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Obras completas de Menéndez... > ANTOLOGÍA DE LOS POETAS... > X : PARTE TERCERA : BOSCÁN > CAPÍTULO XLII.—BOSCÁN Y SUS OBRAS POÉTICAS: ESTUDIO PRELIMINAR.—ANTECEDENTES DE LA FAMILIA DE BOSCÁN.—ESTADO DE LA CULTURA EN BARCELONA A FINES DEL SIGLO XV Y PRINCIPIOS DEL XVI.—EDUCACIÓN DE BOSCÁN EN LA CORTE CASTELLANA.— BOSCÁN, DISCÍPULO DE MARINEO SÍ

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Mosén Juan Boscá Almugaver, que castellanizando su apellido llamó Boscán, pertenecía a la clase de ciudadanos honrados de Barcelona, verdadera aristocracia municipal, enriquecida desde antiguo por la navegación y el tráfico. Aunque un moderno escritor catalán supone, con evidente error, que la familia de nuestro [p. 8] poeta era todavía de oscura fama en tiempo de D. Juan II, [1] los hechos contradicen tal afirmación, aun sin acudir a documentos muy recónditos. Un Jachme Boschá y un Pere Boschá formaron parte del Concell de cent jurats, figurando uno u otro de estos nombres, a veces los dos, en las elecciones de 1314, 1316, 1342 1344 y 1360. [2] Uno de los diez y ocho ciudadanos de Barcelona que en 1351 aprestaron dos galeras agregándolas a la armada real que pasó al mar de Grecia para contrarrestar a los genoveses, se llamaba Jaime Boscá (Jacobus Boschani). [3] Es muy verosímil que este armador y el jurado fuesen la misma persona. Uno de los cinco prácticos marinos barceloneses que componían el Consejo del almirante Pons de Santapau en aquella jornada que terminó con la sangrienta batalla naval de Constantinopla de 13 de febrero de 1352 (el Trafalgar de la marina catalana), se llamaba Andrés Boscá. Los otros cuatro eran Francisco Finestres, Ferrario de Manresa, Guillermo Morell y Andrés Olivella. Ignoramos cuál fuese la suerte que le cupo en aquel combate de mar, el más formidable de aquellos tiempos, en que los genoveses perdieron trece galeras, doce los catalanes y catorce sus aliados los venecianos. [4] El apellido Almugaver suena también desde [p. 9] el siglo XIV. En un Dietario del Archivo de la ciudad de Barcelona se consigna que el miércoles 3 de septiembre de 1393 fueron botadas al agua cuatro galeras de la ciudad, dos de ellas nuevas, siendo capitanes de la una los honrados Francisco Terré y Francisco Burgués, y de la otra N. Almugaver y Pedro Bertrán. [1]

En las turbulencias del siglo XV figuran dos o tres homónimos de nuestro poeta, que parecen haber sido acérrimos partidarios de la causa real, y que después del triunfo de D. Juan II sobre la revolución catalana obtuvieron cargos de importancia en el régimen municipal de Barcelona. A la reunión celebrada en 8 de diciembre de 1460, con motivo de la prisión del Príncipe de Viana, concurrieron, entre otras personas del brazo militar, un mosén Joan Boschá, a quien se califica de major, y un En Joan Boschá menor. [2] ¿Uno de los dos será por ventura el Juan Francés Boscán, autor de las Memorias o relaciones de aquella guerra civil y de otros casos de su tiempo, citadas y utilizadas por Zurita y Feliú de la Peña? [3] Si estas Memorias han de identificarse, [p. 10] como parece, con las notas cronológicas que se conservan en un códice de la Biblioteca Nacionel (P. 13) al fin de la Crónica de Muntaner, consta allí mismo que las escribió en su mayor parte Joan Francesch Boschá, que fué en 1473 Cónsul de Barcelona por el brazo militar, y murió en 4 de junio de 1480 siendo Racional de la Diputación; [1] continuándolas brevemente un hijo suyo del mismo nombre.

[p. 11] En 1473 un Joan Boscá encabeza la lista de los conselleres de Barcelona: en 1514 un Antich Almugaver ocupa el segundo [p. 12] lugar en tan respetable Senado. [1] En 1479 se celebraron con gran solemnidad las exequias de D. Juan II, tan popular en sus últimos días como execrado había sido en los principios de su reinado. La ciudad de Barcelona diputó doce notables para que convidasen a todos los prelados, personas ilustres, barones, nobles, caballeros, gentiles hombres, ciudadanos y demás que habían de concurrir al entierro. [2] De estos convidadores, como los llama Carbonell, seis pertenecían al brazo militar (entre ellos Galcerán Duvall y Miguel de Gualbes), y seis eran ciudadanos, el primero Joan Brigit Boschá, que a pesar de la novedad del primer apellido, quizá sea el mismo que había sido conseller seis años antes, y es sin duda el que en la triunfal entrada de D. Juan II en [p. 13] Barcelona, en 29 de septiembre de 1473, iba a la izquierda de su carro tirado por cuatro caballos blancos. [1]

Todavía hay otros Boscanes dignos de memoria a fines del siglo XV. Uno de ellos es Pedro Boscá, maestro en Artes y en Sagrada Teología, que residía en Roma en 1487, y pronunció delante del Sacro Colegio de Cardenales una oración latina sobre la conquista de Málaga por los Reyes Católicos. [2] Otro, y más importante para nosotros, es Francisco Boscá, uno de aquellos ciudadanos honrados de Barcelona a quienes D. Fernando el Católico concedió, por real privilegio fechado en Monzón, 31 de agosto de 1510, todas las prerrogativas del orden de la Caballería, en atención a los relevantes servicios que ellos y sus mayores habían prestado a la Corona en todos tiempos, así por mar como por tierra. La matrícula de estos nuevos caballeros (nomina civium honoratorum) comprende aproximadamente un centenar de nombres, entre ellos el de Romeu Lull, a quien suponemos hijo del ingenioso y fecundo poeta del mismo nombre, que murió siendo conseller en Cap en 14 de julio de 1484, y los de Juan de Gualbes y Baltasar de Gualbes, apellido de otro poeta barcelonés amigo de Boscán. La concesión era amplísima, puesto que estos mismos privilegiados, reuniéndose todos los años el día 1.° de mayo en la Casa de la ciudad, con intervención de los conselleres, podían inscribir o matricular en su álbum a otros ciudadanos que entrarían desde entonces a disfrutar los mismos privilegios y exenciones y a ser tenidos y contados en el brazo y [p. 14] estamento militar, aunque no recibiesen jamás la Orden de Caballería; pero mientras no la tuviesen, no podrían ser llamados a las Cortes y Parlamentos. [1]

[p. 15] A los eruditos catalanes incumbe, registrando sus riquísimos archivos, fijar, si es posible, el grado de parentesco que cada uno de estos personajes pudo tener con el futuro reformador de [p. 16] la métrica castellana. Por mi parte me inclino a creer que Francisco Boscá fué su padre, y en el privilegio del Rey Católico debe fundarse el título de caballero que Boscán usó siempre, y con el cual le designa el privilegio imperial que su viuda sacó para la impresión de sus obras.

No faltaban en la familia de Boscán tradiciones literarias. Un poeta catalán de su mismo nombre y apellido, que no sabemos cual fuese de los citados hasta ahora, figura, aunque con pocas y ligeras composiciones, en tres distintos Cancioneros del siglo XV; el de la biblioteca de la Universidad de Zaragoza, el del Marqués de Manresana y el que perteneció a D. Miguel Victoriano Amer. [1] Por ningún concepto pueden atribuirse a [p. 17] nuestro autor estos versos en su nativa lengua y tan desemejantes de su estilo. El Cancionero de Zaragoza revela por las marcas del papel haber sido escrito entre 1450 y 1465, según el parecer [p. 18] competente de D. Francisco Bofarull, especialista en la materia. Todos los poetas que incluye pertenecen a esa época, y lo mismo sucede con los otros dos, en que Boscán alterna en tensós o pleitos poéticos con trovadores del tiempo del Príncipe de Viana, como el notario Antonio Vallmanya y Juan Fogassot. En una de estas justas poéticas toma parte también un mosén Almugaver, segundo apellido de Boscán.

Lo primero que se ignora en la oscurísima biografía del patriarca de la escuela ítalo-hispana es la fecha de su nacimiento, sin que por conjeturas pueda rastrearse. «Nació poco antes del año 1500», dice Masdeu. [1] «Nació por los años de 1500», dice Torres Amat. [2] Pero no sólo carecen de prueba estas afirmaciones, sino que son difíciles de concertar con los datos de la vida de Boscán. El Gran Duque de Alba, de quien fué ayo, había nacido en 1507. Boscán era joven cuando entró en la casa ducal, puesto que Garcilaso le llama mancebo, y, por otra parte, el ayo, en las costumbres de entonces, tenía más de camarada que de pedagogo; pero aun así, no es verosímil que se confiara tal cargo a quien por lo menos no excediese en diez años a su educando. [3] Sedano, Conti y otros biógrafos se limitan a decir, con mejor acuerdo, que nació a fines del siglo XV, y con tan vaga indicación tenemos que contentarnos.

No reina menor incertidumbre sobre sus estudios. Ninguna Universidad le reclama hasta ahora por suyo, ni creo que su cultura fuese universitaria. Si hubiésemos de admitir lo que en libros [p. 19] históricos, por otra parte excelentes, [1] se ha repetido sobre el Estudio general de Barcelona en el siglo XV, podríamos buscar en aquellas aulas, que andando el tiempo habían de ser tan ilustres, la cuna literaria de Boscán; pero tratándose del tiempo en que él vivió, hay que renunciar a una ilusión que a nosotros, hijos de aquella escuela, nos sería muy grata. Esa Universidad municipal, «una de las más prósperas de Europa», con treinta y dos cátedras protegidas por el Consejo de Ciento, es casi un mito nacido de la precipitada lectura de la breve Noticia del origen, antigüedad, plan y dotación de la antigua Universidad literaria de la ciudad de Barcelona, que insertó Capmany en sus Memorias. [2] No cuidó aquel celoso investigador de hacer distinción entre el estado antiguo y moderno de la Universidad, y tomando por base la reforma de 1559 y los estatutos de 1629, dijo, sin especificar tiempo, que el claustro universitario se componía de cuatro Facultades y de treinta y una cátedras dotadas por la [p. 20] ciudad: seis de Teología; seis de Derecho; cinco de Medicina; seis de Filosofía; cuatro de Gramática; una de Retórica; una de Cirugía; otra de Anatomía; otra de Hebreo, y otra de Griego. Basta leer los nombres de algunas de estas enseñanzas para comprender cuán absurdo es suponerlas existentes en tiempo de don Juan II. Ni tampoco ha de exagerarse la protección que en los primeros tiempos concediera el Municipio barcelonés a las nacientes escuelas. Aquella poderosa y opulenta ciudadanía o burguesía, que en tantas cosas rivalizó con las repúblicas italianas y que tan altos ejemplos dió de amor patrio, de virtudes cívicas, de resistencia a la tiranía y de heroico tesón en sus resoluciones, moviendo a asombro a sus mismos enemigos, [1] aquel patriciado mercantil, afluente en riquezas y en lujo, no sólo suntuario, sino artístico, no se distinguió nunca por la protección a las letras, [2] que debieron mucho más a los reyes de la casa de Aragón, especialmente a D. Pedro IV y a D. Juan I. El primer proyecto de fundar Universidad en Barcelona fué del rey D. Martín el Humano, y la Ciudad y el Consejo de Ciento le rechazaron en términos absolutos (de assi avant no sentracte), por temer que los peligros y escándalos ocasionados por la concurrencia de los [p. 21] estudiantes habían de ser más que los provechos. [1] Así pensaban en 1408, y si en 1450, después de la reforma municipal de Alfonso V, se modifica aquella disposición hostil y son los Conselleres los que gestionan la creación de la Universidad y envían a Italia comisionados para impetrar el privilegio del Rey, que otorga al Estudio general de Barcelona las mismas prerrogativas que a los de Lérida y Perpiñán, únicos que hasta entonces existian en el Principado; y son ellos también los que traen de Roma la Bula del Papa Nicolao V, que le concede todos los privilegios e inmunidades canónicas que a la muy vecina de Tolosa de Francia, [2] no es menos cierto que tales concesiones se quedaron por de pronto en el papel, y todavía en tiempo de los Reyes Católicos los estudios de Barcelona continuaban reducidos a algunas lecciones sueltas de Gramática, Filosofía, Jurisprudencia y Medicina, lo mismo que en el siglo XIV. [3] Sólo cuando el Rey D. Fernando en 1491 confirmó a un maestro llamado Alejo Bambaser el privilegio que le había concedido su padre D. Juan II para crear en Barcelona un Studi general, despertaron los Conselleres de su apatía, lograron invalidar la concesión y empezaron a tratar en serio del establecimiento de la Universidad, demostrando mayor celo a principios del siglo siguiente. En 1508 se asignó salario, aunque exiguo, a los maestros del Estudio, doctores y bachilleres. En 1524 se anunciaba por voz de pregonero que se [p. 22] daría una lección de Política en la Casa de la Ciudad. En 18 de octubre de 1536 se anunció con un enfático bando la inauguración del edificio de la escuela, [1] pero la vitalidad del Estudio debía de ser poquísima todavía cuando en 1540 pasó Boscán de esta vida.

No pudo alcanzar, por tanto, el inesperado florecimiento que siguió a estos tan humildes principios, y que si no arrebató a Lérida el monopolio de los Estudios jurídicos que tenía desde el tiempo de don Jaime II, ni a Valenciá, verdadera Atenas de la corona de Aragón, la palma que siempre tuvo en Humanidades, en Filosofía y en Medicina, produjo, sin embargo, en todos estos ramos del saber un número de hijos ilustres capaces de envanecer a cualquier Academia, y vió ennoblecidas sus cátedras por insignes profesores forasteros, como el aragonés Juan Costa, autor del Gobierno del ciudadano, y el paripatético helenista de Valencia Pedro Juan Núñez, y por discípulos tan famosos como el sevillano Juan de Mal-Lara. Este período de esplendor universitario comienza para Barcelona en la segunda mitad del siglo XVI, y acompañó dignamente al movimiento arqueológico e histórico que en Tarragona se amparaba bajo el manto arzobispal de Antonio Agustín. [2] El verdadero restaurador de la Universidad de Barcelona, el que a despecho de la tacañería concejil la hizo vivir en los fastos de la ciencia, fué el teólogo [p. 23] humanista Cosme Damián Hortolá, abad de Vilabertrán, nombrado Rector en 1543; helenista y hebraizante; alumno de las Universidades de Alcalá, París y Bolonia; discípulo de Vatablo; protegido del cardenal Cotareno; teólogo asistente al Concilio de Trento; versado en el estudio de los padres griegos y en la filosofía de Platón; émulo de Melchor Cano en la pureza de la dicción latina. Apenas dejó más fruto impreso de su profesorado de veinte años que la bella exposición simbólica del Cantar de los Cantares, [1] digna de citarse al lado de la de fray Luis de León; pero su influencia fué tan profunda, que transformó los métodos, y en todas las oraciones inaugurales posteriores a la suya se encuentra la huella de su espíritu. Entonces prosperó la disciplina gramatical en manos de Bernardo Andreu, del ciceroniano Antonio Jolis, de los lexicógrafos Antich Roca y Onofre Pou. [2] Entonces escribieron Juan Cassador, Jaime Cassá y Pedro Sunyer sus elegantes comedias latinas. [3] Entonces el valenciano Francisco [p. 24] de Escobar, comentador de Antonio y traductor de la Retórica de Aristóteles, lanzó la semilla de los estudios helénicos; y la activa propaganda de Núñez en favor del texto puro del Stagirita dió por resultado los notables comentarios aristotélicos de Antonio Jordana, de Antonio Sala y de Dionisio Jerónimo Jorba. [1] Entonces renació la doctuna luliana modificada por el Renacimiento en las obras filosóficas del doctor Luis Juan Vileta, el más célebre de los profesores barceloneses después de Hortolá. [2] Entonces el médico Antich Roca, fecundo polígrafo y editor de Ausías March, compuso en lengua vulgar un tratado de Aritmética. [3] Entonces florecieron aquellas famosas literatas Isabel Iosa, a quien el Maestro Matamoros comparó con la Diótima de Platón, y Juliana Morell, asombro de Francia. Entonces, finalmente, llegó la Universidad a aquel apogeo que nos muestra tan al vivo Dionisio Jorba en su libro de las Excelencias de Barcelona, impreso en 1589. [4]

[p. 25] Tal es, muy someramente bosquejado, el cuadro de la vida universitaria barcelonesa a fines de la centuria décimasexta. Nada semejante a esto podía encontrarse en tiempo de Boscán, a pesar de la opinión, harto arraigada en los catalanes, de que todas sus cosas decayeron y vinieron a menos en el curso del siglo XVI. La decadencia venía de muy atrás, y ni siquiera puede atribuirse a las guerras civiles del tiempo de D. Juan II, a lo menos como causa principal, porque las tuvo mucho más hondas y complejas. En pleno reinado de Alfonso V y en el momento más glorioso de él, poco antes de su entrada triunfal en Nápoles (1443), visitó a Barcelona nuestro cronista Alonso de Palencia, y aunque le pareció que «resplandecía con increíble aparato sobre las otras cibdades de España», oyó a los ciudadanos quejarse de la aguda crisis comercial, de la disminución del tráfico y del abandono de la cosa pública: «Parece a los peregrinos nuevamente venidos que agora florezca más; a nosotros que vimos los tiempos pasados, parécenos desdichada y cercana a perdimiento... Poco a poco se ha deformado el gesto de la ciudad, descrecen las riquezas y disminúyese el trato; ya ningún amor han los cibdadanos a las cosas públicas, ya los hombres usan mal de sus propiedanes. Assí que la cibdad solamente retiene una faz afitada, mas en lo al, la enfermedad le amenaza muerte.» Harto lúgubres eran estos pronósticos, porque se trataba de una decadencia muy relativa, sobre todo comparándola con la anarquía y postración de Castilla; y por eso nuestro cronista, que no veía tales síntomas [p. 26] o no le parecían tan graves como al respetable mercader con quien tropezó en su visita a la Lonja, exclama con generoso entusiasmo: «Oh buen Dios, ya agora miro una cibdad situada en una secura, y en medio de la esterilidad es muy abundosa, y veo los cibdadanos vencedores sin tener natural apareio, y el pueblo poseedor de toda mundanal bienandanza por sola industria. Por cierto estos varones consiguen los galardones de la virtud, los cuales, por ser bien condicionados, poseen en sus casas riquezas; y por el mundo, fasta más lexos que las riberas del mar Asiático han extendido su nombre con honra, y con todo no piensan agora vevir sin culpa, mas afirman que su república es enervada de crímenes. La semeiante criminación procede de una sed de bien administrar; mas nosotros, demonios muy oscuros, demandamos guirlanda de loor viviendo en espesura de aire corrompido y porfiamos perder todas las cosas que nos dió cumplideras la natura piadosa, desdeñando los enxemplos de los antepasados y aviando por escarnio lo que es manifiesto. Et por ende siguiendo este camino, me ha causado una cierta mezcla de cuyta y de alegría, ca tanto se me representa la oscuridad de los nuestros cuanto me deleyta mirar al resplandor de los otros.» [1]

Esta imparcial y generosa apreciación del carácter de los catalanes, hecha por uno de los castellanos más ilustres del siglo XV, es, sin duda, página histórica digna de recogerse, y muy propia del experto político que tan eficazmente trabajó después en la unión de las dos coronas y en la regeneración política de Castilla bajo el cetro de los Reyes Católicos. Pero recientes trabajos históricos, en que menudamente se describe el estado de Barcelona en 1492, prueban un grave malestar social en todos los órdenes, una decadencia del espíritu público, un descenso en población y riqueza, la ruina casi total del comercio y la marina de Levante. Los cónsules de la Lonja de mar decían en 21 de enero de aquel año que la navegació mercantivol sta del tot postrada e perduda.

Aunque el factor económico no sirva para explicarlo todo en Historia, es obvio que de él dependan en gran parte la [p. 27] prosperidad y grandeza de los Estados y de las ciudades. El rápido descenso de la opulenta metrópoli hirió de rechazo su producción artística y literaria, al mismo paso que se acrecentaba la de Valencia, donde hay que buscar desde mediados del siglo XV los poetas y novelistas de más mérito, los nombres más prestigiosos de la literatura catalana: Ausías March y Jaime Roig, Juan Martorell, Mosén Roiz de Corella. En el Principado no florecía ninguno digno de ponerse a su altura: ni siquiera el comendador Rocaberti, imitador de los Triunfos del Petrarca, ni el ingenioso y fecundo versificador Romeu Lull, que murió de conseller en cap en 1484. Los mejores ingenios comenzaban a abandonar la lengua nativa. Algunos, como el Chariteo (Bernardo Gareth) habían ido a parar al reino de Nápoles y escribían en italiano; otros, como el rosellonés Moner, soldado en la vega de Granada y fraile menor en Barcelona, escribían en castellano, imitando a Juan del Enzina y otros trovadores del último tiempo.

Poco a poco había ido desapareciendo aquella generación de humanistas que comenzó a formarse en la corte napolitana de Alfonso V, y sobre la cual he llamado la atención en otro escrito mío. [1] El cardenal gerundense Juan Marharit, que ya no pertenecía a ella, pero que recibió su iniciación clásica en la corte pontificia de Pio II, había muerto en Roma en 1484, dejando en el Paralipomenon Hispaniae el primer ensayo de Historia primitiva de la Península y la obra más considerable del Renacimiento catalán. Con él compartía el lauro de los nacientes estudios geográficos y arqueológicos el barcelonés Jerónimo Pau, que alcanzó los últimos años del siglo XV, familiar del papa Alejandro VI, protonotario apostólico y bibliotecario de la Vaticana.

Pero alejado de España la mayor parte de su oda, no creo que fuera grande la influencia que pudo ejercer en aquel grupo de beneméntos legistas y notarios, dilettantes de humanidades, que el archivero Carbonell, primo de Pau, nos da a conocer en el opúsculo de viris illustribus catalanis suae tempestatis, [2] los [p. 28] cuales solían entretener sus ocios ejercitando mecánicamente la versificación latina, como otros cofrades suyos la poesía catalana de certamen; o bien se empleaban en la tarea mucho más útil de copiar y depurar el texto de algún clásico, como hizo con el de Terencio el tabelión Jaime García, inmediato antecesor de Carbonell en la custodia de los registros de la Cancillería de Aragón. El mismo Carbonell, curial pedante, erudito adocenado, compilador laborioso y útil, inestimable para las cosas de su tiempo, escribía cartas latinas con relativa elegancia y puede pasar por el tipo representativo de esta clase de autores, ya que las obras de los demás se han perdido. En el fondo eran todavía hombres de la Edad Media, apenas descortezados por el Renacimiento.

Poco puede decirse con certeza acerca del estado de la enseñanza gramatical en Barcelona a fines del siglo XV. El Pro condendis orationibus libellus de Bartolomé Mates, al cual ha dado celebridad su errada fecha tipográfica, y el Doctrinal de Alejandro de Villa Dei, compendiado por Pedro Juan Mathoses (Gerona, 1502), pertenecen todavía a la escuela antigua, es decir, a la de aquellos «apostizos y contrahechos gramáticos no merecedores de ser nombrados» que hubo que desarraigar de nuestras escuelas cuando volvió de Italia Antonio de Nebrija, educado en el metodo racional de Lorenzo Valla, y «abrió tienda de la lengua latina y osó poner pendón para nuevos preceptos». Su doctrina se extendió en breve tiempo por todos los ámbitos de la Península, y a Cataluña la llevó, según creemos, su discípulo el vizcaíno Martín de Ibarra, que, según la costumbre de sus paisanos, gustaba de llamarse cántabro, con notorio error geográfico. A él se debió (1522) una reimpresión del Diccionano latino de Nebrija, con la novedad de añadir las correspondencias catalanas, [1] primer ensayo de su género. En Perpiñán publicó dos años después [p. 29] unos rudimentos gramaticales. En sus lecciones públicas o privadas formó algunos discípulos, de los cuales el más conocido es Francisco Calsa, que andando el tiempo fué catedrático de Retórica, de Griego y de Filosofía en la Universidad de Barcelona, «varón doctísimo y literatísimo», en frase del cronista Pujades. Las obras de Ibarra, a quien Nicolás Antonio elogia extraordinariamente como poeta latino, [1] son de una rareza extrema, y por mi parte no he podido encontrar todavía ni su Caroleida (1516), poema heroico sobre Carlomagno y no sobre Carlos V, como ya puede inferirse por su fecha, ni, lo que siento más, el opúsculo que contiene sus oraciones, epigramas y odas sáficas, en el cual al decir de los que le han visto, se hace mención de una especie de Academia literaria que tenía en Barcelona reuniones semanales en 1511. [2] Por desgracia, esta joya bibliográfica desapareció de España como tantas otras en tiempo no remoto, y ni siquiera hemos podido descubrir su paradero actual. Sirvan de aviso estas líneas a algún curioso más afortunado, que logre haberle a las manos. ¿Quién sabe si se encontrará en él alguna noticia que pueda ilustrar la biografía de Boscán? Ibarra es el único preceptor de relativa nombradía que encuentro en Barcelona desde 1511 hasta 1524, y aunque de ningún modo creo que fuese su maestro, porque ya en ese tiempo Boscán debía de ser hombre formado, pudieron conocerse y tener alguna relación literaria, y ¿quién sabe si asistir juntos a esa Academia? V. Ad. 2.

El único maestro de Boscán cuyo nombre sabemos con certeza es el ilustre humanista italiano Lucio Marineo Sículo, discípulo de Pomponio Leto y émulo de Pedro Mártir de Angleria [p. 30] en la educación de nuestra juventud dorada en tiempo de los Reyes Católicos. ¿Pero dónde o cuándo recibió sus lecciones? Marineo vino a Castilla, invitado por el Almirante de Castilla D. Fadrique Enríquez, en 1484, y vivía aún al servício de nuestros Reyes en 1530. Sólo desde 1484 hasta 1496 ejerció el magisterio en la Universidad de Salamanca, alternando con el Nebrisense, que había comenzado su obra regeneradora en 1473. De allí pasó al aula regia, donde educó a la mayor parte de la nobleza española, y desde entonces parece haber seguido las jornadas de la corte en calidad de preceptor, capellán y cronista. En palacio, pues, y no en las escuelas públicas, que acaso no frecuentó nunca, es donde creemos que Boscán fué discípulo de Marineo. En el libro rarísimo de las Epístolas familiares del Siciliano, fuente preciosa, y apenas utilizada todavía, de noticias sobre el humanismo español, hay una carta latina de Juan Boscán a su preceptor, a quien llega a decir en el exceso de su gratitud que se lo debe todo. Pongo al pie el texto latino de esta carta, pero me parece conveniente traducirla, juntamente con la respuesta de Marineo: [1]

[p. 31] «Juan Boscán a Marineo Sículo, preceptor suyo, salud.

Cosa indigna y verdaderamente inicua me parece, Sículo mío, que sobre nuestra amistad haya caído tal silencio, que para nada quieras al presente el trato familiar de tu Boscán. Yo, a decir verdad, confieso que es mayor la culpa de mi negligencia que la de tu inhumanidad. Porque yo, que te lo debo todo, estoy obligado a ser humano y liberal contigo. Tú, con todo género de buenos oficios, y principalmente con los que atañen a la literatura, me has hecho de tal manera tu deudor, que casi he perdido la facultad de corresponder dignamente a ellos. Porque tú con prolongada vigilancia, no sólo exornaste mi ingenio con las que llaman primeras letras, sino que me esforzaste a seguir adelante y llegar a más altos estudios. Yo incurriría, y no poco; en la fea nota de ingratitud si omitiera respecto de ti ningún género de acatamiento y cortesía. ¿Qué cosa puede haber mejor y más digna que mostrarnos agradecidos con aquel a cuya sabia industria debemos el haber conseguido no pequeña luz de erudición? Por todo lo cual, mi querido Sículo, debes persuadirte que todo lo que de mis facultades dependa quiero que sea común contigo.»

«Lucio Marineo Sículo a su discípulo Juan Boscán, salud.

Aunque siempre te amé mucho, Boscán mío, no sólo por la nobleza de tu linaje y por el grande ingenio de que estás dotado, sino porque entre todos los generosos adolescentes que sirven al rey Fernando, a ninguno he visto adornado de mayores virtudes y más dedicado al estudio excelente de las buenas letras, ha venido ahora tu carta a acrecentar más y más este amor mío, así como el viento hace mayor la llama. En esa epístola demuestras lo mucho que en breve tiempo has adelantado bajo mi enseñanza, y expresas la gratitud singular de tu ánimo, y la prontísima voluntad, benevolencia y obsequio con que me has honrado siempre. Ojalá tuviera yo, mi querido Boscán, muchos discípulos [p. 32] semejantes a ti y de la misma índole, porque ellos serían el descanso de mi vejez, como descansa ahora en tu singular virtud y amor fidelísimo. Muchas gracias te doy por todo lo que benignamente me prometes, y siempre me tendrás inclinado a tu alabanza. Pásalo bien.»

Desgraciadamente, ninguna de estas cartas tiene fecha, ni consta el lugar en que fueron escritas; pero el libro de Marineo en que están consignadas fué impreso en Valladolid en 1514. [1] Tampoco sabemos en qué año pronunció Marineo delante del emperador Carlos V su célebre panegírico de los ilustres literatos [p. 33] españoles, [1] pero fué seguramente después de 1522, fecha de la muerte de Nebrija. En este curiosísimo documento, el elogio de Boscán no es de los más expresivos, pero va en muy buena compañía, a continuación del bachiller Pedro de Rhua, profesor de letras humanas en la ciudad de Soria, el cual con tan sólida erudición y a veces con tan fina y penetrante ironía desmenuzó las patrañas históricas de Fr. Antonio de Guevara. Marineo, después de elogiarle grandemente, sobre todo por la independencia de su juicio («nullius addictus jurare in verba magistri»), dice que la misma norma seguía en sus estudios el barcelonés Juan Morell, cuyo ingenio era capaz de todo y tan feliz su memoria, que podía recitar al pie de la letra cualquier poema u oración con haberla oído una vez sola. «A éste se acercan mucho con cierto género de emulación (añade) Juan Boscán, también ciudadano de Barcelona, y Juan Garcés Moyano, hombre muy culto en las letras [p. 34] y de claro ingenio». [1] Siendo hoy enteramente desconocidos Morell y Garcés Moyano, claro es que no podemos juzgar de estas comparaciones y emulaciones.

Lo que resulta claramente indicado por las obras de Marineo es que Boscán era criado de la Real Casa desde el tiempo del Rey Católico, así como por el pnvilegio para la impresión de El Cortesano vemos que continuaba siéndolo en 1533. Todo mueve a creer que pasó en Castilla la mayor parte de su vida, y que su educación fué enteramente castellana. No era un extranjero en la lengua, como tantas veces se ha dicho y no se ha probado, sino un maestro de ella, aunque más en prosa que en verso. Es probable que supiese el castellano mejor que el catalán. En la bellísima versión del Cortesano se han notado algunos italianismos que se le pegaron del texto original; [2] catalanismos no he advertido ninguno. Los versos cortos de Boscán, sus coplas castellanas, son tan fáciles y sueltas como las del mejor poeta del Cancionero general, y entre sus contemporáneos sólo Cristóbal de Castillejo le lleva indisputable ventaja. Las poesías al modo [p. 35] italiano suelen ser duras y escabrosas, pero no lo son por defecto de lengua, sino por la lucha que el poeta sostiene con un instrumento nuevo, por la torpeza que acompaña a los primeros ensayos cuando no es un artista de genio el que los realiza, por una adaptación demasiado cruda y servil de la prosodia italiana. Pero nada de esto tiene que ver con el origen catalán del poeta, cuya lengua es constantemente pura, y no por perfección artificial, como la que han logrado otros compatriotas suyos, sino porque en ella pensaba y sentía más que en la propia, acaso desde la infancia, seguramente desde la adolescencia. Iguales o mayores defectos técnicos que sus endecasílabos, igual o mayor aspereza tienen de continuo los de D. Diego Hurtado de Mendoza, nacido en Granada y castellano por los cuatro costados.

Pero dejando para más adelante el comprobar estas reflexiones, continuemos ilustrando la vida del poeta con los pocos datos que la casualidad nos ha proporcionado. Todos sus biógrafos dicen vagamente que «en su mocedad siguió las armas y viajó por muchas partes», pero no traen comprobación de este aserto. Consta, sin embargo, en un poema que tiene más de histórico que de poético, la asistencia de Boscán y también la de Garcilaso a una memorable aunque frustrada empresa de armas en 1522. Sabido es que la isla de Rodas, defendida heroicamente por los caballeros de San Juan contra los turcos en el espantoso cerco que duró desde el 28 de julio de 1522 hasta el 1.° de enero de 1523, sucumbió, no tanto por las minas y las bombardas y morteros de Solimán el Magnifico y por el enjambre de bárbaros que sobre ella cayó, cuanto por el abandono en que la dejaron todos los monarcas y repúblicas de Occidente. «Sólo el Emperador (dice Fr. Prudencio de Sandoval), con estar tan ocupado con tantas guerras, envió a socorrerla, si bien el socorro llegó tarde, y cuando la isla estaba sin remedio.» En realidad, no llegó ni tarde ni temprano, aunque no fuese del Emperador toda la culpa. Las cosas pasaron así, segun el mismo Sandoval refiere: «El gran maestre Felipe Villiers envió con tiempo por socorro a todos los reyes cristianos y al Padre Santo, a quien más tocaba sostener y socorrer aquella caballería cristiana. El Papa Adriano VI tenía tres mil españoles que poder enviar a Rodas, que los había llevado de guerra. Mas por no tener dineros, como él [p. 36] decía, lo dexó, y porque el Duque de Sesa, que a la sazón era Embaxador en Roma, y otros capitanes y grandes señores le dixeron ser mejores aquellos soldados españoles para Lombardía contra franceses, que para Rodas, pues tenía quien la defendiese y estaba fuerte.  Venecianos no ayudaron, aunque tenían cincuenta galeras en Candía, por tener paz entonces con el Gran Turco. De Francia no le fué socorro alguno. De España fué el prior de San Juan D. Diego de Toledo con otros caballeros de su Orden. Pero ni ellos pudieron pasar de Sicilia por el invierno, ni ciertas naos que iban de aquella isla y de Nápoles a costa del Emperador. Y como los que vinieron a demandar ayuda no la hallaron en quien pensaban, vendieron la renta que la Orden tenía en el Monte de San Jorge de Génova y enviaron dos naos; mas tampoco llegaron allá, porque la una se hundió cerca del Monaco y la otra se abrió no lejos de Cerdeña; de suerte que no hubo quien socorriese a Rodas. »

El caballero extremeño D. Luis Zapata, en la crónica rimada de Carlos V que escribió con el título de Carlo Famoso, obra perversamente versificada, pero llena de detalles curiosos y generalmente verídicos, que otros cronistas omiten, hace la enumeración de los caballeros que se embarcaron en Barcelona con el Prior de San Juan para el socorro de Rodas, y cuenta entre ellos a Boscán: V. Ad. 3.

           Fué otorgado al Prior lo que pedía,
       Se partió de la Corte en dos momentos:
       Tras él siguió para estos trances fieros
       Muy mucha juventud de cavalleros.
           Con él fué don Enrique de Toledo,
       Y el de Guzmán, a quien el Prior mucho ama,
       Y el muy claro don Diego de Azevedo,
       Y Garcilasso, muy digno de fama:
       De aqueste resplandescerá, si puedo,
       Muy mucho en este mi papel la llama,
       Y don Herrando fué a aquesta jornada
       Señor de la pequeña Horcajada.
           Don Pedro de Toledo, y el Clavero
       Su hermano, que era un hombre de gran maña
       Y grande arte, y Boscán, que fué el primero
       Qu'este verso thoscano truxo a España.
        [p. 37] Con gran gentío y tanto cavallero
       El Prior de Sant Juan sale a esta hazaña. [1]
        

Ya por este tiempo, y quizá antes, había entrado Boscán al servicio de la casa de Alba. Aquí tampoco es posible puntualizar fechas, porque la desgracia que parece haber perseguido todas las memorias de nuestro poeta, ha hecho que en alguno de los incendios que en diversas épocas han mermado considerablemente el riquísimo archivo ducal, haya desaparecido todo papel relativo a su persona. En vano los buscó la inolvidable Duquesa, a quien tanta gratitud debemos por sus espléndidas publicaciones todos los amantes de la Historia patria. Tenemos, pues, que contentarnos con saber que Boscán fué ayo del gran duque D. Fernando, y no es poca honra para él haber hecho la educación cortesana y caballeresca del futuro vencedor de Mühlberg, terror de los flamencos rebelados, y conquistador o más bien reintegrador de Portugal a la unidad española. Los antiguos biógrafos del Duque de Alba pasan por alto el nombre de Boscán como tantas otras cosas. El P. Osorio, que pasa por el mejor informado, y lo estaba ciertamente en las cosas de Historia general, nada supo o quiso decir de los maestros del Duque, y sale del paso con una retórica vaga. [2] Lo mismo hace su servil [p. 38] copista Rustant. [1] El que se muestra más enterado, pero sólo a medias y con alguna equivocación grave, es D. Manuel José Quintana en el fragmento que dejó de una biografía del Duque de Alba, que hubiera sido tan clásica y excelente como todas las suyas:

«Su abuelo D. Fadrique de Toledo (dice hablando del Gran Duque) dióle por ayo al célebre Boscán, tan sonado en los fastos de nuestra poesía por la parte que tuvo en la introducción de los ritmos italianos, pero más señalado todavía entre sus contemporáneos como un dechado de virtud, igualmente que de cortesanía y discreción. Pensó tal vez para maestro en Luis Vives, príncipe a la sazón de nuestros filósofos y humanistas; pero ésto, o por manejo de los religiosos dominicos, que tenían mucha mano con el Duque, o porque Vives no se prestase a ello, no llegó a verificarse, sin embargo de que por dos veces hubo de hacerse elección para este encargo. El primer preceptor que tuvo D. Fernando fué un dominico mesinés llamado Fr. Bernardo Gentil, diestro humanista, buen poeta latino, mencionado con aprecio en los escritos de Marineo Sículo y de Antonio de Lebrija. Este religioso se encargó de enseñar al joven D. Fernando la lengua latina, las Humanidades y la Historia. Mas no debió durar mucho tiempo la tal comisión, porque fué sucedido en ella por un monje [p. 39] benedictino, siciliano y poeta latino también, que se llamaba el P. Severo. Garcilaso, que no habla de Gentil, habla con mucho aprecio de Severo, el cual obtuvo después el encargo de escribir la Historia de España, por muerte de Lebrija, disposición que no llevaron muy a bien nuestros humanistas de aquel tiempo. Con estos dos preceptores aprendió prontamente D. Fernando la lengua latina y adquirió en las letras y las nobles artes aquella afición sana e ilustrada que para la magnificencia y la desgracia sienta tan bien a un político y a un guerrero.» [1]

Hasta aquí Quintana, cuyas noticias requieren ampliación y alguna enmienda. El primer autor que habla de Boscán como ayo del Duque es Garcilaso en la larguísima égloga segunda, dedicada en gran parte a tejer los loores de la casa de Alba, y muy especialmente el panegírico de D. Fernando. Dice así en endecasílabos de rima percossa:

           Miraba otra figura de un mancebo,
       El cual venía con Febo mano a mano,
       Al modo cortesano: en su manera
       Juzgárale cualquiera, viendo el gesto,
       Lleno de un sabio, honesto y dulce afeto,
       Por un hombre perfeto en la alta parte
       De la difícil arte cortesana,
       Maestra de la humana y dulce vida.
       Luego fué conocida de Severo
       La imagen por entero fácilmente,
       Desde que allí presente era pintado.
       Vió que era el que havía dado a don Fernando
       (Su ánimo formando en luenga usanza)
       El trato, la crianza y gentileza,
       La dulzura y llaneza acomodada,
       La virtud apartada y generosa,
       Y en fin, cualquiera cosa, que se vía
       En la cortesanía, de que lleno
       Fernando tuvo el seno y bastecido.
       Después de conocido, leyó el nombre
       Severo de aqueste hombre, que se llama
        Boscán, de cuya llama, clara y pura,
       Sale el fuego, que apura sus escritos,
       Que en siglos infinitos ternán vida...

[p. 40] El dominico Fr. Jerónimo Bermúdez, en las glosas a su infeliz poema de la Hesperodia, que Sedano publicó sin ellas en el tomo VII del Parnaso Español , y que debían de ser lo único curioso del manuscnto, [1] apuntó la especie, nada creíble, de haber sido el mismo Garcilaso ayo del Duque juntamente con [p. 41] Boscán: «Mucho le debió de importar la buena enseñanza en su mocedad; porque tuvo por ayos a Garcilaso de la Vega y a Mosén Boscán Almogaver, de los cuales el uno era un gentil caballero toledano... y el otro ciudadano de Barcelona de los que aquella ciudad puede privilegiar y poner en espera de caballería; pero el uno y el otro de los mejores y más cortesanos ingenios que en España florecieron en su tiempo.» Con paz sea dicho del dominico gallego, el título de «ciudadano honrado de Barcelona», a pesar de su origen democrático, pesaba entonces mucho, y a Boscán se le designa indiferentemente con él o con el de caballero. Ni puede decirse que estuviese «en espera de caballería», puesto que precisamente los de su linaje habían sido nominalmente privilegiados por el Rey Católico en 1510. Así es que el buen D. Luis Zapata, tan puesto en estos puntos de hidalguía, tratando en su Miscelánea de «cuan alto y noble ejercicio es el escribir», cuenta a Boscán entre «los muy caballeros de quien hoy corre la sangre de la tinta fresca y correrá para siempre», poniéndole en compañía de Garcilaso, D. Diego de Mendoza, el conde Baltasar Castellón, el cardenal Bembo y otros personajes de mucha cuenta. [1]

No era, por cierto, ejercicio servil, sino muy de caballero el de ayo, porque en él, como en un espejo y dechado, habían de verse todas las perfecciones caballerescas y cortesanas que debía comunicar a su alumno. No era precisamente su oficio enseñar, sino educar, pero con aquella alta y noble manera de educación propia de las cortes del Renacimiento. Boscán, que debía de ser el tipo del perfecto cortesano español, aun antes de traducir el libro de Castiglione, sacó un discípulo digno de él en el Gran Duque, a quien la opinión vulgar, extraviada por las seculares calumnias de sus enemigos, se representa tan fiero y hosco, y del cual, por el contrario, dice Zapata que «era cortesanísimo y que con él iba toda la cortesía de la corte».

Aunque Boscán no fuese preceptor oficial del Duque, pudo aleccionarle, y de fijo le aleccionó, en todas las artes amenas propias de un caballero; y sabido es qué variedad de conocimientos enciclopédicos exige Castiglione del suyo. Entre ellos no podía menos de contarse el arte de trovar, tan favorecido en las [p. 42] cortes del siglo XV, y al cual no había sido extraño algún Duque de Alba, de quien hay versos en el Cancionero general. Que este primor no faltó en la educación del gran D. Fernando parece inferirse de esta curiosa anécdota referida por el truhán D. Francés de Zúñiga en su «Carta para la reina de Francia D.ª Leonor»: «Diréis al duque de Alba (D. Fadrique) que su nieto me ha hecho media copla, y como el marqués de Villafranca (D. Pedro de Toledo) lo oyó, dijo a grandes voces a Boscán: ¡Cuánto os debemos la casa de Alba, pues que a nuestro mayorazgo habéis hecho trovador!» [1]

El mismo D. Francesillo de Zúñiga, o quienquiera que tomase su nombre para escribir con gracia cuasi aristofánica aquella saladísima crónica de los primeros años del reinado de Carlos V, nos da repetidos testimonios de la nombradía que desde su juventud tenía Boscán como poeta. Así, en el capítulo 31, «De cómo el Emperador regañando adolesció en Valladolid y de los que hizo regañar con él»: «Y Dios por los pecados de don Alverique valenciano o por las coplas de Boscán o por las teologías del presidente de Granada, ha querido y tenido por bien de dar al Emperador nuestro señor tal enfermedad, que reniegue más que el duque de Trayeto y que blasfeme más que el obispo de Guadix.»

Y en el capítulo 86: «Este es un conjuro que D. Francés hizo a la galera capitana en que iba el Emperador a Italia»: «Conjúrote, galera, de las tres partes de España que vuelvas a ella: conjúrote, galera, con la honestidad e castidad de las monjas de Barcelona, especialmente de Junqueras...» Siguen otros muchos conjuros más o menos disparatados, entre ellos éste: «e con los amores e coplas de Boscán. » [2]

Pero Boscán distaba mucho de ser un frívolo trovador a estilo de los del siglo XV, aunque el bufón imperial no distinguiese de colores. Si alguna educación literaria, directa o indirecta, recibió de él el Duque, no se limitaría al mecanismo de hacer coplas conforme al Arte de Juan del Enzina. La poesía de Boscán, por lo menos en su segunda manera, no es vano pasatiempo de [p. 43] corte: es obra de reflexión y estudio, que revela al inteligente conocedor no sólo de los poetas toscanos, sino de la antigüedad latina y aun de la griega; al humanista que, formado en la escuela de Marineo Sículo y ensalzado por él con extraordinarios elogios, podía decir de sí mismo sin excesiva inmodestia que había conseguido «no pequeña luz de erudición». No es aventurado creer que hubiera podido enseñar a su ilustre alumno las Humanidades tan bien o mejor que Fr. Bernardo Gentil y Fr. Severo, de quienes conviene añadir dos palabras para completar este curioso episodio.

Ambos eran italianos y ambos religiosos, aunque no de la misma Orden. Quintana incurre en una extraña confusión sobre las personas de uno y otro. [1] El benedictino siciliano no era Severo, sino Fr. Bernardo Gentil, cuyo profesorado debió de durar poco, puesto que Garcilaso ni siquiera le menciona. Él fué también, y no Severo, el que sucedió a Nebrija en el cargo de cronista, [2] y en tal concepto le menciona varias veces D. Francesillo de Zúñiga, nunca como maestro del Duque de Alba: «Y a fray Bernardo, siciliano, coronista de su majestad y gran parlerista de chocante memoria» (cap. 21).—«E fray Antonio de Guevara, obispo de Guadix, corrió las parejas con Marco Aurelio, y no los podían despartir hasta que vino fray Bernaldo Gentil, gran parlerista de su majestad, y con su parlería los puso en paz. Parecía este fray Bernaldo botiller de la Marquesa de Cenete, o confesor de fray Pedro Verdugo, comendador de Alcántara» (cap. 52).—«E luego fueron llamados el obispo fray Trece de la Merced, e fray Bernaldino Gentil, siciliano, coronista parlante de su majestad e fray Antonio de Guevara, gran decidor de todo lo que le parecía» (cap. 84). En una ocasión nombra juntos a Severo y a Gentil, de lindando claramente los oficios de ambos: «Fray Severo, mostrador de Catón y Terencio a los nietos del Duque de Alba, y fray Bernardo Gentil, coronista y parlerista in magnam quantitatem (cap. 33).

[p. 44] El maestro de latinidad, por consiguiente, era Fr. Severo, y a él hay otras referencias en la misma Crónica, que no por estar escrita en burlas deja de ser un documento histórico. Escribiendo D. Francés al Marqués de Pescara, le refiere la siguiente anécdota: [1] «Fray Severo (Securo dice por error el texto impreso), yendo en una carreta de Valladolid a Simancas, junto a Duero se quebró la carreta, y cayó en el río y ahogóse; y dicen muchos que le oyeron decir al tiempo que se ahogaba: «Oh infelice Marqués de Mantua y nietos del Duque de Alba, ya quedaréis sin el Salustio Catilinario. » Debía de ser hombre de gran peso y corpulencia, puesto que en otra carta de D. Francés al Marqués de Pescara leemos: «Pedrarias está en tierra firme, y fray Severo no la tiene, porque pienso que con él se ha de hundir la tierra.» [2]

Quintana se equivocó haciéndole benedictino y siciliano. Era dominico, y había nacido en Plasencia de Lombardía o en su campo. Este fraile fué el que, abusando de la confianza del Duque de Alba, engañó miserablemente a Luis Vives, que era el verdadero preceptor que el Duque de Alba quería para su nieto, lo cual era tan sabido en España, que Juan de Vergara había dado la enhorabuena a su amigo. [3] Severo, que iba a Lovaina, se encargó de hablar a Vives y de entregarle una carta sobre el asunto, pero ni una cosa ni otra hizo, a pesar de haber tenido con él larga conversación más de diez veces. Ofendido el Duque por no recibir contestación, creyó que el sabio valenciano despreciaba su oferta, y dió la plaza de preceptor al mismo Fr. Severo, que con tan malas artes la había granjeado. Es curiosísima la carta en que Luis Vives desfoga su indignación contra el dominico, y aun contra los frailes en general, mostrándose en esta ocasión tan [p. 45] erasmista como el mismo Erasmo, a quien escribe. [1] Su situación económica era harto precaria, y explica la razón de sus lamentos. Para su gloria y para la de España fué gran fortuna que no lograse el apetecido cargo. Hombres como él no nacen para la domesticidad, por dorada que sea, sino para aleccionar desde su retiro al género humano. Confundido entre los familiares de la casa de Alba, no hubiera tenido tiempo ni acaso resolución para levantar a la razón humana su imperecedero monumento: no hubiera sido el reformador de los métodos, el padre de la [p. 46] moderna Pedagogía, el precursor de Bacon y de la psicología inglesa, el pensador más genial y equilibrado del Renacimiento: cosas todas de más importancia que la educación de un hombre solo, aun que fuese el Gran Duque de Alba. Ni creo que éste, nacido para la acción guerrera y política, hubiese adelantado mucho con las ideas de aquel gran filántropo cristiano, que se pasaba la vida gritando paz y concordia, cuando todo el mundo ardía en sectas y divisiones.

En cuanto a Severo, nos engañaríamos grandemente si le tuviésemos por un fraile fanático y enemigo de las buenas letras. Un humanista tan preclaro y de carácter tan independiente y opiniones tan erásmicas como Juan Maldonado, le elogia mucho en su Paraenesis ad politiores literas adversus Grammaticorum vulgum, impresa en 1529. Pero quien le pone en las nubes, si bien mezclando la realidad con ficciones poéticas, no siempre fáciles de deslindar, es su amigo Garcilaso en la ya citada égloga segunda. Dice asi el pastor Nemoroso, describiendo el palacio de Alba de Tormes:

           En la ribera verde y deleitosa
       Del sacro Tormes, dulce y claro río,
       Hay una vega grande y espaciosa:
           Verde en el medio del invierno frío,
       En el otoño verde y primavera,
       Verde en la fuerza del ardiente estío.
           Levántase al fin della una ladera
       Con proporción graciosa en el altura,
       Que sojuzga la vega y la ribera.
           Allí está sobrepuesta la espesura
       De las hermosas torres levantadas
       Al cielo con extraña hermosura.
           No tanto por la fábrica estimadas,
       Aunque extraña labor allí se vea,
       Cuanto por sus señores ensalzadas.
           Allí se halla lo que se desea:
       Virtud, linaje, haber, y todo cuanto
       Bien de natura o de fortuna sea.
           Un hombre mora allí, de ingenio tanto,
       Que toda la ribera adonde él vino
       Nunca se harta de escuchar su canto.
            Nacido fué en el campo placentino,
       
Que con estrago y destruición romana,
       En el antiguo tiempo fué sanguino,
            [p. 47] Y en éste con la propria, la inhumana
       Furia infernal, por otro nombre guerra,
       Le tiñe, le ruina y le profana.
           Él, viendo aquesto, abandonó su tierra, 
       Por ser más del reposo compañero,
        Que de la patria que el furor atierra.
           Llevóle a aquella parte el buen agüero
       De aquella tierra de Alba, tan nombrada,
       Que éste es el nombre della, y dél Severo.
           
A aqueste Febo no le escondió nada:
       Antes de piedras, yerbas y animales,
       Diz que le fué noticia entera dada:
           Éste, cuando le place, a los caudales
       Ríos el curso presuroso enfrena
       Con fuerza de palabras y señales.
           La negra tempestad, en muy serena
       Y clara luz convierte, y aquel día,
       Si quiere revolvelle, el mundo atruena.
           La luna de allí arriba bajaría,
       Si al son de las palabras no impidiese
       El son del carro que la mueve y guía.
           Temo, que si decirte presumiese
       De su saber la fuerza con loores,
       Que en lugar de alaballe, le ofendiese.
           Mas no te callaré, que los amores
       Con un tan eficaz remedio cura,
       Cual se conviene a tristes amadores:
           En un punto remueve la tristura:
       Convierte en odio aquel amor insano,
       Y restituye el alma a su natura...
        

No puede negarse que el pastor Severo de quien se habla en este y en otros varios pasajes de la égloga sea el maestro del Duque de Alba: Garcilaso mismo disipa toda duda, si la hubiera, cuando hace que Severo vea su propia imagen en la gruta encantada del Tormes, donde proféticamente se le muestra la historia de D. Fernando:

           El tiempo el paso mueve, el niño crece,
       Y en tierna edad florece, y se levanta,
       Como felice planta en buen terreno:
       Ya sin preceto ajeno él daba tales
       De su ingenio señales, que espantaba
       A los que le criaban. Luego estaba
       Cómo una le entregaba a un gran maestro,
        [p. 48] Que con ingenio diestro y vida honesta
       Hiciese manifiesta al mundo y clara
       Aquella ánima rara que allí vía.
       Al mismo recebía con respeto
       Un viejo, en cuyo aspeto se vía junto
        Severidad a un punto con dulzura.
       Quedó desta figura como helado
       Severo y espantado, viendo al viejo,
       Que, como si en espejo se mirara,
       En cuerpo, edad y cara, eran conformes.
       En esto el rostro a Tormes revolviendo
       Vi que estaba riendo de su espanto:
       «¿De qué te espantas tanto? (dijo el río).
       ¿No basta el saber mío, a que primero
       Que naciese Severo, yo supiese
       Que había de ser quien diese la dotrina
       Al ánima divina deste mozo?»
       Él, lleno de alborozo y de alegría,
       Sus ojos mantenía de pintura...

Pero ¿qué pensar de los estupendos prodigios atribuidos a la ciencia de Severo: ese dominio de piedras, hierbas y animales, ese parar los ríos y hacer estallar las tempestades, esos conjuros con que encantaba a la luna, esas recetas y ensalmos con que curaba el mal de amores, ese imperio que ejercía sobre los elementos?

       Este nuestro Severo pudo tanto
       Con el suave canto y dulce lira,
       Que revueltos en ira y torbellino
       En medio del camino se pararon
       Los vientos, y escucharon muy atentos
       La voz y los acentos muy bastantes
       A que los repugnantes y contrarios
       Hiciesen voluntarios y conformes...

¿Cómo se pueden traducir en lenguaje vulgar estas maravillas? ¿Sería, por ventura, Fr. Severo un físico más o menos teósofo, a estilo de su tiempo, una especie de Cardano o de Agripa, iniciado en la magia natural y aun en la teurgia? Si algo de esto hubiese sido, por otra parte lo sabríamos, y quizá los procesos de la Inquisición nos diesen razón de él como nos la dan del licenciado Torralba. Es muy probable que Severo tuviese algunos [p. 49] conocimientos de ciencias naturales, aparte de su física escolástica, y que las cultivase para recreo propio y de sus amigos; pero todo lo demas debe de ser pura fantasmagoría poética. Y lo que me confirma más en esta idea es que Garcilaso, en varios lugares de esta égloga, no hace más que poner en verso mucha parte de las prosas octava y novena de la Arcadia de Sanazzaro, como ya advirtieron en sus respectivos comentarios el Brocense y Herrera. Los prodigios de Severo son los mismos que se refieren del mágico Enareto en la novela italiana: « E con suoi incantamenti inviluppare il cielo di oscuri novoli, e à sua posta ritornarlo ne la pristina chiarezza, e frenando i fiumi rivoltare le correnti acque à i fonti loro... Et imporre con sue parole legge al corso de l' incantata Luna, e di convocare di mezzo giorno la notte... Incanti di resistere alli foriosi impeti delli discordevoli venti. » [1]

La adaptación de estos pasajes a Severo pudo tener algún fundamento en los estudios y aficiones de éste, pero pudo ser también mero capricho del poeta. Una de las muchas convenciones del género bucólico era el uso frecuente de la magia y de las supersticiones gentílicas. Leyendo atentamente la égloga segunda se ve claro su sencillísimo artificio. El Albanio enfermo de mal de amores por la hermosa Camila debe de ser el Duque de Alba, a quien su amigo Salicio (Garcilaso) pretende curar, valiéndose, entre otros recursos, de la ciencia de Severo, que bajo el velo de encantamientos y alegorías, no puede significar otra cosa que la disciplina moral ejercida por el maestro sobre el discípulo.

           Bastará tu Severo
       A dar salud a un vivo, y vida a un muerto...

Repetidas veces hemos tenido ocasión de aludir a la estrechísima amistad que unió a Boscán y Garcilaso, amistad nacida [p. 50] en la corte del Emperador, donde Garcilaso, nacido en 1503, asistió desde los diez y siete años: amistad memorable y ejemplar, que se prolongó sin sombra alguna hasta la muerte de Garcilaso en 1536, y que convirtió a Boscán en guardador póstumo de la memoria y de los versos de su amigo. Mayor servicio hizo Boscán a la Literatura salvando este tesoro poético que con sus propias obras, pero aun estas mismas, en recompensa de su buena acción, participaron de la inmortalidad de las de su amigo: Juntas se imprimieron casi siempre, y aun hoy que están separadas, los nombres de los dos poetas, tan desiguales en mérito, siguen pronunciándose juntos. Y así es razón que sea, porque sin los ensayos de Boscán, por rudos y torpes que los supongamos (y no siempre lo son), quizá no hubieran existido los endecasílabos de Garcilaso, y si Garcilaso no hubiese escrito, quizá hubiese abortado la tentiva poética de Boscán, como abortó en el siglo XV la del Marqués de Santillana por imperfecta y prematura. Para ambos poetas fué día feliz el de su encuentro. La audacia innovadora de Boscán, que fué grande, aunque hoy no lo parezca, se vió contrastada y reforzada por el fino gusto y la suave inspiración de Garcilaso. Si Andrés Navagero había sugerido con sus consejos a Boscán la adopción del metro nuevo, Garcilaso fué quien le alentó a perseverar en su difícil empresa, haciéndose voluntariamente el primero de sus secuaces y añadiendo al prestigio de la doctrina el del ejemplo. Y como si esto no fuera bastante, Garcilaso fué quien proporcionó a Boscán el mayor triunfo de su vida literaria, dándole a conocer el Cortesano de Castiglione y encabezando con una carta elegantísima la admirable traducción con que el caballero barcelonés le naturalizó en España.

Fué, en suma, la de ambos poetas una amistad digna de los grandes siglos literarios, y que en algún modo hace recordar la de Horacio y Virgilio, la de Racine y Boileau, la de Goethe y Schiller: amistades que no conocen las épocas de decadencia, en que el egoísmo y la vanidad triunfan de todo y ahogan los más sanos impulsos del alma. Ocasión tendremos de recordar en el curso de esta biografía, y según el orden cronológico las vaya trayendo, las diversas composiciones que Garcilaso dirigió a Boscán y los sonetos en que Boscán lloró su muerte. Ahora conviene examinar un punto en que no están acordes los comentadores [p. 51] del gran poeta toledano. El Nemoroso de las tres églogas, ¿es Boscán?

A primera vista parece que sí, y es la opinión del Brocense en sus breves pero excelentes anotaciones: « Salicio es Garcilaso; Nemoroso, Boscán: porque nemus es bosque.» Lo mismo creía Cervantes según aquellas palabras del Quijote (2.ª parte, cap. 67): «El antiguo Boscán se llamó Nemoroso. »

Pero muy otra era la opinión de Herrera, que contradiciendo al maestro Sánchez en esto como en otras muchas cosas, dice así en su voluminoso comentario: «El otro pastor que llora la muerte de su ninfa (en la égloga primera) es Nemoroso, i no, como piensan algunos, es Boscán, aludiendo al nombre, porque nemus es bosque, pues vemos en la égloga segunda, donde refiere Nemoroso a Salicio la istoria que mostró Tormes a Severo, que el mismo Nemoroso alaba a Boscán, i en la tercera lloró Nemoroso la muerte de Elisa:

       Entre la verde ierba degollada:

la cual es doña Isabel Freire, que murió de parto; y assi se dexa entender, si no m' engaño, que este pastor es su marido don Antonio de Fonseca.» [1]

Quiénes eran D. Antonio de Fonseca y su mujer, y qué relación tenían con Garcilaso, nos lo declara en su Miscelánea D. Luis Zapata, que probablemente los había conocido, y a quien pareció muy mal la interpretación de Herrera:

«Estando la corte en Toledo, D. Antonio de Fonseca, caballero principal de Toro, casó con D.ª Isabel Freyle, una dama de la Emperatriz, a cuya muerte hizo Garcilaso una parte de la segunda (sic: es la primera) égloga que lloró Boscán, habiendo sido su servidor antes que se casase, con el nombre de Nemoroso, de nemus, y ella en nombre de Elisa, de Elisabet o Isabel, que todo es uno. Y dice

       Al mar de Lusitania el nombre mío...,

porque era portuguesa, aunque algunos comentadores de Garcilaso, antes calumniadores, niegan que fuese Boscán este [p. 52] Nemoroso, diciendo que fué el mismo D. Antonio de Fonseca, porque casó con ella; en lo cual yerran, porque D. Antonio de Fonseca en su vida hizo copla, ni fué de la compañía de Garcilaso, como Boscán, ni tuvo ramo de donde saliese y se dedujese como de Boscán (nemus) Nemoroso. Y volviendo al dicho, murió luego doña Isabel, luego como con ella D. Antonio se casó, y por eso don Hurtado, marqués de Cañete, discretísimo caballero que fué después virrey del Perú, dijo: «Oh dichoso hombre, que se casó con su amiga y se le murió su mujer.» [1]

Inédita la Miscelánea hasta el siglo XIX, no pudo ser muy conocido este pasaje [2] que parece tan decisivo, y que, sin embargo, creemos que no resuelve la cuestión. Tamayo de Vargas, tercer comentador de Garcilaso (en 1622), y Azara, que es el cuarto y último hasta ahora (en 1765), siguieron el parecer de Herrera, sin añadir ningún argumento nuevo.

La luz que no nos dan en este caso los comentadores castellanos, acaso la encontraremos en los portugueses. Manuel de Faría y Sousa, que en el fárrago indigesto de sus disquisiciones sobre Camoëns no deja de tener muchas cosas útiles, expone sobre el nombre poético de Nemoroso una tercera interpretación, que defendida por él parece muy descabellada, pero que en sí misma no lo es, como veremos: «Aunque siempre se entendió ser Boscán el Nemoroso de que Garcilaso usa, sus anotadores dan razones para que no sea Boscán, pero ellas no son buenas. Lo cierto es que no fué Boscán, ni otro alguno, sino que Garcilaso se representa con ambos nombres; y esto es ordinario en los escritores de églogas... El introduzir nombres sirve solo al diálogo; pero la persona es una sola. Así, en la égloga de Garcilasso, lo mismo es Salicio que Nemoroso... Esto entendió Francisco de Sa bien, porque escribiendo una égloga a la muerte de Garcilasso le llama Nemoroso, no pudiendo ignorar que su nombre propio en ellas es el de Salicio.» [3] [p. 53] Resulta de otra nota de Faría que el enamorado de D.ª Isabel Freyre no fué Boscán, como creyó D. Luis Zapata, sino Garcilaso: «De sus amores fué Garcilasso muy derretido estando ella en Palacio; y a ella son los más de sus versos: y aunque un anotador dize se entiende por Nemoroso su marido D. Antonio de Fonseca, Garcilasso la llora por sí, como quien la galanteó en Palacio antes de casar, y bien puede ser que con intento de casar con ella.» [1]

Prefiero la tradición de Faría a la de Zapata; porque no es verosímil, ni posible siquiera, que la divina lamentación de Nemoroso, que es lo más tierno y apasionado que brotó de la pluma de Garcilaso, sea el eco o el reflejo de una pasión ajena, de la cual, por otra parte, no hay rastro en los versos de Boscán. Garcilaso ha puesto en aquellas estancias todo su corazón, y habla allí en nombre propio, no en el de su amigo, ni mucho menos en nombre del marido de su dama.

La égloga de Francisco Sa de Miranda a que Faría alude es también muy significativa. Sa de Miranda, cuyos primeros ensayos en el metro italiano son coetáneos o muy poco posteriores a los de Boscán, fué admirador ferviente y discípulo entusiasta de Garcilaso, con quien tenía alguna relación de parentesco. Conocía íntimamente su vida, e hizo su apoteosis en la égloga Nemoroso, escrita en 1537 para solemnizar el primer aniversario de su muerte:

       Hoy cumple el año del buen Nemoroso.
       
¡Qué solos nos dexó; mas quanto aina!
       Él fuesse al deseado su reposo... [2]

Sa de Miranda designa constantemente a Garcilaso con el nombre de Nemoroso, y a su dama con el de Elisa. [3] En esto se funda la doctísima escritora D.ª Carolina Michaëlis de Vasconcellos en su magistral edición y comentario de Sa de Miranda, [4] [p. 54] para resucitar y defender la olvidada opinión de Faría y Sousa. Nemoroso y Salicio (anagrama imperfecto de Garcilaso) son ambos seudónimos del poeta, y Elisa es D.ª Isabel Freyre, la hermosa dama de honor de la infanta D.ª Isabel de Portugal, casada en 1526 con Carlos V. No sabemos cuándo comenzarían los amores de Garcilaso, amores que debemos creer platónicos («sin esperanza ni correspondencia», dice D.ª Carolina), aunque después de tanto tiempo sea difícil averiguarlo, pero que de ningún modo podían ir encaminados a matrimonio, puesto que aquel mismo año se había casado Garcilaso con D.ª Elena de Zúñiga, que le sobrevivió, como es notorio.

Admitida la duplicación poética del personaje de Garcilaso en la égloga primera, adquieren el prestigio de la sinceridad las inmortales quejas de Nemoroso, y se aumenta, si es posible, su extraordinaria belleza, no superada quizá por ninguna elegía castellana.

Desde 1525 comienzan a aclararse un tanto las nieblas que todavía cercan la biografía de Boscán. Precisamente aquel año nos envió Italia en misión diplomática dos de sus más ilustres hijos, personajes de primer orden en la historia del Renacimiento, y que por varias razones ejercieron influencia profunda sobre el arte literario de Boscán y sus amigos. No eran medianos preceptores, de incorrrecta latinidad y gusto dudoso como Pedro Mártir y Marineo Sículo, sino ingenios cultísimos nutridos con la más pura savia de la antigüedad, hombres de mundo al mismo tiempo que humanistas, versados por igual en el refinamiento de las cortes y en la sabiduría de las escuelas, imitadores de las formas clásicas con un sentimiento original y eficaz de la vida moderna. Ellos eran, juntamente con Bembo, Sadoleto, Fracastor y Jerónimo Vida, los más calificados representantes de la cultura ítalo-clásica llegada a su madurez en corrección, elegancia y lindeza, aunque por otra parte comenzase a perder la frescura juvenil con que se había mostrado en los admirables poemas latinos de Poliziano y Pontano. Eran estos dos hombres Andrés Navagero, embajador de la señoría de Venecia, y Baltasar Castiglione, nuncio del papa Clemente VII en España.

La República de Venecia, recelosa del poder de Carlos V, como todos los potentados italianos, pero no menos recelosa de [p. 55] la ambición francesa, observó una conducta ambigua y expectante durante el primer período de la rivalidad entre el Emperador y Francisco I, hasta que la gran victoria de Pavía vino a inclinar resueltamente la balanza de nuestra parte. Así se explica que Navagero, nombrado embajador por el Senado de su patria en 10 de octubre de 1523, no llegara a ponerse en camino hasta el 14 de junio del año siguiente, y aun entonces fuese contemporizando (como él dice), esto es, dilatando con varios pretextos su viaje sin salir de Italia en más de nueve meses, hasta que recibida la nueva de la gran batalla en que «fué casi del todo destruido el nombre francés con la prisión del mismo Rey y con la muerte y cautividad de toda la nobleza de Francia», le dió la Señoría orden terminante de embarcarse en Génova, de donde salió para España el 6 de abril de 1525. La navegación fué larga y penosa, y sólo el 24 pudo tomar tierra en el puerto catalán de Palamós, de donde se trasladó a Barcelona.

Andrés Navagero, nacido en 1483, hallábase entonces en todo el apogeo de su reputación literaria. Era historiógrafo de la ciudad y bibliotecario de San Marcos, habiendo sucedido en uno y otro cargo a su primer maestro Marco Antonio Sabellico. En la Universidad de Padua había sido discípulo de Marco Masuro, en Griego, y de Pedro Pomponazzi, en Filosofía, aunque nunca fué sospechoso de adhesión a sus tendencias materialistas. Su curiosidad, como la de otros grandes hombres de su tiempo, era universal y se extendía a las ciencias naturales y sus aplicaciones, a la Botánica y la Agricultura, complaciéndose en recoger en sus viajes plantas exóticas y aclimatarlas en su jardín de Murano, donde filosofaba y poetizaba deliciosamente con sus amigos predilectos, como Pedro Bembo y el geógrafo Ramusio, colector de las navegaciones y descubrimientos de aquella edad sin par. En aquel despertar naturalista de la ciencia y del arte, Navagero tuvo, como otros humanistas, empezando por Eneas Silvio, el instinto y la revelación del paisaje: amaba verdaderamente la naturaleza en sus aspectos risueños y apacibles, como lo testifican sus encantadores idilios y algunos rasgos de su viaje por España, sobre todo la descripción de Granada. Era un sibarita intelectual que, como dice en una de sus cartas, hubiera querido pasar la vida en los huertos de Epicuro, el verdadero Epicuro, el [p. 56] abstinente y sobrio, no el que infamaron sus discípulos. Libros, flores, amigos, eran los compañeros de este ocio estudioso. «Os llevaré una buena España (dice en una de sus cartas a Ramusio); he hallado no pocas hierbas y peces curiosos, de todo lo cual tendréis parte, y en cambio procurad que halle bien sembrada mi heredad de la Selva y muy hermoso el huerto de Murano, en el cual quisiera que plantaseis los árboles más espesos que están ahora, para que en el centro al menos parezca un apretado bosque; hacia el muro donde están los pinabetes querría que en el invierno plantaseis, sin tocar los otros árboles, muchos laureles, para que con el tiempo se pueda formar una enramada, y haced lo mismo junto al muro donde está el laurel grande entre los pinabetes, y en el otro muro donde están los rosales, sin quitarlos; cuando crezcan los laureles quisiera que se plantasen muchos cipreses, para hacer también con ellos una enramada, no quitándoles las ramas del pie para que cubran todo el muro. En la Selva, además de esto, haced que el Fraile ponga cuantos rosales pueda para que todo sea rosas.» [1]

Este hombre, tan exquisito y refinado en todo, se pasaba de exquisito y aun de intolerante en sus gustos literarios. No admitía más modelos latinos que los del siglo de Augusto, y profesaba una especie de aversión a los de la edad de plata. Quemó unas Silvas que había compuesto en su juventud porque oyó decir que se parecían a las de Stacio, y es fama que todos los años quemaba también un ejemplar de los epigramas de Marcial como en sacrificio expiatorio a los manes de Catulo: si bien nuestro compatriota el P. Tomás Serrano, en su ingeniosa apología del poeta de Bílbilis, se esfuerza en probar que este auto de fe es mera fábula, inventada por Paulo Jovio y repetida por Famiano Strada. [2] En la imitación ciceroniana era tan exclusivo e intransigente como el mismo Longolio, pero sin caer en los ridículos [p. 57] extremos que acortaron la vida de aquel infeliz joven y provocaron la justa indignación de Erasmo en su diálogo Ciceronianus.

Escribiendo con tantos escrúpulos y tal anhelo de la perfección como él la entendía, no podía ser muy fecundo Navagero, ni ejercitarse en largas composiciones. Todas las que dejó, latinas e italianas, en prosa y verso, caben en un reducido volumen. Las oraciones fúnebres del general Bartolomé de Alviano y del dux Leonardo Loredano, algunas prefaciones elegantísimas a varias obras de Marco Tulio y a una edición de Terencio, las Cartas y el Viaje de que hablaré luego, y una pequeña colección de poesías (Lusus), casi todas églogas y epigramas, en que predomina la imitación de Virgilio, de Catulo y de los poetas de la Antología griega, con los cuales llega a confundirse a veces, es lo más selecto de su caudal propio, y casi lo único que pudo salvarse de la destrucción a que su gusto severísimo condenó, poco antes de morir, varias obras que estimaba imperfectas: su Historia de Venecia en diez libros, en que se había propuesto imitar el estilo de los Comentarios de César; la oración fúnebre de la reina de Chipre Catalina Cornaro; un poema de Venatione y otro de fine Orbis.

Pero en cambio, una asidua labor filológica absorbió las mejores horas de su vida. Tenía la costumbre, loable siempre, y en aquellos tiempos más que loable necesaria, de copiar por su mano los autores antiguos, para penetrarse bien de sus peculiares bellezas, y al mismo tiempo atendía a la depuración del texto cotejando varios códices hasta lograr la lección que consideraba más pura. Así lo hizo varias veces con las odas de Píndaro, según testifica Aldo Manucio en la carta con que le dedicó en 1513 su edición príncipe del lírico tebano. No se conocen de Navagero trabajos de erudición helénica, pero fué uno de los fundadores de aquella Academia Aldina, cuyos estatutos redactó en griego Scipión Carteromaco (Fortiguerra), y que fué el gran foco del helenismo veneciano, cuyos rayos iluminaron a toda Europa con las obras que continuamente salían del taller de Aldo el viejo. [1] Navagero, que a pesar de todo era más latinista que helenista, dejó unido su nombre a las ediciones que el grande impresor [p. 58] hizo de Quintiliano (1513), de Virgilio (1514), de Lucrecio (1516), y a las que Andrés de Asola, suegro y heredero de Aldo, continuó publicando de Ovidio y Terencio (1517), de Horacio y de las Oraciones de Cicerón (1519), en tres volúmenes encabezados con memorables dedicatorias al Papa León X y a sus secretarios Bembo y Sadoleto. Esta última edición es probablemente la que cuidó más, pero en todas demostró gran sagacidad y pericia, y en la de Ovidio puso un aparato crítico de varias lecciones, lo cual era entonces feliz novedad.

Tal era el gran personaje literario y hábil político a quien la República de Venecia había confiado su representación en momentos verdaderamente difíciles para ella y para todos los Estados italianos. No existe la relación oficial de su embajada, y aun es dudoso que llegase a escribirla; pero sus andanzas por tierra de España pueden seguirse en su itinerario y en las cinco cartas a Ramusio, cuyo contenido es casi idéntico hasta en las palabras. [1] [p. 59] Estos documentos de índole privada y familiar, que los antiguos editores de Navagero casi se excusan de haber publicado por no encontrar en ellos «bellezas de locución ni esplendor de elocuencia», tienen hoy más interés que toda la retórica ciceroniana de Micer Andrés, y nos agradan mucho por la misma sencillez y falta de afectación con que el autor narra y describe todas las cosas que le llamaron la atención en su viaje. La única tacha que puede ponerse a estas notas es el ser demasiado breves y algo secas para nuestro gusto y curiosidad actual. Entonces no se conocía el impresionismo, ni se cultivaba demasiado el detalle pintoresco, pero se veía bien la realidad en sus aspectos esenciales. No hay viaje más ameno, más instructivo y fidedigno que éste entre todos los viajes de extranjeros por España durante los reinados de Carlos V y de su hijo. Navagero, algo cáustico a veces, pero en suma espíritu recto y bien equilibrado, observa con serena objetividad los lugares y las costumbres, y la impresión que el viaje deja es de simpática benevolencia, sin rastro de los acerbos juicios de Guicciardini, ni de las lisonjas, muchas veces impertinentes, de Marineo Sículo.

Barcelona es la primera ciudad descrita por Navagero, y contra lo que pudiera esperarse del súbdito de una República, aunque fuese aristocrática como la de Venecia, encuentra excesivos, y aun en parte injustos, los privilegios y libertades municipales, que según él degeneraban en licencia, y exorbitantes los derechos que se pagaban en el puerto. Pondera la hermosura de la ciudad, pero hace notar el descenso de su población y el abandono del arsenal, donde no quedaba ni una sola nave. En cambio, el Banco (Taula), que compara con los Montes de Venecia, atesoraba grandísima suma de dinero. «Barcelona la rica, Zaragoza la harta, Valencia la hermosa», era proverbio español que Navagero recuerda, y con el cual se caracterizaba a las tres insignes metrópolis de la corona de Aragón.

Muy rápidamente atravesó aquellos reinos Navagero, para llegar el 11 de junio a Toledo, donde estaba el Emperador con su corte, y donde salieron a recibirle en su nombre el Almirante de las Indias, hijo de Cristóbal Colón, y el obispo de Avenza, a quie nes acompañaban casi todos los embajadores italianos. Allí permaneció más de ocho meses, envuelto en arduas negociaciones [p. 60] hasta que el horizonte pareció despejarse con el tratado de Madrid y la libertad de Francisco I. Con haber residido tanto tiempo en la imperial ciudad, no es de las mejores descripciones la que hace de Toledo, ni es maravilla que su peculiar hechizo romántico no bien sentido hasta nuestros tiempos, hablase poco a los ojos de un italiano del Renacimiento y tan desprendido de la Edad Media como Navagero. Lo que más le llamó la atención fué la extraordinaria suntuosidad de la Iglesia Mayor y la opulencia del clero. «Es la iglesia más rica de la cristiandad (dice); juntas sus rentas con las del arzobispo, montan más que toda la ciudad.» Y añade con el desenfado característico de su tiempo y de la escuela a que pertenecía: «Así es que los dueños de Toledo y de las mujeres praecipue son los clérigos, que tienen hermosas casas y gastan y triunfan, dándose la mejor vida del mundo sin que nadie los reprenda.» En cambio, los caballeros toledanos solían tener poca renta; pero «la suplen (continúa el maligno diplomático) con la soberbia, o, como ellos dicen, con la fantasía, de la cual son tan ricos que, si lo fuesen igualmente en bienes de fortuna, el mundo entero sería poco para ellos».

Mucho mejor vista está Andalucía, donde Navagero parece haber encontrado una segunda patria. Cuando la corte imperial se trasladó a Sevilla, en febrero de 1526, Navagero emprendió el camino de aquella ciudad por Talavera y Extremadura, visitando de paso el monasterio de Guadalupe. Sevilla fué su residencia desde el 8 de marzo hasta el 21 de mayo, en que partió para Granada. Aquella ciudad le pareció más semejante a las de Italia que ninguna otra de las de España, especialmente en su belleza monumental. La Giralda le recordó, aunque en muy diverso estilo, el campanile de San Marcos. En el Alcázar comenzó a admirar los primores de la labor morisca; pero, sobre todo, le pasmó la abundancia de agua que hacía tan deleitosa aquella mansión en el estío, y la hermosura de los bosques de naranjos impenetrables a los rayos del sol. Navagero tenía el culto del agua, y a cada momento parafrasea el &12;Αριστον μ&17;ν ὒδωρ de su predilecto poeta griego. Amante de los árboles y de los jardines, se complacía, sobre todo, en los sitios umbrosos, frescos y solitarios. «En buen escalón están los frailes que viven aquí para subir desde este lugar al Paraíso», dice describiendo la hermosísima [p. 61] situación de la Cartuja de las Cuevas. La arqueología romana, a la cual en todo su viaje atiende mucho, le brindó con el espectáculo de las ruinas de Itálica; pero ni los vestigios de las termas ni el despedazado anfiteatro podían tener para él la novedad que tuvieron las cosas de Indias que entraban por el río de Sevilla y se descargaban en la Casa de la Contratación. Era la revelación de un mundo nuevo que se apresura a comunicar a sus amigos italianos, especialmente a Ramusio: «He visto muchas cosas de las Indias, y entre ellas las raíces que llaman batatas; las he comido, y saben como las castañas. También he visto una hermosa fruta, que no sé cómo la llaman; [1] la he comido porque ha llegado fresca; su sabor es entre el del melón y el del melocotón, y es muy aromática y sabrosa. He visto también algunos jóvenes de aquellas tierras que vinieron con un fraile que ha estado allí predicando para reformar las costumbres, y son hijos de grandes señores de aquellos países; andan vestidos a su usanza, medio desnudos, con unas como enagüillas; tienen los cabellos negros, la cara ancha y la nariz roma, como los circasianos (!), pero su color tira a ceniciento; parecen de buen ingenio y peritos en muchas cosas, y ha sido singular un juego de pelota que hacían a estilo de su tierra.»

En Sevilla presenció Navagero la entrada triunfal de Carlos V en 10 de marzo de 1526, sus desposorios con D.ª Isabel de Portugal, los espléndidos regocijos con que fueron festejadas aquellas bodas en momento tan supremo y culminante de la grandeza nacional y en ciudad tan magnífica y ostentosa, y las justas y torneos en que el mismo Emperador rompió lanzas. No nos detendremos en los incidentes del viaje de Sevilla a Granada, porque la descripción de la ciudad morisca es el trozo clásico y célebre del itinerario de Navagero: descripción importantísima, y en rigor la primera, puesto que los historiadores coetáneos de la conquista de Granada no la describen, y Pedro Mártir se limita a exclamaciones de asombro. [2] Navagero alcanzó intactos o menos decadentes que ahora edificios y jardines cuya ruina o [p. 62] abandono se ha consumado después; pudo contemplar en su primitiva hermosura el Generalife, pero en cuanto a la Alhambra aún nos queda el consuelo de que no conoció más de lo que hoy subsiste; circunstancia muy digna de repararse, porque su carta a Ramusio es de fines de mayo de 1526, días antes de que Carlos V entrase en Granada y pudiera pensar en la construcción de su palacio, a cuyas obras suele atribuirse la destrucción de una parte considerable de la construcción árabe. [1] Esta primera descripción de la Alhambra es célebre y anda en muchos libros. Prefiero trasladar aquí la del Generalife, que es más detallada, más artística, y revela mejor aquella emoción sincera y personalísima con que respiró Navagero el ambiente de Granada. Ni esto es alejarnos mucho de nuestro asunto, puesto que en uno u otro de aquellos encantados palacios tuvieron lugar sin duda los coloquios literarios de Navagero con Boscán, y probablemente con Garcilaso, y siempre es bueno colocar a los personajes en su propia y adecuada decoración, cuando esto puede hacerse sin detrimento de la verdad histórica.

«Saliendo de la Alhambra por una puerta secreta, fuera de las murallas que la rodean, se entra en un hermoso jardín de otro palacio que está un poco más arriba, en la colina, y que se llama el Generalife, el cual, aunque no muy grande, es muy bello y bien fabricado, y por la hermosura de sus jardines y de [p. 63] sus aguas es lo mejor que he visto en España. Tiene varios patios con sus fuentes, y entre ellos uno con un estanque rodeado de arrayanes y de naranjos, con una galería que tiene debajo unos mirtos tan grandes que llegan a los balcones, y están cortados tan por igual y son tan espesos, que no parecen copas de árboles sino un verde e igualísimo prado; estos arrayanes tienen de anchura delante de los balcones de seis a ocho pasos... Corre el agua por todo el palacio y por las habitaciones cuando se quiere, siendo muchas de ellas deliciosísimas para el estío. A un patio, lleno de verdura y de hermosos árboles, llega el agua de tal manera, que cerrando ciertas canales, el que está en el prado siente que el agua crece bajo sus pies y se baña todo... Hay otro patio más bajo, no muy grande, rodeado de hiedras tan verdes y espesas, que no dejan ver el muro. Los balcones dan sobre un precipicio por cuyo fondo corre el Darro: vista de las más deleitosas y apacibles. En medio de este patio hay una grande y bellísima fuente que arroja el agua a más de diez brazas de altura, y como el caño es muy grueso, forma un suavísimo murmullo el caer de las gotas, que saltando y esparciéndose por todas partes, comunican su frescura a los que las están mirando. En la parte más alta de este palacio hay en su jardín una bella y ancha escalera por la que se sube a una explanada, a la cual viene de un peñasco cercano todo el caudal de agua que se reparte por el palacio y los jardines. Allí está encerrada el agua con muchas llaves, de manera que se hace entrar cuando se quiere y en la cantidad que se quiere. La escalera está labrada por tal arte, que cada uno de los peldanos tiene en medio una concavidad para poder recoger el agua. También las piedras de los pasamanos a cada lado de la escalera están ahuecadas formando canales. En lo alto están separadamente las llaves de cada una de estas divisiones, de modo que el agua puede soltarse cuando se quiera, o por los canales de las balaustradas o por las concavidades de los escalones, o por ambos caminos a un tiempo. Y si se quiere todavía mayor cantidad de agua, se la puede hacer crecer tanto, que los cauces no bastan a contenerla, inundándose toda la escalera, y de este modo se hacen muy donosos juegos y burlas con todos los que por ella bajan o suben. En suma, me parece que a este lugar ninguna cosa le falta de gracia y de belleza, sino alguien [p. 64] que le conociese y gozase, viviendo allí en tranquilidad y reposo, entregado al estudio y a los placeres convenientes a un hombre de bien, sin sentir otro deseo alguno. »

Granada embelesó de tal modo a Navagero, que en sus jardines pareció olvidarse de Murano y de la Selva. Pero a través de las lozanas descripciones, que reflejan el apacible contentamiento de su espíritu, no deja de revelarse el perspicuo y sagaz político en sus consideraciones sobre el estado social de la población morisca, sobre el inminente peligro de próximas revueltas traídas por el odio de raza y la conversión forzada, y sobre el abandono en que los españoles comenzaban a dejar aquella floreciente agricultura. «Las casas de los moriscos son pequeñas (dice), pero todas tienen aguas y rosas, mosquetas y mirtos, y toda gentileza, y muestran que en tiempo de los moros el país era mucho más bello de lo que ahora es. Ahora se ven muchas casas arruinadas y jardines abandonados, porque los moriscos más bien van disminuyendo que aumentando, y ellos son los que tienen todas estas tierras labradas y los que plantan tanta cantidad de árboles como en ellas hay. Los españoles, no sólo en este reino de Granada, sino en todo el resto de España, no son muy industriosos, ni plantan ni cultivan la tierra de buen grado, sino que prefieren irse a la guerra o a las Indias a buscar fortuna.»

En Granada permaneció Navagero hasta el 7 de diciembre, en que se trasladó la corte a Valladolid. De las ciudades por donde pasó habla poco, salvo de Segovia, donde se detuvo un día para visitar el acueducto, del cual dice con asombro: «no he visto otro igual ni en Italia ni en parte alguna». Valladolid le pareció «la mejor tierra de Castilla la Vieja, abundante de pan, de vino, de carne y de toda otra cosa necesaria para la vida humana». «Es quizá (añade) la única tierra de España en que la residencia de la corte no basta para encarecer cosa alguna... Hay en Valladolid artífices de toda especie, y se trabaja muy bien en todas las artes, sobre todo en platería... Residen en ella muchos mercaderes, no sólo naturales del país, sino forasteros, por la comodidad de la vida y por estar cercanos a las famosas ferias de Medina del Campo, Villalón y Medina de Rioseco... Hay hermosas mujeres, y se vive con menos severidad que en el resto de Castilla.»

[p. 65] Esta última observación es curiosa, y algo de personal se trasluce en ella. Pero no debía de estar para galanterías el ánimo de Navagero, cuya situación diplomática comenzaba a ser insostenible, no por culpa suya, sino por la tortuosa y falaz politica de los venecianos, que habían entrado con los demás adversarios de Carlos V en aquella coalición europea que del nombre de su principal fautor tomó el nombre de Liga Clementina. Rotas ya las hostilidades entre el Papa y el Emperador, continuaban en la corte de Castilla los embajadores de las potencias aliadas, incluso el Nuncio de Su Santidad, y no se movieron aun después de recibida la terrible noticia del asalto y saqueo de Roma por los imperiales en 6 de mayo de 1527. Las pláticas de paz, ineficaces siempre porque no pasaban de los labios ni tenían más fin que ganar tiempo, continuaron en Palencia y en Burgos, adonde sucesivamente se trasladó la corte, y duraban todavía a fines de enero de 1528, en que se consumó la ruptura definitiva, que Navagero refiere en estos términos, no enteramente acordes con el relato de nuestros cronistas: «No hallándose modo de venir a conclusión ninguna, y no queriendo Dios, acaso por algún gran pecado nuestro, concedernos la gracia de la tan deseada y necesaria paz, deliberamos tomar licencia del César y volvernos todos a nuestros señores, como teníamos orden de hacerlo, si no se concluía la paz. Fuimos, pues, todos juntos a pedir esta licencia, excepto el Embajador de Milán... No se nos dió respuesta cumplida, pero aquella misma noche fué enviado D. Lope Hurtado de Mendoza a decir a los embajadores de Francia, de Florencia, y a mí, que al Cesar le placía que saliésemos de la corte, y que esto había de ser al día siguiente, pero que quería que estuviésemos en un lugar llamado Poza, distante ocho leguas, hasta que los embajadores españoles, que estaban en Francia y en Venecia, recibieran la orden de salir, y se tuviese noticia de haberlo hecho. A todos pareció cosa nueva que se tratase de este modo a los embajadores..., pero nos vimos forzados a hacer cuanto mandó Su Majestad.» Al día siguiente (22 de enero) se presentaron solemnemente dos heraldos de Francia y de Inglaterra a desafiar y declarar la guerra al Emperador, y aquella misma tarde salieron todos los embajadores, bajo la custodia de cincuenta peones y treinta caballos de la guardia del César, [p. 66] camino de Poza la Sal, lugar del señorío de Juan de Rojas, a cinco leguas de Briviesca y ocho de Medina de Pomar. En aquel lugarejo, que nada tenía de cómodo y apacible, permanecieron los ilustres confinados cerca de cuatro meses, hasta que Carlos V tuvo nuevas de que su embajador en Francia había llegado a Bayona.

Navagero, con su habitual prudencia y tacto de mundo, apenas se queja del Emperador, que no podía menos de estar ofendido con la mala fe de sus contrarios; y sólo muy ligeramente alude a las molestias y rigores de su destierro, atribuyéndolos a la poca cortesía de cierto comendador Figueroa, de Guadalajara, que vino a substituir a Lope Hurtado. Pero es claro que las impresiones que recibió en España durante este último año de su embajada no fueron de las más gratas y no pudieron menos de acrecentar el tedio y la tristeza que le produjo el invierno frío y nebuloso de Burgos, sobre lo cual repite un dicho de don Francesillo de Zúñiga: «Que Burgos traía luto por toda Castilla, y que el sol, como las otras cosas, viene a Burgos de acarreo.» No había sitio que no encontrase melancólico, y en sumo grado se lo parecía la Cal Tenebrosa, donde moraba en las casas de Juan Ortega de San Román. Pero lo que faltaba de alegría en la ciudad, quizá por los empañados cristales con que él la miraba, lo encontró de apacible en el trato y de holgado en la vida de sus moradores. «La mayor parte de los vecinos son ricos mercaderes, que andan en sus contrataciones, no sólo por España, sino por todo el mundo, y tienen aquí buenas casas, y viven muy regaladamente. Son los hombres más corteses y más de bien que he visto en España, y muy amigos de los forasteros: las mujeres son en general hermosas, y se visten honestamente.»

Las últimas impresiones que deben recogerse en el Viaje de Navagero son las relativas al país vasco, que atravesó muy rápidamente a su vuelta. Sus dotes de observador juicioso y sagaz lucen aquí como siempre, puesto que se fija en la novedad de los trajes y costumbres, en las condiciones del cultivo, en la elaboración de la sidra, en la industria del hierro, en la pericia náutica y esforzado pecho de los naturales, y finalmente, en la singularidad de la lengua, «la más nueva y extraña que oyó en su [p. 67] vida», y que se inclina a tener por la antigua lengua de España antes que la ocupasen los romanos.

Navagero atravesó la frontera por Hendaya el 30 de mayo de 1528, y fué a dar cuenta de su embajada, de la cual quedaron tan satisfechos sus compatriotas, que poco después le enviaron con igual misión a Francia, donde le asaltó prematura muerte en 8 de mayo de 1529, hallándose en Blois con la corte de Francisco I.

Su muerte produjo inmenso dolor entre los humanistas de Italia, porque era una de las columnas de las buenas letras, y nunca, ni aun en medio del tumulto de la vida diplomática, tan ardua y compleja en aquellos días, había dejado de tributar culto a la severa musa de la filología clásica. En una nota poco advertida de la magnífica edición de Marco Tulio, que en 1534 salió de las prensas de Lucas Antonio de Junta, bajo la dirección de Pedro Vettori (Victorius), dice el editor «que el texto de las Oraciones se presenta muy corregido y restituido en muchos pasajes a su integridad por la comparación de antiguos Códices que Andrés Navagero, patricio veneciano, examinó y registró con sumo trabajo y diligencia en muchas bibliotecas durante sus legaciones de España y Francia.» [1]

Tampoco dejaba de interesarle la literatura vulgar y moderna, y atendía a los encargos que sobre ella le hacían sus amigos italianos. Al magnífico Micer Gaspar Contarini envió un ejemplar del Primuleón, libro de caballerías de los más sonados entonces. A Ramusio las Décadas, de Pedro Mártir, y todas las relaciones que pudo encontrar de los descubrimientos del Nuevo Mundo, para que las aprovechase aquél en su gran Raccolta.

En ninguna de las obras de Navagero que con atención he leído para éste y otros fines, encuentro mencionado el nombre de Boscán. La relación literaria entre ambos consta sólo por un célebre pasaje de Boscán en su carta a la Duquesa de Soma, que [p. 68] sirve de prólogo al libro segundo de sus poesías: «En este modo de invención (si así quieren llamalla) nunca pensé que inventaba ni hacía cosa que hubiese de quedar en el mundo, sino que entré en ello descuidadamente, como en cosa que iba tan poco en hacella que no había para qué dexalla de hacella, habiéndola gana: quanto más, que vino sobre habla. Porque estando un día en Granada con el Navagero (al qual, por haber sido tan celebrado en nuestros días, he querido aquí nombralle a vuestra señoría), tratando con él en cosas de ingenio y de letras, y especialmente en las variedades de muchas lenguas, me dixo por qué no probaba en lengua castellana sonetos y otras artes de trovas usadas por los buenos autores de Italia; y no solamente me lo dixo así livianamente, más aun, me rogó que lo hiciese. Partime pocos días después para mi casa; y con la largueza y soledad del camino, discurriendo por diversas cosas, fuí a dar muchas veces en lo que el Navagero me había dicho; y así comencé a tentar este género de verso. En el qual al principio hallé alguna dificultad, por ser muy artificioso y tener muchas particularidades diferentes del nuestro. Pero después, pareciéndome, quizá con el amor de las cosas propias, que esto comenzaba a sucederme bien, fuí paso a paso metiéndome con calor en ello. Mas esto no bastara a hacerme pasar muy adelante, si Garcilaso con su juicio, el qual no solamente en mi opinión, mas en la de todo el mundo, ha sido tenido por regla cierta, no me confirmara en esta mi demanda. Y así alabándome muchas veces este mi propósito, y acabándomele de aprobar con su exemplo, porque quiso él también llevar este camino, al cabo me hizo ocupar mis ratos ociosos en esto más particularmente.»

El pasaje es claro y terminante, y no cabe negar su trascendencia, como algunos han intentado por mal entendido amor patrio. [1] Boscán habla como sinceramente agradecido, según cumplía a su noble condición, y no es pequeña gloria para Navagero el haber influido de este modo en una literatura extranjera y el haber percibido con tan poco tiempo de residencia en [p. 69] España la aptitud peculiar de nuestra lengua para la adaptación del metro toscano, que vino a ser el molde en que se vació la parte más excelente de nuestras joyas clásicas. Clásicas digo con toda intención, dejando aparte el tesoro de nuestra poesía popular y y de sus imitaciones artísticas, que forma un mundo aparte. Una revolución total en las formas de la poesía lírica no es materia de poca consideración en la historia literaria de un pueblo, ni puede atribuirse nunca a un solo hombre. Claro es que el consejo de Navagero no hubiese sido suficiente para hacer que Boscán perseverase en su empresa, si a la autoridad del docto italiano no se hubiese añadido la de Garcilaso, y sobre todo su ejemplo, porque sólo los grandes poetas son los que hacen triunfar este género de movimientos que renuevan la faz del arte. Pero esto no amengua el mérito de los precursores, como Boscán; de los inteligentes aficionados, como Navagero, que, sembrando la semilla de las nuevas ideas críticas, hacen posible la obra del poeta. Es muy cierto que sin Boscán y sin Navagero se hubiese cumplido más o menos tarde la transformación de nuestra poesía por el influjo italiano que había penetrado en la vida española desde principios del siglo XV, acrecentándose después con el continuo trato y comunicación que en guerra y paz tenían ambas penínsulas hespéricas. Tratábase, por otra parte, de un impulso común a toda Europa, y que no podía menos de triunfar aquí, puesto que triunfó en Inglaterra, donde las condiciones de raza y lengua eran tan diversas, y triunfó, aunque menos completamente, en Francia, donde no fué posible la aclimatación del endecasílabo, pero sí la introducción del soneto y otras combinaciones métricas que se adaptaron a versos de otro número de sílabas y acentuación muy diversa. Lo que Boscán hizo pudo haberlo hecho cualquier otro poeta: estuvo a punto de anticipársele Sa de Miranda, que por aquel mismo tiempo volvía de su viaje a Italia, pero un capricho de la suerte dió a Boscán el lauro de la precedencia cronológica. Hubo algo de fortuito y casual en su encuentro y conversación con Navagero, pero de tales accidentes y casualidades está tejida la trama de la Historia. España no olvidó nunca lo que debía al Embajador de Venecia, leyó con aprecio sus obras, y no es raro hallar imitaciones de sus versos latinos, y aun de los pocos italianos que compuso, en poetas de [p. 70] escuelas tan diversas como Cristóbal de Castillejo y Hernando de Herrera. [1]

El otro grande italiano que había llegado a España dos meses antes que su amigo Navagero, y en España encontró sepultura, era el conde Baltasar Castiglione, a quien los nuestros llamaban Castellón, hispanizando su apellido. Nacido en una alquería del país Mantuano en 6 de diciembre de 1478, discípulo en Milán de Jorge Mérula, de Beroaldo el viejo y del griego Demetrio Chalcondylas, había adquirido en las dos lenguas clásicas la pericia que manifiestan todos sus escritos y especialmente sus poesías latinas, que alguna huella muy notable han dejado en nuestro Parnaso. [2] Pero a diferencia de Navagero, no debe su [p. 71] celebridad a recensiones de textos ni a trabajos de humanista, sino a las obras que compuso en lengua vulgar, o por mejor decir, a una de ellas, a su admirable libro de El Cortesano, que había de tener en Boscán dignísimo intérprete.

Toda la vida de Castiglione había sido preparación práctica de esta obra, una de las más geniales y características del Renacimiento italiano. Hombre de armas y hombre de corte; aventajado en todos los ejercicios y deportes caballerescos; maestro en el arte de la conversación y en todo primor de urbana galantería; profesor sutil de aquella filosofía de amor que la escuela platónica de Florencia había renovado doctamente; curioso especulador de la belleza en los cuerpos, en las almas y en las puras ideas; conocedor fino en las artes del diseño; amigo y consejero de Rafael, en quien parece haber inoculado su propio idealismo estético; pensador político y ameno moralista; poeta lírico y dramático y organizador de fiestas áulicas: todas estas cosas juntas en armónica unidad era Castiglione, sin sombra de pedantismo, con aquella cultura íntegra y multiforme, con aquella serena visión del mundo que renovaba los prodigios de la antigüedad en algunos espíritus selectos del siglo XVI.

No nos incumbe aquí narrar, ni aun en compendio, su vida. Hizo su aprendizaje militar en las bandas del duque de Milán Ludovico Sforza y de su señor natural el marqués de Mantua Francisco Gonzaga, a cuyo lado combatió de la parte de los franceses en la jornada, para ellos tan funesta, del Garellano (1503). Al año siguiente, desaviniéndose con el mantuano, entró al servicio del duque Guidobaldo de Urbino, cuya pequeña corte era [p. 72] la más refinada y elegante de Italia, el centro de toda cortesía y gentileza. Allí se perfeccionó la educación mundana de Castiglione bajo la suave disciplina de la gentil duquesa Isabel Gonzaga y de su cuñada la ingeniosa y aguda Emilia Pía. Allí alternó en fiestas y saraos y pláticas discretísimas (de las cuales viene a ser trasunto idealizado el libro de El Cortesano) con varones tan insignes por su nacimiento o por sus letras como el magnífico Julián de Médicis, hermano del Papa León X; el futuro dux de Génova Octaviano Fregoso; su hermano Federico, que fué arzobispo de Salerno; el conde Luis de Canossa y los futuros cardenales Bembo y Bibbiena, todos los cuales figuran entre los interlocutores de aquellos diálogos. Pero el camarada más íntimo de Castiglione parece haber sido su primo César Gonzaga, a quien tributa tan afectuoso recuerdo al principio de su libro cuarto. Juntos compusieron y recitaron en el carnaval de 1506 la égloga dramática Tirsi. Para otra fiesta análoga del año siguiente fueron compuestas aquellas famosas estancias del Bembo, en que se describe la corte y reino del Amor, las cuales con tanto garbo imitó Boscán en su Octava Rima, que es, sin duda, el más feliz de sus ensayos en el metro italiano. Por cierto que las tales octavas respiran en su original, todavía más que en la imitación castellana, un paganismo epicúreo y sensual que contrasta en gran manera con la platónica doctrina de los Asolani y con la que el mismo Castiglione atribuye a Messer Pietro. Pero de tales contradicciones estaba llena la vida de aquel tiempo; y no debe maravillarnos que en la misma corte de Urbino fuese estrenada en 6 de febrero de 1513 aquella deshonestísima Calandria, de Bernardo Bibbiena, aderezada por el mismo Castiglione con un prólogo e intermedios líricos acompañados de danzas y pantomimas. ¿Ni cómo había de escandalizar en la corte de Isabel Gonzaga, con ser matrona tan ejemplar, lo que algunos años después, en 1518, cuando el autor vestía ya la púrpura cardenalicia, fué vuelto a representar con gran pompa en el Vaticano, en presencia de León X y de toda la corte pontificia?

Estos solaces literarios eran un paréntesis en la actividad política de Castiglione, que había entrado resueltamente en la vida diplomática. Aquellas pequeñas cortes, por su misma elegante debilidad, requerían negociadores muy sagaces que [p. 73] compensasen a fuerza de habilidad seductora e insinuante lo que a sus príncipes faltaba de poder y de territorio. Castiglione fué embajador del Duque de Urbino en la corte del rey de Inglaterra (1506) y negoció con el rey de Francia Luis XII en Milán (1507). A la muerte de Guidobaldo, en 1508, siguió disfrutando la confianza del nuevo duque Francisco María de la Rovere, sobrino del Papa Julio II, y asociado a su política belicosa. Castiglione le prestó algunos servicios en la guerra contra los venecianos, y obtuvo en premio el castillo de Nuvillara, en el país de Pésaro. Pero las cosas cambiaron con el advenimiento de León X, que despojó al de la Rovere del ducado de Urbino para dar la investidura de aquella especie de feudo a su propio sobrino Lorenzo. Hundida la casa ducal en 1516, Castiglione, que la había servido con entera lealtad hasta el último día, se reconcilió con su antiguo señor Francisco Gonzaga, y fué embajador de los Duques de Mantua en Roma, con carácter casi estable, desde 1519. Clemente VII, que ascendió al pontificado en 1523, le honró con el nombramiento de protonotario apostólico, y le confió la más ardua de las misiones que podía haber en aquel tiempo, la Nunciatura de España.

Castiglione salió de Roma el 5 de octubre de 1524, pero, por los mismos motivos que Navagero, se demoró en el viaje, no llegando a Madrid, donde se hallaba entonces el Emperador, hasta el 11 de marzo de 1525. Sus jornadas por España en aquel año y en los dos siguientes fueron las mismas que las de su colega veneciano, es decir las que siguió la corte de Carlos V: Toledo, Sevilla, Granada, Valladolid, Palencia, Burgos. Es lástima que no dejase consignadas sus impresiones en forma análoga a la de Navagero. Todas las cartas de Castiglione que se han impreso [1] son familiares o políticas, no descriptivas, y creemos que tampoco lo sean las que se guardan inéditas en los archivos de Mantua [p. 74] y Roma. [1] Con ellas podrá reconstituirse la historia de su embajada, que ha sido objeto ya de un trabajo especial en Italia [2] y que podría adicionarse desde el punto de vista español con nuevos documentos.

Días de prueba fueron los que pasó el nuncio de Clemente VII en España, y su legación resultó, como no podía menos, un inmenso fracaso. En 6 de mayo de 1527 las bandas tudescas, españolas e italianas entraron a saco en la Ciudad Eterna, con tal Crueldad y barbarie como no se había visto desde los tiempos de Alarico y de Totila. Aquella espantosa orgía de sangre, lujuria y sacrilegio duró meses enteros, sin que hubiese fuerzas humanas que pudiesen atajar los desmanes de la soldadesca. Horronzaron a la cristiandad aquellos escándalos, y no fué pequeña la perturbación de ideas que siguió a la cautividad del Papa y a la triste proeza de los capitanes del Emperador. Los protestantes, los pensadores independientes, llamados erasmistas, y muchos que no eran ni una cosa ni otra, comenzando por los mismos agentes de Carlos V en Italia, miraron el saco de Roma como justo castigo de Dios contra las liviandades, torpezas y vicios de la corte romana y de los eclesiásticos. De esta idea, tantas veces insinuada en las cartas del Abad de Nájera, de Juan Pérez y de Fernando de Salazar, se aprovechó hábilmente el secretario de cartas latinas del Emperador, Alfonso de Valdés, que había redactado, entre otros documentos capitales, las cartas que en 1526 dirigió Carlos V a Clemente VII y al Colegio de Cardenales quejándose de los agravios que había recibido del Papa y solicitando la celebración de un Concilio general. Valdés, que era ardiente e [p. 75] intolerante prosélito de las ideas reformadoras de Erasmo, y quizá iba más lejos, llegando a tocar en los confines del luteranismo, escribió por sí mismo, o más bien, según creo, valiéndose de la pluma de su hermano Juan, el más excelente de los prosistas del reinado de Carlos V, una obra polémica en forma de diálogo, siguiendo la traza y estilo de los coloquios del humanista de Rotterdam. El objeto aparente era defender la conducta del Emperador; el fin principal describir con recóndita y malévola fruición los horrores del asalto y saqueo de Roma, haciendo recaer toda la culpa de la guerra sobre el Papa y sus consejeros, e insinuando de paso las más atrevidas novedades en puntos de disciplina y aun de dogma. Claramente se veía en la exhortación final el propósito de arrastrar al Emperador en la corriente reformista, que comenzaba a mostrarse poderosa y brava en España: «Si él de esta vez reforma la Iglesia, allende del servicio que hará a Dios, alcanzará en este mundo mayor fama y gloria que nunca príncipe alcanzó, y dezirse ha hasta el fin del mundo que Jesu Christo formó la Iglesia y el emperador Carlos V la restauró.» [1]

El Diálogo de Lactancio y un arcediano, escrito en primoroso estilo, como todas las obras que llevan el nombre de Valdés, no fué impreso por de pronto, pero circuló sin nombre de autor en copias manuscritas que se difundieron por toda España y llegaron hasta Alemania. [2] Aunque compuesta con habilidad, y llena de precauciones y atenuaciones, la obra de Valdés no podía menos de traerle disgustos y contrariedades. Juan Alemán, primer secretario del César, enemistado muy de antiguo, y por causas que ignoramos, con su compañero Alfonso, le delató como sospechoso de luteranismo al nuncio del Pontífice. Castiglione leyó el Diálogo, y aunque no padecía de achaque de escrúpulos, no pudo menos de escandalizarse con las irreverencias de la obra y con su tendencia antirromana. Se presentó, pues, al César, y le pidió oficialmente que (si en algo estimaba la amistad del Papa) hiciese recoger y quemar todas las copias del libro. Respondió [p. 76] Carlos V que él no había leído el Diálogo, ni sabía de él; pero que tenía a Valdés por buen cristiano incapaz de escribir a sabiendas herejías: que lo vería despacio y llevaría la cuestión al Consejo. En éste se dividieron los pareceres; pero casi todos fueron contrarios a Alemán y favorables a Valdés. Al fin decretó el César que el Dr. De Praet (Pratensis) y el doctor Granvella examinasen el libro, y que entretanto se abstuviese Valdés de divulgarle más. Juan Alemán y el Nuncio acudieron después al inquisidor general D. Alonso Manrique; leído o hecho examinar el libro, declaró, como buen erasmista, que no hallaba doctrina sospechosa, aunque se censurasen las costumbres del Pontífice y de los eclesiásticos. Replicó Castiglione que, aun dado que la intención del autor hubiese sido sana, lo cual de ninguna manera podía conceder, el tal Diálogo debía ser condenado como libelo infamatorio, por contener muchas injurias contra Roma y la Iglesia, que podían amotinar al pueblo en favor de los luteranos. Puesta así la cuestión, el arzobispo de Sevilla, Manrique, la remitió al de Santiago, presidente del Consejo de Castilla, el cual absolvió a Valdés y su libro de los cargos de injuria y calumnia. Se trataba de una apología de Carlos V, y el resultado no podía ser otro. [1]

El abate Pier Antonio Serassi, erudito colector de las memorias literarias de Castiglione, nos ha conservado las cartas que entre el Nuncio y Valdés mediaron sobre este negocio. No tienen fecha, pero de su contexto y otras circunstancias se deduce que no pudieron escribirse antes de agosto de 1528, ni después de abril de 1529.

«Antes que desta villa partiéssemos para Valencia (escribe Valdés), V. S. me envió a hablar con Micer Gabriel, su secretario, sobre una obrecilla que yo escribí el anno pasado: respondíle sinceramente lo que en el negocio passaba, y de la respuesta, según después él me dixo, V. S. quedó satisfecho, y es la verdad que yo nunca más la he leído, ni quitado, ni añadido cosa alguna en ella, porque mi intención no era publicarla, aunque por la poca lealtad que en cassos semejantes suelen guardar los [p. 77] amigos, aquellos a quien yo lo he comunicado, lo han tan mal guardado que se han sacado más traslados de lo que yo quisiera. Estos días pasados, por una parte Micer Gabriel, y por otra Oliverio, [1] han con mucha instanza procurado de aver este Diálogo, y queriéndome yo informar del fin dello, he descubierto la plática en que V. S. anda contra mí, a causa deste libro, y que ha informado a S. M. que en él hay muchas cosas contra la Religión cristiana, y contra las determinaciones de los Concilios aprobados por la Iglesia, y, principalmente, que dize ser bien hecho quitar y romper las imágenes de los templos, y echar por el suelo las reliquias, y que V. S. me ha hablado sobre esto, y que yo no he querido dexar de perseverar. Porque en esto, como en cualquier otra cosa, siento mi conciencia muy limpia, no he querido dexar de quexarme de V. S. de tratar una cosa como esta tan en perjuicio de mi honra... Y cierto yo no sé qué perseverancia ni obstinación ha visto V. S. en mí; pero todo esto importa poco. Mas en decir V. S. que yo hablo contra determinaciones de la Iglesia, en perjuicio de las imágenes y reliquias, conozco que V. S. no ha visto el libro... y que V. S. ha sido muy mal informado. Y a esta causa digo que si V. S. se quexa de mí que meto mucho la mano en hablar contra el Papa, digo que la materia me forzó a ello, y que quiriendo excusar al Emperador no podía dexar de acusar al Papa, de la dignidad del qual hablo con tanta religión y acatamiento como cualquier bueno y fiel christiano es obligado a hablar, y la culpa que se puede atribuir a la persona procuro cuanto puedo de apartarla dél y echarla sobre sus ministros, y si todo esto no satisface, yo confieso aver excedido en esto algo, y que por servir a V. S. estoy aparejado para enmendarlo, pues ya no se puede encubrir.» [2]

Aunque esta carta parece llana y humilde, algo de disimulación y cautela hubo de ver en ella Castiglione cuando, a pesar [p. 78] de su probada cortesía, dirigió a Alfonso su larga y durísima Risposta, en que se ensaña con él hasta llamarle impudente, sacrílego y furia infernal, y hace mofa de sus defectos corporales, diciendo que «la malignidad, aun sin hablar, se ve pintada en aquellos ojos venenosos, en aquel rostro pestilente y forzada risa»; y se arrebata a pedir que baje fuego del cielo y le abrase. Ni perdona la memoria de los antepasados de Valdés, tachándolos de judíos; le amenaza con el sambenito y la Inquisición por haber escrito en el Diálogo proposiciones enteramente impías y sospechosas de luteranismo; y entrando después en la cuestión política, hace notar que todos los capitanes que asaltaron a Roma tuvieron muerte desastrada, y que el Papa no había hecho la guerra contra el Emperador, sino hostigado de los inauditos desmanes que cometían sus ejércitos en tierras de la Iglesia, y por último, que Carlos V no había mandado ni consentido el saco de Roma; antes tuvo un gran desplacer al saberlo; y públicamente lo dijo así a los embajadores de Francia e Inglaterra, y de las Repúblicas de Florencia y Venecia, y se lo escribió de su mano al Papa.

Es tan virulento y destemplado el tono de esta Risposta , y de tal modo contrasta no sólo con la alta urbanidad y amena índole de Castiglione, sino con la excesiva libertad, o más bien licencia, con que trató de cosas y personas eclesiásticas en varios pasajes de Il Cortegiano, mandados expurgar después de su muerte por la Congregación romana del Índice, que no podemos menos de sentir debajo de sus ásperas palabras la honda agitación de su ánimo perturbado, no sólo por lo espantoso de la catástrofe, sino por el temor de haber perdido la confianza de Clemente VII, que le hacía cargos por no haberse enterado a tiempo de los proyectos de Carlos V y de la marcha de sus tropas sobre Roma. El Nuncio se justificó en una carta escrita desde Burgos en 10 de diciembre de 1527, y el Papa dió por buenas sus excusas. El Emperador, por su parte, le colmó de honores y demostraciones de afecto: consultó con él, como oráculo de las costumbres caballerescas, todos los incidentes de su duelo con el rey de Francia, y le tenía designado como uno de los tres caballeros que habían de acompañarle en el palenque si aquel lance de honor llegaba a verificarse. Más adelante (¡extrañas costumbres!) puso [p. 79] grandísimo empeño en que ocupase la sede episcopal de Ávila, que era de muy pingües rentas, para lo cual empezó por naturalizarle en España, merced que el Nuncio aceptó, aunque no por entonces la del obispado, hasta que estuviese hecha la paz y enteramente concertadas las diferencias entre el Papa y el Emperador. [1] Es de advertir que Castiglione no había entrado aún en las sagradas órdenes, aunque desde 1520 estaba viudo de la noble y hermosa mantuana Hipólita Torelli, a quien dedicó sus mejores versos latinos. Si Castiglione hubiese vivido algo más, es seguro que la iglesia de Ávila le contaría en el catálogo de sus prelados: no es igualmente seguro que hubiese residido allí, dada la relajación que en esto había y que sólo se enmendó después del Concilio de Trento. De todos modos, bien imprevisto fin de vida hubiera sido éste para un hombre tan mundano, a quien el mal diciente Paulo Jovio acusa de teñirse las canas y usar de afeites para encubrir sus años («medicamentis occultata canitie, et multis cultis munditiis juventae decus affectantem»). Sin duda no se resignaba a envejecer tan especulativa y místicamente como el cortesano viejo cuya imagen nos traza en su libro. No pasaba, sin embargo, de los cincuenta años cuando la muerte le sorprendió en Toledo el 2 de febrero de 1529, después de rapidísima enfermedad, a la cual acaso contribuyó la tenaz pasión de ánimo que le afligía desde la aciaga fecha del saco de Roma. Sus exequias fueron las más suntuosas que hasta entonces se hubiesen hecho a ningún nuncio apostólico, y Carlos V exclamó al saber su muerte: «Yo os digo que es muerto uno de los mejores caballeros del mundo.» A los diez y seis meses fué trasladado su cuerpo a Mantua por solicitud de su madre, Luisa Gonzaga, y el cardenal Bembo escribió su elegante epitafio, en que se le considera como obispo electo de Ávila, aunque en España nunca se le ha tenido por tal: «Cum Carolus V Imperator episcopum Abulae creari mandasset. »

[p. 80] Castiglione, lo mismo que Navagero, con quien vivía en íntima comunión de amistad, según testifican sus cartas, encontró tiempo, en medio de su legación, para las tareas literarias. De su curiosidad erudita dan testimonio dos epístolas latinas escritas por el conde Baltasar a Lucio Marineo Sículo, e impresas con la respuesta de éste en su libro De rebus Hispaniae memorabilibus (Alcalá, 1530). Estas cartas no tienen fecha, pero deben de ser de 1528, porque el Nuncio dice en la primera que llevaba tres años en España. En la primera de estas cartas, que traducidas al castellano volvieron a estamparse en 1532, Castiglione solicita de Marineo algunas noticias geográficas e históricas sobre España, «porque soy en gran manera codicioso (dice) de saber las cosas peregrinas y más celebradas, de que muchos escritores han hecho mención, y muy dado a las antigüedades, para la investigación de las cuales ningún espacio he tenido, porque muchos cuidados me oprimen y grandes negocios de día y noche me fatigan en tal manera que me parece estar olvidado de mí mismo».

Las cosas de España que Castiglione quería averiguar eran principalmente catorce, y en este cuestionario se refleja del modo más ingenuo la preocupación arqueológica de los humanistas y la infantil credulidad de que solía ir acompañada: «Y lo primero, por qué fueron dos Españas; conviene a saber, Citerior y Ulterior, y la Citerior, que desde los montes Pirineos toma su principio, hasta dónde alcanzan sus términos: y tras esto, cuáles son en España las ciudades que fueron colonias o poblaciones de los patricios romanos. Asimismo, dónde son las colunas que quedaron por fin y señal de los trabajos de Hércules. Cuál es el monte Castulonense. Dónde fué Numancia, y dónde Sagunto, y cuáles son al presente. A qué parte era el monte llamado Sacro y el río Letheo. Dónde es Bilbilis, natural patria del epigramista Marcial; y dónde está la fuente que deshace la piedra, y la otra que restaña las cámaras de sangre, y en qué parte el profundísimo lago engendrador de los pescados negros, que la pluvia por venir con su gran ruido anuncia. En qué provincia se apacientan las yeguas monteses que según fama conciben del viento.»

Marineo contesta al Nuncio remitiéndole su obra descriptiva de España, que todavía estaba manuscrita Y Castiglione se deshace en elogios de ella ponderando más de lo justo el trabajo del [p. 81] docto siciliano: «Yo de ti no esperaba más noticia que de las catorce cosas que te había rogado, y tú, por tu gran liberalidad, más de ciento y cincuenta mil me ofreciste, los cuales, dexando aparte todos los otros negocios míos, pasé en continuos nueve días, que todos ellos con sus noches, salvo pocas horas que para a la natura en comer y dormir empleé, y nunca me sentí harto ni cansado de tan luenga lección, a lo cual en tan grande obra ayuda mucho el estilo de tu oración, que así como apacible río sin murmurio se extiende. Y tras esto la muchedumbre de cosas nuevas, varias y muy agradables, que a los lectores principalmente suelen dar delectación.» [1]

Cuando Navagero y Castiglione hicieron morada entre nosotros dominaba en las inteligencias más claras y vigorosas de la Península el humanismo alemán, representado especialmente por Erasmo: dirección menos artística, sin duda, que el humanismo italiano, pero más profunda y de más trascendentales resultados, tanto en la esfera de la filología como en el movimiento general de las ideas y en la reforma de los estudios. Tanto el Nuncio como el embajador de Venecia tenían que encontrarse en cierta hostilidad con este grupo, no sólo por antipatías literarias, sino por diferencias político-religiosas, que en el grave incidente provocado por el Diálogo de Alfonso de Valdés quedaron bien claras. Un erasmista de los más celosos, el valenciano Pedro Juan Oliver, relata en cierta epístola al propio Erasmo una disputa que tuvo inter pocula sobre el estilo de su maestro, acerbamente criticado por los dos diplomáticos y por un cierto Andrés de Nápoles. «No puede sufrir esta nación (dice) que un solo alemán haya rebajado toda la ostentación de Italia. El escritor que quieren oponer a Erasmo es Joviano Pontano, hombre erudito según he podido observar en sus escritos, pero extraordinariamente afectado en las palabras: dicen que el estilo de Erasmo nada vale comparado con su estilo.» [2] Si sólo de estilos se trataba, [p. 82] podían tener razón en su preferencia Castiglione y Navagero, puesto que no hay escritor más opulento, ameno y florido que Pontano en toda la latinidad moderna, lo cual no impide que Erasmo, con su estilo neológico y personal, importe mucho más en la histona de la cultura humana. Juan de Valdés, que era fino crítico, gustaba juntamente de Erasmo y de Pontano, y a uno y otro recuerda en su diálogo lucianesco de Mercurio y Carón.

Un año antes de descender Castiglione a la tumba había salido de las prensas venecianas de Aldo Manucio y de su suegro Andrés de Asola la primera edición de Il Cortegiano, a la cual atendieron, por ausencia del autor, sus amigos Bembo y Ramusio. [1] La elaboración de esta obra había sido muy lenta. Concebida en las horas felices de la corte de Urbino, recibió su pnmera forma literaria en Roma desde 1514 a 1518, pero no de un modo definitivo, porque Castiglione, amante de la perfección como todos los grandes hombres de su tiempo, y deseoso al mismo tiempo de hacer entrar en su libro la flor de la antigüedad griega y latina, entretejiéndola ingeniosamente con sus propios conceptos, no se hartaba de corregir y adicionar sus borradores, según lo prueban las vanas redacciones que de ellos existen en manuscritos o enteramente autógrafos o llenos de enmiendas de su mano, como hace notar V. Cian, a quien debemos la más sabia edición y el mejor comentario de El Cortesano. [2] Estos manuscritos, todavía imperfectos, no pudieron ocultarse a la coriosidad [p. 83] de los amigos del autor, y gracias a una feliz indiscreción de la egregia marquesa de Pescara, Victoria Colonna, se divulgaron varios fragmentos en Nápoles, dando esto ocasión a que Castiglione, que se queja de esta infidelidad en una carta muy discreta y galante que escribió a la gentil poetisa desde Burgos a 27 de septiembre de 1527, se determinase a recoger aquel hijo de su espíritu para que no anduviese vagando por puertas ajenas. «Últimamente algunos más piadosos que yo me han obligado a hacerlo transcribir, tal como lo ha consentido la brevedad del tiempo, y mandarlo a Venecia para que allí se estampe... Y quedo con mayor obligación hacia V. S. porque la necesidad de hacerlo imprimir con tanta premura me ha librado de la fatiga de añadirle muchas cosas que ya tenía ordenadas en mi ánimo, las cuales no podían menos de ser de tan poco momento como todas las demás, y con esto se aliviará el cansancio y al autor la censura.» [1]

Lo único que Castiglione añadió en España a su libro es la larga epístola dedicatoria a D. Miguel de Silva, obispo de Viseo, una de las figuras más brillantes en la corte portuguesa del Renacimiento en los días de D. Manuel y de D. Juan III, pero todavía más en la corte romana, donde acabó por naturalizarse contra la voluntad de su rey, obteniendo el capelo cardenalicio y la legación de España en tiempo de Paulo III. Don Miguel de Silva no sólo era un gran señor, magnífico y ostentoso como otros prelados de su tiempo ( « Omnis elegantiae iucundus arbiter » le llama el maldiciente Paulo Jovio), sino también hombre de culto ingenio y elegante poeta latino, cuyas inscripciones métricas llegaron a esculpirse en el Capitolio. [2]

[p. 84] A no existir en la Biblioteca Laurenciana de Florencia un códice de Il Cortegiano firmado por Castiglione en Roma a 23 de mayo de 1524, Cuyo texto, publicado por Cian, representa la redacción definitiva, donde nada falta de lo que apareció luego en la edición aldina, hubiéramos dicho sin vacilar que ciertos pasajes de El Cortesano no pudieron menos de ser escritos en nuestra Península. [1] Tal acontece sobre todo con el magnífico elogio de la Reina Católica que hace Julián de Médicis en el libro tercero. Este trozo refleja de tal modo la tradición viva de los contemporáneos de aquella extraordinaria mujer, que por lo menos hay que admitir que Castiglione, antes de su legación en España, había vivido en íntimo trato con muchos españoles, y de sus labios había recogido aquel entusiasta panegírico, que me place repetir aquí con las bellas palabras de su intérprete Boscán, ya que le omitió Clemencín al recopilar los elogios de la inmortal Princesa:

«Si los pueblos de España, los señores, los privados, los hombres y las mujeres, los pobres y los ricos, todos, no están concertados en querer mentir en loor della, no ha habido en nuestros tiempos en el mundo más glorioso exemplo de verdadera bondad, de grandeza de ánimo, de prudencia, de temor de Dios, de honestidad, de cortesía, de liberalidad, y de toda virtud, en fin, que esta gloriosa Reina; y puesto que la fama desta señora en toda parte sea muy grande, los que con ella vivieron, y vieron por sus mismos ojos las cosas maravillosas della, afirman haber esta fama procedido totalmente de su virtud y de sus grandes hechos. Y el que quisiere considerar sus cosas, fácilmente conocerá ser la verdad ésta; porque dexando otras infinitas hazañas suyas que darían desto buen testigo, y podrían agora decirse, si éste fuese nuestro principal propósito, no hay quien no sepa que, cuando ella comenzó a reinar, halló la mayor parte de Castilla en poder de los grandes; pero ella se dió tan buena maña, y tuvo tal seso en cobrallo todo tan justamente, que los mismos [p. 85] despojados de los estados que se habían usurpado, y tenían ya por suyos, le quedaron aficionados en todo extremo, y muy contentos de dexar lo que poseyan. Cosa es también muy sabida con cuánto esfuerzo y cordura defendió siempre sus reinos de poderosísimos enemigos. A ella sola se puede dar la honra de la gloriosa conquista del reino de Granada; porque en una guerra tan larga y tan difícil contra enemigos obstinados, que peleaban por las haciendas, por las vidas, por su ley, y al parecer dellos, por Dios, mostró siempre con su consejo, y con su propia persona tanta virtud, que quizá en nuestros tiempos pocos príncipes han tenido corazón, no digo de trabajar en parecelle, mas ni aun de tenelle invidia. Demás desto afirman todos los que la conocieron haberse hallado en ella una manera tan divina de gobernar, que casi parecía que solamente su voluntad bastaba por mandamiento, porque cada uno hacía lo que debía sin ningún ruido, y apenas osaba nadie en su propia posada y secretamente hacer cosa de que a ella le pudiese pesar. Y en gran parte fué desto causa el maravilloso juicio que ella tuvo en conocer y escoger los hombres más hábiles y más cuerdos para los cargos que les daba. Y supo esta señora así bien juntar el rigor de la justicia con la blandura de la clemencia y con la liberalidad, que ningún bueno hubo en sus días que se quexase de ser poco remunerado, ni ningún malo de ser demasiadamente castigado, y desto nació tenelle los pueblos un extremo acatamiento mezclado con amor y con miedo, el cual está todavía en los corazones de todos tan arraigado, que casi muestran creer que ella desde el cielo los mira, y desde allá los alaba o los reprehende de sus buenas o malas obras, y así con sólo su nombre y con las leyes establecidas por ella se gobiernan aún aquellos reinos de tal manera, que aunque su vida haya fallecido, su autoridad siempre vive, como rueda que movida con gran ímpetu largo rato, después ella misma se vuelve como de suyo por buen espacio, aunque nadie la vuelva más. Considera tras esto, señor Gaspar, que en nuestros tiempos todos los hombres señalados de España y famosos en cualquier cosa de honor han sido hechos por esta Reina; y el Gran Capitán Gonzalo Hernández mucho más se preciaba desto que de todas sus vitorias y excelentes hazañas, las cuales en paz y en guerra le han hecho tan señalado, que si la fama no es muy ingrata. siempre en el [p. 86] mundo publicará sus loores y mostrará claramente que en nuestros días pocos reyes, o señores grandes, hemos visto que en grandeza de ánimo, en saber y en toda virtud no hayan quedado baxos en comparación dél.» [1]

[p. 87] No procede aquí un minucioso análisis de Il Cortegiano, libro que, sin llegar a las alturas del genio, pertenece en algún modo a la literatura universal, y ha sido rectamente juzgado por críticos de todas las lenguas. No es mucho quizá lo que de original contiene, pero es tan hábil la adaptación de lo antiguo y su compenetración con lo moderno; tan viva y eficaz la pintura de un mundo poético y aristocrático que una sola vez ha aparecido en la historia con este carácter de elegancia y perfección; tan rico y expansivo, y al mismo tiempo tan delicado, el tipo de hombres que presenta; tan varia e intensa la cultura que en sus diálogos rebosa, y tan constante el reflejo del ideal en ellos, que bien puede estimarse la obra de Castiglione no sólo como espejo de la vida áulica, sino como el mejor tratado de educación social en su tiempo. A pesar de su título y de ciertas anécdotas algo ligeras, no es un frívolo repertorio de buenas maneras y de trato cortesano, un manual de urbanidad como el Galateo, que poco después escribió Messer Giovanni della Casa, ni un decálogo de prudencia mundana sutil, pesimista y fría como los tratados de Gracián, ni mucho menos un código de egoísmo correcto y elegante inmoralidad como las Cartas de lord Chesterfield a su hijo. El ideal pedagógico del conde Baltasar es mucho más alto y generoso que todo eso, y ni siquiera está enturbiado por el maquiavelismo político de su siglo. El perfecto cortesano y la perfecta dama cuyas figuras ideales traza, no son maniquíes de corte ni ambiciosos egoístas y adocenados que se disputan en oscuras intrigas la privanza de sus señores y el lauro de su brillante domesticidad. Son dos tipos de educación general y ampliamente humana, que no pierde su valor aunque esté adaptada a un medio singular y selecto, que conservaba el brío de la Edad Media sin su rusticidad, y asistía a la triunfal resurrección del mundo antiguo sin contagiarse de la pedantería de las escuelas. La educación tal como la entiende Castiglione desarrolla armónicamente todas las facultades físicas y espirituales sin ningún exclusivismo dañoso, sin hacer de ninguna de ellas profesión especial, porque no [p. 88] trata de formar al sabio, sino al hombre de mundo, en la más noble acepción del vocablo.

Por eso el cortesano ha de ser de buen linaje, de claro ingenio, «gentil hombre de rostro y de buena disposición de cuerpo»; diestro en el uso y ejercicio de todas armas, sin presunción, temeridad ni jactancia; muy buen cabalgador de brida y de jineta; hábil en la lucha, en la carrera y en el asalto, en el juego de pelota, en la montería y en la natación, en todo artificio de fuerza y ligereza, de tal modo que «en correr lanzas y en justar lo haga mejor que los italianos; en tornear, en tener un paso, en defender o entrar en un palenque, sea loado entre los más loados franceses; en jugar a las cañas, en ser buen torero, en tirar una barra o echar una lanza, se señale entre los españoles». Y en todo ello ha de poner una gracia indefinible, un señoril y no afectado descuido que encubra el arte y el esfuerzo y la fatiga cuando los hubiere. Es regla generalísima, principio capital de El Cortesano, o por mejor decir alma escondida de todo el libro, el odio a la afectación y el culto de la gracia, así en los ejercicios militares y gimnásticos como en las danzas y saraos, y en la conversación y en la escritura.

El programa de educación intelectual que Castiglione traza para su perfecto cortesano no abarca las ciencias naturales, que entonces estaban en la infancia; no comprende la filosofía pura, a lo menos la filosofía de las escuelas, aunque de ella se muestran muy informados los interlocutores; pero es sumamente amplio en lo que toca a las letras humanas y a la teoría y práctica de las bellas artes. «Querría yo que nuestro cortesano fuese en las letras más que medianamente instruído, a lo menos en las de humanidad, y que tuviese noticia no sólo de la lengua latina, mas aún de la griega, por las muchas y diversas cosas que en ella maravillosamente están escritas. No dexe los poetas ni los oradores, ni cese de leer historias; exercítese en escribir en metro y en prosa, mayormente en lengua vulgar, porque demás de lo que él gustará dello, terná en esto un buen pasatiempo para entre mujeres, las cuales ordinariamente huelgan con semejantes cosas. Y si por otras ocupaciones o por poca diligencia no alcanzare en esto tanta perfección que lo que escribiere merezca ser muy alabado, sea cuerdo en callarlo, porque no hagan burla dél; [p. 89] solamente lo muestre a algún amigo de quien se fíe, y no cure por eso de dexar de escribir algo a ratos, que aunque no lo haga muy bien, todavía le aprovechará para que, escribiendo, entienda mejor lo que los otros escribieren. Que a la verdad muy pocas veces acontece que quien no escribe sepa, por docto que sea, juzgar los escritos ajenos, ni guste de las diferencias y ventajas de los estilos y de aquellas secretas advertencias y finezas que se suelen hallar en los antiguos.»

Siendo la vida del cortesano una verdadera obra de arte, claro es que no puede ser forastero en ninguna de las artes propiamente dichas. No sólo se le exige inteligencia musical «y cantar bien por el libro», sino destreza en tañer diversos instrumentos, «para que con ella sirváis y deis placer a las damas, las cuales de tiernas y de blandas fácilmente se deleitan y se enternecen con la música». No es de menos importancia que aprenda y practique el Dibujo, y sea fino conocedor en Pintura y Escultura, no sólo «para saber alcanzar el primor de las estatuas antiguas y modernas, de los vasos, de los edificios, de las medallas, de los camafeos, de los entalles y de otras semejantes cosas», sino para conocer la lindeza de los cuerpos vivos y las proporciones de hombres y animales.

El hombre así formado brillará en toda conversación sin buscar ambiciosamente el brillo; sabrá alternar lo serio con lo jocoso; no esquivará en tiempo oportuno los motes, gracejos y donaires; sabrá novelar con garbo, contar anécdotas picantes y hacer sutiles burlas a sus amigos, en todo lo cual Castiglione le concede grandes ensanches, que no dejan de dar extraña idea del tono dominante en una corte que pasaba por la más severa y decorosa de Italia. Pero esta liviandad es meramente superficial, y por decirlo así, literaria. El espíritu moral del libro es de lo más puro que puede encontrarse en ningún autor italiano de su tiempo. El perfecto caballero amará y servirá a una dama digna de él y cuya educación es trasunto de la suya en lo que tiene de más espiritual y elevado. La pretenderá cuando joven con honesto fin de matrimonio, y en su vejez podrá amarla con místico y ferviente idealismo, valiéndose de la contemplación de la belleza corpórea como de escala para ascender a la cumbre de la belleza increada y absoluta.

Pero ni estas graves y filosóficas meditaciones ni las artes de [p. 90] puro agrado, ni todos los ornamentos con que Castiglione se complace en decorar a su héroe, son el fin último de la profesión cortesana, que en el concepto de nuestro autor envuelve una pedagogía política, cuyos fundamentos procura indagar en el libro cuarto y último de su obra, aplicando a los pequeños principados de Italia mucho de lo que Platón y Aristóteles observaron y especularon sobre las repúblicas antiguas. No nos engañe el nombre de cortesano, pues lo que se trata de formar es un verdadero hombre civil, maestro y consejero de príncipes, a quienes pueda decir la verdad y llevarlos por el recto camino, estudiando sus hábitos e inclinaciones, mejorando las buenas y enderezando las torcidas, apartándolos de la tiranía y de la injusticia, dominándolos con el ascendiente de la virtud, asistida de todas las gracias naturales y adquiridas. Entendido así el oficio de cortesano, Aristóteles mismo se hubiera honrado con él en opinión de Castiglione, y fué obra de cortesanía la que hizo en la educación de Alejandro: «Aristótil, demás de encaminar y poner a este gran Rey en aquel propósito gloriosísimo, que fué querer hacer que el mundo fuese como una sola patria universal, y todos los hombres como un solo pueblo que viviese en amistad y concordia, debaxo de un solo gobierno y de una sola ley que resplandeciese y alumbrase generalmente a todos, como hace la luz del Sol, le formó tal en las ciencias naturales y en las virtudes del alma, que le hizo sapientísimo, esforzadísimo, continentísimo y verdadero filósofo moral, no solamente en las palabras, mas aún en las obras, porque no se puede imaginar más excelente filosofía que traer a que supiesen estar juntos y vivir con la orden que se suele tener en las buenas ciudades unos pueblos tan bárbaros y fieros como los que habitan en Bactra, en el Cáucaso, en la India y en Scitia, y enseñarles la ley del matrimonio, el arte de la labranza, el amar y honrar a sus padres, el abstenerse de robos y de homicidios y de otras abominables costumbres, el edificar tantas ciudades famosas en tierras extrañas; de manera que infinitos hombres fueron por causa destas leyes reducidos de la vida salvaje y bestial a la humana; y estas cosas que Alexandre hizo, todas se las hizo hacer Aristótil siendo buen cortesano.» [1]

[p. 91] El libro de Castiglione está penetrado por el espíritu y por la letra de la antigüedad en todas sus páginas. Innumerables son los pasajes que espléndidamente tradujo o imitó de los poetas y prosistas más diversos, como puede verse en el precioso comentario crítico de Cian, que justifica estas palabras, entre malignas y laudatorias, de Paulo Jovio: «quo opere iocundissimo graecae latinaeque facultatis peramoenos flores decerpsisse videtur ». Y, sin embargo, esta obra de taracea está llena de juventud y frescura; lo antiguo aparece incrustado allí sin violencia ni esfuerzo, porque el mundo clásico no era entonces materia de erudición escolástica, sino realidad viva y presente a los ojos de aquellos hombres que tenían en él la verdadera patria de su alma. Pero al mismo tiempo vivían intensamente de la vida de su tiempo, y con razón pondera el erudito anotador de Il Cortegiano «aquella amplitud de concepción, aquel sabio y templado eclecticismo, aquella iluminada y exquisita representación de hechos y de elementos literarios y artísticos y de antigüedad y de modernidad, de idealidades aristocráticas y de concepciones prácticas y positivas, pero nunca groseras ni plebeyas».

Aunque muy versado en ambas antigüedades, Castiglione, cuyo saber no igualaba al de Navagero, era más latinista que helenista, como casi todos los italianos de su tiempo, excepto el grupo veneciano de la Academia Aldina y el grupo neoplatónico de Florencia. Así es que, a pesar de las frecuentes reminiscencias de Aristóteles, de Plutarco, de Xenofonte, son muchas más las imitaciones de los autores latinos, especialmente de Cicerón, que era el ídolo literario del Renacimiento. Castiglione, con más felicidad que muchos otros, acomoda a la lengua vulgar el tipo de su prosa, y hasta en la traza y disposición de sus diálogos recuerda mucho los De Oratore, que, por otra parte, saquea a manos llenas al tratar de las fuentes de la risa y de los chistes (no siempre chistosos) que ha de decir el orador y que Castiglione traslada a su cortesano. Pero si bien aquellas conversaciones son ciertamente las mas animadas y familiares de Cicerón, y se enlazan con grandes nombres y recuerdos de la República romana, que aun a través de los siglos nos interesan alta y solemnemente, no es temeridad decir que su imitador italiano le lleva gran ventaja en todo lo que pudiéramos llamar la parte plástica del diálogo, [p. 92] en el interés casi dramático con que se preparan, interrumpen y contrastan los discursos, en la variedad de tonos, en la gracia de las transiciones, en la viveza de las réplicas, en la pintura del medio ambiente, y sobre todo en el interés psicológico de los caracteres, que es la parte más difícil del arte dialogística y en la cual Platón, como en todo, fué insuperable maestro, nunca igualado por los latinos.

Gracias a esta forma del diálogo, tan viva y dramática de suyo, y al mismo tiempo tan apta para la esgrima dialéctica, alternan en El Cortesano las más variadas disertaciones, sin que ninguna de ellas degenere en prolija, que fuera defecto intolerable en una conversación de gente tan culta y en presencia de damas tan exquisitas y refinadas. Lo cual no quita que tales pláticas sean en el fondo muy substanciales y muy sólidas. Es grande el caudal de ideas artísticas, sociales y aun filosóficas que allí se vierten como jugando, y aunque algunas parezcan triviales hoy, no lo eran entonces, ni lo serán nunca por la gracia con que están expresadas. Tal sucede con la eterna cuestión de la lengua italiana, en que Castiglione, como lombardo que era, profesa una doctrina muy liberal, oponiéndose al intolerante purismo de los florentinos y a la imitación exclusiva de Petrarca y de Boccaccio. Tal en la disputa, no menos debatida en las Academias italianas y en los antiguos tratadistas de Arte, sobre los límites de la Pintura y la Escultura y la preeminencia de una u otra de estas artes. Tal en los ingeniosos razonamientos del Magnífico Julián defendiendo y loando a las mujeres contra las malignas observaciones de otros interlocutores. Tal en la discusión de las formas de gobierno, en que se muestra el autor partidario de los estados mixtos. Tal, como digno remate del libro, en aquella hermosísima oración sobre el amor y la hermosura, que inspirándose a un tiempo en el Banquete y en el Fedro de Platón, en el Comentario de Marsilio Ficino, en los Asolani del Cardenal Bembo, y también, según creo, en la Philographia de nuestro León Hebreo (Judas Abarbanel), [1] resume con rasgos indelebles [p. 93] aquella parte de las doctrinas platónicas y del misticismo amoroso que, saliendo de las escuelas, había llegado a penetrar en el mundo elegante de Italia y en el círculo de sus poetas y artistas. Poniendo este discurso en boca de Bembo, que había expresado las mismas ideas en los diálogos sobre el amor que dedicó a Lucrecia Borja (1505), Castiglione lucha con él y le vence, porque tiene más arranque poético, mas brío de estilo, más opulenta fantasía. Lo que en el uno parece artificioso y amanerado es en el otro un himno triunfal a la Belleza.

Tal es el libro capital y memorable en los anales del Renacimiento, que naturalizó entre nosotros el barcelonés Boscán, traduciéndole en la lengua castellana más rica, discreta y aristocrática que puede imaginarse. No es inverosímil que tuviera alguna noticia de él antes de su publicación, puesto que Boscán residía en la corte del Emperador y mantenía relaciones literarias con Navagero, amigo inseparable de Castiglione. Pero es seguro que nuestro poeta no leyó El Cortesano impreso hasta mucho después de la muerte del Nuncio, y esto por mediación de Garcilaso, que le obsequió desde Italia con un ejemplar. Así consta en la linda carta con que Boscán dedicó su traducción en 1533 «a la muy magnífica Señora Doña Gerónima Palova de Almogavar», que a juzgar por el segundo apellido debía de ser parienta suya:

«No ha muchos días que me envió Garcilasso de la Vega (como Vuestra Merced sabe) este libro llamado El Cortesano, compuesto en lengua italiana por el conde Baltasar Castellón. Su título y la autoridad de quien me le enviaba me movieron a leelle con diligencia. Vi luego en él tantas cosas tan buenas, que no pude dexar de conocer gran ingenio en quien le hizo. Demás de parecerme la invinción buena, y el artificio y la dotrina, parecióme la materia de que trata, no solamente provechosa y de mucho gusto, pero necesaria por ser de cosa que traemos siempre entre las manos. Todo esto me puso gana que los hombres de nuestra nación participasen de tan buen libro, y que no dexasen de entendelle por falta de entender la lengua, y por eso quisiera traducille luego. Mas como estas cosas me movían a hacello, así otras muchas me detenían que no lo hiciese; y la más principal era una opinión que siempre tuve de parecerme vanidad baxa y de hombres de pocas letras andar romanzando libros; que aun [p. 94] para hacerse bien vale poco, cuanto más haciéndose tan mal, que ya no hay cosa más lexos de lo que se traduce que lo que es traducido. Y así tocó muy bien uno, que hallando a Valerio Maximo en romance, y andando revolviéndole un gran rato de hoja en hoja sin parar en nada, preguntado por otro qué hacia respondió que buscaba a Valerio Máximo. [1] Viendo yo esto, y acordándome del mal que he dicho muchas veces de estos romancistas (aunque traduzir este libro no es propiamente romanzalle, sino mudalle de una lengua vulgar en otra quizá tan buena), no se me levantaban los brazos a esta tradución. Por otra parte me parecía un encogimiento ruin no saber yo usar de libertad en este caso, y dexar por estas consideraciones o escrúpulos de hacer tan buena obra a muchos, como es ponelles este libro de manera que le entiendan.»

Al fin venció sus temores el mandato de la gentil señora a quien dirige su deliciosa epístola:

«Andando yo en estas dudas, Vuestra Merced ha sido la que me ha hecho determinar mandándome que le traduxese; y así todos los inconvenientes han cesado, y sólo he tenido ojo a serviros; y estoy tan confiado con tener tan buen fin, que esta sola confianza basta para hacerme acatar esto. Cuanto más que este libro dándose a vos es vuestro, y así vos miraréis por él en aproballe y defendelle si fuere bueno, o en ponelle en parte donde no parezca siendo malo. Yo sé que si yo no le he estragado en el traducille, el libro es tal que de ninguna otra cosa tiene necesidad, sino de un ingenio como el de Vuestra Merced que sea para entendelle y gustalle. Y así he pensado muchas veces que este Cortesano ya cuanto a lo primero es dichoso; porque en Italia alcanzó por señora a la Marquesa de Pescara, que tiene fama de la más avisada mujer que hay en todas aquellas tierras, y casi en sus manos nació, y ella le tomó a su cargo y le crió y le hizo hombre para que pudiese andar por el mundo ganando honra; y agora en España habrá alcanzado a ser de Vuestra Merced, que (por hablar templadamente) tenéis las mismas calidades della; y a él podréisle hacer tanta honra que quizá le baste para no [p. 95] querer más, ni curar de otra cosa ya sino de sosegarse y descansar de sus trabajos en vuestras manos.»

Su traducción no fué literal ni servil, y él declara por qué:

«Yo no terné fin en la tradución deste libro a ser tan estrecho que me apriete a sacalle palabra por palabra; antes, si alguna cosa en él se ofreciere, que en su lengua parezca bien y en la nuestra mal, no dexaré de mudarla o de callarla. Y aun con todo esto he miedo que según los términos de estas lenguas italiana y española y las costumbres de entrambas naciones no son diferentes, no haya de quedar todavía algo que parezca menos bien en nuestro romance. Pero el sujeto del libro es tal, y su proceso tan bueno, que quien le leyere será muy delicado si entre tantas y tan buenas cosas no perdonare algunas pequeñas, compensando las unas con las otras. La materia de que trata, luego en el principio de la obra se verá es hacer un cortesano perfeto, y tal como Vuestra Merced lo sabría hacer si quisiese. Y porque para un perfeto cortesano se requiere una perfeta dama, hácese también en este libro una dama tal que aun podrá ser que la conozcáis y le sepáis el nombre si la miráis mucho.

Para todo esto ha sido necesario tocar muchas cosas en diversas facultades, todas de gran ingenio y algunas dellas muy hondas y graves. Por eso no me maravillaría hallarse quizá algunos de los que consideran las cosas livianamente y no toman dellas sino el aire que les da en los ojos, que les parezca mal enderezar yo a Vuestra Merced un libro, que aunque su fin principal sea tratar de lo que es necesario para la perfición de un cortesano, todavía toque materias entricadas y más trabadas en honduras de ciencia de lo que pertenezca a una mujer y moza y tan dama. A esto respondo que el que hizo el libro entendió esto mejor que ellos, y de tal manera mezcló las cosas de ciencia con las de gala, que las unas se aprovechan y se valen con las otras, y están puestas tan a propósito y tan en su lugar, y los términos que hay en ellas, si algunos por ser de filosofía se aciertan a ser pesados, son tan necesarios allí donde están, y asentados con tan buen artificio, y tan desculpados por los mismos que allí los usan, y dichos tan chocarreramente donde es menester, que a todo género de personas, así a mujeres como a hombres, convienen y han de parecer bien, sino a necios. Y aunque [p. 96] todo esto no fuese, vuestro entendimiento y juicio es tal que vos no os habéis de encerrar en las estrechezas ordinarias de otras mujeres, sino que toda cosa de saber os ha de convenir totalmente. Y en fin, porque ya sobre esto no haya más que debatir, quiero aprovecharme de un argumento casi semejante al de un filósofo, que disputando un día con él muchos, y haciéndole grandes razones para proballe que no había movimiento en las cosas, la respuesta que les dió para concluilles fué levantarse de donde estaba asentado y pasearse, y allí nadie pudo negar el movimiento. Y así a éstos quiero yo también concluilles con que Vuestra Merced se mueva un poco, y os vean cómo entendéis y gustáis las cosas por altas que sean, y entonces verán si os son convenibles o no. En fin, Vuestra Merced ha de ser aquí el juez de todo, vos veréis el libro y el cortesano, y lo que yo he hecho por él en habelle puesto en vuestras manos. Si os pareciere que he salido de esto con mi honra, agradézcame la voluntad y la obra, y si no, a lo menos la voluntad, pues ha sido de serviros, no se pierda.»

De este modo sabrosísimo escribía la prosa Boscán, y no sé cuántos castellanos de su tiempo podrían competir con este forastero en la lengua . Su carta no queda deslucida en nada por otra que inmediatamente la sigue, escrita a la misma D.ª Jerónima por la áurea pluma del toledano Garcílaso de la Vega. Ambos ingenios, de tan distintos quilates en sus versos, parecen uno mismo en la rara excelencia de su prosa, de la cual Garcilaso no nos ha dejado más que esta muestra:

«Sí no hubiera sabido antes de agora dónde llega el juicio de Vuestra Merced, bastárame para entendello ver que os parecía bien este libro. Mas ya estábades tan adelante en mi opinión, que pareciéndome este libro bien hasta aquí por muchas causas, la principal por donde agora me lo parece es porque le habéis aprobado, de tal manera que podemos decir que le habéis hecho, pues por vuestra causa le alcanzamos a tener en lengua que le entendemos. Porque no solamente no pensé poder acabar con Boscán que le traduxese, mas nunca me osé poner en decírselo, segun le oía siempre aborrecerse con los que romanzan libros, aunque él a esto no lo llama romanzar, ni yo tampoco; mas aunque lo fuera, creo que no se escusara dello mandándolo Vuestra Merced. Estoy muy satisfecho de mí, porque antes que el libro [p. 97] viniese a vuestras manos, ya yo lo tenía en tanto como entonces debía; porque si agora, después que os parece bien, empezara a conocelle, creyera que me llevaba el juicio de vuestra opinión. Pero ya no hay que sospechar en esto, sino tener por cierto que es libro que merece andar en vuestras manos, para que luego se le parezca dónde anduvo y pueda después andar por el mundo sin peligro. Porque una de las cosas de que mayor necesidad hay, doquiera que hay hombres y damas principales, es de hacer, no solamente todas las cosas que en aquella su manera de vivir acrecientan el punto y el valor de las personas, mas aun de guardarse de todas las que puedan abaxalle. Lo uno y lo otro se trata en este libro tan sabia y cortesanamente, que no me parece que hay que desear en él sino vello cumplido todo en algún hombre; y también iba a decir en alguna dama, si no me acordara que estábades en el mundo para pedirme cuenta de las palabras ociosas. Demás de todo esto, puédese considerar en este libro que como las cosas muy acertadas siempre se estienden a más de lo que prometen, de tal manera escribió el conde Castellón lo que debía hacer un singular cortesano, que casi no dexó estado a quien no avisase de su oficio.

En esto se puede ver lo que perdiéramos en no tenelle; y también tengo por muy principal el beneficio que se hace a la lengua castellana en poner en ella cosas que merezcan ser leídas; porque yo no sé qué desventura ha sido siempre la nuestra, que apenas ha nadie escrito en nuestra lengua sino lo que se pudiera muy bien escusar, aunque esto sería malo de probar con los que traen entre las manos estos libros que matan hombres. [1]

Y supo Vuestra Merced muy bien escoger persona por cuyo medio hiciésedes este bien a todos, que siendo a mi parecer tan dificultosa cosa traducir bien un libro como hacelle de nuevo, dióse Boscán en esto tan buena maña, que cada vez que me pongo a leer en este su libro, o (por mejor decir) vuestro, no me parece que le hay escrito en otra lengua. Y si alguna vez se me acuerda del que he visto y leído, luego el pensamiento se me vuelve al que tengo entre las manos. Guardó una cosa en la lengua castellana que muy pocos la han alcanzado, que fué huir [p. 98] del afetación sin dar consigo en ninguna sequedad, y con gran limpieza de estilo usó de términos muy cortesanos y muy admitidos de los buenos oídos, y no nuevos ni al parecer desusados de la gente. Fué, demás desto, muy fiel tradutor, porque no se ató al rigor de la letra, como hacen algunos, sino a la verdad de las sentencias, y por diferentes caminos puso en esta lengua toda la fuerza y el ornamento de la otra, y así lo dexó todo tan en su punto como lo halló, y hallólo tal, que con poco trabaxo podrían los defensores de este libro responder a los que quisiesen tachar alguna cosa dél. No hablo en los hombres de tan tiernos y delicados oídos que entre mil cosas buenas que terná este libro les ofenderá una o dos que no serán tan buenas como las otras; que destos tales no puedo creer sino que aquellas dos les agradan y las otras les ofenden, y podríalo probar con muchas cosas que ellos fuera desto aprueban.

Mas no es de perder tiempo con éstos, sino remitirlos a quien les habla y les responde dentro en ellos mismos, y volverme a los que con alguna apariencia de razón podrían en un lugar desear satisfación de algo que les offendiese, y es que allí donde se trata de todas las maneras que puede haber de decir donaires y cosas bien dichas a propósito de hacer reir y de hablar delgadamente, hay algunas puestas por ejemplo, que parece que no llegan al punto de las otras, ni merecen ser tenidas por muy buenas de un hombre que tan avisadamente trató las otras partes; y de aquí podrían inferir una sospecha de no tan buen juicio ni tanta fineza del autor como le damos. Lo que a esto se puede responder es que la intención del autor fué poner diversas maneras de hablar graciosamente y de decir donaires, y porque mejor pudiésemos conocer la diferencia y el linaje de cada una de aquellas maneras, púsonos exemplo de todas, y discurriendo por tantas suertes de hablar, no podía haber tantas cosas bien dichas en cada una destas, que algunas de las que daba por exemplo no fuesen algo más baxas que otras. Y por tales creo yo que las tuvo sin engañarse punto en ellas un autor tan discreto y tan avisado como éste. Así que ya en esto se vee que él está fuera de culpa: yo sólo habré de quedar con una, que es el haberme alargado más de lo que era menester. Mas enójanme las sinrazones, y hácenme que las haga con una carta tan larga a quien no me tiene culpa. [p. 99] Confieso a Vuestra Merced que hube tanta invidia de veros merecer sola las gracias que se deben por este libro, que me quise meter allá entre los renglones o como pudiese. Y porque hube miedo que alguno se quisiese meter en traducir este libro, o por mejor decir, dañalle, trabajé con Boscán que sin esperar otra cosa hiciese luego imprimille por atajar la presteza que los que escriben mal alguna cosa suelen tener en publicalla. Y aunque esta tradución me diera venganza de cualquiera otra que oviera, soy tan enemigo de cisma, que aun ésta sin peligro me enojara. Y por esto casi por fuerza le hice que a todo correr le pasase, y él me hizo estar presente a la postrera lima, más como a hombre acogido a razón que como ayudador de ninguna enmienda. Suplico a Vuestra Merced que pues este libro esté debaxo de vuestro amparo, que no pierda nada por esta poca de parte que yo dél tomo, pues en pago desto, os le doy escripto de mejor letra, donde se lea vuestro nombre y vuestras obras.»

De antiguo viene la costumbre de los prólogos ajustados por mano amiga al talle de la obra, pero pocos habrá tan galanos y discretos como este y tan finamente justos. El fallo de Garcilaso quedó como inapelable. Aun el mismo Juan de Valdés, que no debía de mirar con buenos ojos a Castiglione y dice con cierto desdén que no le había leído, confirma por boca de uno de los interlocutores de su Diálogo de la Lengua la común opinión de que El Cortesano estaba «muy bien romanzado.» [1] Ambrosio de Morales, en el discurso sobre la lengua castellana, que antepuso a las obras de Francisco Cervantes de Salazar, dice al enumerar [p. 100] las obras más excelentes de nuestra lengua: « El Cortesano no habla mejor en Italia, donde nació, que en España, donde le mostró Boscán por extremo bien el castellano.» [1]

Nueve ediciones en el trascurso de un siglo, contando por primera la de Barcelona, 1539, prueban que El Cortesano se popularizó en seguida y entró en el gusto español como si aquí hubiese nacido, sirviendo de modelo para otros libros análogos, entre los que sobresale el de Luis Milán, brillante pintura de la corte valenciana de los Duques de Calabria, [2] y aun para otros de muy diverso argumento, como El Escolástico, de Cristóbal de Villalón. [3] Esto sin contar con la influencia manifiesta de El Cortesano en la mayor parte de los tratados italianos y españoles compuestos en loor de las mujeres, en los coloquios sobre el amor [p. 101] y la hermosura, y en las digresiones morales en que tanto se complacen los novelistas, sin que sea difícil reconocer en el mismo Cervantes la huella de los discretos razonamientos de la corte de Urbino. Hay pocos libros escritos antes del Quijote que anuncien tan claramente el tipo de su prosa en la parte que pudiéramos decir grave y doctrinal, que es sin duda la menos característica del genio de su autor y por tanto la más artificial.

Sin temor afirmamos que por este solo libro merece ser contado Boscán entre los grandes artífices innovadores de la prosa castellana en tiempo de Carlos V. Todo lo anterior, excepto la Celestina, parece arcaico y está adherido aún al tronco de la Edad Media: las mismas cartas y biografías de Pulgar, la última refundición del Amadís, la Cárcel de Amor, todo lo que se escribió en tiempo de los Reyes Católicos, lo patentiza, aunque en todas partes sea visible el conato de imitación clásica, la soltura cada vez mayor de la frase y el estudio incipiente del ritmo. Pero sólo en tiempo del Emperador comienzan a aparecer prosistas de carácter enteramente moderno, dueños de su estilo, reflexivos y hasta nimiamente artificioso alguno de ellos; imitadores cultos e inteligentes del período latino sin las incertidumbres y tanteos [p. 102] del siglo XV; maestros en la prosa satírica y familiar y en la vulgarización científica como el donosísimo Villalobos; ingeniosos y agudos moralistas como Guevara, que llega a hacer deleitable su misma afectación viciosa; retóricos de tan fino gusto como su contradictor Pedro de Rúa; elocuentes imitadores del estilo filosófico de Cicerón como el maestro Hernán Pérez de Oliva; y dominándolos a todos quizá, porque en él había verdadero genio de escritor, Juan de Valdés, que tan diversas condiciones ostenta en sus obras espirituales y en sus diálogos lucianescos.

No compararé a Boscán, que en prosa es mero traductor, con ninguno de estos escritores originales, ni menos le daré la palma sobre ellos. Sólo digo que Boscán, sostenido en las alas de Castiglione y haciendo suyas con enérgico esfuerzo todas las ventajas adquiridas por la prosa italiana desde los tiempos de Boccaccio, se pone de un salto al nivel de ella, la reproduce sin flaquear en nada, y llega a una perfección de estilo más constante que los autores citados, sin más excepción acaso que el autor del Diálogo de Mercurio y del Diálogo de la Lengua, que con propio y original brío saca del fondo español su riqueza. Entendidas así las cosas, no es hipérbole decir que El Cortesano, prescindiendo de su origen, es el mejor libro en prosa escrito en España durante el reinado de Carlos V.

Se dirá que damos demasiada importancia a una traducción, y traducción en prosa, y de lengua tan fácil y vecina a la nuestra como la italiana, en que a veces con cambiar ligeramente la fisonomía de las palabras puede lograrse muy elegante frase castellana. Prescindiendo de esa supuesta facilidad, que a veces puede dar chascos al traductor mal prevenido, es evidente que una traducción del italiano, sea en prosa o en verso, no tiene la importancia ni exige el esfuerzo que reclaman las versiones de lenguas clásicas o de lenguas germánicas, en que el traductor tiene que elaborar un molde nuevo para la materia ajena. En italiano, está dado el molde, no solamente la materia, y sería temeridad e impertinencia no sujetarse a él. Pero así y todo, ¡cuánto se distinguen los traductores fieles y elegantes de los serviles y adocenados! ¡Cuán pocos guardan las sabias reglas que sobre la traducción exponen Boscán y Garcilaso en sus respectivas cartas! El que quiera aprender prácticamente lo que Boscán vale comparado [p. 103] con todos los traductores de su siglo, no tiene más que hojear, porque leerlas enteras es imposible, las versiones que entonces se hicieron de Boccaccio, de Maquiavelo, de Sannazzaro, de todo lo más florido de la literatura italiana. Y el que quiera convencerse de la primacía que continúa disfrutando, Boscán sobre todos los traductores de prosa italiana en cualquier tiempo, primacía tan indisputable como la que goza Jáuregui entre los traductores poéticos por su Aminta, no tiene más que cotejar El Cortesano con la que pasa por la más esmerada de las labores de este género en el siglo XIX, por la novela de Manzoni, cuyo intérprete fué nada menos que D. Juan Nicasio Gallego; y comprenderá lo que va del uno al otro y lo mucho que hemos retrocedido en materia de estilo y lengua.

Obra de carácter enciclopédico El Cortesano, y llena de alusiones a costumbres italianas, o desconocidas o poco vulgares entre nosotros, no podía menos de sacar algunos neologismos, pero aun estos, por referirse a cosas nuevas, fueron riqueza positiva para la lengua, y es muy digno de estudiarse el esmero que puso Boscán para introducirlos y adaptarlos en nuestro idioma, o bien para buscarles correspondencias y equivalentes, sin que esto quiera decir que siempre acertase, porque sin duda alguna hay pasajes inexacta u oscuramente traducidos. Lo que fué positivamente una gran conquista es el caudal de ideas clásicas, de ameno y variado saber, de retazos de la púrpura antigua ingeniosamente entretejidos por Castiglione en sus diálogos y conservados con la misma viveza y realce en la trama sutil de la prosa de Boscán.

Un solo ejemplo bastará para comprobar nuestros encomios, y aunque se trata de un trozo largo y ya citado en otra obra mía, no quiero dejar de trasladarle aquí, porque no habrá lector de buen gusto que deje de admirar la vigorosa elocuencia con que resuenan en nuestra habla los sublimes conceptos de la Diótima platónica, cristianamente parafraseados por el cardenal Bembo, a quien sigue en la doctrina, no en las palabras, Castiglione. No nos detengamos en los primeros grados de la iniciación del amor; lleguemos a los postreros:

«Pero aun entre todos estos bienes hallará el enamorado otro mayor bien si quiere aprovecharse de este amor como de un [p. 104] escalón para subir a otro muy más alto grado... si entre sí ponderare cuán apretado ñudo y cuán grande estrecheza sea estar siempre ocupado en contemplar la hermosura de un cuerpo solo y así de esta consideración le verná deseo de ensancharse algo y de salir de un término tan angosto, y por estenderse juntará en su pensamiento poco a poco tantas bellezas y ornamentos, que juntando en uno todas las hermosuras, hará en sí un conceto universal y reducirá la multitud dellas a la unidad de aquella sola, que generalmente sobre la humana naturaleza se estiende y se derrama; y así no ya la hermosura particular de una mujer, sino aquella universal que todos los cuerpos atavía y ennoblece, contemplará; y desta manera embebecido, y como encandilado con esta mayor luz, no curará de la menor, y ardiendo en este más ecelente fuego, preciará poco lo que primero había tanto preciado. Este grado de amar, aunque sea muy alto y tal que pocos le alcanzan, todavía no se puede aun llamar perfeto; por que la imaginación, siendo potencia corporal (y según la llaman los filósofos, orgánica), y no alcanzando conocimiento de las cosas sino por medio de aquellos principios que por los sentidos le son presentados, nunca está del todo descargada de las tinieblas materiales, y por eso aunque considera aquella hermosura universal separada y en sí sola, no la discierne bien claramente...; y así aquellos que llegan a este amor, sin pasar más adelante, son como las avecillas nuevas, no cubiertas aún bien de todas sus plumas, que, aunque empiezan a sacudir las alas y a volar un poco, no osan apartarse mucho del nido, ni echarse al viento y al cielo abierto. Así que, cuando nuestro cortesano hubiere llegado a este término, aunque se pueda ya tener por un enamorado muy próspero y lleno de contentamiento, en comparación de aquellos que están enterrados en la miseria del amor vicioso, no por eso quiero que se contente ni pare en esto, sino que animosamente pase más adelante, siguiendo su alto camino tras la guía que le llevará al término de la verdadera bienaventuranza; y así en lugar de salirse de sí mismo con el pensamiento, como es necesario que lo haga el que quiere imaginar la hermosura corporal, vuélvase a si mismo por contemplar aquella otra hermosura que se vee con los ojos del alma, los cuales entonces comienzan a tener gran fuerza, y a ver mucho, cuando los del cuerpo se [p. 105] enflaquecen y pierden la flor de su lozanía. Por eso el alma apartada de vicios, hecha limpia con laver dadera filosofía, puesta en la vida espiritual y exercitada en las cosas del entendimiento, volviéndose a la contemplación de su propia sustancia, casi como recordada de un pesado sueño, abre aquellos ojos que todos tenemos y pocos los usamos y vee en sí misma un rayo de aquella luz que es la verdadera imagen de la hermosura angélica comunicada a ella, de la cual también ella después comunica al cuerpo una delgada y flaca sombra; y así por este proceso adelante llega a estar ciega para las cosas terrenales, y con grandes ojos para las celestiales, y alguna vez, cuando las virtudes o fuerzas que mueven el cuerpo se hallan por la continua contemplación apartadas dél, o ocupadas de sueño, quedando ella entonces desembarazada y suelta dellas, siente un cierto ascondido olor de la verdadera hermosura angélica; y así arrebatada con el resplandor de aquella luz, comienza a encenderse, y a seguir tras ella con tanto deseo, que casi llega a estar borracha y fuera de sí misma por sobrada codicia de juntarse con ella, pareciéndole que allí ha hallado el rastro y las verdaderas pisadas de Dios, en la contemplación del cual, como en su final bienaventuranza, anda por reposarse; y así ardiendo en esta más que bienaventurada llama se levanta a la su más noble parte, que es el entendimiento, y allí, ya no más ciega con la escura noche de las cosas terrenales, vee la hermosura divina, mas no la goza aún del todo perfectamente, porque le contempla solamente en su entendimiento particular, el cual no puede ser capaz de la infinida hermosura universal; y por eso, no bien contento aún el amor de haber dado al alma este tan gran bien, aun todavía le da otra mayor bien aventuranza, que así como la lleva de la hermosura particular de un solo cuerpo a la hermosura universal de todos los cuerpos, así también en el postrer grado de perfición la lleva del entendimiento particular al entendimiento universal; adonde el alma, encendida en el santísimo fuego por el verdadero amor divino, vuela para unirse con la natura angélica, y no solamente en todo desampara a los sentidos y a la sensualidad con ellos, pero no tiene más necesidad del discurso de la razón; porque transformada en ángel entiende todas las cosas inteligibles, y sin velo o nube alguna vee el ancho piélago de la pura hermosura divina, [p. 106] y en sí le recibe, y recebiéndole goza aquella suprema bienaventuranza que a nuestros sentidos es incomprensible. Pues luego, si las hermosuras que a cada paso con estos nuestros flacos y cargados ojos en los corruptibles cuerpos (las cuales no son sino sueños y sombras de aquella otra verdadera hermosura) nos parecen tan hermosas que muchas veces nos abrasan el alma y nos hacen arder con tanto deleite en mitad del fuego, que ninguna bienaventuranza pensamos poderse igualar con la que alguna vez sentimos por sólo un bien mirar que nos haga la mujer que amamos, ¿cuán alta maravilla, cuán bien aventurado trasportamiento os parece que sea aquel que ocupa las almas puestas en la pura contemplación de la hermosura divina? ¿Cuán dulce llama, cuán suave abrasamiento debe ser el que nace de la fuente de la suprema y verdadera hermosura, la cual es principio de toda otra hermosura, y nunca crece ni mengua, siempre hermosa, y por sí misma tanto en una parte cuanto en otra simplísima, solamente a sí semejante y no participante de ninguna otra, mas de tal manera hermosa que todas las otras cosas hermosas son hermosas, porque della toman la hermosura? Esta es aquella hermosura indistinta de la suma bondad, que con su luz llama y trae a sí todas las cosas, y no solamente a las intelectuales da el entendimiento, a las racionales la razón, a las sensuales el sentido y el apetito común de vivir, mas aun a las plantas y a las piedras comunica, como un vestigio o señal de sí misma, el movimiento y aquel instinto natural de las propiedades de ellas. Así que tanto es mayor y más bienaventurado este amor que los otros, cuanto la causa que le mueve es más ecelente, y por eso, como el fuego material apura al oro, así este santísimo fuego destruye en las almas y consume lo que en ellas es mortal, y vivifica y hace hermosa aquella parte celestial que en ellas por la sensualidad primero estaba muerta y enterrada. Esta es aquella gran hoguera, en la cual (según escriben los poetas) se echó Hércules y quedó abrasado en la alta cumbre de la montaña llamada Oeta, por donde después de muerto fué tenido por divino y inmortal. Esta es aquella ardiente zarza de Moisés, las lenguas repartidas de fuego, el inflamado carro de Elías, el cual multiplica la gracia y bienaventuranza en las almas de quellos que son merecedores de velle, cuando partiendo de esta terrenal [p. 107] baxeza se van volando para el cielo. Enderecemos, pues, todos los pensamientos y fuerzas de nuestra alma a esta luz santísima, que nos muestra el camino, que nos lleva derechos al cielo; y tras ella, despojándonos de aquellas aficiones de que andábamos vestidos al tiempo que descendíamos, rehagámonos agora por aquella escalera que tiene en el más baxo grado la sombra de la hermosura sensual, y subamos por ella adelante a aquel aposento alto, donde mora la celestial, dulce y verdadera hermosura, que en los secretos retraimientos de Dios está ascondida, a fin que los mundanales ojos no puedan vella, y allí hallaremos el término bien aventurado de nuestros deseos, el verdadero reposo en las fatigas, el cierto remedio en las adversidades, la medicina saludable en las dolencias y el seguro puerto en las bravas fortunas del peligroso mar desta miserable vida. ¿Cuál lengua mortal, pues, ¡oh amor santísimo!, se hallará que bastante sea a loarte cuanto tú mereces? Tú, hermosísimo, bonísimo, sapientísimo, de la unión de la hermosura y bondad y sapiencia divina procedes, y en ella estás, y a ella y por ella como en círculo vuelves. Tú, suavísima atadura del mundo, medianero entre las cosas del cielo y las de la tierra, con un manso y dulce temple inclinas las virtudes de arriba al gobierno de las de acá abaxo, y volviendo las almas y entendimientos de los mortales a su principio, con él los juntas. Tú pones paz y concordia en los elementos, mueves la naturaleza a producir y convidas a la sucesión de la vida lo que nace. Tú las cosas apartadas vuelves en uno, a las imperfectas das la perfición, a las diferentes la semejanza, a las enemigas la amistad, a la tierra los frutos, al mar la bonanza y al cielo la luz, que da vida. Tú eres padre de verdaderos placeres, de las gracias de la paz, de la beninidad y bien querer, enemigo de la grosera y salvaje braveza, de la flojedad y desaprovechamiento. Eres, en fin, principio y cabo de todo bien, y porque tu deleite es morar en los lindos cuerpos y lindas almas, y desde allí alguna vez te muestras un poco a los ojos y a los entendimientos de aquellos que merecen verte, pienso que agora aquí entre nosotros debe ser tu morada; por eso ten por bien, Señor, de oir nuestros ruegos; éntrate tú mismo en nuestros corazones, y con el resplandor de tu santo fuego alumbra nuestras tinieblas, y como buen adalid muéstranos en este ciego labirinto el mejor camino, corrige tú la [p. 108] fealdad de nuestros sentidos, y después de tantas vanidades y desatinos como pasan por nosotros, danos el verdadero y sustancial bien; haznos sentir aquellos espirituales olores que vivifican las virtudes del entendimiento, y haznos también oir la celestial armonía de tal manera concorde que en nosotros no tenga lugar más alguna discordia de pasiones; emborráchanos en aquella fuente perenal de contentamiento, que siempre deleita y nunca harta, y a quien bebe de sus vivas y frescas aguas da gusto de verdadera bienaventuranza; descarga tú de nuestros ojos, con los rayos de tu luz, la niebla de nuestra inorancia, a fin de que más no preciemos hermosura mortal alguna, y conozcamos que las cosas que pensamos ver no son, y aquellas que no vemos verdaderamente son; recoge y recibe nuestras almas, que a ti se ofrecen en sacrificio; abrásalas en aquella viva llama que consume toda material baxeza; por manera que en todo separadas del cuerpo, con un perpetuo y dulce ñudo se junten y se aten con la hermosura divina; y nosotros de nosotros mismos enajenados, como verdaderos amantes, en lo amado podamos transformarnos, y levantándonos de esta baxa tierra seamos admitidos en el convite de los ángeles, adonde mantenidos con aquel mantenimiento divino, que ambrosía y néctar por los poetas fué llamado, en fin muramos de aquella bienaventurada muerte que da vida, como ya murieron aquellos santos padres, las almas de los cuales tú con aquella ardiente virtud de contemplación arrebataste del cuerpo y las juntaste con Dios.» [1]

Traducir de este modo es hacer obra de artista, es crear una forma nueva dentro de la lengua en que se traduce. Este raudal de elocuencia filosófica era nuevo en castellano: hay que llegar a nuestros grandes místicos de la segunda mitad del siglo XVI para encontrar páginas que igualen o superen en nervio y valentía a este trozo. Castiglione, con arte consumado, le había puesto al fin de sus conversaciones, prolongando con él la última noche y cerrándole con una suavísima descripción de la triunfante aurora.

«Levantáronse entonces todos en pie, maravillados de ver que hubiese ya amanecido, porque no les parecía que hubiese [p. 109] durado aquella plática más de lo que solía; pero, por haberse comenzado más tarde que las otras noches, y por haber sido la materia muy sustancial y de mucho gusto, se engañaron todos, y se les pasó así el tiempo sin sentillo, de manera que no había allí nadie que sintiese en sus ojos ninguna pesadumbre de sueño, lo cual suele acaecer al revés, luego en llegando la hora acostumbrada de dormir; así que abiertas las ventanas por aquella parte que da hacia la alta cumbre del monte de Catri, vieron en el Oriente alborear el alba, y mostrarse con toda su hermosura, y con su color de rosas, con el cual todas las otras estrellas desaparecieron luego, salvo la dulce gobernadora del cielo de Venus, que de la noche y del día tiene los confines, de la cual parecía salir un airecillo suave y blando que, de viva y delgada frescura hinchando el aire, comenzaba entre las arboledas de los vecinos collados a mover y levantar los dulces cantos de las lozanas y enamoradas avecillas.» [1]

[p. 110] Cuando Boscán publicó la traducción de El Cortesano había fijado ya su residencia en Barcelona, volviendo con amor de catalán, al patrio nido, que ensalzó en versos más sinceros que [p. 111] limados, puestos, para mayor autoridad, en labios de la Diosa del Amor y la Hermosura:

                Ciudades hay allí [1] de autoridad
       Que alcanzan entre todas gran corona;
       Pero entre estas ciudades, la ciudad
       Que más es de mi gusto, es Barcelona;
       Yo puse en ésta toda mi verdad,
       Y puse todo el ser de mi persona,
       Con todo aquel regalo y lozanía
       Que por tesoro está en mi fantasía.
               Lo primero le di el cielo templado,
       Con una eterna y blanda primavera;
       Dile el suelo después llano y cercado
       De vegas y de mar con gran ribera;
       Y dile el edificio enamorado,
       Tal qual yo de mi mano le hiciera;
       El sol veréis que allí mejor parece,
       Y la luna también más resplandece.
                Y dile más, mujeres tan hermosas,
       Que vuelan por el mundo con sus famas:
       Dulces, blandas, discretas y graciosas,
       No sé cómo nacidas para damas;
       En amores honestas y sabrosas,
       Encienden sin soplar ardientes llamas;
       Quanto hallan, apañan con los ojos,
       Y andan ricas después con los despojos.
       (Ed. Knapp, pág. 437.)

[p. 112] Entre estas damas había dos de quienes la misma Venus hace especial encarecimiento por su belleza y discreción, aunque las tacha de esquivas y desamoradas:

                Dos senoras allí son principales
       En saber, en valer y en hermosura,
       Dispuestas para dar bienes y males,
       Deleytes y dolor, gozo y tristura.
       Sobrepujan sus gracias las mortales;
       Traslados propios son de mi figura;
       Y si no fueran tanto de mi igual,
       Ambas murieran de quererse mal.
       .........................
       Quieren tener esento su cuidado,
       Y libres sus pesares y placeres,
       Y, en fin, quieren vivir como vivieran
       Si sin cuerpos acá solas nacieran...

Para amansar y reducir a estas dos intratables bellezas, ordena la Madre del Amor que vaya su propio hijo, armado de arco y saetas, en su carro tirado por cisnes y precedido de dos embajadores:

                Hacia las tierras fueron caminando
       Que por el solo Nilo son regadas,
       Y anduvieron después atravesando
       Por las Alexandrinas encontradas;
       
Y a más andar o a más volar pasando
       Por Creta y Rodas, islas celebradas,
       Fueron a dar consigo en la gran Grecia,
       Adonde el mar se junta de Venecia.
                Y desde allí pasaron adelante
       Adonde fué Parténope enterrada,
       Y luego a la ciudad siempre triunfante
       Allegaron haciendo su jornada;
       Y por ellos después en breve instante
       Italia y Francia siendo atravesada,
       Subieron sin hacer ningún rodeo
       A la cumbre del alto Pirineo.
                Y tras esto, pasando por Girona
       Y por otros lugares no nombrados,
       Pararon un buen rato en Badalona,
       Hasta que el sol se fué de los collados;
        [p. 113] Y así entraron de noche en Barcelona,
       Adonde fueron bien aposentados,
       Y ambos allí y el niño reposaron,
       Y su razonamiento concertaron...

                                              (Pág. 441.)

Una de las señoras a quien va dirigida la amorosa embajada (libremente traducida de las octavas rimas del cardenal Bembo), ¿será por ventura la D.ª Jerónima Palova de Almogaver a quien está dedicado en tan expresivos términos El Cortesano? En cuanto a la otra, Herrera consigna la tradición, muy verosímil, de que Boscán alude a la que iba a ser su mujer propia. «Fué casado, según e oydo dezir, con D.ª Ana Girón de Rebolledo, una de las dos damas que puso en las estancias que traduzió de Pedro Bembo.» [1]

Doña Ana Girón no era catalana, sino valenciana, de origen aragonés, y de la noble familia de los señores de la baronía de Andilla. Según resulta del árbol genealógico que trae Cerdá y Rico en sus notas al Canto de Turia, fueron padres de este señora D. Juan Girón de Rebolledo y D.ª Marquesa de Heredia. Era sobrina del poeta D. Juan Fernández de Heredia y tía de otro poeta, D. Alonso Girón de Rebolledo. De su matrimonio con Boscán tuvo una hija, D.ª Mariana, que casó con D. Martin de Bardaxi. [2]

[p. 114] Boscán amaba entrañablemente a su mujer, y de ello ha dejado testimonio en sus versos. Para ella parecen escritos sus mejores sonetos al modo toscano, en que se muestra tan ufano de su pasión como arrepentido de otros devaneos anteriores:

       El casto amor que Dios del cielo envía,
        Me [1] dixo en ver la pena que pasaba:
       Suelta tus pies, tus manos te destraba,
       Toma tu lecho acuestas, y haz tu vía...

                                              (Soneto 90.)

       El alto monte Olimpo, do, se escribe,
       Que no llega a subir ningún nublado,
       Ni alcanza allí el furor apoderado
       Del viento, por más chozas que derribe,
        [p. 115] Sobre sus altas cumbres me recibe,
       Porque allí esté seguro y sosegado
       Un claro amor que el alma me ha ilustrado,
       Con la clara virtud que en mí concibe.
                Miro de allí do estaban los amores
       Que perdido en el mundo me traían;
       Y miro por quál arte sus errores
                Concibiendo dolor, maldad parían:
       Nacieron de la qual otros dolores
       Que en deshonra medraban y crecían.

                                                        (Soneto 88.)

                Como en la mar, después de la tiniebla,
       Pone alborozo el asomar del día,
       Y entonces fué placer la noche escura,
       A si en mi corazón (ida la niebla)
       Levanta en mayor punto el alegría
       El pasado dolor de la tristura.

                                                            (Soneto 86.)

       Un nuevo amor un nuevo bien me ha dado
       Ilustrándome el alma y el sentido,
       Por manera que a Dios ya yo no pido
       Sino que me conserve en este estado.

                                                           (Soneto 81.)

                Agora empieza amor un nuevo canto,
       Llevando así sus puntos concertados,
       Que todos, de estar ya muy acordados,
       Van a dar en un son sabroso y santo.
                Razón juntó lo honesto y deleytable,
       Y de estos dos nació lo provechoso,
       Mostrando bien de do engendrado fué.
                ¡Oh concierto de amor grande y gozoso!
       Sino que de contento no terné
       Qué cante, ni qué escriba, ni qué hable.

                                                            (Soneto 77.)

                Del mundo bien, de nuestros tiempos gloria,
       Fué nacer ésta, por lo cual yo vivo:
       Enmienda fué de quanto aquí se yerra;
           Fué declarar lo natural más vivo;
       Fué de virtud hacer perfeta historia,
       Y fué juntar el cielo con la tierra.

                                                             (Soneto 44.)

[p. 116] En estos y otros versos que ya habrá ocasión de citar, hay, sean cuales fueren sus defectos técnicos, un calor de pasión honrada y sincera que saca a Boscán de la monotonía de los petrarquistas. Y todavía es más íntima, hasta rayar en cándida, la efusión del alma del poeta en estos tercetos de su epístola a D. Diego de Mendoza, donde anda extrañamente mezclado lo trivial y llano de la expresión con lo poético del sentimiento:

                El estado mejor de los estados
       Es alcanzar la buena medianía,
       Con la qual se remedian los cuidados.
                Y así yo, por seguir aquesta vía,
       Heme casado con una mujer
       Que es principio y fin del alma mía.
                Ésta me ha dado luego un nuevo ser,
       Con tal felicidad que me sostiene
       Llena la voluntad y el entender.
                Esta me hace ver que ella conviene
       A mí, y las otras no me convenían;
       A ésta tengo yo y ella me tiene.
              En mí las otras iban y venían,
       Y a poder de mudanzas a montones
       De mi puro dolor se mantenían.
                Eran ya para mí sus galardones
       Como tesoros por encantamientos,
       Que luego se volvían en carbones.
                Agora son los bienes que en mí siento
       Firmes, macizos, con verdad fundados,
       Y sabrosos en todo el sentimiento.
                Solían mis placeres dar cuidados,
       Y al tiempo que venían a gustarse,
       Ya llegaban a mí casi dañados.
                Agora el bien es bien para gozarse,
       Y el placer es lo que es, que siempre place,
        Y el mal ya con el bien no ha de juntarse.
                Al satisfecho todo satisface,
       Y así también a mí, por lo que he hecho,
       Cuanto quiero y deseo se me hace.
                El campo que era de batalla, el lecho,
       Ya es lecho para mí de paz durable:
       Dos almas hay conformes en un pecho.
                La mesa, en otro tiempo abominable,
       Y el triste pan que en ella yo comía,
       Y el vino que bebía lamentable,
        [p. 117] Infestándome siempre alguna Harpía,
       Que en mitad del deleyte mi vïanda
       Con amargos potajes envolvía:
                Agora el casto amor ordena y manda
       Que todo se me haga muy sabroso,
       Andando siempre todo como anda.
                De manera, señor, que aquel reposo
       Que nunca alcancé yo, por mi ventura,
       Con mi filosofar triste y penoso,
                Una sola mujer me lo asegura,
       Y en perfeta razón me da en las manos
       Vitoria general de mi tristura.
               Y aquellos pensamientos míos tan vanos
       Ella los va borrando con el dedo,
       Y escribe en lugar dellos otros sanos.

                                                            (Págs. 415-417.)

A este terceto, hermoso por la idea y por la frase, siguen otros sumamente pedestres, en que la expresión del amor conyugal, de puro sencilla, raya en rusticidad indecorosa, y llega a detalles que ningún mando suele confiar al profano vulgo:

                Ya estoy pensando, estando en mi posada,
       Cómo podré con mi mujer holgarme,
       Teniéndola en la cama o levantada...

Pero vuelve a andar por los caminos de la poesía cuando describe la vida que hará con su mujer en el campo:

                Conmigo y mi mujer sabrosamente
       Esté, y alguna vez me pida zelos,
       Con tal que me los pida blandamente.
                Comamos y bebamos sin rezelos
       La mesa de muchachos rodeada:
       Muchachos que nos hagan ser agüelos...
                Quando pesada la ciudad nos sea,
       Iremos al lugar con la compaña,
       Adonde el importuno no nos vea...
                Allí no serán malas las consejas
       Que contarán los simples labradores,
       Viniendo de arrastrar las duras rejas...
                Nosotros seguiremos sus pisadas,
       Digo, yo y mi mujer nos andaremos
       Tratando allí las cosas 'namoradas.
       [p. 118] A do corra algún río nos iremos,
       Y a la sombra de alguna verde haya,
       A do estemos mejor nos sentaremos.
                Tenderme ha allí la halda de su saya,
       Y en regalos de amor habrá porfía,
       Quál de entrambos hará más alta raya.
                El río correrá por do es su vía,
       Nosotros correremos por la nuestra,
       Sin pensar en la noche ni en el día.
                El ruyseñor nos cantará a la diestra,
       Y verná sin el cuervo la paloma,
       Haciendo en su venida alegre muestra...

Dona Ana era mujer no sólo discreta, sino culta, puesto que uno de los predilectos solaces de su marido era leer con ella los poetas latinos, y lo que es más, la Iliada y la Odisea:

                Ternemos nuestros libros en las manos,
       Y no se cansarán de andar contando
       Los hechos celestiales y mundanos.
                Virgilio a Eneas estará cantando,
       Y Homero el corazón de Aquiles fiero,
       Y el navegar de Ulises rodeando.
                Propercio verná allí por compañero,
       El qual dirá con dulces harmonías
       Del arte que a su Cintia amó primero.
                Catulo acudirá por otras vías,
       Y llorando de Lesbia los amores,
       Sus trampas llorará y chocarrerías...

Esta felicidad doméstica de Boscán era admirada y envidiada por sus amigos, especialmente por Garcilaso, a quien su temprano matrimonio no había salvado de tempestuosas pasiones. Por eso exclama, dirigiéndose a Boscán, en la elegía segunda:

                Tú que en la patria, entre quien bien te quiere,
       La deleitosa playa estás mirando,
       Y oyendo el son del mar que en ella hiere;
                Y sin impedimento contemplando
       La misma a quien tú vas eterna fama
       En tus vivos escritos procurando;
                Alégrate, que más hermosa llama
       Que aquella que el troyano encendimiento
       Pudo causar, el coraçón te inflama.
                [p. 119] No tienes que temer el movimiento
       De la fortuna con soplar contrario;
       Que el puro resplandor serena el viento.
                Yo, como conduzido mercenario,
       Voy do fortuna a mi pesar m'envía,
       Si no a morir, que aquesto es voluntario.

«Sabia, gentil y cortés» llama D. Diego de Mendoza a la mujer de Boscán en la interesante epístola que dirige al poeta, envidiando la áurea medianía de que disfruta, y haciéndole confidencia de sus amores con la cruel Marfira. Boscán, que nada tenía de idealista ni de romántico; que apenas encontró verdadera poesía más que en la prosa de la vida familiar, y que participaba en grado sumo del temperamento práctico y positivo de su raza de navieros y comerciantes, no parece haberse descuidado de conservar y acrecentar el patrimonio heredado de sus mayores, que le permitió gozar de la vida con cierta especie de honrado epicureísmo. Gustaba de alternar la vida de la ciudad con la del campo, y el de Barcelona ofrecía entonces, como ahora, singular atractivo, no sólo por su amenidad deleitable, sino por el gran número de quintas y casas de recreación, allí llamadas torres. Ya Jerónimo Pau, en su descripción latina, que es de 1491 hace mención de las que había en el camino de Horta, de las de Collserola y de Pedralbes. [1] Navagero no las menciona expresamente, pero dice que «hay gran copia de bellísimos jardines, con mirtos, naranjos y limoneros». Casi lo mismo repite en su Chorographia, escrita en 1546, el portugués Gaspar Barreiros. Añádase el encanto de la Ribera que según el parecer del geógrafo Juan Botero, era una de las tres más bellas de Europa, juntamente con la de Génova y la de Amalfi, la limpieza para aquel tiempo extraordinaria de las calles, lo manso y benigno del clima, la vida holgada, cómoda y fácil, el buen régimen y policía de la ciudad, y se comprenderá que pocas residencias podía haber tan agradables para un hombre de los pacíficos gustos de Boscán, aun prescindiendo del amor de patria. Y fuese cual fuese la ponderada [p. 120] decadencia, que él percibiría menos que otros por no ser mercader ni tratante de profesión, en cambio, no quedaba rastro de las guerras civiles, y había vuelto a ser verdad lo que en tiempo de los Reyes Católicos echaba de menos el cronista Hernando del Pulgar: «Esta ciudad en los tiempos pasados fué tan bien regida y gobernada por los Principales que tenían cargo de su regimiento, que florecía entre todas las otras de la Christiandad; y todos sus moradores gozaban de la seguridad en sus personas y bienes y de grande abundancia de las cosas necesarias a la vida; y por su buena industria y justa comunicación y equidad con extranjeros y naturales, algunas personas de otras partes remotas, informadas de su buen regimiento, trahían a ella sus bienes, a fin de vivir en paz y seguridad.» [1]

Complemento del buen pasar de la vida que con tanta fruición describe Boscán en su epístola a Mendoza, era el trato de nobles y discretos amigos que tenían con él comunidad de estudios y aficiones:

                Tras esto, ya que el corazón se quiera
       Desenfadar con variar la vida,
       Tomando nuevo gusto en su manera,
                A la ciudad será nuestra partida,
       Adonde todo nos será placiente
       Con el nuevo placer de la venida.
                Holgaremos entonces con la gente,
       Y con la novedad de haber llegado
       Trataremos con todos blandamente...
                Y aunque a veces no falten enojosos,
       Todavía entre nuestros conocidos
       Los dulces serán más, y los sabrosos.
                Pues ya con los amigos más queridos,
       ¿Qué será el alborozo y el placer,
       Y el bullicio de ser recién venidos?
                ¿Qué será el nunca hartarnos de nos ver,
       Y el buscarnos cada hora y cada punto,
       Y el posar de buscarse sin se ver?
               Mosén Durall allí estará muy junto,
       Haciendo con su trato y su nobleza
       Sobre nuestro placer el contrapunto.
                [p. 121] Y con su buen burlar y su llaneza
       No sufrirá un momento tan ruin
       Que en nuestro gran placer mezcle tristeza.
                No faltará Jerónimo Agustín,
       
Con su saber sabroso y agradable,
        No menos que en romance, en el latín;
                El qual, con gravedad mansa y tratable,
       Contando cosas bien por él notadas,
       Nuestro buen conversar hará durable.
                Las burlas andarán por él mezcladas
       Con las veras, así con tal razón,
       Que unas de otras serán bien ayudadas.
                En esto acudirá el buen Monteón,
       
Con quien todos holgar mucho solemos,
       Y nosotros y quantos con él son.
                Él nos dirá, y nosotros gustaremos;
       Él reirá, y hará que nos riamos;
       Y en esto enfadarse ha de quanto haremos.
                Otras cosas habrá que las callamos,
       Porque tan buenas son para hacerse
       Que pierden el valor si las hablamos.

                                                        (Pág. 423.)

Poco puedo decir de las personas indicadas en estos malos versos Nada sé de Monleón. Mosén Durall, según dice Herrera en sus anotaciones a Garcilaso (pág. 384), era «el maestro racional (del Principado) cavallero principal y rico en Barcelona». «Era muy gordo el Durall», lo cual explica este pasaje de la epístola de Garcilaso a Boscán:

                A mi señor Durall estrechamente
       Abraçad de mi parte, si pudierdes...

Jerónimo Agustín era hermano del grande arzobispo de Tarragona, e hijo de D. Antonio Agustín, vicecanciller de Aragón, consejero del Rey Católico y del emperador Carlos V, embajador en las Cortes del rey de Francia Luis Onceno y del pontífice Julio Segundo. El biógrafo aragonés Latassa [1] sólo dice de D. Jerónimo que se distinguió en la carrera de las armas, pero sus [p. 122] hechos debieron de ser bastante notables para que su propio hermano escribiese su biografía, segun se infiere de los Elogios de D. Honorato Juan, obispo de Osma. [1] Mayans, que en su biografía castellana de Antonio Agustín se había equivocado atribuyendo al Arzobispo sólo tres hermanos, enmendó su error en la latina, reconociendo que los hijos del vicecanciller de Aragón fueron seis. [2] El mayor, Jerónimo Agustín, fué caballero de Santiago. Casó con D.ª Ana de Urríes, hija del famoso D. Hugo de Urríes, traductor de Valerio Máximo.

Tanto Jerónimo Agustí como Durall y Monleón están mencionados también como amigos comunes en la epístola de don Diego de Mendoza que dió ocasión a la de Boscán:

                Vendrías tú y Jerónimo Agustín,
       
Partes del alma mía, a descansar
       De vuestros pensamientos y su fin:
                Cansados de la vida del lugar,
       Llenos de turbulencia y de pasión,
       Uno de pleytos, otro de juzgar.
                Vendría la bondad de corazón,
       Toda vida sabrosa con Durall,
       
Traeríades con vos a Monleón...

A estos nombres de amigos de Boscán hay que añadir otros, y ante todo el del poeta catalán Gualbes, tan expresivamente elogiado en la Octava rima:

                Y aquí tenéis también en vuestra tierra
       Otro, que Gualbes dicen que se llama,
       Cuyo escribir en su amorosa guerra
       Señala el gran ardor de su gran llama;
       De manera que quien de amar no yerra,
       Dará y recibirá muy alta fama,
       Y andará por el mundo la su gloria,
       Renovando en las gentes la memoria.

[p. 123] La familia Gualbes era antigua en Barcelona, y había sido ilustrada por el célebre jurisconsulto Bernardo Gualbes, compromisario en Caspe. Pero como son varias las personas de este apellido que suenan en documentos de principios del siglo XVI, no sé en cuál de ellos fijarme. Marineo Sículo tuvo correspondencia literaria con un Juan de Gualbes, consejero y jurisconsulto regio. Torres Amat dice, ignoro con qué fundamento, que el amigo de Boscán se llamaba Berengario o Berenguer, y era también jurista, tradición de su casa. A un Juan Buenaventura de Gualbes puso por apoderado la viuda de Boscán para seguir cobrando el sueldo de cierto oficio, que, como veremos, había tenido su marido. Pero creo que el poeta que buscamos es el pavorde Gualbes, a quien Gutierre de Cetina dirigió una desenfadada epístola, contando que le había visto a la ventana en compañía de una dama muy hermosa: V. Ad. 4.

                Mas ¿quién no os amará? ¿Quién no es amigo
       De un abad liberal y virtuoso,
       De costumbres de abades enemigo? [1]

También este ingenioso y delicado poeta sevillano está contado entre los familiares de Boscán por D. Diego de Mendoza, que alude claramente a la vena festiva del autor de la Paradoxa en alabanza de los cuernos:

                Y podría ser venir otro Cetina,
       
Que la paciencia nos tornase en risa,

Una sola vez, sin embargo, encontramos mencionado a Boscán en las poesías de Cetina, y precisamente en una epístola al mismo Mendoza:

           La imagen de Boscán, que casi viva
       Debéis tener, hará en vuestra memoria
       La más hermosa parecer esquiva,
                [p. 124] Y el Laso de la Vega, cuya historia
       Sabéis, de piedad y envidia llena,
       Digo, de invidiosos de su gloria.
                Yo que a volar he comenzado apena,
       Apenas oso alzarme tanto a vuelo
       Que no lleve los pies por el arena.
                Vos, remontado allá casi en el cielo,
       Paciendo el alma del manjar divino,
       ¿Quién sabe si querréis mirar al suelo? [1]

Mucho más estrechas y cordiales parece que fueron las relaciones de Boscán con D. Diego de Mendoza. y no es pequeña honra para el poeta barcelonés el haber sido tan aplaudido y celebrado por aquel hombre verdaderamente grande en un siglo que tan grandes los produjo en España y en Europa:

                Maravíllate de esa verde yedra
       Que tu frente con tanta razón ciñe,
       Con cuanta de la mía ora se arriedra...
       ........................................
                Admírente mil hombres que escuchando
       Tu canto están, y el pueblo que te mira,
       Siempre mayores cosas esperando.
                Con la primera noche te retira,
       Y con la luz dudosa te levanta
       A escribir lo que el mundo tanto admira...

Así escribía Mendoza, dirigiéndose a Boscán, en la epístola va citada, en que le toma por íntimo confidente de sus devaneos poéticos y amorosos. Y hasta en una sátira contra las damas imitada de otra de Luis Alamanni, intercaló su elogio:

       ... ¿Cuál Boscán habría,
       Qué Mena, qué Ariosto celebramos
                Que alzarse por su rara melodía
       Y celebrado estilo pueda tanto
       Que iguale a su locura y fantasía? [2]

Inseparables son en las sátiras de Castillejo y Silvestre contra la antigua escuela los nombres de Garcilaso, Boscán y Mendoza, [p. 125] a los cuales suele unirse alguna vez el del incógnito D. Luis de Haro, de quien por rara casualidad sólo conocemos versos en el antiguo estilo. [1] Mendoza era indisputablemente para sus contemporáneos uno de los corifeos del gusto italiano, y sus obras poéticas lo confirman. Dígase si con tales antecedentes es verosímil que en 1548 ni en tiempo alguno salieran de la pluma del ilustre embajador las sangrientas burlas contra Boscán que contiene la supuesta réplica del capitán Salazar al bachiller de Arcadia, que nunca me ha parecido hermana de la Carta del Bachiller, atribuída, creo que con fundamento, a D. Diego de Mendoza: «Ni tampoco habrá entre ellos un Boscán, que fué el primero que llevó los sonetos italianos a España [2] ¡Maravillosa y encendida caridad de hombre tan amador de su patria! ¡Otro fue, por Dios, esto que no llevar mucho trigo de Sicilia a España en tiempo de carestía! Porque antes vivíamos como unas puras bestias, que no sabíamos hacer coplas de más de ocho o doce sílabas, y él, de puro ingenio, hízolas de catorce (sic), y estuvo en propósito de componer una obra donde diese a entender cómo las tales eran muy mejores coplas (aunque fuesen tan frías como las suyas) que las buenas, siendo de ocho o de doce; pero ésta era una obra tan profunda y grave, que no creo yo que la pudiera llevar al cabo, así porque se hallaba ya cargado de años y de autoridad, como porque la ley de la Tabla de Barcelona y el Coll de Pertuz habían airádose contra él de envidia porque oscurecía su [p. 126] fama. [1] Aunque toda la carta es de burlas, y como tal debe tomarse, este lenguaje no parece muy piadoso en boca de un amigo y de un correligionario poético, que trabajó tanto o más que cualquiera otro por la adopción del nuevo metro y el triunfo de la nueva escuela. Don Diego gustaba de entremezclar las burlas con las veras, y era satírico y mordaz por naturaleza, pero en este caso la sátira hubiera caído de plano sobre la mitad de sus versos.

Pero el amigo predilecto de Boscán, a quien pudo llamar con el poeta latino dimidium animae meae, fué sin disputa Garcilaso. Las obras de este príncipe de la lira castellana, con ser tan pocas, repiten a cada momento el nombre de Boscán y se enlazan con la vida de ambos poetas. Ya conocemos el elogio que hay en la égloga segunda escrita probablemente en 1531. Desde Nápoles, y en 1532, dirigió a Boscán un soneto en que confiesa su misteriosa pasión por cierta sirena del mar partenopeo:

                Boscán, vengado estáis, con mengua mía,
       De mi rigor pasado y mi aspereza,
       Con que reprehenderos la terneza
       De vuestro blando corazón solía...
                Sabed que en mi perfeta edad, y armado,
       Con mis ojos abiertos me he rendido
       Al niño, que sabéis, ciego y desnudo.
                De tan hermoso fuego consumido
       Nunca fué corazón. Si preguntado
       Soy lo demás, en lo demás soy mudo.

Garcilaso llega a Barcelona en 28 de abril de 1533 con una comisión del virrey D. Pedro de Toledo para el Emperador. Encuentra a Boscán recién casado con D.ª Ana Girón; le ayuda a corregir la traducción de El Cortesano, y escribe la carta dedicatoria a D.ª Jerónima Palova.

En agosto de 1534 repitió Garcilaso su viaje a la capital del principado para informar personalmente al Emperador de los desastres que había causado en las costas de Italia la armada de Barbarroja. Regresó a Italia por Provenza, y desde Valclusa, [p. 127] patria de Laura dió cuenta a Boscán de su viaje en una epístola escrita en verso suelto:

                Doce del mes de octubre, de la tierra
       Do nació el claro fuego del Petrarca
       Y donde están del fuego las cenizas.

Esta carta es un panegírico de la amistad, poniendo a Boscán por ejemplo y dechado de ella.

Al año siguiente asiste Garcilaso a la empresa de Túnez, conquistada por el Emperador en 20 de julio de 1535, y desde el fuerte de la Goleta envía a Boscán un soneto, donde las blandas quejas del amor alternan con las armas y el furor de Marte:

                Aquí donde el romano encendimiento,
       Donde el fuego y la llama licenciosa
       Sólo el nombre dexaron a Cartago,
                Vuelve y revuelve amor mis pensamientos,
       Hiere y enciende el alma temerosa,
       Y en llanto y en ceniza me deshago.

A la vuelta de aquella expedición desembarca en la isla de Sicilia y dedica a Boscán los melancólicos tercetos de la elegía segunda, en que parece que hay un presentimiento de su próximo y trágico fin:

                Aquí Boscán, donde del buen Troyano
       Anquises, con eterno nombre y vida
       Conserva la ceniza el Mantuano,
                Debaxo de la seña esclarecida
       De Cesar Africano nos hallamos
       La vencedora gente recogida. .
       ........................................
                ¡Oh, crudo, oh Agoroso, oh fiero Marte,
       De túnica cubierto de diamante,
       Y endurecido siempre en toda parte!
                ¿Qué tiene que hacer el tierno amante
       Con tu dureza y áspero ejercicio,
       Llevado siempre del furor delante?
               Exercitando, por mi mal, tu oficio,
       Soy reducido a términos, que muerte
       Será mi postrimero beneficio.
                Y ésta no permitió mi dura suerte
       Que me sobreviniese peleando.
       De hierro traspasado, agudo y fuerte...

[p. 128] El siniestro agüero se cumplió, hasta en sus términos literales, porque Garcilaso murió en la campaña de Provenza (1536), cerca de Frejus, asaltando una torre, como a su valor cuadraba, pero no cayó «traspasado de hierro agudo y fuerte», sino prosaicamente descalabrado por una gran piedra que le arrojó uno de los arcabuceros que defendían la fortaleza, de los cuales tomó el Emperador tan sangrienta venganza.

Boscán honró la memoria de su amigo con dos sonetos, de los cuales dijo Hernando de Herrera que «si tuvieran sus obras muchos semejantes a ellos, por ventura merecieran mejor lugar.» [1]

La sentencia es dura, porque Boscán tiene algunos sonetos iguales o mejores que éstos; pero en el segundo de los dedicados a la memoria de Garcilaso hay (si se prescinde de las rimas verbales) un sentimiento de amistad muy hondo y delicado, y una cierta languidez y desfallecimiento, que no carece de encanto:

                Garcilaso, que al bien siempre aspiraste
       Y siempre con tal fuerza le seguiste,
       Que a pocos pasos que tras él corriste
       En todo enteramente le alcanzaste;
                Dime: ¿por qué tras ti no me llevaste
       Quando desta mortal tierra partiste?
       ¿Por qué al subir a lo alto que subiste,
       Acá en esta baxeza me dexaste?
                Bien pienso yo que si poder tuvieras
       De mudar algo lo que está ordenado,
       En tal caso de mí no te olvidaras.
                Que, o quisieras honrarme con tu lado,
       O, a lo menos, de mí te despidieras,
       O si esto no, después por mi tornaras. [2]

                                                                    (Pág. 221.)

Años antes de su muerte, el nombre de Garcilaso había resonado triunfalmente en una de las octavas que intercaló Boscán [p. 129] en su imitación del Bembo, para encomiar, juntamente con los poetas italianos, a los españoles:

                Y aquel que nuestro tiempo truxo ufano,
       El nuestro Garcilaso de la Vega,
       Esta virtud [1] le dió con larga mano
       El bien que casi a todo el mundo niega;
       Con su verso latino y castellano,
       Que desde el Helicón mil campos riega,
       ¡Oh dichoso amador, dichoso amado,
       Que del amor acrecentó el estado!

                                                  (Pág. 446.)

Aunque el autor de la segunda carta del bachiller de Arcadia dice que Boscán murió cargado de años, creemos que en esto anduvo tan equivocado como en todo lo demás. Nada hay en sus versos que indique edad provecta. Creemos, por las razones apuntadas al principio de este conato de biografía, que su edad debía de exceder algo a la de Garcilaso, pero no tanto que dejaran de tratarse como camaradas. Ya que se nos oculta la fecha del nacimiento de Boscán, sabemos, aunque no con entera precisión, la de su muerte, posterior en seis años a la de su amigo. Acompañaba a su antiguo pupilo el Duque de Alba en el viaje que aquel gran capitán hizo al Rosellón en abril de 1542 para inspeccionar el estado de las fortificaciones y ponerlas en punto de defensa contra la invasión francesa, cuando volviendo de Perpiñán asaltó a nuestro poeta una grave dolencia, de la cual a los pocos días falleció, no sabemos si en el camino o en Barcelona. Consta [p. 130] todo esto en una súplica que al Emperador hizo su viuda, recomendada por el Duque de Alba, [1] solicitando que se la hiciese merced «de aquellos cincuenta mil maravedís que V. M., a suplicación del duque Dalba, mandó dar por merced al dicho su marido en su casa, y de un oficio de conservador de las marcas de Cataluña, que él tenía con salario de treinta y cinco ducados, en persona de Juan de Bonaventura de Gualves, para entretenimiento suyo y de sus hijos». No hemos podido averiguar en qué consistía este oficio de conservador de las marcas: acaso tendría relación con algo de pesos y medidas. La instancia fué decretada en estos términos: «Su Majestad le hace merced del oficio para que se ponga en persona de Juan Bonaventura. Los maravedís están consumidos y no hay disposición para hacer otra cosa de presente. A 6 de octubre de 1542.»

Las amables cualidades de Boscán, su perfecta cortesanía, la moderación filosófica de su ánimo, su ternura conyugal, que no ha solido ser prenda común en los poetas, la afectuosa y leal devoción que profesaba a sus amigos, le hicieron muy bienquisto de sus contemporáneos y no se desmienten en sus escritos, que por ello resultan simpáticos, hasta cuando carecen de verdadera poesía. Ningún retrato nos ha conservado las líneas de su rostro. Sabemos sólo que era muy moreno, según resulta de la siguiente anécdota, referida por D. Luis Zapata en su Miscelánea: [2] «Paseábanse juntos una vez en Barcelona Boscán, el caballero que escribió el libro de El Cortesano, que era muy escuro de rostro y muy moreno, y Juan de Saa, negro atezado, hijo de un rey indio, que le dió el rey de Portugal el hábito de Santiago; y don Juan de Mendoza, caballero de Ribera (?), les hizo la copla siguiente: V. Ad. 5.

           Con Juan de Saa se pasea
        Boscán, y aun acierta en esto,
        [p. 131] Porque alguna vez su gesto
       Mejor que el del otro sea.
                Lo que de esto me parece
       Es que tengáis entendido
       Que en él un gesto anochece
       Y en el otro ha anochecido.

Este Juan de Saa dixeron así como era pequeño, mal tallado y negro, y con el hábito de Santiago, que parecía costal de carbón con remiendo colorado.»

Boscán había ocupado los últimos años de su vida en reunir y preparar para la imprenta sus obras en verso, juntamente con las de Garcilaso, que le habían sido piadosamente confiadas, o por su mujer D.ª Elena de Zúñiga, o por alguno de los compañeros de armas del poeta. Esta colección apareció en Barcelona al año siguiente de la muerte de Boscán (1543) por diligencia de su viuda, D.ª Ana Girón de Rebolledo, a cuyo nombre está dado el privilegio imperial para los reinos de la corona de Aragón, y a quien parece que debe atribuirse la discreta advertencia a los lectores:

«Este libro consintió Boscán que se imprimiese forzado de los ruegos de muchos que tenían con él autoridad para persuadírselo; y parece que era razón que sus amigos le rogasen esto, por el gran bien que se sigue de que sea comunicado a todos tal libro, y por el peligro que había en que, sin su voluntad, no se adelantase otro a imprimirlo, y también porque se acabasen los yerros que en los traslados que le hurtaban había, que eran infinitos. [1] [p. 132] Después que él ya se dexó vencer y se determinó a la impresión, y andaba juntando sus papeles y examinándolos, para que con concierto saliesen adonde todo el mundo los viese, que era cosa que él nunca pensó en el principio que lo comenzó a escribir, sabemos que los tenía repartidos en quatro libros. En el primero, las primeras coplas que compuso, que son coplas Españolas; en el segundo, canciones y sonetos a manera de los Italianos; y en el tercero, epístolas y capítulos y otras obras, también a la Italiana. En el quarto, quería poner las obras de Garcilaso de la Vega, de las quales se encargó Boscán, por el amistad grande que entrambos mucho tiempo tuvieron, y porque después de la muerte de Garcilaso, le entregaron a él sus obras para que las dexase como debían de estar. Ya que ponía la mano en aderezar todo esto, y quería, después de muy bien limado y pulido, como él sin falta lo supiera hacer, dar este libro a la señora Duquesa de Soma, y le tenía ya escrita la carta que va en el principio del [p. 133] segundo libro, plugo a Dios de llevárselo al cielo; y ansí hubo de parar todo con tan gran causa. Después, ha parecido pasar adelante lo que él dexaba empezado, digo la impresión; que en la enmienda de sus obras y de las de Garcilaso, no es cosa que nadie la había de osar emprender. Y si algún yerro o falta se hallare en estos libros, duélase el que los leyere de la muerte de Boscán, pues que si él viviera hasta dexallos enmendados, bien se sabe que tenía intención de mudar muchas cosas: y es de creer que no dexara ninguna o pocas que ofendieran a los buenos juicios, que con éstos se ha de tener cuenta. Y así se ha tenido por menor inconveniente que se imprimiesen como estaban, y que gozásemos todos dellas (aunque no estén con la perfición en que estuvieran como Boscán las pusiera), que no por no haber quedado acabadas de su mano tenellas guardadas y escondidas donde nunca pareciesen, sino tan mal concertadas y escritas, como suelen andar por ahí de mano. De modo que la culpa de lo que en este libro no estuviere bien, no la tiene Boscán, sino los que fueron causa de esta impresión; y a éstos háseles de perdonar qualquier cosa, por el buen zelo que han tenido con todos los buenos ingenios y con el autor deste libro en que fuese comunicado a todos.»

Es cosa digna de notarse que el privilegio imperial dado en Madrid, a 18 de febrero de 1543, menciona varias obras de Boscán, que luego no figuran en el tomo y son hoy enteramente desconocidas. «Por quanto por parte de vos doña Ana Girón de Rebolledo, viuda del difunto Juan Boscán, caballero de Barcelona, nos ha sido hecha relación que el dicho vuestro marido compuso una sátira contra los avarientos, [1] dos églogas pastoriles, [2] una canción [3] y dos sonetos a la muerte de Garcilaso de la Vega; y otra canción, dos epístolas—una es respuesta de una que le envió don Diego de Mendoza—en cosas familiares y de amistad, un capítulo en cosas de palacio, [4] ciertos sonetos y canciones del [p. 134] dicho Garcilaso, una octava rima, una elegía a la muerte de don Bernardino de Toledo, hermano del duque de Alba; [1] otra obra de la historia, o fábula de Leandro, según se halla en Museo, autor Griego, y traducido en verso Castellano; una tragedia de Eurípides, asimismo autor Griego, y otras algunas obras del dicho Garcilaso de la Vega y del dicho Boscán.»

La pérdida más sensible en todo esto es la de la tragedia de Eurípides, cuyo traductor o imitador parece haber sido Boscán, que ya había hecho un ensayo análogo en el poema de Museo. Y digo parece, porque en el privilegio van involucradas las obras de Boscán con las de Garcilaso. Cuál fuese la tragedia de Eurípides que escogió Boscán no parece fácil de conjeturar, pero sospechamos que se fijó en la Hécuba o en la Ifigenia en Aulide, que eran entonces las más conocidas y famosas, por haberlas traducido en verso latino el grande Erasmo, cuyas obras corrían en manos de todos los españoles doctos. No tenemos a Boscán por enteramente ayuno de letras griegas: no dudamos que consultase el texto original de Museo, por otra parte muy sencillo; pero no le creemos bastante helenista para haber emprendido el descifrar por su cuenta en la edición aldina una cualquiera de las tragedias de Eurípides no latinizadas hasta entonces; alarde de que entre sus amigos sólo hubiera sido capaz D. Diego Hurtado de Mendoza. De todos modos, no puede considerarse a Boscán como el más antiguo imitador de la tragedia griega en España, pues no cabe duda que le precedió el maestro Hernán Pérez de Oliva, cuya versión libre de la Electra de Sófocles, titulada en castellano La venganza de Agamenón, corría de molde desde 1528. [2] Y aunque no se conoce edición suelta de su Hécuba triste, imitada de Eurípides, no pudo ser muy posterior, puesto que el maestro Oliva pasó de esta vida en 1533, ocho años antes que Boscán. Hay que conservarle, por lo tanto, en la quieta y pacífica posesión de su prioridad, que lo es no sólo respecto de la literatura española, sino también de otras lenguas vulgares, pues si no mienten catálogos y bibliografías, la primera traducción [p. 135] francesa de Sófocles fué la Electra de Lázaro de Baif, en 1537, y la primera de Eurípides la Hécuba del mismo Baif, en 1544, a la cual siguió la Ifigenia de Tomás Sibilet, en 1550. Italia había madrugado más con la Hécuba, traducida por Giovanbattista Gelli, cuya rarísima edición, sin lugar ni año, se supone impresa hacia 1519, pero en todo aquel siglo no volvemos a encontrar más que otra Hécuba de Ludovico Dolce, en 1543, y una Alceste de Jerónimo Giustiniano, en 1599. De Sófocles no se cita ninguna anterior a la Antígone de Luis Alamanni, impresa en 1533, cinco años después de La venganza de Agamenón. Versiones inglesas y alemanas no sé que las hubiera en todo el siglo XVI. [1] Esta penuria de imitaciones del teatro griego daría cierto valor a la tentativa de Boscán, si alguna vez llegara a descubrirse. Y aun sería más curiosa si estaba en verso y no en prosa, como lo están las del maestro Oliva.

El libro de las obras de Boscán y Garcilaso tuvo todo el éxito que podía esperarse en un tiempo de tanta actividad intelectual. La primera edición de Barcelona (1543) fué falsificada dos veces en un año, lo cual obligó a la viuda de Boscán a impetrar nuevo privilegio para la corona de Castilla, aunque no pudo impedir otras que continuamente salían de las prensas de Italia, Francia y los Países Bajos. Hasta veintiuna o veintidós llegan las que se conocen de aquel siglo. En algunas se introdujeron variantes más o menos acertadas, y se añadió alguna que otra poesía, al parecer auténtica.

Pero hay que confesar que los versos de Boscán se imprimían y vendían a la sombra de los de Garcilaso, que les hacían juntamente un favor con su compañía, y un disfavor con la comparación que forzosamente provocaban. La diferencia que desde el principio se advirtió entre los dos amigos iba haciéndose mayor conforme pasaban los años y se refinaba el gusto. A fines del siglo XVI Boscán resultaba un poeta anticuado y tosco, humilde y prosaico en su dicción, y lleno de disonancias métricas. Por el contrario, los versos de Garcilaso parecían siempre modernos y cada vez más llenos de juventud y frescura. Así es que cuando [p. 136] un humanista de buen gusto, el maestro Francisco Sánchez de las Brozas, los separó en 1577, siguiendo su ejemplo el divino Herrera en 1580, nadie hubo que se quejara de ello, salvo algún veterano del tercio viejo, como D. Luis Zapata; [1] y las obras de Garcilaso, con o sin comento, campearon solas por tres centurias, puesto que es mera superchería editorial la única edición que se presenta como del siglo XVII. Aun en las antologías y crestomatías hechas por españoles se concedía poco o ningún valor a Boscán, en lo cual hubo injusticia notoria. Los extranjeros, a quienes podía ofender menos el áspero son de sus versos, se le mostraron siempre más benévolos. Y fué al cabo un extranjero, el norteamericano William I. Knapp, quien le vindicó del desdén de nuestros compatriotas, publicando en 1875 una curiosa edición enriquecida con notas y variantes, que si no restauró la fama de Boscán entre el vulgo literario, proporcionó un texto importante al estudio de los filólogos, únicos que pueden y deben leerle íntegro.

Pero algo hay en él que el crítico de gusto más severo puede leer sin enfado, y mucho que importa al historiador literario. De una y otra cosa daremos razón, comenzando por tratar la cuestión métrica, que en Boscán tiene más interés que el mérito intrínseco de sus versos, sea el que fuere. [2] [p. 137] [p. 138] [p. 139]

Notas

[p. 7]. [1] . V. Ad. y Correc. en la pág. 415.

[p. 8]. [1] . Don Antonio de Bofarull, en nota comunicada al Sr. Fabié y transcrita por éste en el prólogo de su edición de El Cortesano, pág. LII.

[p. 8]. [2] . Da noticia de estas elecciones Juan Francesch Boscá en sus apuntamientos cronológicos, que citaré después.

[p. 8]. [3] . Capmany, Memorias históricas sobre la marina, comercio y artes de la antigua ciudad de Barcelona, (Madrid, 1779), tomo II, pág. 420. «Capítulos confirmados por D. Pedro de Aragón sobre el armamento de dos galeras.» (Barcelona, 28 de agosto de 1351.)

[p. 8]. [4] . Capmany, Memorias históricas, tomo I, pág. 142.

Zurita ( Anales de Aragón , lib. VIII, cap. 46) difiere en el nombre, y no dice que Boscán fuese consejero, sino armador.

«Proveyéronse las cosas concernientes a esta armada con consejo de Ferrer de Manresa y de Bonanat Dezcoll, Vice-Almirante de Cataluña, y de Francés de Finestres y Guillén Morey, que eran ciudadanos de Barcelona, y las personas más diestras y platicas en las cosas de la mar que avía en todos sus reinos. A éstos nombró el Rey para el Consejo del General: y con ellos se juntaron para proveer en la expedición desta armada, Andrés de Olivella y Jayme Boscán, que eran también ciudadanos de Barcelona y muy experimentados en aquel menester.»

La Crónica de D. Pedro IV nombra a los tres consejeros, pero no a los dos armadores

[p. 9]. [1] . Capmany, Memorias, II, Apéndice, pág. 53. «Varias noticias marítimas y mercantiles del puerto de Barcelona pertenecientes a los años desde 1390 hasta 1394: sacadas de los Dietarios del Archivo antiguo de las Casas Consistoriales.»

[p. 9]. [2] . Bofarull (D. Manuel), Documentos inéditos del Archivo de la Corona de Aragón, tomo XIV, pág. 3.

Cf. Milá, Resenya historica y critica dels antichs poetas catalans, en el tomo III de sus Obras completas, pág. 208.

[p. 9]. [3] . Zurita, Anales de Aragón, lib. XVI, cap. 39.

«Al fin del mismo año (1456) huvo por todo el Reyno de Nápoles un tan espantoso y terrible temblor de tierra, que muchos lugares y castillos se assolaron, y entre los otros recibieron increyble daño Iserna y Brindez, dos principales ciudades dél, y en las Memorias de Juan Francés Boscán se escrive, que esto fué a seys del mes de diziembre deste año, y que murieron más de sesenta mil personas.»

Los anotadores valencianos de la Historia del P. Mariana, en la edición de Montfort (VII, 311) dicen que Zurita poseyó estas Memorias, y es muy verosímil que así fuese, pero no las encuentro entre los vestigios de su librería manuscrita que trae Dormer en los Progresos de la Historia de Aragón.

Felíu de la Peña, en el tomo III de sus Anales de Cataluña, Barcelona, 1709 (pág, 48, col. 2), dice que «ha copiado lo particular de los lances de asedios, reencuentros y batallas de las relaciones de Juan Francisco Boscá, testigo de vista de todo, y aunque catalán, desapasionado, pues siguió a Cataluña mientras juzgó tenía pretexto, y la dexó cuando no era Cataluña quien proseguía la guerra, sino particulares que la tiranizaban, saliendo de Barcelona, a servir al Rey, viendo que se avía passado a la elección del Condestable de Portugal.» Con efecto; entre los que se pasaron al partido del Rey en 1462, figuran Juan Francisco Boscá, Galcerán Dusay..., Juan Almogavar, Ramón Marquet y otros varios (Felíu, Anales, III, pág. 37).

El Condestable de Portugal, rey intruso en Cataluña, mandó en julio de 1464 «echar fuera de la ciudad a las mujeres, hijos y familia de Arnaldo Scarit, de Juan Francisco Boscá, de Galcerán Dusay, de Ramón Marquet y de otros de menos nombre» (Felíu, III, pág. 45).

[p. 10]. [1] . Con bastante detención y exactitud dió razón de este códice Pérez Bayer en nota al libro X, cap. V, pág. 291 de la Bibliotheca Vetus de Nicolás Antonio.

«In Raimundi Montanerii antiquo sane Regiae Bibliothecae Matritensis codice post Montanerii historiam. habetur alia manu, sed itidem antiqua, Parvum Chronicon Comitum Barcinonensium praemisso eorundem stemmate, quod excipiunt Annales urbis Barcinenensis ab anno MCCCLXXX, in quibus praecipua Regum Aragoniae et Comitum Barcinonensium gesta summatim continentur; anniversariae autem Magistratum, Consiliariorum et Officialium urbis Barcinonensis electiones minutissime describuntur, adjecta per singulos annos prolixa nomenclatura electorum ad peculiaria eiusdem manera: quod opus optimae frugis plenum mihi visum fuit. Boscanum autem aliquem auctorem habere... id mihi indicio est, quod quoties inter electos eius gentis sive familiae cognomen occurrit, in margine e regione perpetuo adjicitur haec nota + : quad mihi primum observare licuit in electione Magistratuum anni MCCCXIV, quo loco in concilio Centum Iuratorum («Concell de cent jurats») legitur + Iachme Boscha; itemque anni MCCCXVI et MCCCXLII atque anni MCCCXLIV + Pere Boscha et + Jachme Boscha; ac demum, anni MCCCLX + Iachme Boscha, et + Pere Boscha...

Postquam haec scripseram, in hanc eiusdem codicis notam incidi, quae omnem de parvi hujus Chronici auctore dubitationem amovere videtur: «En aquest present trienni plagué a nostre Senyor Deu apellar de aquesta present vita al senyor mon pare En Ioan Francesch Boscha, lo qual mori dissapte deprés dinar pasadas les quatre hores e miga, apres mig jorn, que comptauen cinch de febrer del any 1480, dia de Santa Agata.»

Cf. Massó y Torrents, Manuscrits Catalans de la Biblioteca Nacional de Madrid (Barcelona, 1896), pág. 141. Esta noticia es algo insuficiente. Para completarla, vid. A. Morel-Fatio (Annales du Midi, tomo VIII, Tolosa, 1496, pág. 369), y J. Calmette, Notice sur la seconde  partie du manuscrit catalan P, 13 de la Bibliothèque Nationale de Madrid (Bibliotèque de l'École des Charles, tomo 63, 1902). Véase también el últuno y excelente trabajo del Sr. Masso Historiografía de Catalunya (extracto del tomo XV de la Revue Hispanique).

El título latino de Chronicon o annales es inventado por Pérez Bayer, porque las notas en el códice empiezan sin encabezamiento alguno, a no ser que se tengan por tal las primeras palabras: «Lo present memorial es escrit a etterna memoria e per relatio dels antichs.» Todo el texto, que ocupa 46 folios, esta en catalán, a excepción de algunas, muy pocas, notas marginales en latín, que generalmente se refieren a noticias de los Papas. Además de las cronologías de los reyes de Aragón, contiene varias listas de los conselleres de Barcelona, de los administradores de la taula del cambi o Banco de dicha ciudad, de los claveros, síndicos, bayles, diputados y oidores de cuentas del General del Principado de Cataluña, y moltes coses antigues, que son notas, a veces extensas, de sucesos ocurridos en Cataluña, Castilla y otros países de España y fuera de España, principalmente en los siglos XIV y XV. Las notas del hijo de Boscán, mucho menos importantes que las de su padre, llegan hasta 1488.

La nota de Pérez Bayer hubiera debido evitar los graves errores y confusiones en que incurrieron al tratar de estas Memorias Torres Amat y don Antonio de Bofarull, llegando a afirmar el segundo que «Juan Francesch Boscán no había existido. Con sólo dar un repaso a las conocidísimas Memorias de Capmany (tomo II, pág. 43 del Apéndice) hubiera encontrado su nombre en el «Catálogo de los Cónsules de la antigua Casa del Consulado del Mar de Barcelona, desde los años 1446 hasta 1714».

Entre los historiadorea modernos que han utilizado las notas analísticas de este Boscá, debe citarse en primer término a José Calmette, autor de una de las mejores y más sólidas monografías hiatóricas que se han publicado en estos últimos años: Luis XI, Jean II et la Révolution Catalane (1461-1473), Toulouse, 1903.

En las apuntaciones de Juan Franch Boschá se revela con frecuencia su lealtad monárquica. Siente verdadera indignación al narrar el suplicio del conseller Francisco Pallarés, decapitado en 10 de mayo do 1462 con otros cómplices suyos en una conspiración que tenía por objeto abrir las puertas de Barcelona a las tropas del Rey, Fué uno do los candidatos a la diputación realista de seis miembros que organizó Bernardo Zaportella (por mucho tiempo diputado único del bando do D. Juan II) para oponerla a la diputación revolucionaria, Refiere los pormenores de esta elección, cuyo resultado se proclamó en 5 de mayo de 1470, no contándose el analista entre los elegidos. (Vid. Calmette, págs. 93 y 313.)

[p. 12]. [1] . Capmany, Memorias, tomo IV (1792), pág. 103 del Apéndice. «Catálogo Cronológico en forma de Anales de los Concelleres que compusieron el Ayuntamiento de Barcelona desde el año 1455, en que fueron adjudicadas dos plazas fixas y perpetuas al Comercio y a los Oficios, hasta su extinción en 1714: trasladado de los libros del Archivo Municipal.»

Según la reforma que en sentido democrático hizo en 1455 Alfonso V, destruyendo el monopolio de los cargos municipales que ejercían los «ciudadanos honrados», las cinco plazas de conselleres quedaron distribuídas en esta forma: las dos primeras para ciudadanos y doctores en Leyes o Medicina; la tercera para mercaderes (incluyendo comerciantes, banqueros y navieros); la cuarta para artistas (clase que comprendía los tenderos, notarios, boticarios, drogueros y cereros), y la quinta para los menestrales. Como specimen de esta curiosa y sabia organización, copio íntegra la nómina de los elegidos en 1473:

       Juan Boscá , ciudadano.
       Ramón Marquet, ciudadano. 
       Pedro Marquilles, mercader.
       Jaime Mas, notario.
       Juan Baudella, carpintero.

[p. 12]. [2] . Pere Miquel Carbonell, Opúsculos, publicados por D. Manuel de Bofarull (tomo 27 de los Documentos del Archivo de la Corona de Aragón, páginas 214-215. De exequis, sepultura et infirmitate Regís Joannis Secundi, 1479)

«Capitol XLVIII qui tracta de la contentio del ordenar de la sepultura seguida e moguda entre los manumissores del Senyor Rey de una part e los consellers de Barcelona de la part altra e dels convidadors qui foren ordenats per convidar a la dita sepultura.»

[p. 13]. [1] . Feliu de la Peña, Anales, tomo III, pág. 36, col. 1.ª

Los servicios de este Juan Brigit Boscá a la causa real, habían sido grandes, según consigna el mismo historiógrafo (pág. 56 vta.), refiriéndose al año 1469. «Ocupada Gerona, entró en Barcelona el Duque de Lorena disgustado, con grande número de los de la Ciudad, que deseaban la concordia con el Rey, y salieron a buscarle con harto peligro, y sólo se nombra, entre éstos, Juan Brigit Boscá.»

[p. 13]. [2] . Oratio Petri Bosta artium et Sacrae Theologiae (¿magistri?) habita XI Kal. Novembris: ad Sacrum Cardinalium Senatum Apostolicum: in celebritate victoriae Malachitanae per Serenissimos: Ferdinanau et Helisabet Hispaniarum principes catholicos: feliciter partae: Anno Christi: M. CCCC. LXXXVII . 4.°, 6 hojas, sin lugar ni año de impresión.

       (Gallardo, Ensayo, n. 1446.)
        

[p. 14]. [1] . Capmany, Memorias, II, pág. 315. «Real Privilegio de D. Fernando el Católico, por el qual concede a los ciudadanos honrados de Barcelona las prerrogativas del orden equestre.»

Es tan importante el documento para la historia política, que me parece conveniente poner a la letra sus principales cláusulas:

«Quamobrem considerantes servitia per Cives Honoratos Barchinonae retro Regibus Aragonum, praedecessoribus nostris divi recordii indefesso animo praestita, tam in adquirendis Regnis Valentiae, Insulis Balearibus, Sardiniae, et utriusque Sicilise, quam in debellandis hostibus mari terraque, nullis eorum periculis personarum, et bonorum discriminum parcendo, maritimoque Exercitu sucurrendo; et tandem eorum auxilio dicta Regna et Insulas Coronae Aragonum injunxerunt et subegerunt, in aliisque bellis nunquam defficientes: succedentibusque etiam Nobis in Regnis Coronae Aragonum, in bellis quae contra Sarracenos Granatam incolentes gessimus, et tandem ditioni nostrae christianae subegimus multi ex Civibus Honoratis Barchinonae nos sequuti fuerunt; nec retrocesserunt a bellis postea per Nos contra Gallos gestis: nec defuerunt Civium Praedictorum vires opesque in nostro foelici Exercitu, quem in Africam missimus pro exaltatione Sacri nominis Christiani sique ad Nobis jugiter serviendum prompti paratique comperti fuerunt...

Tenore igitur praesentis nostri Privilegii cunctis temporibus firmiter valituri, de nostra carta scientia et consulto, motuque nostro proprio, per Nos nostrosque successores, praedictis Civibus Honoratis Barchinonae, qui nunc sunt, et pro tempore fuerint, eorumque filiis et descendentibus ex eis per lineam masculinam natis et nascituris, etiamsi essent foriscati et emancipati, concedimus quod de caetero gaudeant, utantur et fruantur omnibus privilegiis, immunitatibus, libertatibus, franquitatibus, praeminentiis, favoribus et praerrogativis, quibus Milites, et aliae personae de Stamento Militari in Cathalonia utuntur, gaudent, fruuntur, et debent possuntque et consueti sunt uti, frui et gaudere, nunc et in futurum, tam secundum jus Romanum seu commune, quam per Usaticos Barchinonae, Constitutiones Cathaloniae, Capitula et actus Curiarum, privilegia concessa et concedenda, usus et consuetudines praesentes et futuras Cathaloniae, et inter alios Milites nostros et personas Militares, in omnibus et per omnia connumerentur. Intellecto etiam, et declarato, quod si in futurum privilegia et gratiae concedantur Stamento Militari, seu personis illius; ipso tacto, sine alia provisione seu expressione, concessa et concessae sint et intelligantur ipsis Civibus Honoratis Barchinonae, et eorum filiis et descendentibus per lineam masculinam, tam natis quam nascituris, etiamsi emancipati seu foriscati essent: qui omnes et singuli in omnibus et per omnia, pro veris personis Stamenti Militaris habeantur, non quidem perinde sed parifirmiter, ac si quislibet ex eis esset per Nos militari cingulo insignitus, et gaudeant et gaudere possint omnibus illis quibus veri Milites et aliae personae Stamenti Militaris gaudent, utuntur et fruuntur, utique gaudere et frui possunt in futurum... Volumus tamen et declaramus, quod ad convocationes Curiarum, seu Parlamentorum faciendarum seu faciendorum, praefati Cives Honorati Barchinonae, eorumque filii et descendentes praedicti per lineam masculinam, non vocentur, neque intrent dictas Curias aut Parlamenta, nec in illis vocem habeant. In ceteris autem omnibus, volumus dictos Cives Honoratos Barchinonae eorumque filios, tam natos quam nascituros, etiamsi foriscati seu emancipati essent, et descendentes ex eis per lineam masculinam, pro veris militibus et personis de Stamento Militari censeri, et sine ullo discrimine haberi et reputari.

Et ne in futurum per quospiam dubitari posset, quae personae sunt Cives Honorati Barchinonae; declaramus quod de caetero solumundo et dumtaxat sint Cives Honorati Barchinonae personae subscriptae, et eorum filii et descendentes per lineam masculinam tam nati quam nascituri, ... et alii qui in tempore, modo et forma de caetero eligerentur, approbabuntur, et scribentur in Libro seu Matricula infrascripta et non alii.»

La matrícula comprende cerca de un centenar de nombres, entre los cuales está «Franciscus Boscá ».

«Quos omnes volumus quod sint matriculati et scripti in libro nominato Matricula Civium Honoratorum Barchinonae: quem librum recondi volumus in Domo Concilii civitatis praedictae Barchinonae. Volumus etiam et concedimus, quod anno quolibet prima die mensis Maji, illi qui erunt matriculati in dicto libro, sine licentia et mandato nostro, seu alicujus officialis seu judicis, possint se libere congregare in Domo Concilii dictae Civitatis Barchinonae cum interventu Conciliariorum qui tunc et in futurum pro tempore erunt, hora per dictos Conciliarios asignanda: et si omnes matriculati qui ibidem praesentes erunt, dum tamen duae partes matriculatorum, factis inde tribus aequalibus partibus omnium matriculatorum, sint praesentes et concorditer aliquem de novo matriculare in Civem Honoratum voluerint; quod ille seu illi, de quibus concorditer nemine discrepante convenerint, matriculentur in Cives Honoratos dictae Civitatis, et in dicto Libro scribantur, sintque deinde postea Cives Honorati Barchinonae, gaudeantque in omnibus cum omnibus eorum filiis tam natis quam nascituris...

Ceterum non ignari quod impetrantes Generositatis Privilegia, intra annum Militiam assumere teneantur; declaramus quod Cives Honorati, eorumque filii et descendentes praedicti, Militiam intra unum annum aut postea ullo unquam tempore nullatenus assumere teneantur: id quod statutum est in impetrantibus dictae Generositatis Privilegia locum sibi non vendicant in hoc casu, minimo etiam si dicti Cives eorumque filii et descendentes, ut est dictum, ad Militiam nunquam assumantur, nihilominus praedictis privilegiis, prorrogativis, et gratiis, Militibus et hominibus de Stamento Militari concessis et concedendis, uti, fruit et gaudere possint, et inter Milites et personas de Stamento Militari connumerari, ut est dictum.»

[p. 16]. [1] . El Cancionero Catalán de la Universidad de Zaragoza, exhumado y anotado por el Dr. D. Mariano Baselga y Ramírez..., Zaragoza, 1896.

P. 264. Dança d'amor feta per en Johan Boschá. Inc.

           No sab lo cami d'amor
       Lo qui diu per fellonia:
       Tal cosa jo no faria
       Mostrant l'esdevenidor.
           Quant los ulls han presentat
       Al entendre lo bon alt,
       La voluntat fa lo salt
       Sperant lo desigat.
           En tal cas es gran error
       Dir una semblant follia:
       Tal cosa jo no faria
       Mostrant l'esdevenidor...

También la trae íntegra Milá en su Resenya dels antichs poetas catalans (tomo III de las Obras completas, pág. 208), calificándola de molt be feteta.

P. 215. Alta dança feta per lo desus dit. Sólo queda la primera cuarteta, y en blanco lo demás:

           Amor, ta gran senyoria
       Sobre mi se mostra clar
       Per quem faç pera passar
       Per qui no sent de la mia...

P. 393-399. Dase noticia de otro Cancionero inédito del señor Marqués de Barbará, y se transcribe el índice, donde leemos las siguientes indicaciones:

Fol. 99. «Aquesta es la letra que fa mos. Pere Pou als enamorats emprant los de Valensa contra lo falç amor de quis desig segons se veura por los dexeximens davall scripts.» (En prosa y verso.) Hay respuestas de D. Francisco de Pinós, Vilademany, Pere Johan Ferrer, Bernat Turell, Johan de Cruhilles, Franci Desvals, etc.

Fol. 103. «Resposta de mos. Almugaver a mos. Pere Pou

Fol. 104. «Replica de mos. Pou a mos. Almugaver. »

Fol. 104 vto. «Segona resposta de mos. Almugaver. »

Fol. 105. «Segona replica den Pou a mos. Almugaver. »

Fol. 106. «Terça resposta de mos. Almugaver. »

Fol. 121 vto. «Resposta den Johan Boscha. »

Fol. 123. «Replica den Pou anan Johan Boscha. »

—Massó y Torrents, Manuscrits de la Biblioteca de l'Ateneu Barcelones (Revista de Bibliografía Catalana, 1, 13 Y 55).

Describe un Cancionero del siglo XV procedente de la biblioteca de don Miguel Victoriano Amer, núm. 23 de la colección del Ateneo.

Fol. 48. «Tençó menada entre n'Anthoni Vallmanya, notari, en nom e per part de huma donzella de huma part, e en Johan Fogassot de la part altra sobre tal cas, si la dita donzella a pendre marit, ab quals de aquests dos será milis maridada, ab home veyll rich e de gran estat o ab home jove pobre e de gentil estat.»

Fol. 51. «Com lo dit Vallmanya per part de la dita donzella pren jutge per sa part mossen Johan Boschá, Ciutedá de Barchelona. »

Fol. 51 vto. «Cobla tramesa per lo dit Vallmanya en lo dit nom al Johan Boschá pregant lo vulle pendre carrech de la dita judicatura per part de la dita donzella:

       Mosen Boschà—pus sce que sots tocat
       Del gay saber—jo qui non so tocada...
        

Juan Fogassot, por su parte, elige juez a «Franci Bussot, ciutedá de Barchelona.»

Fol. 52. «Supplicació per part de la dita donzella presentada al Illustrissimo S. R. de Navarra lochtinent jeneral del molt alt S. R. Daragó, suplicant lo que ates que los dits jutges fins asi no an sentenciat en la dita questió, plasia a la sua senyoria mudar e metre y jutge impossant a aquest pera que breument hi declar.»

Fol. 53. «Provisió feto per lo dit S. R. de Navarra metent hi jutge micer Johan Bellafila e que sots pena de mil florins hi declar.» Estos versos están subscritos por Vallmanya.

[p. 18]. [1] . Poesie di ventidué autori spagnuoli..., pág. 34. Más adelante se dará razón de este libro.

[p. 18]. [2] . Memorias para ayudar a formar un Diccionario crítico de los escritores catalanes... Barcelona, Verdaguer, 1836, pág. 120.

El artículo de Boscán, que ocupa poco más de dos columnas, es de los más endebles de esta compilación, en que intervinieron muchas manos, no todas tan hábiles como la de M. Tastu. No por eso dejan de ser las Memorias del obispo de Astorga un libro utilísimo, en que hay excelentes biografías, sobre todo de escritores del siglo XVIII y principios del XIX. No sólo es el primer ensayo de bibliografía catalana, sino que en conjunto no ha sido superado todavía, y rara vez se le consulta sin algún provecho.

[p. 18]. [3] . Lo mismo opina el más diligente de los biógrafos de Garcilaso, don Eustaquio Fernández de Navarrete (Documentos inéditos para la Historia de España, tomo XVI, pág. 161).

[p. 19]. [1] . Vid., por ejemplo, Calmette, Louis XI, Jean II et la Révolution catalane, pág. 40.

[p. 19]. [2] . Tomo II, pág. 29 del Apéndice.

«El antiguo Magistrado de Barcelona, para promover sólidamente los estudios de sus ciudadanos, que estaban precisados a cursar en Tolosa o Lérida, deliberó la erección de su Universidad literaria, que planteó por los años de 1430, dotándola de su propio eratio...»

Capmany da a entender que al privilegio de Alfonso V (cuya fecha adelanta en veinte años, si no es errata de imprenta) siguió la erección de la Universidad, lo cual es notoriamente erróneo. Todo lo demás que dice debe entenderse del estado moderno.

«Tenía un Cancelario nato, que era el Obispo, y un Conservador, que lo era el Prior de la Colegiata de Santa Ana... El último plan de estudios que recibió esta Universidad desde el año 1559, en que se edificó la Casa de la Rambla y se puso en práctica la primera reforma, fué el del año 1629, en el cual quedaron abolidos los antiguos estatutos y publicados los nuevos, que extendió una Junta particular de peritos del Concejo Consistorial. Contiénense en un tomo en folio, cuyo título es Nou redrés dels Estudis Generals de la Universitat de Barcelona, impreso en la misma ciudad en casa de Pedro Lacaballeria.

En este nuevo Plan consta que por los años de 1565 se hizo la unión del antiguo Colegio de Medicina, establecido en dicha ciudad, con el claustro de su Universidad literaria. Este Colegio de Medicina, que tenía también su Cancelario y Rector, fué creado por Privilegio del Rey D. Martín, y a petición suya y de la ciudad, confirmado por Bula de Benedicto XIII, dada en 2 de mayo de 1400.»

[p. 20]. [1] . Es notable sobre este punto el testimonio del cronista oficial de D. Juan II, Gonzalo de Santa María: «Cerneres homines mercimoniis, questibus ac lucris deditis, ad remque maxime avidos, quos augendi patrimonii cupiditas timidos tepidosque reddiderat, ita se sponte periculis ac vitae discrimini objicere atque in re militari exercitatos, denique ita animus induruerat callumque jam omnes fecerant, ut cum viderent filios ante se jugulari, haberent super filiorum cadavera inconcussam, rigidamque faciem.» (Colección de documentos inéditos para la Historia de España, tomo 88, Serenissimi principis Joannis Secundi vita, pág 148.)

[p. 20]. [2] . En términos acaso excesivos lo reconoce un historiógrafo muy erudito y nada sospechoso de tibio amor a las cosas de Cataluña: «Tal vez nuestra literatura no hubiera venido tan a menos si nuestra burguesía hubiese sido más amiga de las artes y de las letras, y en su consecuencia hubiese creado en Barcelona una Universidad o Studi general, como entonces se decía; pero es cosa antigua que en donde florecen las letras de cambio no florecen las literarias...» (Sampere y Miquel, Barcelona en 1492, página 323. Estudio muy interesante que forma parte del tomo de conferencias dadas en el Ateneo Barcelonés con el título genérico de Estado de la cultura española y principalmente catalana en el siglo XV. Barcelona, 1893.)

[p. 21]. [1] . «Al primer de febrer 1398 se tracto en Conseil, que lo Rey desitjaba obtenir del Papa, que en Barcelona hagués Studi general de tota facultat, per lo cual la ciutat conseguiria gran profit, é honor, y lo Consell delibera nos acceptas, per que serien mes los perills é scandols que podien seguir, que los profits é honor.» (La Fuente, Historia de las Universidades, tomo I, pág. 355.)

[p. 21]. [2] . Tanto el acuerdo de los Conselleres, que tiene la fecha de 21 de abril de 1450, como el Privilegio de D. Alfonso V y la Bula del Papa, pueden verse en los Apéndices de la Historia de las Universidades en España, por D. Vicente de la Fuente (Madrid, 1884), págs. 332 a 337.

Sé que existe una Memoria histórica de la Universidad de Barcelona, redactada por el difunto catedrático D. José Balari, pero hasta ahora no he podido procurármela. V. Ad. 1.

[p. 21]. [3] . Consta su existencia por una carta de los Conselleres de Barcelona a los Paheres de Lérida a 4 de las Nonas de octubre de 1346. Vid. La Fuente, I, 355, donde se copian otros acuerdos de los Conselleres respecto a cosas de enseñanza desde mediados del siglo XIV a fines del XV.

[p. 22]. [1] . «Ara ojats tot hom generalmente que com los honorables Consellers y Consell de Cent jurats de la present ciutat de Barcelona afectants levar 10 nuvol de la odiosa ignorancia dels enteniments dels poblats e habitadors en aquella, a laor y gloria de nostre Senyor Deu, y de la gloriossima Verge Maria mare sua, y de tots los Sancts del paradis, hagen feta deliberacio ab la qual hagan consentit, que en la Rambla de la dita ciutat, en lo loch ahont se pesava la palla, sie construida y edificada una casa per lo Studi general, ab una capella, ahont se puguen instruir y adotrinar los dits poblats y habitadors de la dita ciutat de la verdadera Sciencia, per la qual lo home mortal es fet inmortal y ve a conseguir y fruir la beatitud eterna, y la Republica es degudament ab lo timó o govern de la doctrina, no sols regida, mes encara al servey de Deu y cult divinal aumentada...» (La Fuente, tomo II, pág. 592, núm. 23 de los Documentos.)

[p. 22]. [2] . Entre sus familiares se contó algún tiempo el notable humanista de Uldecona Pedro Galés, discípulo de Pedro Juan Núñez en Zaragoza, y que más adelante profesó las doctrinas de la Reforma. Vid. el interesante opúsculo de Ed. Boehmer y A. Morel-Fatio L'humaniste hétérodoxe catalan Pedro Galés (París, 1902: extracto del Journal des Savants).

 

[p. 23]. [1] . In Cantica Canticorum Salamonis explanatio in Isagogen, Paraphrasim et quinque posteriores plenioris interpretationis libros dicata... Auctore Cosma Damiano Hortolano (Barcelona, Jayme Cendrat, 1583). Sobre el carácter y mérito particular de este comentario debe leerse lo que dice el docto y piadoso D. Tomás González Carvajal en el prefacio a su traducción del Cántico (Libros poéticos de la Biblia. Madrid, 1829, págs. XXV a XLIII).

[p. 23]. [2] . Andreu. Institutiones grammaticae sex dialogis comprehensae (Barcelona, 1575).

Jolis. Adjuncta Ciceronis, sive quae verba Cicero simul dixit, tanquam sinonima aut vicini sensus (1579).

Antich Roca. Lexicon latino-catalanum ex Nebrissensi castellano-latino (1561). En colaboración con Francisco Calsa, no Clusa, como se lee por errata en Torres Amat.

Pou. Thesaurus puerilis. Auctore Onofrio Povio, gerundensi, artium doctore (Barcelona, 1600 ; hay ediciones anteriores, y la licencia es de 1579). Fué adicionada por Bernabé Soler y otros.

[p. 23]. [3] . Cassador. Claudius: Comoedia auctore Ioanne Cassadoro publico in Barcinonensi Academia professore. Accesserunt Petri Sanyerii publici etiam professoris annotationes. Barcinone in aedibus Claudii Bornat et viduae Monpesat, 1573.

Cassá. Sylva, comoedia de vita et moribus: authore Jacobo Cassiano presbytero virgiensi dioecesis Gerundensis. Sequitur libellus de constructione cum forma perdiscendi calendas. Barcinone excudebat Petrus Malus an, 1576.

Sunyer. Terra, dialogus in gratiam puerorum editus: auctore Petro Sunyerio publico litteratum in ínclita Barcinonensium academia professore ad Maginum Valerium optimae spei adolescentem. Barcinone, ex typographia Petri Mali, 1574.

[p. 24]. [1] . Jordana. Compendium Dialecticae F. Titellmani ad libros logicorum Aristotelis admodum utile ac necessarium, a Francisco Scobario olim latini sermonis castimonia donatum. Nunc opera Antonii Jordanae Scholiis et clarissimis exemplis illustratum. Impressum Barcinone in aedibus Pauli Cortey et Petri Mali anno a Nat. Dom. 1570.

Jorba. Epitome omnium capitum operum Aristotelis.—Quaestiones in universa ejusdem opera... Lugduni. 1584.

Sala. Commentarii in Isagogem Porphirii et universam Aristotelis logicam, una cum dubiis et quaestionibus hoc nostro saeculo agitari solitis (Barcelona, 1618).—In Physicam Aristotelis, de substantia corporea in communi, de ejus principiis, causis, partibus ac proprietatibus commentarii... (Barcelona, 1619).

[p. 24]. [2] . Sus obras filosóficas forman tres volúmenes en folio, impresos en Barcelona, 1569. El primero contiene la Lógica, el segundo la Física general y particular, el tercero la Metafísica, siguiendo el plan del texto aristotélico, pero interpretándole conforme a la mente luliana.

[p. 24]. [3] . Arithmetica por Antich Rocha de Gerona compuesta, y de varios auctores recopilada; provechosa para todos estados de gentes (Barcelona, por Claudio Bornat, 1564).

[p. 24]. [4] . «Hay una Universidad y estudio general (narrando estas cosas de corrida), de la cual es canciller el muy Ille. y Rmo, Sr. el Obispo de Barcelona, la cual florece en todo género de ciencias... En la qual se lee Gramática por tres maestros principales; Rhotórica uno, Griego uno, Philosophía seis, Aritmética y Cosmographía uno, Medicina seis, Leyes y Cánones otros tantos, y la sagrada Theología ocho... Está subjeta inmediatamente y reconoce a los cinco consejeros de Barcelona. Está edificada en un lugar muy alegre... (Sigue una enumeración muy incompleta de los profesores ilustres de la Universidad.)... Finalmente, el dicho studio general florece en tanta manera que no hay que dessear a París ni Tolosa, Salamanca, Alcalá de Henares, Padua, Pisa ni Bolonia, de suerte que no solamente puede estar contento de sí mesmo, mas aun puede embiar a otras naciones toda manera de hombres doctos en todo género de sciencias; y han salido y salen ordinariamente muchos con cargos para Nápoles, Cerdeña, Mallorca, Valencia y otras partes.» (Descripción de las excelencias de la muy insigne ciudad de Barcelona. Barcelona, por Hubert Gotardo, 1589: es segunda impresión.) Folio 28 b. (Apud Torres Amat, 326-327.)

[p. 26]. [1] . Dos Tratados de Alonso de Palencia... Madrid, 1876. (Tomo 5.° de los Libros de Antaño.) Págs. 36-42. En el Tratado de la perfección del triunfo militar.

 

[p. 27]. [1] . Antología de poetas líricos castellanos, tomo V (1894), págs. 263-284. [Ed. Nac. III, págs. 245-283.]

[p. 27]. [2] . Colección de documentos inéditos del Archivo General de la Corona de Aragón. Tomo XXVIII (segundo de los Opúsculos de Carbonell, publicados por D. Manuel Bofarull. Barcelona, 1865, págs. 237-248).

[p. 28]. [1] . El colofón dice: Recognitum summaque diligentia castigatum atque Francisci Trincherii et Raphaelis Danderii et Francisci Romei mercatorum civiumque impensis pulchre Caroli Amorosi exactissimi artificis Barchinone impressum anno M.D.XXII die mensis decembris XX.

Traduce al catalán hasta la dedicatoria y el prólogo de Nebrija. El nombre de «M. Ibarra Cantaber» consta al dorso de la portada. (Vid. Torres Amat, 698, que se refiere a un ejemplar de la Biblioteca Episcopal de Barcelona.)

[p. 29]. [1] . In re poetica, quod rarum in gente decus (aludiendo a los vascongados), nostrorum aut exterorum hominum, qui Latina Carmina modulati sunt, paucis secundus... (Bibliotheca Hispana Nova, II, 103.)

[p. 29]. [2] . Martini Iuarrae Cantabrici Orationes quae Crustula iscributur. Et ad Reges Epigranmata et Saphica ad Marq... (Al fin). Impressum ex nouello ptotypo Barcinone per Carolum Amorosium impressorem solertissimu tertio idus Augusti. Anno M. D.XI.

8.° gót. de 12 hs. sin foliar. Signaturas a-b.

Pieza robada de la Biblioteca Colombina; vendida en París en 1885 y revendida en Roma.

Harrise, Excerpta Colambiniana (París, Welter, 1887). pág. 249. Cf. Gallardo, núm. 2.566.

[p. 30]. [1] . «Joannes Boscanus Siculo suo praeceptori S.

Indignum, mi Sicule, ac prorsus iniquum esse arbitror amicitiam nostram eo silentio deprimi: ut nihil minus in praesentia velis quam Boscano tuo familiariter uti. Id tamen, ut verum dicam, mea potius negligentia quam tua inhumanitate factum esse confiteor. Ego enim qui omnia tibi debeo humanus ac liberalis iure quodam erga te esse compellor: tu vero quocumque officii genere ac eo praesertim quod ad literarum rem spectat, adeone tibi obnoxium reddidisti ut omnis gratificandi facultas mihi penitus sit erepta. Tu enim diuturna, ut sic dixerim, vigilantia non solum primis, quod aiunt, litteris meum ingenium exornasti, sed ulterius ad altiora progredi compulisti, Quare non mediocrem ingratitudinis notam contrahere visus fuero si ullum erga te liberalitatis genus omittam. Quid enim maius ac sanctius esse potest quod in eum grato animo esse cuius opera non parum eruditionis lumen consequaris? Quamobrem, mi charissime Sicule, si quid est in mea facultate tibi potes facile persuadere in mihi tecum esse conmune.

Lucius Marinaeus Siculus Ioanni Boscano discipulo salutem P. D.

Etsi te, Boscane, dilexi semper plurimum vel quia genere nobilem magnoque ingenio praeditum vel quod unum ex omnibus qui Ferdinando Regi serviunt generosis adolescentibus noveram multis excultum virtutibus et optimis bonarum artium studiis maxime deditum: nunc tamen amorem erga te meum multo magis accendit: et quasi ventus ignem maiorem fecit epistola tua. Quae mihi et quantum sub nostra doctrina brevi tempore profeceris: et quae tua fuerit semper animi gratitudo singularis et promptissima voluntas et erga me benevolentia et observantia declaravit. Utinam, mi charissime Boscane, plures tui similes et huius ingenii discipulos haberemus: ut in aliorum sicut in tua singulari virtute atque amore fidelissimo senectus mea conquiesceret. Caeterum ego quod mihi tan benigne omnia polliceris ingentes tibi gratias habeo, et tuae laudi maxime faveo. Vale.» (Epistolarum, lib. XII, sign. 1-6.)

[p. 32]. [1] . Véase la descripción bibliográfica de tan peregrino libro:

« Ad illustrissimu príncipe Alfonsum Aragoneum Ferdinandi regis filium | Caesaraugustae et Valentiae Archiepiscopum Aragoniaeque presiden | te Lucii Marinaei Siculi epistolaru familiariu libri dece et septe. Orones quinq. de parcis liber unus. repetio de verbo fero | et eius copositis liber unus: Carminu libri duo. Sut pterea i principio operis carmina: quibus auctor | iuxta cruce Xpi cu virgine mre plorat et | lamentat. Sut et orones duae breues | ad Xpm saluatore: et ad | virgine dei genitrice | una: et angelica sa | lutatio cu addi | tionibus | Siculi.

Colofón: « Impraesum Vallisoleti per Arnaldu Gulielmum Brocarium et exactissime castigatu. Anno domini Millesimo Quingentesimo decimo quarto pridie Kalendas Martias. »Sin foliatura.

Para dar alguna idea de la importante colección epistolar del humanista siciliano, citaré los nombres de algunos de sus corresponsales por el orden en que sus cartas aparecen en el volumen:

Lib. I. Don Alfonso de Aragón, arzobispo de Zaragoza.—Rey D. Fernando el Católico.—Príncipe D. Juan.—Gaspar Barrachina, secretario del arzobispo de Zaragoza.

Lib. II. Don Diego Ramírez de Villaescusa, obispo de Malaga.—Francisco Guicciardini.—Juan Velasco, del Consejo del Rey y procurador del Real Patrimonio.

Lib. III. Domingo de Olite.—Antonio de Nebrija.—Juan Sobrarias.

Lib. IV. Tello Pérez.—Luis Jover.—Alfonso de Segura.

Lib. V. Juan Ruffo, arzobispo de Cosenza, nuncio del Papa.—Juan Badoero, embajador de Venecia.—Cataldo Parisio.

Lib. VI. Lucio Flaminio Sículo.—Antonio de Mudarra.—Pedro Cerdán, «prefecto portionario» (¿Maestre Racional?) de la reina de Aragón D.ª Germana.—Antonio de Pueyo.

Lib. IX. Vicente Pullastre, secretario del Rey.—Francisco Peñalosa, cantor de la Real Capilla.—Pedro Manuel Sículo.—Nicolás Marineo, hermano de Lucio.

I.ib. X. Fernando de Herrera.—El Licenciado Manso, canónigo de Salamanca y rector de la Universidad.—Jacobo Contareno, embajador de Venecia.—Ramiro Núñez de Guzmán.

Lib. XI. Arias Barbosa.—Juan Morell.—Alfonso Sánchez.—Juan de la Caballería.

Lib. XII. Pedro de Castro.—Martín de Sisamón.—Jacobo de Aversa. capellán del Rey.—Bartolomé del Corral.—Pedro de Quintana.

Lib. XIII. Martín de Sisamón.—Diego Lastra.—Francisco Verdugo.—Juan Ponce.—Martín de Corpa, cisterciense.—Juan de Vergara.

Lib. XV. Pedro Mártir de Anglería.—Cristóbal Caamaño.

Lib. XVI. Juan de la Caballería.—Ana de Cervatón.—Dr. Palacios Rubios.

Lib. XVII. Gonzalo de Ayora.—D. Alfonso Enríquez, obispo de Osma.—Juan de Gualbes, jurisconsulto y consejero regio.—Fernando Díez (Decius).— D. Martín de Angulo, obispo de Córdoba.—Martín López Gamboa, capellán del Rey.—Juan Rodríguez.

[p. 33]. [1] . Hállase en algunos, muy pocos, ejemplares de la obra De rebus Hispaniae memorabilibus, escrita por Lucio Marineo e impresa en Alcalá por Miguel de Eguía, en 1530. Tienen estos ejemplares 27 folios más de impresión que los restantes, los cuales concluyen en el fol. 128 vuelto. Ignoramos la causa de la persecución que sufrió este trozo, que, por supuesto, no reaparece en la edición de 1533 ni en la traducción castellana. Acaso deba atribuirse a los grandes elogios que Marineo hace de algunos eruditos que intervinieron en las cuestiones erasmianas y fueron procesados por la Inquisición.

Clemencín reimprimió, casi en su totalidad, el curiosísimo razonamiento de Marineo en los Apéndices de su Elogio de la Reina Católica (tomo VI de las Memorias de la Academia de la Historia, págs. 607-611).

[p. 34]. [1] . «Ceterum mihi nunc in mentem venit Petrus qui alio nomine Rua dicitur, vir inter totius Hispaniae doctiores merito reponendus. Hic enim ab adolescentia nocturnis chartis et nimio studio pallescere coepit, et nullius addictus jurare in verba magistri, suo dumtaxat fretus ingenio doctissimus evasit. Cuius studendi normam secutus est Ioannes Morellus Barchinonensis, cuius ingenium rerum omnium capacissimum facillimamque memoriam mecum saepe sum admiratus, propterea quod cum carmina vel orationes ab aliis semel audiisset, subinde quasi sua recitabat. Huic aemulatione quadam Ioannes Boscanus, civis etiam Barchinonensis acredit valde proximus, et Ioannes Garcesius Moianus, homo litteris valde excultus et ingenio clarus.»

De Juan Morell hay una carta a Marineo Sículo en el libro XI de las Epístolas de éste. Al contestarle Marineo hace mención honorífica de Boscán: «Sunt etiam litterae quae ad me Iounnis Boscani dedisti, non modo sublimes, elegantes et cultae, sed etiam doctae, graves, castigatae.»

[p. 34]. [2] . Tales son: bronzo por bronce; sango (un sangue del original), substituído en la edición de Valladolid por «una agraciada manera»; desprecio (sprezzatura); andar en giornea por andar de capa o manto; las presas de los puñales por el modo de cogerlos; el parlar roto, saldo por firme o sólido, y algunos más, corregidos en parte en las ediciones posteriores a la de 1534.

El encontradas por comarcas o regiones, en las octavas rimas imitadas del Bembo, viene directamente del italiano contrade y no del catalán, como ha supuesto algún crítico.

[p. 37]. [1] . Carlo Famoso de don Luys Çapata... Valencia, en casa de Ioan Mey. Año de M.D.LXVI (1566). Fol. 67 vto. En el canto décimocuarto.

[p. 37]. [2] . El P. Osorio atribuye la primera educación de D. Fernando a su abuelo el duque D. Fadrique principalmente:

«Ad hunc formandum, et quod unus esset, qui patrem animo referret et ore, et quod multa senex longa rerum experientia edoctus in nepotis vultu praesenserat, omnes egregias artes et industriam tanto virtutis usu quaesitam vertit. Facile sub tanto praeceptore iam puer ardens ad gloriam, velut molli in cera, virtutum notas animo expressit... Eum brevi finivit concessus ludus puerilium armorum, quibus delectabatur ab infantia, et studium litterarum, cui tantum indulsit, quantum decebat virum principem et militaturum; ne animus studiorum longo otio marcesceret, neu rudus Latini eloquii, nostrorum Procerum, quibus magnificentiae loco et dignitatis habetur nihil honestae et bonae artis addiscere, imitaretur ignaviam. Latinas notas ut strenue percalluit (et erat acre Ferdinando ingenium et ad subtilitatem doctrinare clarum) pueritiam primam nondum egressum secum duxit Federicus in Hispanicos exercitus.»

Ferdinandi Toletani Albae Ducis vita, et res gestae. Authore P. Antonio Ossorio, Astorgensí, Societatis Iesu, Tomas Prior. Salmanticae: Apud Melchioren Estevez. Anno 1669... Págs. 7-8.

Como se ve, el P. Osorio no dice que D. Fernando hiciese pocos adelantos en el latín, sino que dice expresamente lo contrario, « Latinas notas strenue percalluit », y le presenta como excepción entre nuestros próceres. Más adelante dice que leía de continuo los libros de Vegecio de re militari, y que casi llegó a aprenderlos de memoria antes de los trece años, ejercitándose con otros muchachos de su edad en imitar, a modo de juego, la organización de la milicia romana: «Rursus in studia litterarum incubuit. Praecipuum gaudium erat militarium artium magistri (al margen Vegetius) assidua tractatio; tantumque cura valuit, ut prope omnes eius notas memoria retinuerit. Decimum tertium ingressus annum, maiora audens et sentiens, nobiles aut strenuos pueros ad signa cogebat..., etc. (pág. 11).

[p. 38]. [1] . Historia de D. Fernando Álvarez de Toledo (llamado comúnmente el Grande), escrita y extractada de los más verídicos autores por D. Joseph Vicente de Rustant, dedicada al Excmo. Sr. Duque de Huéscar, Madrid, 1751. Ni siquiera es traducción del texto latino del P. Osorio, sino de la versión francesa anónima impresa en 1698.

[p. 39]. [1] . Obras inéditas de D. Manuel José Quintana. Madrid, 1872, páginas 117-118.

[p. 40]. [1] . Le poseía en estos últimos tiempos D. José Sancho Rayón, y suponemos que hoy para, como tantas otras curiosidades de su rica librería, en la biblioteca del norteamericano Mr. Archer M. Huntington. Un compatriota suyo, William I. Knapp, a quien debemos la reimpresión moderna de las obras de Boscán, describe en estos términos la Hesperodia (pág. XII de sus Advertencias). «Es un códice en folio, de 100 hojas útiles. Su título es «Panegírico del Excell.° Don Fernando Álvarez de Toledo, Duque de Alba, que Dios aya. Compuesto en verso latino y rima castellana con glossa del mismo Auctor. A ynstancia y devoción de un ínclito Prelado en estos Reynos de España. Año 1585.» A la segunda hoja está el «Prólogo del Auctor», y a la tercera se lee este epígrafe: «Albani Ducis Panegiris Politropo Thiesgo Authore». Sigue el Panegírico de tres hojas en 110 versos latinos; hoja sexta en blanco; a la séptima empieza la traducción al castellano en 401 versos y ocho hojas; una Tabla por su a-b-c de algunas sentencias y cosas de notar en este Panegírico fuera de las que tocan al Duque que no se reducen a compendio, en seis hojas, y al fin «el mismo Panegírico glossado por el mismo Auctor».

La edición de Sedano tiene muchas variantes y trece versos más que el códice de Sancho, lo cual prueba que aquel colector se valió de un manuscrito diverso. Aunque en el de Sancho no consta el verdadero nombre del autor, sábese de antiguo que lo es Fr. Jerónimo Bermúdez, y como suyo lo cita el licenciado Luis Muñoz en su Vida de Fray Luis de Granada (lib. III, capítulos V y XI), copiando algunos versos y una interesante glosa de la Hesperodia, que en su tiempo estaba manuscrita en poder de un caballero de Santiago. El ejemplar de Sancho tenía la fecha de 1585: el de Sedano, más completo al parecer, la de 1589, y era copia autógrafa de Bermúdez, hecha para Fernando Fremogil y Ana, su mujer.

Knapp da con alguna más extensión que Sedano la glosa relativa a Boscán: «Monsignor Cardenal de la Casa escribió un tractado en que quiso formar la idea de un buen cortesano, y llamó a este libro Galateo, pero bien me atrevería yo a probar que el Duque de Alba excedió muy al vivo aquella idea así en su juventud y loçanía, como en su vejez, quando ya parecía en la corte hombre que traía la vida a cuestas...» Sigue lo publicado por Sedano, añadiendo en cuanto a Garcilaso este disparate: «heredero en la fortuna aunque no en la hacienda de aquel gran Garcilaso que el Rei don Fernando el Emplaçado degolló». Y después de hecho el elogio de los dos ingenios, pone estas curiosas palabras: «con todo eso está bien hecho el divorcio de las obras de los dos, porque las de Garcilaso bien pueden sin miedo andar por sí.»

[p. 41]. [1] . Memorial Histórico Español, tomo XI (Madrid, 1859), pág. 142.

[p. 42]. [1] . Curiosidades Bibliográficas (en la Biblioteca de Autores Españoles), pág. 57. «Carta de D. Francés para la reina de Francia D.ª Leonor.»

[p. 42]. [2] . Pág. 53.

[p. 43]. [1] . Esta confusión debe achacarse a los que publicaron su escrito inédito, sin la conveniente revisión. Él lo hubiera enmendado, de seguro.

[p. 43]. [2] . «Bernardo Gentil, mi compañero en el oficio de escrebir y poeta famoso», le, llama Marineo Sículo en su obra De las cosas memorables de España, tratando «del sitio y forma de la ciudad de Granada».

[p. 44]. [1] . Pág. 58

[p. 44]. [2] Pág. 59.

[p. 44]. [3] . «Audio acciri te atque invitari ab Once Albano nostro, ut nepotum, quos domi habet, studia modereris: gratulor virtuti tuae.»

Epístola inédita de Juan de Vergara escrita a Luis Vives en 1522, citada por Quintana, a quien se la había comunicado su erudito amigo el señor Cebreros.

El elegante escritor D. Ángel Salcedo y Ruiz, que prepara una biografía del Gran Duque de Alba, ha publicado en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos (mayo y junio de 1907) un artículo sobre El ayo y el preceptor de D. Fernando.

[p. 45]. [1] . «Dux Albae offerebat nao contemnendam prorsus conditionem, si per Fratres rescire licuisset; cupiebat enim ille impense nepotes illos suos, quos habet in Hispania de primogenito filio, a me erudiri, quumque ageret de mittendo ad me cubiculario quodan suo, qui rem mecum transigeret offerretque ducentos aureos annuos mercedis nomine, intervenit Frater quidam Dominicanus, rogatque Ducem ecquid Lovanium mandet? se postridie iterum eo; nihil, inquit Dux, opportunius; quaeso te loquere cum Vive, et ex eo cognosce an vellet hac mercede instituere nepotes meos; et simul nobilis quidam Bertrandus, is qui te Andrelaci invisit, dat ei litteras ad me, quibus certior de toto negotio fiebam. Venit Frater Lovanium, colloquitur mecum plus decies, nec de Duce verbum ullum, nec litteras Bertrandi reddit; Dux ubi me videt cunctari, aut admonitus forsan a Fratre me recusare, praeficit jam his pueris Severum Monachum. Ignarus ego harum rerum venio Bruxellam: ibi expostulat Bertrandus quod epistolis suis nihil responderim: cui, malum, inquam, epistolae? Serio, inquit, cui epistolae? Serio inquam: Tunc narrat multis praesentibus rem ordine, quorum plerique affirmant se interfuisse quum Dux illa mandaret Fratri; se dolare impendio quod conditionem sim aspernatus; fuisse futurum ut nusquam magis ex animi mihi mei sententiam vixissem quam secum, hoc est, cum hominibus mei amantissimis; jam integrum non esse mutari quod inter Ducem et Severum convenisset: Bona, inquam, verba! Ego scilicet aliquid aspernarer quod mihi a Duce offerretur? Quum semper avidissime quaesierim occasionem aliquam ostendendi quam essem animo in Ducis obsequium propensissimo? Agere me illis gratias de ejusmodi in me animis, et non tam aegre ferre interceptam eam conditionem, quam animum sceleratissimum Fratris. Et haec patimur a fratribus, quid facturi ab alienis? Jam non contenti eruditionem impetere, etiam in fortunas nostras invadunt. Deus ipse vindex erit. Vale etiam atque etiam, mi praeceptor. Brugis, Calendis Aprilis, 1522.»

J. L. Vivis Opera, ed. de Mayans, tomo VII, pág. 167.

Éste y los demás puntos de la biografía de Vives están magistralmente tratados en la reciente obra sobre el gran filósofo de Valencia, escrita por mi querido amigo D. Adolfo Bonilla, y premiada por la Real Academia de Ciencias Morales.

[p. 49]. [1] . A mayor abundamiento advierte Herrera (pág. 601 de su comentario) que «toda esta crianza del Duque de Alba es imitación de la del cardenal Ipolito en el canto 46 del Ariosto, donde dize:

           Quivi si vede, come il fior dispensi
       De suoi primi anni in disciplina et arte,
        Fusco gli è appreso, che gli occulti sensi
       Chiari gli espone dell' antiche carte».

[p. 51]. [1] . Obras de Garcilaso de la Vega, con anotaciones de Fernando de Herrera... En Sevilla, por Alonso de la Barrera, año 1580. Págs. 409-410.

[p. 52]. [1] . Memorial Histórico Español, tomo XI, pág. 384.

[p. 52]. [2] . Fué citado, sin embargo, en la advertencia, escrita probablemente por D. Juan Antonio Pellicer, que se puso en una reimpresión del Garcilaso de Azara (Madrid, Sancha, 1788).

[p. 52]. [3] . Rimas varias de Luis de Camoëns, Príncipe de los Poetas Heroycos y Lyricos de España... comentadas por Manuel de Faría y Sousa... Lisboa... En la Imprenta Craesbeckiana. Año 1669. Tomo IV, pág. 211.

[p. 53]. [1] . Pág. 212.

[p. 53]. [2] . Pág. 350 y siguientes de la edición de D.ª Carolina Michaëlis.

[p. 53]. [3] . Pág. 372. «En la muerte del pastor Nemoroso Laso de la Vega.»

[p. 53]. [4] . Poesías de Francisco de Sa de Miranda. Edicao feita sobre cinco manuscriptos ineditos e todas as ediçoes impressas. Acompanhada de un Estudo sobre o poeta, variantes, notas, glosario e un retrato por Carolina Michaëlis de Vasconcellos, Halle, Max Niemeyer, 1885. Págs. 831-834.

[p. 56]. [1] . Viajes por España (tomo VIII de los Libros de Antaño), págs. 359-360.

[p. 56]. [2] . « Thomae Serrani Valentini super judicio Hieronymi Tiraboschii de M. Valerio Martiale, L. Annaeo Seneca, M. Annaeo Lurano, et aliis argenteae aetatis Hispanis, ad Clementinum Vannettium Epistolae Duae. Excudebat Josephus Rinaldus Ferrariae, anno 1776. »

8.°, págs. 35-48. «Sacrificium Nangerianum mera fabula a Paulo Jovio conficta, a Famiano Strada ornata, et ab omnibus fere, qui hos subsequuti sunt, totidem fere verbis, ut fit, transcripta.»

[p. 57]. [1] . Son continuas las referencias a Navagero en el libro de A. Firmin-Didot, Alde Manuce et l'hellenisme à Venise, París, 1875.

[p. 58]. [1] . Il Viaggio fatto in Spagna, et in Francia, dal magnifico M. Andrea Navagiero, fu oradore dell' illvstrissimo senato veneto, alla Cesarea Maesta di Carlo V. Con la descritione particolare delli luochi e costumi delli popoli di quelle Provincie. In Vinegia appresso Domenico Farri, 1563.

—Andreae Naugerii patricii Veneti oratoris et poetae clarissimi opera omnia quae quidem magna adhibita diligentia colligi potuerunt. Curantibus Jo. Antonio... et Cajetano Vulpiis Bergomensibus Fratribus, Patavii, 1718. Excudebat Josephus Cominus... 4.°. Esta hermosa edición incluye el Viaje y las Cartas a Ramusio (págs. 293-342).

Hay otra edición más modesta, pero de contenido idéntico (Venecia, 1754, ex typographia Remondiniana).

Cartas y Viaje fueron traducidos al castellano por el docto y laborioso académico D. Antonio María Fabié, en colección con otros documentos antiguos del mismo género, formando un volumen muy instructivo y ameno de la colección de Libros de Antaño.

—Viajes por España de Jorge de Einghen, del Barón León de Rosmithal de Blatna, de Francisco Guicciardini y de Andrés Navagero. Traducidos, anotados y con una introducción de D. Antonio Maria Fabié, de la Academia de la Historia. Madrid, Fe, 1879.

Además de la biografía de Navagero que precede a la edición de los hermanos Volpi (y de la cual es extracto la que figura en el Catalogus librorum del Marqués de Morante), debe consultarse el fundamental trabajo de Cicogna Della vita e delle opere di Andrea Navagero oratore, istorico, poeta veneziano del secolo decimosesto. Commentario di Emmanuale Antonio Cicogna Veneziano. Forma parte de las Iscrizioni.Veneziane, del mismo Cicogna, Venecia, 1855, fasc. 22.

[p. 61]. [1] . El Sr. Fabié (pág. 274) conjetura que se trata de la piña americana o ananás.

[p. 61]. [2] . Me refiero a la epístola 95 (lib. V) del Opus Epistolarum, edición de Amsterdam, 1670, pág. 54. Pero aunque no hay descripción de los monumentos, el paisaje está admirablemente sentido, y en esta parte puede compararse con la de Navagero.

La carta de Pedro Mártir es de 1492. En 1494 y 95 hizo Jerónimo Münster su viaje, cuya interesantísima relación, inédita en su mayor parte, se conserva en la Biblioteca Real de Munich (Itinerarium sive peregrinatio excellentissimi viri artium ac utriusque medicinae doctoris Hieronymi Monetarii de Feltkirchen civis Nurembergensis). El eruditísimo hispanista Arturo Farinelli ha publicado el capítulo De situ civitatis Granatae en sus A puntes sobre viajes y viajeros por España y Portugal (Revista crítica de Historia y Literatura españolas, tomo III, 1898, pág. 324).

En la Revista de España (tomo XCVII, 1884, págs. 5 y 183) se registra un interesante estudio crítico de D. Juan Facundo Riaño sobre las descripciones antiguas y modernas de la Alhambra.

[p. 62]. [1] . En una carta del secretario de Navagero, Juan Negro (fechada en 8 de junio), publicada por Cicogna (pág. 339), se describe la entrada del Emperador cuatro días antes. La carta de Navagero a Ramusio es del último día de mayo.

[p. 67]. [1] . Tomus secundus M. T. Orationes habet, ab Andrea Navagerio, patricio Veneto, summo labore, ac industria in Hispaniensi, Gallicaque legatione, excussis permultis bibliothecis, et emendatiores multo factas, et in suam integritatem ad exemplar codicum antiquorum longe copiosius restitutas (Vid. la advertencia final de la edición de Volpi).

[p. 68]. [1] . Por ejemplo, el abate Lampillas, en su Saggio Storico-A pologético della Letteratura Spagnuola contro le pregiudicate opinioni di alcuni moderni scrittori italiani... Parte II, tomo III. Génova, 1781, págs. 60-78.

[p. 70]. [1] . La deliciosa composición de Castillejo «Al amor preso» es paráfrasis de un epigrama, o más bien idilio breve de Navagero, De Cupidine et Hyella.

       Florentes dum forte vagans mea Hyella per hortos...
                                      (Ed. de Venecia, 1754, pág. 174.)

Los últimos versos de la canción de Herrera Al Sueño:

           Ven ya, sueño clemente,
       Y acabará el dolor; así te vea
       En brazos de tu cara Pasitea;

son reminiscencia de estos otros con que termina un soneto de Navagero (pág. 242):

           Tu ch' acqueti ogni pena acerba e rea,
       Vien, sonno, ad acquetar i miei martiri;
       E vinci quel ch'ogni altro vince, amore.
           Cosi sempre siam lieti i tuoi desiri;
       E il sen della tua bella Pasitea
       
Sempre spiri d'ambrosia un dulce adore.

[p. 70]. [2] . Gil Polo, en la Canción de Nerea, tuvo presentes las dos elegías de Castiglione ad puellam in litore ambulantem (ed. de Volpi, págs. 347-353).

       Ad mare ne accedas proprius, mea vita; protervos
           Nimirum et turpes continet unda Deos.
       Hi rapiunt, si quam incautam aspexere puellam
           Securos bibulo litore ferre gradus...
       Nec tibi sit tanti, pictos legisse lapillos,
           Ut pereas magno, vita, dolore meo.
       Quin potius diversi abeamus; respice, ut antrum
           Ad dextram viridi protegit umbra solo.
       Decurrit rivus gelidis argenteus undis,
           Pictaque odorato flore renidet humus.
       Inminet et fonti multa nemus ilice densum,
           Et volucres liquido gutture dulce canunt.
       Hic poteris tuto molli requiescere in herba
           Propter aquam, et niveos amne lavare pedes.
       .....................................................
       Nonne audis, mea lux, fremitum et fera murmura ponti?
           Jam, jam exire freto monstra marina parant...
       .....................................................
       Audisti ne olim Hippolyti crudelia fata?
           Diste alieno, ut sis cautior ipsa, malo...

[p. 73]. [1] . Opere vulgari, e latine del Conte Baldessar Castiglione novellamente racolte, ordinate, ricorrette, ed illustrate... da Gio. Antonio, e Gaetano Volpi... In Padova, 1733, presso Giuseppe Comino.

Delle Lettere del Conte Baldessar Castiglione ora per la prima volta date in luce e con Annotazioni storiche illustrate dall' abate Pierantonio Serasi volume primo (1769), volume secondo (1771). In Padova.

 

[p. 74]. [1] . Castiglione, nunzio apostólico alla Corte di Spagna (en las Memorias del Real Instituto de Florencia, 1890-91).

[p. 74]. [2] . A. Farinelli, en el Giornale Storico della Letteratura Italiana, tomo XXIV, pág. 208, ha llamado la atención sobre una curiosa carta inédita de Castiglione a la marquesa de Mantua Isabel de Este, fecha en Toledo, 20 de julio de 1525, que se conserva en el Archivo de Mantua. La Marquesa tenía pensamiento de venir en peregrinación a Santiago, y Castiglione la dice: «Altre volte V. E. disse havere desiderio de andar a S. Jacomo de Galicia. Parmi che adesso sarebbe el tempo commodo per ogni conto, e quella vederebbe tanti belli paesi, che seria molto contenta.»

No he podido proporcionarme el opúsculo de R. Renier, Notizia di lettere inedite del conte B. Castislione, Torino, 1889 (per nozze).

 

[p. 75]. [1] . Pág. 463 de la edición de Usoz (Dos diálogos escritos por Juan de Valdés, ahora cuidadosamente reimpresos... Año de 1850, tomo IV de los Reformistas Antiguos Españoles).

[p. 75]. [2] . A estas copias alude Castiglione en su Risposta: « Dopo l'aver publicato il libro, é mandatolo in Alemagna, in Portogallo é in diversi altri luoghi. »

[p. 76]. [1] . Trato extensamente de este negocio en mi Historia de los heterodoxos españoles, tomo II, págs. 111-128.

[p. 77]. [1] . El humanista valenciano Pedro Juan Olivar u Oliver.

[p. 77]. [2] . Reprodujo D. Luis Usoz esta carta, y la Risposta, de Castiglione, al fin del Diálogo de la Lengua... Por apéndice va una carta de A. Valdés. Madrid: Año de 1860. Imp. de Alegría (págs. 1-71 del Apéndice). Ambos documentos habían sido incluidos por el abate Serassi en su edición de las cartas de Castiglione (tomo II, págs. 171-174), pero eran casi desconocidos en España.

[p. 79]. [1] . Debe tenerse por una de las habituales calumnias de Jovio decir que Castiglione aceptó el obispado: « Viderique potuit Castellio in ea re (en su Embajada) non satis diligentem, aut certe parum felicem, operam praestitisse, quum delatum sibi in ea lugubri clade Episcopatum Abulensem munere Caesaris accepisset. Verum ea dignitate diu perfrui, vel uberiorem exspectare non licuit. (Elogia virorum litteris illustrium.)

 

[p. 81]. [1] . En su introducción a El Cortesano (págs. XXIII a XXVIII) puso íntegras el Sr. Fabié las cartas de Castiglione y Marineo conforme a la visión castellana impresa en Alcalá de Henares en 1532.

[p. 81]. [2] . «Balthasarus Comes Castilloneus, Orator Pontificis, vir utcumque eruditus, Navagerus Venetus vir utriusque linguae eruditissimus, et Andreas Neapolitanus in dies debacchantur in stylum tuum. Non potest ferre haec natio quod unus Germanus ostentationem italorum depresserit. Objiciunt uni Erasmo Jovianum Pontanum, hominem quantum potui exscriptis illius perspicere, eruditum, sed mirum in modum verba affectantem: stylum Erasmi dicunt nihil esse ad hujus stylum. Ego vero contra Erasmum contando longe eloquentiorem. Objeci illis inter pocula curiositatem Pontani in dialogo qui inscribitur Ætius...»

(Obras de Erasmo, ed. de Leyden, tomo III, part. últ. ep. 469.)

[p. 82]. [1] . Il Libro del Cortegiano | del Conte Baldesar | Castiglione. (Escudo del impresor con el ancora aldina.)

Colofón. In Venetia, nelle case d'Aldo Romano, et d'Andrea d'Asola suo | Suocero nell'anno MDXXVIII | del mese d'aprile.

Un ejemplar de esta rara y bella edición se conserva en la Biblioteca Capitular de Sevilla entre los restos, tan mermados ya, pero siempre preciosos, de la librería de D. Fernando Colón.

[p. 82]. [2] . Il Cortegiano del Conte Baldesar Castiglione, annotato e illustrato da Vitiorio Cian. Firenze, Sansoni, 1894.

 

[p. 83]. [1] . Opere del Castiglione. ed. Volpi, pág. 297.

[p. 83]. [2] . A la curiosa nota que le dedica Cian (pág. 1 de su comentario) y a lo mucho que dicen de él la Historia genealógica de la Casa de Silva, de Salazar y Castro (2.ª parte, lib. VI, cap. XIV), la Lusitania infulata et purpurata, del P. Antonio Macedo, y otros libros muy conocidos, debe añadirse, como curioso contraste, lo que detalladamente escribe A. Herculano en los tomos II y III de su Historia da Origem e estabelecimento da Inquisaçao em Portugal (2.ª ed., Lisboa, 1867), libro escrito con tanta saña como talento y dominio de la materia. En aquel caos de intriga y venalidad, no se sabe quién queda peor librado: los cristianos viejos o los conversos y sus fautores; la corte de Roma o la de Portugal.

[p. 84]. [1] . La cuestión quedaría definitivamente resuelta si es cierto que Castiglione, ya en 1519, había sido enviado en misión a España, como parece haber demostrado A. Von Reumont en un trabajo, que no conozco publicado en la Vierteljahrsschrift für Kultur und Lit. der Renaissance (1. 400), y citado en las notas de la Literatura Italiana de A. Gaspary.

[p. 86]. [1] . El Cortesano, ed. de los Libros de Antaño, págs. 338 a 340.

Es muy digna de notarse la semejanza casi literal que hay en este otro pasaje de El Cortesano (pág. 367) y uno del Viaje de Navagero: «Dicen también muchos que las damas fueron en parte gran causa de las vitorias del Rey D. Hernando y Reina D.ª Isabel contra el Rey de Granada; porque las más veces, cuando el exército de los españoles iba a buscar a los enemigos, la Reina iba allí con todas sus damas, y los galanes con ellas, hablándoles en sus amores hasta que llegaban a vista de los moros; después, despidiéndose cada uno de su dama, en presencia dellas iban a las escaramuzas con aquella lozanía y ferocidad que les daba el amor y el deseo de hacer conocer a sus señoras que eran amadas y servidas de hombres valerosos y esforzados; y así muchas veces hubo caballeros españoles que con muy poco número de gente desbarataron y mataron gran multitud de moros. ¿Esto a quién se ha de agradecer sino a las damas, que con ser hermosas, dulces y de gran punto, imprimían maravillosos efebos en sus servidores?» Cf. Navagero, en Viajes por España, págs. 302-303. Me parece evidente que el embajador veneciano había leído la obra de su colega antes de escribir su itinerario.

Hay un lugar de El Cortesano (pág. 368) tan semejante a otro de la Cárcel de Amor, que me hace sospechar que Castiglione conocía esta obra nuestra impresa desde 1492 y tan popular en nuestra corte. Dice Castiglione: «¿No veis vos que de todos los exercicios alegres y cortesanos que dan lustre al mundo, la principal causa son las mujeres? ¿Quién trabaja en saber danzar y bailar con gracia sino por ellas? ¿Quién se da a tañer y cantar bien sino por contentallas? ¿Quién compone buenos versos, a lo menos en lengua vulgar, sino por declarar aquellos sentimientos que los enamorados padecen por causa dellas?...»

Y había dicho con no menos primor y garbo Diego de San Pedro: «Por ellas nos desvelamos en el vestir, por ellas estudiamos en el traer, por ellas nos ataviamos... Por las mujeres se inventan los galanes entretalles, las discretas bordaduras, las nuevas invenciones. De grandes bienes por cierto son causa. Porque nos conciertan la música y nos hacen gozar de las dulcedumbres della. ¿Por quién se asonan las dulces canciones, por quién se cantan los lindos romances, por quién se acuerdan las voces, por quién se adelgazan y sutilizan todas las cosas que en el canto consisten?... Ellas crecen las fuerzas a los braceros, y la maña a los luchadores, y la ligereza a los que voltean y corren y saltan y hacen otras cosas semejantes... Los trobadores ponen por ellas tanto estudio en lo que troban, que lo bien dicho hazen parecer mejor. Y en tanta manera se adelgazan, que propiamente lo que sienten en el corazón ponen por nuevo y galán estilo en la canción o invención o copla que quieren hazer... Por ellas se ordenaron las reales justas y los pomposos torneos y alegres fiestas. Por ellas aprovechan las gracias, y se acaban y comienzan todas las cosas de gentileza.»

[p. 90]. [1] . Pág. 477

[p. 92]. [1] . He tratado extensamente de los Diálogos de Amor de León Hebreo y de toda la literatura filosófica que con ellos se enlaza en mi Historia de las ideas estéticas (tomo III de la segunda edición). [Ed. Nac. Vol. II.]

[p. 94]. [1] . Alude probablemente a la infeliz y no directa traducción del prócer aragonés Mosén Hugo de Urríes.

[p. 97]. [1] . ¿Aludirá a los de caballerías?

[p. 99]. [1] . Edición de Usoz, pág. 178.

«MARTIO.—¿No habéis leído algún otro libro romanzado que os contente?

VALDÉS.—Si lo he leído, no me acuerdo.

MARTIO. Pues he oído dezir que el del Pelegrino * [* Parece aludir a la Historia de los honestos amores de Peregrino y Ginebra, traducida por Hernando Díaz (1527). El original italiano de Jacopo Caviceo (Il Peregrino) había sido impreso en 1508.] i el del Cortesano están muy bien romanzados.

VALDÉS.—No los he leído: y creedme que tengo por mayor dificultad dar buen lustre a una obra traduzida de otra cualquier lengua que sea en la castellana, que en otra lengua ninguna...»

[p. 100]. [1] . Obras de Francisco Cervantes de Salazar, Madrid, Sancha, 1772, página 21. (La primera edición es de 1546.) Ambrosio de Morales reprodujo este discurso con pocas variantes al principio de las Obras de su tío el maestro Hernán Pérez de Oliva, dadas a luz en 1585.

[p. 100]. [2] . De El Cortesano de D. Luis Milán, impreso en 1561 y reimpreso en la colección de Libros raros y curiosos, tendré ocasión de hablar cuando trate de D. Juan Fernández de Heredia y otros poetas de la corte del Duque de Calabria. En la Biblioteca de la Academia de la Historia se conserva otro Cortesano inédito, manuscrito del siglo XVI, distinto del de Milán y del de Castiglione.

[p. 100]. [3] . «Prohemio del licenciado Villalón, autor del presente libro, que tracta de la scholástica disciplina, dirigido a los estudiosos lectores

Algunos que hasta aquí han visto este nuestro libro dizen a manera de reprehensión: que quise tanto seguir al Conde Baltasar Castellón en El Cortesano, que quasi le trasladé, y que no hize otra novedad sino mudar el nombre aquí. Los tales dizen, en fin, como libres, su parescer, y en la verdad no tienen razón; porque si conoscen aver en mi alguna punta de habilidad (sobre veinte años de estudio continuos sin nunca nos distraer), podrasse presumir que trabajando con nuestro mediano juizio, bastaríamos hallar esta invención Quanto más que sin imitar al Conde Castellón hallará el que es bien leído infinitos otros auctores antiguos y de más estima, a los quales pudo ser que él mesmo imitó y nosotros trabajamos seguir. Quiero, pues, que sepan que en el estilo del dialogar yo seguí a Platón y a Macrobio en sus Saturnales, de los quales no me ha quedado letra por ver. Y en la materia que se tracto imité solamente a los libros de república de Platón; porque así como él pretende constituir allí un varón perfeto, adornado de las virtudes y condiciones que para su buena república deve tener, así yo trabajo constituir una scholástica república y formar un perfeto varón maestro y discípulo, los quales puedan vivir en nuestra scuela y universidad. Y así el Conde Castellón trabaja formar una corte y un perfeto cortesano...»

Villalón sigue enumerando largamente todos los autores griegos y latinos, clásicos y Santos Padres de que se valió para su libro... «Pues si vistos estos grandes sabios se persuadiere alguno que dexados éstos yo imité al Conde D. Baltasar Castellón, yo lo tengo por muy bueno; porque de su industria, letras y juizio me atrevo a dezir que es uno de los mas sabios varones con que la docta Italia se puede dignamente gloriar.»

( « El Escolástico, en el cual se forma una Academica República o Scolástica Universidad con las condiciones que deben tener el maestro y el discípulo para ser varones dignos de la vivir: hecho por el Licenciado Cristóbal de Villalón. Dirigido al muy alto y muy Poderoso Príncipe D. Felipe nuestro Señor, hijo del invictísimo Emperador Carlos V nuestro Señor .» Ms. original en folio. Colección de Salazar en la Academia de la Historia.)

Realmente eran excusadas tales prevenciones, porque El Cortesano y El Escolástico en nada se parecen, salvo en la forma dialogística y en el propósito que Villalón tuvo de formar un perfecto hombre de letras, como Castiglione de formar el perfecto hombre de corte; ni puede darse cosa más lejana del regalado y blando estilo de El Cortesano que la prosa pedantesca y embrollada de El Escolástico, que por otras razones es libro curiosísimo y digno de salir de la oscuridad en que yace.

[p. 108]. [1] . Págs. 508 a 514.

[p. 109]. [1] . « Los cuatro libros del Cortesano, | compuestos en italiano por el Conde Baltasar | Castellón, y agora nuevamente traducidos en lengua | castellana por Boscán (Escudo de las armas reales). Con privilegio imperial por diez años

Colofón. «Aquí se acaban los cuatro libros de El Cortesano, | compuestos en italiano por el Conde Baltasar Castellon, y traducidos en lengua castellana por Boscan, imprimidos en | la muy noble ciudad de Barcelona por Pedro Monpezat, | imprimidor. A dos del presente mes de Abril | Mil y quinientos treinta y cuatro. » Fol. gót., 113 hojas.

Indicaré rápidamente las ediciones posteriores, cuya descripción más minuciosa puede verse en las bibliografías de Gallardo y Salvá y en las notas de Fabié.

—2.ª ed., 1539.

« Aquí se acaban los quatro libros del Cortesano, impresos en la imperial ciudad de Toledo a ocho días del mes de julio. Año de mil i quinientos i treinta i nueve. »

El ejemplar que perteneció a Gayangos tiene curiosas notas manuscritas de un Dr. Luis Xuárez.

—3.ª ed., 1540.

« Libro llamado El Cortesano, traducido agora nuevamente en nuestro vulgar castellano por Boscan, con sus anotaciones por las margines. »

Colofón. « Aquí se acaba el libro llamado El Cortesano, del Conde Baltasar de Castellon, agora nuevamente corregido y emendado con sus acotaciones por las margines, impreso en Salamanca por Pedro Tovans, á costa del honrado varon Guillermo de Millis. Acabóse á 15 días del mes de enero de mil e quinientos y cuarenta años. »

Esta edición fué la primera en que se dividió el texto por capítulos, «pareciendo a algunos que leer un libro desde el principio hasta el fin, sin haber donde pare o repose el espíritu, trae consigo un cansancio o hastío»

—4ª ed., ¿1541?

« Libro llamado El Cortesano, traducido agora nuevamente en nuestro vulgar castellano por Boscan. » 4.° gót. de 140 hojas.

Sin lugar ni año, pero seguramente posterior a la de Salamanca, puesto que sigue la división en capítulos. Fabié manejó un ejemplar que tenía la siguiente nota manuscrita: «Este libro me dió D. Francisco Lobo, Embajador, señor portugués, en Ratisbona, año 1541.»

—5.ª ed. Parece que debe tenerse por tal una sin lugar ni nombre de impresor, pero con el año de 1542, vista por Salvá, si realmente es diversa de la anterior.

—6.ª ed., 1543.

« Fué impreso en la villa de Enveres, en casa de Martín Nucio, en el año del Señor MDXLIII. » 8.°

—7.ª edición, 1549. Sin lugar ni nombre de impresor, pero con el año de M.D.XLIX en el frontis (núm. 1.729 del catálogo de Salvá, que advierte su extraordinario parecido con la de 1542).

—8.ª ed., 1553.

« Impreso en Zaragoza, a costa de Miguel de Çapila, mercader de libros, MDLIII.

9.ª ed., Toledo, 1559. Citada por Nicolás Antonio. Acaso sea la misma de 1549. 8.°

10.ª ed., 1561

« En Anvers, en casa de la viuda de Martín Nutio. Año MDLXI. » 8.°

—11.ª ed., 1569.

« Aquí se acaban los cuatro libros de El Cortesano. Impresos en la muy noble villa de Valladolid (Pincia otro tiempo llamada) por Francisco Fernández de Córdoba, impresor de la C. R. M. A cabóse a veinte y ocho días del mes de enero. En este año de 1569. »

—12.ª ed., 1573.

« En Anvers, en casa de Philippo Nucio. »

—13.ª ed., 1581. Salamanca, por Pedro Laso.

—14.ª ed., 1588. Anvers. Citada por Salvá con referencia a un catálogo de Francfort.

A pesar de tantas impresiones antiguas, El Cortesano de Boscán había llegado a ser bastante raro y apenas conocido de los no bibliófilos. Fué excelente acuerdo el reimprimirle en la serie de los Libros de Antaño (Madrid, Durán, 1873), formando un elegantísimo volumen, ilustrado con un buen prólogo y eruditas anotaciones del difunto académico D. Antonio María Fabié, tan distinguido y benemérito en varios ramos del saber.

En todas las ediciones españolas que hemos visto de El Cortesano está íntegro el texto, tal como Boscán le tradujo, pero suelen encontrarse expurgados de mano, por comisión del Santo Oficio, algunos pasajes más o menos irreverentes para la Iglesia y sus ministros, contenidos especialmente en los capítulos V y VI del libro segundo. Estos breves pasajes y algunos más relativos al hado y fortuna en el sentido de los gentiles, habían desaparecido de las ediciones italianas desde la de Venecia de 1584, que expurgó el doctor en Teología Antonio Ciccarelli de Fuligni, con aprobación del Santo Oficio. Sólo en la edicicin de Serassi (Padua, 1766), o por mejor decir, en algunos ejemplares de ella, se restableció el texto primitivo. Vid. el estudio de Cian, Un episodio della storia della censura in Italia nel secolo XVI (Milán, 1887, en el Archivio storico Lombardo).

 

[p. 111]. [1] . En España.

[p. 113]. [1] . En su comentario a Garcilaso, pág. 370.

[p. 113]. [2] . La Diana Enamorada..., por Gaspar Gil Polo... Madrid, Sancha, 1778, págs. 521-522.

«Este Árbol se halla en una alegación manuscrita en defensa del heredero de D.ª Ángela Díez Ferrando y de Ferrer, que pedía ciertas partes de la Baronía de Andilla. Existe en la Biblioteca Mayansiana, en la que también se conserva: Resolutio totius processus in causa Baroniae de Andilla. Responsumque Jo. B. Guardiolae J. V. D. Valentini pro illustri D. Hieronymo Diez Giron de Rebolledo, domino ipsius Baroniae de Andilla. Valentiae ex chalcographia viduae Petri Huete in platea herbaria, an. 1583. De esta alegación consta que D. Martín de Bardaxi era marido (en segundas nupcias) de D.ª Ana Boscán.» Me parece que Cerdá y Rico se distrajo, escribiendo D.ª Ana en vez de D.ª Mariana, porque del mismo árbol genealógico que él publica resulta que ella, y no su madre, fué la mujer de Bardaxi.

En una nota que enviaron de Valencia a Knapp, se lee:

«En Barcelona hubo un gran caballero que se decía D. Francisco Girón de Rebolledo, privado y favorecido del Rey Católico. Este caballero fué virrey de Mallorca y murió con aquel cargo. Tuvo tres hijos varones, que fueron D. Alonso Girón de Rebolledo, D. Juan y D. Francisco. El Señor D. Juan Girón de Rebolledo casó en Valencia con la Señora Marquesa de Heredia (Doña Marquesa debía decir, porque Marquesa no es aquí título, sino apellido), deuda de los Condes de Fuentes e hija de los Señores de la Baronía de Andilla, segunda en calidad de las del Reino de Valencia. Estos Señores tuvieron cuatro hijos varones y una hija: D. Fernando, D. Alonso, D. Juan, D. Diego y D.ª Ana. »

Boscán dejó otros hijos además de D.ª Mariana, puesto que su viuda habla de ellos en plural en cierta solicitud dirigida al Rey, que citaré más adelante.

Por ser tan raro el apellido fuera de Cataluña, no quiero omitir, valga por lo que valiere, la noticia de que en 14 de enero de 1541 fué elegido alcalde de Sanlúcar por el Cuerpo de los Caballeros de contía y gracia un Fernando Boscán, siéndolo por el Cuerpo de Regidores el jurado Diego de Almonte. (Vid. Historia de Sanlúcar de Barrameda, por D. Fernando Guillamas y Galiano. Madrid, 1858, pág. 247.)

También D. Pedro de Madrazo, en el tomo Sevilla y Cádiz, de la colección España y sus monumentos (Barcelona, 1884, pág. 817), con referencia al libro 6.° del Archivo Capitular de Sanlúcar, fol. 91 vto., menciona unas fiestas de toros por los buenos sucesos de la guerra de Portugal (1580) y juegos de cañas en que fueron diputados Hernando Caballero y Juan Boscán ». Nada más sé de estos Boscanes de Andalucía. También ignoro si en Cataluña existe todavía el apellido. Feliú de la Peña (tomo III, pág. 532) cita en 1704 a un capitán de infantería, Manuel Boscá, partidario de la casa de Austria.

[p. 114]. [1] . Le dice el verso, concertando con mi alma, que está en el terceto anterior.

[p. 119]. [1] . Ex suburbanis salubriora habentur praedia procul a litore... Ideo, si liceat patriam describenti vel minutioribus oblectari, laudantur villae versus Ortanos, Areolum collem et Albas Petras... (Hieronymi Pauli Barcino. Apud Schottum, Hispaniae Illustratae, tomo II, pág. 846.)

[p. 120]. [1] . Crónica de los Reyes Católicos, 2.ª parte, cap. CIII.

[p. 121]. [1] . Biblioteca nueva de Escritores Aragoneses, Pamplona, 1798, tomo I, pág. 416

[p. 122]. [1] . Elogios de el Ilvstrissimo, y eruditissimo varon Don Honorato Juan, gentil hombre de la S. C. C. M. del Señor Emperador D. Carlos Quinto, Maestro del serenissimo D. Carlos, príncipe de las Españas, obispo de Osma. Sacados de varios escritos de Autores gravissimos avtorizados con diversas Cartas Pontificias y Reales... Valencia, Jerónimo Vilagrasa, 1669, pág. 24.

[p. 122]. [2] . Antonii Augustini Tarraconensis Pontificis vitae Historia. En el segundo tomo de la edición general (no completa) de las obras de Antonio Agustín, hecha en Luca, 1766, pág. XI.

[p. 123]. [1] . Obras de Gutierre de Cetina, ed. de D. Joaquín Hazañas, Sevilla, 1895, tomo II, pág, 104.

En el pequeño Cancionero de 1554, descubierto en la Biblioteca de Wolfembüttel por Fernando J. Wolf, y publicado por Morel-Fatio, hay unas Coplas de buena ventura, de M. Gualvez, que acaso sea el mismo poeta amigo de Boscán. Son unas quintillas dobles que valen poco (L'Espagne au XVIe et XVIIe siècle, Heillbronn, 1878, págs. 522-525).

[p. 124]. [1] . Obras de Cetina, tomo II, pág. 107.

[p. 124]. [2] . Obras Poéticas de D. Diego de Mendoza, ed. de Knapp (tomo XI de la Colección de Libros Raros o Curiosos), pág. 205. No es muy seguro para mí que esta sátira sea de D. Diego. Pero es auténtica, sin duda alguna, la égloga A Martira que el mismo Knapp publicó por primera vez. En ella se lee este terceto:

                Allí vendrán pastores a me ver,
        Zisgo y Boscán; que sólo con su canto
       Hará olvidar los ríos el correr.

                                                  (Pág. 70.)

¿Quién seria Zisgo? ¿ Acaso un modo familiar que tendrían sus amigos de designar a Garcilaso?

 

[p. 125]. [1] . Vid. el Cancionero de 1554, reimpreso por A. Morel-Fatio en su libro L'Espagne au XVIe et au XVIIe siècle, 1878, págs. 525-528. Son cuatro las composiciones del capitán D. Luis de Haro.

[p. 125]. [2] . Tampoco es verosímil que esto lo dijese D. Diego de Mendoza, que no podía ignorar los de su abuelo el Marqués de Santillana.

[p. 126]. [1] . Sales Españolas, o agudezas del ingenio nacional, recogidas por A. Paz y Mella, Madrid, 1890, tomo I, pág. 91.

[p. 128]. [1] . Pág. 21 de sus Anotaciones.

[p. 128]. [2] . El otro soneto en que se compara a Garcilaso con Aquiles es mucho más endeble, pero le transcribo para que queden juntos los testimonios de afecto que se dieron ambos poetas:

                El hijo de Peleo que celebrado
       Tanto de Homero fué con alta lira,
       Con su madre su mal llora y suspira,
       La suerte lamentando de su estado
                Que sobre habelle corta vida dado,
       Pasó tan adelante la su ira,
       Que doquier que él revuelve si se mira,
       Se vea de trabajos rodeado.
                Si la fortuna de un tal hombre es gloria,
       Con gloria quedarás tú, Garcilaso,
       Pues con la dél tu gloria va medida.
                Tu esfuerzo nunca fué flaco ni laso,
       Tus trabajos hicieron larga historia,
       Y cúpote tras esto corta vida.

[p. 129]. [1] . La del amor.

[p. 130]. [1] . Supp.ª  el duque Dalba, y murió el dicho Boscán volviendo de Perpi ñán, donde le tomó la dolencia yendo en compañía del duque. Y parece que se le debe dar el oficio; en lo de los mrs., V. M. verá que será servido.

Documento de Simancas publicado por D. Eustaquio Fernández de Navarrete en su Vida de Garcilaso. (Documentos inéditos, tomo XVI, página 161.)

[p. 130]. [2] . Pág. 377

[p. 131]. [1] . De estas copias manuscritas son muy pocas las que han llegado a nuestros días. Merece entre ellas el primer lugar el códice 17.969 de la Biblioteca Nacional, núm. 693 del catálogo de Gayangos, de cuya librería procede. En el siglo XVII había pertenecido al erudito aragonés D. Vicencio Juan de Lastanosa. Es un tomo en 12.°, de 318 hojas útiles, letra del siglo XVI. Su titulo, Canciones y sonetos de Boscán por ell arte toscana. Contiene no sólo poesías de Boscán, sino gran parte de las de Garcilaso, alguna que otra de D. Diego de Mendoza y de Juan de Mendoza, y el Triunfo de Amor, del Petrarca, traducido por Alvar Gómez.

Las variantes de este precioso manuscrito, en lo concerniente a Boscán, fueron ya aprovechadas por Knapp, que encontró en él seis poesías inéditas. El manuscrito M-190 de la misma Biblioteca contiene algunos sonetos de Boscán.

En un códice de Poesías Varias de la Biblioteca de Palacio (2-F-5) encontró Knapp una poesía inédita de Boscán, que reproduce en sus notas (págs. 584-585). Tiene este encabezamiento: «Boscán envió una obra al obispo de Segorbe para que, hallándose en Barcelona, la mandase dar, o, si quisiese, traella a casa de una señora, que por otro galán no le quería acoger en su casa.» El editor las supone dirigidas a D. Francisco Gilabert Martí, que era obispo de Segorbe en 1522, pero en la composición no hay indicio alguno de su fecha. Son unas coplas de pie quebrado, bastante ligeras para enviadas a un obispo, pero no disuenan de las costumbres del tiempo.

Hay también algunas poesías de Boscán en el Cancionero llamado de Ixar (Biblioteca Nacional), en dos códices de la Biblioteca Nacional de París (núms. 600 y 602 del catálogo de Morel-Fatio, 1892) y en otras compilaciones inéditas, cuyas variantes habría que tener en cuenta para una edición definitiva.

Todavía ofrece más interés bajo este aspecto el Cancionero General de obras nuevas nunca hasta aora impressas assí por ell Arte Española como por la Toscana (Zaragoza, por Esteban de Nájera, 1554), ejemplar solitario de la Biblioteca de Wolfembüttel, que reimprimió Morel-Fatio en la preciosa colección de documentos históricos y literarios que lleva por título L'Espagne au XVIe et au XVIIe siecle, Hellbronn, 1878. Cf. sobre este Cancionero la Memoria de Wolf en los Sitzungsberichte der k. Akademie der Wisenschaften. Philosophisch-historische Classe, Viena, 1853, tomo X, páginas 153-204.

Son veintiséis las poesías atribuídas a Boscán que este libro contiene, todas en el metro antiguo. Doce de ellas no figuran en ninguna de las ediciones del poeta, ni siquiera en la de Knapp. Ya tendremos ocasión de citar alguna de ellas. Pero aun las impresas están llenas de variantes.

[p. 133]. [1] . No conocemos esta sátira.

[p. 133]. [2] . No hay égloga ninguna en la colección de Boscán. Acaso se alude a las de Garcilaso, pero éstas son tres y no dos.

[p. 133]. [3] . No existe esta canción a la muerte de Garcilaso.

[p. 133]. [4] . No puede ser el único capítulo que hay en la primera edición, porque éste trata sólo de amores, y no de las cosas de palacio.

[p. 134]. [1] . Entiéndase que es la de Garcilaso.

[p. 134]. [2] . El único ejemplar conocido de esta rarísima edición está descrito en el catálogo de Salvá, núm. 1.416, y pertenece hoy a nuestra Biblioteca Nacional.

[p. 135]. [1] . Véanse los artículos de Eurípides y Sófocles en el Lexicon Bibliographicum de Hoffmann.

[p. 136]. [1] . Pág. 357 de la Miscelánea: «Mas de esto me maravillo cómo hasta nuestro tiempo no se usó en español el verso toscano, hasta que dieron en ello Boscán y Garcilaso. En esto los dos amigos padecen gran fuerza, que ambos vivieron en mutua amistad y quisieron quedar en un libro para siempre ambos, y agora glosadores modernos los apartan y hacen compañeros suyos a los que nunca trataron. Dignos son los testadores, y más siendo tan nobles, que se les cumplan y guarden sus últimas voluntades.»

[p. 136]. [2] . La descripción bibliográfica de las ediciones de Boscán fué hecha con todo esmero por Knapp, y es sin duda la parte mejor de su trabajo, por lo cual me limitaré a una tabla o registro sumarísimo.

1. Las obras de Boscan y algunas de Garcilaso de la Vega repartidas en quatro libros (Escudo del Emperador con el Plus Ultra) Cvm Privilegio Imperiali. Carles Amoros.

Colofón: «Acabaron se de imprimir las obras de Bosca y Garci Lasso de la Vega: en Barcelona, en la officina de Carles Amoros, a los XX del mes de Março: Año M.D.XLIII.» 4.°, 8 hojas preliminares y 237 foliadas (en rigor 242, porque hay algunos yerros de foliatura). Algunos ejemplares, destinados sin duda a la venta en Lisboa, llevan un privilegio para Portugal, fechado en Almeyrin, a 19 de marzo de 1543.

2. Edición, al parecer furtiva, sin lugar ni nombre de impresor, ni más indicación que la del año: 1543. 4.°, letra gótica. A dos columnas. 4 hojas preliminares y 102 de texto.

3. «En Lisboa, en casa de Luis Rodríguez, librero del rey nosso sñor, a dos dias de Nouiembre, 1543.» No lleva el privilegio para Portugal, y por consiguiente debe estimarse como fraudulenta. Ésta y la anterior son las dos únicas en letra gótica.

4. «En Medina del Capo: por Pedro de Castro, impressor. A costa de Iua Pedro Museti, mercader de libros vezino de Medina del Campo. Acabáronse a siete dias de agosto. Año de M.D.XLiiij.»

Está hecha a plana y renglón sobre la primera de Barcelona, sin corregir siquiera los errores de foliación. Lleva nuevo privilegio por diez años para Castilla.

5. Colofón: «Estas obras de Ivan Bosca y algunas de Garcilasso de la Vega | además que hay muchas añadidas q hasta agora nunca fuero impressas | son tabien corregidas y emedadas de muchas faltas q por descuydo de los officiales en las impressiones se hallaron de manera que van agora mejor corregidas | mas cumplidas y en mejor orden q hasta agora han sido impressas. Acabaro se de imprimir | en casa de Martín Nucio, en el año de Nuestro Señor mil y quinientos y quareta y quatro | en el mes de diziembre.»

Esta edición, de Amberes, en 12.°, que sirvió de tipo a otras varias, es muy importante por contener catorce composiciones nuevas atribuídas a Boscán, entre ellas la Conversión y el Mar de Amor.

6. León de Francia, 1547. Por Juan Frellon. Citada por Brunet.

7. « Las obras de Boscan y algvnas de Garcilasso de la Vega. Repartitas en quatro libros. A de mas que ay muchas añadidas uan aqui mejor corregidas, mas coplidas y en mejor orden que asta agora han sido impressas. »

Al fin «Estampado por M. Antonio de Salamanca, el Anno de 1547». En 4.°

Edición, al parecer, de Roma, donde un Antonio de Salamanca tuvo imprenta. A pesar de lo que se dice en la portada, el texto es el de la primitiva edición de Barcelona, sin las adiciones de la de Amberes.

8. «En París, Empremido por Lazaro Deocaña, vezino Delisbona.»

Al fin... «En París, por Pedro Gotier, año 1548.» En 12.°

Es un calco de la primera de Amberes.

9. León, por Juan Frellon, 1549. En 12.°

Sigue también el texto de la de Amberes, pero no es reproducción material de ella.

10. «En Enveres. En casa de Martin Nucio.»

11. «En Anvers. En casa de Martin Nucio.»

Estas dos ediciones, en 12.°, sin año, que pueden pasar por una sola (tan semejantes son), tienen el mismo texto que la primera de Nucio. 12. «En Medina del Capo. Por Iuan María da Terranoua y Iacome de Liarcary.» (Al fin.) «En Valladolid, en casa de Sebastian Martínez. Año de 1553.» En 12.°

En el colofón se copian todos los encarecimientos del editor antuerpiense; y como ya el público no debía de fiarse mucho de tan pomposos anuncios, añade el librero de Valladolid:

«Esto que aquí se promete no es fábula, por q qualquiera curioso vera la diferencia q ay desta correcion a las otras.» A pesar de lo cual, esta edicion nada tiene de particular. No así la siguiente.

13. Colofón: «El presente libro de Ivan Boscan y de Garcilasso de la Vega fué impresso en Venetia en casa de Gabriel Giolito de Ferrariis y sus hermanos. Acabo se a XIIII de Agosto, 1554». En 12.°

Añade un «Capítulo que hizo Boscan a su amiga», la Fábula de Adonis, sin nombre de autor (es de D. Diego Hurtado de Mendoza), unos «versos de incierto auctor sobre la Troba Hespañola e Italiana» (son de Cristóbal de Castillejo) y una «Introductione che mostra il signor Alfonso di Vglioa à proferir la lingua castigliana».

Alfonso de Ulloa era un español domiciliado en Venecia, editor y traductor ambidextro que contribuyó mucho a poner en relación las literaturas castellana e italiana. Suya es la dedicatoria de esta edición, donde declara haberla corregido y limado: «Un Hespañol Illustre, que fue en nuestros tiempos, llamado Boscan, varon erudito y singular, assi en las letras y poesia como en lo demas... conosciendo la falta que Hespaña tenia de quien sublimasse su idioma en el verso, como escrivio el principe de la poesia italiana Francisco Petrarca, compuso quatro libros de sonetos y canciones y otras rhymas en el estilo Thoscano: que a mi ver, haviendo él sido el primero que en el metro castellano ha escripto, tiene el primado en el dezir. La qual obra, como al auctor no la pudo dar a luz en sus días, por causa de atajarle la muerte antes que él la reformasse para ponella en estampa, fué impressa despues que Dios la llevó para si: y dado que los que la hizieron impremir se movieron con buen animo, y la corrigieron en la verdad de la letra, todavia en muchas partes no quedó tan limada como convenía y el auctor la diera. Por lo qual, deseando yo que el tal libro lo viesse el mundo bien corregido y apuntado, assi por la afficion que yo tenia al auctor, como por hazer lo que devo por el bien comun en el officio que en esta inclita ciudad tengo entre manos, tomé este trabajo, y allende desto lo he hecho imprimir en letra excellentissima.»

14. Barcelona, 1554. «En la officina de la ciudad, Carles Amorosa. En 4.°

Es reimpresión de la primera, pero con las adiciones de la de Amberes, excepto las dos piezas 25 y 26 del libro primero.

15. Anvers, en casa de Juan Steelsio, 1554. En 12.°

16. En Stella, por Adrián de Anverez, 1555. En 12.°

17. Anvers, en casa de Martín Nucio, a la enseña de las dos Cigüeñas, 1556. En 12.° En esta edición se modificó algo la ortografía, según previene Nucio en el prólogo: «Hallar se ha también en esta impression alguna mudança en la manera de escrivir de lo que hasta agora se ha usado, la qual no he usado sacar a luz basta que fuesse aprovada de muchos hombres doctos y abiles en la lengua castellana, cuya aprobación me dio alas para comunicarla.»

18. Toledo, sin año. En la imprenta de Juan Ferrer. Knapp la supone impresa hacia 1558. En 12.°

19. Anvers, en casa de Philippo Nucio, 1569. En 12.°

20. Alcalá de Henares, por Sebastián Martínez, 1575. En 8.°

21. Anvers, en casa de Pedro Bellero, 1576. En 12.°

22. Anvers, Martín Nucio, 1597. En 12.°

Todas estas ediciones copian servilmente el texto de la primera antuerpiense de 1544, sin utilizar para nada las adiciones y variantes de la de Venecia.

No debe contarse como edición aparte la que lleva este raro título:

—Los Amores de Ivan Boscan y de Garcilasso de la Vega. Donde van conocidos los tiernos corazones de nuestros abuelos. En León, por Ivan Ant. Hvgetan, y Marco-Ant. Ravaud, 1658.

Es un fraude editorial hecho para remozar los ejemplares que aun restaban en alguna librería de Lyón, del tomo impreso por Juan Frellon en 1549. Por consiguiente, sólo se reimprimió el primer pliego.

—Las obras de Juan Boscán repartidas en tres libros. Madrid: librería de M. Murillo, 1875. (Imprenta de Aribau y C.ª) Tirada de 500 ejemplares numerados.

William I. Knapp, que dirigió esta edición, tiene el mérito de haber cotejado todas o casi todas las antiguas ediciones, dividiéndolas en tres grupos y entresacando las variantes de alguna importancia. Gracias a este aparato crítico puede mejorarse su propia edición, que es buena, pero no definitiva. La puntuación, sobre todo, está algo descuidada, y confunde a veces el sentido.

Sedano, Masdeu, Conti, Mendíbil y Silvela, Bölh de Faber, D. Adolfo de Castro, Lemcke y algún otro, en sus respectivas crestomatías y antologías, han reproducido varias composiciones de Boscán. Pero de todo esto, así como de la parodia a lo divino, de Sebastián de Córdoba, trataremos en el último capítulo de la presente monografía.