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Obras completas de Menéndez... > ANTOLOGÍA DE LOS POETAS... > X : PARTE TERCERA : BOSCÁN > CAPÍTULO XLV.—FORTUNA PÓSTUMA DE BOSCÁN.—SUS CRÍTICOS.—BOSCÁN EN SUS RELACIONES CON LA LITERATURA CATALANA.

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No creo haber cedido en demasía al natural afecto con que todo biógrafo suele mirar al personaje de quien trata, dedicando tan largo estudio a un autor cuyo mérito no quisiera exagerar en lo más mínimo. Estimo que Boscán fué un ingenio mediano, prosista excelente cuando traduce, poeta de vuelo desigual y corto, de duro estilo y versificación ingrata, con raras aunque muy señaladas excepciones. Reconozco que no tiene ni el mérito de la invención ni el de la forma perfecta. La mayor parte de sus versos no pueden interesar hoy más que al filólogo, y a nadie aconsejaré que emprenda por vía de pasatiempo su lectura. Pero con toda su medianía es un personaje de capital importancia en la historia de las letras; no se puede prescindir de su nombre ni de sus obras, que están colocadas en humilde lugar, sin duda, pero a la entrada del templo de nuestra lírica clásica. Su destino fué afortunado y rarísimo: llegó a tiempo; entró en contacto directo con Italia; comprendió mejor que otros la necesidad de una renovación literaria; encontró un colaborador de genio, y no sólo triunfó con él, sino que participa, en cierta medida, de su gloria. ¡Triunfo glorioso de la amistad, que hizo inseparables sus nombres en la memoria de las gentes! Nadie lee los versos de Boscán, pero Boscán sobrevive en los de Garcilaso, que están llenos de su recuerdo y que algo le deben, puesto que él los hizo brotar con su [p. 334] ejemplo y con su admiración solícita, y él los salvó del río del olvido y del silencio de la muerte.

Hay que prescindir por un instante de los aciertos de la forma, y reconocer que el gran innovador de la métrica española en el siglo XVI no fué Garcilaso, sino Boscán, cuya prioridad es indisputable. Si había tenido algún predecesor en el soneto, perdida estaba ya la memoria de tales ensayos, y en las estancias líricas, en el terceto, en la octava rima, en el verso suelto, no tenía ninguno dentro de Castilla. El cuadro métrico de Boscán, acrecentado por Garcilaso con la rima al mezzo (que tuvo poco éxito), y sobre todo con la lira, apenas recibió alteración en tres siglos. La estrofa de Francisco de la Torre, las Latinas de Villegas, muy poco acrecentaron este caudal, y con él tuvieron bastante los poetas más puros, como León; los más grandilocuentes, como Herrera; los más audaces revolucionarios de la lengua poética, como Góngora; los más sutiles, conceptuosos y desenfadados, como Quevedo; los más pródigos, brillantes y espontáneos, como Lope de Vega, cuya fertilidad y lozanía igualó a la naturaleza misma. El endecasílabo, tal como le trató Boscán, pero limado y perfeccionado por Garcilaso y los grandes ingenios que le siguieron, fué desde entonces tan español como italiano, y sirvió de verbo sonoro a nuestra más excelsa poesía lírica, así en la escuela clásica como en la romántica.

Y Boscán no fué innovador solamente en la prosodia. Dentro de cada uno de esos esquemas métricos latía una alma poética que no siempre acertó él a desentrañar, pero que columbró a lo menos, dejando a otros más felices el perfeccionamiento de su obra. A través de Italia se remontó a la antigüedad y dió, aunque con timidez, los primeros pasos en la senda del helenismo. La aclimatación del verso suelto, aun pésimamente manejado por él, fué una de las conquistas del Renacimiento. Era una novedad y una audacia el hacer versos sin rima y aspirar con el endecasílabo a la dignidad del hexámetro. De los géneros propiamente italianos no sólo transportó la métrica, sino el espíritu, pero con cierta aspereza de pensamiento y de forma, con cierta tosquedad naturalista, que no carece de sabor original. El plan de su Cancionero parece que anuncia ya las divisiones obligadas que todo libro de versos había de tener en el siglo XVI: coplas a la antigua [p. 335] usanza española; rimas por el arte toscana, y entre éstas sonetos, canciones amatorias, elegías en tercetos, epístolas morales a imitación de los sermones de Horacio; algún poema narrativo o descriptivo en octavas reales; alguna fábula mitológica, sacada por lo común del inagotable repertorio de Ovidio; añádanse las égloges y las odas horacianas, que tienen en Garcilaso su primer maestro, y se verá completo el cuadro lírico que con alguna monotonía va a desarrollarse ante nuestros ojos.

Boscán, por consiguiente, influye no sólo en la parte formal, sino en la substancial del arte; no sólo en los metros, sino en los géneros y asuntos; y su tentativa, de cualquier modo que se la juzgue y considere, ya como una desviación del primitivo cauce de la lírica nacional, ya como aspiración a un ideal estético más elevado, no interesa únicamente a la técnica, sino que lleva implicita una ruptura con las tradiciones de la Edad Media y la afirmación valiente de un credo estético nuevo, que no se circunscribe a Italia ni en ella se detiene, aunque Italia sirva de indispensable medianera. No es del caso enumerar aquí todas las consecuencias de esta fecunda transformación, que ya se irá manifestando por sus frutos, ni pretendemos atribuir a Boscán méritos que no son suyos, sino de su escuela; pero nadie le puede negar la gloria del primer impulso. En la historia literaria, como en toda historia de ideas, el factor personal tiene más importancia que en la historia política, donde los movimientos suelen ser anónimos y colectivos; pero no es raro el caso de encabezar las revoluciones literarias, y aun de sacarlas triunfantes, hombres que distan mucho del genio, si sólo se atiende a la calidad intrínseca de sus obras, pero que asumen un valor representativo muy superior a ellas. Una de estas figuras secundarias y afortunadas es Boscán, si bien nunca le hubieran faltado méritos positivos para destacarse entre el vulgo de los rimadores, pues tal como es vale más que un Pedro de Quirós o un Fray Diego González, u otros tales de diversos tiempos, que ninguna historia literaria olvida. Ni debió tampoco su alta significación a la fortuna sola, sino al don de la oportunidad, y al buen instinto crítico y a la clara comprensión del genio y gusto de su tiempo: dotes por cierto nada vulgares, que es justo reconocer y ensalzar.

Aunque su grande influencia fué póstuma, y comienza [p. 336] propiamente con la publicación de sus versos, era ya muy distinguido el prestigio y renombre de poeta que tenía entre sus contemporaneos, como lo prueban los testimonios ya alegados en su biografía, a los cuales puede añadirse un soneto más sentido que elegante, con que lloró su pérdida el poeta murciano Diego Ramírez Pagán. [1]

Los mismos adversarios de las novedades métricas introducidas por Boscán pagan tributo a su mérito. Así Cristóbal de Castillejo en los versos que escribió «contra los encarecimientos de las coplas castellanas que tratan de amores:

           ... Los requiebros y primores
       Quién los niega de Boscán?
       ¿Y aquel estilo galán
       Con que cuenta sus amores?...

Para amigos y contrarios su nombre tenía la autoridad de un jefe de escuela, a quien se citaba juntamente con Garcilaso. Juntos comparecen ante el tribunal de los antiguos poetas en las célebres coplas del mismo Castillejo «contra los que dexan los metros castellanos y siguen los italianos»:

           Dios dé su gloria a Boscán
       Y a Garcilaso poeta,
       Que con no pequeño afan,
       Y por estilo galán,
        [p. 337] Sostuvieron esta seta
       Y la dexaron acá
       Ya sembrada entre la gente...

A pesar de la oposición más festiva que doctrinal de Castillejo y Gregorio Silvestre, la escuela italo clásica triunfó con pequeñísimo esfuerzo. Ya en 1554, diez años después de la aparición de las poesías de Boscán en Barcelona, podía decir Hernando de Hozes, traductor del Petrarca: «Después que Garcilaso de la Vega y Juan Boscán traxeron a nuestra lengua la medida del verso toscano, han perdido con muchos tanto crédito todas las cosas hechas o traducidas en cualquier género de verso de los que antes en España se usaban, que ya casi ninguno las quiere ver, siendo algunas, como es notorio, de mucho precio.»

Pero en esto había hipérbole evidente, porque la escuela clásica no abusó de su victoria proscribiendo y exterminando los antiguos metros, sino que casi todos sus poetas los cultivaron con templado eclecticismo, algunos con especial predilección y acierto, como D. Diego de Mendoza; y así hicieron fácil y suave el tránsito de una escuela a otra, dominando todavía el gusto de la antigua en Jorge de Montemayor, Gálvez Montalvo y otros líricos bastante modernos. Esta tolerancia de los innovadores acabo por desarmar a sus émulos, y aunque el donosísimo Castillejo, muy anciano ya cuando escribía su sátira, murió impenitente, logróse la ruidosa conversión del más notable de sus discípulos, Gregorio Silvestre, que, nacido en 1520, alcanzó las postrimerías del siglo, y no sólo llegó a componer endecasílabos, sino que descubrió, al decir de sus contemporáneos, la medida yámbica en este verso, lo cual parece difícil de admitir por razones que no son del caso presente. [1]

[p. 338] Los quinhentistas portugueses invocan la autoridad de Boscán con tanto respeto como los castellanos, porque entonces no había fronteras para la poesía peninsular. Ya en 1536 Sa de Miranda había leído manuscritas sus poesías y las de Garcilaso, que le comunicó su amigo Antonio Pereira Marramaque:

           Liamos por os amores
       Do bravo, e famoso Orlando;
       
Liamos os Asolanos
       De Bembo engenho tam raro,
           E os pastores Italianos
       Do bom velho Sanazaro,
       Liamos o brando Lasso
       Com seu amigo Boscam.. . [1]

[p. 339] Sa de Miranda, que era hombre de fino gusto, estableció desde el principio la distinción debida entre Garcilaso y Boscán, y mal enterado sin duda de la historia interna de la reforma (que sólo se conoció bien cuando fué divulgada la carta de Boscán a la Duquesa de Soma), llegó a decir del poeta toledano:

       Que tú fuiste el primero
       Que henchiste el bosque del son extranjero...

Pero en la elegía a Antonio Ferreira, que escribió años después, cita a Boscán antes que a Garcilaso, como exigía la prioridad cronológica:

           E logo aqui tao parto, com qué gosto
       De todos, Boscao, Lasso, ergueram bando,
       Fizeram dia, ja quasi sol posto.
           Ah que nao tornan mais, vam-se cantando
       De valle em valle, em ar mais luminoso
       E por outras ribeiras passeando.

El mismo Antonio Ferreira, tan amante de su lengua materna, que por excepción casi única entre los poetas portugueses del siglo XVI sólo en ella hizo versos, invoca el ejemplo de Garcilaso y de Boscan para sostener que todo poeta debe escribir en su idioma nativo:

       Garcilasso, e Boscao, que graça, e spritos
       Déstes a vossa lingua, que Princesa,
       Parece ja de todas na arte, e ditos. [1]

[p. 340] Fervoroso adepto de la escuela clásica y de los que la trasladaron a la Península, se muestra el ilustre desembargador lusitano en su carta a D. Simón de Sylveira:

       Esta deu gloria a Italiana gente:
       Nesta primeiro ardeo cá o bom Miranda:
       Vivam Lasso e Boscao eternamente.. [1]

Y juntos reaparecen ambos nombres en la elegía de Diego Bernardes a la muerte de Ferreira, colocados a la par con los más famosos italianos:

       O Bembo, o Sanasaro em prosa e em rima
       Dignos d' alto louvor: Boscao e Lasso
       Que levantou seu verso mais acima... [2]

Pero ¿a qué citar otros nombres portugueses cuando tenemos tan a mano el de Camoens, que en sus versos líricos imita mucho a Boscán, al decir de Faría y Sousa, aunque por mi parte confieso que gran parte de las imitaciones señaladas por el comentador me parecen meras coincidencias o se explican por un mismo onginal italiano? [3] Pero aun restringida esta imitación al límite más [p. 341] corto posible, siempre resulta honroso para el poeta catalán el haber tenido por imitador casi único al príncipe de los poetas portugueses. En los castellanos influyó Boscán grandemente por los tipos métricos y nuevas maneras de composición que introdujo, [p. 342] pero nunca o rara vez por la letra de sus versos, que no merecían grande imitación, a la verdad.

[p. 343] El mismo Camoens nos da testimonio de la popularidad que alcanzaban los nombres de Boscán y Garcilaso entre los galancetes de la corte portuguesa. «Alaban más a Garcilaso que a Boscán, y ambos les salen vírgenes de las manos.» [1] dice un personaje de la comedia Filodemo (acto II, escena II). Y en la primera carta escrita desde Goa, dice burlándose de las damas de la India: «Hacedme merced de hablarles algunos amores de Petrarca o de Boscán.» [2]

El mismo éxito que hoy llamaríamos de sociedad lograban en Castilla las rimas del caballero barcelonés y su inseparable amigo, juntamente con la Diana de Montemayor y el Amadís de Gaula. En una donosa sátira «contra las damas de palacio», atribuída, creo que sin fundamento, a D. Diego Hurtado de Mendoza, leemos estos versos:

           Y sin esto ya verán
       Que risa será y de ver,
       El hablar y responder
       Por Garcilaso y Boscán:
           Los melindres de Dïana,
       Los celillos de Sireno,
       El quejarse al tiempo bueno
       De la noche a la mañana;
           Y las cartas de atauxía
       Que llevaba Felismena,
       La sabia Felicia llena
       De dijes de argentería:
           El querer ser Orianas
       Y el gustar de Galaores,
       Y el servirse de señores
       Y hacérsenos soberanas. [3]

[p. 344] Inocentísimos parecen hoy los versos de Boscán y Garcilaso; pero nunca han faltado intransigentes moralistas que execrasen toda poesía amatoria y ligera. Nadie esperaría ver entre ellos al bizarrísimo autor de la Conversión de la Magdalena, libro muy devoto por su argumento, pero adornado con todos los aliños del arte profano de su tiempo, y hasta excesivo en floridez y lozanía. Pues bien: Malón de Chaide, en la introducción de su famoso tratado impreso en Alcalá en 1593, exclama con una indignación que parece sincera, a pesar de su retórica: «¿Qué otra cosa son los libros de amores, y las Dianas y Boscanes y Garcilasos, y los monstruosos libros de silvas de fabulosos cuentos y mentiras de los Amadises, Floriseles y Don Belianís y una flota de semejantes portentos, como hay escriptos, puestos en manos de pocos años, sino cuchillo en poder del hombre furioso? Pero responden los autores de los primeros que son amores tratados con limpieza y mucha honestidad, como si por esto dexassen de mover el afecto de la voluntad poderosíssimamente, y como si lentamente no se fuesse esparciendo su mortal veneno por las venas del corazón, hasta prender, en lo más puro y vivo del alma, adonde con aquel ardor furioso seca y agota todo lo más florido y verde de nuestras obras... ¿Qué ha de hazer la donzellita que apenas sabe andar y ya trae una Diana en la faldriquera?... ¿Cómo dirá Pater noster en las Horas la que acaba de sepultar a Píramo y Tisbe en Diana? ¿Cómo se recogerá a pensar en Dios un rato la que ha gastado muchos en Garcilasso? ¿Cómo, y honesto se llama el libro que enseña a dezir una razón y responder a otra, y saber por qué término se han de tratar los amores? Allí se aprenden las desenvolturas, y las solturas, y las bachillerías, y náceles un deseo de ser servidas y requestadas, como lo fueron aquellas que han leydo en estos sus Flos Sanctorum, y de ay vienen a ruynes y torpes imaginaciones, y destas a los conciertos y desconciertos con que se pierden a sí, y afrentan las casas de sus padres, y les dan desventurada vejez; y la merescen los malos padres, y las infames madres, que no supieron criar sus hijas, ni fueron para quemallas tales libros en las manos.» [1]

[p. 345] Otros varones píos y timoratos se dolían de que tan buenos ingenios no hubiesen dedicado su inspiración a materias espirituales. Así, el licenciado Juan López de Úbeda, fundador del Seminario de los Niños de la Doctrina en Alcalá de Henares, dice en el prólogo de su Vergel de flores divinas (1582): «Aunque de los hombres sabios antiguos nos quedaron muchas obras, de que agora cogemos doctrina, y dura hasta nuestro tiempo diversidad grande de libros que escribieron, y cada día van saliendo a luz innumerables, en prosa unos, otros en verso, ansí a lo divino como a lo humano; porque principalmente han escripto en nuestra era eruditísimos y graciosísimos poetas en todo género de verso, como son Garci Laso, un Boscán, un Castillejo y otros muchos autores; pero todas sus obras, o las más, han sido a lo humano; que en efecto y con verdad lo que queda dellas es lo que del rastro de la culebra sobre la piedra, y del camino que hace el ave por el aire; antes, algunos se han querido levantar y volar tanto, que a poco se hubieran abrasado las alas como Icaro; los cuales, después de, haber vuelto en sí y caído en la vanidad que han escrito, con penitencia movidos y de la mano del Señor tocados y guiados y alumbrados por aquella columna de fuego que alumbró a los hijos de Israel, escribieron cosas maravillosas a lo divino, como la «Conversión» de Boscán, que anda escripta de molde, la «Elegía al alma» de Garci Laso, y ansí otras muchas.» [1]

El arbitrio de contraponer versos espirituales a los versos de amor liviano, podía ser eficaz cuando los escribían clásicos poetas, como Fray Luis de León o Malón de Chaide, y aun ingenios candorosos y dulces, como el mismo Úbeda, que adaptan sin [p. 346] violencia a los temas religiosos las formas de la poesía popular. ¿Pero qué decir de la tarea extravagante e insensata en que malgastó doce años Sebastián de Córdoba, vecino de la ciudad de Úbeda, parodiando a lo divino, composición por composición y verso por verso, todas las poesías de Boscán y Garcilaso? Digamos por honor de nuestra literatura que no era enteramente original la ocurrencia. En Italia se había espiritualizado varias veces el Cancionero de Petrarca; por ejemplo, en el Thesoro de Sacra Scrittura sopra Rime del Petrarcha, que Juan Jacobo Salvatorino dió a luz en Venecia (1547), o en el Petrarca Spirituale del franciscano Jerónimo Malipiero (1537), que con su libro esperaba sacar al antiguo poeta de las penas del Purgatorio. La transformación no puede ser más irreverente y absurda, so color de piedad: Laura se convierte unas veces en la Virgen, otras en el Padre Eterno, en la Muerte, en el Alma y en otras varias personificaciones. [1]

Alentado sin duda por el éxito de este ridículo libro, que tuvo diez ediciones en su siglo, se arrojó a su empresa Sebastián de Córdoba, «viendo (como dice un digno panegirista suyo) cuán común y manual andaba en el mundo el libro de las obras de Boscán y Garcilaso, que, aunque subtiles y artificiosas, son dañosas y pestilenciales para el ánima, y debajo la suavidad y dulzura del estilo, tan alto en su modo, está la serpiente engañosa, cubierta de aquellas flores y habilidad, y el acíbar amargo cubierto del oro de sus embaimientos y palabras, o verdaderamente en el dulce y sabroso vino de sus altos y profanos conceptos la pestilencial ponzoña que no para hasta lo más noble del ánimo.» Son palabras de un cierto doctor Fernando de Herrera, canónigo de Úbeda, a quien nadie confundirá ciertamente con su grande homónimo sevillano. El autor, por su parte, nos dice que «habiendo ya pasado, como dicen, en flores gran parte de su vida, leyendo cosas profanas y escribiendo otras semejantes, vino a caer por fin de su yerro, y enamorado del alto y suave estilo y de los ingeniosos y altísimos conceptos de Boscán y Garcilaso, pensó si en devoción podrían sonar tan dulces. [2]

[p. 347] El procedimiento de Sebastián de Córdoba es, poco más o menos, el de Malipiero:

           El dulce lamentar de dos pastores,
        Cristo y el pecador triste y lloroso,
       He de cantar sus quejas imitando...

[p. 348] Así empieza, transmutada a lo divino, la égloga de Salicio y Nemoroso. Por este principio puede juzgarse de lo demás. Algunas composiciones ligeras de Boscán están parafraseadas por Sebastián de Córdoba con cierta soltura y gracia, y pueden leerse sin enfado con tal que se prescinda de su origen. Así estas coplas de pie quebrado, que corresponden a las que empiezan «Señora doña Isabel»:

           Señora, Madre de aquel
       Emanuel,
       Hacedor del firmamento,
       Que llevaron mi tormento
       Los divinos hombros dél,
       Por ti vivo,
       Y mi corazón cautivo
       Respira con tus favores,
       Y cuando en ti me cautivo,
       Soy libre de mis dolores.
           De tu soberano aliento,
       Virgen, siento
       El más subido favor;
       Que todo favor es viento
       Deste mundo burlador.
       Pero aquella
       Alma que junta con ella
       Tu favor maravilloso,
       Libre va de la querella
       Del dañador cauteloso.
           La culpa queda vencida,
       Destruída
       Por ti, Princesa y Señora;
       De ti espero cada hora
       El remedio de mi vida;
       De tal suerte,
       Que si merezco la muerte
       Por mi vida torpe y muerta,
       Vivo en esperanza fuerte
       Que tu favor me convierta...

Véase una muestra de los sonetos: corresponde al 45 de Boscán, y repite íntegros algunos versos:

       El cielo y tierra, y más los elementos,
       Se humillan a esta gran señora mía;
       La fuerza deste nombre de María
       Hace temblar la cueva de tormentos.
            [p. 349] Humíllanse los ángeles atentos
       En ver su hermosura y su valía;
       Todos le cantan himnos de alegría,
       Y todos en servir quedan contentos.
           Dichoso fué aquel día, punto y hora;
       También la tierra donde nacer quiso
       María, que es del cielo emperadora.
           Por ella nuestra vida se mejora,
       Por ella nos darán el paraíso,
       Si nuestro amor su sacro nombre honora.

Este aborto literario, que no fué único en su clase, bastando mencionar la Clara Diana de Fray Bartolomé Ponce y el extraño centón de D. Juan de Andosilla Larramendi, Cristo Nuestro Señor en la Cruz hallado en los versos de Garcilaso, es una prueba indirecta, pero muy fehaciente, de la extraordinaria popularidad de las obras del poeta a quien místicamente se parodiaba. Boscanistas solían llamarse los partidarios de su escuela, según apunta el donoso Bachiller de Arcadia. [1] Sólo en el siglo XVII, cuando el poeta barcelonés comenzaba a pasar de moda, y Cervantes le llamaba el antiguo Boscán, considerándole sin duda como un poeta arcaico, prevaleció la denominación de garcilasista, que no recordamos haber visto antes del Viaje del Parnaso:

           Tan mezclados están, que no hay quien pueda
       Discernir cuál es malo o cuál es bueno,
       Cuál es Garcilasista o Timoneda.

Pero durante todo el siglo XVI el coro de los elogios no se interrumpe, ni sale sólo de las escuelas poéticas. Grandes eruditos y humanistas sancionan el aplauso de los vulgares. Ambrosio de Morales, en el Discurso sobre la Lengua castellana, publicado con las obras de Francisco Cervantes de Salazar en 1546, y con las del Maestro Hernán Pérez de Oliva en 1585, añade, después de hacer justo elogio de la traducción de El Cortesano: «El mismo (Boscán) hizo a nuestra poesía no dever nada en la diversidad i magestad de la compostura a la italiana, siendo en la delicadeza [p. 350] de los conceptos igual con ella, i no inferior en darlos a entender i expresarlos, como alguno de los mismos italianos confiessa. I no fuera mucha gloria la de nuestra lengua i su poesía en imitar el verso italiano, si no mejorara tanto en este género Garcilaso de la Vega, luz mui esclarecida de nuestra nación, que ya no se contentan sus obras con ganar la victoria i el despojo de la toscana, sino con lo mejor de lo latino traen la competencia, i no menos que con lo mui precioso de Virgilio i Horacio se enriquecen.» [1]

Más versado en la literatura latina que en la vulgar, el hispalense Alfonso García Matamoros, en aquel limado y elegante panegírico De adserenda Hispanorum eruditione (1553), que parece el himno triunfal del Renacimiento español, no tiene reparo en colocar a Boscán y Garcilaso (y lo que es más, a D. Juan de Mendoza y a Gonzalo Pérez) al nivel de Petrarca y Dante. Pero reconoce que en los oídos de algunos suenan mejor los versos de Juan de Mena, de Bartolomé de Torres Naharro, de Jorge Manrique, de Cartagena y el Marqués de Santillana, y también aquellos romances viejos que con cierto «horror de antigüedad, celebran tan sabrosamente los amores, hazañas y victorias de nuestros antepasados. Curiosísimo es este pasaje, y en toda la continuación de él se revela la íntima predilección de Matamoros por el arte nacional, a pesar de los elogios (acaso irónicos) que hace de los nuevos rapsodas, que «no contentos con las modulaciones de nuestros mayores, cantan, divinamente inspirados, como el Ion platónico, poemas a la manera de Italia». Estos poemas le parecen más artificiosos que suaves y canoros. «Yo, si fuera poeta (añade), quisiera que al recitar mis versos en público teatro, todo un pueblo se levantara para aclamarme.» El gran poeta nacional, épico a un tiempo y dramático, invocado y adivinado por Matamoros, estaba ya a punto de aparecer, y antes de cumplirse aquel siglo había de pasar, aunque rápidamente, por las mismas aulas complutenses donde habían sonado las rotundas cláusulas del ciceroniano andaluz. [2]

[p. 351] Tiénese en la vulgar opinión por desfavorable a Boscán el juicio de Hernando de Herrera, fijándose sólo en la manoseada frase de «extranjero en la lengua», que en el sentido en que el poeta sevillano la escribió no es acusación, sino disculpa. Al contrario, Herrera sale a la defensa de Boscán contra los censores que no se hacían cargo de la diferencia de los tiempos. Conviene releer el párrafo entero: «Boscán, aunque imitó la llaneza de estilo i las mesmas sentencias de Ausías, i se atrevió traer las joyas de Petrarca en su no bien compuesto vestido, merece mucha mas onra que la que le da la censura i el rigor de juezes severos, porque si puede tener disculpa ser estrangero de la lengua en que publicó [p. 352] sus intentos; i no exercitado en aquellas disciplinas que le podían abrir el camino para la dificultad i aspereza en que se metía; i que en aquella sazón no avía en la habla común de España a quien escoger por guía segura, no será tan grande la indinación, con que lo vituperan, queriendo ajustar sus versos i pensamientos; i no reprehenderán tan gravemente la falta suya en la economía i decoro i en las mesmas vozes; que no perdonen aquellos descuidos i vicios al tiempo, en que él se crió, i a la poca noticia que entonces parecía de todas estas cosas, de que está rica i abundante la edad presente.» [1] Aquí se trasluce, quizá en demasía, la satisfacción propia del humanista y poeta que ha alcanzado la madurez del arte clásico; pero no hay desdén, sino indulgencia algo fría respecto de los precursores.

Siendo tan sonado en España el nombre de Boscán, natural era que traspasase las fronteras cuando los libros españoles corrían por todas partes. Así le encontramos citado entre los más famosos escritores del mundo, juntamente con Garcilaso, el obispo Guevara y el venerable Fray Luis de Granada en la Seconde Semaine (1584), del calvinista francés Du Bartas, cantor de la Creación del Mundo en un poema celebérrimo que todavía ensalzaba Goethe, y que en tiempos antiguos obtuvo los honores de la traducción en vanas lenguas, y sirvió en parte de modelo a nuestro Alonso de Acevedo, a la par con el Mondo Creato del Tasso

       Guevare, le Bostan, Grenada et Garcilasse,
       Abreuvez du nectar qui rit dedans la tasse. [2]

[p. 353] La estrella de Boscán empieza a eclipsarse desde pnncipios del siglo XVII. Sus obras no se reimprimen ya, y la juventud literaria empieza a desdeñarle:

           Gran trobador de verso castellano
       Y que a Boscán estimo en una paja,
       Porque entiendo un poquito de Toscano...

son palabras que D. Esteban Manuel de Villegas, en la epístola «Así, Bartolomé, cuando camines», pone en boca de uno de los presumidos ingenios de la corte. [1] Góngora se burla sin piedad del viejo poeta en su fábula grotesca de Leandro y Hero:

           Cualquier letor que quisiere
       Entrarse en el carro lago
       De las obras de Boscán,
       Se podrá ir con él despacio.
           Que yo a pie quiero ver más
       Un toro suelto en el campo,
       Que en Boscán un verso suelto,
       Aunque sea en un andamio...

Don Francisco Manuel de Melo, en su diálogo Hospital das Letras, escrito en 1657, que es un curiosísimo y entretenido vejamen de toda la literatura de su tiempo y de la anterior centuria, hace suyas las palabras de Góngora, y la emprende de paso con las razones encadenadas de Ausías March imitadas por Boscán. [2]

La crítica de D. Francisco Manuel, hombre de inmenso talento y saber, pero ferviente conceptista y culterano, tiene mucho de apasionada y caprichosa en tratándose de autores del siglo XVI. [p. 354] Al mismo Garcilaso regateaba el aplauso, y llamaba «poetas del limbo» a Figueroa y a Francisco de la Torre.

Pero a estas irreverencias de la nueva escuela no faltaba quien respondiese desde el campo de la tradición. El tantas veces citado Manuel de Faría y Sousa era un boscanista acérrimo, y lo prueba su comentario a las Rimas de Camoens, lleno de citas de Boscán y de paralelos entre uno y otro poeta. No negaba la evidente superioridad de Garcilaso, porque «si Boscán resucitó los endecasílabos, fué con gran escabrosidad, y Garcilaso los consiguió con número suave». [1] Pero aun reconociendo que era «tosco y duro» el estilo de sus canciones, sostenía que «en afectos no ceden a las mejores», [2] y protestaba indignado contra las bromas de Gongora a propósito del Leandro: «D. Luis de Góngora, como ignorava esto, y atendía a cernir palabras, se burla deste escrito de Boscán (quedándose también burlando de Museo) en un Romance que escribió burlesco deste propio asunto: y si él supiera quánto más valen a vezes quatro versos de aquel escrito que quatrocientos suyos, es cierto que no los escriviera...» [3]

La admiración algo desquiciada del pedantesco Faría significa poco al lado del noble tributo que el más grande de nuestros poetas nacionales rindió a Boscán. No sería difícil entresacar de la inmensa colección de Lope de Vega elogios muy bien sentidos del poeta barcelonés. Ya en su juvenil Arcadia colocaba, entre otros retratos de hombres ilustres, al divino Garcilaso, al cortesano Boscán; y en unos tercetos en alabanza del duque de Alba D. Antonio, recordaba la educación que de Boscán había recibido su grande abuelo D. Fernando:

           Sobre una puerta en otro lienzo luego
       El ya crecido niño doctrinaba
       Un virtuoso y venerable Diego: [4]
           Cuya virtud el joven imitaba,
       Como Fernando de Boscán famoso
       Y los principios que a sus años daba. [5]

[p. 355] Dondequiera se manifiesta versado en la lección de sus obras. En la « Respuesta a un señor destos Reynos en razón de la nueva poesía », cita entre otros ejemplos de transposiciones felices, este verso de Boscán:

       Aquel de amor tan poderoso engaño. [1]

En la « Questión sobre el honor debido a la poesía» emite este juicioso dictamen: «Boscán, si no alcanzó la experiencia de los versos largos, nadie le puede negar los altos pensamientos.» [2]

En la novela Las fortunas de Diana transcribe esta canción, que cantaban un día los músicos de un señor grande:

           Las obras de Boscán y Garcilasso
       Se venden por dos reales,
       Y no las haréis tales,
       Aunque os preciéis de aquello del Parnaso. [3]

En su polémica contra los secuaces del gongorismo (la nueva lengua) invoca el apoyo de Boscán, juntamente con el de Garcilaso. A ella pertenece este donoso soneto en forma de diálogo:

           —Boscán, tarde llegamos. ¿Hay posada?
       —Llamad desde la posta, Garcilasso.
       —¿Quién es?—Dos caballeros del Parnaso.
       —No hay donde nocturnar palestra armada.
           —No entiendo lo que dice la criada.
       ¿Madona, que decís?—Que afecten passo,
       Que ostenta limbos el mentido ocaso,
       Y el sol depinge la porción rosada.
           —¿Estas en ti, mujer?—Negóse al tino
       El ambulante huésped.—¿Que en tan poco
       Tiempo tal lengua entre christianos haya?
           —Boscán, perdido havemos el camino:
       Preguntad por Castilla, que estoy loco,
       O no havemos salido de Vizcaya. [4]

Cuando tantas hojas del Laurel de Apolo cayeron sobre frentes vulgares, no es maravilla que Boscán lograse su parte [p. 356] alícuota de elogio en aquel interminable catálogo de rimadores españoles

           Don Fernando de Acuña ilustremente
       Bebió en la margen de la sacra fuente.
       ......................................
       En ella doctamente halló a Museo
       Aquel gentil Boscán, que en el Parnaso
       Trocó la voluntad con Garcilaso,
       Pintando el joven, cuya ardiente llama
       Passó por tantas aguas a su dama
       Entre sirenas y marinos peces... [1]

Lope de Vega era sincero, sin duda, en la estimación que hacía de Boscán, y lo era todavía más en su admiración por Garcilaso, a quien imitó felizmente en algunas églogas y con quien tenía cualidades comunes de sensibilidad y dulzura. Pero en el fondo de su alma era poeta popular, amigo de los metros cortos, que son el nervio de su teatro, y si hubiese vivido en los tiempos de Castillejo, probablemente se hubiese alistado en su cruzada contra los petrarquistas. Recuérdese que en su juventud compuso en quintillas un poema entero, el Isidro, y aunque el ensayo no fué muy feliz, todavía se gloriaba de él en la respuesta de Philomena al Tordo (personificación de su émulo Torres Rámila):

           El Patrón mantuano
       Que canté con estilo castellano
       Despreciado en España injustamente...
       Después que con los versos extranjeros
       En quien Laso y Boscán fueron primeros,
       Perdimos la agudeza, gracia y gala
       Tan propria de Españoles,
       En los conceptos soles,
       Y en las sales fenices;
       Y assí ninguno lo que imita iguala;
       Y son en sus escritos infelices,
       Pues ninguno en el méthodo extranjero
       Puso su ingenio en el lugar primero. [2]

Lope de Vega acepta los hechos consumados y prosigue escribiendo con mayor abundancia que nadie octavas, sonetos, [p. 357] canciones y tercetos, pero guarda su predilección siempre para las canciones que le habían arrullado en la cuna y que su genio había transportado a las tablas:

           En fin, el verso largo que truxeron
        Boscán y Garcilaso,
       
«Que a Tansilo, a Minturno, al culto Tasso
       Dicen que le debieron,
       Es en España ya lo que solía
       Ser el Arte mayor; a quien hicieron
       Príncipe del Parnaso,
       Dándole con razón la monarquía
       De la heroyca Poesía...
       A que no se levantan, ni es posible,
       Las coplas castellanas,
       Si bien después de ser puras y llanas,
       Son de naturaleza tan suave,
       Que exceden en dulzura al verso grave;
       En quien con descansado entendimiento
       Se goza el pensamiento,
       Y llegan al oído
       Juntos los consonantes y el sentido,
       Haciendo en su lección claros efetos,
       Sin que se dificulten los concetos.
       Assí Montemayor las escribía,
       Assí Gálvez Montalvo dulcemente,
       Assí Liñán y ahora los modernos:
       Que como ésta nos es propia Poesía...
       Ingenios españoles hace eternos,
       No le negando la grandeza justa
       Al verso largo, quando dulce admira
       Y con la docta claridad se ajusta... [1]

Por espíritu nacional, los dramáticos, por aversión a la llaneza de estilo los conceptistas y los cultos, ninguna escuela del siglo XVII podía tener a Boscán en gran predicamento. Los ejemplares de sus obras no se vendían ya ni por «dos reales», esperando el tiempo en que habían de convertirse en libros raros. Los retóricos y preceptistas de aquella era apenas las mencionan, o lo hacen de tal modo que dan indicio de no haberlas leído. Saavedra Fajardo, en su República Literaria, repite servilmente el juicio de Herrera: «En los tiempos de Garcilaso escribió Boscán, que por ser [p. 358] extranjero en la lengua merece mayor alabanza y se le deben perdonar algunos descuidos en las voces.» No recuerdo que figure ni una sola vez el nombre de nuestro poeta entre la multitud de ejemplos que dan tanta curiosidad y realce a la Agudeza y Arte de Ingenio de Baltasar Gracián, para quien Garcilaso era «el primer cisne de España». Pero en el Criticón, obra maestra del mismo Gracián, hay dos referencias, nada benóvolas por cierto, aunque el agudo y maldiciente jesuita envuelve en ellas nada menos que al amador de Laura y al propio Dante, con lo cual sale bien librado su humilde discípulo. «No hay hartazgo de zanahorias como unos cuantos sonetos del Petrarca y otros tantos de Boscán.» Así en la Crisis primera de la segunda parte, titulada Reforma universal. Y más adelante, en la Crisis cuarta, describiendo el Museo del discreto: «Descolgó (la diosa de la Poesía) una vihuela, tan de marfil que afrentaba la misma nieve, pero tan fría, que al punto se le helaron los dedos, y hubo de dexarla, diciendo: En estas rithmas del Petrarca se ven unidos dos extremos, que son su mucha frialdad con el amoroso fuego. Colgóla junto a otras dos, muy sus semejantes, de quienes dijo: Éstas más se suspenden que suspenden, y en secreto confesóles eran del Dante Aligero y de el español Boscán.» [1] ¡Qué idea tendría de Dante el buen Padre!

Con más seso que estos críticos de profesión, pero sin salir de su habitual modestia bibliográfica, procedió D. Nicolás Antonio en el breve artículo que dedica a Boscan, reconociéndole la palma de la invención métrica, pero haciendo notar la inmensa superioridad de Garcilaso en el contenido y forma poética, no menos que en el éxito de su obra. [2]

La restauración -neo clásica del siglo XVIII, que no fué tan [p. 359] francesa como se ha dicho, al menos en la poesía lírica, contribuyó a renovar la memoria de algunos poetas antiguos vergonzosamente olvidados durante el imperio del mal gusto, pero los beneficios de este renacimiento no alcanzaron a Boscán, que no fué reimpreso, y sólo muy tibiamente alabado. En su Poética, D. Ignacio de Luzán, el legislador literario más respetable de su tiempo, se adhiere literalmente al juicio de Herrera. [1] Es casi inútil mencionar el superficial opúsculo de D. Luis José Velázquez, Orígenes de la Poesía castellana, [2] pero no su refundición alemana por el profesor de Gottinga Juan Andrés Dieze, que es una obra enteramente nueva, de sólida y exquisita erudición, y sin duda el mejor manual de literatura española que produjo el siglo XVIII, con gran ventaja sobre otros más modernos. Leyó las obras de Boscán en la rara edición de Medina del Campo, 1544, que pasaba entonces por la primera; y le dedica una extensa nota, en que juzga sus versos con buen criterio, elogiando especialmente los sonetos, la segunda canción y las octavas imitadas del Bembo, cuya fuente indica. Los datos biográficos y bibliográficos son también exactos y precisos, aunque no muy abundantes. [3] Ya en este libro empieza a notarse el fenómeno de haber sido más atenta y benévola con Boscán la crítica de los extraños que la de nuestros humanistas indígenas, que llegaron a proscribirle de sus antologías.

Esta censura no alcanza, sin embargo, al laborioso colector del Parnaso Español, D. Juan José López de Sedano, que dió entrada a la canción «Claros y frescos ríos» y a la epístola a D. Diego de Mendoza, ponderando mucho ambas piezas, en su estilo pedestre y desaliñado. Poca importancia tiene el parnasista ni como editor ni como crítico, pero esta vez anduvo acertado en [p. 360] la elección y en el juicio, y su noticia biográfica del poeta ha servido de norma a otras muchas. [1]

Pero el trabajo de Sedano parece insignificante al lado de otro que por el mismo tiempo emprendió con fino gusto y verdadero talento poético un literato italiano que residió en España cerca de veinte años (1769 a 1790), y tomó sobre sí la tarea de dar a conocer a sus compatriotas el tesoro poético de nuestra lengua. El nombre del conde D. Juan Bautista Conti (natural de Lendinara, en el estado de Venecia) no está enteramente olvidado entre nosotros, aunque todavía no le haya pagado España la deuda de gratitud que con él tiene como principal hispanista italiano del siglo XVIII y elegante traductor de nuestra lírica del Renacimiento. Los cuatro tomos de su primitiva antología fueron muy leídos en su tiempo, e influyeron no poco en otros colectores clásicos, especialmente en Quintana. Hoy mismo las notas de Conti se leen con utilidad y gusto, y por lo mismo que son de crítica menuda y puramente técnica, ayudan al estudio analítico de nuestros poetas, mucho más que otras consideraciones vagas y superficiales. Alentado Conti por sus amigos españoles, que eran la flor de los literatos de entonces, D. Nicolas Moratín, D. Tomás de Iriarte, D. Vicente de los Ríos, D. Ignacio López de Ayala, trabajó diez años con grande asiduidad en su obra, cuyo primer tomo apareció en 1782, bajo los auspicios del Conde de Floridablanca. [2] Fué el propósito de Conti, y de los que podemos llamar [p. 361] sus colaboradores, que la Scelta di poesie castigliane fuese a la vez un compendio histórico de este ramo de la bella literatura, una colección de sus más clásicos textos y una poética y fiel interpretación italiana de ellos. Quizá el plan era demasiado vasto, y sin duda por eso no fueran totalmente cumplidos estos fines, pero la colección está hecha con inteligencia y tacto crítico, y sus méritos parecen mayores cuando se la compara con el indigesto centón de Sedano, y aun con la rica, pero desigual y mal ordenada serie de volúmenes que empezó a compilar Estala, y es conocida con el rótulo general de Colección Fernández. Es cierto que para nuestro gusto de ahora, la Scelta resulta incompleta, y además en alto grado exclusiva, es decir, puramente clásica, con clasicismo latino e italiano. Conti entendió y sintió una parte sola de nuestra lírica, si bien ésta de un modo profundo y formal, como pocos españoles han llegado a entenderla. Casi todas las composiciones que inserta son de un mismo género y estilo: canciones petrarquescas, sonetos, églogas, epístolas en tercetos, de donde resulta una impresión de monotonía que todos los ingeniosos esfuerzos del traductor no alcanzan a disimular. Además, como mucho de lo que traduce Conti era a su vez traducción o imitación del toscano, hay casos en que su labor parece una transcripción superflua, en la cual no se ve qué interés o novedad podían encontrar los italianos.

Boscán no hubiera podido quejarse del lugar que en su colección le asignaba Conti. Casi la mitad del primer volumen está dedicada a él, con noticias sobre su vida, reflexiones sobre su mérito poético, y traducción esmerada de dos canciones, seis sonetos y la célebre epístola a Mendoza. [1] De la fidelidad inteligente de la versión podemos juzgar los españoles; de la elegancia [p. 362] con que está ejecutada nos da testimonio un crítico italiano, Víctor Cian, que ha dedicado un precioso y extenso libro a la vida y obras de Conti y al estudio de las relaciones literarias entre las dos Penínsulas hespéricas durante el siglo XVIII. [1] Por mi parte puedo decir que los versos traducidos por Conti me agradan en el concepto estético más que los de Boscán, porque el traductor ha hecho desaparecer en gran parte los defectos de sequedad y prosaísmo que el original tiene, ha aclarado algunos conceptos, ha limado la versificación proscribiendo los agudos, y ha impreso en toda su labor un sello de colección y gracia que acaso altera y desnaturaliza el carácter rudo del poeta, pero que para la mayor parte de los lectores le favorece. Véanse, como ejemplo, dos estancias comparadas de la primera canción:


                         Boscán

           
Contando estoy los días
       Que paso no sé cómo:
       Con los pasados no oso entrar en cuenta.
       Acuden fantasías:
       Allí a llorar me tomo,
       De ver tanta flaqueza en tanta afrenta.
       Allí se me presenta
       La llaga del penar.
       Hácenseme mil años
       Las horas de mis daños.
       Por otra parte el siempre imaginar
       Me hace parecer
       Que cuanto he pasado fué ayer.

                          Conti

           
Yo numerando i giorni,
       Ch' io passo, e non so come;
       Del tempo addietro il rimembrar pavento;
        [p. 363] Ed assalir mi sento
       Da' pensier vani, e ploro
       Le mie stanche virtù dal duol già dome.
       Veggo la piaga atroce,
       Che il penar m' apre in seno;
       E mi sembran mill' anni
       L' ore degli aspri danni;
       Ma, perchè il ripensar mai non vien meno,
       Spesso cred' io pur ora
       Nato il lungo martir, che m' addolora.

                               Boscán

           
Algunas cosas miro
       Por ocuparme un rato,
       Y ver si de vivir terné esperanza.
       Entonces más sospiro,
       Porque en cuanto yo trato
       Hallo alli de mi bien la semejanza:
       Por doquiera me alcanza
       Amor con su victoria.
       Mientras más lejos huyo,
       Más recio me destruyo:
       Que allí me representa la memoria
       Mi bien a cada instante
       Con su forma contraria, o semejante.

                          Conti

           
Diversi oggeti io miro,
       Onde pascer la mente,
       E di vita sentir vaghezza, e spene;
       Ma, oimé! più allor suspiro,
       Che fanno a me presente
       Mille sembianze il mio perduto Bene.
       Me in tutte parti aggiugne
       Amor con sua vittoria;
       Quanto più lungi io fuggo,
       Più mi consumo, e struggo;
       Che ciò, di ch' io son privo la memoria
       Mi mostra in ogni istante
       Con immagin contraria, o simigliante.

Del acierto con que están traducidos los sonetos dará muestra uno que es de los buenos de Boscán y no hemos tenido ocasión de citar hasta ahora:

            [p. 364] ¡O gran fuerza de amor, que así enflaqueces
       Los que nacidos son para ser fuertes,
       Y les truecas así todas las suertes!
       ¡Qué presto los más ricos empobreces!
           ¡O piélago de mar, que te enriqueces
       Con los despojos de infinitas muertes!
       Trágaslos, y después luego los viertes,
       Porque nunca en un punto permaneces.
           ¡O rayo, cuyo efecto no entendemos,
       Que de dentro nos dexas abrasados,
       Y de fuera sin mal sanos nos vemos!
           ¡O dolencia mortal, cuyos extremos
       Son menos conocidos y alcanzados
       Por los tristes que más los padecemos!

                              Conti

           
O gran forza d' Amor, che d' ogni vero
       Valor privi quaggiù l' anime forti,
       Fai servo il grande, e tutte umane sorti
       Cangi a tua voglia con sovrano impero.
           O profundo Ocean, che ricco, e altero
       Val delle spoglie d' infinite morti;
       E pria sommergi, e al lido poi riporti,
       Nè giammai serbi l' esser tuo primiero!
           O folgor negli effetti novo, e strano,
       Che, dentro il core d' alta fiamma accende,
       E l' uom di fuor ne mostra integro, e sano.
           O mal di cui gli estremi, e le vicende
        Il misero mortal contempla invano,
       E più che il prova tanto men l' intende.

Casi simultáneamente con la colección de Conti, y en manifiesta y desventajosa competencia con ella, publicó el ex jesuíta catalán D. Juan Francisco Masdéu, bien conocido por su Historia crítica de España, poesías de veintidós autores españoles puestas por él en verso italiano. [1] Masdéu, que era hijo de Barcelona, dedicó a su compatriota Boscán gran número de páginas de su antología, traduciendo casi íntegra la Octava rima, que cotejó con las estancias del Bembo. Pero el docto jesuíta nada tenía de poeta aunque discurriese con algún ingenio sobre la parte [p. 365] mecánica del arte. Sus traducciones, torpemente versificadas, llenas de impropiedades y extravagancias de dicción, que no le perdonaron los italianos, cayeron muy pronto en justo olvido, al paso que [p. 366] la reputación modesta, pero sólida, de Conti, iba creciendo entre los doctos, y era confirmada por tal juicio como el de Quintana, que elogia el gusto exquisito y buena disposición de su obra.

La tentativa de Masdéu se enlaza con las polémicas ítalo hispanas de fines del siglo XVIII, que con tanto brío sostuvieron algunos de los jesuítas españoles desterrados a Italia (Andrés, Serrano, Lampillas, Arteaga, el mismo Masdéu y otros) contra sus hermanos de religión Tiraboschi y Bettinelli. Tratábase de la influencia atribuída a los españoles en la corupción del gusto, así en la antigua Roma como en la Italia del siglo XVII, y en manos de Lampillas la controversia fué dilatándose hasta dar por fruto un estudio comparativo de ambas literaturas, o más bien una apología sistemática e intemperante de la española. No le faltaba razón en muchas cosas ignoradas o mal entendidas por la preocupación de los críticos italianos; pero comprometió su causa con exageraciones apasionadas, y en el punto particular que ahora tratamos se empeñó en rebajar sofísticamente el influjo de Navagero en la reforna de Boscán, y aun puede decirse que la importancia y novedad de la reforma misma, todo por el ciego empeño de no reconocer a Italia obligación alguna. [1]

[p. 367] Mientras en Italia se debatía esta cuestión ociosa y estéril, en España todo el mundo leía y celebraba a Garcilaso, olvidando por completo a Boscán. Vanamente se buscarán versos suyos en la colección de veinte volúmenes que comenzó Estala con el nombre de D. Ramón Fernández; vanamente en la de poesías selectas de Quintana, ni en las Lecciones de Filosofía, Moral y Elocuencia del abate Marchena. Sólo por excepción se encuentran algunos en la crestomatía de Mendibil y Silvela. [1] Un clásico y refinado poeta malagueño, D. Juan María Maury, el autor de Esvero y Almedora y de La agresión británica, conocedor como pocos del artificio métrico de nuestra lengua, y grande, aunque temerario innovador de la dicción poética, emprendió, no sé si con cabal acierto, una tarea análoga a la de Conti, aunque harto más difícil: trasladar en versos franceses alguna parte de nuestras poesías clásicas; y llevó su bizarra osadía hasta el punto de escribir también en verso el compendio histórico de nuestra lírica, con que encabezó su colección. Es curioso el recuerdo que tributa a nuestro poeta:

           Boscan de l' habitude a rompu le lien
       Le premier, et support du rhytme italien,
       Mais faible trop souvent, son vers, avec adresse,
       Encadre une pensée et parfois la redresse.
        [p. 368] Dans le vage amoureux par Pétrarque jeté,
       Ailleurs d' un amor simple il peint la vérité,
       Et, s' il chante sans feu, s' animant quand il cause,
       D' un ton rempli de charme il entretient Mendoze:
       Mendoze, chef terrible, adroit ambassadeur,
       D' un nom vingt fois célèbre illustrant la splendeur,
       Orateur énergique, historien fidèle,
       Poëte, a qui Boscan comunique son zèle:
       Recueillons-en les fruits: nous devons à leurs mains
       D' avoir à Garcilasse aplani les chemins. [1]

Entre las antologías nacionales hay que contar, aunque publicada en Hamburgo por un alemán, la Floresta de Rimas españolas de D. Juan Nicolás Böhl de Faber, que fué español de corazón y primer heraldo del romanticismo en nuestra patria, honrada por él con sus escritos propios y con la herencia del talento de su hija. Todavía hoy es la Floresta de Böhl la más rica y variada antología que poseemos, aunque no merece la misma alabanza por su plan, ni mucho menos por la pureza de los textos, que están caprichosamente alterados a cada momento, las más veces con poca fortuna. [2] Boscán está muy bien representado en esta colección, donde apenas falta, más o menos íntegra, ninguna de las composiciones suyas que tienen verdadero valor estético. [3] ¡Qué contraste con la raquítica y desmedrada Floresta de varia [p. 369] poesía con que cerró D. Adolfo de Castro en 1857 su desdichada colección de Poetas líricos de los siglos XVI y XVIII Con media docena de sonetos quedó allí despachado Boscán, cuyas obras completas hubieran debido figurar en la Biblioteca de Rivadeneyra, siquiera por su valor documental.

Antes de emprender Bölh de Faber su memorable campaña de 1817, el movimiento romántico había producido ya en Alemania y en Suiza dos historias de la literatura española, muy imperfectas sin duda, pero que fueron útiles en el tiempo y hora en que aparecieron. Cuando el célebre profesor de Gottinga Juan Godofredo Eichorn proyectó a fines del siglo XVIII una Historia general de las Artes y de las Ciencias desde el Renacimiento, [1] asoció a la empresa a varios comprofesores suyos, entre ellos Federico Bouterweck, estético de la escuela kantiana, que se encargó de la parte de Bellas Letras (Poesía y Elocuencia). No es del caso enumerar los méritos y los defectos de este libro, que fué por algún tiempo el mejor de su clase, y mereció los honores [p. 370] de la traducción en varias lenguas. [1] Bouterweck tenía más talento crítico que Ticknor, y suele juzgar bien de los autores que leyó, pero su información bibliográfica era por todo extremo deficiente; y eso que trabajaba en la misma biblioteca universitaria donde Dieze había encontrado tantos materiales para sus adiciones a Velázquez.

De todos los historiadores de la literatura española, Bouterweck es el que más espacio concede a Boscán, y su juicio, si de algo peca, es de benévolo en demasía. No le concede genio, pero sí una gran capacidad para sentir las bellezas de la poesía italiana y antigua, y un raro talento para imitar los modelos sin renunciar a su carácter propio. «Fué entre sus compatriotas el primero que tuvo la idea de la perfección clásica en las obras de imaginación, y aunque la mayor parte de sus poemas no alcanzan tan alto fin, todos ponen de manifiesto su empeño por lograrlo. Ningún poeta español anterior a él había manifestado una aspiración artística tan franca y resuelta... Ninguno había reunido en el mismo grado la sencillez y la dignidad, la corrección de la forma (?) y la verdad poética. Los partidarios de la antigua poesía nacional le echaron en cara que era imitador; pero sin esta sabia imitación, mediante la cual naturalizó en su lengua las bellezas de los poetas italianos y de los antiguos clásicos, hubiera sido imposible para la poesía española conquistar el campo en que iba a rivalizar con la toscana. Que no introdujo en su país un género de poesía irreconciliable con el genio del idioma y con el carácter nacional, es evidente para quien considere la rapidez con que el nuevo gusto se enseñoreó de toda España, y se extendió en Portugal, y tuvo larga duración en ambos reinos. Los innovadores [p. 371] poéticos, a cuyo frente estaba Boscán, hubieran sido dignos de censura si hubiesen intentado desterrar enteramente el antiguo estilo español, que también era susceptible, a su manera, de clásica perfección. Pero es dudoso que los partidarios de este estilo hubiesen llegado a perfeccionarle, si los discípulos de la escuela italiana no les hubiesen mostrado antes el grado de elevación de que era capaz la poesía española dentro de las nuevas formas. Boscán lo hizo patente, no con razonamientos críticos, sino con su ejemplo; y su modestia contribuyó no poco a atraer a su partido a los más ilustres entre sus conciudadanos.»

Hay en todo esto una parte de hipérbole, disculpable en un extranjero, para quien la medianía técnica de Boscán tiene que ser poco sensible; pero hay un fondo incuestionable de verdad, que ningún crítico había explicado con tanto acierto hasta entonces. Bouterweck no hablaba de oídas en este capítulo ni en otros varios excelentes que su obra contiene.

En cambio, el ginebrino Sismondi, cuyo tratado De las literaturas del Mediodía de Europa, hoy tan olvidado, tuvo su hora de celebridad y contribuyó, juntamente con los escritos de Mad. de Staël, B. Constant y Barante, a divulgar en Francia algunas ideas de la crítica alemana, demuestra muy superficial conocimiento de nuestra lengua y de nuestros autores, y continuamente se apoya en las noticias y juicios de Bouterweck, entendiéndolos mal muchas veces. Así, de Boscán dice que imitó con mucha felicidad la dulce melodía del Petrarca, cuando precisamente es la dureza lo que le caracteriza. Y pondera en nuestro poeta «la fuerza del colorido», la «precisión del lenguaje», la «elegancia y la armonía del estilo poético a un tiempo dulce y noble»; es decir, todas las cualidades que le faltan, y que sólo se vieron juntas en Garcilaso, a quien Sismondi tacha de sutil y conceptuoso. Verdad es que en materia de versos castellanos no sé qué competencia podía tener el que encontraba nebuloso y enigmático un soneto clarísimo de Lupercio Leonardo, «Imagen espantosa de la muerte». [1]

[p. 372] A todos sus predecesores superó el norteamericano Jorge Ticknor por la inmensa copia del material bibliográfico, por la inteligencia de nuestra lengua, por el plan claro y sencillo y por cierta sensatez crítica, algo vulgar y filistea, pero respetable dentro del círculo en que se remueve. Los juicios de Ticknor suelen ser tan incoloros, que apenas llega a entenderse si le parece bueno o malo lo que va exponiendo; pero el de Boscán es explícitamente favorable, casi tan encomiástico como el de Bouterweck, al cual se parece mucho. El punto de vista del crítico alemán es más elevado; aun tasando muy altos los méritos de Boscán, comprende que con él o sin él la innovación lírica se hubiera realizado, puesto que era una necesidad sentida por los espíritus más cultos de la nación. Tícknor, por el contrario, sólo ve el lado externo de los fenómenos, por lo cual le parece muy raro que «un incidente tan pequeño como la conversación con Navagero en Granada haya sido suficiente para introducir en España una nueva escuela poética que ha prevalecido desde entonces y tanto ha influido en el carácter y en los destinos de su literatura». El caso sería verdaderamente asombroso si las cosas hubiesen pasado así, pero algo más que casualidad y capricho hubo en todo esto. El más grande y positivo mérito de Boscán fué el de llegar a tiempo y comprender su época. [1]

[p. 373] La misma preeminencia que conserva entre los libros de su género la historia de Ticknor (doctamente adicionada por Gayangos, Julius y Adolfo Wolf) merece y obtiene entre las crestomatías publicadas hasta hoy el Manual de Literatura española, de Luis Lemcke, no sólo por la discreta selección de los trozos, sino por las interesantes noticias biográficas y críticas que los preceden. Las páginas relativas a Boscán son demasiado vagas y generales pero las muestras están bien escogidas. [1]

La reimpresión del Cortesano por Fabié en 1873, la de las obras poéticas por Knapp en 1875, renovaron un poco la memoria de Boscán y dieron ocasión a algunos artículos críticos, entre los cuales merecen citarse dos recensiones, breves pero instructivas, del Sr. Morel-Fatio, gran maestro de toda erudición española, [2] y una conferencia del malogrado escritor catalán D. Celestino Barallat leída en el Ateneo de Barcelona en diciembre de 1889. [3] En Italia, después del insignificante artículo del poeta veneciano Zanella sobre «Juan Boscán y Andrés Navagero», [4] apareció la excelente disertación de Flamini sobre «el poema de Leandro y la Octava rima. » [5] que es lo más formal y substancioso que hasta ahora tenemos sobre nuestro poeta. El autor no sólo ilustra convenientemente los dos poemas de que trata, sino que aprecia [p. 374] con mucha exactitud el carácter literario de Boscán, a quien considera superior al Trissino, pero de la misma familia que él; familia de artistas incompletos, de ingenios medianos, pero doctos y emprendedores, que inician grandes cosas en sus respectivas literaturas, sin llevar a la perfección nada, y tienen por eso el raro privilegio de que todo el mundo sepa su nombre y casi nadie lea sus obras. Con razón dice Flamini que el poeta de Barcelona y el caballero literato de Vicenza se parecen como dos gotas de agua. Pero esto por semejanza de naturaleza, no por imitación. Boscán no pudo alcanzar más obra del Trissino que la tragedia Sofonisba, compuesta en 1515 e impresa en 1524, puesto que su poema heroico (sobre todo por la paciencia que en sus lectores supone) L'Italia liberata dai Goti no empezó a publicarse hasta 1547, años después de morir el nuestro.

Como se ve, Boscán ha debido mucho más a la investigación de los extraños que a la de los propios. Los que aprecian sus versos con los ojos y no con los oídos (y es el caso principalmente de los críticos alemanes) pueden ser más indulgentes con él, porque realmente no carece de ideas y afectos, que es lo substancial de la poesía. Pero en Castilla nunca será muy estimado por la deficiencia del ritmo y de la dicción poética, y en Cataluña es notoriamente impopular porque se le achaca, sin fundamento alguno, haber sido el primero que hizo traición a la lengua nativa, y con el prestigio de su nombre y de sus escritos dió el golpe de muerte a la literatura de su país y aceleró la triunfante dominación del castellano. Hoy continúa siendo tan verdad como en 1817 lo que decía Moratín en una de sus cartas: «Si preguntas por el señor Juan Boscán Almogaver, ninguno te da razón de tal caballero en todo el Principado.» [1]

El estudio que voy terminando puede aclarar, por la sola exposición de los hechos, lo que hay de confuso y superficial en estos conceptos. Boscán era de estirpe catalana, y en Barcelona había nacido y la amó y celebró siempre, pero por su educación y hasta por los antecedentes políticos de su familia era más castellano que catalán. Se había criado en el palacio de nuestros reyes, había sido [p. 375] protegido y familiar de una de las casas más poderosas de Castilla. Un hombre que contaba entre sus amigos y valedores al Almirante, al Duque de Alba, a Garcilaso de la Vega, a D. Diego Hurtado de Mendoza, y era considerado como el espejo de la cortesanía de su tiempo, debía hablar con la mayor pureza y elegancia el lenguaje de la corte española. No tuvo necesidad de aprenderle para hacer versos ni para traducir a Castiglione. Probablemente le hubiera costado mucho más escribir en su idioma materno, y no sabemos que lo intentase nunca. Obsérvese que en sus prólogos, donde por otra parte muestra tanta modestia, nunca alude a su condición de forastero ni solicita indulgencia por sus incorrecciones. Escribe el castellano como por derecho propio y sin pensar que con ello introduce novedad alguna, él, que tantas introducía en la métrica.

No hubo, pues, en Boscán ni detección a las musas de su tierra, que sabía honrar y estimar, como lo prueban sus imitaciones y encomios de Ausías March, ni mucho menos propósito deliberado de matar una lengua en que tales poetas habían cantado. Lo que hizo Boscán fué seguir el rumbo que su vida le trazaba, y el impulso general del Renacimiento, que buscaba en todos los países un centro de unidad lingüística y no podía ser favorable a la variedad idiomática de la Edad Media, como no lo era a las instituciones y régimen político en que tal variedad se apoyaba. Sucumbió, pues, el catalán, como antes de él había sucumbido el provenzal, y como sucumbieron los dialectos itálicos ante el predominio literario de la lengua toscana. Pero el catalán, por su significación histórica y por la riqueza de sus antiguas manifestaciones literarias, especialmente en el campo de la prosa, resistió con latente energía, y su eclipse no fué definitivo, aunque durase tres siglos.

Ni la caída ni la restauración de una lengua pueden explicarse por casos particulares y fortuitos, sino por leyes históricas generales, cumplidas de un modo casi inconsciente. La acción de un poeta de segundo orden como Boscán poco significa en tal proceso. Precisamente el único autor catalán en quien parece haber influido, y no sólo en cuanto a la métrica, que es Pere Serafí, escribió siempre en catalán, lo cual ya empezaba a ser raro en su tiempo.

[p. 376] Pero no fue Boscán, ni con mucho, el que introdujo en Cataluña la poesía castellana ni el que allanó las fronteras que hasta entonces habían separado las dos literaturas. De antiguo venían las relaciones literarias entre Cataluña y Castilla, aunque nunca hubiesen sido tan estrechas como las que mediaron entre Castilla y Portugal, cuyas letras se completan mutuamente y forman en rigor una sola manifestación hasta el siglo XVI. Pero aun reconocida esta mayor lejanía, hay hechos innegables de mutua comunicación. Prescinciendo de autores que por las circunstancias de su vida tuvieron que ser bilingües, como San Pedro Pascual, es notoria la imitación luliana en uno, acaso en dos, de los tratados de D. Juan Manuel; y la filosofía del Iluminado Doctor contaba, antes de finalizar el siglo XIV, algunos prosélitos andaluces, como el cordobés Diego Sánchez de Uceda, traductor del Libro del Gentil, y su hijo Pero González de Uceda, «el qual era ome muy sabio e entendido en todas sciençias, specialmente en el artefiçio e libros de Maestro Rremon», según dice una rúbrica del Cancionero de Baena (núm. 342). D. Enrique de Villena, que por línea paterna descendía de la casa de Aragón, hizo a su modo el papel de medianero intelectual entre ambos reinos a principios del siglo XV. Restaurador de los Juegos florales en Barcelona, no sólo estaba empapado en la doctrina de las poéticas provenzales, sino que redactó primitivamente en catalán su libro de los Trabajos de Hercules. El Marqués de Santillana, que abarcaba en su universal curiosidad todos los estilos y escuelas poéticas, tiene palabras de especial aprecio para «los catalanes, valencianos e aun algunos del reino de Aragón, que fueron e son grandes officiales desta arte. ...señalados omes, asy en las invenciones como en el metrificar». Y la enumeración que de ellos hace abarca desde los que trovaron en provenzal, como Guillén de Bergadá, hasta sus propios contemporáneos, fijándose en los que verdaderamente son más notables y merecen nombre de poetas: Mosen Jordi de Sent Jordi, Mosen Febrer, el traductor de Dante, y el gran Ausías March, cuya «elevación de espíritu» magnifica con palabras enteramente modernas. El mismo Santillana, en un poemita alegórico, honró a Mosen Jordi, haciendo que le coronasen con el lauro poético Homero, Virgilio y Lucano, nada menos;

            [p. 377] Deessa, los illustrados
       Valentissimos poetas,
       Vistas las obras perfetas
       E muy sutiles tractados
       Por Mossen Jorde acabados,
       Supplican a tu persona
       Que resciba la corona
       De los discretos letrados. [1]

El genial Alfonso Martínez, arcipreste de Talavera, que había pasado años enteros en Barcelona, se muestra familianzado con las obras enciclopédicas del franciscano Eximenis, y todavía se conserva el códice que poseyó del Libro de las Donas, asunto análogo al de su Corbacho, aunque tratado de bien diversa manera. Esta misma obra de Eximenis, para no hablar de otras, tuvo dos traducciones castellanas en el siglo XV.

Tampoco faltan indicios y pruebas del conocimiento de la literatura castellana en Cataluña. El mismo Ausías March, poeta tan interior, que rara vez habla de nada que no pertenezca a sus propios afectos y apenas cita autor alguno, presenta una alusión clarísima a cierto lance de la Crónica del rey D. Rodrigo, fabuloso libro de Pedro del Corral:

           Per lo garró | que lo rey veu de Cava
       So mostra Amor | que tot quant vol acaba.

Y el principio de uno de los Cants d' Amor (el 57) recuerda mucho el bellísimo romance viejo de Fontefrida:

           Vos qui sabeu de la Tortra costum
       E si no 'u feu placial vos oir,
       
Quant mort li tol son par se vol jaquir
       D' obres d' amor, no beu aigua de flum,
       Ans en los clotz ensutza primer l' aiga,
        No 's posa may en vert arbre fullat...

Del castellano pasaron al catalán libros tan importantes como la Visión delectable del bachiller Alfonso de la Torre, la Cárcel de Amor, de Diego de San Pedro; uno y otro figuran entre los productos de la primitiva tipografía barcelonesa.

[p. 378] Pero el indicio más seguro de influencia castellana es la aparición de poetas bilingües en la corte napolitana de Alfonso V: hecho naturalísimo por ser castellano el rey y por haber tomado parte en la conquista, no solamente los súbditos de la corona de Aragón, sino aventureros de toda España, lo cual no podía menos de favorecer la comunicación de lenguas. Y así como hubo algún navarro y algún aragonés que hicieron por deporte coplas catalanas, [1] hubo por lo menos dos poetas catalanes que versificaron en castellano: Mosen Juan Rebellas (o Ribelles), que parece ser el mismo que fué caballerizo mayor de Alfonso V y cayó prisionero de los genoveses en la batalla naval de Ponza, y Mosen Pedro Torrellas (o Torroella), mayordomo del Príncipe de Viana. El segundo, sobre todo, se hizo célebre por sus coplas satíricas contra las mujeres, eco débil del Corbaccio florentino. No le valió después escribir, a modo de palinodia, un «Razonamiento en deffension de las donas», porque su nombre quedó como sinónimo de misógino, y se inventó sobre él una extraña leyenda que le suponía víctima de la cruel venganza de las mujeres, indignadas con sus vituperios. [2] Las famosas coplas de Torrellas, bien [p. 379] insípidas por cierto, aparecen en el Cancionero de Stúñiga, y se reprodujeron en el General; pero la colección que en mayor número contiene sus producciones castellanas es el Cancionero de Herberay, dado a conocer por Gayangos. [1] En él, además de una docena de poesías, extensas algunas, hay dos muestras de su prosa, una complaynta (queja) sobre la muerte de D.ª Inés de Cleves, princesa de Navarra, y el ya citado razonamiento en defensa de las mujeres.

Torrellas tiene soltura en la versificación, pero muchos descuidos, catalanismos y hasta galicismos. Véanse algunos ejemplos:

           Siguiendo tu voluntad,
        Monjoya de mis desseos.
       ..................................
           Muera el que el nombre cambia
       De muerte a vida la pena,
       No dirán a vida buena
        Semblante daquesta mía...
       ..................................
           Tú das fin a mi bien
        Ensemble con la tu fama.
       ..................................
            Yo fenesçre mi tristeza,
       Mas quedará de tu vida
        Reproche de gentileza.
       ..................................
           ¿Fué ningún tiempo offensada
       Tu fama de mi querer?
       Por cierto de tal errada
       No puedo culpado ser...
       ..................................
           Si por vos fuere negada
       D' un tal querer voluntat,
       Con blasmo de castidat
       Es virtud perjudicada...

[p. 380] El número de poetas bilingües, y aun exclusivamente castellanos, se acrecienta mucho en tiempo de los Reyes Católicos, sobre todo en Valencia, donde particulares condiciones favorecían el desarrollo de nuestra lengua, que fué siempre la de una parte considerable de los naturales de aquel reino, y se adaptaba sin gran violencia al peculiar fonetismo de aquella región.

En el capítulo correspondiente de esta historia de la poesía [1] he dado a conocer la mayor parte de estos ingenios, bastando recordar ahora los nombres de Mosen Juan Tallante, D. Seraphín de Centellas, el comendador Escrivá, Mosen Crespí de Valldaura, D. Alonso de Cardona, D. Francés Carros Pando, Mosen Jerónimo de Artés, D. Francisco Fenollet, Narcís Vinyoles, Mosen Bernardo Fenollar, Gazull, y algunos otros más o menos conocidos y meritorios. Casi todos contribuyeron a la formación del Cancionero general, de Hernando del Castillo, cuyas dos primeras ediciones se hicieron en Valencia (1511 y 1514), bajo las auspicios del Conde de Oliva, poeta también y mecenas de esta escuela.

Dos cosas conviene advertir en cuanto a la métrica de estos autores, y una y otra prueban su actitud pasiva respecto de la lengua y la literatura que se asimilaban. Una es que jamás emplean en sus piezas castellanas el endecasílabo catalán de cesura en la cuarta, que tal como le había manejado Corella hubiera podido conducirles a la introducción del ritmo italiano treinta años antes de Boscán. En cambio, toman de la poesía de Castilla el verso de arte mayor que Corella usó, por lo menos una vez, en sus cobles satíricas contra Caldesa: [2]

           Si-m leix de mes dir | senyora sabuda,
       Penssau que no fall | pertret per la obra,
       Que tots temps dient | encara me sobra
       Mas vuy per honor | ma lengue fer muda.

Este metro en los poetas de Valencia se combina con su hemistiquio, produciendo gallardas estrofas de diez versos, en las cuales está escrito el diálogo de la Pasión de Mosen Fenollar y Juan Scrivá:

            [p. 381] Del arbre tan bell | regat de sanch noble
       Les rames ornau | de fruyts, fullas, flor,
       Plantat sobre roca | devant tot lo poble
                    Per darnos repós,
       Cubert de la porpra | de vostre sant cors,
       Ab tal standart | donant la batalla
       Lo nostre enemich | roman tot confus,
       E feta del cel | conquesta sens falla
                    Nos deu voler pus
       Sino lo fruyt | del vostre bon Jesus... [1]

Pero otras veces siguen la disposición de las octavas de Ausías March, al paso que éstas empiezan a modificarse por influjo de las estancias castellanas de arte mayor, repitiéndose cuatro veces una misma rima, de lo cual hay varios ejemplos en el fecundo poeta barcelonés Romeu Lull:

           Si-us he mal dit | en pensar ni per obre
       No 'm de Deu be | lo que li deman;
       Si-us he mal dit | quant fas me vingue en dan,
       Visque 'n lo mon | trist, mal content e pobre;
       Si-us he mal dit | la casa 'm caigue sobre,
       Sens confessar | muyra com' a dampnat;
       Si-us he mal dit | veure-m puga orat
       En l' ospital que james lo seny cobre. [2]

Pero ni en este ingenio apreciable, aunque amanerado, ni en ningún otro de los que entonces florecieron en Cataluña, recuerdo haber visto versos de arte mayor, al paso que se encuentran en algunos mallorquines, como Francisco Oleza y Benito Espanyol, que sin duda los habrían recibido de Valencia. En Barcelona dominaba sin contraste el endecasílabo, que en algunos poetas, como el comendador Stela y su hermano Miguel, autor de la Comedia de la Sagrada Pasió de Jesu Christ, procuran remozar con procedimientos análogos a los de Corella, y que manifiestan la vecindad de la poesía italiana:

           Ell es lo gran | artiste de la vida
       A qui los vents | e mon tot obeeix,
       Ell es lo Deu | a qui tot l' univers crida,

        [p. 382] A qui l' infern | terrible revereix.
       Himnes cantant | d' aquest sant patriarcha
       L' exércit gran | que viu d' ángels venir
       Lo trist palau | de Plutó feu obrir,
       Dient axi | lo divinal monarcha. [1]

Menos abierta Barcelona que Valencia a la comunicación literaria con Castilla, encontramos, sin embargo, en el cancionerillo llamado Jardinet d'Orats, algunas poesías castellanas, una de ellas en loor del Duque de Calabria, debidas a la fácil pluma del ya citado Romeu Lull, que también escribió alguna vez en italiano y compuso una «Cansó de quatre lenguatges» (el cuarto parece ser el francés, aunque sumamente alterado).

Pero el tipo del poeta bilingüe en las postrimerías del siglo XV es un catalán del Rosellón, Pedro Moner, que, indócil al yugo francés cuando Perpiñán fué transitoriamente ocupada en tiempo de D. Juan II, [2] fué a servir a su rey y señor natural, sacrificando patria y bienes, lidió bizarramente en la vega de Granada, y acabó por tomar el hábito de los frailes menores en el convento [p. 383] de Jesús, de Lérida. La mayor parte de las obras de Moner están en castellano, imitando con más o menos soltura las principales combinaciones usadas por nuestros últimos trovadores del siglo XV, especialmente por Juan del Enzina, a quien se propuso como principal modelo. Tiene también octavas de arte mayor, en las cuales suele intercalar algún endecasílabo de acentuación catalana:

           Virgen y madre | del mundo elegido,
       Bien y reparo | del género humano,
       
Reyna del reino | del rey soberano,
       El mundo te debe | de juro la vida;
       A ti que la gracia | del todo es debida,
       Por cuantas maneras | se puede pensar,
       A ti te la pido, | que la puedes dar,
        Puesto que no | la tenga merescida. [1]

Usa también la estancia de diez versos, favorita de los poetas valencianos:

           La muerte s' allega, | la vida fenesce,
       Sentidos desmayan, | sfuerzos me huyen,
       El cuerpo me tira, | ell alma entristece,
       Peligros abundan, | reparo encaresce,
       Desastres sin cuenta | mi zelo destruyen;
       D'espantos me hiere | la muerte y no mata,
       Mis ruegos desecha | ni dexa que viva,
       Si fados no fuerzan | fortuna maltrata
       Zeladas, caídas | la lumbre me mata
       Con vena de angustias | dolor muy esquiva. [2]

Ni en el Parnaso catalán ni en el castellano puede ocupar Moner un alto puesto. Su vena poética es bastante flaca, su lenguaje está lleno de incorrecciones. Acaso su mayor recomendación sea la rareza de su libro. [3] Pero la sola existencia de un [p. 384] cancionero tan copioso, en que la parte castellana predomina, indica la tendencia que los estudios literanos llevaban y el abandono en que empezaba a caer la musa indígena.

También la abandonó, pero no para escribir en castellano, sino en italiano, un bizarrísimo ingenio de aquellos mismos días, tan celebrado entonces como olvidado después, y cuya gloria está hoy solemnemente rehabilitada, porque fué un verdadero poeta en toda la extensión de la palabra, digno compañero de los Pontanos y Sannazaros, menos humanista que ellos sin duda, porque no cultivó la poesía latina, pero quizá el más aventajado de la escuela de Nápoles en la lírica vulgar. [1] Este poeta, cuyo arte es completamente italiano, pero cuya alma española se revela en su constante y noble adhesión a los reyes de la dinastía aragonesa y al Gran Capitán, llevaba el nombre poético de Chariteo, recibido probablemente en la Academia Pontaniana, pero no se llamaba Carideu ni Caradeu, como por mucho tiempo se ha creído, sino Bernardo Gareth o Garreth, según consta por documentos irrecusables, algunos de ellos de mano del mismo poeta. [2] Tiraboschi y Sígnorelli, que no habían visto sus Rimas, [p. 385] dudaban de su patria, pero él cuidó de consignarla una y otra vez en términos explícitos, cariñosos y entusiastas:

           So che poi del mio fin sarà quieta
       L' invidia, che si pasce hor in me vivo,
       Et havrà Barcellona il suo poeta.
                                               (Soneto 5.)

       Pianga Barcino, antiqua patria mia,
       Con sua militia e i Consoli honorati...
                                          (Soneto 214.)

       ............... Quad' io fui nato
       Presso il sonante roseo Rubricato,
       Mi nutrio de le Muse il latteo petto.
                                          (Soneto 207.)

Los recuerdos del Llobregat y de Monjuich son frecuentes en sus poesías. Al modo de Horacio y con las mismas palabras que él se decreta la inmortalidad por sus canciones, y envuelve en esta promesa de inmortalidad el dulce recuerdo de su patria:

           Non temo homai, che' l pelago d' oblio
       Sommerga il mio miglior ne l' onda horrenda;
       Ché nel mondo conven che fulga e splenda
       A mal grado d' invidia, il nome mio.
       Vedrò pur vivo il fin del bel desio:
       Sará per me quel roseo Rubricato
       Più noto ed illustrato;
       Per mia cagion più celebre anchor fia
       La prima patria mia:
       Ch' io rigarò di Giove il sacro monte
       Con l' acque eterne del Pierio fonte.
                                               (Canción 20.)

El siguiente soneto, que es casi paráfrasis de unos versos de las Geórgicas (III, 10 16):

           Primus ego in patriam mecum, modo vita supersit,
       Aonio rediens deducam vertice musas...
       Et viridi in campo templum de marmore ponam
       Propter aquam, tardis ingens ubi flexibus errat
       Mincius, et tenera praetexit arundine ripas...

[p. 386] mostrará de qué modo este peregrino poeta funde el arte antiguo con su propia emoción personal y patriótica:

           Ad quanto un cor gentile ama et desia
       Le mie speranze e voglie hor son si pronte,
       Ch' io spero anchor di lauro ornar la fronte
        Nel dolce luogo dove io nacqui pria.
           Primo sorò, che 'n l' alta patria mia
       Condurrò d' Aganippe il vivo fonte,
       Venerando di Giove il sacro monte.
       Se morte dal pensier non mi disvia.
           E 'n su la riva del purpureo fiume
       Io va' constituire un aureo templo,
       In memoria del mio celeste lume.
           E tu Aragonio sol, [1] ch' or io contemplo,
       Sarai del primo altere il primo nume,
       Ché di divinità sei primo exemplo.
                                                                (Soneto 4.)

Otro género de apoteosis, otro templo no gentil, sino dedicado a la Madre del Verbo, soñaba en su vejez el poeta, mezclando con la piedad cristiana y con el sentimiento clásico de la Gloria el recuerdo de la patria lejana y querida. Así en estos tercetos del poema Pascha, que recuerdan el principio del canto XXV del Paradiso de Dante «Se mai continga che 'l poema sacro»:

           O quando fia quel dì, Muse benigne,
       Che' n la mia patria prima io vi conduca,
       In quelle alte magion, di gloria digne?
           Là conven che' l mio nome splenda e luca,
       Rimembrando l' onor ch' al cielo estolle
       Il mio bel Sannazar, maestro e duca...
       .....................................
           Sotto 'l monte di Giove, in sul vermiglio
        Fiume, poner io spero un templo d' oro
       A la madre del ciel, figlia del figlio!

Su vida se desenvolvió entre 1450 y 1512, aunque no constan las fechas precisas de su nacimiento ni de su muerte. En un soneto escrito durante su estancia en Roma (entre agosto de 1501 y mayo de 1503) dice que llevaba treinta y cinco años de residencia en Nápoles:

            [p. 387] Napol mi tenne poi nel bel ricetto
       Sette lustri, invaghito, inamorato
       Del suo dolcior divino: ivi pregiato
       Fu 'l canto mio di Re d' alto intelleto.

Allí perfeccionó su educación literaria, pero el germen de ella le había recibido en su patria, donde (según expresión suya) le «nutrió el lácteo pecho de las Musas». A esta primera iniciación poética puede atribuirse el conocimiento que tuvo de la lengua y de las rimas de los poetas provenzales, llegando a traducir e imitar a alguno de ellos, por lo menos a Folqueto de Marsella. Fué el Chariteo uno de los rarísimos provenzalistas del siglo XVI, y seguramente el más antiguo. Todavía existe en la Biblioteca Nacional de París, y ha sido muy consultado, y citado desde Raynouard hasta nuestros días, un precioso Cancionero que perteneció a nuestro poeta y pasó después de su muerte a la Biblioteca de Angelo Colocci y de allí a la Vaticana, siendo finalmente transportado a Francia en el gran despojo de 1797. Al origen y educación hispánica del Chariteo atribuyen también sus biógrafos (aunque nos parezca bastante singular) aquella veneración por Dante, que estaba entonces oscurecido y eclipsado en el Mediodía de Italia, tanto que Sannazaro no le cita nunca; mientras que en nuestra Península, especialmente en Cataluña, conservaba muchos admiradores y devotos, para quienes continuaba siendo el diví poeta Dant, que decía Mosen Ferrer de Blanes. Salvándose del exclusivismo petrarquista, el Chariteo no sólo imita a Dante en los tercetos del Libro intitulato Pascha, sino que junta siempre en una misma conmemoración a los dos grandes luminares del arte toscano:

           Anime santa, esempio sempiterno,
       Lume e splendor del bel tosco idïoma,
       Dante e Petrarca, d' Arno onore eterno.
           Onde traeste voi la ricca soma
       Di bei volumi? e 'n qual fonte beveste?
       L' antro, ove entraste, ancor come si noma?
           Deh, fate omai ch' a noi si manifeste
       Vostra secreta selva, i lauri vostri,
       Sacrati a l' inmortal musa celeste!
           Che 'n tal guisa serraste intorno i chiostri,
       Che, dopo voi, nessun preclaro ingegno
       V' ha penetrato, insino a i tempi nostri.
            [p. 388] Così le dolci paci e 'l dolce sdegno
       Di Laura sian più dolci, e 'l sacro nume
       De la Beatrice sia sempre benegno.

Debía de estar muy familiarizado nuestro Garret con la lengua italiana aun antes de haber salido de Barcelona. Esta pericia no pudo adquirirla súbitamente en Nápoles, aunque allí se sumergiese hasta el cuello en las vivas aguas de la poesía del Renacimiento, bajo la disciplina, principalmente, de Sannazaro:

       Quando di quel liquor partenopeo
       Sincero mi pascea, dolce cantando...

No es la menor curiosidad, entre tantas como la fisonomía literaria del Chariteo ofrece, la singular excelencia de su dicción puesta en cotejo con la de otros rimadores napolitanos de su tiempo, como el Jennaro, el Caracciolo. A este propósito dice Pércopo: «Ellos, con ser italianos, ignoran del todo la elegancia, la gracia, la armonía de la lengua de Petrarca, aunque tienen abierto siempre delante de sus ojos el Canzoniere; ¡qué dureza, qué esfuerzo, cuánta vulgaridad provincial se nota en su lenguaje!; y, por el contrario, ¡qué dulzura musical, que gallardía, qué soltura y amenidad en los versos del nuestro!» Es cierto que los versos del Chariteo, como todos los de su escuela, abundan de latinismos, introducidos con propósito deliberado de ennoblecer y magnificar la lengua, pero en cambio, apenas se ha notado en la edición corregida de sus Rimas (1509) ningún rastro de dialecto napolitano, y sólo dos o tres españolismos, que no parecen tomados del catalán, sino del castellano: «esperar», «agraviarse», «espanto».

Era el Chariteo hombre cultísimo, conocedor de toda la antigüedad latina, que saqueó a manos llenas con ingenioso y sabio artificio para sus versos, y conocedor también, aunque en menor grado, de la lengua y literatura griega, especialmente de Homero, a quien imita una vez por lo menos, y de Platón, cuyos conceptos sobre la preexistencia de las almas reproduce con notable fidelidad, donde menos pudiera esperarse, en la más célebre de sus canciones políticas. Leía también, al parecer en su original, a Hesiodo y a Teócrito, y no parecen haberle sido desconocidos [p. 389] Píndaro y Calímaco. Su contemporáneo el Galateo le cita en el número de los helenistas, al lado de su amigo el aragonés Juan Pardo, que lo era de profesión, pues hasta en los registros de la Cancillería se le llama «homo doctus in greco et in latino»: aquel Pardo, filósofo y poeta, cuya preciosa semblanza nos dejó su amigo Pontano, y a quien el nuestro ensalzaba de esta suerte:

       Il lume d'Aristotile e d'Omero
       Mi lodi: io dico Pardo insigne e chiaro,
       Per gemino idïoma al mondo altero...

Centro de la actividad literaria de todos estos ingenios era la Academia que, bajo los auspicios del gran poeta émulo de Catulo en la gracia voluptuosa de los endecasílabos transportados por él a la ribera de Bayas, se congregaba en el pórtico Antoniano, y era la única que en toda Italia disputaba la primacía a la de Florencia. Los más grandes hombres de aquel grupo literario acogieron al Chariteo como a un amigo y un hermano, y le honran a cada paso en sus escritos. En la Arcadia de Sannazaro figura con dos distintos nombres: el pastor Barcinio (aludiendo a su patria) y el «Chariteo bifolco, venuto da la fructífera Hispania». En una elegía latina llega a decir que ama al Chariteo más que a su vida propia:

                             noster Chariteus Arion,
       Qui mihi vel propria carior est anima.

El Chariteo le correspondía llamándole el más excelente de los poetas que habían nacido en Nápoles:

       Ille maximus omnium poeta,
       Quos arguta Neapolis creavit. [1]

En lo cual había ciertamente injusticia respecto de Pontano, que aventaja notablemente a Sannazaro en el juicio de la posteridad y es uno de aquellos rarísimos privilegiados a quienes fue concedido el don de ser poetas vivos en una lengua muerta. [p. 390] Lindísimos son y dignos de la antigüedad, aunque en demasía muelles y lascivos, los endecasílabos que este gran maestro dedicó al Chariteo, y ¡qué gracioso homenaje para el poeta catalán, nuevo Endimión de otra enamorada Luna, que desciende para él a las dormidas aguas de Bayas!:

           At te balneolae tuae bearunt,
       Beavit Veneris sopora myrtus,
       Bearunt Charites deae ministrae,
       E quîs, o Charitee, nomen hauris.
       Hae, dum balneolis frequens lavaris,
       Dum myrtos canis et canis Dionen,
       Et Lunae revocas per ora nomen,
       Illam composito toro locarunt
       Et laetam gelida stetere in umbra.
       Effulxitque novo decore Luna,
       Ac nudis iubar extulit papillis,
       Cuius roridulo e sinu beatae
       Spirabant rosei liquoris aurae,
       Cuius de teneris fluens labellis
       Stillatim ambrosiae liquebat humor...
       Felix balneolum, levante Luna,
       Felicesque, dea iocante, myrti,
       Felix lectule, lusitante diva,
       Felices, Chariteo amante, Baiae. [1]

Claramente alude aquí el epicúreo Pontano a aquellas innumerables rimas de amor que un petrarquismo más o menos auténtico dictó al Chariteo en homenaje a cierta incógnita señora, al parecer de elevada prosapia, a la cual dió el nombre poético de Luna, titulando Endimión al libro de sonetos y canciones que en su loor compuso. Los comentadores no han logrado penetrar el misterio que envuelve el nombre de la dama. Sospechó el P. Diosdado Caballero (y quizá sea la conjetura más plausible) que pertenecía a la noble familia española de Luna. Otros han puesto la mira más alta, y creen que se trata nada menos que de D.ª Juana de Aragón, hermana del Rey Católico y segunda mujer del rey de Nápoles Ferrante o Fernando I. Pèrcopo ha demostrado [p. 391] la imposibilidad cronológica en que tropieza esta segunda hipótesis, pero no se decide en pro ni en contra de la primera, a la cual da cierta fuerza el hecho de encontrarse una D.ª Margarita de Luna que casó con Scipión Capece en 1492, precisamente el año en que, según se desprende de los versos del Chariteo, la incógnita Luna, recién casada también, abandonaba las playas de Nápoles con rumbo a España. El poeta lloró esta partida en dos canciones verdaderamente hermosas e inspiradas:

           A' naviganti era oportuno il vento,
       Tanto importuno a cui langueva ardendo,
       Ond' era presso già la morte mia,
       Quando sentii di donne un tal lamento,
       Che redir non si può, se non piangendo,
       Et pianger et parlar non si poría.
       Vidi un' altra Orithia,
       Da Borea rapta in fretta...
           Sì veloce al partir ella si mosse,
       Sol per me dar più dolorosa morte,
       Ch' io non li diedi le saluti extreme...
       Alhor perdendo insieme
       La speranza e la luce,
       Con furïoso andar dietro gli andai,
       Gridando:—Ai, Luna, ai, Luna, ove ne vai?
       Rivolge al men la desïata luce,
       La luce ardente et chiara,
       La notte e' l giorno a me cotanto avara!...
           Ella pur col bel volto, irato et grave,
       Nè si rivolse mai, nè mi rispuose,
       Et era giunta al mar, senza dimora.
       Io possetti mirarla in l' alta nave
       Con queste luci oscure et tenebrose
       Senza morire; e 'l ricordar m' accora.
       Che di dolor si mora,
       No 'l creda mai vivente!...
           Col nautico clamor già si partiva
       La vela, che nel pelago volava,
       Lasciando ombrose homai nostre contrade...
           Ma poi che più mirarla io non potei
       Per la distancia, homai fuor di misura;
        Et magior forza il desiderio prese,
       Tutti eran ne la vela i sensi miei,
       Fin che la vista tenebrosa, oscura,
       Altro che 'l largo mar più non comprese...
                                                        (Canz. XI.)

            [p. 392] Ella seguìo volando il suo camino;
       E 'l clamor de le misere sorelle
       Penetro l' aureo tempio de le stelle;
       Le stelle, a cui rincrebbe il lor destino.
       Pianse Vesevo e 'l bel fiume vicino;
       Pianse 'l lito Baiano et l' acque amene,
       E le sulfuree vene,
       Et quel dolce Bagniuol, che si rimembra
       De le divine membra...
                                                   (Cant. XII.)

Quien tales versos hacía (y no son raros en su Cancionero), ricos de luz y armonía, sinceramente apasionados, y escritos además en elegantísimo estilo, que se refuerza y no se entorpece con la hábil imitación clásica, bien merece en el coro de los poetas líricos un puesto más alto que el que hasta ahora se le ha concedido en Italia y en España. La rareza de sus obras hizo que por mucho tiempo se le confundiese entre la turba de los petrarquistas. Hoy que podemos leer íntegro el cuerpo de sus poesías, hay que juzgarle de muy distinto modo. En sus sonetos amatorios el Chariteo imita muchas veces al Petrarca, y lo mismo han hecho en Italia todos los poetas del amor, pero su imitación no es fría y servil, como la del cardenal Bembo y sus discípulos, sino que representa una forma poética nueva, donde ingeniosamente se combinan elementos de varia procedencia, derivados unos de la poesía popular napolitana y siciliana, otros de la tradición clásica pura, y especialmente de los eróticos latinos. Añádase, si se quiere, una parte de agudeza y conceptismo, en que, al decir de los críticos italianos, revela su origen español, por lo cual le consideran como uno de los precursores del secentismo. [1] Todo esto salva su colección de la monotonía propia del género y la convierte en materia de interesante estudio. A la manera que el [p. 393] grande humanista de Florencia Angelo Policiano había elevado a la dignidad del arte en sus Rispetti el canto villanesco de Toscana, el Chariteo, movido acaso por su ejemplo, recogió de labios del pueblo napolitano y siciliano las formas de la versificación vulgar para acomodarlas a sus Strammotti o Strambotti, y a su vez formó escuela que siguieron Seraphino Aquilano y otros, sin que ninguno le igualase. Pero el verdadero triunfo del Chariteo fué la hábil fusión, a primera vista imposible, que hizo de la poesía elegíaca de los antiguos y la lírica amorosa del Petrarca. Todo el que haya vivido familiarmente con los poetas latinos percibirá a cada momento un eco suyo en los versos del Chariteo, y, sin embargo, estos versos son nuevos por la índole de los sentimientos que expresan, a veces muy personales, como ha podido verse en los fragmentos de la canción transcrita, donde hay en poco trecho varias imitaciones, especialmente de Ovidio. [1] En cualquiera composición suya notaríamos lo mismo. Gran parte de la más selecta poesía latina está combinada y entretejida con arte infinito en las Rimas del Chariteo, como ha mostrado Pèrcopo en sus eruditísimas notas. No hay monumento antiguo del cual no haya arrancado alguna piedrezuela para sus mosaicos. Pero entre todos los vates del antiguo Lacio, a nadie imitó con tanto ahinco y fortuna como a Propercio, en quien vela el dechado más perfecto de la elegía romana. En las poesías de distinto argumento, en las canciones políticas, en los poemas religiosos, cambia de modelos, pero no de procedimientos, y a veces alterna del modo más inesperado a Lucano con Tibulo y a Dante con Sannazaro. [2]

Con este artificio de imitación compuesta, en cuyos misterios hay que penetrar si se quiere conocer a fondo a cualquier poeta [p. 394] del siglo XVI, de cualquier nación y en cualquier lengua, transfundía en sí el Chariteo las bellezas ajenas, las hacía suyas por la honda emoción con que las sentía, y llegaba a producir versos tan suavemente amorosos, tan impregnados de dulce melancolía y languidez apasionada, tan líricos y tan musicales como estos y otros muchos que de sus sonetos pueden entresacarse:

           Ecco la notte il ciel scintilla e splende
       Di stelle ardenti, lucida e gioconde;
       I vaghi augelli e fere il nido asconde,
       E voce umana al mondo or non s' intende.
           La rugiada del ciel tacita scende:
       Non si move erba in prato o 'n selva fronde;
       chete si stan nel mar le placide onde;
       Ogni corpo mortal riposo prende.
       ........................................
           Diva, antiquo splendor del primo cielo,
       Liquida più che mai, più relucente,
       Tempra l' ardor de l' infiammata mente
       Col notturno, soäve e dolce gelo.
       ........................................
           O Baia, di lacciuol venerei piena,
       Monumento de l' alte, antique cose;
       O fortunato lito, o piaggia amena,
       O prati, adorni di purpuree rose;
           O monti, o valli apriche, o selve ombrose,
       Onde fluenti da sulfurea vena,
       Dolci acque, chiare, tepide, amorose,
       Non vi soven di mia continua pena?
       ........................................

No fué monocorde la lira del Chariteo. Este poeta, que parecía nacido para cantar las delicias del amor bajo la atmósfera tibia y regalada de la antigua Parténope, fué el mayor poeta [p. 395] civil de su tiempo, para valernos del nombre con que los italianos designan a tales poetas. Él, que no era italiano de nacimiento ni de raza, lanzó con más bríos que ningún otro el canto de guerra contra los invasores franceses en 1494, cuando descendía de los Alpes la tormenta desencadenada por la falaz política de Luis el Moro y la ciega temeridad juvenil de Carlos VIII. En una canción altamente celebrada por Ancona y Carducci, y que en algunos momentos suscita el recuerdo de aquella inmortal del Petrarca que le sirvió de modelo, exhortó a los príncipes italianos a unir sus fuerzas contra el enemigo común, ahogando las mutuas discordias y rencores que iban a traer sobre la Península el yugo ominoso de la dominación extranjera:

           Quale odio, qual furor, qual ira immane,
       Quai pianete maligni
       Han vostre voglie unite, or sì divise?
       Qual crudeltà vi move, o spirti insigni,
       O anime italïane,
       A dare il latin sangue a genti invise?
       O cupidi mortali,
       S' ardente onor vi chiama ad alte imprese,
       Ite a spogliar quel sacro, almo paese
       Di cristïan trofei;
       E tu santa, immortal, Saturnia terra,
       Madre d' uomini et dei,
       Nei barbari converti or l' impia guerra.
           O mal concordi ingegni, o da' prim' anni
       E da la prima cune
       Abborrenti da dolce e lieta pace!
       Perché correte in un voler comune
       A li comuni danni,
       Et in comune colpa il mal vi spiace?
       Perché non vi dispiace
       Tinger nel proprio sangue hor vostre spade?
       Fu questo dato già dal fato eterno,
       Quando 'l sangue fraterno
       Tinse 'l muro di quella alma cittade
       Con quella fera invidia et impietade?...
                                               (Canz. XVII.)

Nada pierde de su valor este arrogante principio porque esté inspirado, como advierte su comentarista, en la célebre imprecación de Lucano contra las guerras civiles:

            [p. 396] Quis furor, o cives! quae tanta licentia ferri?
       Gentibus invisis Latium praebere cruorem?...
       .......................... Nec gentibus ullis
       Credite; nec longe fatorum exempla petantur:
       Fraterno primi maduerunt sanguine muri.
                                       (Phars., 1. I., v. 8 y 94.)

¡Rara habilidad tenía el Chariteo para hacer obra nueva sobre pensamientos ajenos! Porque esta canción no es un tema retórico, sino un grito de poético furor y de indignación generosa. El poeta sentía realmente todo lo que dice. La causa de Italia había llegado a identificarse para él con la de aquellos príncipes de origen español, aquella gotica sterpe, que por especial decreto de la Providencia (así lo canta en el poema Aragonia) había sido destinada para regir en paz y justicia, entre los halagos de la Naturaleza y las maravillas del arte renaciente,

                         Quell' alma cittade,
           Ove religión tanto si onora,
       Ove si vede ognora
       Più chiaro il sol, che per l' altre contrade:
       Ivi, temprando il raggio,
       Fa assidua primavera, e dolce estate;
       Ivi sempre son fior, non che nel maggio;
       Ivi nasce ogni ingegno acuto e saggio...
                                                        (Canz. VI.)

La vida política de Garrett estuvo en perfecta consonancia con los nobles acentos de su musa, y fué espejo de lealtad y constancia en medio de las prevaricaciones políticas de su tiempo. Comendador del sello real en 1486, secretario de Estado, es decir, primer ministro de Ferrante II (Ferrandino) en 1495, acompañó a su monarca en el destierro y experimentó la venganza de Carlos VIII, que en 7 de marzo de aquel año mandó confiscarle los bienes. Cuando volvió a entrar triunfante Ferrandino en la capital de su reino, dos meses después, el Chariteo iba a su lado, y a su lado estaba también en la hora de su prematura muerte (7 de octubre), que cortó en flor tan bellas esperanzas como se fundaban en aquel egregio joven. El nuevo rey D. Federico otorgó al Chariteo otros honores y mercedes; pero estaban contados los [p. 397] días de la monarquía napolitana. Nuestro poeta tuvo que presenciar su caída en 1501 y retirarse a Roma, donde permanció cerca de dos años, hasta que las triunfantes armas del Gran Capitán afianzaron el dominio español en el Mediodía de Italia. Entonces pudo volver a su segunda patria, donde le acogió afablemente el vencedor del Garellano, nombrándole gobernador del condado de Nola e indemnizándole en parte del quebranto de su hacienda. En 1515 había pasado ya de esta vida.

No se tache de impertinente esta larga digresión, porque se trata de un poeta notabilísimo, que los italianos colocan entre los mejores del siglo XV «al lado de Poliziano y de Sannazaro, de Boyardo y de Luis Pulci, en el número de aquellos que después de medio siglo y más de abandono, restituyeron su honor a la lengua vulgar, arrancándola de las manos inexpertas de los rudos cantores populares y de las manos pesadas de los humanistas latinizantes, y dando al toscano tanta gracia, tanta suavidad y hermosura como no había vuelto a tener desde los tiempos de Dante y Petrarca». [1]

La sola existencia de un artista de tan refinado estilo en lengua extranjera prueba que la España oriental, tributaria del genio italiano en tantas cosas, había llegado a tal punto de asimilación, que podía pagar su deuda en la misma moneda, regalando a Italia, no un discreto aficionado, sino un verdadero creador de formas bellas. La profecía del Chariteo se cumplió en todas sus partes: Barcelona tuvo en él su poeta, superior en condiciones nativas (y no digamos en arte y estudio) a cuantos allí habían tenido su cuna; superior a todos los antiguos poetas catalanes, excepto Ausías March, cuya gloria pertenece en primer término a su patria, Valencia.

El caso de Boscán recuerda inmediatamente el del Chariteo. Uno y otro, por los azares de su vida, llegaron a prescindir de la lengua materna sin perder el culto de la patria, y vaciaron su inspiración en un molde extraño. ¡Ojalá se hubieran trocado los papeles, y el Chariteo hubiera sido para nosotros y Boscán para los italianos! [p. 398] Inferior a uno y a otro, pero digno todavía de alguna loa en el concepto poético, fué otro barcelonés del siglo XVI, Pere Serafí, por sobrenombre el Griego, cuyo temperamento artístico, muy flexible, abarcó varias manifestaciones estéticas. No podemos apreciar, por no haber visto ninguna, el mérito de sus obras pictóricas, que fueron en su tiempo muy celebradas, especialmente la tabla del Juicio Final que pintó para Montserrat y las composiciones con que exornó las puertas del órgano de la catedral de Tarragona, pero nos queda un interesante volumen lindamente impreso por Claudio Bornat en 1565, [1] único que hayamos visto de poesías exclusivamente catalanas compuesto por un autor de aquella centuria. Esta condición de obra solitaria hace ya de suyo interesante la del modesto y simpático artista, puesto que es el principal documento que tenemos para estudiar la absorción (no encontramos nombre más apropiado) de la poesía catalana por la castellana en la segunda mitad del siglo XVI. Pere Serafí escribe en catalán, pero con estilo y gusto castellano, lo mismo en los versos cortos que en los largos, y aplica a la métrica de su lengua todas las novedades que Boscán había introducido en la de Castilla. Es cierto que se muestra ferviente imitador de Ausías March, a quien pone a la cabeza de todos los poetas españoles y compara con Dante y Petrarca:

            [p. 399] Tres son vulgars que per semblant manera
       Lo principat aporten dels poetes,
       Petrarca y Dant de que Italia blazona;
           Ausías March qu' a Espanya tant prospera
       Nos ha mostrat per obres molt eletes,
       Que par ab ells mereix portar corona. [1]

No es menos cierto que se esfuerza por conservar la factura del viejo decasílabo o endecasílabo catalán con cesura en la cuarta; y a veces la combinación de rimas de la estrofa antigua, usando además la tornada, la sparsa maridada, las demandas y respostas y otras formas tradicionales. Pero en todo lo demás cede al torrente. Sus Cantichs d' amor, imitación de los pensamientos de Ausías March, están en octavas reales muy bien construidas; v. gr.:

           Tot reverdeix la fértil primavera,
       Quant es passat l' ivern quel mon despulla,
       Floreix los prats, y 'ls aucellets prospera,
       Al arbre nu fa recobrar la fulla:
       Dins l' aygu' al peix, y al bosch tota' altra fera
       Troban descanç y amant qui be 'ls reculla;
       Y en mí lo temps james no fa mudança
       Ans sent del tot secarse la sperança. [2]

Y además de las octavas escribe sonetos, madrigales, sátiras, capítulos y epístolas morales en tercetos, siguiendo la manera de Boscán, a veces con excesivo servilismo. Cotéjense, por ejemplo, estos versos del Capitol Moral [3] con otros que ya conocemos de la Epístola a D. Diego de Mendoza:

           Y per repos de ma ventura bona
       Yo' m so casat ab una gentil dama
       Que de virtuts mereix portar corona.
           Ella coneix quant ma voluntat l' ama
       Y axi respon a mon voler tot hora,
       Y un cast amor igualment nos inflama.
           De quant primer yo fuy distret y fora
       De mí trobí tot punt lo que cercava,
       Puix so del tot d' una que me enamora.
            [p. 400] Yo he trobat al mont quant desijava,
       Un ver conten y vida no penada
       Y un migencer estat com demanava.
           Bastam a mí la vida concertada,
       Sols per passar sens tembre la fortuna,
       Deis grans estats la vida no 'm agrada.
       ......................................
           Hon algun tamps es bo por mija 'scusa
       De la ciutat partir, com jo e fet ara,
       Y fora star per un deport com s' usa:
           Acompanyat ab una costella cara,
       Prenente deport, cercant la vida queda,
       Sens pendre 'nuig qu' el viure llarch prepara,
           Mirant los camps que vista res me veda,
       L'aygua corrent dels rius y les fonts vives,
       Los prats y flors y fertil arboreda,
           Y los aucells cantant per bosch y rives,
       L'ayre seré, los animals de caça,
       Lebres, cunils, daynes corrent altives;
           Lo bestiar que manso per la traça
        Pastur' al prat y ab profitosa llana
       Creix lo profit del que tals fets percaça.
           Fora pot hom seguir la vida plana
       Sença brogit ni pes de qui us enuja
       Dins lo poblat, si no feu tot quant mana.
           Fora lo fret, calor, y vent y pluja,
       Passan millor de dins o fora casa,
       May falta blat per metr' en la tramuja.
           Cullim los fruyts dels arbres a la rasa,
       Cercant los nius, gustant la dolça bresca,
       Nates, matons, let fresca plena vasa.
       ......................................
           Y quant tindrem enyorament que sia
       Part per nos fer en la ciutat dar volta,
       Retornarem ab molta allegría,
           Hont visitant nostra amistança molta
       De jorn en jorn nos trobarem en festa
       Que de tot l' any no porá sernos tolta:
       Pus Deu volent, sigam la vida honesta.

La imitación es aquí palmaria y resulta débil, porque no era Serafí poeta de grandes alientos. Donde luce más es en la poesía ligera, en los metros de siete y menos sílabas, en las cansons con estribillo y otras análogas que conservan algo de las danzas provenzales y catalanas, pero que se parecen mucho más [p. 401] a las letrillas castellanas, a los villancicos de Juan del Enzina y D. Pedro de Urrea y a otras combinaciones de nuestra lírica popular o popularizada, tal como se muestra en los últimos Cancioneros.

De estas letras para cantar las tiene Serafí lindísimas, llenas de suavidad y gentileza, por ejemplo, la que principia:

           Bella, de vos som amorós,
        Ja fosseu mía;
        Sempre sospir quant pens en vos
        La nit y día.
           Bella, mirant vostra valor
       Y gentilesa,
       Sent' en lligams de vostr' amor
       Ma vida presa,
       Hon tinch mon cor trist dolorós
       Sens alegría,
        Sempre sospir quant pens en vos
        La nit y día... [1]

Y todavía más la siguiente, que es un primor de gracia afectadamente cándida:

           Si 'm leví de bon matí,
       Y animen tota soleta,
       Y entrimen dins mon jardí
       De matinet,
       L' ayre dolcet, la fa rira riret
       Per cullir la violeta:
       Ay llaseta, ¿qué faré
       Ni qué diré?
        Valgam Deu qu' estich dolenta,
        L' amor es que 'm atormenta.
           A mon dolç amat trobí
       Adormit sobre l' herbeta,
       Despertás dient axí,
       De matinet,
       L' ayre dolcet, la fa rira riret,
       Si vull esser sa 'mieta:
       Ay llaseta, ¿que faré
       Ni qué diré?
        Valgam Deu qu' estich dolenta,
        L' amor es que 'm atormenta.
            [p. 402] Jo li 'n respongui que sí,
       Mes que no fas santideta,
       Ay que tant pler may prenguí
       De matinet,
       L'ayre dolcet, la fa rira riret,
       Que restí consoladeta:
       Ay llaseta, ¿qué faré
       Ni qué diré?
        Valgam Deu qu' estich dolenta,
        L' amor es que 'm atormenta. [1]

Tiene también Pere Serafí (y es muestra más segura de influjo castellano) un romancillo en versos de siete silabas, que pertenece a la clase de los que Durán y Milá llamaron «romances artísticos de trovadores».

           ¿Qui vol oyr la gesta [2] —d' un jove enamorat,
       Que nit y jorn sospira—d' amors apasionat?
           Un jorn de primavera—exit es de poblat,
       Cercant va part escura—fugint de claredat:
           Solet sens compañía—del tot desesperat,
       Les llágrimes que plora—regan per tot lo prat:
           Clamantse de fortuna,—d' amor y crueltat
       D' una gentil señora—que l' ha desheretat.
       ................................................
           Perduda la paraula—sembla que 'sta finat,
       Un rosinyol de cima—prop dell s' es assentat:
           Sobre d' un ram d' oliva—son cant ha començat
       Ab veu molt dolorosa—y só trist lamentat.
           Fa resonar la selva,—tant es armonizat,
       Tots los aucells silenci—sostenen de bon grat,
           Sino sols l' auraneta—que jamés ha callat,
       Mas per axo son cantich—no m' a desamparat... [3]

Canciones cortesanas del género de las de Pere Serafí se encuentran mezcladas con las castellanas en el Cancionero Flor de enamorados, que recopiló Juan de Linares y fué varias veces impreso en Barcelona desde 1573 por lo menos, hasta 1681. Pero [p. 403] mayor era todavía el influjo de nuestra genuina poesía popular, representada por sus principales colecciones. El Cancionero de Romances, de Amberes, tuvo una reimpresión barcelonesa en 1587; y un catalán, Francisco Metge, publicó en 1626 libro aparte de los romances del Cid y de los Infantes de Lara, con el título de Tesoro escondido. En el Romancerillo de Milá, mejor que en el restaurado artificialmente por Aguiló, puede verse cuantos temas poéticos nuestros penetraron en Cataluña, cuantos romances llegaron a ser íntegramente traducidos, o quedaron bilingües, o han seguido cantándose en su forma original hasta nuestros días.

Esta penetración lenta y pacífica, este creciente dominio de la poesía popular, contrasta con el escaso cultivo de la poesía erudita, para la cual se mostraron tibios, balbucientes o reacios los ingenios catalanes, precisamente en las dos centurias que fueron de oro para la lengua y literatura de Castilla. Hay que saltar desde Boscán hasta las postrimerías del siglo XVI para encontrar poetas catalanes que escribiesen medianamente en nuestro idioma. Y recorriendo la corta lista de dichos autores se observa: que unos, como Fray Bartolomé Ordóñez, autor de La Eulálida, [1] y el apreciable poeta místico Fray Arcángel de Alarcón, [2] llevan apellidos netamente castellanos; que otros, como Jerónimo de Heredia (apellido aragonés), autor de la Guirnalda de Venus Casta; [3] Juan Dessi, traductor del poema de Dubartas [p. 404] sobre la Creación del Mundo, [1] y el agudo y conceptuoso epigramatario D. Francisco de la Torre y Sebil, intérprete de las Agudezas de Juan Owen, [2] eran hijos de Tortosa, ciudad mas [p. 405] valenciana que catalana en todo el curso de su historia. [1] Quedan como poetas de más genuino abolengo en el Principado el agustino Fray Marco Antonio de Camós y Requeséns, buen prosista en su curiosa Microcosmia o gobierno universal del hombre cristiano para todos los estados (1592) , pero endeble versificador en La Fuente deseada; [2] Vicente Moradell, autor de una vida de San Ramón de Peñafort en verso; [3] el caballero barcelonés don Joaquín Setantí, moralista sentencioso y a veces profundo, una especie de La Rochefoucauld español, en sus Centellas de varios conceptos, mejor escritas que su poemita gnómico « Avisos de amigo»; [4] Fray Anselmo Forcada, benedictino de Montserrat, que [p. 406] cantó pobremente la historia de su monasterio; [1] el P. José Morell, jesuíta de Manresa, que tradujo en versos de colegio a Horacio, a Marcial y a varios poetas de la latinidad moderna. [2] Con esto llegamos a fines del siglo XVII, y nos guardaremos de penetrar en el XVIII, para no evocar la fatídica sombra de Comella. Lo más respetable que hubo en aquella centuria fué la poesía latina, cultivada con decoroso aliño por los humanistas de la Universidad de Cervera y por algunos jesuitas de los desterrados a Italia. Verdadera poesía castellana escrita por catalanes no se conoció hasta que aparecieron las odas horacianas de Cabanyes y las baladas románticas de Piferrer. Fué el principio de una regeneración poética que no tardó en encontrar su propio y adecuado instrumento en la lengua indígena, redimida del cautiverio de la vulgaridad por Aribau, Rubió y demás precursores del espléndido renacimiento que hoy presenciamos.

Pero hay que decir la verdad íntegra. El genio poético catalán había dormitado durante tres centurias, lo mismo en la lengua propia que en la adoptiva. No era la causa de hacerse pocos y malos versos castellanos el que se hiciesen en catalán muchos buenos. La penuria fué, si cabe, mayor en este campo que en el otro. Los contemporáneos e inmediatos sucesores de Pere Serafí valían muy poco, a juzgar por las raras muestras que de ellos quedan. Un Pere Giberga, mencionado varias veces en las Rimas del pintor poeta, debe a esta sola circunstancia el haber salvado [p. 407] su nombre del olvido. [1] Un D. Pedro Ausías March, gobernador de las baronías de Bellpuig, señor de Moncortés y Canós, de quien se conservan algunos sonetos, no parece haber heredado de su ilustre pariente más que el nombre. [2] Hasta los certámenes y juegos poéticos a que han mostrado antes y después tan decidida y perniciosa afición los herederos de la poesía provenzal aquende y allende el Pirineo, eran menos frecuentes en Barcelona que en los emporios de Valencia y Sevilla o en las ciudades universitarias, como Alcalá y Salamanca. En esas justas hay que buscar, sin embargo, los tímidos acentos de la musa catalana, que alternaba casi siempre con la latina y castellana. Así sucede en el curioso Llibret de l' inmortalitat de l' anima nostra, «publicado en la tercera fiesta de la Pascua de Resurrección en el Monasterio de Jerusalem de esta ciudad de Barcelona, en el presente año de 1580». Fueron jueces los doctores universitarios Vileta, Mir y Calsa. El canto de la musa Calíope invitando al certamen está en catalán, y a él concurren con versos en la misma lengua cinco poetas oscurísimos: Antonio Juan García, Nicolás Credensa, Auledes, Onofre Castanier y el ya citado Ausías. Hay tres poesías latinas. Las restantes, en número de 21, son castellanas, y entre sus autores figuran los valencianos D. Alonso Girón de Rebolledo, Micer Andrés Rey de Artieda y Gaspar Gil Polo (el autor de la segunda Diana) y Fray Luis de León, a quien se adjudica el premio por unas octavas, que estuvieron inéditas hasta que el P. Villanueva, descubridor de esta justa en la biblioteca de Santa Catalina de Barcelona, se las comunicó para su edición al P. Merino. [3]

[p. 408] Para las fiestas que se celebraron con motivo de la beatifícación de Santa Teresa de Jesús, en 1614, escribieron versos catalanes el benemérito historiador Jerónimo Pujades, con el seudónimo de «El Pastor del Remolar», y el canónigo Jerónimo Ferrer de Guissona, que presentó un canto «a la imitació y estil dels cants o octavas del antich catalá Ausías March, fecundissim y elegant poeta». [1]

Ausías March era el único de los antiguos poetas que continuaba siendo leído con entusiasmo [2] e imitado, aunque de mala manera. El presbítero de Mataró Juan Pujol conserva también la forma de sus estancias en el infeliz y prosaico poema que compuso sobre la batalla de Lepanto. [3] Del mismo Pujol parece ser una curiosa Visión o Sueño, en que el poeta valenciano se le aparece quejándose de los desafueros que con él habían cometido [p. 409] sus traductores castellanos, y designando como el más autorizado de sus intérpretes al célebre profesor luliano Luis Juan Vileta. [1]

Pero aunque estos admiradores de Ausías tuviesen aspiraciones verdaderamente elevadas, su medianía, o más bien su impotencia artística, las hacía enteramente estériles. Así es que cuando apareció a principios del siglo XVII un poeta ligero y nada trascendental, de la clase que frisa con los copleros, que de catalán apenas conservaba más que la lengua, y ésta reducida casi a la condición de dialecto por la impureza con que la escribía, pero que tenía ingenio picaresco, gracia festiva, simpática desenvoltura, imaginación alegre y lozana, grandes dotes de versificador, y de vez en cuando ráfagas de más auténtica y sincera poesía, este vate tan incompleto y desigual fué jefe de escuela, y toda la producción anterior quedó relegada al olvido. Los versos del rector de Vallfogona, más conocido por el nombre de su parroquia que por el suyo propio de Vicente García, [2] pertenecen en su [p. 410] métrica, en su estilo y aun en buena parte de su vocabulario, a la escuela castellana de su tiempo, de la cual fué imitador dócil y convencido, pero no vulgar, descollando particularmente en la factura de las décimas y de los romances. Se le abruma con los grandes nombres de Góngora y Quevedo, a los cuales imita ciertamente en sus poesías, pero sin la picante malicia del uno ni la acerba profundidad del otro. El Rector es un poeta más jocoso que satírico, de poca mordacidad y ninguna hiel, y, en suma, bien avenido con la vida. Si quisiéramos buscarle un próximo ponente entre los ingenios castellanos que pudo alcanzar, nos fijaríamos en el Dr. Juan de Salinas, de quien dijo conceptuosamente uno de sus panegiristas que «tenía ingenio de azúcar y sal».

Sin ser muy severo el gusto de Vallfogona ni en moral ni en literatura, escribía con relativa sencillez para lo que en su tiempo se estilaba y aun con cierta llaneza rústica que, cuando no degenera en tonalidad prosaica, tiene un dejo pagés muy agradable. No todas sus poesías son de ejemplar lectura, pero la pícara condición humana es tal que esto mismo contribuyó a hacerlas populares. Alguna vez envileció su arte en asuntos poco limpios y aun torpes y licenciosos, pero no son de probada autenticidad todas las coplas que en centones manuscritos [1] o de viva voz se le atribuyen; y como otros poetas que en esta parte han [p. 411] claudicado, sufre el condigno castigo de dar su nombre a mil chocarronerías y bufonadas que no dijo ni escribió jamás. Por otra parte, este género de pecados, que en sus obras impresas no son tan frecuentes como se dice, y que en su siglo no escandalizaban a las personas más graves, están compensados por una buena cantidad de versos serios, y aun morales y ascéticos, de los cuales pueden entresacarse algunas joyas, como el bello romance A la soledad y aquel otro de tan religiosa y elevada compunción con que se despidió de este mundo desde el catafalch incógnit en que esperaba la visita de la muerte.

El pecado capital de García no consiste en los livianos escarceos de algunas piezas suyas, sino en el concepto generalmente frívolo que manifiesta de la poesía, en su incorregible propensión a no tomar el arte por lo serio, en su falta de ideal y en la pobreza de sus pensamientos, que tampoco se disimula bastante con los primores de la ejecución, harto fácil y verbosa, negligente y desaliñada. Estos defectos trascendieron al instrumento que manejaba, y cuando fué rodando desde sus manos a las de copleros cada vez más vulgares y adocenados, la lengua catalana, decaída de su dignidad patricia, envilecida en plebeyos usos, pareció un dialecto bárbaro y tosco, que sólo podía servir para el género bajo cómico y para las improvisaciones truhanescas de la musa callejera, cuando no para las feroces expansiones de los bandos políticos. Así la encontraron los poetas del siglo XIX, y aunque sería injustísimo atribuir al Dr. García responsabilidad alguna en esta última degeneración, no hay duda que su popularidad inmensa y siempre viva contribuyó a extender el contagio, porque él mismo, con más talento que todos sus imitadores, había dado antes que nadie el ejemplo de avillanar y empobrecer la lengua, y era, además de un poeta, un tipo poético, un personaje de folk-lore, cuya leyenda picaresca había comenzado al día siguiente de su muerte, y a quien tradicionalmente se atribuían todos los chistes. Su misma biografía, compuesta a principios del siglo XVIII, es un tejido de fábulas tan dignas de crédito como la vida de Esopo escrita por el monje Planudes. Este género de popularidad acaso la conserve todavía, pero la antigua estimación que se hacía de sus versos se ha trocado en desdén, a lo menos entre las personas cultas y eruditas; en lo cual hay acaso tanto [p. 412] exceso como excesivo fué el aprecio con que en otros tiempos se los miraba. Nimia austeridad parece la que hoy se gasta con un poeta donoso y amable, que no escaló las cumbres pindáricas, pero que puede alegrar las horas ociosas, y merece indulgencia hasta por la candidez de sus deslices.

Todavía hubo después de Vallfogona quienes mostrasen talento y cierta delicadeza en versos catalanes, singularmente Fontanella, Fontaner o quienquiera que sea el pastor Fontano, autor de la tragicomedia Amor, firmesa y porfía. [1] Pero la decadencia de la lengua en estos poetas amatorios y pastoriles no es menos radical, aunque por diverso camino. No caen tanto en lo vulgar, pero propenden a confundir su lengua con el idioma general de los españoles. Sí García había hecho versos catalanes con palabras castellanas, ellos llegan a escribir estrofas que con ligeras variantes pueden pertenecer a las dos lenguas: caso muy frecuente en portugués, pero que en catalán parecería imposible si fuese catalana de verdad la lengua en que estos poetas escribían. Hasta el culteranismo, realmente antipático al temperamento de la raza, y que dejó poco rastro en el Dr. García y en Fontanella, tuvo un adepto fervoroso en el canónigo Romaguera [2] y encontró asilo en la Academia barcelonesa de los Desconfiados, que deploró con Nenias reales, escritas en tenebroso estilo, el fallecimiento de Carlos II.

Adelantándonos al orden de los tiempos, y alejándonos en apariencia, no en realidad, de nuestro propósito, hemos [p. 413] lado aquí estas sucintas memorias literarias, que conviene tener presentes por lo mismo que vamos a perder de vista, o poco menos, a Cataluña, en la exposición que ahora comenzamos de la edad de oro de nuestra lírica, a la cual contribuyeron casi todas las regiones de la patria común. Pero alguna otra excepción tenemos, y muy señalada por cierto: la de Galicia, que también por tres centurias desaparece casi del mapa poético de la Península, donde tanto había importado en la Edad Media. Las pocas excepciones que pueden señalarse, Fray Jerónimo Bermúdez, Trillo y Figueroa, son todavía menos importantes y significativas que las de Cataluña. ¡Fenómeno por cierto singular y que contrasta con el exuberante desarrollo de la poesía castellana en Valencia, prolongación étnica de Cataluña, en Portugal, prolongación étnica de Galicia! Misterios históricos son éstos, arduos de desentrañar para los que no nos pagamos de huecas genialidades. Por ahora lo que importa es recoger cuidadosamente los hechos y meditar sobre ellos sin ninguna preocupación extraña a la pura Filología.

Creo haber demostrado contra opiniones muy arraigadas que Boscán no cometió ningún crimen de leso patriotismo «sacrificando su ingenio y su habla nativa a la imitación de la literatura castellana», literatura que tampoco era la de sus «dominadores», porque Cataluña no los ha tenido jamás, sino la de hermanos suyos ligados en gloriosa confederación bajo el cetro de Carlos V. El catalanismo intolerante y de corto vuelo podrá excluirle de su cenáculo, pero Barcelona no debe ser ingrata con el recuerdo de un ciudadano suyo que abrió tan hondo surco en la literatura general de España. La grandeza intelectual de los pueblos no se mide sólo por el criterio lingüístico, que puede degenerar en supersticioso, sino por la iniciativa y la fuerza de expansión que ha tenido el pensamiento de sus hijos, sean cuales fueren las palabras en que ha encarnado: que al cabo las palabras son aire sobre cuyas alas vuela el espíritu.

Un barcelonés y un toledano sellaron en hora solemne para el Arte la hermandad de las letras hispánicas. Juntos han corrido sus versos como juntas estaban sus almas. La obra del uno requiere como indispensable complemento la del otro. Conocemos ya la de Boscán. A más fácil y ameno estudio nos brinda para el tomo siguiente la de Garcilaso.

Notas

[p. 336]. [1] .                En la muerte de Boscán

                                          Boscán, después que en paz sana y entera
                                     Del terreno y mortal lodo saliste,
                                     Y allá contigo está la primavera,
                                     Y las musas al cielo conduxiste,
                                         Las abejas por miel dan rubia cera,
                                     Ya el campo de sus flores no se viste,
                                     Ya calla Filomena en la ribera
                                      Y la corneja anuncia canto triste.
                                         Apolo en medio el día ya se esconde,
                                     Su hacha dexa Amor, el arco dexa,
                                     Y sólo aquí suspira, no responde;
                                         La vida y el placer sin ti se quexa,
                                     Huyen aves del aire no sé adónde,
                                     Del monte y la ciudad la paz se alexa.
                                       Floresta de varia poesía (Valencia, Juan Navarro, 1562, Sig. e. VIII).

[p. 337]. [1] . Pedro de Cáceres y Espinosa, en el prólogo a las Obras de Gregorio Silvestre (Granada, 1599):

«Verdad es que como él se diese a la música de tecla..., no comenzó tan presto a ser conocido en la Poesía; porque debía de tener ya más de veintiocho años quando comenzó a tener nombre entre los que se preciaban de componer los versos españoles que llaman ritmas antiguas y los franceses redondillas. A las cuales se dió tanto, o fuese por el amor que tuvo a Garci Sánchez y a Bartolome de Torres Naharro y a D. Juan Fernández de Heredia, a los cuales celebraba aficionadamente, que no pudo ocuparse en las composturas italianas que Boscán introduxo en España en aquella sazón. Y así, imitando a Cristóbal de Castillejo, dixo mal de ellas en su Audiencia (de Amor).

Pero después, con el discurso del tiempo, viendo ya que se celebraban tanto los Sonetos y Tercetos y Octavas..., compuso algunas cosas dignas de loa; y si viviera más tiempo, fuera tan ilustre en la Poesía Italiana como lo fué en la Española. Con todo eso intentó una cosa bien célebre, que fué poner medida en los versos Toscanos, que hasta entonces no se les sabía en España: la cual pocos días antes (?) intentó el cardenal Pedro Bembo en Italia, como parece en sus Prosas , y lo refiere Ludovico Dolche en su Gramática. »

A esta decantada invención de Silvestre alude también Luis Barahona de Soto en estos tercetos de una epístola que dirigió al mismo poeta:

           Y que por vos los versos desligados
       De la Española lengua e Italiana
       Serán con la medida encadenados.
           Deberos ha de aquí la Castellana
       Más que la Griega debe al grande Homero,
       Y al ínclito Virgilio la Romana.

[p. 338]. [1] . Carta 2.ª a Antonio Pereira.

Se ha supuesto que los primeros ensayos de Sa de Miranda en el metro italiano fueron contemporáneos de los de Boscán, pero todo induce a suponerlos algo posteriores. Doña Carolina Michaëlis se limita a decir prudentemente: «Es posible que Miranda tratase, durante sus viajes, con Boscán y Garcilaso, y se declarase, también por influencia de Andrea Navagero, y al mismo tiempo que los vecinos españoles, por las nuevas formas italianas, pero no hay prueba alguna positiva a favor de esta hipótesis.»

Lo que parece haberle decidido a seguir el nuevo estilo fué la lectura de Garcilaso, cuya apoteosis hizo en la égloga Nemoroso. Y él mismo parece que lo indica en la dedicatoria a Marramaque:

           Embiásteme el buen Lasso,
       Con él passando iré mi passo a passo.
           El qual gran don, yo quanto
       Por vos pagar ardía
       Sabéis, mas recelara juntamente,
       No se atreviendo a tanto,
        Que el son que me aplazía
        Por mi hiziesse plazer a nuestra gente.

Claro es que se trataba de cosa nueva en Portugal.

[p. 339]. [1] . Poemas lusitanos, ed. de 1829, tomo II, pág. 13. Carta 3.ª a Pero de Andrade Caminba.

[p. 340]. [1] . Poemas lusitanos, ed. de 1829, tomo II, págs. 134-135.

[p. 340]. [2] . Th. Braga, Historia des quinhentistas. (Porto, 1871, pág. 267.)

[p. 340]. [3] . Muchas sí, pero no todas. Con estos versos de la égloga 5.ª de Camoens

       Mas suspirar por ti, mas bem quererte,
       Qué faram mais, que mais endurecerte?

confronta Faría (tomo V, pág. 267) estos otros de Boscán en su Octava rima:

       Mas suspirar, llorar, ni bien quereros,
       Nunca jamás pudieron inclinaros
       A que mi coraçón, con puro amaros
       Pudiesse sino más endureceros.

Aquí la imitación parece evidente, y también en algunos versos de la oda 6.ª (tomo III, pág. 158):

           Aquelle nao sey que,
       Que aspira nao sey como;
       Que invisivel saindo, a vista o ve,
       Mas para comprender nao lhe acha tomo... «Puntualmente (dice Faría) viene a ser lo de Boscán:

       El no se qué, de no se qué manera...»

Son varios los lugares en que Boscán recurre al no se qué, y Faría los ha catalogado con toda puntualidad (tomo I, pág. 45).

La frase poco feliz achar tomo es también de Boscán en la canción que empieza «Ya yo viví»:

       Para curallos no les hallo tomo,
       Todo se haze verdad, y no sé cómo...

(Tomo III, pág. 91.) Sobre la estancia 10 de la canción X de Camoens:

           A piedade humana me faltava,
       A gente amiga ja contraria vía,
       No perigo primeyro; e no segundo,
       Terra en que pôr os pes me fallecía,
       Ar para respirar se me negava,
       E faltavame, en fim, o tempo, e o mundo...

«No Llegó Boscán a tales términos, mas dixo esto para que mi poeta que llegó a ellos lo tomasse para sí. Son los últimos versos de su canción que empieza «Gram tiempo Amor me tuvo de su mano», así:

           Perdíme al primer passo, y al segundo
       Estuve ya del todo tan sin tino,
       Que en lo peor quedé casi tendido.
       Mi alma por allí passar no vido
       A hombre vivo en quien se guareciesse;
       Y si alguno passó, tiró adelante
       Sin parar un instante,
       Hasta que yo de vista le perdiese...»

El soneto 43 de Camoens (tomo I, pág. 100) acaba con un verso castellano de Boscán:

       La vuestra falsa fe y el amor mío...

Puede sospecharse que este verso fué dado a glosar al poeta con obligación de que fuese en portugues la glosa.

—Pág. 248 del tomo I. Sobre el soneto 46:

       Quando a suprema dor muito me aperta...

Advierte Faría que «es todo al modo de Boscán en la canción Ya yo ví... »

Creo que la semejanza se reduce a un verso, y precisamente Camoens omitió el mejor rasgo que tiene la estancia de Boscán en que se encuentra:

           Y si al dolor me hallo muy sujeto,
       Acuérdome de aquella que tanto amo,
        Como el hijo se acuerda de su madre...

Pág. 106. Supone Faría que el principio del soneto 46,

       Grao tempo ha ja que soube da ventura...

está copiado de Boscan, que repite el mismo giro hasta cuatro veces:

           Gran tiempo ha que el corazón me engaña...
       Gran tiempo ha que Amor me dize: escribe...
       Gran tiempo fuí de males tan dañado...
       Gran tiempo Amor me tuvo de su mano...

La observación es nimia; pues este modo de empezar es tan natural, que pudo ocurrírsele a Camoens sin imitar a nadie.

Tampoco puede admitirse que la bella canción cuarta,

           Vao as serenas agoas
       Do Mondego descendo,
       E mansamente até o mar nao parao...

procede de los «Claros y frescos ríos» de Boscán. No es hija suya, sino hermana, aunque con gran ventaja de hermosura. Ambas se derivan del Petrarca, «Chiare fresche e dolci acque».

Es curiosa, por lo pedantesca y rígida, la nota técnica que pone Faría (tomo III, pág 39): «Dos cosas me desagradan en esta hermosa canción: una es que fuera tan corta, porque soy de parecer que ninguna ha de baxar de cinco estancias sin el remate, y ésta no tiene más de quatro. Mas parece quiso mi poeta vengarse de Boscán sobre aquella suya que imita en ésta, como ya dixe, porque tiene treze estancias, siendo cada una de tantos versos como se ven en ésta. Pero si Boscán fué con sobra largo, mi poeta con ella fué corto; y ambos no hizieron lo que devían. La otra cosa que no me agrada es que este remate desta canción sea tan largo que tenga ocho versos, no teniendo cada estancia dellos más de treze, porque soy de parecer que siempre el remate de una canción ha de ser menor que la mitad de cada estancia della.»

Faría abusa mucho de la coincidencia en pensamientos vulgares. Dice Boscán, por ejemplo:

           Nací para valerme con sufrir;
       Nací, señora, al fin para morir...

Y Camoens:

           Poys somente nací
       Para viver na morte, et ella en mí..,

[p. 343]. [1] . Ed. de Juromenha, tomo IV, pág. 347:

«Huns muito bem almofaçados, que com dois ceitis fenden a anca pelo meio, e se prezao de brandos na conversaçao, e de fallarem pouco e sempre comsigo... e gabao mais Garcilasso que Boscao, e ambos lhe sahem das maos virgens.»

[p. 343]. [2] . Ed. de Juromenha, tomo V, pág. 220:

«Fazei-me mercê que lhe falheis algums amores de Petrarca, ou de Boscao; respondem vos huma linguagem meada de hervilhaca, que trava na garganta do entendimento, a qual vos lança agua na fervura da mor quentura do mundo.»

[p. 343]. [3] . Obras poéticas de D.Diego Hurtado de Mendoza, ed. de Knapp, pág. 350. Felismena y la sabia Felicia son personajes de la Diana, y parece inútil advertir que Oriana y Galaor lo son de Amadís.

[p. 344]. [1] . Libro de la Conversión de la Magdalena, en que se ponen los tres estados que tuvo de Pecadora y de Penitente y de Gracia... Compuesto por e maestro Fr. Pedro Malón de Chaide, de la Orden de San Agustín. En Lisboa, por Pedro Crasbeck, 1601, fols. 2-4.

[p. 345]. [1] . Vergel de flores divinas, compuesto y recopilado por el licenciado Juan López de Úbeda, natural de Toledo, fundador del Seminario de los Niños de la Doctrina... Impreso en Alcalá de Henares, en casa de J. Iñiguez de Lequerica, año 1582.

No sabemos a qué elegía de Garcilaso alude Úbeda. Si esta composición existía realmente, ¿por qué no se imprimió en sus obras? Acaso quiera referirse a la canción moral «El aspereza de mis males quiero». Lo que por ningún concepto puede atribuirse al gran poeta toledano es cierta Elegía al alma, que trae Úbeda en su Vergel, y reproduce D. Justo Sancha en su Romancero y Cancionero Sagrado (núm. 675).

[p. 346]. [1] . Vid. A. Graf, Petrarchismo ed Antipetrarchismo, págs. 77-84.

[p. 346]. [2] . Las obras de Boscán y Garcilasso trasladadas en materias christianas y religiosas, por Sebastián de Cordoua, uezino de la ciudad de Úbeda, dirigidas al illustríssimo y reverendíssimo señor do Diego de Couarrubias, obispo de Segouia, presidete del Consejo Real, &. Con privilegio. Impresso en Granada en casa de René Rabut a costa de Francisco García, mercader de libros.

Colofón: «Impresso en Granada en la empreta de René Rabut a Sant Francisco, año de 1575.»

12.° prolongado, 321 páginas dobles.

Además de la epístola proemial del autor, el cual dedica su libro al insigne obispo de Segovia D. Diego de Covarrubias, lleva otra del doctor Fernando de Herrera, canónigo de Úbeda (firmada allí en 20 de septiembre de 1566), y sonetos laudatorios de D. Cristóbal de Villarroel, Luis de Vera, Pedro de la Tuvilla, Luis de la Torre, Francisco Farfán, Pedro de Ortega, López Maldonado, Juan de la Torre, Diego Ordóñez de Luna y Lorenzo Texerina.

Aunque el privilegio está dado en 27 de octubre de 1575 (lo cual indica que no existe edición anterior), la aprobación del maestro Fray Juan de la Vega es de 8 de enero de 1567.

—Las Obras... Con licencia. Impresso en Çaragoça en casa de Juan Soler, impressor de libros, junto al pesso de la Harina, año de 1577. A costa de Pedro Iuarra y Iuan de la Cuesta, mercaderes de libros.

12.° prolongado, 309 páginas dobles.

Además de la aprobación del P. Vega, lleva otra del doctor Pedro Cerbuna.

En la epístola de Boscán a D. Diego de Mendoza y en las coplas al almirante, Sebastián de Córdoba cambia la dirección y se las ofrece a Luis de Vera y Cristóbal de Villarroel, dos amigos suyos que escriben versos laudatorios en los preliminares del tomo. No cabe duda que estos oscuros sujetos se tendrían por muy lisonjeados con substituir a tan altos personajes. En cambio, el preceptor Severo de la égloga segunda asciende a la más gloriosa metamorfosis, convirtiéndose en San José, y los duques de Alba en patriarcas de la Ley Antigua y reyes del pueblo de Israel.

El Boscán y Garcilasso a lo divino, en cualquiera de sus dos ediciones, es hoy libro rarísimo; pero en el siglo XVIII no debía de serlo tanto, y probablemente conservaría algunos devotos, puesto quo Moratín le cuenta entre los proyectiles que se disparaban en la Derrota de los pedantes.

Algunas poesías de Sebastián de Córdoba están reproducidas en el Romancero y Cancionero Sagrado, de D. Justo Sancha (núms. 60-67, 787, 841-846).

[p. 349]. [1] . «Salgan, cuerpo de mí, salgan estos petrarquistas, estos boscanistas, estos sofistas que presumen más que valen.» (Carta del Bachiller de Arcadia, atribuida a D. Diego de Mendoza, Sales Españolas, recogidas por el Sr. Paz y Melia, pág. 72.)

[p. 350]. [1] . Ed. de Cerdá y Rico, págs. 21-23.

[p. 350]. [2] . «Reliqui sunt qui nostra, et patrum avorumque memoria, partim rythmis illigati Hispanis, partim (quod nostri temporibus nescio cujus Apollinis adflatu usurpari video) Italicis is numeris magis artificiosi, quam suaves et canori linguam nostram locupletarunt. Sed quum multa intercidant invalescantque temporibus, sitque certissima regula non in cujusquam rei bona aut mala natura, sed in usu potius atque consuetudine; damnare equidem non possum, nec si possem, maxime debere, principes hujus artis nobilissimos, Boscanum, Lassum, Ioannem Hurtado Mendozium, Gundisalvum Perez, viros plane doctissimos, et quos in numero Petrarchae et Dantis, et si quos Italia praestantiores habuit, locare non timeo. At quorundam aurium, dulcius sonant Ioannes Mena, Bartholomeus Naharro, Georgius Manricus, Carthagena, et illustrissimos marchio Ignatius Lopez Mendozius: tum veteres illae Cantiones, quae clarorum hominum amores et fortia facta, victorias et triumphos cum horrore aliquo antiquitatis iucundissime narrant. Mihi vero, si minus aliud, amplitudinem et divitias linguae Hispanae ostentare videntur, qui in hanc rythmorum formam vel incondius fabulas vel honesta vitae praecepta contulerunt...

Hinc mecum omnia versus, nihil Hispanorum ingeniis feracius esse putavi, his praesertim, quae disciplinis liberalibus exculta sunt; propterea quod ut segetes fecundae et uberes non solum fruges, verum herbas effundunt inimicissimas frugibus: sic interdum ex illa divite verborum copia, qua supra modum Hispani abundant, non mirandum est, si novi nunc erumpant rapsodi, qui maiorum modulationibus non contenti, Italorum adsimulata poemata cum Ione Platonico divinitus scilicet inspirati canant. Ego enim, si ambitu certissimae immortalitatis poeta esse vellem, optarem illud in primis, ut me dulces Musae remotum a sollicitudinibus et curis in illa sacra illosque fontes ferrent, ut est a Virgilio amoenissime exoptatum, ubi si de more veteri carmina in theatro recitarem, totus repente mihi adsurgeret acclamaretque populus...

Omitto iam poetas nostros, quibus neque studio quemquam, neque industria maiori, neque ingenio qui praestiterit, facile invenio, si maluissent quidam eorum culpa vacare, quam errati turpiter veniam deprecari: qui Hispani quum essent, Italicos modos, tanquam alienos fundos invaserunt.»

Alphonsi Garciae Matamori Hispalensis et Rhetoris Primarii Complvtensis. Opera Omnia... Matriti, 1769. Edición de Cerdá y Rico, págs. 71-74.

[p. 352]. [1] . Anotaciones a Garcilaso, fol. 75 vuelto.

[p. 352]. [2] . No se ocultó este pasaje a nuestros antiguos eruditos. Dice Tamayo de Vargas en sus notas a Garcilaso (pág. II): «El grande Guill. de Salluste, señor de Bartas, Príncipe de los poetas de Francia, en el segundo día de la segunda semana, a que dió nombré de Babylonia, entre los demás insignes varones de todos tiempos y naciones, celebra a nuestro poeta y a otros de los nuestros, por estas palabras: «Guevara, etc.»

Lo mismo hace Simón Goulart en los comentarios a este poeta, diziendo que señaló los que juzgó por más eloquentes en nuestra lengua, como me advirtió el Licenciado Luis Tribaldos de Toledo, exemplo y espejo (como de nuestro Comendador Griego dixo Lipsio) de la verdadera Crítica, por no aver cosa en la erudición más selecta de las sciencias i lenguas, que no sepa con admiración y no procure dar a entender que ignora con modestia.»

[p. 353]. [1] . Las Eróticas, Néjera, 1617. Segunda parte, fol. 30 vuelto.

[p. 353]. [2] . Apologos Dialogaes, compostos per D. Francisco Manoel de Mello... Obra Posthuma, e a mais Politica, Civil e Gallante, que fez seu Author... Lisboa Occidental, 1721.

Pág. 316.

« Quevedo. Vejovos logo o semblante de vos enfadares de Bocán.

Bocalino. Vedes bem; por onde achey muyta graça ao vosso Gongora quando disse que mais quizera ver hum Touro solto no campo, que ver desde palenque hum verso solto deste Poeta.»

Pág. 343 (hablando de Ausías March): «Por isso elle esceveo do Amor con tantos comqués; suas perguntas e razoes encadeadas rés por rés, com algunas de Boscán, o Diablo Ihas espere, e lhas desate.»

[p. 354]. [1] . Tomo III, pág. 172.

[p. 354]. [2] . Tomo III, pág. 1.

[p. 354]. [3] . Tomo I, pág. 295.

[p. 354]. [4] . El ayo del duque D. Antonio se llamaba Diego de Mendoza.

[p. 354]. [5] . Tomo VI de la edición de Sancha, págs. 423 y 438.

[p. 355]. [1] . Tomo IV, pág. 471.

[p. 355]. [2] .Tomo IV, pág. 517.

[p. 355]. [3] . Tomo VIII, pág. 50.

[p. 355]. [4] . Tomo I, pág. 271.

[p. 356]. [1] . Tomo I de las Obras sueltas, edición de Sancha, pág. 79, silva cuarta del Laurel.

[p. 356]. [2] . Tomo II, pág. 458.

[p. 357]. [1] . Tomo I, pág. 83 (Laurel de A polo).

 

[p. 358]. [1] . Obras de Lorenzo Gracián, edición de Madrid, por Pedro Marín, 1773. Tomo I, págs. 181 y 222.

[p. 358]. [2] . A quo tametsi magno intervallo superatus in re ipsa et operis successu saltem inventionis palmam sine controversia Ioannes Boscanus possidet (Biblioteca Hispana Nova, I, 63).

Los artículos de Boscán en los bibliógrafos posteriores, como Baillet, Jugemens des savans sur les principaux ouv; ages des Auteurs (tomo IV, 368), y Niceron, Memoires pour servir à l'Histoire des Hommes illustres dans la République des Lettres (tomo XIII, 374), son meras repeticiones de Nicolás Antonio, como ya advirtió Dieze.

[p. 359]. [1] . La Poética, o Reglas de la Poesía en general, y de sus principales especies... Segunda edición. Madrid, Sancha, 1789, tomo II, págs. 27 y 359

[p. 359]. [2] . Orígenes de la Poesía castellana. Segunda edición. Málaga, por los Herederos de D. Francisco Martínez de Aguilar. Año de 1797.

[p. 359]. [3] . Don Luis Joseph Velazquez. Geschichte der Spanischen Dichtkunst. Aus dem Spanischen übersetzt und mit Anmerkungen erläutert von Johann Andreas Dieze... Göttingen, 1769, págs. 182-186.

[p. 360]. [1] . Parnaso Español, tomo VIII, 1774, págs. XXXI-XXXIX. Noticia biográfica. Pág. 373. Epístola a D. Diego de Mendoza. Pág. 387. Canción. Págs. 373 y 387 del Apéndice. Notas críticas.

[p. 360]. [2] . Colección de Poesías castellanas traducidas en verso toscano, e ilustradas por el conde D. Juan Bautista Conti. Primera parte. Tomo I. Con superior permiso. En Madrid, en la Imprenta Real, 1782. (El mismo título se repite en italiano en la página de enfrente.)

Págs. CCVI a CCXXVII. Noticias acerca de Boscán.— Págs. 2 a 93. Poesías selectas de Boscán (texto castellano y traducción italiana).—Páginas 94 a 151. Reflexiones sobre las poesías de Boscán (texto bilingüe como todo lo demás del libro).

A este volumen siguieron en breve plazo el segundo y el tercero (1782-83). El cuarto no apareció hasta 1790; el quinto y sexto quedaron manuscritos, y generalmente se los tenía por perdidos, pero afortunadamente no es así, y debemos al profesor Cian una indicación extensa y precisa de su contenido. Andando el tiempo Conti hizo una nueva Scelta, que no he logrado ver (Padua, 1819), donde, suprimiendo el texto castellano, recogió la flor de sus traducciones impresas y de las que guardaba manuscritas, si bien no incluyó ninguna posterior a Lope de Vega.

[p. 361]. [1] . Las canciones «Claros y frescos ríos» y «Gentil señora mía» están traducidas en el mismo número de estancias y versos que el original. También conservan su forma métrica los sonetos, y son los que principian:

       Mueve el querer las alas con gran fuerza...
       ¿En quál parte del cielo, en quál planeta...
       El fuerte mal que sufro de esta ausencia...
       Dexadme en paz, o duros pensamientos...
       ¡O gran fuerza de amor, que así enflaqueces...
       Si en mitad del dolor tener memoria...

La epístola está traducida en verso suelto.

[p. 362]. [1] . Italia e Spagna nel secolo XVIII. Giovambattista Conti e alcune relazioni letterarie fra l' Italia e la Spagna nella seconda metà del settecento. Studii e Ricerche di Vittorio Cian. Turín, 1896.—Véanse especialmente las páginas 272-280.

[p. 364]. [1] . Poesíe di ventidue autori spagnuoli del Cinquecento tradotte in lingua Italiana da Gianfrancesco Masdeu Barcellonese tra gli Arcadi Sibari Thesalicense. Roma, 1786. Per Luigi Perego Salvioni, Stampator Vaticano nella Sapienza. Texto castellano e italiano confrontados. Dos tomos en 8.° con paginación seguida.

Págs. 34-38. Biografía de Boscán.

Pág. 170. Canción de Boscán. La ausencia de la persona amada.

       Claros y frescos ríos...

Pág. 358. «Descripción del país del Amor de que Venus es la Reyna.» Octavas de un poema amatorio de Juan Boscán.

       Amor es todo cuanto aquí se trata...

Pág. 360. «Parte de un discurso de Venus a dos embajadores que embió a Barcelona.»

       Cindades hay allí de autoridad...

Pág. 362. «Otras octavas del mismo poema amatorio de Boscán. Alocución de dos embajadores de Venus a dos damas de Barcelona.»

       Qué engaño, cuál error el vuestro ha sido...

Pág. 456. De Juan Boscán.—Soneto 1.° El placer en sueños.

       Dulce soñar y dulce congojarme...

Soneto 2.° A Filis.

       Si un corazón de un verdadero amante...

Soneto 3.° Vicisitudes funestas del Amor.

       Delgadamente Amor trata conmigo...

Soneto 4.° Funestos efectos del Amor.

       Solo y pensoso en prados i desiertos...

Soneto 5.° Amor continuado por costumbre.

       No alcanzo yo por dónde, o cómo pueda...

Soneto 6.° La hermosura de Filis.

       En quál parte del cielo, en quál planeta...

Soneto 7.° Sobre la dicha hermosura de Filis.

       Mueve el querer las alas con gran fuerza...

Masdéu en su prefazione pretendió tener prioridad cronológica sobre Conti porque desde 1781 estaban impresas algunas de sus traducciones en la obra de Lampillas, pero aun así le antecedió Conti, pues ya en 1771 había publicado la primera égloga de Garcilaso, que es una de sus más felices versiones.

[p. 366]. [1] . Véase lo que hemos dicho en la pág. 77. [Ed. Nac. pág. 68.] La obra de Lampillas fué traducida por D.ª Josefa Amar y Borbón. Ensayo histórico apologético de la literatura española contra las opiniones preocupadas de algunos escritores modernos italianos... Segunda edición, corregida, enmendada e ilustrada con notas por la misma traductora.— Madrid, P. Marín, 1789. Siete volúmenes.

Idénticas opiniones defiende Masdéu en el prólogo de su colección italiana: «La ignorancia de algunos literatos españoles y extranjeros ha atribuido a este poeta y a Garcilaso la gloria, que no se les debe, de haber introducido en España los versos de arte mayor... En la célebre Academia poética, que se hizo en Valencia en el año 1474, se oyeron varias poesías en verso endecasílabo. Ferrandis, Vinyoles y otros varios, bien anteriores a Garcilaso y a Boscán, compusieron en este género de verso. Según esto, Boscán y Garcilaso, ni lo introdujeron en España, ni lo tomaron de Italia, como dice la gente, y como lo dice el mismo Boscán, o por vanidad, o más bien por bondad, en la dedicatoria de las poesías a la Duquesa de Soma: sólo lo cultivaron a instancias de Andrés Navagero, y lo hicieron más común. Esto se les debe en justicia, y nada más. La bondad de Boscán no debe extrañarse, siendo virtud muy común entre los españoles, pero muy dañosa a la España, la de abatir la propia nación para ensalzar las ajenas. Los extranjeros tienen por confesión forzada lo que es afectada humildad.»

[p. 367]. [1] . Biblioteca Selecta de Literatura Española, o modelos de elocuencia y poesía, tomados de los escritores más celebres desde el siglo XVI hasta nuestros días, y que pueden servir de lecciones prácticas a los que se dedican al conocimiento y estudio de esta lengua, por P. Meadibil y M. Silvela. —Burdeos, imp. de Lawalle, 1819.

Tomo III, págs. 229-233. Canción. La Ausencia.

       Claros y frescos ríos...

Sonetos. 1.° El Amante rendido.

       Dejadme en paz, ¡o duros pensamientos!...

2.° Fuerza de Amor.

       ¡O gran fuerza de amor, que así enflaquezes!...

Pág. 477. La mansión de Venus.

       En el lumbroso y fértil Oriente...

(Sólo diez y siete octavas.)

Tomo IV, pág. 370. Epístola a D. Diego de Mendoza (bastante abreviada).

[p. 368]. [1] . Espagne Poétique. Choix de poésies Castillanes depuis Charles-Quint   jusqu' a nos jours, mises en vers français..., par D. Juan María Maury...— París, 1826.

Tomo I, pág. 79. En las notas (pág. 113) imita Maury en verso francés un soneto de Boscán:

       Dexadme en paz, o duros pensamientos...

que considera como una excepción en el mal gusto de las quintas esencias amorosas que Boscán imitó de sus modelos italianos. Reserva, como es justo, sus mayores elogios para la epístola a D. Diego Hurtado de Mendoza,

[p. 368]. [2] . En un interesante artículo de la Revue Germanique (mayo y junio de 1908) sobre el Dr. Julius (amigo de Böhl de Faber y traductor alemán de Ticknor), ha hecho notar Mr. Camilo Pitollet que parte de estas correcciones arbitrarias deben atribuirse a los que en Alemania corrigieron las pruebas de la Floresta, especialmente a Keil, que dirigió la edición del tomo III. Los originales de la Floresta, escritos en gran parte de letra de Böhl, se conservan en la Stadt-bibliotek de Hamburgo.

[p. 368]. [3] . Floresta de Rimas Antiguas Castellanas, ordenadas por D. Juan Nicolás Böhl de Faber, de la Real Academia Española.— Hamburgo, 1821-1825.

Tomo I, núm. 288. Extractos de la Octava rima.

Tomo II, núm. 383. La Conversión, extraordinariamente mutilada.

Núm. 452. La epístola a Mendoza, con varias supresiones.

Núm. 521. Canción «Gentil señora mía».

Núm. 522. Canción «Claros y frescos ríos».

Núms. 523 a 534. Doce sonetos.

En el tercer tomo nada hay de Boscán.

Don Justo Sancha, en el Cancionero y Romancero Sagrado, que formó para la Biblioteca de Rivadeneyra, copió La Conversión del texto refundido por Böhl, donde faltan nada menos que diez y seis quintillas dobles del oríginal.

[p. 369]. [1] . El título general de esta enciclopedia literaria fué Geschichte der Künst und Wissenschaften seit der Wiederhestellung derselben bis an das Ende des achtzenten Jahrhunderts, von einer Gesellschaft gelehrter männer ausgearbeitet. La introducción, en dos volúmenes, es de Eichorn (1790-1796). Bouterweck fué el único de los colaboradores que llegó a acabar la parte que le había sido confiada, es decir, la historia de la bella literatura, que consta de trece volúmenes, publicados desde 1801 a 1819 con el rótulo general de Geschichte der Poesie und Beredsamkeit seit dem Ende der dreizehnten Jahrhunderts. El tomo III está dedicado a la literatura castellana, y el IV a la portuguesa, siendo de notar que Bouterweck conocía mucho mejor y trata con más competencia la segunda que la primera.

[p. 370]. [1] . History of Spanish and Portuguese Literature. By Frederick Bouterweck. In two volumes. London, 1823.

Vid. sobre Boscán tomo I, págs. 162-176.

Es la única traducción íntegra y fiel de la parte española del Bouterweck. La francesa de Mad. Streck (1812) está abreviada en muchos lugares, y no contiene la literatura portuguesa. El tomo I y único de la versión castellana del conde de la Cortina y D. Nicolás Hugalde (1829), con muchas notas y adiciones de los traductores, no pasó de la Edad Media; pero dió ocasión a interesantes polémicas, en que terciaron Reinoso y Gallardo, y sobre todo al magnífico trabajo de Wolf, que hoy encabeza sus Studien (Berlín, 1859).

[p. 371]. [1] . De la Littérature du Midi de l' Europe, par J. C. L. Sismonde de Sismondi... Bruselas, 1837. (La primera edición es de 1813. París. Hay una traducción alemana de Hain, 1815, y otra inglesa de T. Roscoe, con notas.)

Vid. sobre Boscán tomo II, págs. 172-176.

—Historia de la Literatura Española..., escrita en francés por M. monde de Sismondi, principiada a traducir, anotar y completar por D. José Lorenzo Figueroa, y proseguida por D. José Amador de los Ríos... Sevilla, 1842. Tomo I, págs. 201-204.

[p. 372]. [1] . History of spanish literature by George Ticknor. In three volumes, Corrected and enlarged edition. Londres, 1863. (La primera edición es de 1849.) Tomo I, págs. 438-446.

—Traducción castellana, con adiciones y notas críticas de D. Pascual de Gayangos y D. Enrique de Vedia (Madrid, 1851). Tomo II, págs. 28-38. Notas de Gayangos, págs. 484-490.

—Geschichte der schönen Literatur in Spanien... Traducción alemana, del Dr. Nicolás Enrique Julius. Leipzig, 1852. Dos tomos y uno de Suplemento publicado en 1866 por Adolfo Wolf. Es la edición preferida hoy por los filólogos.

Tomo I, págs. 375-380.—Tomo II, págs. 743 a 747 (notas de Julius siguiendo a Gayangos). Supplementband, págs. 46, 58 y 59 (tres nuevas notas de Wolf, una sobre los versos de Boscán insertos en el Cancionero de Wolfenbüttel, otra sobre la antigüedad de los versos sueltos de Boscán y Garcilaso y probable influencia del Trissino, otra sobre la bibliografía del Cortesano).

 

[p. 373]. [1] . Handbuch des Spanischen Literatur... Leipzig, 1855. Tomo II, páginas 193-209. Inserta la epístola a D. Diego de Mendoza, la canción «Claros y frescos ríos» y cinco sonetos.

En el Curso histórico-crítico de literatura española, de D. José Fernández Espino (Sevilla, 1871), y en los manuales extranjeros de Butler Clarke (1893), Fitzmaurice-Kelly (primera edición inglesa, 1898, última edición francesa 1904), Rodolfo Beer (1903), Bernardo Sanvisenti (1907), Ernesto Mérimée (1908), hay breves, pero en general exactas indicaciones sobre Boscán.

[p. 373]. [2] . Revue critique d'Histoire et de Littérature, 1874, núm. 49; 1876, número 5.

[p. 373]. [3] . Impresa en La Vanguardia, periódico de Barcelona, 4 de diciembre de 1889. Es trabajo algo improvisado, como suelen ser los que se leen en Ateneos y Academias. Barallat, hombre de talento y cultura, valía más que los pocos escritos que ha dejado.

[p. 373]. [4] . Giacomo Zanella. Parallelli Letterari. Studi. Verona, 1885, páginas 3-25.

[p. 373]. [5] . Francesco Flamini. Studi di Storia Letteraria Italiana e Straniera. Liorna, 1895, págs. 385-417.

[p. 374]. [1] . Obras póstumas de D. Leandro Fernández de Moratín. Madrid, 1867. Tomo II, pág. 298.

[p. 377]. [1] . Obras del Marqués de Santillana, edición de Amador de los Ríos, página. 339

[p. 378]. [1] . Vid. el tomo VII de la presente Antología, pág. 253. [Ed. Nac. III., páginas 418-419.]

Sin fundamento han pretendido Latassa y otros que el poeta Torrellas era aragonés, acaso por confundirle con algún homónimo suyo que figura en la historia de Zaragoza. Los versos netamente catalanes que en gran número compuso Torrellas prueban su patria verdadera. Los aragoneses no gustaban de escribir en catalán, y cuando alguna vez lo intentaban eran sumamente incorrectos. Vid. Milá y Fontanals, Resenya dels antichs poetas catalans (Obras, tomo III, págs. 199-201). El Cancionero catalán de la Universidad de Zaragoza, publicado por el Sr. Baselga (Zaragoza, 1896), contiene diez y nueve poesías catalanas de Torrellas, entre ellas el Desconort, que es un largo y curioso centón de trozos de varios poetas provenzales, franceses, catalanes y castellanos.

[p. 378]. [2] . Vid. Antología, tomo V, págs. 285-287; [Ed. Nac. II. págs. 263-269.] y lo que añade A. Farinelli en sus interesantes Note sulla fortuna del Corbaccio nella Spagna Medievale, publicadas en la Miscellanea Mussafia, Halle, 1905. A propósito del martirio de Torrellas que relata Juan de Flores en su Historia de Grisel y Mirabella, cita un opúsculo francés en que se juzga y castiga a otros dos detractores del sexo femenino: « Procès ou le Jugement de Jean Meun et de Matheolus, ennemis du chief des dames » (1459). Pero aquí el castigo no pasa de quemar el libro. Más directa relación con el cuento de Juan de Flores tiene el sueño con que cierra el Arcipreste de Talavera su Reprobación del amor mundano, citada por Farinelli a este mismo propósito.

[p. 379]. [1] . Vid. el tomo I del Ensayo de Gallardo, núm. 484.

En un códice de la Biblioteca Nacional de París, que comienza con el Sompni de Bernat Metge, hay de Pere Torroella, además de la Deffension de las donas, un Razonamiento de Demóstenes a Alexandre (en prosa) y unas coplas, también castellanas, «en lohor de madama Lucresea, neapolitana, dama de D. Alfonso, rey de Aragón, (núm. 623 del catálogo de Morel-Fatio, página 239).

[p. 380]. [1] . Antología, tomo VII, págs. 227 a 240. [Ed. Nac. III, págs. 397-408.]

[p. 380]. [2] . Jardinet de Orats (códice de la Biblioteca provincial de Barcelona), fol. 194, vuelto. Falta en la edición de Briz.

[p. 381]. [1] . Jardinet d' Orats, ed. Briz, pág. 34.

[p. 381]. [2] . Jardinet d' Orats, ed. Briz, pág. 49.

[p. 382]. [1] . Jardinet d' Orats, pág. 47.

[p. 382]. [2] . El Rosellón, tan afrancesado ahora, era entonces firme antemural de España en los Pirineos Orientales, y se distinguía por su aversión a los franceses. Cuando en julio de 1462 el ejército de Luis XI invadió aquel Condado, el obispo de Elna y los cónsules de Perpiñán respondieron a las intimaciones del Conde de Foix que «primero se darían al turco que al rey de Francia». Empeñada o hipotecada por Juan II aquella parte de sus dominios, los roselloneses no cesaron de conspirar contra sus nuevos señores, y buscaron la protección de Enrique IV de Castilla, haciéndole saber que estaban resueltos a renovar en los franceses la espantosa matanza de las vísperas sicilianas. «Una administración deplorable (dice el historiador francés que mejor ha tratado de estos acontecimientos), agravada por una política de extrema inconstancia, llevó hasta el paroxismo la aversión que los roselloneses profesaban al invasor, dando a esta aversión las proporciones de un verdadero odio nacional.» (Vid. Calmette, Luis XI, Jean II et la Révolution Catalane, págs. 137, 184, 350.)

La idea de la unidad peninsular, favorecida por el espíritu del Renacimiento, había germinado en muchos espíritus, y dió grande apoyo a la hábil política de D. Juan II y del Rey Católico. Expresión valiente de este españolismo son las palabras del gerundense D. Juan Margarit al recibir la noticia del alzamiento de Elna por el rey de Aragón: «Justum videtur quod Francia relinquatur Gallicis et Hispania Hispanis, et utinam fiat pax in diebus nostris.» (Templum Domini, ed. del P. Fita, pág. 28.)

[p. 383]. [1] . Coplas que hizo a Nuestra Señora hiendo a su casa de Montserrat.

[p. 383]. [2] . A Cartagena. Ocho coplas escritas a su ruego.

[p. 383]. [3] . Véase lo que decimos de este poeta en el tomo VII de la presente Antología (págs. 242-251). [Ed. Nac. vol. III, págs. 410-417.] Aquí añadiremos la noticia de una reimpresión moderna, pero inservible, de estas poesías, hecha sin duda por alguna mala copia de la antigua, y exornada con peregrinos comentarios de un deudo del autor. Obras en prosa y verso castellano y catalán. Escritas en la época de D. Juan II de Aragón. Por el R. P. M. Fr. Francisco de Moner y de Barutell, y anotadas por el Doctor D. Joaquín Manuel de Moner. Fonz, establecimiento piadoso literario y tipográfico de Cervuna. Diciembre de 1871. 8.°

[p. 384]. [1] . Las investigaciones acerca del Chariteo, inauguradas puede decirse por el jesuita español Raimundo Diosdado Caballero en sus Ricerche critiche appartenenti all' Academia del Pontano, sin l. n. a. (Roma, 1797), han sido coronadas por el erudito napolitano Erasmo Pèrcopo con una edición crítica y anotada de las obras del poeta y un volumen de introducción riquísimo de noticias. Allí se encuentra cuanto puede desearse sobre la biografía del Chariteo, sobre sus amigos y enemigos, sobre las fuentes de su inspiración, sobre la fortuna póstuma de sus versos.

Biblioteca Napoletana di Storia e Letteratura. Le Rime del Chariteo a cura di Erasmo Pèrcopo. Parte Prima. Introduzione. Parte Seconda. Testo. Napoli, 1892.

[p. 384]. [2] . B. Capasso. Sul vero cognome del Cariteo academico antico pontaniano. Memoria publicada en el volumen 5.° del Rendiconto delle tornate dell' Accademia Pontaniana (Nápoles, 1857) . Pèrcopo ha precisado todavía más esta investigación. Se encuentran las formas Garrett, Garreth, Garret, Garet, Garetho, Gareth. Es de advertir que aun en los documentos oficiales se le aplican juntos el nombre propio y el poético, y él mismo los usaba así: «Ego Chariteus Garethus manu propia.» El verdadero apellido catalán parece ser Garret. A fines del siglo XVI vivía una escritora mística de este apellido, Sor Margarita Garret, religiosa del convento de Santa Isabel, de Barcelona, de quien dice Torres Amat (pág. 274) que tuvo espíritu de profecía, y ciencia infusa, e inteligencia de las Sagradas Escrituras».

[p. 386]. [1] . El rey Fernando II de Nápoles.

[p. 389]. [1] . Pág. 462 de la edición de Pèrcopo. Este epigrama en endecasílabos catulinos, dando las gracias a Sannazaro por haberle regalado un bello ejemplar de Juvenal y Persio, es la única poesía latina que conocemos del Chariteo.

[p. 390]. [1] . Ioannis Ioviani Pontani Carmina. Testo fondato sulle stampe originali e riveduto sugli autografi... a cura di Benedetto Soldati. Florencia, 1902, tomo II, pág. 270.

[p. 392]. [1] . Al Chariteo, juntamente con el Tebaldeo y el Aquilano, atribuye el doctísimo Alejandro de Ancona la propagación de este marinismo o gongorismo anticipado. Vid. Del secentismo nella poesia cortigiana del secolo XV, en sus Studi sulla letteratura italiana de'primi secoli (1884). Pèrcopo opina que nuestro Garret, en sus hipérboles, discreteos y sutilezas, no hizo más que exagerar algunos defectos de la manera del Petrarca. Y creo que tiene razón.

[p. 393]. [1] .           Ventus erat nautis aptus, non aptus amanti...
                                              ...........................................
                                         Dum potui spectare virum, spectare iuvabat:
                                              Sumque tuos oculos secuta meis.
                                         Ut te non poteram, poteram tua vela videre,
                                              Vela diu vultus detinuere meos;
                                          At postquam nec te, nec vela fugacia vidi,
                                              Et quod spectarem, nil nisi pontus erat...
                                               (Heroid. XIII, Laodamia Protesilao , v. II, 17.)

[p. 393]. [2] . Y lo que es más singular, traduce a lo divino algunos pasajes de poetas nada píos, llegando a aplicar a la Virgen los encomios que Lucrecio hace de Epicuro:

           E tenebris tantis tam clarum extollere lumen,
       Qui primos potuisti inlustrans commoda vitae
       ............................................
       Tu, che'n tenebre tante, un sì gran sole
       Di verità mostrasti al cieco mondo,
       Aprendo il ben della celeste vita...

[p. 397]. [1] . Son palabras de Pèrcopo en el excelente estudio tantas veces citado (pág. 274)

[p. 398]. [1] . Dos libros de Pedro Seraphin, de Poesía vulgar, en lengua cathalana. En Barcelona. En casa de Claudes Bornat, 1565 . Ab privilegi Real per deu anys. 8.°, 8 hs. prls. y 124 fol.

De este rarísimo libro hay una reimpresión moderna que ya escasea mucho: Colecció de obras antigas catalanas... per J. M. de G. y J. R. O. (D. José María de Grau y D. Joaquín Rubió y Ors) Obras poéticas de Pere Serafí. Barcelona, en la estampa de Joseph Ferrer, 1840.

En el prólogo que sirve de dedicatoria a D. Jerónimo Galcerán de Sorribes, dice Serafí: «Essentme delitat apres de ma art de la pintura, en la del trobar en vers mes que en altre cosa alguna, y havent compost en cathala esta obra de differents generos y estils de metre en diverses materies peraque los jovens, galans y altres personas que en amor apliquen sos pensaments, vegen diversos sucesos, y de aquells se aprofiten com desige; y los savis y vells, que la sanch nols bull tant com en joventut solía, legint mos dits se dolgan de sos jovenivols fets, y se puguen consolar ab obras espirituals, y altres que a molts han paregut be; per las quals entre famosísims trobados me han adjudicades joyes...»

[p. 399]. [1] . Soneto 21. Pág. 17 de la reimpresión.

[p. 399]. [2] . Págs. 19-20 de la reimpresión.

[p. 399]. [3] . Págs. 34-36. Cf. en el presente volumen, págs. 134-136 y 317-318. [Ed. Nac. págs. 116-118 y 277-278].

[p. 401]. [1] . Pág. 69.

[p. 402]. [1] . Pág. 56.

[p. 402]. [2] . Es muy raro encontrar en época tan tardía el vocablo gesta, que fué de poco uso en Cataluña, aun en lo antiguo.

[p. 402]. [3] . Pág. 51.

[p. 403]. [1] . La Eulalida de P. Fr. Bartholome Ordoñez de la Orden de Sant Francisco. Contiene la vida y Martyrio de Santa Eulalia, de Barcelona, primera Virgen y Martyr de España (llamada entonces tarraconense). En varia rima... En Tarragona: en casa de Phelipe Roberto. Año 1590.

[p. 403]. [2] . Vergel de Plantas divinas en varios metros espirituales... Por el P. F. Archangel de Alarcon, Capuchino de la Prouincia de la madre de Dios de Catalunya... En Barcelona en la Emprenta de Jayme Cendrat. Año 1594. Es una vasta colección de cerca de cuatrocientos folios. Tiene al fin algunos sonetos italianos del mismo autor, que era de Torredembarra, cerca de Tarragona.

[p. 403]. [3] . Guirnalda de Venus Casta, y Amor enamorado. Prosas y versos de Hyeronymo de Heredia Cauallero... En Barcelona, en la estampa de Jaime Cendrat. Año 1603.

Con portada aparte, pero con diversa foliación, sigue a la Guirnalda un poema traducido del italiano Antonio Minturno: El Amor enamorado, de Hieronimo de Heredia Cauallero, natural de la ciudad de Tortosa...

En el prólogo anuncia otro volumen que ya tenía «para imprimir» de las Lágrimas de San Pedro y Rimas espirituales y morales.

Excluyo al capitán Francisco de Aldana, que no fué tortosino, aunque le pone como tal Torres Amat, ni acaso valenciano, a pesar de lo que dicen Mayans y Ximeno, sino probablemente extremeño, de Valencia de Alcántara.

[p. 404]. [1] . La divina semana, o siete días de la Creación del Mundo en otava rima. Por Ioan Dessi Presbítero, y Beneficiado en la Santa Iglesia mayor de la ciudad de Tortosa... En Barcelona, en la Emprenta de Sebastian de Matheuad y Lorenço Deu. Año 1610.

[p. 404]. [2] . Entretenimiento de las mvsas, en esta baraxa nveva de versos. Dividida en quatro manjares, de asuntos sacros, heroicos líricos y burlescos. Compvesta por Feniso de la Torre, natural de Tortosa... Zaragoza, por Juan de Ibar, 1654. Aunque en la portada usa el autor el nombre poético de Feniso, se le da el suyo verdadero de Francisco en las aprobaciones y versos laudatorios.

—Lvzes de la aurora, días del sol en fiestas de la que es sol de los días, y avrora de las lvzes María Santísima... Valencia, por Jerónimo Vilagrasa... Año 1665. Relato de fiestas y certamen poético gongorino; contiene además una comedia, La azucena de Etiopía, escrita en colaboración por D. José Bolea y D. Francisco de la Torre.

—Delicias de Apolo, Recreaciones del Parnaso por las tres Mvsas, Vrania, Euterpe y Caliope. Hechas de varias Poesías de los mejores ingenios de España. Recogidas y dadas a la estampa por D. Francisco de la Torre y Sevil, Cavallero del Abito de Calatrava... Madrid, por Melchor Alegre, 1670. (La edición que se dice de Zaragoza por Juan de Ibar, es una falsificación de ésta, sustituyendo el nombre el colector verdadero por el del librero Josef de Alfay, para lo cual se reimprimieron los preliminares.) En esta antología incluyó D. Francisco de la Torre algunos versos suyos.

—Reales fiestas que dispvso la noble insigne coronada y siempre Leal ciudad de Valencia, a honor de la milagrosa Imagen de la Virgen de los Desamparados, en la Translación a su nueva sumptuosa Capilla. Escrívelas D. Francisco de la Torre... Valencia, por S. Vilagrasa, 1668. Contiene un certamen poético y una Loa del mismo La Torre.

—Agvdezas de Ivan Oven tradvcidas en metro castellano. Ilvstradas con adiciones y notas por D. Francisco de la Torre... Madrid, por Francisco Sanz, 1674.

—Agvdezas de Ivan Oven... Segunda parte, que contiene el libro llamado «Vno» con los «Dísticos Morales y Políticos» de Miguel Verino, que se traducen proseguidamente todos en vn Romance... Madrid, por Antonio González de Reyes, 1682. Las dos partes fueron reimpresas por Manuel Román en 1721.

Hay bastantes composiciones de D. Francisco en la antología titulada Varias hermosas flores del Parnaso, que en quatro floridos cuadros plantaron... D. Antonio Hurtado de Mendoza, D. Antonio de Solís, D. Francisco de la Torre y Sevil, etc. (Valencia, por D. Francisco Mestre, 1680). Es autor de varias comedias (San Pedro Arbués, La confesión con el Demonio, La justicia y la verdad, Triunfar antes de nacer, San Luis Beltrán). En el largo artículo que le dedica el Catálogo de Barrera pueden verse indicadas otras producciones suyas.

Tanto de este fecundo ingenio como de casi todos los que rápidamente vamos enumerando, no faltará ocasión de tratar en el curso de la presente historia literaria.

[p. 405]. [1] . Es cierto que también nació en Tortosa el más popular de los poetas catalanes del siglo XVII, el rector de Vallfogona, pero aparte de la lengua, su gusto era enteramente castellano.

[p. 405]. [2] . La Fuente Desseada, o institución de vida honesta y christiana. Del P. Maestro Fr. Marco Antonio de Camos, visitador de la Orden de San Agustín en los Reynos de Aragón, y Vicario provincial en Cathaluña. En Barcelona, en la Emprenta de Gabriel Graells y Girardo Dotil, 1598.

[p. 405]. [3] . Histona de San Ramon de Peñafort, Frayle de la Orden de Predicadores, en coplas castellanas. Por Vícente Miguel de Moradell. Bareelona por Sebastian de Cormellas, 1603.

Poema en once cantos, compuesto a los diez y nueve años de edad, según dice el autor.

[p. 405]. [4]Aphorismos sacados de la historia de Pvblio (sic) Cornelio Tacito, por el Dr. Benedicto Aries (sic) Montano, para la conservación y aumente de las Monarchías, hasta agora no impressos. Y las Centellas de varios conceptos, con los auisos de amigo de Don Joachin Setantí. Barcelona, Sebastian Matevat, 1614.

A propósito de otro escrito de Setantí, Frutos de historia (Barcelona, 1610), dijo D. Bartolomé Gallardo (Ensayo, IV, pág. 603): «Es libro de oro: el lenguaje (salvo tal cual catalanismo), terso y correcto. Setantí es uno de los escritores más aliñados y elegantes que pueden presentarse en estilo político y moral: es felicísimo en perfilar y redondear sentencias. Gran cabeza, pensador profundo, feliz en símiles y comparaciones.»

Don Adolfo de Castro reprodujo los Avisos y las Centellas en los tomos 42 y 65 de la B. de Aut. EE.

[p. 406]. [1] . Véase el breve artículo que Torres Amat (pág. 265) dedica a este poeta, natural de Puigcerdá. Además de la Historia de Montserrate escribió Otras obras poéticas dedicadas a la reina María Teresa de Francia París, 1665).

[p. 406]. [2] . Poesías selectas de varios avtores latinos traducidas en verso castellano, e illvstradas con notas de la Erudicion que encierran, Por el Padre Joseph Morell, Religioso de la Compañía de Iesvs. Año 1683. En Tarragona: Impreso por Joseph Soler.

 

[p. 407]. [1] . Sonet de mossen Pere Giberga, loant un retrato que lo autor havía pintat.—Sonet en epitafi de mossen Pere Giberga, poeta vulgar; fet per Serafí.—Distich a la sepultura de mossen Pere Giberga.—Demandes y respostes entre mossen Pere Giberga y lo autor, fetes en versos los quals son nomenats Fénix (págs. 22-24, 45-46 de la reimpresión).

[p. 407]. [2] . Vid. Torres Amat, págs. 365-366.

[p. 407]. [3] . Obras del M. Fr. Luis de León... reconocidas y cotejadas con varios manuscritos, por el P. M. Fr. Antolín Merino, de la misma orden. Tomo I V. Las Poesías. (Madrid, Ibarra, 1816, págs. XXVIII a XXIX, y 101).

Don Cayetano Vidal y Valenciano publicó íntegro este certamen en el folletín de La Renaxensa (Barcelona, 1872).

[p. 408]. [1] . Vid. Milá y Fontanals, Obras completas, tomo III, pág. 232.

[p. 408]. [2] . Curiosa muestra de esta admiración es el interesante prólogo de la edición de Claudio Bornat, 1560, y verosímilmente debe atribuirse a Antich Roca o a Francisco Calsa, que intervinieron en esta edición: «Com clarament se veja, que per causa de ses obres, en les quals se troban a cada pas delicatíssims y polits conceptos, no sols la juventut sie arribada a alcançar la verdadera raho y pulicia de les coses de amor, mas encara se veu que los que son de major edat, se arrean y honrran de esplicarlos, si del tot poguessen, pus los mes de sos dits se endreçan vers lo infinit: y ab treball poden satisfer a la dreta intelligencia de aquells...»

[p. 408]. [3] . Este poema pasa generalmente por inédito, y no se citan de él más que los fragmentos comunicados por Mr. Tastu a Torres Amat (pág. 516), pero en el Ensayo de Gallardo (núm. 3.530) se describe una edición antigua:

La singular y admirable victoria que per la gracia de N. S. D. obtingue el Serenisim senyor don Iuan Daustria de la potentissima armada Turquesca: composta per Ioan Pujol Preuere de Mataro... (Al fin.) Estampat en Barcelona en casa de Pedro Malo. Any 1573.

El poema consta de tres cantos en octavas con algunos versos cortos intercalados. Inc.

           Seguint costum de molts antichs poetes
       Qui han escrit molt subtils escriptures,
       Prenent daquell exemples y figures
       Per imitar les coses per ells fetes,
       En lo comens de tan gentil hystoria
       Volgui cercar les filles molt amades
       De Jupiter qui son aposentades
       En Helicon ab gran deport y gloria...

[p. 409]. [1] .           Traductions ab molt grans desbarats
                                     Han fet de mi en llengua castellana,
                                     Com qui cançat de anar per terra plana
                                     Va per barranchs montanyes y terrats:
                                     Montemayor ha fet quant ha sabut
                                     Si be feu poch puis be no' m entenía,
                                     Ningu dara sens llum segura vía
                                     En lloch escur, trist y desconegut
                                          De quant ha fet aquest no' m maravell
                                     Por ser estrany puis sens niguna manya,
                                     Los naturals girant m'en lengua stranya,
                                     Ja molt temps ha girat m' han lo cervell:
                                     En Romaní be pot donar raho
                                     Del que tinch dit, donchs prenga patientia
                                     Puis quem ha tret el regne de Valentia
                                      Posant mos dits en gran confusio.
                                         Tot m' han girat del dret en lo reves,
                                     Lo cap al peus e los peus al cap miren,
                                     Mon sentiment de negr' en blanch lo' m giren,
                                     Sens acertar ni poch ni molt en res.
                                                                        (Torres Amat, pág. 519.)

[p. 409]. [2] . La Armonía del Parnas, mes numerosa en las Poesías varias del Atlant del Cel Poetic, lo Dr. Vicent García, Rector de la Parroquial de Santa María de Vallfogona. Recopiladas, y enmendadas per dos Ingenis de la molt illustre Academia dels Desconfiats... Barcelona, Rafael Figueró, 1700, y 1703. Existen varias ediciones modernas; la más completa es la de 1840, Barcelona, por José Torner, con el título de Poesías jocosas y serias, y un considerable suplemento de piezas inéditas, no todas de García.

Hay sobre este poeta una excelente monografía de D. Joaquín Rubió y Ors. El Dr. Vicente García (Rector de Vallfogona). Su biografía y juicio crítico de sus obras (Tortosa, 1879), ampliación de otro trabajo del mismo autor premiado en los Jochs Florals de 1863.

[p. 410]. [1] . Uno de los más copiosos para en mi biblioteca particular: Recreo y Gerdí del Parnas del illustre y famos poeta catalan Vicens García, Rector de Vallfogona, y natural de la Fidelíssima y Exemplar Ciutat de Tortosa (manuscrito de letra del siglo XVII).

Análoga a esta colección debió de ser la que formó el canónigo Blanch, de Tarragona, con el título de Matalás de tota llana. Pero mucho más rica que ninguna en obras de diversos poetas, además de García, fué sin duda la Curiositat Catalana, de cuyo índice y fragmentos se da razón en el tomo II de Memorias de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona (págs. 385-411).

[p. 412]. [1] . A D. José Fontaner y Martell se la atribuye Torres Amat (pág. 262); a José Fontanella, hijo del célebre jurisconsulto del mismo apellido, se la adjudica, al parecer con mejores fundamentos, el doctor D. Salvador Mestres en la ya citada memoria de la Academia de Buenas Letras (Poesías perdidas de Vallfogona.—Poetas ignorados).

[p. 412]. [2] . Atheneo de grandeza sobre eminencias cultas, catalana facundia ab emblemas illustrada, parte primera.—Conságrala al Fénix de Barcelona S. Olaguer gloriós, lo Dr. Josef Romaguera. Offereixla en llengua catalana ab estil millorat de molts equivochs, singular gala de tan ayrós idioma. Ab llicencia: en Barcelona en casa de Joan Jolis, al carrer dels Cotoners, any 1681. Promete una segunda y tercera parte, que afortunadamente no publicó, como tampoco otro libro que anuncia: Morfeo despert en las vulgaritats catalanas. Es suya, y del mismo gusto, la Relación de las festivas y majestuosas prevenciones con que Barcelona celebró el arribo y feliz himeneo del rey Felipe V y de la reina D.ª Gabriela de Saboya (Barcelona, 1702).