarescas, tanto que Depping [1] le admitió en su [p. 332] colección entre los antiguos caballerescos; error que deshicieron D. Antonio Alcalá Galiano y D. Agustín Durán:

Labrando estaba Claricia—una sobreveste blanca,
Para Reinaldos, su esposo—que andaba en el monte a caza.
Y como se la ponía—sobre las doradas armas,
Las batallas que ha vencido—bordaba de sedas varias.
Echó menos a su hijo,—que entretanto que ella labra,
Le devanaba la seda—sobre unas dobladas cartas.
Saltos le da el corazón,—y sospechas le da el alma;
Picóla el dedo la aguja,—cubrió de sangre la holanda.
Dióle voces, no responde;—dejó la labor, turbada;
Al salir al corredor—pisó la falda a la saya.
Cuando entre este mal agüero—oye que tocan al arma
El niño estaba en el muro,—Galalón en la campaña.
Por la empresa le conoce,—y desta suerte le habla:
«Mal hubiese el caballero—de la Casa de Maganza
Que puso mal con el Rey—a quien le honraba su casa.
Reinaldos de Montalván—venció cuarenta batallas;
Ayudó al Conde Godofre—a ganar la Casa Santa.
Galalón, cobarde siempre,—cuando Carlos fué a Bretaña,
Se escondió en una arboleda—en escuchando las cajas.
Siempre aconsejan las nobles—que con el Rey privan y hablan,
Que galardone a los buenos,—cuyas virtudes ensalzan.
Los traidores y envidiosos,—a los honrados apartan,
Porque nunca posan juntas—la humildad y la arrogancia.
Un día de San Dionís,—que a la mesa se sentaban
De Carlos, su Emperador,—todos los Grandes de Francia,
Díjoles que el que más moros—hubiese muerto en batalla,
Tomase a su lado silla;—fué Galalón o tomarle.
Reinaldos le desvió—diciéndole: «Infame, aparta,
Que Roldán, Dudón y Urgel—pudiendo tomalla, callan;
Tras ellos, Reinaldos solo—merece silla tan alta.»
Replicóle que mentía—puso la mano en su cara;
Enojóse Carlos desto,—desterróle de su casa;
Crecieron los testimonios,—retiróse a la montaña,
¿Qué le quieres, Galalón?—Reinaldos es ido a caza.
Vuelve a París, y di al Rey—que mal sus servicios paga.

El estilo de esta comedia es muy desigual, como de la primera manera de Lope; pero, en general, está mejor escrita que Los [p. 333] Palacios de Galiana y La Mocedad de Roldán, y versificada con menos descuido y más entereza. Algunos trozos son excelentes de todo punto.

Me inclino a creer que la comedia de Miguel de Cervantes La Casa de los celos y selvas de Ardenia, nunca representada, y no impresa hasta 1615, [1] es posterior a la de Lope, y acaso escrita para competir con ella. Las primeras escenas entre Reinaldos, Malgesí, Roldán, Galalón y Carlomagno parece que anuncian un drama sobre la pobreza del hijo de Aimón; pero muy pronto abandona Cervantes esta pista para lanzarse con los paladines en persecución de Angélica la Bella, y se pierde en tal embrollo que es casi imposible exponerlo. Uno de los personajes es Bernardo del Carpio, a quien acompaña un vizcaíno, escudero suyo, con botas y fieltro, que estropea el castellano al uso de su tierra. Hay escenas fantásticas, con intervención de personajes mitológicos, como Venus y Cupido, y otros alegóricos, el Temor, la Curiosidad, la Desesperación, los Celos. Sólo la reverencia debida a su inmortal autor impide colocar esta obra entre las que él llamaba conocidos disparates, y acaso es la única de su colección dramática que pudiera dar alguna apariencia de fundamento a la extravagante tesis de D. Blas Nassarre, el cual sostenía que estas comedias eran parodias de las de Lope, y que Cervantes las había hecho malas de intento, para burlarse de él. Lo que hay es que Cervantes, en ésta y en otras comedias de su vejez (no en todas), se propuso imitar el desorden de Lope sin tener su genio dramático, y creyó que con acumular episodios inconexos y mutaciones de escena a cada momento, lograría el mismo efecto que su rival lograba, no por la eficacia de estos medios groseros, sino a pesar de ellos, y en virtud de cierto instinto teatral y orgánico que no le abandona ni aun en sus mayores desaciertos y aberraciones. Cervantes es más grande y más universal y humano ingenio que Lope de Vega; pero Lope de Vega era hombre de teatro, y Cervantes no, aparte de su inferioridad en la forma poética.

[p. 334] No nos detendremos en la imitación que de Las Pobrezas de Reinaldos hicieron Matos Fragoso y Moreto [1] con el título de El Mejor Par de los doce (1673), pues aunque esta vez no plagiaron a Lope tan descaradamente como de costumbre, lo que añadieron o enmendaron no vale tanto que compense la pérdida de muchos buenos trozos del poema original, muy superior a esta débil rapsodia.

Una pieza dramática francesa fué representada en 1717 en el Teatro italiano de París con el título de Renaud de Montauban, pièce heroïque, traduite de Lope de Vega. [2] Du Perron de Castera incluyó en sus extractos de piezas del Teatro español (1738) uno muy amplio de esta comedia, [3] a la cual pone el reparo clásico de presentar a los héroes reducidos a una baja miseria; reparo que ya Aristófanes hizo a Eurípides, y que, siendo muy fundado desde el punto de vista ideal y sereno de la tragedia ateniense, que nos muestra la realidad limpia de torpes escorias, puede no serlo tanto respecto del drama romántico-naturalista, en que todos los aspectos de la vida caben, tal como le practicaron ingleses y españoles. Las Pobrezas de Reinaldos es una especie de melodrama popular, que tiene el mismo interés patético que la leyenda de los hijos de Aimón, y como tal debe ser juzgado.

En holandés existe también una traducción de esta comedia de Lope, hecha por Cornelis de Bie. [4]

Notas

[p. 316]. [1] . Además de las erratas que van corregidas en esta edición, he notado las siguientes al volver a repasar esta comedia. De paso enmendaré algunas distraciones propias y ajenas:

Págs. 251, b, línea II: Afamio, léase Afranio.— Pág. 257, b, línea 34, debe leerse con interrogante: ¿No son pocos?— Pág. 260, b, línea 32: su adorno, debe leerse ese adorno, para que el verso conste.—Pág. 263, a, línea 19, dice: de servir, léase deservir.— Pág. 268, b, línea 26: después de saya debe haber coma; línea 28: después de arma debe haber punto.—Pág. 269, a, línea 50, dice: las otras, léase las obras.— Pág. 272, a, línea 9, dice: Incitáis, léase imitáis.— Pág. 273, a, línea 6: sobra el acento en el que; línea última, dice: debo, léase debe.— Pág. 274, b, línea 33: dice en, léase con.— Pág. 275, b, línea 12: querría, léase quería; línea 55: vengando, léase vengará.— Pág. 289, a, línea 47: no debe haber punto y coma, sino coma, y en el verso siguiente punto.

[p. 317]. [1] . Conceptos espirituales de Alonso de Ledesma, natural de Segovia, dirigidos a Nuestra Señora de la Fuencisla. Con licencia y privilegio.—En Madrid, En la Imprenta Real , 1600. Páginas 427 y 428.

[p. 318]. [1] . Histoire Littéraire de la France, ouvrage commencé par des Religieux Bénédictins de la Congrégation de Saint Maur, et continué par des Membres de l'Institut (Académie des Inscriptions et Belles-Lettres). Tome XXII (suite du treizième siècle). París, 1852. Páginas 667-700.

[p. 318]. [2] . Les Épopées Françaises, tomo III, páginas 190-240.

[p. 321]. [1] . Esta refundición lleva por título Les quatre fils d'Aymon, histoire héroïque, par Huon de Villeneuve, publiée sous une forme nouvelle et dans le style moderne, avec gravures. (París, 1848. Dos pequeños volúmenes.) Esta versión es distinta de la que se expende con el título de Histoire des quatre fils Aymon, «très nobles très hardis et très vaillants chevaliers. (Vid. C. Nisard, Histoire des libres populaires ou de la littérature du colportage, tomo II, pág. 448 y siguientes.)

[p. 322]. [1] . Melzi, Bibliografia dei romanzi e poemi caballereschi italiani. Seconda edizione. Milán, 1838.

[p. 322]. [2] . Histoire poétique de Charlemagne, pág. 211.

[p. 322]. [3] . Libro chiamato Leandra. Qual tracta delle battaglie et gran facti de li baroni di Francia, composto in sexta rima, opera bellissima et dilecteule quanto alchuna altra opera di battaglia sia mai stata stampata. Opera nova...

Folio 2: Incomenza il libro dicto Leandra. Qual tracta de le battaglie... Et principalmente de Rinaldo et de Orlando. Retracto de la verace Cronica di Turpino, Arcivescovo parisiense. Et per maestro Pier Durate da Gualdo composto in sexta rima.

Al fin: Impresso en Venetia, por Jacobo de Lecho stampatore, nel 1508 a di 23 del mese di Marzo. .. 4.º

Ferrario y Melzi describen otras ediciones de 1517, 1534, 1563, 1569, y varias sin lugar ni año. Son 25 cantos en sexta rima.

[p. 323]. [1] . Trabisonda historiata con le figure a li suoi canti, nella quale se contiene nobilissime Battaglie, con la vita et morte di Rinaldo, di Francesco Tromba da Gualdo di Nocera. In Venetia, per Bernardino Veneziano de Vidali nel 1518 a di 25 de Otobrio. 4.º Cítanse otras ediciones de 1535, 1554. 1558, 1616 y 1623.

[p. 324]. [1] . En el excelente Catálogo de libros de caballerías que formó D. Pascual Gayangos pueden verse registradas las diversas ediciones del Espejo. La más antigua que se cita de la primera parte es de 1533; de 1536 la de la segunda, y de 1550 la de la tercera, todas de Sevilla. Hállanse juntas las tres en la de Medina del Campo, por Francisco del Canto, 1586, que parece haber sido la última, la traducción no es enteramente de Reinosa; al fin de la segunda parte consta que trabajó en ella Pero López de Santa Catalina.

[p. 325]. [1] . Este origen está confesado en el encabezamiento del primer libro: «Aquí comiençan los dos libros del muy noble y esforzado caballero don Renaldos de Montalban, llamado en lengua toscana el enamoramiento del Emperador Carlos Magno... Traducido por Luys Dominguez.» La edición más antigua que cita Gayangos es de Toledo, por Juan de Villaquirán, «a doze dias del mes de octubre de mil e quinientos y veinte y tres años»; la última, de Perpiñán, 1585.

[p. 325]. [2] . «Fué impresso en la nobilissima ciudad de Sevilla, en casa de Juan Cromberger, empressor de libros. Acabose a XXV dias del mes de mayo, Año de... mil e quinientos e treynta y tres años.» La última edición de que tenemos noticia es la de Alcalá de Henares, 1562.

[p. 325]. [3] . El único ejemplar conocido de este libro pertenece a la biblioteca de Wolfembuttel: La Trapesonda. Aquí comiença el quarto libro del esforçado caballero Reynaldos de Montalban, que trata de los grandes hechos del invencible caballero Baldo, y las graciosas burlas de Cingar. Sacado de las obras del Mano Palagrio en nuestro comun castellano.—Sevilla, por Domenico de Robertis, a 18 de Noviembre de 1542.

[p. 325]. [4] . Lope de Vegas Dramen aus dem karolingischen Sagenkreise, páginas 51 y 55.

[p. 331]. [1] . Romancero castellano (edición de Leipzig, 1844, con notas de Alcalá Galiano), tomo II; pág. 31.

[p. 333]. [1] . Comedias y entremeses de Miguel de Cervantes Saavedra (edición Nassarre, 1749), tomo I, páginas 64-124.

[p. 334]. [1] . Publicóse por primera vez en la Parte treinta y nueve de Comedias varias (Madrid, 1673), cuya dedicatoria firma Matos Fragoso. La comedia se titula de dos ingenios, y el tercer acto es seguramente de Moreto, como lo dicen estos versos finales:

Y aquí Moreto da fin
A este verdadero caso.

[p. 334]. [2] . Vid. L. Gautier, Bibliographie des Chansons de geste, núm. 2.310.

[p. 334]. [3] . Perron de Castera (M. du), Extraits de plusieurs pièces du Théâtre espagnol; avec des réflexions et la traduction des endroits les plus remarquables. París, Pissot, 1738. Vol. II, La Pobreza de Reynaldos, páginas 1-40.

[p. 334]. [4] . Vid. Günthner, Studien zu Lope de Vega, pág. 69.