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Texto

109

Romance de la reina Elena

  —Reina Elena, reina Elena,—¡Dios prospere tu Estado! [1]
si mandais alguna cosa—veisme aquí a vuestro mandado.
—Bien vengades vos, Páris,—Páris el enamorado.
Páris, ¿dónde vais camino,—dónde teneis vuestro trato?
—Por la mar ando, señora,—hecho un terrible cosario,
traigo un navío muy rico,—de plata y oro cargado,
llévolo a presentar—a ese buen rey castellano.—
Respondiérale la reina,—de esta suerte le ha hablado:
—Tal navío como aquese—razon era de mirarlo.—
Respondiérale Páris—muy cortes y mesurado:
—El navio y yo, señora,—somos a vuestro mandado.
—Gran placer tengo, Páris,—como venís bien criado.
—Vayádeslo a ver, señora,—veréis cómo va cargado.
—Pláceme, dijo la reina,—por hacer vuestro mandado.—
Con trescientas de sus damas—a la mar se habia llegado.
Echó la compuerta Páris—hasta que hubieron entrado;
desque todos fueron dentro—bien oiréis lo que ha mandado:
—¡Alzen áncoras, tiendan velas!—Y a la reina se ha [2] llevado.
Lúnes era, caballeros,—lúnes fuerte y aciago, [3]
cuando entró por la sala—aquese rey Menelao,
mesándose las sus barbas,—fuertemente suspirando,
sus ojos tornados fuentes,—de la su boca hablando;
—¡Reina Elena, reina Elena,—quien de mí os ha apartado,
aquese traidor Páris,—el señor de los troyanos,
[p. 268] con las sus palabras [1] falsas—malamente os ha [2] engañado!—
Cuán bien [3] se lo consolaba—don Agamenon su hermano:
—No lloredes vos, el rey,—no hagades tan gran llanto,
que llorar y sollozar—a las mujeres es dado:
a un [4] tal rey como vos—con el espada en la mano.
—Yo os ayudaré, señor,—con treinta mil de caballo,
yo seré capitán de ellos,—y los iré ordenando, [5]
por las tierras donde fuere—iré hiriendo y matando:
la villa que se me diere—haréla yo derribar,
y la que tomare por armas—esa sembraré de sal,
mataré las criaturas—y cuantos en ella [6] están,
y de esta manera iremos—hasta el Troya allegar.
—Buen consejo es ese, hermano,—y asi lo quiero tomar.—
Ya se sale el buen rey—por la ciudad a pasear,
con trompetas y añafiles—comienzan a pregonar:
quien quisiere ganar sueldo—de grado se lo darán.
Tanta viene de la gente—que era cosa de espantar.
Arman naos y galeras,—comiénzanse de embarcar.
Agamenon los guiaba, [7] —todos van a su mandar.
Por las tierras donde iban—van haciendo mucho mal.
Andando noches y dias—a Troya van a llegar;
los troyanos que lo saben—las puertas mandan cerrar.
Agamenon que esto vido—mandó apercebir su real, [8]
pone en orden su gente—como habia de estar.
Los troyanos eran muchos,—bien repara su ciudad.
Otro dia de mañana—la comienzan de escalar,
derriban el primer paño,—de dentro quieren entrar,
sino fuera por don Héctor—que allí se fué a hallar;
con él estaba Troilo [9] —y el esforzado Picar.
Páris esfuerza su gente—que empiezan de desmayar;
las voces eran tan grandes—que al cielo quieren llegar.
Matan tantos de los griegos—que no los saben contar.
Más venian de otra parte—que no hay cuento ni par;
entrado se han por Troya,—ya la empiezan de robar,
prenden al rey y a la reina—y al esforzado Picar,
matan a Troilo y a Héctor—sin ninguna piedad,
y al gran duque de Troya—ponen en captividad,
y sacan a la reina Elena,—pónenla en su libertad.
Todos le besan las manos—como a reina natural.
[p. 269] Preso llevan a Páris—con mucha riguridad;
tres pascuas que hay en el año—le sacan a justiciar, [1]
sácanle ambos los ojos,—los ojos de la su faz,
córtanle el pie del estribo,—la mano del gavilan,
treinta quintales de hierro—a sus pies mandan echar,
y el agua hasta la cinta—por que pierda el cabalgar.

                      (1 . Glosa del romance de don Tristan. Y el rom. que dizen de la
                        reina Elena,
etc.—2. Romance nuevo por muy gentil estilo: con
                        una glosa nueva al romance que dize «En Castilla esta un castillo», etc.
                        Pliegos sueltos del siglo XVI.)

110

(ENEAS Y DIDO)

  Por los bosques de Cartago—salia [2] a montería
la reina Dido y Eneas—con muy gran caballería.
Un sobrino de la reina,—y Junio Ascanio que [3] los guia
por la dehesa de Juno,—donde más caza salia.
Preguntando iba la reina—Ascanio, [4] qué tal venía,
y si se [5] acuerda de Troya,—si vió cómo se perdia.
Eneas tomó la mano,—por el hijo respondia:
—Pues mandais, reina Dido, [6] —renovar la llaga mia,
ya os conté cómo ví a Troya, [7] —que por mil partes ardía:
ví las doncellas forzadas,—muerta la caballería;
y a Hécuba, reina troyana,—nadie no la socorria.
Sus hijos ya sepultados,—Príamo no parecia,
a Casandra [8] y Policena—muertas cabe si tenia.
Elena quedaba viuda, [9] —mil veces la maldecia.—
Eneas que esto contaba, [10] —un ciervo que parecía; [11]
[p. 270] echó mano a su aljaba, [1] —una saeta le tira. [2]
El golpe le dió en vano, [3] —el ciervo muy bien corría.
Pártense los cazadores,—síguelo el que [4] mas podia;
la reina Dido y Eneas—quedaron sin compañia; [5]
tomárala por la mano,—con turbación le decia:
—¡Oh reina, cuán mejor fuera—en Troya perder la vida! [6]
los tristes campos de Frigia, [7] —fueran sepultura mia, [8]
Héctor, [9] Troylo y Páris—tuviérales compañía. [10]
¡Oh reina Pantasilea, [11] —flor de la caballería!
¡más envidia he de tu muerte,—que deseo la vida mia!—
Estas palabras diciendo—muchas lágrimas vertia:
la reina le dijo a Eneas:—Esforzáos por cortesia,
que los muertos sobre Troya—rescatar no se podian. [12]
—No lloraba yo los muertos,—lloro la desdicha mia,
que me escapé [13] de los griegos—y a las tus manos moria;
que tu grande hermosura—de amor me quita la vida. [14]
—Falso es tu atrevimiento,—la reina le respondia:
Eneas, vete a tus naves,—sal de esta [15] tierra mia,
que la fe que dí a Deyphebos [16] —yo no la quebrantaria.—
Ellos en aquesto estando,—el cielo se revolvia:
las nubes cubren el sol,—que [17] gran escuridad hacia:
los relámpagos y truenos—en gran miedo los metia: [18]
el granizo era tan grande—que sin piedad llovia. [19]
La reina con gran pavor—del palafren se caia.
Eneas bajó con ella, [20] —y con el manto la cobria.
Mirando hácia [21] todas partes,—una cueva vió vacia;
tomóla en los sus brazos, [22] —en la cueva la metia.
[p. 271] El aposento era estrecho,—revolver no se podia.
Mientras la reina en sí tornaba [1] —Eneas se desenvolvia, [2]
apartóle paños de oro,—los de lienzo le encogía.
Cuando la reina en sí tornó—de amores se sintió herida. [3]
—¡Oh traidor, hasme burlado!—¿cuál tratas [4] la honra mia?
complida [5] tu voluntad—olvidarme has otro día,
y si así lo has de hacer, Eneas, [6] —yo misma me mataria.—

                             (Canc. de Rom., 1550 , fol. 223.—Tim. Rosa de amores.) [7]

111

Romance de Vergilios

  Mandó el rey prender Vergilios—y a buen recaudo poner
por una traición que hizo—en los palacios del rey.
Porque forzó una doncella—llamada doña Isabel,
siete años lo tuvo preso,—sin que se acordase dél;
y un domingo estando en misa—mientes se le vino dél.
—Mis caballeros, Vergilios,—¿qué se habia hecho dél?
Allí habló un caballero—que a Vergilios quiere bien:
—Preso lo tiene tu Alteza,—y en tus cárceles lo tien.
—Via: comer, mis caballeros,—caballeros, via: comer,
después que hayamos comido—a Vergilios vamos ver.—
Allí hablara la reina:—Yo no comeré sin él.—
A las cárceles se van—adonde Vergilios es.
—¿Qué haceis aquí, Vergilios?—Vergilios, ¿aquí qué haceis?
—Señor, peino mis cabellos,—y las mis barbas tambien:
aquí me fueron nacidas,—aquí me han de encanecer;
que hoy se cumplen siete años—que me mandaste prender.
—Calles, calles tú, Vergilios,—que tres faltan para diez.
—Señor, si manda tu Alteza,—toda mi vida estaré.
—Vergilios, por tu paciencia—conmigo irás a comer.
—Rotos tengo mis vestidos,—no estoy para parecer.
—Que yo te los daré, Vergilios,—yo dártelos mandaré.—
[p. 272] Plugo a los caballeros—y a las doncellas también;
mucho más plugo a una dueña—llamada Doña Isabel.
Ya llaman un arzobispo,—ya la desposan con él.
Tomárala por la mano,—y llévasela a un vergel.

                            (Canc. de Rom., s . a., fol. 189.— Canc. de Rom. 1550 , folio 200.)

112

Romance del infante Troco

  En el tiempo que Mercurio—en occidente reinaba,
hubo en Vénus su mujer—un hijo que tanto amaba.
Púsole por nombre Troco,—porque muy bien le cuadraba;
criáronsele las diosas—en la montaña Troyana.
Era tal su hermosura,—que una estrella semejaba.
Deseando ver el [1] mundo,—sus amas desamparaba.
Andando de tierra en tierra—hallóse do no pensaba,
en una gran pradería—de arrayanes bien poblada,
en medio de una laguna—toda de flores cercada.
Es posada de una diosa—que Salmancia [2] se llamaba,
diosa de la hermosura,—sobre todas muy nombrada.
El oficio de esta diosa—era holgarse en su posada,
peinar sus lindos cabellos,—componer su linda cara.
No va con sus compañeras,—no va con ellas a caza;
no toma el arco en la mano,—ni los tiros del aljaba,
ni el sabueso de trailla,—ni en lo tal se ejercitaba.
Ella desque vido a Troco—quedó de amores llagada,
que ni pudo detenerse—ni quiso verse librada.
Mirando su hermosura—de esta manera le habla:
—Eres, mancebo, tan lindo,—de hermosura tan sobrada,
que no sé determinarme—si eres dios o cosa humana.
Si eres dios, eres Cupido—el que de amores nos llaga:
si eres hombre, ¡cuán dichosa—fué aquella que te engendrara!
Y si hermana alguna tienes,—de hermosura es muy dotada.
Mi señor, si eres casado,—hurto quiero que se haga;
y si casado no eres,—yo seré. tuya de gana.—
El Troco, como es mancebo,—de vergüenza no hablaba;
[p. 273] ella cautiva [1] de amores—de su cuello le [2] abrazaba.
El Troco le dice así, [3] —de esta manera le hablaba: [4]
—Si no estais, señora, queda, [5] —dejaré vuestra posada.

                          (Canc. Flor de enamorados.—Silva de var. rom., ed. de 1582.
                           Tim., Rosa de amores.)

113

(EL BAÑO EN EL JORDÁN)

  —Malas mañas habeis, tio,—no las podeis olvidar:
mas precias matar un puerco—que ganar una ciudad.
Vuestros hijos y mujer—en poder de moros van,
los hijos en una cebra,—y la madre en un cordal.
La mujer dice:—¡ay marido!—los hijos dicen:—¡ay padre!—
De lástima que les hube—yo me los fuera a quitar;
heridas traigo de muerte,—de ellas no puedo escapar.
Apretádmelas, mi tio,—con tocas de caminar.—
Ya le aprieta las heridas,—comienzan de caminar.
A vuelta de su cabeza—caido lo vido estar,
allá se le fué a caer—dentro del rio Jordan:
como fué dentro caido,—sano le vió levantar.

                                                          (Canc. de Rom. de 1550 , fol, 293.)

114

(EL PRISIONERO)

  Que por mayo era, por mayo,—cuando los grandes calores,
cuando los enamorados—van servir a sus amores,
sino yo, triste mezquino,—que yago en estas prisiones,
que ni sé cuándo es de día,—ni menos cuándo es de noche
sino por una avecilla—que me cantaba al albor:
matómela un ballestero;—¡déle Dios mal galardon!

                                                     (Canc. gen., ed. de 1511, fol. 136.)

[p. 274] 114 a

(AL MISMO ASUNTO)

  Por el mes era de mayo [1] —cuando hace la calor,
cuando canta la calandria—y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados—van a servir al amor,
sino yo triste, cuidado,—que vivo en esta prisión,
que ni sé cuándo es de dia,—ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla—que me cantaba al albor:
matómela un ballestero;—¡déle Dios mal galardon! [2]
Cabellos de mi cabeza—lléganme al corvejón;
los cabellos de mi barba—por manteles tengo yo:
las uñas de las mis manos—por cuchillo tajador.
Si lo hacia el buen rey,—hácelo como senor;
si lo hace el carcelero,—hácelo como traidor.
Mas quién ahora me diese—un pájaro hablador,
siquiera fuese calandria,—o tordico o ruiseñor:
criado fuese entre damas—y avezado a la razón,
que me lleve una embajada—a mi esposa Leonor,
que me envíe una empanada,—no de trucha ni salmón,
sino de una lima sorda—y de un pico tajador:
la lima para los hierros—y el pico para la torre.—
Oídolo habia el rey,—mandóle quitar la prision.

                             (Canc. de Rom., s. a., fol. 251.— Canc. de Rom., 1550, fol. 265,
                              Silva de 1550, t. I , fol. 176.)

115

Romance de Rosa fresca

  Rosa fresca, rosa fresca,—tan garrida y con amor,
cuando vos [3] tuve en mis brazos,—no vos supe servir, no;
y agora que os serviría—no vos puedo haber, no.
—Vuestra fué la culpa, amigo,—vuestra fué, que mia no;
enviástesme una carta—con un vuestro servidor,
[p. 275] y en lugar de recaudar—él dijera otra razon:
que érades casado, amigo,—allá en tierras [1] de Leon;
que teneis mujer hermosa—y hijos como una flor.
—Quien os lo dijo, señora,—no vos dijo verdad, no;
que yo nunca entré en Castilla—ni allá en tierras de Leon,
sino cuando era pequeño,—que no sabia de amor.

                     (Canc. gen., ed. de Toledo, 1527, fol. 107 con la glosa de Pinar.—
                      Canc. de Rom., s . a., fol. 230 .—Canc. de Rom., 1550,
                      folio 244 .—Silva de 1550, t. I, fol. 153.) [2]

116

Romance de Fontefrida

   Fonte-frida, fonte-frida,—fonte-frida y con amor
do todas las avecicas—van tomar consolación
sino es la tortolica—que está viuda y con dolor.
Por allí [3] fuera a pasar—el traidor de [4] ruiseñor
las palabras que le dice [5] —llenas son de traicion:
—Si tú quisieses, señora,—yo seria tu servidor.
—Véte de ahí, enemigo,—malo, falso, engañador,
que ni poso en ramo verde,—ni en prado que tenga flor;
que si el agua hallo clara, [6] —turbia la bebia yo;
que no quiero haber marido,—porque hijos no haya, no
no quiero placer con ellos,—ni menos consolacion.
Déjame, triste enemigo,—malo, falso, mal traidor,
que no quiero ser tu amiga—ni casar contigo, no

                        (Canc. de Constantina, fol. 58.—Canc. de Rom., s. a., fol. 230,—
                         Canc. de Rom., 1550, fol. 245.—Silva de 1550, t. I, fol. 153.)

[p. 276] 117

(LA BUENA HIJA)

  Paseábase el buen conde—todo lleno de pesar,
cuentas negras en sus manos—do suele siempre rezar;
palabras tristes diciendo,—palabras para llorar:
—Véoos, hija, crecida, [1] —y en edad para casar;
el mayor dolor [2] que siento—es no tener que os dar.
—Calledes, padre, calledes,—no debeis tener pesar, [3]
que quien buena hija tiene—rico se debe llamar, [4]
y el que mala la tenia,—viva la puede enterrar,
pues amengua su linaje—que no debiera amenguar,
y yo, si no me casare,—en religión puedo entrar.

                                         (Juan de Ribera, Nuevos romances, s. l., 1605, en 4º)

118

Romance de la linda infanta

  Estaba la linda infanta—a sombra de una oliva,
peine de oro en las sus manos,—los sus cabellos bien cria.
Alzó sus ojos al cielo—en contra do el sol salia:
vió venir un fuste armado—por Guadalquivir arriba.
Dentro venía Alfonso Ramos,—almirante de Castilla.
—Bien vengais, Alfonso Ramos,—buena sea tu venida:
¿y qué nuevas me traedes—de mi flota bien guarnida?
—Nuevas te traigo, señora,—si me seguras la vida.
—Diéseslas, Alfonso Ramos,—que segura te seria.
Allá llevan a Castilla—los moros de la Berbería.
—Si no me fuese por qué,—la cabeza te cortaria.
—Si la mia me cortases,—la tuya te costaria.

                          (Canc. de Rom., s. a., fol. 193.— Canc. de Rom., 1550, fol. 204.)

[p. 277] 119

Romance de Rico Franco

  A caza iban, a caza—los cazadores del rey,
ni fallaban ellos caza,—ni fallaban que traer.
Perdido habían los halcones,—¡mal los amenaza el rey! [1]
Arrimáranse a un castillo—que se llamaba Maynes.
Dentro estaba una doncella—muy fermosa y muy cortes;
siete condes la demandan,—y así facian tres reyes. [2]
Robárala Rico Franco,—Rico Franco aragones;
llorando iba la doncella—de sus ojos tan cortes.
Falágala Rico Franco,—Rico Franco aragones:
—Si lloras tú padre o madre,—nunca mas vos los vereis,
si lloras los tus hermanos,—yo los maté todos tres.
—Ni lloro padre ni madre,—ni hermanos todos tres;
mas lloro la mi ventura—que no sé cuál ha de ser.
Prestédesme, Rico Franco,—vuestro cuchillo lugues,
cortaré fitas al manto,—que no son para traer.—
Rico Franco de cortese—por las cachas lo fué tender;
la doncella que era artera—por los pechos se lo fué a meter:
así vengó padre y madre,—y aun hermanos todos tres.

                             (Canc. de Rom., s. a., fol. 191.— Canc. de Rom., ed . de 1550.
                              folio 202.)

120

Romance de Marquillos

  ¡Cuán traidor eres, Marquillos!—¡Cuán traidor de corazón
Por dormir con tu señora—habias muerto [3] a tu señor.
Desque lo tuviste muerto—quitástele el chapirón;
fuéraste al castillo fuerte—donde está la Blanca-Flor.
Ábreme, [4] linda señora,—que aquí viene mi señor;
si no lo quieres creer,—veis aqui su chapiron.—
Blanca-Flor desque lo viera—las puertas luego le abrió:
[p. 278] echóle brazos al cuello,—allí luego la besó;
abrazándola y besando—a un palacio la metió. [1]
—Marquillos, por Dios te ruego—que me otorgases [2] un don:
que no durmieses conmigo—hasta que rayase el sol.—
Marquillos, como es hidalgo,—el don luego le otorgó;
como viene tan [3] cansado—en llegando se adurmió.
Levantóse muy lijera—la hermosa Blanca-Flor;
tomara cuchillo en mano—y a Marquillos degolló.

                               (Glosa agora nuevamente compuesta a un rom. muy antiguo
                                que comienza: «quan traydor eres Marquillos», etc. Pliego
                                suelto del siglo XVI. Timoneda, Rosa de amores.)

[p. 279] 121

ROMANCES DE MORIANA Y EL MORO GALVAN

Romance primero de Moriana

  Moriana en un [1] castillo—juega con el moro Galvan; [2]
juegan los dos a las tablas—por mayor placer [3] tomar.
Cada vez que el moro pierde—bien [4] perdia una cibdad;
cuando Moriana pierde—la mano le da a [5] besar.
Del placer que el moro toma—adormescido se cae.
Por aquellos altos montes—caballero vió [6] asomar:
llorando viene y gimiendo,—las uñas corriendo sangre
de amores de Moriana—hija del rey Morian.
Captiváronla los moros—la mañana de Sant Juan,
cogiendo rosas y flores—en la huerta de su padre.
Alzó los ojos Moriana,—conociérale en mirarle:
lágrimas de los sus ojos [7] —en la faz del moro dan.
Con pavor recuerda el moro—y empezara de fablar:
—¿Qué es esto, la mi señora?—¿Quién vos ha fecho pesar?
Si os enojaron mis moros—luego los faré matar,
o si las vuesas doncellas,—farélas bien castigar;
y si pesar los cristianos,—yo los iré conquistar.
Mis arreos son las armas, [8] —mi descanso el pelear,
mi cama, las duras peñas,—mi dormir, siempre velar.
[p. 280] —Non me enojaron los moros,—ni los mandedes matar, [1]
ni menos las mis doncellas—por mí reciban pesar;
ni tampoco a los cristianos—vos cumple de conquistar, [2]
pero de este sentimiento—quiero vos decir verdad:
que por los montes aquellos—caballero vi asomar,
el cual pienso que es mi esposo, [3] —mi querido, mi amor grande.—
Alzó la su mano [4] el moro,—un bofetón le fué a dar:
teniendo los dientes blanco—de sangre vuelto los ha,
y mandó que sus porteros—la lleven a degollar,
allí do viera a [5] su esposo,—en aquel mismo lugar.
Al tiempo de la su muerte—estas voces [6] fué a fablar:
—Yo muero como cristiana,—y tambien sin [7] confesar
mis [8] amores verdaderos—de mi esposo natural.

                        (Códice del siglo XVI, en el Rom. gen. del Sr. Durán.—Timoneda ,
                         Rosa de amores.—Silva
de Rom., ed. de Barcelona, 1582,
                         en 12º.—Cancionero llamado Flor de enamorados.)

122

Romance segundo de Moriana

  Rodillada está Moriana,—que la quieren degollar,
de sus ojos envendados—non cesando de llorar;
atada de pies y manos,—que era lástima mirar;
los cabellos de oro puro [9] —que al suelo quieren llegar,
y los pechos descubiertos,—mas blancos que non [10] cristal.
De ver el verdugo moro—en ella tanta beldad,
de su amor estando preso—sin poderlo mas celar,
hablóle en algarabía—como a aquella que la sabe:
—Perdonédesme, Moriana,—querádesme perdonar,
que mandado soy, señora,—por el rey moro Galvan.
¡Ojalá viese mi alma—como vos poder [11] librar!
Para libertar dos vidas—que aquí las veo penar.—
Moriana dijo: Moro,—lo que te quiero rogar,
[p. 281] es que cumplas con [1] tu oficio—sin un punto más tardar.— [2]
Estando los dos en esto—el esposo fué a asomar [3]
matando y firiendo moros,—que nadie le osa esperar.
Caballero en su caballo—junto de ella fué a llegar.
El verdugo la desata,—y le ayuda a cabalgar;
los tres van de compañía—sin ningun contrario hallar;
en el castillo de Breña—se fuéron a aposentar.

                           (Códice del siglo XVI, en el Rom. gen. del Sr. Durán.—Timoneda,
                            Rosa de amores.)

123

Romance tercero de Moriana

  Al pié de una verde haya—estaba el moro Galvan;
mira el castillo de Breña [4] —donde Moriana está;
de riendas tiene el caballo,—que non lo quiere soltar;
tiene [5] el almete quitado—por poder mejor mirar;
cuando con voz dolorosa—entre llanto y suspirar,
comenzó el moro quejando—de esta manera a fablar:
—Moriana, Moriana,—principio y fin de mi mal,
¿cómo es posible, señora,—non te duela mi penar, [6]
viendo que por tus amores—muero sin me remediar?
De aquel buen [7] tiempo pasado—te debrias recordar
cuando dentro en mi castillo—conmigo solías folgar:
cuando contigo jugaba,—mi alma debrias mirar
cuando ganaba perdiendo,—porque era el perder ganar:
cuando merescí ganando—tus bellas manos besar,
y mas cuando en tu regazo—me solia reclinar,
y cuando con tí fablando [8] —durmiendo solia quedar.
Si esto non fué amor, señora,—¿cómo se podrá llamar?
Y si lo fué, Moriana,—¿cómo se puede olvidar?.— [9]
A lo alto de una torre—Moriana fué a asomar,
y al enamorado moro—aquesto fué a declarar:
[p. 282] —Fuye de aquí, perro moro—el que me quiso matar,
el que me robó doncella,—y dueña me hubo forzar:
las caricias que te fice—fuéron por de ti burlar
y atender mi noble esposo—que viniese a libertar.—
Salió de Breña el cristiano—y arremete al buen Galvan:
pasádole ha con la lanza—y el alma del cuerpo sale.

                        (Códice del siglo XVI, en el Rom. gen. del Sr. Durán.—
                          Timoneda, Rosa de amores.)

124

(DE JULIANESA) [1]

Romance que dice: Arriba, canes, arriba

  —¡Arriba, canes, arriba!—¡que rabia mala os mate!
en jueves matais el puerco—y en viernes comeis la carne.
¡Ay que hoy hace los siete años—que ando por este valle!
pues traigo los piés descalzos,—las uñas corriendo sangre,
pues como las carnes crudas,—y bebo la roja sangre,
buscando triste a Julianesa—la hija del Emperante,
pues me la han tomado moros—mañanica de sant Juan,
cogiendo rosas y flores—en un vergel de su padre.—
Oídolo ha Julianesa,—que en brazos del moro está;
las lágrimas de sus ojos—al moro dan en la faz.

                          (Canc. de Rom., s. a., fol. 227 .—Canc. de Rom., 1550, fol. 241.—
                           Silva de 1550, t. I, fol. 152.)

125

(LA CONSTANCIA) [2]

  Mis arreos son las armas,—mi descanso es pelear,
mi cama las duras peñas,—mi dormir siempre velar.
[p. 283] Las manidas son escuras,—los caminos por usar,
el cielo con sus mudanzas—ha por bien de me dañar,
andando de sierra en sierra—por orillas de la mar,
por probar si mi [1] ventura—hay lugar donde avadar.
Pero por vos, mi señora,—todo se ha de comportar.

                        (Canc. de Rom., s. a., fol. 252.—Canc. de Rom ., 1550, fol. 267.—
                         Silva de 1550, t. I, fol. 177.)

126

Romance de Bovalías el pagano

  Por las sierras de Moncayo—vi venir un renegado:
Bovalías ha por nombre,—Bovalías el pagano.
Siete veces fuera moro,—y otras tantas mal cristiano;
y al cabo de las ocho—engañólo su pecado,
que dejó la fe de Cristo,—la de Mahoma ha tomado.
Este fuera el mejor moro—que allende había pasado:
cartas le fuéron venidas—que Sevilla está en un llano.
Arma naos y galeras—gente de a pie y de caballo:
por Guadalquebir arriba—su pendon llevan alzado.
En el campo de Tablada—su real había asentado,
con trescientas de las tiendas—de seda, oro y brocado.
´Nel [2] medio de todas ellas—está la del renegado;
encima en el chapitel—estaba un rubí preciado:
tanto relumbra de noche—como el sol en [3] día claro.

                      (Canc. de Rom., s. a., fol. 186.—Canc. de Rom ., 1550, fol. 196.—
                        Silva de 1550, t. I, fol. 109.)

127

Romance del rey Búcar

  Entre muchos reyes sabios,—que hubo en la Andalucía,
reinara un moro viejo—que rey Búcar se decia.
Siendo ya de muchos años—que amancebado vivía,
por ruegos de su manceba,—que amaba mucho y quería,
llamó a Cortes a sus gentes—para un señalado dia,
porque en ellas se tratase—lo que a sus reinos cumplia.
[p. 284] De muchas leyes que pone—esta de nuevo añadia:
«que todo hombre enamorado—se casase con su amiga,
y quien no la obedeciese—la vida le costaria.»
A todos parece bien,—a muchos les convenia;
sino a un sobrino del rey,—el cual ante dél venia;
con palabras muy quejosas—de esta manera decia:
—La ley que tu Alteza puso,—cierto que me desplacia;
todos se alegran con ella,—yo solo me entristecia,
que mal puedo yo casarme,—siendo casada la mia:
casada, y tan mal casada,—que gran lástima ponia.
Una cosa os digo, rey,—que a nadie no lo diria,
que si yo mucho la quiero,—ella muy mas me queria.—
Allí hablara el rey Búcar,—esta respuesta le hacia:
—Siendo casada, cual dices,—la ley no te comprehendia.

                                                             (Timoneda, Rosa de amores.)

128

Romance de Sevilla

  Sevilla está en una torre—la más alta de Toledo;
hermosa es a maravilla,—que el amor por ella es ciego.
Púsose entre las almenas—por ver riberas del Tejo,
y el campo todo enramado,—como está de flores lleno.
Por un camino espacioso—vió venir un caballero
armado de todas armas,—encima un caballo overo.
Siete moros traia presos [1] —aherrojados con fierro:
en alcance de este viene—un perro moro moreno,
armado de piezas dobles—en un caballo lijero.
El continente que trae,—a guisa es de buen guerrero;
blasfemando de Mahoma,—de sobrada furia lleno.
Grandes voces viene dando:—Espera; cristiano perro,
que de esos presos que llevas—mi padre es el delantero,
los otros son mis hermanos,—y amigos que yo bien quiero;
si me los das a rescate,—pagártelos he en dinero,
y si hacerlo no quisieres—quedarás hoy muerto, o preso.—
En oirlo Peranzules —el caballo volvió luego:
la lanza poso en el ristre;—para el moro se va recio,
con tal furia y lijereza—cual suele llevar un trueno.
[p. 285] A los primeros encuentros—derribádolo ha en el suelo;
apeara del caballo, [1] —el pié le puso en el cuello;
cortárale la cabeza:—ya despues que hizo esto
recogió su cabalgada,—metióse dentro [2] en Toledo.

                                                                    (Timoneda, Rosa gentil.)

129

Romance del rey moro

  —¡Oh Valencia, oh Valencia! —¡Oh Valencia valenciana!
un tiempo fuiste de moros,—y ahora eres cristiana:
no pasará mucho tiempo—de moros serás tornada,
que al rey de los cristianos—yo le cortaré la barba,
a la su esposa la reina—la tomaré por criada,
y a la su hija bonita—la tomaré por mi dama.
Ya quiso el Dios de los cielos—que el buen rey se lo escuchaba;
va al palacio de la infanta—que en el lecho descansaba.
—¡Hija de mi corazón!—¡Oh hija de mis entrañas!
levántate al mismo punto,—ponte la ropa de Pascua,
y vete hácia el rey moro,—y entreténlo con palabras.
—¿Me dirías, buena niña,—cómo estás tan descuidada?
—Mi padre está en la pelea,—mi madre al lecho descansa,
y mi hermano mayor—lo han muerto en la campaña.
¿—Me dirias, buena niña,—qué ruido es que sonaba?
—Son los pajes de mi padre—que al caballo dan cebada.
—¿Me dirias, buena niña,—adónde van tantas armas?
—Son los pajes de mi padre—que vienen de la campaña.—
No pasó espacio de una hora—que al rey moro lo ligaban:
—¿Me dirias, buena niña,—qué pena me será dada?
—La pena que merecias,—mereces que te quemaran,
y la ceniza que harás—merece ser aventada.—

                          (Tradicional; conservado en Cataluña y publicado por el señor
                           Milá y Fontanals en sus Observaciones sobre la poesía
                           popular,
pág . 123 y 124.)

[p. 286] 130

LAS DOS HERMANAS


       —Moro, si vas a la España,—traerás una cautiva,
       no sea blanca ni fea,—ni gente de villanía.—
       Ve venir el conde Flores—que viene de la capilla,
       viene de pedir a Dios—que le dé un hijo o una hija.
       —Conde Flores, conde Flores,—tu mujer será cautiva.
       —No será cautiva, no,—antes perderé la vida.—
       Cuando partió el conde Flores—su mujer quedó cautiva.
       —Aqui traigo, reina mora,—una cristiana muy linda,
       que no es blanca ni fea,—ni gente de villanía,
       no es mujer de ningun rey,—lo es del conde de Castilla.
       —De las esclavas que tengo—tú serás la mas querida,
       aqui te entrego mis llaves—para hacer la mi cocina.
        —Yo las tomaré, señora,—pues tan gran dicha es la mia.—
       La reina estaba preñada,—la cautiva estaba en cinta;
       quiso Dios y la fortuna,—las dos parieron un dia.
       La reina parió en el trono,—la esclava en tierra paria,
       una hija parió la reina,—la esclava un hijo paria;
       las comadronas son falsas,—truecan el niño y la niña,
       a la reina dan el hijo,—la esclava toma la hija.
       Cuando un día la apañaba—estas palabras decia:
       —No llores, hija, no llores,—hija mia y no parida,
       que si fuese a las mis tierras—muy bien te bautizaria,
       y te pondría por nombre—Maria Flor de la vida,
       que yo tenia una hermana—que este nombre se decia,
       que yo tenia una hermana,—de moros era cautiva,
       que fueron a cautivarla—una mañanita fria
       cogiendo rosas y flores—en un jardín que tenia.—
       La reina ya lo escuchó—del cuarto donde dormia.
       Ya la enviaba a buscar—por un negro que tenia:
       —¿Qué dices, la linda esclava?—¿qué dices, linda cautiva?
       Palabras que hablo, señora,—yo tambien te las diria:
       No llores, hija, no llores,—hija mia y no parida, etc...
       —Si aquesto fuese verdad—hermana mia serias.
       —Aquesto es verdad, señora,—como el dia en que nacia.—
       Ya se abrazaban las dos—con grande llanto que habia.
       El rey moro lo escuchó—del cuarto donde escribia,
       ya las envía a buscar—por un negro que tenia:
       —¿Qué lloras, regalo mio?—¿qué lloras, la prenda mia?
       Tratábamos de casaros—con lo mejor de Turquía.—
        [p. 287] Ya le respondió la reina,—estas palabras decia:
—No quiero mezclar mi sangre—con la de perros maldita.—
Un día miéntras paseaban—con su hijo y con su hija,
hecho convenio las dos,—a su tierra se volvian.

                          (Tradicional; conservado en Cataluda y publicado por el señor
                           Milá y Fontanals en la obra citada, págs. 124 y 125, donde,
                           páginas 117 y 118 , se halla también una versión catalana de
                           este asunto, así como una portuguesa en el Romanceiro del
                           señor Almeida-Garrett, tomo II, pág. 183 Rainha e captiva
                          
y hasta los suecos han tratado el mismo asunto en un canto
                           popular, el célebre de la linda Ana.)

131

(DEL CAUTIVO CRISTIANO)

Romance que dice: Mi padre era de Ronda [1]

—Mi padre era de [2] Ronda,—y mi madre de Antoquera;
cativáronme los moros—entre la paz y la guerra,
y lleváronme a vender—a Jerez de la Frontera. [3]
Siete dias con sus noches—anduve en almoneda: [4]
no hubo moro ni mora—que por mí diese moneda, [5]
si no fuera un moro perro—que por mí cien doblas diera, [6]
y llevárame a su casa,—y echárame una cadena;
dábame la vida mala,—dábame la vida negra:
de dia majar [7] esparto,—de noche moler [8] cibera,
y echóme un [9] freno a la boca,—porque no comiese de ella,
mi cabello retorcido,—y tornóme a la cadena. [10]
Pero plugo a Dios del cielo—que tenia el alma buena:
[p. 288] cuando el moro se iba a caza—quitábame la cadena,
y echárame [1] en su regazo,—y espulgóme la cabeza; [2]
por un placer que le hice—otro muy mayor me hiciera: [3]
diérame los cien doblones, [4] —y enviárame a mi tierra;
y así plugo a Dios del cielo—que en salvo me pusiera.

                         (Canc. de Rom., s. a., fol. 229.— Canc. de Rom., 1550, fol. 243.—
                          Silva de 1550, t. I, fol. 152.—Timoneda, Rosa de amores.) [5]

132

Romance que dice: Yo me era mora moraima

  Yo me era mora Moraima, [6] —morilla [7] de un bel catar:
cristiano vino a mi puerta,—cuitada, por me engañar.
Hablóme en algarabía—como aquel que la bien sabe:
—Ábrasme las puertas, mora,—si Alá te guarde de mal.
—¿Cómo te abriré, mezquina,—que no sé quién te serás?
—Yo soy el moro [8] Mazote,—hermano de la tu madre,
que un cristiano dejo muerto;—tras mí venía [9] el alcalde. [10]
Si no me abres tú, mi vida,—aquí me verás matar.—
Cuando esto oí, cuitada,—comencéme a levantar,
vistiérame una almejía—no hallando mi brial,
fuérame para la puerta—y abríla de par en par.

                          (Canc. gen., ed. de Valencia, 1511, fol. 135.—Canc. de Rom.,
                           s. a., fol. 237.—Canc. de Rom., 1550, fol. 251.—Silva de 1550,
                           tomo I, fol. 160.)

[p. 289] 133

Romance de don García

  Atal anda don García—por una sala [1] adelante,
saetas de oro en la mano,—en la otra un arco trae,
maldiciendo a la fortuna—grandes querellas le da:
—Crióme el rey de pequeño,—hízome Dios barragan:
dióme armas y caballo,—por do todo hombre mas vale,
diérame a doña María—por mujer y por igual,
diérame a cien doncellas—para ella acompañar,
dióme el castillo de Urueña [2] —para con ella casar;
diérame cien caballeros—para el castillo guardar,
basteciómele de vino,—basteciómele de pan,
bastecióle de agua dulce—que en el castillo no la hay.
Cercáronmelo los moros—la mañana de sant Juan:
siete años son pasados—el cerco no quieren quitar,
veo morir a los mios,—no teniendo que les dar,
pongolos por las almenas,—armados como se están,
porque pensasen los moros—que podrian pelear.
En el castillo de Urueña—no hay sino solo un pan,
si le doy a los mis hijos,—la mi mujer ¿qué hará?
si lo como yo, mezquino,—los mios se quejarán.—
Hizo el pan cuatro pedazos—y arrojólos al real:
el uno pedazo de aquellos—a los piés del rey fué a dar.
—Alá, pese a mis moros,—Alá le quiera pesar,
de las sobras del castillo—nos bastecen el real.—
Manda tocar los clarines—y su cerco luego alzar.

                     (Canc. de Rom. s. a., fol. 251. —Canc. de Rom., 1550, fol. 266.—
                      Silva de 1550, t. I, fol. 176.) [3]

[p. 290] 134

Romance de don Manuel de Leon [1]

  Ese conde don Manuel,—que de Leon es nombrado,
hizo un hecho en la corte—que jamas será olvidado,
con doña Ana de Mendoza,—dama de valor y estado:
y es, que despues de comer,—andándose paseando
por el palacio del rey,—y otras damas a su lado,
y caballeros con ellas—que las iban requebrando,
a unos altos miradores—por descanso se han parado,
y encima la leonera—la doña Ana ha asomado,
y con ella casi todos,—cuatro leones mirando,
cuyos rostros y figuras—ponian temor y espanto.
Y la dama por probar—cuál era mas esforzado,
dejóse caer el guante,—al parecer, descuidado:
dice que se le ha caido,—muy a pesar de su grado.
Con una voz melindrosa—de esta suerte ha proposado:
—¿Cuál será aquel caballero—de esfuerzo tan señalado,
que saque de entre leones—el mi guante tan preciado?
Que yo le doy mi palabra—que será mi requebrado;
será entre todos querido,—entre todos mas amado.—
Oido lo ha [2] don Manuel,—caballero muy honrado,
que de la afrenta de todos—tambien su parte ha alcanzado.
Sacó la espada de cinta,—revolvió su manto al brazo;
entró dentro la leonera—al parecer demudado.
[p. 291] Los leones se lo miran,—ninguno se ha meneado:
saliíose libre y exento—por la puerta do habia entrado.
Volvió la escalera arriba,—el guante en la izquierda mano,
y ántes que el guante a la dama [1] —un bofetón le hubo dado,
diciendo y [2] mostrabdo bien—su esfuerzo y valor sobrado:
—Tomad, tomad, y otro día,—por un guante desastrado
no porneis en riesgo de honra—a tanto buen fijo-dalgo;
y a quien no le pareciere—bien hecho lo ejecutado,
a ley de buen caballero—salga en campo a demandallo.—
La dama le respondiera—sin mostrar rostro turbado:
—No quiero que nadie salga,—basta que tengo probado
que sedes vos, [3] don Manuel,—entre todos mas osado;
y si de ello sois servido [4] —a vos quiero por velado:
marido quiero valiente,—que ose castigar lo malo.
En mí el refrán que se canta—se ha cumplido, ejecutaldo, [5]
que dice: «El que bien te quiere,—ese [6] te habrá castigado.»—
De ver que a virtud y honra—el bofetón ha aplicado,
y con cuánta mansedumbre—respondió, y cuán delicado,
muy contento y satisfecho—don Manuel se lo ha otorgado:
y allí en presencia de todos,—los dos las manos se han dado.

                      (Códice del siglo XVI, en el Rom. gen. del Sr. Durán.—Timoneda,
                        Rosa gentil.)

135

EL CONDE SOL

  Grandes guerras se publican—entre España y Portugal:
pena de la vida tiene—quien no se quiera embarcar.
Al conde Sol le nombran—por capitan general;
del rey se fué a despedir,—de su esposa otro que tal.
La condesa que era niña,—todo se le va en llorar.
—Dime, conde, ¿cuántos años—tienes de echar por allá?
—Si a los seis años no vuelvo,—condesa, os podeis casar.—
Pasan los seis, y los ocho,—pasan diez, y pasan mas,
y el conde Sol no tornaba—ni nuevas suyas fué a dar.
Estando en su estancia sola,—fuéla el padre a visitar:
—¿Qué tienes, hija querida,—que no cesas de llorar?
[p. 292] —Padre de toda mi alma,—por la santa Trinidad,
que me querais dar licencia—para al conde ir a encontrar.
—Mi licencia teneis, hija,—haced vuestra voluntad.—
La condesa al otro día—al conde se fué a buscar,
triste por Italia y Francia,—por la tierra y por la mar.
Ya estaba desesperada,—ya se torna para acá,
cuando gran vacada un dia—devisó allá en un pinar.
—Vaquerito, vaquerito,—por la santa Trinidad,
que me niegues la mentira—y me digas la verdad:
¿de quién son estas vaquitas—que en estos montes están?
—Del conde Sol son, señora,—que manda en este lugar.
—¿Y de quién son esos trigos—que cerca están de segar?
—Señora, del mismo conde,—porque los hizo sembrar.
—¿Y de quién tantas ovejas—que a corderos dan mamar?
—Señora, del conde Sol,—porque los hizo criar.
—¿De quién, dime, esos jardines—y ese palacio real?
—Son del mismo caballero;—porque allí suele habitar.
—¿De quién, de quién los caballos—que se oyen relinchar?
—Del conde Sol, que suele—sobre ellos ir a cazar.
—¿Y quién es aquella dama—que un hombre abrazando está?
—La desposada señora—con que el conde va a casar.
—Vaquerito, vaquerito,—por la santa Soledad,
toma mi ropa de seda,—y vísteme tu sayal,
que ya hallé lo que buscaba,—no lo quiero, no, dejar;
agárrame de la mano—y a su puerta me pondrás,
que a pedirle voy limosna,—por Dios, si la quiere dar.—
Desque estuvo la condesa—del palacio en el umbral,
una limosnica pide—que se la dén por piedad,
y fué tanta su ventura,—aun mas que era de esperar,
que la limosna demanda—y el conde se la fué a dar.
—¿De dónde eres, peregrina?—Soy de España natural.
—¿Cómo llegastes aquí?—Vine mi esposo a buscar,
por tierra pisando abrojos,—pasando riesgos en mar,
y cuando le hallé, señor,—supe que se iba a casar,
supe que olvidó a su esposa,—su esposa que fué leal,
su esposa que por buscalle—cuerpo y alma fué a arriesgar.
—¡Romerica, romerica,—calledes, no digas tal,
que eres el diablo sin duda—que me vienes a tentar!
—No soy el diablo, buen conde,—ni yo te quiero enojar;
soy tu mujer verdadera,—y así te vine a buscar,—
El conde cuando esto oyera,—sin un punto más tardar,
un caballo muy lijero—ha mandado aparejar
con cascabeles de plata—guarnido todo el pretal;
con los estribos de oro,—las espuelas otro tal,
y cabalgando de un salto,—a su esposa fué a tomar,
que de alegría y contento—no cesaba de llorar.
[p. 293] Corriendo iba, corriendo,—corriendo va sin parar,
hasta que llegó al castillo—donde es señor natural.
Quedádose ha la novia.—vestidica y sin casar,
que quien de lo ajeno viste,—desnudo suele quedar.

                            (Tradicional, impreso por el Sr. Durán, en su Rom. gen.) [1]

136

(DE BLANCA-NIÑA)

  Blanca, sois, señora mia,—mas que el rayo del sol:
¿si la dormiré esta noche—desarmado y sin pavor?
que siete años, habia, siete,—que no me desarmo, no.
Mas negras tengo mis carnes—que un tiznado carbón.
—Dormilda, señor, dormilda,—desarmado sin temor,
que el conde es ido a la caza—a los montes de Leon.
—Rabia le mate los perros,—y águilas el su halcon,
y del monte hasta casa,—a él arrastre el moron.—
Ellos en aquesto estando—su marido que llegó:
—¿Qué haceis, la Blanca-niña,—hija de padre traidor?
—Señor, peino mis cabellos,—péinolos con gran dolor,
que me dejeis a mí sola—y a los montes os vais vos.
—Esa palabra, la niña,—no era sino traición:
¿cuyo es aquel caballo—que allá bajo relinchó?
—Señor, era de mi padre,—y envióoslo para vos.
—¿Cuyas son aquellas armas—que están en el corredor?
—Señor, eran de mi hermano,—y hoy os las envió.
—¿Cuya es aquella lanza,—desde aquí la veo yo?
—Tomalda, conde, tomalda,—matadme con ella vos,
que aquesta muerte, buen conde,—bien os la merezco yo.

                                                         (Canc. de Rom. de 1550, fol. 288.)

136 a

Romance del conde Lombardo. [2] —I

  ¡Ay cuán linda que eres, Alba,—mas linda que no la flor!
¡Quién contigo la durmiese—una noche sin temor!
[p. 294] Que no lo supiese Albertos,—ese tu primero amor...
—A caza es ido, [1] a caza—a los montes de Leon.
—Si a caza es ido, señora,—cáigale [2] mi maldicion,
rabia le mate los perros,—aguilillas el falcon,
lanzada de moro izquierdo—le traspase [3] el corazon.
—Apead, conde don Grifos,—porque hace gran calor.
¡Lindas manos teneis conde!—¡Ay cuán flaco estáis, señor!
—No os maravilleis, mi vida,—que muero por vuestro amor,
y por bien que pene y muera—no alcanzo ningun favor.—
En aquesto estando, Albertos—toca a la puerta mayor.
—¿Dónde os pondré yo, don Grifos,—por hacer salvo mi honor?—
Tomáralo de la mano—y subióle a un mirador,
y bajóse a abrir [4] a Albertos—muy de presto y sin sabor. [5]
—¿Qué es lo que teneis, señora?—¡Mudada estais de color!
¡O habeis bebido del vino, [6] —o teneis celado amor!
—En verdad, amigo Albertos,—no tengo de eso pavor,
sino que perdí las llaves,—las llaves del mirador.
—No tomeis enojo, Alba,—de eso no tomeis rancor,
que si de plata eran ellas,—de oro las haré mejor. [7]
¿Cuyas son aquellas armas—que tienen tal resplandor?—
Vuestras, que hoy, señor Albertos,—las limpié de ese tenor.
—¿De quién es aquel caballo—que siento relinchador?—
Cuando Alba aquesto oyera—cayó muerta de temor.

                               (Canc. Flor de enamorados.— Tim ., Rosa de amores.)

137

Romance del conde Lombardo. [8] —II

  En aquellas peñas pardas,—en las sierras de Moncayo
fué do el rey mandó prender—al conde Grifos Lombardo,
porque forzó una doncella—camino de Santiago,
la cual era hija de un duque,—sobrina del Padre Santo.
[p. 295] Quejábase ella del fuerzo;—quéjase el conde del grado:
allá van a tener pleito—delante de Carlo Magno,
y mientras que el pleito dura—al conde han encarcelado
con grillones a los piés,—sus esposas en las manos,
una gran cadena al cuello—con eslabones doblados:
la cadena era muy larga,—rodea todo el palacio;
allá se abre y se cierra—en la sala del rey Carlos.
Siete condes le guardaban,—todos han juramentado
que si el conde se revuelve—todos serán a matallo.
Ellos estando en aquesto,—cartas habian llegado
para que casen la infanta—con el conde encarcelado.

                                                    (Cancionero, Flor de enamorados.)

138

Romance de Galiarda.—I

  —¡Galiarda, Galiarda!—¡Oh quién contigo holgase,
y otro dia de mañana [1] —con los cien moros pelease!
Si a todos no los venciese—luego matarme mandases,
porque con tan gran favor—grande esfuerzo tomaria. [2]
—De dormir, dices [3] Florencios,—de dormir; sí dormireis;
mas sois niño y mochacho,—luego vos alabaréis.—
Miró hácia el cielo Florencios,—y la su espada sacó:
—A esta muera yo, señora,—si de tal me alabe yo.—
Aquella noche Florencios—con Galiarda dormió.
Otro dia de mañana—en las cortes se alabó.

                            (Aquí se contienen cinco rom. y unas canciones muy graciosas.
                             El primero es: Angustiada está la reina, etc.—Pliego suelto del
                             siglo XVI.) [4]

[p. 296] 139

Galiarda.—II

  —Esta noche, caballeros,—dormí con una doncella,
que en los días de mi vida—yo no ví cosa mas bella.—
Todos dicen a una voz:—¡Cierto, Galiarda [1] es esa!
Oídolo habia un su hermano,—un su hermano que era de ella:
—¡Por Dios! te ruego, Florencios,—que te cases con ella. [2]
—No quiero hacer, caballeros,—para mí cosa tan fea,
en tomar yo por mujer—la que tuve por manceba.—
Aun bien no acabó Florencios—de decir aquella nueva,
cuando todos a una voz [3] —dicen luego:—¡Muera, muera!
¡muera el [4] que ha deshorado—a Gallarda [5] la mas bella!—
Desque Galiarda lo supo [6] —gran enojo recibiera: [7]
—Pésame, mis caballeros,—hagais [8] cosa tan mal hecha;
lo que aquel [9] loco decia—no era cosa creedera.
Hasta saberlo de cierto—no le habiades [10] de dar pena.

                                 (El mismo pliego suelto.—Tim., Rosa de amores.) [11]

140

Romance donde se queja a su amigo de que se casó su amiga

  —Compañero, compañero,—casóse mi linda amiga,
casóse con un villano—que es lo que mas me dolia.
[p. 297] Irme quiero a tornar moro—allende la morería:
cristiano que allá pasare—yo le quitaré la vida.
—No lo hagas, compañero,—no lo hagas por tu vida,
de tres hermanas que tengo—darte he yo la mas garrida,
si la quieres por mujer,—si la quieres por amiga.
—Ni la quiero por mujer,—ni la quiero por amiga,
pues que no pude gozar—de aquella que mas queria.

                                                         (Canc. de Rom. de 1550, fol. 170.)

41

(ROMANCE DE CATALINA)

  Yo me adamé una amiga—dentro en mi corazón;
Catalina habia por nombre,—no la puedo olvidar, no.
Rogóme que la llevase—a las tierras de Aragon.
—Catalina, sois mochacha, [1] —no podréis caminar, no.
—Tanto andaré, el [2] caballero,—tanto andaré como vos;
si lo dejais por dineros,—llevaré para los dos,
ducados para Castilla,—florines para Aragon.—
Ellos en aquesto estando,—la justicia que llegó.

                        (Canc. de Rom., s. a., fol. 252.—Canc. de Rom., 1550— fol. 267.
                         Silva de 1550, t. I, fol. 178).

142

Romance de la bella mal maridada

  —La bella mal maridada,—de las lindas que yo ví,
véote tan triste enojada;—la verdad díla tú a mí.
Si has de tomar amores—por otro, no dejes a mí,
que a tu marido, señora,—con otras dueñas lo ví,
besando y retozando:—mucho mal dice de ti;
juraba y perjuraba—que te habia de ferir.—
Allí habló la señora,—alli habló, y dijo así:
—Sácame tú, el caballero,—tú sacásesme de aquí;
por las tierras donde fueres—bien te sabria yo servir:
yo te haria bien la cama—en que hayamos de dormir,
yo te guisaré la cena—como a caballero gentil,
de gallinas y de capones—y otras cosas más de mil;
[p. 298] que a este mi marido—ya no le puedo sufrir,
que me da muy mala vida—cual vos bien podeis oir.—
Ellos en aquesto estando—su marido hélo aqui:
—¿Qué haceis, mala traidora?—¡Hoy habedes de morir!
—¿Y por qué, señor? ¿por qué?—que nunca os lo merecí.
Nunca besé a hombre,—mas hombre besó a mí;
las penas que él merecía,—señor, daldas vos a mí:
con riendas de tu caballo,—señor, azotes a mí;
con cordones de oro y sirgo—viva ahorques a mí.
En la huerta de los naranjos—viva entierres tú a mí,
en sepoltura de oro—y labrada de marfil;
y pongas encima un mote,—señor, que diga así:
«Aquí está la flor de las flores,—por amores murió aquí;
cualquier que muere de amores—mándese enterrar aquí,
que así hice yo, mezquina,—que por amar me perdí.»

                            (Sepúlveda, Rom. nuev. sacados, etc.—Aquí comienzan tres
                             romances glosados, y este primero, etc.—Pliego suelto del
                             siglo XVI.) [1]

143

(LA ERMITA DE SAN SIMON)

   En Sevilla está una hermita—cual dicen de San Simon,
adonde todas las damas—iban a hacer oración.
Allá va la mi señora,—sobre todas la mejor,
saya lleva sobre saya,—mantillo de un tornasol,
en la su boca muy linda—lleva un poco de dulzor,
en la su cara muy blanca—lleva un poco de color,
y en los sus ojuelos garzos—lleva un poco de alcohol,
a la entrada de la hermita—relumbrando como el sol.
El abad que dice la misa—no la puede decir, non,
monacillos que le ayudan—no aciertan responder, non,
por decir: amen, amen,—decian: amor, amor.

                          (Romance nuevamente compuesto por Antonio Ruyz de Santillana:
                           con su glosa. E otra glosa al romance que dice: «En Sevilla está
                           una hermita», etc.—Pliego suelto del siglo XVI.) [2]

[p. 299] 144

(ROMANCE DE LA GUIRNALDA DE ROSAS)

  —Esa guirnalda de rosas,—hija, ¿quién te la endonara?
—Donómela un caballero—que por mi puerta pasara,
tomárame por la mano,—a su casa me llevara,
en un portalico escuro—conmigo se deleitara,
echóme en cama de rosas—en la cual nunca fuí echada,
hízome—no sé que hizo—que dél vengo enamorada:
traigo, madre, la camisa—de sangre toda manchada.
—¡Oh sobresalto rabioso!—¡Que mi ánima es turbada!
Si dices verdad, mi hija,—tu honra no vale nada
que la gente es maldiciente,—luego sarás deshonrada.
—Calledes, madre, calledes,—calleis, madre muy amada,
que mas vale un buen amigo—que no ser mal maridada.
Dame el buen amigo, madre,—buen mantillo y buena saya:
la que cobra mal marido—vive malaventurada.
—Hija, pues quereis así,—tú contenta, yo pagada.

                         (Síguese un romance que dice: Tiempo es el cavallero: glosado
                          nuevamente. E otro que comiença: essa guirnalda de rosas,
                          etcétera.—Pliego suelto del siglo XVI.)

145

Romance de una gentil dama, y un rústico pastor

  —Estáse la gentil dama—paseando en su vergel,
los piés tenia descalzos—que era maravilla ver;
desde lejos me llamara, [1] —no le quise responder.
Respondíle con gran saña:—«¿Qué mandais, gentil mujer?»
Con una voz amorosa—comenzó de responder:
«Ven acá [2] el pastorcico,—si quieres tomar placer;
siesta es de mediodia, [3] —que ya es hora de comer;
si querrás tomar posada—todo es a tu placer.»
—Que no era tiempo, señora,—que me haya de detener;
que tengo mujer y hijos,—y casa de mantener,
[p. 300] y mi ganado en la sierra—que se me iba a perder,
y aquellos que me lo guardan—no tenian qué comer.
—«Vete con Dios, pastorcillo,—no te sabes entender,
hermosuras de mi cuerpo—yo te las hiciera ver:
delgadica en la cintura,—blanca soy como el papel,
la color tengo mezclada—como rosa en el rosel,
el cuello tengo de garza,—los ojos de un esparver,
las teticas agudices—que el brial quieren romper, [1]
pues lo que tengo encubierto—maravilla es de lo ver.»
—Ni aunque mas tengais, señora,—no me puedo detener.

                           (Aquí conmiençan tres romances glosados y este primero dize:
                            Estasse la gentil dama, etc.—Pliego suelto del siglo XVI.—
                            Cancionero de obras de burlas provocantes a risa, ed. de Londres,
                            1841, en 8º, pág. 239.)

146

Romance de don Tristan.—I

  Ferido está don Tristan—de una mala lanzada,
diérasela el rey su tio—por zelos que dél cataba.
El fierro tiene en el cuerpo,—de fuera le tembla el asta:
valo a ver la reina Iseo—por la su desdicha mala.
Júntanse boca con boca—cuanto una misa rezada,
llora el uno, llora el otro,—la cama bañan en agua:
allí nace un arboledo—que azucena se llamaba,
cualquier mujer que la come—luego se siente preñada:
comiérala reina Iseo—por la su desdicha mala.

                             (Canc. de Rom., s. a., fol. 192. —Canc. de Rom., 1550, fol. 202)

146 a

Romance de don Tristan.—II

  Herido está don Tristán—de una muy mala lanzada,
diérasela el rey su tio—con una lanza erbolada, [2]
diósela desde una torre;—que de cerca no osaba:
que el hierro tiene en el cuerpo,—de fuera le tiembla el asta.
[p. 301] Tan malo está don Tristán,—que a Dios quiere dar el alma.
Valo a ver la reina Iseo, [1] —la su linda enamorada,
cubierta de un paño [2] negro—que de luto se llamaba.
Viéndole tan mal parado,—dice así la triste dama: [3]
—Quien vos hirió, don Tristan,—heridas tengo de rabia,
que no hallase maestro—que supiese [4] de sanallas.—
Tanto están de boca en boca [5] —como una misa rezada:
llora el uno, llora el otro,—toda la cama se baña;
el [6] agua que de ellos sale—una azucena regaba;
toda mujer que la bebe—luego se siente [7] preñada.
Así hice yo, mezquina,—por la mi ventura mala. [8]

                         (Códice de mediado el siglo XVI, en el Rom. gen. del Sr. Durán.—
                          Nº I. Glosa del romance de don Tristan. Pliego suelto del siglo
                          XVI.—Nº 2. Romance de don Tristan nuevamente glosado por
                          Alonso de Salaya. Pliego suelto del siglo XVI. (Véase Geibel,
                           Volkslider u. Rom. der Spanier . Berlín, 1843, página 193.)

147

Romance de Lanzarote.—I

  Tres hijuelos habia el rey,—tres hijuelos, que no mas;
por enojo que hubo de ellos—todos maldito los ha.
El uno se tornó ciervo,—el otro se tornó can,
El otro se tornó moro,—pasó las aguas del mar.
Andábase Lanzarote—entre las damas holgando,
grandes voces dió la una:—Caballero, estad parado:
si fuese la mi ventura,—cumplido fuese mi hado
que yo casase con vos,—y vos conmigo de grado,
y me diésedes en arras—aquel ciervo del pié blanco.
—Dároslo he yo, mi señora,—de corazón y de grado,
y supiese yo las tierras—donde el ciervo era criado.—
Ya cabalga Lanzarote,—ya cabalga y va su via,
delante de sí llevaba—los sabuesos por la trailla.
Llegado había a una ermita,—donde un ermitaño habia:
[p. 302] —Dios te salve, el hombre bueno.—Buena sea tu venida:
cazador me pareceis—en los sabuesos que traia.
—Dígasme tú, el ermitaño,—tú que haces santa vida,
ese ciervo del pié blanco—¿dónde hace su manida?
—Quedaisos aquí, mi hijo,—hasta que sea de dia,
contaros he lo que vi,—y todo lo que sabia.
Por aquí pasó esta noche—dos horas antes del día,
siete leones con él—y una leona parida.
Siete condes deja muertos,—y mucha caballeria.
Siempre Dios te guarde, hijo,—por doquier que fuer tu ida,
que quien acá te envió—no te queria dar la vida.
¡Ay dueña de Quintañones,—de mal fuego seas ardida,
que tanto buen caballero—por tí ha perdido la vida!—

                                                          (Canc. de Rom., 1550, fol. 242.)

148

Romance de Lanzarote.—II

       Nunca fuera caballero—de damas tan bien servido,
       como fuera Lanzarote—cuando de Bretaña vino,
       que dueñas curaban dél,—doncellas del su rocino.
       Esa dueña Quintañona,—esa le escanciaba el vino,
       la linda reina Ginebra—se lo acostaba consigo;
       y estando al mejor sabor,—que sueño no había dormido,
       la reina toda turbada—un pleito ha conmovido.
       —Lanzarote, Lanzarote,—si ántes hubieres venido
       no hablara el orgulloso—las palabras que había dicho,
       que a pesar de vos, señor,—se acostaría conmigo.—
       Ya se arma Lanzarote—de gran pesar conmovido,
       despídese de su amiga,—pregunta por el camino,
       topó con el orgulloso—debajo de un verde pino,
       combátanse de las lanzas,—a las hachas han venido.
       Ya desmaya el orgulloso,—ya cae en tierra tendido,
       cortárale la cabeza,—sin hacer ningun partido;
       vuélvese para su amiga—donde fué bien recibido.

                         (Canc. de Rom., s. a., fol. 228.— Canc. de Rom.. 1550 , fol. 242.)

[p. 303] 149

Romance de don Bernaldino [1]

  Ya piensa don Bernaldino—su amiga visitar,
da voces a los sus pajes,—de vestir le quieren dar.
Dábanle calzas de grana,—borceguís de cordoban,
un jubon rico broslado,—que en la corte no hay su par,
dábanle una rica gorra,—que no se podria apreciar,
con una letra que dice:—«Mi gloria por bien amar.»
La riqueza de su manto—no vos la sabria contar;
sayo de oro de martillo—que nunca se vió su igual.
Una blanca hacanea—mandó luego ataviar,
con quince mozas de espuelas—que le van acompañar.
Ocho pajes van con él,—los otros mandó tornar;
de morado y amarillo—es su vestir y calzar.
Allegado han [2] a las puertas—do su amiga solia estar;
fallan [3] las puertas cerradas,—empiezan de preguntar:
—¿Dónde está doña Leonor—la que aquí solia morar?
Respondió un maldito viejo,—que él luego mandó matar:
—Su padre se la llevó—lejas [4] tierras habitar.—
Él rasga sus vestiduras—con enojo y gran pesar,
y volvióse a los palacios—donde solia reposar.
Puso una espada a sus pechos—por sus dias acabar.
Un su amigo que lo supo—veníalo a consolar.
y en entrando por la puerta—vídolo tendido estar.
Empieza a dar tales voces,—que al cielo quieren llegar;
vienen todas sus vasallos,—procuran de lo enterrar
en un rico monumento—todo hecho de cristal,
en torno del cual se puso—un letrero singular:
«Aquí está don Bernaldino—que murió por bien amar.»

                          (Canc. Rom., s. a., fol. 258.—Canc. de Rom., 1550, fol. 273.—
                           Silva de 1550, t. I, fol. 183.)

[p. 304] 150

       Romance del infante vengador

  ¡Hélo, hélo por do viene—el infante vengador,
caballero a la gineta—en un caballo corredor,
su manto revuelto al brazo,—demudada la color,
y en la su mano derecha—un venablo cortador.
Con la punta del venablo—sacarian un arador.
Siete veces fué templado—en la sangre de un dragon,
y otras tantas fué afilado—porque cortase mejor:
el hierro fué hecho en Francia,—y el asta en Aragón:
perfilándoselo iba—en las alas de su halcón.
Iba buscar a don Cuadros,—a don Cuadros el traidor,
allá le fuera a hallar—junto el [1] emperador.
La vara tiene en la mano,—que era justicia mayor.
Siete veces lo pensaba,—si lo tiraria o no,
y al cabo de las ocho—el venablo le arrojó.
Por dar al dicho don Cuadros—dado ha al emperador:
pasado le ha manto y sayo—que era de un tornasol:
por el suelo ladrillado—más de un palmo le metió.
Allí le habló el rey—bien oiréis lo que habló:
—¿Por qué me tiraste, infante?—¿por qué me tiras, traidor?
—Perdóneme tu Alteza,—que no tiraba a ti, no:
tiraba al traidor de Cuadros,—ese falso engañador,
que siete hermanos tenia,—no ha dejado, si a mí no:
por eso delante de [2] ti,—buen rey, lo desafio yo.—
Todos fian a don Cuadros,—y al infante no fian, no,
si no fuera una doncella,—hija es del emperador,
que los tomó por la mano,—y en el campo los metió.
A los primeros encuentros—Cuadros en tierra cayó.
Apeárase el infante,—la cabeza le cortó,
y tomárala en su lanza,—y al buen rey la presentó.
De que aquesto vido el rey—con su hija le casó.

                     (Canc. de Rom., s. a., fol. 187.—Canc. de Rom., 1550, fol. 197.—
                      Silva de 1550, t. I, fol. 110.)

[p. 305] 151

Romance de la infantina

  A cazar va el caballero,—a cazar como solia;
los perros lleva cansados,—el falcon perdido habia,
artimárase a un roble,—alto es a maravilla.
En una rama más alta,—viera estar una infantina;
cabellos de su cabeza—todo el roble cobrian.
—No te espantes, caballero,—ni tengas tamaña grima.
Fija soy yo del buen rey—y de la reina de Castilla:
siete fadas me fadaron—en brazos de una ama mia,
que andase los siete años—sola en esta montiña.
Hoy se cumplian los siete años,—o mañana en aquel dia:
por Dios te ruego, caballero,—llévesme en tu compañia,
si quisieres por mujer,—si no, sea por amiga.
—Esperéisme vos, señora,—fasta mañana, aquel día,
iré yo tomar consejo—de una madre que tenía.—
La niña le respondiera—y estas palabras decia:
—¡Oh mal haya el caballero—que sola deja la niña!
El se va a tomar consejo,—y ella queda en la montiña. [1]
Aconsejóle su madre—que la tomase por amiga.
Cuando volvió el caballero—no la hallara en la montiña: [2]
vídola que la llevaban—con muy gran caballería.
El caballero desque la vido—en el suelo se caia:
desque en sí hubo tornado—estas palabras decia:
—Caballero que tal pierde,—muy gran pena merecia:
yo mesmo seré el alcalde,—yo me seré la justicia:
que le [3] corten piés y manos—y lo [4] arrastren por la villa.

                            ( Canc. de Rom., s. a., fol. 192.—Canc. de Rom., ed. de 1550,
                             folio 203.) [5]

[p. 306] 152

Romance de Espinelo

  Muy malo estaba [1] Espinelo,—en una cama yacia,
los bancos eran de oro,—las tablas de plata fina,
los colchones en que duerme—eran de holanda muy rica, [2]
las sábanas que le cubren—en el agua no se vian,
la colcha que encima tiene [3] —sembrada de perlería;
a su cabecera asiste [4] —Mataleona su amiga: [5]
con las plumas de un pavon—la su cara le resfria.
Estando en este solaz—tal demanda le hacia:
[p. 307] —Espinelo, Espinelo,—¡cómo naciste en buen día!
El día que tú naciste—la luna estaba crecida,
que ni punto le faltaba,—ni punto le fallecia.
Contásesme tú, Espinelo,—contásesme la tu vida. [1]
—Yo te la diré, señora,—con amor y cortesía:
mi padre era de Francia,—mi madre de Lombardía;
mi padre con su poder—a toda Francia regia.
Mi madre como señora—una ley introducia: [2]
que [3] muger que dos pariese—de un parto, y en un dia,
que la den por alevosa,—y la quemen por justicia,
o la echen en la mar—porque adulterado habia.
Quiso Dios y mi [4] ventura,—que ella dos hijos paria
de un parto, y en una hora,—que por deshonra tenia.
Fuérase a tomar consejo—con tan loca fantasia
a una captiva mora,—sabia en [5] nigromancia.
—¿Qué me aconsejas tú, mora,—por salvar la honra mia?—
Respondiérale:—Señora,—yo de parecer seria,
que tomases a tu hijo, cl que se te antojaria,
y lo echos en la mar—en una arca de valía
bien embetunada toda,—con mucho oro y joyeria, [6]
porque quien al niño hallase—de criarlo holgaria.—
Cayera la suerte en mí,—y en la gran mar me ponia,
la cual estando muy brava—arrebatado me habia,
y púsome en tierra firme—con el furor que traia, [7]
a la sombra de una mata—que por nombre Espino habia,
que por eso me pusieron—de Espínelo nombradía.
Marineros navegando—halláronme en aquel dia:
lleváronme a presentar—al gran soldan de Suría.
El soldan no tenia hijos [8] —por su hijo me tenia;
el soldan agora es muerto.—Yo por el soldan regia.

                (Timoneda, Rosa de amores.—Cancionero llamado Flor de enamorados.)

[p. 308] 153

Romance del conde Arnaldos [1]

  ¡Quién hubiese tal ventura—sobre las aguas de mar,
como hubo el conde [2] Arnaldos—la mañana de San Juan!
Con un falcon en la mano—la caza iba cazar, [3]
vió venir una galera—que a tierra quiere llegar. [4]
Las velas traía de seda,—la ejercia de un cendal, [5]
marinero que la manda [6] —diciendo viene un cantar [7]
que la mar facia en calma, [8] —los vientos hace amainar,
los peces que andan 'nel [9] hondo—arriba los hace andar,
las aves que andan volando—en el mástil las face posar. [10]
Alli fabló el conde Arnaldos,—bien oiréis lo que dirá:
Por Dios te ruego, marinero,—dígasme ora ese cantar.—
Respondióle el marinero,—tal respuesta le fué a dar:
—Yo no digo esta canción—sino a quien conmigo va.

                            (Canc. de Rom., s . a., fol. 192, y ed. de 1550, fol. 203.—Glosa
                             agora nuevamente compuesta a un romance muy antiguo que
                             comiença: «quan traydor eres Marquillos», etc.—Pliego suelto
                             del siglo XVI. [11]

[p. 309] 154

(DE LA HIJA DEL REY DE FRANCIA)

Romance que dicen: De Francia partió la niña

  De Francia partió la niña,—de Francia la bien guarnida:
íbase para Paris,—do padre y madre tenia.
Errado lleva el camino,—errada lleva la guia:
arrimárase a un roble—por esperar compañía.
Vió venir un caballero,—que a París lleva la guia.
La niña desque lo vido—de esta suerte le decia:
—Si te place, caballero,—llévesme en tu compañía.
Pláceme, dijo, señora,—pláceme, dijo, mi vida.—
Apeóse del caballo—por hacelle cortesía;
puso la niña en las ancas—y él subiérase en la silla.
En el medio del camino—de amores la requeria.
La niña desque lo oyera—díjole con osadía:
—Tate, tate, caballero,—no hagais tal villanía:
hija soy de un malato—y de una malatía;
[p. 310] el hombre que a mí llegase—malato se tornaria.—
 El caballero con temor—palabra no respondia
 A la entrada de París—la niña se sonreía.
 —¿De qué vos reis, señora?—¿de qué vos reis, mi vida?
 —Ríome del caballero,—y de su gran cobardía,
 ¡tener la niña en el campo,—y catarle cortesía!—
 Caballero con vergüenza—estas palabras decia:
 —Vuelta, vuelta, mi señora,—que una cosa se me olvida.—
 La niña como discreta—dijo:—Yo no volveria,
 ni persona, aunque volviese,—en mi cuerpo tocaria:
 hija soy del rey de Francia—y de la reina Constantina,
 el hombre que a mí llegase—muy caro le costaria.—

                          (Canc. de Rom., s. a., fol. 259.— Canc. de Rom. 1550, fol. 274.—
                           Silva de 1550, t. I, fol. 184.)

154 a

(AL MISMO ASUNTO)

De Francia salió la niña,—de Francia la bien guarnida:
perdido lleva el camino,—perdida lleva la guia:
arrimádose ha a un roble—por atender compañía.
Vido venir un caballero,—dispuesto es a maravilla:
comiénzale de fablar,—tales palabras decia:
—¿Qué haceis aqui, mi alma?—¿Qué haceis aqui, mi vida?—
Alli fabló la doncella,—bien veréis lo que diria:
—Espero compañía, señor,—para Francia la bien guarnida—
Respóndele el caballero,—tales palabras decia:
—Si te pluguiere, señora,—conmigo te llevaria:
si quieres por mujer,—si quieres por amiga.—
La niña, que sola estaba,—estas palabras decia:
Placeme, dijo, señor,—pláceme, dijo, mi vida:
diésesme luego la mano—y luego cabalgaria.—
El caballero le da la mano,—la niña cabalgado habia.
Andando por su camino—de amores la requería.
Alli habló la doncella,—bien oiréis lo que decia:
—Está quedo, caballero,—non fagais tal villanía,
fija soy de un malato—que tiene la malatia,
y quien a mí llegare—luego se le pegaria,
que si vos a mí llegades—la vida vos costaria.
Mucho os ruego, señor,—que me cateis cortesia.—
Y a la salida de un monte—y asomada de una montiña
el caballero iba seguro,—la niña se sonreia.
Allí fabló el caballero,—bien oiréis lo que decia:
[p. 311] —¿De qué vos reis, mi alma?—¿De qué vos reis, mi vida?—
La niña, que estaba en salvo,—aquesto le respondia:
—Ríome del caballero—y de su gran cobardia,
que tenia niña en el monte,—y usaba de cortesía.—
El caballero que esto oyó—ahorcarse queria:
con gran enojo que tiene—estas palabras decia:
—Caballero que tal pierde—¿qué pena merescia?
Él se era el alcalde,—él se era la justicia,
que le corten pies y manos—y lo cuelguen de una encina.—
Y él estándose en aquesto—y que hacerlo queria,
si no fuera por una fada—que a fablarle venia:
las palabras que le dice—quien quiera se las sabia:
—No desesperes, caballero,—no desesperes de tu vida:
darte ha Dios grande vitoria—en arte de caballería,
que con los vivos se sirve a Dios—y su madre Santa María.—

DESHECHA DEL CABALEERO, QUE DICE CON ENOJO:

  —Plega a Dios que a alguno ameis—como yo, señora, a vos,
porque rabieis y peneis,—sin ser conformes los dos:
él se goce, y vos rabieis,—él que diga:—¿vos que habeis?—
vos a él:—¿no me quereis?—responda: no puedo veros.

                                (Comienza un razonamiento por coplas, etc. Pliego suelto del
                                 siglo XVI.—En el Romancero del Sr. Durán, donde dice que
                                 este romance se halla inserto en el pliego suelto a nombre de
                                 Rodrigo de Reinosa. [1]

[p. 312] 155

(DE LAS SEÑAS DEL ESPOSO)

  Caballero, si a Francia ides—por mi señor preguntad,
y porque le conozcais—con poca dificultad,
daros he las señas dél—sin ninguna falsedad:
él es dispuesto de cuerpo,—y de mucha gravedad,
blanco, rubio y colorado,—mancebo y de poca edad,
el cual por ser tan hermoso—temo de su lealtad.
Hablaréisle con crianza,—porque en él suele morar;
decidle que su señora—se le envía a encomendar,
que ya me parece tiempo—de venirme a libertar
de esta prision en que vivo,—muriendo de [1] soledad;
y se acuerde que me deja—sin ninguna libertad,
que me la llevó consigo—de mi propia voluntad;
y las justas y torneos—yo las supe de verdad;
la divisa que sacó—en señal de desamar.
Y si acaso amores tiene—y no los quiere dejar,
decidle de parte mia,—sin ningun temor mostrar:
que ausentes, por los presentes—lijeros son de olvidar.

                          (Códice del siglo XVI, en el Rom. gen. del Sr. Durán.—Timoneda,
                           Rosa de amores.) [2]

156

(AL MISMO ASUNTO)

  —Caballero, de lejas tierras,—llegáos acá, y pareis,
hinquedes la lanza en tierra, [3] —vuestro caballo arrendeis,
preguntaros he por nuevas—si mi esposo conoceis.
[p. 313] —Vuestro marido, señora,—decid ¿de qué señas es?
—Mi marido es mozo y blanco,—gentil hombre y bien cortes,
muy gran jugador de tablas,—y tambien del ajedrez.
En el pomo de su espada—armas trae de un marques,
y un ropon de brocado—y de carmesí al enves:
cabe el fierro de la lanza—trae un pendon portugues,
que ganó en unas justas—a un valiente frances.
—Por esas señas, señora,—tu marido muerto es:
en Valencia le mataron—en casa de un ginoves;
sobre el juego de las tablas—lo matara un milanes.
Muchas damas lo lloraban,—caballeros con arnes,
sobre todo lo lloraba—la hija del ginoves;
todos dicen a una voz—que su enamorada es;
si habeis de tomar amores,—por otro a mi no dejeis.
—No me lo mandeis, señor,—señor, no me lo mandeis,
que antes que eso hiciese,—señor, monja me vereis.
—No os metais monja, señora,—pues que hacello no podeis,
que vuestro marido amado—delante de vos lo teneis. [1]

                                      (Juan de Ribera, Nuevos romances, s. 1. 1605, en 4º)

[p. 314] 157

Romance de las reales bodas que se hacían en Francia [1]

  Bodas hacian [2] en Francia—allá dentro en París;
¡cuán bien que guia la danza—esta [3] doña Beatriz!
¡Cuán bien que [4] se la miraba—el buen [5] conde don Martin
—¿Qué mirais aquí, buen conde?—conde, ¿qué mirais aquí?
¿decid, si mirais la danza,—o si me mirais [6] vos a mí?
—Que no miro yo a la danza,—porque muchas danzas ví,
miro yo vuestra lindeza—que me hace penar a mí. [7]
—Si bien os parezco, conde,—conde, saquéisme de aquí,
que el marido tengo viejo—y no puede ir atras mí. [8]

                           (Canc. de Rom., 1550, fol. 294.—Timoneda, Rosa de amores.)

158

(DE LA INFANTA Y EL HIJO DEL REY DE FRANCIA)

  Tiempo es, el caballero,—tiempo es de andar de aquí,
que ni puedo andar en pié,—ni al emperador servir,
que me crece la barriga—y se me acorta el vestir:
vergüenza he de mis doncellas,—las que me dan el vestir;
míranse unas a otras,—no hacen sino reir:
vergüenza he de mis caballeros,—los que sirven ante mí.
[p. 315] —Parildo, dijo, señora,—que así hizo mi madre a mí;
hijo soy de un labrador—y mi madre pan vendí. [1]
La infanta desque esto oyera—comenzóse a maldecir:
—¡Maldita sea la doncella—que de tal hombre fué a parir!
—No vos maldigais, señora,—no vos querais maldecir,
que hijo soy del rey de Francia,—mi madre es doña Beatriz:
cien castillos tengo en Francia,—señora, para os guarir,
cien doncellas me los guardan,—señora, para os servir.

                                                (Canc. de Rom., 1550, fol.. 289.) [2]

159

(DE LA INFANTA Y DON GALVAN)

Romance que dicen: Bien se pensaba la reina

  Bien se pensaba la reina—que buena hija tenia,
que del conde don Galvan—tres veces parido habia,
que no lo sabia ninguno—de los que en la corte habia,
sino fuese una doncella—que en su cámara dormia;
y por un [3] enojo que hubiera—a la reina lo decia.
La reina se la llamaba—y a su cámara la metia,
y estando en este cuidado—de palabras la castiga:
—Ay, hija, si virgo estáis,—reina seréis de Castilla:
hija, si virgo no estais—de mal fuego seas [4] ardida.
[p. 316] —Tan virgo estoy, la mi madre,—como el dia que fuí nascida;
por Dios os ruego, mi madre,—que no me dedes marido;
doliente soy del mi cuerpo,—que no soy para servillo.— [1]

                         (Canc. de Rom., s. a., fol. 227.—Canc. de Rom., 1550, fol. 240.—
                          Silva de 1550, t. I, fol. 151.)

160

(DE CÓMO LA INFANTA, CASADA A HURTO DEL REY CON EL CONDE, PARIÓ, Y ESTE FUÉ SORPRENDIDO AL SACAR DE PALACIO LA CRIATURA; Y DE CÓMO EL REY APLACADO LOS PERDONÓ.)

  Parida estaba la infanta,—la infanta parida estaba;
para cumplir con el rey—decia que estaba mala.
Envió a llamar al conde—que viniese a la su sala:
el conde siendo llamado—no tardó la su llegada.
—¿Qué me queredes, mi vida?—¿qué me queredes, mi alma?
—Que tomeis esta criatura,—e la deis a criar a un ama.—
Ya la tomaba el buen conde—en los cantos de su capa;
mas de la sala saliendo—con el buen rey encontrara.
—¿Qué llevais, el buen conde,—en cantos de vuestra capa?
—Unas almendras, señor,—que son para una preñada.
—Dédesme de ellas, el conde,—para mi hija la infanta.
—Perdonedes vos, el rey,—porque las traigo contadas.—
Ellos en aquesto estando,—la criatura lloraba.
—Traidor me sois vos, el conde,—traidor me sois en mi casa.
—Yo no soy traidor, el rey,—ni en mi linaje se halla:
hermanos y primos tengo—los mejores de Granada.—
Revolvió el manto al brazo—y arrancó de la su espada;
el conde, por la criatura,—retiróse por la sala.
El rey decia:—Prendeldo;—mas nadie prenderlo osaba.
[p. 317] La infanta, que luego oyera—rencilla tan grande e brava,
a una de las damas suyas—lo que era preguntaba.
—Es que el rey, señora, al conde—de traidor lo disfamaba
porque en la su falda un niño—del palacio lo sacaba,
creyendo que a vos, señora,—el conde vos deshonrara.—
Sale la infanta de prisa—adonde su padre estaba,
y la espada de la mano—de presto se la quitara,
diciendo:—Oídme, señor,—una cosa que os contara.—
El rey, que la queria bien,—que dijese le mandaba.
—Mia es la criatura—que el conde, señor, llevaba,
y el conde es mi marido,—yo por tal lo publicaba.—
El rey,—que aquello oyera,—triste y espantado estaba:
por un cabo quería vengarse,—e por otro non osaba;
al fin al mejor consejo—como cuerdo se allegaba:
con voz alta e amorosa—dijo que les perdonaba.
Mándales tomar las manos—a un cardenal que allí estaba,
e hacer bodas sumptuosas—de que todo el mundo holgaba,
y así el pesar pasado—en gran gozo se tornaba.

                           (Síguense ocho romances viejos. El primero de la presa de Tunez,
                            etc. Pliego suelto del siglo XXI. (Valladolid, 1572, en el Rom. gen.
                            del Sr. Durán.)

161

Romance de Gerineldo.—I

       Levantóse Gerineldo—que al rey dejara dormido:
       fuése para la infanta—donde estaba en el castillo.
       —Abráisme, dijo, señora,—abráisme, cuerpo garrido.
       —¿Quién sois vos, el caballero,—que llamais a mi postigo?
       Gerineldo soy, señora,—vuestro tan querido amigo.—
       Tomarála por la mano,—en un lecho la ha metido,
       y besando y abrasando—Gerineldo se ha dormido.
       Recordado habia el rey—de un sueño despavorido;
       tres veces lo habia llamado,—ninguna le ha respondido.
       —Gerineldo, Gerineldo,—mi camarero polido,
       si me andas en traición,—trátasme como a enemigo.
       O dormias con la infanta,—o me has vendido el castillo.—
       Tomó la espada en la mano,—en gran saña va encendido:
       fuérase para la cama—donde a Gerineldo vido.
       Él quisiéralo matar;—mas crióle de chiquito.
       Sacara luego la espada,—entre entrambos la ha metido,
       porque desque recordase—viese cómo era sentido.
        [p. 318] Recordado habia la infanta,—e la espada ha conocido.
       —Recordados, Gerineldo,—que ya érades sentido,
       que la espada de mi padre—yo me la he bien conocido.

                              (Desesperaciones de amor, Pliego suelto s. 1., 1537, en el Rom.
                               gen. del Sr. Durán.)

161 a

Romance de Gerineldo.—II

—Gerineldo, Gerineldo,—el mi paje mas querido,
quisiera hablarte esta noche—en este jardin sombrío.
—Como soy vuestro criado,—señora, os burlais conmigo.
—No me burlo, Gerineldo,—que de verdad te lo digo.
—¿A qué hora, mi señora,—comprir heis lo prometido?
—Entre las doce y la una,—que el rey estará dormido.—
Tres vueltas da a su palacio—y otras tantas al castillo;
el calzado se quitó—y del buen rey no es sentido:
y viendo que todos duermen—do posa la infanta ha ido.
La infanta que oyera pasos—le esta manera le dijo:
—¿Quién a mi estancia se atreve?—¿Quién a tanto se ha atrevido?
—No vos turbeis, mi señora,—yo soy vuestro dulce amigo,
que acudo a vuestro mandado—humilde y favorecido.—
Enilda le ase la mano—sin mas celar su cariño;
cuidando que era su esposo—en el lecho se han metido,
y se hacen dulces halagos—como mujer y marido.
Tantas caricias se hacen—y con tanto fuego vivo,
que al cansancio se rindieron—y al fin quedaron dormidos.
El alba salia apenas—a dar luz al campo amigo,
cuando el rey quiere vestirse,—mas no encuentra sus vestidos:
—Que llamen a Gerineldo—el mi buen paje querido.—
Unos dicen:—No está en casa.—Otros dicen:—No lo he visto.—
Salta el buen de su lecho—y vistióse de proviso,
receloso de algun mal—que puede haberle venido.
Al cuarto de Enilda entrara,—y en su lecho halla dormidos
a su hija y a su paje—en estrecho abrazo unidos.
Pasmado quedó y parado—el buen rey muy pensativo:
pensándose qué hará—contra los dos atrevidos.
—¿Mataré yo a Gerineldo,—al que cual hijo he querido?
¡Si yo matare la infanta—mi reino tengo perdido!—
En tal estrecho el buen rey,—para que fuese testigo,
puso la espada por medio—entre los dos atrevidos.
Hecho esto se retira—del jardín a un bosquecillo.
Enilda al despertarse,—notando que estaba el filo
[p. 319] de la espada entre los dos,—dijo asustada a su amigo:
—Levántate, Gerineldo,—levántate, dueño mio,
que del rey la fiera espada—entre los dos ha dormido.
—¿Adónde iré, mi señora?—¿Adónde me iré, Dios mio?
¿Quién me librará de muerte,—de muerte que he merecido?
—No te asustes, Gerineldo,—que siempre estaré contigo:
márchate por los jardines—que luego al punto te sigo.—
Luego obedece a la infanta,—haciendo cuanto le ha dicho:
pero el rey, que está en acecho,—se le hace encontradizo.
—¿Dónde vas, buen Gerineldo?—¿Cómo estás tan sin sentido?
—Paseaba estos jardines—para ver si han florecido,
y vi que una fresca rosa—el calor ha deslucido.
—Mientes, mientes, Gerineldo,—que con Enilda has dormido.—
Estando en esto el sultan,—un gran pliego ha recibido:
ábrelo luego, y al punto—todo el color ha perdido.
—Que prendan a Gerineldo,—que no salga del castillo.—
En esto la hermosa Enilda—cuidosa llega a aquel sitio.
De lo que pasa informada,—y conociendo el peligro,
sin esperar a que torne—el buen rey enfurecido,
salta las tapias lij era—en pos de su amor querido.
Huyendo se va a Tartaria—con su amante y fiel amigo,
que en un brioso caballo—la atendia en el egido.
Allí antes de casarse—recibe Enilda el bautismo,
y las joyas que lleva—en dos cajas de oro fino
una vida regalada—a su amante han prometido.

                        (Este es un romance de Gerineldo el paje del rey nuevamente
                        compuesto.
Pliego suelto del siglo XVI en el Rom. gen. del señor
                        Durán.) [1]

[p. 320] 162

Romance de cómo el conde don Ramon de Barcelona libró a la emperatriz de Alemaña [1] que la tenian para quemar.

  En el tiempo que reinaba—y en virtudes florecia
ese conde don Ramon,—flor de la caballería,
en Barcelona la grande,—que por suya la tenia,
nuevas ciertas de dolor—de un extranjero sabia,
que allá en Alemaña—grande llanto se hacia
por la noble emperatriz—que en virtud resplandecia,
que dos malos caballeros—la acusan de alevosía
ante el gran emperador—que mas que a sí la queria,
diciendo:—Sepa tu Alteza,—gran señor, si te placia,
que nosotros hemos visto—a la emperatriz un dia
holgar con su camarero,—no mirando que hacia
traicion a tí, señor,—y a su gran genealogía.— [2]
L'emperador muy turbado [3] —de esta suerte respondía:
—Si es verdad, los caballeros,—esa tan gran villanía,
yo haré un tal castigo—cual conviene a la honra mia.— [4]
Mandóla luego prender—y en prisiones la ponia, [5]
hasta ser cumplido el plazo—que [6] la ley lo disponia:
buscase dos caballeros—que defiendan la su vida
contra los acusadores,—que en el campo se veria
la justicia cúya era,—y a quién Dios favorecía.
[p. 321] Pues sabida por el conde—esta nueva dolorida,
determina de partir—a librarla si podia,
con no mas de un escudero,—de quien él mucho se fia.
Andando por sus jornadas—sin parar noche ni dia,
llegado es a las Cortes—que el emperador tenia
para dar la gran sentencia—de allí a [1] tercero dia
de quemar la emperatriz,—¡cosa de muy gran mancilla!
pues no habia caballero—en tan gran caballería
que por una tal señora—quiera aventurar su vida,
por ser los acusadores—de gran suerte y gran valía.
Pues el conde ya llegado,—preguntó si ser podria
hablar con la emperatriz—por cosa que le cumplia.
Supo que ninguno entraba—do estaba su Señoría, [2]
sino es su confesor,—fraile de muy santa vida.
Vase el Conde para él,—de esta suerte le decia:
—Padre, yo soy extranjero;—de lejas tierras venia
a librar, si Dios quisiese,—o morir en tal porfía,
a la gran emperatriz—que es sin culpa, yo creia;
mas primero, si es posible,—gran descanso me seria
hablar con su Majestad, [3] —si esto [4] hacerse podia.
—Yo daré órden, señor,—el buen fraile respondia:
tomará vuestra merced—a un hábito que yo tenia,
y vestirse ha como fraile—y irá [5] en mi compañía.—
Ya se parte el buen conde—con el fraile que lo guia.
Llegados que fuéron dentro—en la cárcel do yacia,
las rodillas por el suelo—el buen conde así decia:
—Yo soy, muy alta señora,—de España la noblecida, [6]
y de Barcelona conde,—ciudad de gran nombradía.
Estando [7] en la mi corte—con solaz [8] y alegría,
por muy cierta nueva supe—la congoja que tenia
vuestra real [9] Majestad,—de la cual yo me dolia,
y por eso yo partí [10] —a poner por vos la vida.—
La emperatriz que esto oyera—de gozosa [11] no cabia;
lágrimas de los sus ojos—por su linda faz vertia;
tomárale por las manos,—de esta suerte le decia:
—Bien seais venido, conde,—buena sea vuestra venida:
vuestra nobleza y valor,—vuestro esfuerzo y valentía
ya me hacen ser muy cierta—de mi honra y vuestra vida:
[p. 322] mi innocencia os librará,—pues que Dios bien la sabia,
de la falsa acusación—que contra mí se ponia.—
Ya se despide el buen conde,—ya las manos le pedia
para haberlas de besar,—mas ella no consentia.
Vase para su posada;—e ya que el plazo se cumplia,
armado de todas armas—bien a punto se ponia,
y él como era muy dispuesto—¡oh cuán bien que parecia!
su escudero iba con él [1] —bien armado, que salia [2]
en un caballo morcillo—muy rijoso en demasía.
Yendo para la grande plaza—con el orgullo [3] que traia,
encontró con un mochacho—que de vello era mancilla,
en ver que luego murió—sin remedio de su vida.
L'escudero que esto vido [4],—con temor que en él habia,
comenzó luego a huir—cuanto el caballo podia,
y quedó el conde solo,—mas no de esfuerzo y valentia,
y como era valeroso—no dejó de hacer su via;
puesto ante los jueces—dijo que él defenderia
ser maldad y traicion,—ser envidia y ser falsia [5]
la acusación que le ponen—a su alta Señoría;
y que salgan uno a uno—pues está sin compañía.
Estas palabras diciendo,—ya el acusador venia
con trompetas y atabales,—con estruendo y gallardía.
Parten el sol los jueces,—cada cual tomó [6] su via,
arremeten los caballos,—gran encuentro se hacia;
del acusador la lanza—en piezas volado habia
sin herir a don Ramon—ni menearlo de la silla:
don Ramon a su contrario—de tal encuentro lo heria,
que del caballo abajo [7] —derribado lo habia. [8]
El conde que así lo vido,—del caballo descendia:
va para él con denuedo—donde le quitó la vida. [9]
El otro [10] acusador—que vió tanta valentía
en l'extraño caballero, [11] —gran temor en sí tenia [12]
y viendo que falsamente—el acusación hacia,
demandó misericordia—y al buen conde se rendia.
[p. 323] Don Ramon con gran nobleza—de esta suerte respondia:
—No soy parte, caballero,—para yo daros la vida, [1]
pedilda [2] a su Majestad—que es quien dárosla podia. [3]
Y preguntó a los jueces—si mas hacer se debia
por librar la emperatriz—de lo que se le imponia:
respondieron que la honza—él ganada la tenia,
que en su libertad estaba—de hacer lo que queria.
Desque aquesto oyera el conde,—del palenque se salia:
vase para su posada,—no reposa hora ni dia,
mas encima su caballo—desarmado se salia:
el camino de su tierra—en breve pasado habia.
Tornando al emperador,—grande fiesta se hacia;
sacaron la emperatriz—con muy grande [4] alegría,
con los juegos y las fiestas—toda la ciudad se hundia.
Todos iban muy galanos,—cada cual quien mas podia.
L'emperador muy contento—por el vencedor pedia,
para hacerle aquella honra—que su bondad merecia.
Desque supo que era ido—gran dolor en sí sentia;
a la emperatriz pregunta—le responda por su vida [5]
quién era su [6] caballero—que tan bien la defendia. [7]
Respondiérale:—Señor,—yo jurado le tenia
no decir quién era él [8] —hasta el tercero dia.— [9]
Mas despues de ser pasado—ante muchos lo decia,
como era el gran conde—flor de la caballería,
señor de Cataluña—y de toda su valia. [10]
L'emperador que lo supo—de contento no cabia
viendo que tan gran señor—de su honra se dolia.
La emperatriz determina,—y l'emperador lo queria, [11]
de partirse para España,—y así luego se partia
para ver su caballero—a quien tanto ella debia.
Con trescientos de caballo—comenzó hacer su via; [12]
dos cardenales con ella,—por tenerle compañía;
muchos duques, muchos condes,—con muy gran caballería.
El buen conde que lo supo—gran aparato [13] hacia,
y cerca de Barcelona—a recibirla salia
[p. 324] acompañado de los grandes—de su grande [1] Señoría;
y una legua de camino,—y otros mas dicen que habia,
mandó poner grandes mesas—de comer muy bastecidas. [2]
Pues, recebida que fué—con muy grande cortesía, [3]
entraron en Barcelona,—la cual estaba guarnida
de muy ricos paramentos—y de gran tapicería.
Hacen justas y torneos—y otras fiestas de alegría. [4]
De esta manera el buen conde—a la emperatriz servia,
hasta que para su tierra—de tornarse fué servida.

                                       (Silva de 1550, t. II, fol. 40.—Timoneda, Rosa gentil.)

163

Romance del conde Alarcos y de la infanta Solisa [5]

  Retraida está la infanta,—bien así como solia,
viviendo muy descontenta—de la vida que tenia,
viendo que ya se pasaba—toda la flor de su vida,
y que el rey no la casaba,—ni tal cuidado tenia.
Entre sí estaba pensando—a quien se descubriría,
acordó llamar al rey—como otras veces solia,
por decirle su secreto—y la intención que tenia.
Vino el rey siendo llamado,—que no tardó su venida:
vídola estar apartada,—sola está sin compañía;
su lindo gesto mostraba—ser mas triste que solia.
Conociera luego el rey—el enojo que tenia.
[p. 325] —¿Qué es aquesto, la infanta?—¿qué es aquesto, hija mía?
Contadme vuestros enojos,—no tomeis malenconía,
que sabiendo la verdad—todo se remediaria.
—Menester será, buen rey,—remediar la vida mia,
que a vos quedé encomendada—de la madre que tenia.
Dédesme, buen rey, marido,—que mi edad ya lo pedia:
con vergüenza os lo demando,—no con gana que tenia,
que aquestos cuidados tales—a vos, rey, pertenecian.—
Escuchada su demanda,—el buen rey le respondia:
—Esa culpa, la infanta,—vuestra era, que no mia,
que ya fuérades casada—con el príncipe de Hungría.
No quesistes escuchar—la embajada que os venia,
pues acá en las nuestras cortes,—hija, mal recaudo habia,
porque en todos los mis reinos—vuestro par igual no habia,
sino era el conde Alarcos,—hijos y mujer tenia.
—Convidaldo vos, el rey,—al conde Alarcos un dia,
y despues que hayais comido—decilde de parte mia,
decilde que se acuerde—de la fe que dél tenia,
la cual él me prometió,—que yo no se la pedia,
de ser siempre mi marido,—yo [1] que su mujer seria.
Yo fuí de ello muy contenta—y que no me arrepentia.
Si casó con la condesa. [2] —que mirase lo que hacia,
que por él no me casé—con el príncipe de Hungría:
si casó con la condesa,—dél es culpa, que no mia.— [3]
Perdiera el rey en oirlo—el sentido que tenia,
mas despues en sí tornado [4] —con enojo respondia:
—¡No son estos los consejos,—que vuestra madre os decia!
¡Muy mal mirastes, infanta,—do estaba la honra mia!
Si verdad es todo eso—vuestra honra ya es perdida:
no podeis vos ser casada—siendo la condesa viva.
Si se hace el casamiento—por razon o por justicia,
en el decir de las gentes—por mala seréis tenida.
Dadme vos, hija, consejo,—que el mio no bastaria,
que ya es muerta vuestra madre—a quien consejo pedia.
—Yo os lo daré, buen rey,—de este poco que tenia:
mate el conde a la condesa,—que nadie no lo sabria, [5]
y eche fama que ella es muerta—de un cierto mal que tenia,
y tratarse ha el casamiento—como cosa no sabida
[p. 326] De esta manera, buen rey,—mi honra se guardaria.—
De allí se salia el rey,—no con placer que tenia;
lleno va de pensamientos—con la nueva que sabia;
vido estar al conde Alarcos—entre muchos, que decia:
—¿Qué aprovecha, caballeros,—amar y servir amiga,
que son servicios perdidos—donde firmeza no habia?
No pueden por mí decir—aquesto que yo decia,
que en el tiempo que yo serví—una que tanto quería,
si muy bien la quise entónces,—agora más la queria;
mas por mí pueden decir—quien bien ama tarde olvida.—
Estas palabras diciendo—vido al buen rey que venia,
y hablando con el rey—de entre todos se salia.
Dijo el buen rey al conde—hablando con cortesía:
—Convidaros quiero, conde,—por mañana en aquel dia,
que querais comer conmigo—por tenerme compañía.
—Que se haga de buen grado—lo que su Alteza decia;
beso sus reales manos—por la buena cortesía: [1]
detenerme he aquí mañana,—aunque estaba de partida,
que la condesa me espera—segun la carta me envía.—
Otro dia de mañana—el rey de misa salia;
asentóse luego a comer, [2] —no por gana que tenia,
sino por hablar al conde—lo que hablarle quería.
Allí fuéron bien servidos—como a rey pertenecia.
Despues que hubieron comido,—toda la gente salida,
quedóse el rey con el conde—en la tabla do comia.
Empezó [3] de hablar el rey—la embajada que traia:
—Unas nuevas traigo, conde,—que de ellas no me placia,
por las cuales yo me quejo [4] —de vuestra descortesía.
Prometistes a la infanta—lo que ella no vos pedia,
de siempre ser su marido,—y a ella que le placia.
Si otras cosas pasastes—no entro en esa porfía [5]
Otra cosa os digo, conde,—de que mas os pesaria:
que mateis a la condesa—que cumple a la honra mia:
echeis fama que ella es muerta—de cierto mal que tenia,
y tratarse ha el casamiento—como cosa no sabida,
porque no sea deshonrada—hija que tanto queria.—
[p. 327] Oidas estas razones—el buen conde respondia:
—No puedo negar, el rey,—lo que la infanta decia,
sino que otorgo ser verdad—todo cuanto me pedia.
Por miedo de vos, el rey,—no casé con quien debia,
no pensé que vuestra Alteza—en ello consentiria:
de casar con la infanta—yo, señor, bien casaria;
mas matar a la condesa,—señor rey, no lo haria,
porque no debe morir—la que mal no merecia.
—De morir tiene, el buen conde,—por salvar la honra mia,
pues no mirastes primero—lo que mirar se debia.
Si no muere la condesa—a vos costará la vida.
Por la honra de los reyes—muchos sin culpa morian,
por que muera [1] la condesa—no es mucha maravilla.
—Yo la mataré, buen rey,—mas no será la culpa mia:
vos os avendréis con Dios—en fin de vuestra vida,
y prometo a vuestra Alteza,—a fe de caballería,
que me tengan [2] por traidor—si lo dicho no cumplia
de matar a la condesa,—aunque mal no [3] merecia.
Buen rey, si me dais licencia—yo luego me partiria.
—Vayais con Dios, el buen conde,—ordenad vuestra partida.—
Llorando se parte el conde,—llorando sin alegría;
llorando por la condesa,—que mas que a si la queria.
Llorando tambien el conde—por tres hijos que tenia,
el uno era de teta,—que la condesa lo cria,
que no queria mamar—de tres amas que tenia
sino era de su madre—porque bien la conocia;
los otros eran pequeños,—poco sentido tenian.
Antes que llegase el conde—estas razones decia:
—¡Quién podrá mirar, condesa,—vuestra cara de alegría,
que saldréis a recebirme—a la fin de vuestra vida!
Yo soy el triste culpado,—esta culpa toda es mia.—
En diciendo estas palabra—la condesa ya salia,
que un paje le habia dicho—como el conde ya venia.
Vido la condesa al conde—la tristeza que tenia,
vióle los ojos llorosos—que hinchados los tenia
de llorar por el camino—mirando el bien que perdia.
Dijo la condesa al conde:—¡Bien vengais, bien de mi vida!
¿Qué habeis, el conde Alarcos?—¿por qué llorais, vida mia,
que venís tan demudado—que cierto no os conocia?
No parece vuestra cara—ni el gesto que ser solia;
dadme parte del enojo—como dais de la alegría.
¡Decídmelo luego, conde,—no mateis la vida mia!
[p. 328] —Yo vos lo diré, condesa,—cuando la hora seria.
—Si no me lo decís, conde,—cierto yo reventaria.
—No me fatigueis, señora, [1] —que no es la hora venida.
Cenemos luego, [2] condesa,—de aqueso que en casa habia.
—Aparejado está, conde;—como otras veces solia.—
Sentóse el conde a la mesa,—no cenaba ni podia,
con sus hijos al costado,—que muy mucho los queria.
Echóse sobre los hombros;—hizo como que dormía;
de lágrimas de sus ojos—toda la mesa cubria. [3]
Mirándolo [4] la condesa;—que la causa no sabia;
no le preguntaba nada,—que no osaba ni podia.
Levantóse luego el conde,—dijo que dormir queria;
dijo tambien la condesa—que ella tambien dormiria;
mas entre ellos no habia sueño,—si la verdad se decia.
Vanse el conde y la condesa—a dormir donde solian:
dejan los niños de fuera—que el conde no los queria:
lleváronse el mas chiquito, cl que la condesa cria:
cierra el conde la puerta,—lo que hacer no solia.
Empezó de hablar el conde—con dolor y con mancilla:
—¡Oh desdichada condesa,—grande fué la tu desdicha!
—No so desdichada, el conde,—por dichosa me tenia
solo en ser vuestra mujer:—esta fué gran dicha mia.
—¡Si bien lo sabeis, [5] condesa,—esa fué vuestra desdicha!
Sabed que en tiempo pasado—yo amé a quien servia, [6]
la cual era la infanta.—Por desdicha vuestra y mia
prometí casar con ella;—y a ella que le placia,
demándame por marido—por la fe que me tenia.
Puédelo muy bien hacer—de razon y de justicia:
díjomelo el rey su padre—porque de ella lo sabia.
Otra cosa manda el rey—que toca en el alma mia:
manda que murais, condesa,—a la fin de vuestra vida, [7]
que no puede tener honra—siendo vos, condesa, viva.—
Desque esto oyó la condesa—cayó en tierra amortecida:
mas despues en sí tornada—estas palabras decia:
—¡Pagos son de mis servicios,—conde, con que yo os servia!
si no me matais, el conde,—yo bien os consejaria:
enviédesme a mis tierras—que mi padre me ternia;
yo criaré westros hijos—mejor que la que vernia,
yo os mantendré castidad—como siempre os mantenia.
—De morir habeis, condesa,—en antes que venga el dia.
[p. 329] —¡Bien parece, el conde Alarcos,—yo ser sola en esta vida;
porque tengo el padre viejo,—mi madre ya es fallecida,
y mataron a mi hermano—el buen conde don García,
que el rey lo mandó matar—por miedo que dél tenia!
No me pesa de mi muerte,—porque yo morir tenia,
mas pésame de mis hijos,—que pierden mi compañía:
hacémelos venir, conde,—y verán mi despedida.
—No los veréis mas, condesa,—en dias de vuestra vida:
abrazad este chiquito,—que aqueste es el que os perdia.
Pésame de vos, condesa,—cuanto pesar me podia.
No os puedo valer, señora,—que mas me va que la vida;
encomendáos a Dios—que esto hacerse tenia.
—Dejéisme decir, buen conde,—una oracion que sabia.
—Decilda presto, condesa,—enantes que venga el dia.
—Presto la habré dicho, conde,—no estaré un Ave María.—
Hincó las rodillas en tierra—esta oracion decia:
«En las tus manos, Señor,—encomiendo el alma mia:
no me juzgues mis pecados—segun que yo merecia,
mas segun tu gran piedad—y la tu gracia infinita.»
—Acabada es ya, buen conde,—la oracion que sabia;
encomiéndoos esos hijos—que entre vos y mí habia,
y rogad a Dios por mí—miéntra tuvierdes vida,
que a ello sois obligado—pues que sin culpa moria,
Dédesme acd ese hijo, [1] —mamará por despedida.
—No lo desperteis, condesa,—dejaldo estar, que dormia,
sino que os demando [2] perdon—porque ya viene [3] el dia.
—A vos yo perdono, conde,—por el amor que os tenia;
mas yo no perdono al rey,—ni a la infanta su hija,
sino que queden citados—delante la alta justicia,
que allá vayan a juicio—dentro de los treinta dias.—
Estas palabras diciendo—el conde se apercebia:
echóle por la garganta—una toca que tenia,
apretó con las dos manos—con la fuerza que podia:
no le aflojó la garganta—mientra que vida tenia.
Cuando ya la vido el conde—traspasada y fallecida,
desnudóle los vestidos—y las ropas que tenia:
echóla encima la cama,—cubrióla como solia;
desnudóse a su costado,—obra de un Ave María:
levantóse dando voces—a la gente que tenia:
—¡Socorré, mis escuderos, [4] —que la condesa se fina!—
[p. 330] Hallan la condesa muerta—los que a socorrer venian.
Así murió la condesa,—sin razon y sin justicia;
mas tambien todos murieron—dentro de los treinta dias.
Los doce dias pasados—la infanta ya moria;
el rey a los veinte y cinco,—el conde al treinteno dia,
allá fuéron a dar cuenta—a la justicia divina.
Acá nos dé Dios su gracia,—y allá la gloria cumplida.

                     (Canc. de Rom., s. a., fol . 107.— Canc. dc Rom., 1550, fol. 107.—
                      Silva de 1550, t. II, fol. 191.— Floresta de var. rom.—Romance
                      del conde
Alarcos.—Pliego suelto del siglo XVI.) [1]

[p. 331]

[p. 332] 164

Síguense los romances que tratan historias francesas, y este primero es el Romance del conde Dirlos y de las grandes venturas que hubo [1]

Estábase el conde Dirlos,—sobrino de don Beltran,
asentado en sus tierras,—deleitándose en cazar,
cuando le vinieron cartas—de Carlos el emperante.
De las cartas placer hubo,—de las palabras pesar,
de lo que las cartas dicen—a él parece muy mal.
«Rogar vos quiero, sobrino,—el buen frances natural,
llegueis vuestros caballeros,—los que comen vuestro pan;
darles heis [2] doblado sueldo—del que les soledes dar,
dobles armas y caballos,—que bien menester los [3] han:
darles heis el campo franco—de todo lo que ganaren;
partiros heis a los reinos—del rey moro Aliarde.
[p. 333] Desafiamiento [1] me ha dado—a mi y a los doce pares:
grande mengua me seria—que todos hubiesen de andar.
No veo caballero en Francia—que mejor pueda enviar,
sino a vos, el conde Dirlos,—esforzado en pelear.»
El conde que esto oyó,—tomó tristeza y pesar,
no por miedo de los moros—ni miedo de pelear,
mas tiene mujer hermosa,—mochacha de poca edad.
Tres años anduvo en armas—para con ella casar,
y el año no era cumplido,—de ella lo mandan apartar.
De que esto él pensaba—tomó de ello gran pesar;
triste estaba y pensativo,—no cesa de sospirar:
despide los falconeros,—los monteros manda pagar,
despide todos aquellos—con quien solia deleitarse;
no burla con la condesa—como solia burlar;
mas muy triste y pensativo—siempre le veian andar.
La condesa que esto vido,—llorando empezó de hablar:
—¡Triste estadas vos, el conde!—¡triste, lleno de pesar
de esta tan triste partida—para mí de tanto mal!
Partir vos quereis, el conde,—a los reinos de Aliarde,
dejáisme en tierras ajenas—sola y sin quien me acompañe.
¿Cuántos años, el buen conde,—haceis cuenta de tardar?
Yo volverme he a las tierras,—a las tierras de mi padre;
vestirme he de un paño negro,—ese [2] será mi llevar;
maldiré mi hermosura,—maldiré mi mocedad,
maldiré aquel triste dia—que con vos quise casar.
Mas si vos queredes, conde,—yo con vos querria andar:
mas quiero perder la vida,—que sin vos de ella gozar.—
El conde desque esto oyera—empezóla de mirar;
con una voz amorosa—presto tal respuesta hace:
—No lloredes vos, condesa,—de mi partida no hayais pesar;
no quedaréis [3] en tierra ajena,—sino en vuestra a vuestro mandar.
que ántes que yo me parta—todo vos lo quiero dar.
Podeis vender cualquier villa,—y empeñar cualquier ciudad,
como principal heredera—que nada vos puedan quitar.
Quedaréis encomendada—a mi tio don Beltran
y a mi primo Gaiferos,—señor de Paris la grande:
quedaréis encomendada—a Oliveros y a Roldan,
al emperador, y a los doce—que a una mesa comen pan;
porque los reinos son lejos—del rey moro Aliarde;
que son cerca la Casa Santa—allende del nuestro mar.
Siete años, la condesa,—todos siete me esperad;
[p. 334] si a los ocho no viniere,—a los nueve vos casad;
seréis de veinte y siete años—que es la mejor edad:
el que con vos casare, señora,—mis tierras tome en ajuar:
gozará de mujer hermosa,—rica y de gran linaje.
Bien es verdad, la condesa,—que comigo vos querria llevar;
mas yo voy para batallas,—y no cierto para holgar.
Caballero que va en armas—de mujer no debe curar,
porque con el bien que os quiero—la honra habria de olvidar.
Mas aparejad, condesa,—mandad vos aparejar,
iréis comigo a las cortes,—a Paris esa ciudad.
Toquen, toquen mis trompetas,—manden luego cabalgar.—
Ya se parte el buen conde;—la condesa otro que tal:
la vuelta van de Paris—apriesa, no de vagar.
Cuando son a una jornada—de Paris esa ciudad,
el emperador que lo supo—a recebir se lo sale.
Con él sale Oliveros,—con él sale don Roldan,
con él Arderin de Ardeña, [1] —y Urgel de la fuerza grande;
con él infante Guarinos,—almirante de la mar;
con él sale el esforzado—Renaldos de Montalvan,
con él van todos los doce—que a una mesa comen pan,
sino el infante Gaiferos—y el buen conde don Beltran,
que salieron tres jornadas—mas que todos adelante.
No quiso el emperador—que hubiesen de aposentar,
sino en sus reales palacios—posada les mandó dar.
Empiezan luego su partida—apriesa y no de vagar;
dale diez mil caballeros—de Francia mas principales,
y con mucha otra gente—y gran ejército real.
El sueldo les paga junto—por siete años y mas.
Ya, tomadas buenas armas,—caballos otro que tal,
enderezan su partida,—empiezan de cabalgar;
cuando el buen conde Dirlos—ruega mucho al emperante
que él y todos los doce—se quisiesen ayuntar.
Cuando todos fueron juntos—en la gran sala real,
entra el conde y la condesa,—mano por mano se van:
cuando son en medio de ellos,—el conde empezó de hablar:
—A vos lo digo, mi tio,—el buen viejo don Beltran,
y a vos, infante Gaiferos,—y a mi buen primo carnal,
y esto delante de todos—lo quiero mucho rogar,
y al muy alto emperador,—que sepa mi voluntad,
como villas y castillos,—y ciudades y lugares
los dejo a la condesa,—que nadie las pueda quitar;
mas como principal heredera—en ellas pueda mandar
en vender cualquiera villa,—y empeñar cualquier ciudad:
de quello que ella hiciere—todos se hayan de agradar.
[p. 335] Si por tiempo yo no viniere—vosotros la querais casar:
el marido que ella tome—mis tierras haya en ajuar;
y a vos la encomiendo, tio,—en lugar de marido y padre;
y a vos, mi primo Gaiferos,—por mí la querais honrar;
y encomiéndola a Oliveros,—y encomiéndola a Roldan,
y encomiéndola a los doce,—y a don Carlos el emperante.—
A todos les place mucho—de aquello que el conde hace.
Ya se parte el buen conde—de París esa ciudad:
la condesa que ir lo vido—jamas lo quiso dejar
fasta orillas de la mar—do se habia de embarcar.
Con ella va don Gaiferos,—con ella va don Beltran,
con ella va el esforzado—Renaldos de Montalvan,
sin otros muchos caballeros—de Francia mas principales.
Atan triste despedida—el uno del otro hacen,
que si el conde iba triste,—la condesa mucho mas.
Palabras [1] están diciendo—que era dolor de escuchar:
el conorte que se daban—era contino llorar.
Con gran dolor manda el conde—hacer vela y navegar.
Como sin la condesa se vido—navegando por la mar,
movido de muy gran saña,—movido de gran pesar,
diciendo que por ningun tiempo—de ella lo harán apartar.
Sacramento [2] tiene hecho—sobre un libro misal
de jamas volver en Francia,—ni en ella comer pan,
ni que nunca enviará carta,—porque de él no sepan parte.
Siempre triste y pensativo,—puesto en pensamiento grande,
navegando en sus jornadas—por la tempestuosa mar,
llegado es a los reinos—del rey moro Aliarde.
Ese gran soldan de Persia,—con poderío muy grande
ya les estaba aguardando—a las orillas del mar.
Cuando vino cerca tierra—las naves mandó llegar;
con un esfuerzo esforzado—los empieza de esforzar.
—¡Oh esforzados caballeros!—¡oh mi compaña leal,
acuérdeseos que dejamos—nuestra tierra natural!
de ellos dejamos mujeres—de ellos hijos, de ellos padres
solo para ganar honra,—y no para ser cobardes.
Pues esforzádos, caballeros,—esforzad en pelear:
yo llevaré la delantera,—y no me querais dejar.—
La morisma era tanta,—tierra no les dejan tomar.
El conde era esforzado—y discreto en pelear,
manda toda la [3] artillería—en las sus barcas posar.
Con el ingenio que traia—empiézales de tirar;
[p. 336] los tiros eran tan fuertes,—que [1] por fuerza hacen lugar.
Veréis sacar los caballos,—y muy apriesa cabalgar:
tan fuerte dan en los moros,—que tierra les hacen dejar.
En tres años que el buen conde—entendió en pelear,
ganados tiene los reinos—del rey moro Aliarde.
Con todos sus caballeros—parte por iguales partes;
tan grande parte da al chico,—tanto le da como al grande:
solo él se retraia—sin querer algo tomar. [2]
Armado de armas blancas,—y cuentas para rezar,
¡tan triste vida hacia,—que no se puede contar!
El soldan le hace tributo,—y los reyes de allende el mar:
de los tributos que le daban—a todos hacia parte.
A todos hace mandamiento,—y a los mejores jurar,
ninguno sea osado—hombre a Francia enviar,
y al que cartas enviase—luego le hará matar.
Quince años el conde estuvo—siempre allende del mar,
que no escribió a la condesa,—ni a su tio don Beltran,
ni escribió a los doce,—ni menos al emperante.
Unos creian que era muerto,—otros anegado en mar.
Las barbas y los cabellos—nunca los quiso afeitar;
tiénelos fasta la cinta,—fasta la cinta, y aun mas:
la cara mucho quemada—del mucho sol y del aire,
con el gesto demudado—muy fiero y espantable.
Los quince años cumplidos,—deciseis querian entrar,
acostóse en su cama—con deseo de holgar.
Pesando estaba, pensando—la triste vida que hace,
pensando en aquel tiempo—que solia festejar,
cuando justas y torneos—por la condesa solia armar.
Dormióse con pensamiento,—y empezara de holgar,
cuando hace un triste sueño—para él de gran pesar;
que veia estar la condesa—en brazos de un infante.
Salto diera de la cama—con un pensamiento grande,
gritando con altas voces,—no cesando de hablar:
—¡Toquen, toquen mis trompetas,—mi gente manden llegar!—
Pensando que habia moros—todos llegado [3] se han.
Desque todos son llegados,—llorando empezó a hablar:
—¡Oh esforzados caballeros!—¡oh mi compaña leal!
yo conozco aquel ejemplo—que dicen, y es [4] verdad,
[p. 337] que cualquier [1] hombre nacido—que es de hueso y de carne,
el mayor deseo que tiene [2] —era en sus tierras holgar.
Ya cumplidos son quince años,—y en deciseis quiere entrar,
que somos en estos reinos—y estamos en soledad.
Quien dejó [3] mujer hermosa—vieja la ha de hallar;
el que dejó hijos pequeños—hallarlos ha hombres grandes;
ni el padre conocerá al hijo,—ni el hijo menos al padre.
Hora es, mis caballeros,—de ir a Francia a holgar,
pues llevamos harta honra—y dineros mucho mas.
Lleguen, lleguen luego naves,—mándolas aparejar,
ordenemos capitanes—para las tierras guardar.—
Ya todo es aparejado,—ya empiezan a navegar.
Cuando todos son llegados—a las orillas del mar,
llorando de los sus ojos—el conde empieza de hablar: [4]
—¡Oh esforzados caballeros!—¡oh mi compaña leal!
una cosa rogar vos quiero,—no me la querais negar;
quien secreto me tuviere—yo le he de galardonar,
que todos hagais juramento—sobre un libro misal,
que en parte ninguna que sea—no me hayais de nombrar,
porque con el gesto que traigo—ninguno me conocerá; [5]
mas viéndome con tanta gente—y un ejército real,
si vos demandan quién soy—no les digais la verdad:
mas decid que soy mensajero—que vengo de allende el mar,
que voy con una embajada—a don Carlos el emperante,
porque es hecho un mal suyo, [6] —y quiero ver si es verdad.—
Con el alegría [7] que llevan—de a Francia se tornar,
todos hacen sacramento—de tenerle poridad.
Embárcanse muy alegres,—empiezan de navegar;
el viento tienen muy fresco—que placer es de mirar.
Allegados son en Francia,—en sus tierras naturales.
Cuando el conde se vió en tierra,—empieza de caminar:
no va la welta de las cortes—de Carlos el emperante,
mas va la vuelta de sus tierras—las que solia mandar.
Ya llegado que es a ellas,—por ellas empieza de andar.
Andando por su camino—una villa fué a hallar;
llegado se habia cerca—por con alguno hablar.
[p. 338] Alzó los ojos en alto—a la puerta del lugar,
llorando de los sus ojos—comenzara de hablar:
—¡Oh esforzados caballeros,—de mi dolor habed pesar,
armas que mi padre puso—mudadas las veo estar!
O es casada la condesa,—o mis tierras van a mal.—
Allegóse a las puertas—con gran enojo y pesar,
y mirando por entre ellas—gentes de armas vido estar.
Llamando está uno de ellos—mas viejo en antigüedad;
de la mano él lo toma—y empiézale de hablar:
—Por Dios te ruego, el portero,—me digas una verdad.
¿De quién son aquellas [1] tierras?—¿Quién las solia mandar?
—Pláceme, dijo el portero,—de decir vos la verdad;
ellas eran del conde Dirlos,—señor de aqueste lugar,
agora son de Celinos,—de Celinos el infante.—
El conde desque esto oyera—vuelto se le ha la sangre;
con una voz demudada—otra vez le fué a hablar:
—Por Dios te ruego, hermano,—no te quieras enojar,
que esto que agora me dices—tiempo habrá que te lo pague.
¿Díme si las heredó Celinos,—o si las fué a mercar?
¿o si en juego de dados—si las fuera a ganar?
¿o si las tenia por fuerza—que no las quiere tornar?—
El portero que esto oyera—presto le fué a hablar:
—No las heredó, señor,—que no le vienen de linaje,
que hermanos tiene el conde—aunque se querian mal,
y sobrinos tiene muchos—que las podrian [2] heredar,
ni menos las ha mercado,—que no las basta a pagar,
que Irlos es muy grande ciudad,—y ha muchas villas y lugares.
Cartas hizo contrahechas,—que al conde muerto lo han,
por casar con la condesa—que era rica y de linaje;
y aun ella no casara,—cierto a su voluntad,
sino por fuerza de Oliveros,—y a porfía de Roldan,
y a ruego de Carlo [3] Magno,—de Francia rey emperante
por casar bien a Celinos,—y ponerle en buen lugar;
mas el casamiento han hecho—con una condición tal,
que no allegase a la condesa,—ni a ella haya de llegar;
mas por él se desposara—ese paladin Roldan.
Ricas fiestas se hicieron—en Irlos esa ciudad;
gastos, galas y torneos—muchos, de los doce pares.—
El conde de que esto oyera—vuelto se le ha la sangre,
por mucho que disimula—no cesa de sospirar,
diciéndole está:—Hermano,—no te enojes de contar,
[p. 339] ¿quién fué en aquellas bodas?—¿y quién no quiso estar?
—Señor, en ellas fué Oliveros—y el emperador y Roldan:
fué Belardos y Montesinos,—y el gran conde don Grimaldo, [1]
y otros muchos caballeros—de aquellos de los doce pares.
Pesó mucho a Gaiferos,—pesó mucho a don Beltran,
más pesó a don Galvan—y al fuerte Merian.
Ya que eran desposados,—misa les quisieran [2] dar;
allegó un falconero—a don Cárlos [3] emperante,
que venia de aquellas tierras—de allá de allende [4] el mar,
dijo, que el conde era vivo,—y que traia señal.
Plugo mucho a la condesa,—pesó mucho al infante,
porque en las grandes fiestas—hubo grande desbarate. [5]
Allá traen grandes pleitos—en las cortes del emperante,
por lo cual es vuelta Francia—y todos los doce pares.
Ella dice, que un atio de tiempo—pidió antes de desposar,
por enviar mensajeros—muchos allende la mar;
si el conde era ya muerto,—el casamiento fuese adelante;
si era vivo, bien sabia—que ella no podia casar.
Por ella responde Gaiferos,—Gaiferos y don Beltran;
Por Celinos era Oliveros,—Oliveros y Roldan.
Creemos que es dada sentencia,—o se queria ahora dar,
porque ayer hubimos cartas—de Carlos el emperante,
que quitemos aquellas armas,—pongamos las naturales,
y que guardemos las tierras—por el Conde don Beltran;
que ninguno de Celinos—en ellas no pueda entrar.—
El conde desque esto oyera,—movido de gran pesar,
vuelve riendas al caballo,—en el lugar no quiso entrar;
mas allá en un verde prado—su gente mandó llegar.
Con una voz muy humilde—les empieza de hablar:
—¡Oh esforzados caballeros!—¡oh mi compañía leal!
el consejo que os pidiere—bueno me lo querais dar.
¿Si me consejais que vaya—a las cortes del emperante?
¿o que mate a Celinos,—a Celinos el infante?
¿Volverémos en allende—do seguros podemos estar?
Caballeros que esto oyeron—presto tal respuesta hacen:
—¡Calledes, conde, calledes!—¡Conde, no digais atal!
No mireis a vuestra gana,—mas mirad a don Beltran,
y esos buenos caballeros—que tanta honra vos hacen.
Si vos matais a Celinos—dirán que fuístes cobarde:
sino que vais a las cortes—de Carlos el emperante,
conoceréis quien bien os quiere—y quien vos queria mal.
[p. 340] Por bueno que es Celinos,—vos sois de tan buen linaje,
y teneis dos tantas tierras—y dineros que gastar.
Nosotros vos prometemos—con sacramento leal,
que somos diez mil caballeros—y franceses naturales,
de por vos perder la vida—y cuanto tenemos gastar,
quitando al emperador,—contra cualquier otro grande.—
El conde desque esto oyera—respuesta ninguna hace:
da de espuelas al caballo,—va por el camino adelante:
la vuelta va de París—como aquel que bien la sabe.
Cuando fué a una jornada—de las cortes del emperante,
otra vez llega a los suyos—y les empieza de hablar:
—Esforzados caballeros,—una cosa os quiero rogar:
siempre tomé vuestro consejo,—el mio querais tomar,
porque si entro en París—con ejército real
saldrá por mí el emperador—con todos los principales;
Si no me conoce de vista,—conocerme ha en el hablar
y así no sabré de cierto—todo mi bien y mi mal.
Al que no tiene dineros—yo le daré que gastar:
los unos vuelvan a zaga, [1] —los otros pasen adelante,
los otros en derredor.—Posad [2] en villas y lugares:
yo solo con cient caballeros—entraré en la ciudad
de noche y escurecido—que nadie de mí sepa parte.
Vosotros en ocho dias—podreis [3] poco a poco entrar:
hallaréisme en los palacios—de mi tio don Beltran,
aparejarvos he posada—y dineros que gastar.—
Todos fueron muy contentos,—pues al conde así le place.
Noche era escurecida—cerca diez horas o mas,
cuando entró el conde Dirlos—en París esa ciudad.
Derecho va a los palacios—de su tio don Beltran,
a lo cual atravesaban—por medio de la ciudad:
vido asomar tantas hachas,—gente de armas mucho mas:
por do él pasar habia,—por allí van a pasar.
El conde de que los vido—los suyos manda apartar;
desque todos son pasados—el postrero fué a llamar:
—Por Dios te ruego, escudero,—me digas una verdad:
¿quién son esta gente de armas—que agora van por ciudad?—
El escudero que esto oyera—tal respuesta le fué a dar:
[p. 341] —Señor, la condesa Dirlos—viene del palacio real,
sobre un pleito que traia—con Oliveros y Roldan.
Los que la llevan en medio—son Reinaldos [1] y don Beltran:
aquellos que van zagueros,—donde tantas lumbres van,
son el infante Gaiferos—y el fuerte Merian.—
El conde de que esto oyera—de la ciudad él se sale.
Debajo de una espesura—para cabe los adarves,
diciendo está a los suyos:—No es hora de entrar,
que desque sean apeados—tornarán a cabalgar.
Yo quiero entrar en hora—que de mi no sepan parte.—
Allí están razonando—de armas y de hechos grandes
hasta que era media noche,—los gallos querían cantar.
Vuelven riendas a los caballos,—y entran en la ciudad.
La vuelta van de los palacios—del buen conde don Beltran:
antes de llegar a ellos—de dos calles y aun mas,
tantas cadenas hay puestas—que ellos no pueden pasar.
Lanzas les ponen a los pechos,—no cesando de hablar:
—¡Vuelta, vuelta, caballeros,—que por aquí no hay pasaje!
que aquí están los palacios—del buen conde don Beltran,
enemigo de Oliveros,—enemigo de Roldan,
enemigo de Belardos,—y de Celinos el infante.—
El conde desque esto oyera—presto tal respuesta hace:
—Ruégote yo, caballero,—que me quieras escuchar:
anda, ve, y dile luego—a tu señor don Beltran,
que aquí está un mensajero—que viene de allende el mar:
cartas traigo del conde Dirlos,—su buen sobrino carnal.—
El caballero con placer—empieza de aguijar:
presto las nuevas le daba—al buen conde don Beltran,
el cual ya se acostaba—en su cámara real.
Desque tal nueva oyera—tornóse a vestir y calzar:
caballeros al derredor—trescientos trae por guardarle;
hachas muchas encendidas—al patin hizo bajar;
mandó que al mensajero—solo lo dejen entrar.
Cuando fué en el patin—con la mucha claridad
mirándole está, mirando,—viéndole como salvaje.
Como el que está espantado—a él no se osa llegar:
bajito el conde le habla—dándole muchas señales.
Conocióle don Beltran—entonces en el hablar,
y con los brazos abiertos—corre para le abrazar;
diciéndole está:—¡Sobrino!—No cesando de sospirar;
el conde le está rogando—que nadie de él sepa parte.
Envían presto a las plazas,—carnecerías otro que tal,
[p. 342] para mercalles [1] de cena—y mándales aparejar.
Mandan que a sus caballeros—todos los dejen entrar;
que les tomen los caballos—y los hagan bien piensar.
Abren muy grandes estudios,—mándanlos aposentar.
Allí entra el conde y los suyos,—ninguno otro dejan entrar,
porque no conozcan el conde—ni de él supiesen parte.
Veréis todos los del palacio—unos con otros hablar,
si es este el conde Dirlos,—o quien otro puede estar,
segun el recibimiento—le ha hecho don Beltran.
Oídolo ha la condesa—a las voces que dan grandes:
mandó llamar sus doncellas—y encomienza de hablar:
—¿Qué es aquesto, mis doncellas,—no me lo querais negar,
que esta noche tanta gente—por el palacio siento andar?
Decidme, ¿dó es el señor—el mi tio don Beltran?
¿Si quizá dentro de mis tierras—Roldan ha hecho algún mal?
Las doncellas que lo oyeron—atal respuesta le hacen:
—Lo que vos sentís, señora,—no son nuevas de pesar,
es venido un caballero—así propio como salvaje,
muchos caballeros con él—¡gran acatamiento le hacen!
¡muy rica cena le guisa—el buen conde don Beltran!
Unos dicen que es mensajero—que viene de allende el mar;
otros que es el conde Dirlos,—nuestro señor natural.
Allá se han [2] encerrado,—que nadie no puede entrar;
segun veen el aparejo—creen todos que es verdad.—
La condesa que esto oyera—de la cama fué a saltar:
apriesa demanda el vestido,—apriesa demanda el calzar,
muchas damas y doncellas—y empiezan de aguijar.
A las puertas de los estudios—grandes golpes manda dar,
llamando a don Beltran,—que dentro la mande entrar.
No queria el conde Dirlos—que la dejasen entrar:
don Beltran salió a la puerta—no cesando de hablar:
—¿Qué es esto, señora prima?—no tengais priesa tan grande,
que aun no sé bien las nuevas—que el mensajero me trae,
porque es de tierras ajenas—y no entiendo el lenguaje.—
Mas la condesa por esto—no quiere sino entrar;
que mensajero de su marido—ella le quiere honrar.
De la mano la entraba—ese conde de Beltran:
de que ella es de dentro—al mensajero empieza a mirar;
él mirar no la osaba,—y no cesa de sospirar,
meneando la cabeza—los cabellos ponia a la faz.
Desque la condesa oyera—a todos callar y no hablar,
con una voz muy humilde—empieza de razonar:
[p. 343] —¡Por Dios vos ruego, mi tio,—por Dios vos quiero rogar,
pues que este mensajero—viene de tan luengas partes,
que si no terná dineros,—ni tuviere que gastar,
decid, si algo [1] le falta—no cese de demandar!
Pagarle hemos su gente,—darle hemos que gastar:
pues viene por mi señor,—yo no le puedo faltar
a él y a todos los suyos,—aunque fuesen muchos mas.—
Estas palabras hablando—no cesaba de llorar.
Mancilla hubo su marido—con el amor que le tiene grande:
pensando de consolarla—acordó de la abrazar,
y con los brazos abiertos—iba para la tomar.
La condesa espantada—púsose tras don Beltran:
el conde con grandes sospiros—comenzóle de hablar:
—¡No fuyades, la condesa,—ni os querais espantar,
que yo soy el conde Dirlos—vuestro marido carnal!
Estos son aquellos brazos—en que solíades holgar.—
Con las manos se aparta—los cabellos de la haz:
conociólo la condesa—entónces en el hablar;
en sus brazos ella se echa—no cesando de llorar.
—¿Qué es aquesto, mi señor?—¿quién vos hizo ser salvaje?
¡No es este aquel gesto—que vos teníades ante!
Quiten vos aquestas armas,—otras luego os quieran dar;
traigan de aquellos vestidos—que solíades llevar.—
Ya les paraban las mesas,—ya les daban a cenar,
cuando empezó la condesa—a decir y a hablar:
—¡Cierto parece, señor,—que lo hacemos muy mal,
que el conde está ya en sus tierras—y en la su heredad,
que no avisemos aquellos—que su honra quieren mirar!
No lo digo aun por Gaiferos,—ni por su hermano Merian,
sino por el esforzado—Renaldos de Montalvan.
¡Bien sabedes, señor tio,—cuánto se quiso mostrar,
siendo siempre con nosotros—contra el paladin Roldan!—
Llaman luego dos caballeros—de aquesos mas principales,
el uno envían a Gaiferos,—otro a Renaldos de Montalvan.
Apriesa viene Gaiferos,—apriesa y no de vagar:
desque vido la condesa—en brazos de aquel salvaje,
a ellos él se allega—y empezóles de hablar.
Desque el conde lo vido,—levantóse a abrazarle;
desque se han conocido—grande acatamiento se hacen.
Ya puestas eran las mesas,—ya les daban a cenar:
la condesa lo servia—y estaba siempre delante,
cuando llegó don Renaldos—Renaldos de Montalvan,
y desque el conde lo vido—hubo un placer muy grande.
Con una voz amorosa—le empezara de hablar:
[p. 344] —¡Oh esforzado conde Dirlos,—de vuestra venida me place,
aunque agora vuestros pleitos—mejor se podrán librar!
Mas si yo fuera creido,—fueran fechos antes de vos llegar;
o no me hallárdes vivo,—o al paladin Roldan.—
El conde desque esto oyera—grandes mercedes le hace
diciendo:—Juramento ha hecho—sobre un libro misal
de jamas se quitar las armas,—ni con la condesa holgar,
hasta que haya complido—toda la su voluntad.—
El concierto que ellos tienen—por mejor y natural,
es que en el otro dia,—cuando yante el emperante,
vaya el conde a palacio—por la mano le besar.
Toda la noche pasaron—descansando, en hablar,
cuando vino el otro dia,—a la hora del yantar,
cabalgara el conde Dirlos:—¡muy lucidas armas trae!
y encima un collar de oro—y una ropa rozagante,
solo con cient caballeros,—que no quiere llevar mas:
a la parte izquierda Gaiferos,—a la derecha don Beltran;
viénense a los palacios—de Carlos el emperante.
Cuantos grandes allí hallan—acatamiento le hacen
por honra de don Gaiferos,—que era suya la ciudad.
Cuando son a la gran sala,—hallan allí al emperante
asentado a la mesa,—que le daban a yantar.
Con él está Oliveros,—con él está don Roldan,
con él está Valdovinos—y Celinos el infante,
con él estaban muchos grandes—de Francia la natural.
Y entrando por la sala—grande reverencia hacen,
saludan al emperador—los tres juntos a la par.
Desque don Roldan los vido—presto se fué a levantar:
apriesa demanda a Celinos—no cesando de hablar:
—Cabalgad presto, Celinos,—no esteis mas en la ciudad,
que quiero perder la vida,—si bien mirais las señales,
si aquel no es el conde Dirlos—que viene como salvaje:
yo quedaré por vos, primo,—a lo que querrán demandar.—
Ya cabalgaba Celinos,—y sale de la ciudad:
con él va gran gente de armas—por haberlo de guardar.
El conde y don Gaiferos—lléganse al emperante,
la mano besar le quieren—y él no se la quiere dar;
mas está muy maravillado, diciendo:—¿Quién puede estar?
El conde que así lo vido—empezóle de hablar:
—No se maraville vuestra Alteza,—que no es de maravillar,
que quien dijo que era muerto,—mentira dijo y no verdad.
Señor, yo soy el conde Dirlos,—vuestro servidor leal;
mas los malos caballeros—siempre presumen el mal.—
Conocídolo han todos—entonces en el hablar.
Levantóse el emperador—y empezó de abrazarle,
y mandó salir a todos—y las puertas bien cerrar.
[p. 345] Solo queda Oliveros—y el paladin Roldan,
el conde Dirlos y Gaiferos,—y el buen viejo don Beltrán.
Asentóse el emperador,—y a todos manda posar:
entonces con voz humilde—le empezó de hablar:
—Esforzado conde Dirlos,—de vuestra venida me place,
aunque de vuestro enojo—no es de tener pesar,
porque no hay cargo ninguno,—ni vergüenza otro que tal,
que si casó la condesa—no cierto a su voluntad,
sino a porfía mia—y a ruego de don Roldan,
y con tantas condiciones—que seria largo de contar;
por do siempre ha mostrado—teneros amor muy grande.
Si ha errado Celinos,—hízolo con mocedad,
en escribir que érades muerto—pues que no era verdad;
mas por eso nunca quise—a ella dejar tocar,
ni menos a los desposorios—a él no dejé estar;
mas por él fué presentado—ese paladin Roldan.
Mas la culpa, conde, es vuestra—y a vos os la debeis dar;
para ser vos tan discreto,—esforzado y de linaje,
dejaste mujer hermosa,—moza y de poca edad:
si de vista no la visitastes,—de cartas la debíades visitar.
Si supiera que a la partida—llevábades tan gran pesar,
no os enviara yo, el conde,—que otros pudiera enviar:
mas por ser buen [1] caballero—solo a vos quise enviar.—
El conde de que esto oyera—atal respuesta le hace:
—¡Calle, calle vuestra Alteza!—¡buen señor, no diga tal!
que no cabe quejar de Celinos—por ser de tan poca edad,
que con tales caballeros—yo no me acostumbro [2] honrar;
mas por él está aquí Oliveros,—y por él está don Roldan,
que son buenos caballeros—y los tengo yo por tales.
¡Consentir ellos tal carta!—y ¡consentir tan gran maldad!
¡o me tenian en poco,—o me tienen por cobarde,
que sabiendo que era vivo—no se lo osaria demandar!
Por eso suplico a tu [3] Alteza—campo nos [4] quiera otorgar;
pues por él el pleito toman,—el campo pueden aceptar,
si quieren uno por uno,—o los dos juntos a la par;
no perjudicando a los mios,—aunque haya hartos de linaje,
que a esto y mucho mas que esto—recaudo bastan a dar.
Porque conozcan que sin parientes,—amigos no me han de faltar
tomaré al esforzado—Renaldos de Montalvan.—
Don Roldan que esto oyera—con gran enojo y pesar,
no por lo que el conde dijo,—que con razon lo veia estar,
[p. 346] mas en nombrarle Renaldos,—vuelto se le ha la sangre,
porque los que mal le [1] quieren,—cuando le quieren hacer pesar
luego le dan por los ojos—Renaldos de Montalvan.
Movido de muy gran saña—luego habló don Roldan:
—Soy contento, el conde Dirlos,—y tomad este mi guante,
y agradeced que sois venido—tan presto sin mas tardar,
que a pesar de quien pesare—yo los hiciera casar,
sacando a don Gaiferos,—sobrino del emperante.
—Calledes, dijo Gaiferos,—Roldan, no digais atal;
por ser soberbio y descortes—mal vos quieren los doce pares,
que otros tan buenos como vos—defienden la otra parte,
que yo faltar no les puedo,—ni dejar pasar lo tal.
Aunque mi primo es Celinos,—hijo de hermana de madre,
bien sabeis que el conde Dirlos—es hijo de hermano de padre,
por ser hermano de padre,—no le tengo de faltar,
ni porque no pase la vuestra,—que a todos ventaja quereis llevar.—
El conde Dirlos el guante toma,—y de la sala se sale,
tras él iba [2] Gaiferos,—y tras él va don Beltran.
Triste está el emperador,—haciendo llantos muy grandes,
viendo a Francia revuelta—y a todos los doce pares.
Desque Renaldos lo supo—hubo de ello placer grande:
al conde palabras decia,—mostrando tener voluntad:
—Esforzado conde Dirlos,—de lo que habeis hecho me place,
y muy mucho más del campo—contra Oliveros y Roldan.
Una cosa rogar vos quiero,—no me la querais negar;
pues no es principal Oliveros,—ni menos es don Roldan,
sin perjudicar vuestra honra—con cualquier podeis pelear;
tomad vos a Oliveros,—y dejadme a don Roldan.
—Pláceme, dijo el conde,—Renaldos, pues a vos place.—
Desque supieron las nuevas—los grandes y principales
que es venido el conde Dirlos,—y que está ya en la ciudad,
veréis parientes y amigos—que grandes fiestas le hacen.
Los que a Roldan mal quieren—al conde Dirlos hacen parte,
por lo cual toda la Francia—en armas veréis estar:
mas si los doce quisieran—bien los podian paciguar;
mas ninguno por paz se pone,—todos hacen parcialidad,
sino el arzobispo Turpin,—que es de Francia cardenal,
sobrino del emperador,—en esfuerzo principal,
que solo aquel se ponia—si los podia apaciguar;
mas ellos escuchar no quieren,—tanto se han mala voluntad.
Veréis ir dueñas y doncellas—a unos y a otros rogar:
ni por ruegos ni por cosas—no los pueden apaciguar.
Sobre todos mostraba saña—el esforzado Merian,
[p. 347] hermano del conde Dirlos—y hermano de Durandarte,
aunque por diferencias—no se solian hablar,
de que sabe lo que ha dicho—en el palacio real,
que si el conde mas tardara—el casamiento ficiera pasar
a pesar de todos ellos—y a pesar de don Beltran.
Por esto cartas envía—con palabras de pesar,
que aquello que él ha dicho—no lo basta hacer verdad,
que aunque el conde no viniera,—habia quien lo demandar.
El emperador que lo supo—muy grandes llantos que hace:
por perdida dan a Francia—y a toda la cristiandad:
dicen que alguna de las partes—con moros se ira a juntar.
Triste iba y pensativo,—no cesando el sospirar;
mas los buenos consejeros—aprovechan a la necesidad.
Consejan al emperador—el remedio que ha de tomar,
que mande tocar las trompetas—y a todos mande juntar,
y al que luego no viniere—por traidor lo mande dar;
que le quitará las tierras—y le mandará desterrar;
mas todos son muy leales,—que todos juntado [1] se han.
El emperador en medio de ellos—llorando empezó de hablar:
—¡Esforzados caballeros!—¡y los mis primos carnales!
entre vosotros no hay diferencia,—vosotros la quereis buscar:
todos sois muy esforzados,—todos primos y de linaje,
acuérdeseos de morir—y que a Dios haceis pesar,
no solo en perder a vosotros,—mas a toda la cristiandad.
Una cosa rogar os quiero,—no vos querais enojar;
que sin mi licencia en Francia [2] —campo no se puede dar.
De tal campo no soy contento,—ni a mí cierto me place,
porque yo no veo causa—porque lo haya de dar,
ni hay vergüenza ninguna [3] —que a nadie [4] se pueda dar,
ni al conde han enojado—Oliveros ni Roldan,
ni el conde a ellos menos—porque se hayan de matar,
de ayudar a sus amigo— ya usanza es atal.
Si Celinos ha errado—con amor y mocedad,
pues no ha tocado a la condesa,—no ha hecho tanto mal
que de ello merezca muerte,—ni se la deben de dar.
Ya sabemos que el conde Dirlos—es esforzado y de linaje,
y de los grandes señores—que en Francia comen pan,
que quien a él enojare—él le basta a enojar,
aunque fuese el mejor caballero—que en el mundo se hallase.
Mas porque sea escarmiento—a otros hombres de linaje,
[p. 348] que ninguno sea osado,—ni pueda hacer lo tal
si estimare [1] su honra—en esto no osara entrar,
que mengüemos a Celinos—por villano, y no de linaje;
que en el número de los doce—no se haya de contar,
ni cuando el conde fuere en cortes—Celinos no haya de [2] estar,
ni do fuere la condesa—él no pueda habitar.
Y esta honra, el conde Dirlos,—para siempre os la darán.—
Don Roldan desque esto oyera—presto tal respuesta hace:
—Mas quiero perder la vida—que tal haya de pasar.—
El conde Dirlos que lo oyera—presto se fué a levantar,
y con una voz muy alta—empezara de hablar:
—Pues requiéroos, don Roldan,—por mí y el de Montalvan:
que de hoy en los tres dias—en campo hayais de estar;
si no, a vos y a Oliveros—daros hemos por cobardes.
—Pláceme, dijo Roldan,—y aun si queredes antes.—
Veréis llantos en el palacio,—que al cielo quieren llegar,
dueñas y grandes señoras—casadas y por casar,
a pies de maridos e hijos—las veréis arrodillar.
Gaiferos fué el primero—que ha mancilla de su madre,
asimesmo don Beltran—de su hermana carnal,
don Roldan de su esposa—que tan tristes llantos hace.
Retíranse entonces todos,—para irse aposentar,
los valedores hablando—a voz alta y sin parar:
—Mejor es, buenos caballeros,—vos hayamos apaciguar;
pues no hay cargo ninguno,—que todo se haya de dejar.—
Entonces dijo Roldan—que es contento y que le place,
con aquesta condición,—y esto se quiere aturar:
porque Celinos es mochacho—de quince años y no mas,
y no es para las armas,—ni aun para pelear:
que fasta veinte y cinco años,—y fasta en aquella edad,
que en el número de los doce—no se haya de contar,
ni en la mesa redonda—menos pueda comer pan:
ni donde fuere el conde y condesa—Celinos no pueda estar:
desque fuere de veinte años—o puesto en mejor edad,
si estimare su honra—que lo pueda demandar,
y que entonces por las armas—cada cual defienda su parte,
porque no diga Celinos—que era de menor edad.—
Todos fueron muy contentos,—y a ambas partes les place.
Entonces el emperador—a todos los hace abrazar,
todos quedan muy contentos,—todos quedan muy iguales.
Otro dia el emperador—muy real sala les hace:
a damas y caballeros—convídalos a yantar.
[p. 349] El conde se afeita las barbas,—los cabellos otro que tal,
la condesa en las fiestas—sale muy rica y triunfante.
Los mestrasalas que servian—de parte del emperante,
el uno es don Roldan,—y Renaldos de Montalvan,
por dar mas avinenteza [1] —que hubiesen de hablar.
Cuando hubieron yantado,—antes de bailar ni danzar,
se levantó el conde Dirlos—delante todos los grandes,
y al emperador entregó—de las villas y lugares
las llaves de lo ganado—del rey moro Aliarde;
por lo cual el emperador—de ello le da muy gran parte,
y él a sus caballeros—grandes mercedes les hace.
Los doce tenian en mucho—la gran victoria que trae.
De allí quedó con gran honra—y mayor prosperidad.

                            (Silva, ed. de 1550, t. II, fol. 66.— Canc. de Rom., s . a., fol. 6.—
                            Canc. de Rom., ed. de 1550, fol. 6.— Floresta de varios
                            romances.)
[2]

[p. 350] 160

ROMANCES SOBRE EL MARQUES DE MANTUA, VALDOVINOS Y CARLOTO

Romance del Marqués de Mantua.—I

 De Mantua salió el marques—Danes Urgel el leal:
 allá va a buscar la caza—a las orillas del mar.
 Con él van sus cazadores—con aves para volar;
 con él van los sus monteros—con perros para cazar;
 con él van sus caballeros—para haberlo de guardar.
 Por la ribera del Pou—la caza buscando van.
 El tiempo era caluroso,—víspera era de Sant Juan.
 Métense en una arboleda—para refresco [1] tomar;
 al derredor de una fuente—a todos mandó asentar.
 Viandas aparejadas—traen, procuran yantar.
 Desque hubieron yantado—comenzaron de hablar
 solamente de la caza—cómo se ha de ordenar.
 Al pié estan de una breña—que junto a la fuente está.
 Oyeron un gran ruido—entre las ramas sonar:
 todos estuvieron quedos—por ver qué cosa será;
 por las mas espesas matas—veen un ciervo asomar;
 de sed venia fatigado,—al agua se iba a lanzar;
 los monteros a gran priesa—los perros van a soltar:
 sueltan lebreles, sabuesos—para le haber de tomar.
 El ciervo que los sintió—al monte se vuelve a entrar:
 caballeros y monteros—comienzan de cabalgar;
 siguiéndole iban el rastro—con gana de le alcanzar:
 cada uno va corriendo—sin uno a otro esperar.
 El que traia buen caballo—corria mas por le atajar:
 apártense unos de otros—sin al marques aguardar.
 El ciervo era muy lijero,—mucho se fué adelantar;
 al ladrido de los perros—los mas siguiendole van.
 El monte era muy espeso,—todos perdidos se han.
 El sol se queria poner,—la noche queria cerrar,
  [p. 351] cuando el buen marques de Mántua—solo se fuera a fallar
 en un bosque tan espeso—que no podia caminar.
 Andando a un cabo y a otro,—mucho alejado se ha;
 tantas vueltas iba dando—que no sabe donde está.
 La noche era muy escura,—comenzó recio a tronar;
 el cielo estaba nublado,—no cesa de relampaguear.
 El marques que así se vido—su bocina fué a tomar,
 a sus monteros llamando:—tres veces la fué a tocar.
 Los monteros eran léjos,—por demas era el sonar,
 el caballo iba cansado—de por las breñas saltar;
 a cada paso caia,—no se podia menear.
 El marques muy enojado—la rienda le fué a soltar;
 por do el caballo queria—lo dejaba caminar.
 El caballo era de casta,—esfuerzo fuera a tomar.
 Diez millas ha caminado—sin un momento parar;
 no va camino derecho—mas por do podia andar.
 Caminando todavía—un camino va a topar;
 siguiendo por el camino—va a dar en un pinar:
 por él anduvo una pieza—sin poder dél se apartar.
 Pensó reposar allí—o adelante pasar;
 mas por buscar a los suyos—adelante quiere andar.
 Del pinar salió muy presto,—por un valle fuera a entrar,
 cuando oyó dar un gran grito—temeroso y de pesar,
 sin saber que de hombre fuese,—o qué pudiese estar:
 solo gran dolor mostraba,—otro no pudo notar,
 de que se turbó el marques,—todo espeluzado se ha,
 mas aunque viejo de dias—empiézase de esforzar.
 Por su camino adelante—empieza de caminar:
 a pié va que no a caballo;—el caballo va a dejar,
 porque estaba muy cansado,—y no podia bien andar;
 en un prado que alli estaba—allí lo fuera a dejar.
 Cuando llegó a un rio,—en medio de un arenal
 un caballo vido [1] muerto,—comenzóle de mirar.
 Armado estaba de guerra—a guisa de pelear;
 los brazos tenia cortados,—las piernas otro que tal;
 un poco mas adelante—una voz sintió hablar:
 —¡Oh Santa Maria Señora,—no me quieras olvidar!
 ¡A ti encomiendo mi alma,—plégate de la guardar!
 En este trago de muerte—esfuerzo me quieras dar;
 pues a los tristes consuelas—quieras a mí consolar,
 y tu muy [2] precioso Hijo—por mí te plega rogar
 que perdone mis pecados,—mi alma quiera salvar.—
 Cuando aquesto oyó el marques—luego se fuera a apartar
  [p. 352] revolvióse el manto al brazo—la espada fuera a sacar:
 apartado del camino—por el monte fuera a entrar;
 hácia do sintió la voz—empieza de caminar.
 Las ramas iba cortando—para la vuelta acertar;
 a todas partes miraba—por ver qué cosa será;
 el camino por do iba—cubierto de sangre está.
 Vínole grande congoja,—todo se fué a demudar,
 que el espíritu le daba—sobresalto de pesar.
 De donde la voz oyera—muy cerca fuera a llegar:
 al pié de unos altos robles—vido un caballero estar,
 armado de todas armas—sin estoque ni puñal.
 Tendido estaba en el suelo,—no cesa de se quejar;
 las lástimas que decia—al marques hacen llorar:
 por entender lo que dice—acordó de se acercar.
 Atento estaba escuchando—sin bullir ni menearse: [1]
lo que decia el caballero—razon es de lo contar.
—¿Dónde estás, señora mia,—que no te pena mi mal?
De mis pequeñas heridas—compasion solias tomar,
¡agora de las mortales—no tienes ningun pesar!
No te doy culpa, señora,—que descanso en el hablar:
mi dolor que es muy sobrado—me hace desatinar.
Tú no sabes de mi mal [2] —ni de mi angustia mortal;
yo te pedí la licencia—para mi muerte buscar.
Pues yo la hallé, señora,—a nadie debo culpar,
cuanto mas a ti, mi bien,—que no me la querias dar;
mas cuando mas no podiste—bien sentí tu gran pesar
en la fe de tu querer,—segun te vi demostrar.
¡Esposa mia y señora!—no cures de me esperar;
fasta el día del juicio—no nos podemos juntar.
Si viviendo me quisiste,—al morir lo has de mostrar,
no en hacer grandes extremos,—mas por el alma rogar,
¡Oh mi primo Montesinos!—¡Infante don Merian!
¡Deshecha es la compañía—en que solíamos andar!
¡Ya no esperéis mas de verme—no os cumple mas de buscar,
que en balde trabajaréis—pues no me podréis hallar!
¡Oh esforzado don Renaldos!—¡Oh buen paladin Roldan!
¡Oh valiente don Urgel!—¡Oh don Ricardo Normante!
¡Oh marques don Oliveros!—¡Oh Durandarte el galan!
¡Oh archiduque don Estolfo!—¡Oh gran duque de Milan!
¿Dónde soy todos vosotros?—¿No venís a me ayudar?
¡Oh emperador Cárlo Magno,—mi buen señor natural,
si supieses tú mi muerte—cómo la harias vengar!
Aunque me mató tu hijo—justicia querrias [3] guardar,
  [p. 353] pues me mató a traicion—viniéndole acompañar.
 ¡Oh príincipe don Carloto!—¿que ira tan desigual
 te movió sobre tal caso—a quererme así matar,
 rogándome que viniese—contigo por te guardar? [1]
 ¡Oh desventurado yo,—cómo venia sin cuidar
 que tan alto caballero—pudiese hacer tal maldad!
 Pensando venir a caza—mi muerte vine a cazar.
 No me pcsa del morir—pues es cosa natural.
 ¡mas por morir como muero—sin merecer ningun mal,
 y en tal parte donde nunca—la mi muerte se sabrá!
 ¡Óh alto Dios poderoso,—justiciero y de verdad,
 sobre mi muerte inocente—justicia quieras mostrar!
 ¡De esta ánima pecadora—quieras haber piedad!
 ¡Oh triste reina mi madre,—Dios te quiera consolar,
 que ya es quebrado el espejo—en que te solias mirar!
 Siempre de mí recelaste—recibir algún pesar,
 ¡agora de aquí adelante—no te cumple recelar!
 En las justas y torneos—consejo me solias dar,
 ¡agora triste en la muerte—aun no me puedes hablar!
 ¡Oh noble marques de Mantua,—mi señor tio carnal!
 ¿dónde estais que no ois—mi doloroso quejar?
 ¡Que nueva tan dolorosa—vos será de gran pesar,
 cuando de mí no supierdes—ni me pudierdes hallar!
 Hecístesme heredero—por vuestro Estado heredar,
 ¡mas vos lo habréis de ser mio—aunque sois de mas edad!
 ¡Oh mundo desventurado;—nadie debe en ti fiar;
 al que mas subido tienes—mayor caida haces dar!—
 Estas palabras diciendo—no cesa de sospirar
 sospiros muy dolorosos—para el corazón quebrar.
 Turbado estaba el marques,—no pudo mas escuchar:
 el corazón se le aprieta,—la sangre vuelta se le ha.
 A los pies del caballero—junto se fué a llegar;
 con la voz muy alterada—empezóle de hablar:
 —¿Qué mal teneis, caballero?—Querádesmelo contar.
 ¿Teneis heridas de muerte,—o teneis otro algún mal?
 Cuando lo oyó el caballero—la cabeza probó alzar:
 pensó que era su escudero,—tal respuesta le fué a dar:
 —¿Qué dices, amigo mio?—¿Traes con quien me confesar?
 Que ya el alma se me sale;—la vida quiero acabar:
 del cuerpo no tengo pena,—que el alma querría salvar.—
 Luego le entendió el marques—por otro le fuera a tomar:
  respondióle muy turbado—que apénas pudo hablar:
 —Yo no soy vuestro criado,—nunca comí vuestro pan,
 antes soy un caballero—que por aquí acerté a pasar:
  [p. 354] vuestras voces dolorosas—aquí me han hecho llegar
 a saber qué mal teneis,—o de qué es vuestro penar.
 Pues que caballero sois—querades vos esforzar,
 que para esto es este mundo—para bien y mal pasar.
 Decidme, señor, quién sois—y de qué es vuestro mal,
 que si remediarse puede—yo os prometo de ayudar:
 no dudeis, buen caballero,—de decirme la verdad.—
 Tornara en sí Valdovinos,—respuesta le fuera a dar:
 —Muchas mercedes, señor,—por la buena voluntad;
 mi mal es crudo y de muerte,—no se puede remediar.
 Veinte y dos feridas tengo—que cada una es mortal;
 el mayor dolor que siento,—es morir en tal lugar,
 do no se sabrá mi muerte—para poderse vengar,
 porque me han muerto a traición—sin merescer ningun mal.
 A lo que habeis preguntado—por mi fe os digo verdad,
 que a mí dicen Valdovinos,—que el Franco solian llamar:
 hijo soy del rey de Dacia,—hijo soy suyo carnal,
 uno de los doce pares—que a la mesa comen pan.
 La reina doña Ermeline [1] —es mi madre natural,
 el noble marques de Mantua—era mi tio carnal,
 hermano era de mi padre—sin en nada discrepar;
 la linda infanta Sevilla—es mi esposa sin dudar:
 hame ferido Carloto—su hijo del emperante,
 porque él requirió de amores—a mi esposa con maldad:
 porque no le dió su amor—él en mí se fué a vengar
 pensando que por mi muerte—con ella habia de casar.
 Hame muerto a traicion—viniendo yo a le guardar,
 porque él me rogó en Paris—le viniese acompañar
 a dar fin a una aventura—en que se queria probar.
 Quien quier que seais, caballero,—la nueva os plega llevar
 de mi desastrada muerte—a Paris, esa ciudad,
 y si hácia Paris no fuerdes—a Mántua la iréis a dar,
 que el trabajo que ende habréis—muy bien vos lo pagarán,
 y si no quisierdes paga—bien se vos agradecerá.—
 Cuando aquesto oyó el marques—la habla perdido ha,
 en el suelo dió consigo,—la espada fué arrojar,
 las barbas de la su cara—empezólas de arrancar,
 los sus cabellos muy canos—comiénzalos de mesar.
 A cabo de una gran pieza—en pié se fué a levantar;
 allegóse al caballero—por las armas le quitar.
 Desque le quitó el almete—comenzóle de mirar:
 estaba bañado en sangre,—con la color muy mortal;
 estaba desfigurado,—no lo podia figurar,
 ni le podia conoscer—en el gesto ni el hablar;
  [p. 355] dudando estaba dudando—si era mentira o verdad.
Con un paño que traia—la cara le fué a limpiar:
desque la hubo limpiado—luego conocido lo ha.
En la boca lo besaba—no cesando de llorar,
las palabras que decia—dolor es de las contar.
—¡Oh sobrino Valdovinos,—mi buen sobrino carnal!
¿Quién vos trató de tal suerte?—¿Quién vos trajo a tal lugar?
¿Quién es el que a vos mató—que a mí vivo fué a dejar?
¡Mas valiera la mi muerte—que la vuestra en tal edad!
¿No me conoceis, sobrino?—Por Dios me querais [1] hablar!
Yo soy el triste marques—que tio soliades [2] llamar,
yo soy el marques de Mántua—que debo de reventar
llorando la vuestra muerte—por con vida no quedar.
¡Oh desventurado viejo!—¿Quién me podrá conortar?
que pérdida tan crecida—mas dolor es consolar.
Yo la muerte de mis hijos—con vos podria olvidar.
Agora, mi buen señor, [3] —de nuevo habré de llorar.
A vos tenia por sobrino [4] —para mi estado heredar,
agora por mi ventura—yo vos habré de enterrar.
Sobrino, de aquí adelante—yo no quiero vivir mas:
ven, muerte, cuando quisieres,—no te quieras detardar;
¡mas al que menos te teme—le huyes por mas penar!
¿Quién le llevará las nuevas—amargas de gran pesar
a la triste madre vuestra?—¿Quién la podrá consolar?
Siempre lo oí decir,—agora veo ser [5] verdad,
que quien larga vida vive—mucho mal ha de pasar:
por un placer muy pequeño—pesares ha de gustar.—
De estas palabras y otras—no cesaba de hablar
llorando de los sus ojos—sin poderse conortar.
Esforzóse Valdovinos—con el angustia mortal;
desque conoció a su tio—alivio fuera a tomar:
tomóle entrambas las manos,—muy recio le fué apretar:
disimulando su pena—comenzó al marques hablar:
—No lloredes, señor tio,—por Dios no querais llorar,
que me dais doblada pena—y al alma haceis penar;
mas lo que vos encomiendo—es por mí querais rogar,
y no me desampareis—en este esquivo lugar;
fasta que yo haya espirado,—no me querades dejar.
Encomiéndoos a mi madre,—vos la querais consolar,
que bien creo que mi muerte—su vida habrá de acabar;
[p. 356] encomiéndoos a mi esposa,—por ella querais mirar;
el mayor dolor que siento—es no la poder hablar.—
Ellos estando en aquesto—su escudero fué a llegar:
un ermitaño traia—que en el bosque fué a hallar,
hombre de muy santa vida—de órden sacerdotal.
Cuando llegó el ermitaño—el alba queria quebrar.
Esforzando a Valdovinos—comenzóle amonestar
que olvidase aqueste mundo—y de Dios se quiera acordar.
Aparte se fué el marques—por dalles mejor lugar;
el escudero a otra parte—también se fuera apartar:
el marques de quebrantado—gran sueño le fué a tomar
Confesóse Valdovinos—a toda su voluntad.
Estando en su confesion,—ya que queria acabar,
las angustias de la muerte—comienzan de le aquejar:
con el dolor que sentia—una gran voz fuera a dar:
llama a su tio el marques,—comenzó así de hablar:
—Adios, adios, mi buen tio,—adios vos querais quedar,
que yo me voy de este mundo—para la mi cuenta dar:
lo que vos ruego y encomiendo—no lo querais olvidar:
dadme vuestra bendición,—la mano para besar.—
Luego perdiera el sentido,—luego perdiera el hablar,
los dientes se le cerraron,—los ojos vuelto se le han.
Recordó luego el marques,—a él se fuera a llegar,
muchas veces lo bendice—no cesando de llorar.
Absolvióle el ermitaño;—por él comienza a rezar.
A cabo de poco rato—Valdovinos fué a espirar:
El marques de verlo así—amortecido se ha,
consuélalo el ermitaño,—muchos ejemplos le da:
el marques como discreto—acuerdo fuera a tomar,
pues remediar no se puede,—a haberse de conortar. [1]
Lo que hacia el escudero—lástima era de mirar;
rescuñaba la su cara,—sus ropas rasgado ha,
sus barbas y sus cabellos—por tierra los va a lanzar.
A cabo de una gran pieza,—que ambos cansados están,
el marques al ermitaño—comienza de preguntar:
—Pídoos por Dios, padre honrado,—respuesta me querais dar:
¿dónde estamos, o en qué reino,—en qué señorío o lugar?
¿Cómo se llama esta tierra?—¿Cuya es, y a qué mandar?—
El ermitaño responde:—Pláceme de voluntad:
debeis de saber, señor,—que esta es tierra sin poblar;
otro tiempo fué poblada,—despoblóse por gran mal,
por batallas muy crueles—que hubo en la cristiandad:
a esta llaman la Floresta—sin ventura y de pesar,
porque nunca caballero—en ella se acaeció entrar
[p. 357] que saliese sin gran daño—o desastre desigual.
Esta tierra es del marqués—de Mántua, la gran ciudad:
fasta Mántua son cien millas,—sin poblado ni lugar,
sino sola una ermita—que a seis millas de aquí está,
donde yo hago mi vida—por del mundo me apartar.
El mas cercano poblado—a veinte millas está;
es una villa cercada—del ducado de Milan.
Ved lo que quereis, señor,—en que yo os pueda ayudar,
que por servicio de Dios—lo haré de voluntad,
y por vuestro acatamiento,—y por hacer caridad.—
El marques que aquesto oyera—comenzóle de rogar
que no recibiese pena—de con el cuerpo quedar,
mientra él y el escudero—el caballo van buscar
que allí cerca habia dejado—en un prado a descansar.
Plúgole al ermitaño—allí haberlos de esperar:
el marques y el escudero—el caballo van buscar:
por el camino do iban—comenzóle a preguntar:
—Dígasme, buen escudero,—si Dios te quiera guardar,
¿qué venia tu señor—por esta tierra buscar,
y por qué causa lo han muerto,—y quién le fuera a matar?—
Respondió el escudero,—tal respuesta le fué a dar:
—Por la fe que debo a Dios—yo no lo puedo pensar,
porque no lo sé, señor;—lo que ví os quiero contar.
Estando dentro en Paris—en cortes del emperante,
el príncipe don Carloto—a mi señor envió a llamar.
Estuvieron en secreto—todo el dia en su hablar;
cuando la noche cerró—ambos se fueron armar.
Cabalgaron a caballo,—salieron de la ciudad
armados de todas armas—a guisa de pelear.
Yo salí con Valdovinos—y con Carloto un paje:
ayer huto quince dias—salimos de la ciudad.
Luego cuando aquí llegamos—a este bosque de pesar,
mi señor y don Carloto—mandaron nos esperar.
Solos se entraron los dos—por aquel espeso valle;
el paje estaba cansado,—gran sueño le fué a tomar;
yo pensando en Valdovinos—no podia reposar.
Apartéme del camino—en un árbol fuí a pujar, [1]
a todas partes miraba—cuando los veria tornar.
A cabo de un gran rato—caballos oí relinchar,
ví venir tres caballeros,—mi señor no ví tornar.
Venian bañados en sangre,—luego ví mala señal;
el uno era don Carloto,—los dos no pude notar.
Con gran miedo que tenia—no les osé preguntar
do quedaba Valdovinos,—do le fueran a dejar:
[p. 358] mas abajéme del árbol,—entré por aquel pinar:
desque los [1] ví trasponer—yo comencé de buscar
a mi señor Valdovinos,—mas no lo podia hallar:
el rastro de los caballos—no dejaba de mirar.
A la entrada de un llano,—al pasar de un arenal,
ví huella de otro caballo, [2] —la cual me pareció mal;
ví mucha sangre por tierra,—de que me fuí a espantar;
en la orilla del rio—el caballo fuí a hallar,
mas adelante no mucho—a Valdovinos ví estar.
Boca abajo estaba en tierra,—y casi queria espirar,
todo cubierto de sangre—que apenas podia hablar.
Levantáralo de tierra,—comencéle de limpiar;
por señas me demandó—confesor fuese a buscar.
Esto es, noble señor,—lo que sé de este gran mal.—
En estas cosas hablando—el caballo van topar,
cabalgó en él el marques,—y a las ancas fuéle a tomar:
a do quedó el ermitaño—presto tornado se han.
Desque hablaron un rato—acuerdo van a tomar
que se fuesen a la ermita,—y el cuerpo allá lo llevar.
Pónenlo encima el caballo,—nadie quiso cabalgar.
El ermitaño los guia,—comienzan de caminar;
llevan vía de la ermita—apriesa y no de vagar.
Deque allá hubieron llegado—el cuerpo van desarmar.
Quince lanzadas tenia,—cada una era mortal,
que de la menor de todas—ninguno podría escapar.
Cuando así lo vió el marques—traspasóse de pesar,
a cabo de una gran pieza—un gran suspiro fué a dar.
Entró dentro en la capilla,—de rodillas se fué a hincar,
puso la mano en una ara—que estaba sobre el altar,
en los piés de un crucifijo—jurando, empezó de hablar:
—Juro por Dios poderoso,—por Santa María su Madre,
y al santo Sacramento—que aquí suelen celebrar,
de nunca peinar mis canas—ni las mis barbas cortar: [3]
de no vestir otras ropas,—ni renovar mi calzar;
de no entrar en pohlado,—ni las armas me quitar,
sino fuere una hora [4] —para mi cuerpo limpiar; [5]
de no comer a manteles,—ni a mesa me asentar,
fasta matar a Carloto—por justicia o pelear,
o morir en la demanda—manteniendo la verdad:
[p. 359] y si justicia me niegan—sobre esta tan gran maldad,
de con mi Estado y persona—contra Francia guerrear,
y manteniendo la guerra—morir o vencer sin paz@
[1]Y por este juramento—prometo de no enterrar
el cuerpo de Valdovinos—fasta su muerte vengar—
De que aquesto hubo jurado—mostró no sentir pesar;
rogando está al ermitaño—que le quisiese ayudar
para llevar aquel cuerpo—al mas cercano lugar.
El ermitaño piadoso—su bestia le fué a dejar;
amortajaron el cuerpo,—en ella lo van a posar:
con las armas de Valdovinos—el marques se fué armar:
cabalgara en su caballo,—comienza de caminar.
Camino llevan de la villa—que arriba oistes nombrar.
Con él iba el ermitaño—por el camino mostrar.
Antes que a la villa lleguen—una abadía van fallar
de la órden de Sant Bernardo [2] —que en una montaña [3] está,
a la bajada de un puerto—y a la entrada de un lugar. [4]
Allá se fué el marques—y allí acordó quedar
por estar más encubierto,—y el cuerpo en guarda dejar,
por hacelle [5] un ataud—y habello de embalsamar.
Al ermitaño rogaba—dineros quiera tomar;
desque dineros no quiso—sus ricas [6] joyas le da:
no quiso ninguna cosa,—su bestia fué a demandar:
despidióse del marques,—a Dios le fué encomendar.
Después de ser despedido—para su ermita se va;
por el camino do vuelve—a muchos topado ha
que el marqués iban buscando,—llorando por le [7] hallar.
Muchos por él preguntaban,—las señales ciertas dan,
por las señas que le dieron—él conocido lo ha,
a todos les respondia:—Yo vos digo de verdad,
que un hombre de tales señas,—que no sé quién es ni cuál,
dos dias ha que le acompaño [8] —sin saber adónde va;
dejélo en un abadía—que dicen de Flores Valle,
con un caballero muerto—que acaso fuera a fallar:
si alla quereis ir, señores,—fallaréislo de verdad. [9]

                        (Silva de 1550, t. II, fol. 122.—Canc. s. a., fol. 29.—Canc. 1550.
                         folio 29.—Floresta de varios rom.)

[p. 360] 166

(DEL MARQUES DE MÁNTUA, VALDOVINOS Y CARLOTO.—II)

Romance de la embajada que envió Danes Urgel, [1] marques de Mantua al Emperador

  De Mántua salen apriesa—sin tardanza ni vagar
ese noble conde Dirlos,—visorey de allende el mar,
con el duque de Sanson [2] —de Picardía natural:
camino van de Paris,—aunque ninguno lo sabe,
que el marques Danes Urgero—los envía con mensaje
a ese alto emperador—que estaba en Paris la grande.
Llegados son a Paris—sin mucho tiempo tardar:
caballeros son de estima,—de grande estado y linaje,
de los doce que a la mesa—redonda comian pan.
Los grandes que lo supieron—salen por los acompañar.
Desque entraron en Paris—vense al palacio real;
preguntan por el emperador—para habelle de hablar:
desque lo supo don Carlos [3] —luego los mandó entrar;
desque son delante dél—las rodillas van hincar;
demandáronle las manos,—mas no se las quiso dar;
mandóles alzar de tierra,—comenzóles preguntar:
—¿De dónde venides, duque?—¿de qué parte o qué lugar?
¿Dónde habeis estado, conde?—¿venís de allende la mar?—
Respondieron ambos juntos—presto tal respuesta dan:
—En Francia habemos estado, en Mántua, esa ciudad,
con el marques Danes Urgero—por le haber de acompañar;
embajada vos traemos,—señor, queraisla escuchar:
mandad salir todos fuera,—no quede sino Roldan,
que después siendo contento,—bien se podrá publicar—
[p. 361] Todos se salieron luego—de la cámara real,
todos cuatro quedan solos,—las puertas mandan cerrar.
De rodillas por el suelo—el conde comenzó a hablar:
—¡Oh muy alto emperador,—sacra real majestad!
tu vasallo soy, señor,—y de Francia natural;
pues vengo por mensajero—licencia me manda dar
para decir mi embajada,—si no recibes pesar.—
Respondió el emperador—sin el semblante mudar:
—Decid, conde, qué quereis,—no vos querais recelar; [1]
bien sabeis que el mensajero—licencia tiene de hablar:
al amigo y enemigo—siempre se debe escuchar,
por amistad al amigo,—y al otro por se avisar.—
Levantóse luego el conde,—una carta fué a mostrar,
la cual era de creencia,—dióla en manos de Roldan:
comenzó de hacer su habla—con discreto razonar:
—Creyendo hacer mas servicio—a tu sacra majestad,
acepté, señor, el cargo—de este mensaje explicar,
porque sin pasion ninguna—la verdad podré contar,
según que vengo informado,—sin añadir ni quitar.
La embajada que yo traigo—es justicia demandar
del intante [2] don Carloto,—tu propio hijo carnal.
Dicen que él mató sin culpa [3] —a Valdovinos el infante,
hijo del buen rey de Dacia,—tu vasallo natural;
dicen que le mató con aleve,—con engaño y falsedad,
rogándole que se fuese—con él a le acompañar.
Por casarse con su esposa—dicen que le fué a matar:
de este delito se quejan—muchos hombres de linaje,
que son parientes del muerto,—y se sienten del tal mal. [4]
El marques Danes Urgero—se muestra mas principal,
por ser tio de Valdovinos,—hermano del rey su padre.
Demas de ser su pariente,—tiene muy mayor pesar
porque lo falló herido,—casi a punto de espirar,
en un bosque muy esquivo,—apartado de lugar.
Él mismo le contó el caso,—a él se fué encomendar,
en sus brazos espiró,—razon es no le olvidar:
y ese maestre de Rodas [5] —Urgel de la fuerza grande,
que es primo del marques,—tio tambien del infante:
[p. 362] y ese duque de Baviera—don Naimo el singular, [1]
abuelo de Valdovinos,—padre carnal de su madre: [2]
y ese rey de Sansueña,—tu vasallo natural,
padre de la infanta Sevilla—que cristiana fué a tornar
por amor de Valdovinos—para con él se casar;
y otros muchos caballeros—tambien se van a quejar,
los unos por parentesco,—los otros por amistad;
sobre todos esa reina—doña Ermeline, [3] su madre.
Tus naturales y extraños—tambien te envían a suplicar
que si tu hijo los mata—¿quién los ha de defensar?
Si no mantienes justicia—dejarán su natural.
y se partirán de Francia—a otros reinos a morar.
El caso es abominable,—y terrible de contar;
si tal cosa es, señor,—bien lo debes castigar.
Acuérdate de Trajano—en la justicia guardar,
que no dejó sin castigo—su único hijo carnal;
aunque perdonó la parte,—él no quiso perdonar.
Si niegas, señor, justicia,—mucho te podrán culpar,
que tal caso como este—no es para dejar pasar.
¡Mira bien, señor, en ello!—Respuesta nos mandan dar.—
Turbóse el emperador,—que apenas pudo hablar:
la mano tenia en la barba,—muy pensativo ademas.
A cabo de una gran pieza—tal respuesta le fué a dar:
—¡Si lo que habeis dicho, conde,—se puede hacer verdad,
mas quisiera que mi hijo—fuera el muerto sin dudar!
El morir es una cosa—que a todos es natural,
la memoria queda viva—del que muere sin fealdad;
del que vive deshonrado—se debe tener pesar,
porque así viviendo muere—olvidado de bondad.
Decilde, conde, al marques—y a cuantos con él están;
que el pesar que de esto tengo—no lo puedo demostrar:
mas yo daré tal ejemplo—en esta muerte vengar,
que la pena del delito—sobrepuje a la maldad,
porque todos escarmienten—cuantos lo oyeren nombrar.
Vengan pedir su justicia—que yo la haré guardar
como es costumbre de Francia—usada de antigua edad; [4]
si buena verdad trujeren—en mi corte se verá;
do mi persona estuviere—la justicia será igual,
así al pobre como al rico,—así al chico como al grande,
y tambien al extranjero,—como al propio natural.
Mas quiero dejar memoria—de grande riguridad,
que dejar sin dar castigo,—al que comete maldad,
[p. 363] aunque sea mi propio hijo—que me tenia de heredar.—
Cuando esto oyó el conde [1] —las manos le fué a besar;
alabando su respuesta,—el duque comenzó hablar:
—Siempre, señor, confiamos—de tu ínclita bondad
que por mantener justicia—tal respuesta habias de dar;
mas porque el caso requiere—en sí mesmo gravedad,
y por ser cosa de hijo—tú no lo debes juzgar,
el marques Danes Urgero—te envía a suplicar,
que porque él tiene jurado—de en poblado nunca entrar
fasta que alcance derecho—de Carloto el infante,
y él mismo tiene de ser—el que lo ha de acusar,
que no quieras ser presente—para haber de sentenciar;
mas que nombres caballeros—que puedan determinar,
segun costumbre de Francia,—entre hombres de linaje,
y que los que señalardes—para este caso mirar,
sean caballeros de estado—de tu consejo imperial,
y que hagan juramento—de administrar la verdad,
y tu majestad provea—de señalar un lugar
en el campo, sin poblado,—a do se haya de juzgar
para oir ambas las partes—fasta ejecución final:
y porque el marques trae gentes—para se haber de guardar
de quien algo le quisiere—y le hubiere de enojar,
y sus parientes y amigos—vienen por le acompañar,
y entre ellos viene Renaldos,—el señor de Montalvan,
el cual está puesto en bandos—con tu sobrino Roldan;
porque no sabe el marques—si recibirás pesar,
no quiere venir con gentes—sin saber tu voluntad,
pues viene a pedir justicia—y no para guerrear:
que tú, señor, le asegures—y a cuantos con él vernán,
mientra que el pleito durare—seguro les mandes dar
para venida y estada,—y despues para tornar,
no porque él tema a ninguno,—ni haya de quién se recelar;
mas por cumplir lo que debe—a tu sacra majestad.
De esta manera, señor,—el vendrá sin detardar,
que ya es partido de Mántua,—no cesa de caminar.
Don Renaldos le aposenta—sin hacer daño ni mal,
en tierras de señoríos—todos recaudo le dan,
pagando de sus dineros—lo acostumbrado pagar.
Para pasar por tus tierras—licencia les manda [2] dar,
y todos los bastimentos—que hubieren necesidad:
pagando lo que valiere—no se les debe negar.—
Al emperador le plugo,—todo lo fué así otorgar:
—El marques venga seguro—y cuantos con él vernán. [3]
[p. 364] Venga siquiera de guerra,—o como le placerá, [1]
yo lo tomo so mi amparo,—so mi corona real.
Porque mas seguro venga—este mi anillo tomad;
todo lo que os prometo—siempre fallaréis verdad;
la licencia que pedís—soy contento de vos dar;
ordenaldo a vuestra guisa,—que así lo quiero firmar.—
Sacó un anillo de oro—con el sello imperial;
el duque le tomó luego,—las manos le fué a besar.
Del emperador se despiden,—a sus posadas se van.
Don Roldan quedó enojado,—mas no lo quiso mostrar.
Luego se supo en la corte—todo lo que fué a pasar,
la embajada que traian,—lo que venian a demandar.
Mucho pesó a don Carloto,—quiérelo disimular;
fuése al emperador—a haberse de desculpar;
mas nunca lo quiso oir—sino en [2] consejo real.
La audiencia que le dió—fué mandarlo aprisionar
fasta ser determinada—por su corte la verdad.
Desque preso y a recado—en guarda lo fuera dar
a don Arnaldos de Belanda,  [3] —que Ayuelos suelen llamar,
gran condestable de Francia,—y en cortes gran senescal.
Mucho pesaba a los grandes—que le tenian amistad,
sobre todos le pesaba—a ese paladin Roldan.
Todos buscaban maneras—para le haber de soltar,
mas nunca el emperador—a nadie quiso escuchar:
cuanto mas por él le ruegan,—tanto mas lo hacer guardar.
Cada dia entra en consejo,—las leyes hacia mirar,
quien tal crimen cometia—qué pena le habian de dar.
Estando en esto las cosas—el marques fuera a llegar
a tres millas de Paris—a vista de la ciudad:
no quiso pasar adelante,—mandó asentar su real.
Aposentóle Renaldos—ribera de un rio caudal,
do mejor le pareció—y más seguro lugar;
él se pasó adelante—una milla o poco mas.
Armaron luego su tienda,—su bandera mandó alzar:
la gente de la ciudad—todos iban a mirar
el gran campo del marques,—su concierto singular,
[p. 365] la diversidad de gentes,—la órden que el marques trae. [1]
Muchos señores y grandes—al marques iban hablar
por probar algun concierto—y saber su voluntad.
Él estábase en su tienda,—en aquel estado grande,
armado de todas armas,—y descubierta la faz,
el ataud allí delante—por mas dolor demostrar,
la madre de Valdovinos—y su esposa allí a la par
de aquella forma y manera—que arriba oistes nombrar.
Los que venian a la tienda—para el marques visitar,
desque le veian armado—y de aquella forma estar,
habian dél compasion,—llegaban por le hablar.
Recibíalos muy bien,—cabe él los hacía sentar;
el caso como pasara—a todos iba a contar.
Cuando algo le rogaban—mostraba mucho pesar;
rogaba con cortesía—le quisiesen perdonar
por no poder complacerlos—como era su voluntad,
porque él se había quitado—sobre esto la libertad.
El juramento que hizo—a todos hacia mostrar,
porque no tuviesen causa—sobre ello le importunar.
Los grandes que allí venian—no le querian fatigar,
ni querian sobre tal caso—su dolor le renovar.
Volvíanse para Paris—pensativos ademas,
diciendo tener razon—el marques de se vengar
de un tan grave delito,—y hacello bien castigar.
Cuando el emperador supo—que el marques fuera a llegar,
mandó llamar al consejo—en su palacio imperial.
Mandó cuando fueron juntos los embajadores llamar:
la embajada que trajeron—tornasen a recontar.
Levantóse el conde Dirlos—comenzóla de explicar:
desque la hubo acabado—tornóse luego asentar.
Todos se maravillaban—de oir tan gran maldad;
por amor del emperador—todos recebian pesar,
mirábanse unos a otros,—a todos parecia mal.
Antes que hablase ninguno—el emperador fué hablar:
—Lo que aquí pide el marques—por primero y principal,
es que yo nombre jueces—para esto determinar:
por ser caso de Carloto—presente no quiero estar;
para mejor señalarlos—y todo mi poder dar,
que administren la justicia—en su conciencia y verdad.—
A todos está mirando—y empiézales de hablar:
—Los jueces que yo nombro—para justicia guardar,
el uno es Dardin Dardeña—que el Delfin suelen llamar,
de tres estados de Francia,—el primero en consejar:
el otro el conde de Flandes,—don Alberto el singular,
[p. 366] uno de los tres estados,—y primero en el mandar;
otro el duque de Borgoña,—primero estado en juzgar,
riguroso y justiciero,—en mis reinos principal:
el otro el duque don Carlos,—mi sargento general:
otro el duque de Borbon,—mi cuñado don Grimalte: [1]
el otro el conde de Foy, [2] —y el buen viejo don Beltran:
otro sea don Reyner—llamado duque de Aste,
y el conde don Galalon—de Alemaña principal:
otro el duque de Vibiano—de Agramonte natural,
asistente de mi corte—para los pleitos juzgar:
otro el duque de Saboya,—que venturas fué a buscar,
y en las mas partes del mundo—trances ha visto pasar [3]
otro el duque de Ferrara,—esa nombrada ciudad,
don Arnao el gran Bastardo,—así se hace intitular;
otro sea don Guarinos,—almirante de la mar,
de todas flotas y armadas—sobre todos general.
Y nombro por presidente—para en mi lugar estar
don Arnaldos de Belanda,—de Francia gran condestable.
Para ello le doy mi cetro,—poder soluto en mandar.
Todos estos juntos puedan—absolver y sentenciar
esto que pide el marques—como se debe juzgar,
si por prueba de testigos—o trance de pelear.
Yo les doy mi comisión—con poder y facultad,
que la sentencia que dieren—la puedan ejecutar,
segun costumbre de Francia,—por su propia autoridad,
dando la pena y castigo—a quien la hubieren de dar,
así por via de justicia,—como por en campo entrar,
al cual puedan ser presentes,—y en mi nombre asegurar
al marques Danes Urgero—y a cuantos con él están,
mas que a mi persona propia—nadie le pueda demandar.— [4]
Así como aquí lo dijo—a todos lo va a mandar,
so pena de ser traidor—quien lo osare quebrantar.

                           (Silva de 1550, t. II, fol. 136.—Canc. de Rom., s. a., fol. 42.—
                            Canc. de Rom., 1550, fol. 43.—Floresta de varios rom.)

[p. 367] 167

(DEL MARQUES DE MÁNTUA, VALDOVINOS Y CARLOTO.—III)

Sentencia dada a don Carloto [1]

  En el nombre de Jesus—que todo el mundo ha formado,
y de la Virgen su Madre,—que de niño lo [2] ha criado:
nosotros Dardin Dardeña, [3] —Delfin en Francia llamado;
don Alberto y don Reyner,—de tres estados nombrado:
el conde de Flándes viejo,—consejero delegado,
con el duque de Borgoña,—el primero en el juzgado,
con el buen duque don Cárlos,—el regente, el sargentado;
con el duque de Borbon—don Grimalte, [4] fiel cuñado
del muy alto emperador,—con su hermana casado;
el buen viejo don Beltran—con el conde de Foyxano, [5]
y el conde don Galalon,—con el duque de Vibiano;
con el duque de Saboya,—que venturas ha buscado;
con el duque de Ferrara—don Narvan del bastardado; [6]
el almirante Guarinos—en las mares estimado,
don Arnaldos [7] de Belanda,—condestable diputado
en el lugar y mandar—del sumo emperador Carlo:
todos juntos en consejo—y acuerdo deliberado,
vista la requisicion—que el buen marques nos ha dado;
vista tambien la demanda—que él mesmo ha procesado;
vistas todas las respuestas—que don Carloto [8] ha enviado,
el proceso por entero—con gran fe examinado,
lo que venia de justicia—y de derecho mirado,
ni al uno por el otro—el derecho no quitado;
teniendo a Dios en la piensa—y en los ojos presentad:
[p. 368] visto que claro paresce—por lo que es alegado,
que segun la ley divina—quien mata ha de ser matado,
con cuchillo o sin cuchillo—a tal acto ejercitado;
y visto que traicion—don Carloto ha intentado
en matar a Valdovinos—en un bosque despoblado,
segun que claro se muestra—por la confesion que ha dado
don Carloto a la demanda—que el marques ha presentado;
visto que punto por punto—el delito ha confesado
por la pena del tormento,—aunque lo habia negado;
y visto que nada obsta—que él se haya sojuzgado
a la real audiencia,—pues que le han perdonado: [1]
lo que viene de justicia,—nada otro no mirado,
por esta nuestra sentencia,—cada cual bien informado
del hecho de la verdad,—según que se ha confesado,
condenamos a Carloto:—primero, a ser arrastrado
por el campo y por la arena—por un rocin mal domado:
despues de lo cual queremos—que sea descabezado
en un alto cadahalso,—do pueda ser bien mirado
de fuera de la ciudad—por donde será llevado;
despues de lo cual cumplido,—y aquesto ser acabado,
le corten los piés y manos,—porque quede mas pagado,
despues de lo cual mandamos—que sea descuartizado:
lo cual cumplido, queremos—sea un edificio obrado
de piedra muy bien labrada—y de canto bien picado,
que sea en lo venidero—memoria de lo pasado
del caso de Valdovinos—y de cómo fué vengado.—
Don Carloto temeroso,—aunque era muy esforzado,
tremecióse cuando oyó—lo que se ha publicado.
Esforzóse cuanto pudo,—una pluma ha demandado;
diéronle tinta y papel,—una carta ha ordenado;
con un paje que allí estaba—a don Roldan la ha enviado.
Nadie sabe lo que envía,—para vello se ha apartado
don Roldan, leyó la carta, [2] —todo se ha alterado:
él de cierto bien quisiera—dar remedio en lo rogado.
Doloroso y pensativo—un poco tiempo ha pensado,
duda si debe [3] hacer—lo que le fué suplicado,
o si deba dar desvío—a lo que le es recitado.
Hallose puesto en gran duda,—en gran estrecho y cuidado;
el amor dice que haga,—el temor teme el mandado
de ese sumo emperador—que al marques ha segurado;
mas al fin quiere la sangre—perder por la sangre estado.
[p. 369] Delibera hacer respuesta,—que no esté temorizado,
que con parientes y amigos—él saldrá al campo armado
con deseo de perder—la vida, o ser remediado.
Sin que gran rato pasase—fué don Carloto informado
de lo que ordena Roldan,—de que fué algo gozado.
Quiérelo disimular;—mas no pudo ser celado,
allégase el condestahle,—y el papel le ha tomado:
leido que fué el papel,—por Paris se ha divulgado
que don Roldan hace gente—y que ejército ha juntado.
El emperador lo sabe,—al marques ha avisado,
manda poner a Carloto—a percebido recaudo.
Pregonan por la ciudad—que nadie sea osado,
so pena de perder la vida.—de otro dia ir armado.
A Roldan envió a decir—que solo no sea osado
de mas estar en Paris—fasta un año pasado,
so pena de ser traidor—y por traidor publicado.
El marques que sintió el caso—a Reinaldos ha enviado
que otro dia en amaneciendo—sea sin falta llegado
a las puertas de Paris—con tres mil hombres de estado;
de a caballo lleve mil,—y que no sea mudado
fasta tanto que Carloto—en medio sea [1] tomado,
y puesto en el cadahalso—do ha de ser sentenciado,
y que cualquiera que venga—defienda lo encomendado.
Otro dia de mañana—todo así fué acabado.
Ya sacaban a Carloto—con hierros muy bien herrado,
los pregoneros delante—su gran maldad publicando.
Cuando fuéron a la puerta—don Renaldos lo ha tomado,
en medio de toda su gente—lo ha bien aposentado.
Cuando son en el lugar—do ha de ser sentenciado,
delante toda Paris—fué todo ejecutado,
segun que por la sentencia—fué proveido y mandado.
Así murió [2] don Carloto,—quedando alevosado,
y Valdovinos viviendo,—aunque murió, muy honrado.

                        (Silva de 1550, t. II, fol. 147.— Canc. s. a., fol. 51.— Canc. 1550,
                         folio 52 .—Floresta de varios rom.) [3]

[p. 370] 168

(VALDOVINOS.—IV)

Romance que dicen: Nuño Vero

  —Nuño Vero, Nuño Vero,—buen caballero probado,
hinquedes la lanza en tierra—y arrendedes el caballo;
preguntaros he por nuevas—de Valdovinos el franco.
—Aquesas nuevas, señora,—yo vos las diré de grado.
Esta noche a media noche—entrámos en cabalgada,
y los muchos a los pocos—lleváronnos de arrancada:
hirieron a Baldovinos—de una mala lanzada;
la lanza tenia, [1] —de fuera le tiembla el asta: [2]
o [3] esta noche morirá,—o de buena madrugada.
Si te pluguiese, Sebilla,—fueses tú mi enamorada.— [4]
—Nuño Vero, Nuño Vero,—mal caballero probado,
yo te pregunto por nuevas,—tú respóndesme al contrario,
que aquesta noche pasada—conmigo durmiera el franco:
él me diera una sortija,—y yo le dí un pendon labrado.

                        (Canc. de Rom., s. a., fol. 186.— Canc. de Rom., 1550, fol. 196.—
                         Silva de 1550, t. I, fol. 109.) [5]

[p. 371] 169

(VALDOVINOS.—V)

Romance de Valdovinos

  Tan claro hace la luna [1] —como el sol a mediodia,
cuando sale Valdovinos—de los caños de Sevilla.
Por encuentro se la hubo—una morica garrida,
y siete años la tuviera—Valdovinos por amiga.
Cumpliéndose sus [2] siete años—Valdovinos que sospira:
—¿Sospirastes, Valdovinos,—amigo que yo [3] mas quería,
o vos habeis miedo a moros,—o adamades otra amiga.
—Que no tengo miedo a moros,—ni menos tengo otra amiga,
que vos mora, y yo cristiano—hacemos la mala vida,
y como la carne en viernes—que mi ley lo defendia.
—Por tus amores, [4] Valdovinos,—yo me tornaré cristiana, [5]
si quieres [6] por mujer,—si no, sea por amiga.—

                                                            (Canc. de Rom., s. a., fol. 194.)

170

(VALDOVINOS.—VI)

Romance de Valdovinos

  Atan alta va la luna—como el sol a mediodia,
cuando el buen conde aleman—ya [7] con la reina dormia.
No lo sabe hombre nascido—de cuantos en la corte habia,
sino era la infanta,—aquesta infanta su hija.
[p. 372] Su madre le hablaba,—de esta manera decia:
—Cuanto viéredes tú, infanta,—cuanto vierdes, encobrildo;
daros ha el conde aleman—un manto de oro fino.
—¡Mal fuego queme, madre,—el manto de oro fino,
cuando en vida de mi padre—tuviese padrastro vivo!—
De allí se fuera llorando:—el rey su padre la ha visto.
¿Por qué llorais, la infanta?—deci ¿quién llorar os hizo?
—Yo me estaba aquí comiendo,—comiendo sopas en vino;
entró el conde aleman,—echómelas por el vestido.
—Calleis, mi hija, calleis;—no tomeis de eso pesar,
que el conde es niño y mochacho,—hazerlo ia por burlar.
—¡Mal fuego quemase, padre,—tal reir y tal burlar!
Cuando me tomó en sus brazos—conmigo quiso holgar.
—Si él os tomó en sus hrazos—y con vos quiso holgar,
en ántes que el sol salga—yo lo mandaré matar.

                                                      (Canc. de Rom., 1550, fol, 205.) [1]

[p. 373] 171

ROMANCES DE GAIFEROS

Dos Romances de Gaiferos, en los cuales se contiene como mataron a don Galvan.—I

  Estábase la condesa—en su estrado asentada,
tisericas de oro en mano:—su hijo afeitando estaba.
Palabras le está diciendo,—palabras de gran pesar:
las palabras eran tales—que al niño hacen llorar.
—Dios te dé barbas en rostro,—y te haga barragan; [1]
déte Dios ventura en armas,—como al paladin Roldan,
porque vengases, mi hijo,—la muerte de vuestro padre:
matáronlo a traicion—por casar con vuestra madre.
Ricas bodas me hicieron—en las cuales Dios no ha parte;
ricos paños me cortaron,—la reina no los ha tales.—
Magüera pequeño el niño—bien entendido lo ha.
Allí respondió Gaiferos,—bien oiréis lo que dirá:
—Así ruego a Dios del cielo—y a Santa María su Madre.—
Oídolo habia el conde—en los palacios do está:
—¡Calles, calles, la condesa,—boca mala sin verdad!
que yo no matara el conde,—ni lo hiciera matar;
mas tus palabras, condesa,—el niño las pagará.—
Mandó llamar escuderos,—criados son de su padre,
para que lleven al niño,—que lo lleven a matar.
La muerte que él les dijera—mancilla es de la escuchar:
—Córtenle el pié del estribo,—la mano del gavilan,
sáquenle ambos los ojos—por más seguro andar;
y el dedo, y el corazon—traédmelo por señal.—
Ya lo llevan a Gaiferos,—ya lo llevan a matar;
hablaban los escuderos—con mancilla que dél han:
[p. 374] —¡Oh válasme Dios del cielo—y Santa María su Madre!
si este niño matamos—¿qué galardon nos darán?
Ellos en aquesto estando,—no sabiendo qué harán,
vieron venir una perrita—de la condesa su madre.
Allí habló el uno de ellos,—bien oiréis lo que dirá:
—Matemos esta perrita—por nuestra seguridad,
saquémosle el corazón—y llevémoslo a Galvan,
cortémosle el dedo al chico—por llevar mejor señal.—
Ya tomaban a Gaiferos,—para el dedo le cortar:
—Venid acá vos, Gaiferos,—y querednos escuchar;
vos íos de aquesta tierra—y en ella no parezcais mas.—
Ya le daban entre señas—el camino que hará:
—Irvos heis de tierra en tierra—a do vuestro tio está.—
Gaiferos desconsolado—por ese mundo se va:
los escuderos se volvieron—para do estaba Galvan.
Danle el dedo, y el corazon—y dicen que muerto lo han.
La condesa que esto oyera—empezara gritos dar:
lloraba de los sus ojos—que queria reventar.
Dejemos a la condesa—que muy grande llanto hace,
y digamos de Gaiferos—del camino por do va,
que de dia ni de noche—no hace sino caminar,
fasta que llegó a la tierra—adonde su tio está.
Dícele de esta manera,—y empezóle de hablar:
—Manténgaos Dios, el mi tio.—Mi sobrino, bien vengais.
¿Qué buena venida es esta?—vos me la querais contar.
—La venida que yo vengo—triste es y con pesar,
que Galvan con grande enojo—mandado me habia matar:
mas lo que vos ruego, mi tio,—y lo que vos vengo a rogar,
vamos a vengar la muerte—de vuestro hermano, mi padre:
matáronlo a traicion—por casar con la mi madre.
—Sosegáos, el mi sobrino,—vos querais asosegar,
que la muerte de mi hermano—bien la iremos a vengar.—
Y ellos así estuvieron—dos años y aun mas,
fasta que dijo Gaiferos—y empezara de hablar.
       

                            (Canc. de Rom., s. a., fol. 103.— Canc. de Rom., 1550, fol.. 103)
                             Síguense dos romances de don Gaiferos en que se contiene cómo
                             mataron a don Galvan. Pliego suelto s. a. ni l. (del siglo XVI), en el
                             Rom. gen. del Sr. Durán.

[p. 375] 172

(GAIFEROS.—II)

Síguese el segundo Romance

  —Vámonos, dijo, mi tio,—a Paris esa ciudad
en figura de romeros,—no nos conozca Galvan,
que si Galvan nos conoce—mandar nos hia matar.
Encima ropas de seda—vistamos las de sayal,
llevemos nuestras espadas—por mas seguros andar;
llevemos sendos bordones—por la gente asegurar.—
Ya se parten los romeros,—ya se parten, ya se van,
de noche por los caminos,—de dia por los jarales.
Andando por sus jornadas—a Paris llegado han;
las puertas hallan cerradas,—no hallan por donde entrar.
Siete vueltas la rodean—por ver si podrán entrar,
y al cabo de las ocho—un postigo van hallar.
Ellos que se vieron dentro—empiezan a demandar:
no preguntan por meson,—ni ménos por hospital,
preguntan por los palacios—donde la condesa está,
a las puertas del palacio—allí van a demandar.
Vieron estar la condesa,—y empezaron de hablar:
—Dios te salve, la condesa.—Los romeros, bien vengais.
—Mandedes nos dar limosna—por honor de caridad.
—Con Dios vades, los romeros,—que no os puedo nada dar,
que el conde me había mandado—a romeros no albergar.
—Dadnos limosna, señora,—que el conde no lo sabrá;
así la dén a Gaiferos—en la tierra donde está.—
Así como oyó Gaiferos—comenzó de sospirar:
mandábales dar del vino,—mandábales dar del pan.
Ellos en aquesto estando—el conde llegado ha:
—¿Qué es aquesto, la condesa?—aquesto ¿qué puede estar?
¿No os tenia yo mandado—a romeros no albergar?—
Y alzara la su mano, [1] —puñada le fuera a dar,
que sus dientes menuditos—en tierra los fuera a echar.
Allí hablaron los romeros,—y empiezan [2] de hablar:
—¡Por hacer bien la condesa—cierto no merece mal!
—¡Calledes vos, los romeros,—no hayades vuestra parte!
Alzó Gaiferos su espada,—un golpe le fué a dar
[p. 376] que la cabeza de sus hombro—en tierra la fuera a echar:
allí habló la condesa—llorando con gran pesar:
——¿Quién érades, los romeros,—que al conde fuistes matar?—
Allí respondió el romero,—tal respuesta le fué a dar:
—Yo soy Gaiferos, señora,—vuestro hijo natural.
—Aquesto no puede ser,—ni era cosa de verdad,
que el dedo, y el corazón—yo lo tengo por señal.
—El corazon que vos teneis—en persona no fué a estar,
el dedo bien es aqueste,—que en esta mano me falta.— [1]
La condesa que esto oyera—empezóle de abrazar:
la tristeza que tenia—en placer se fué a tornar.

                 ( Canc. de Rom., s. a., fol . 105.— Canc. de Rom., 1550, fol. 105.—
                  El pliego suelto citado al romance anterior en el Rom. gen. del señor Durán.)

173

(GAIFEROS.—III)

Romance de don Gaiferos que trata de cómo sacó a su esposa que estaba en tierra de moros

  Asentado está Gaiferos—en el palacio real;
asentado al tablero—para las tablas jugar.
Los dados tiene en la mano,—que los quiere arrojar,
cuando entró por la sala—don Carlos el emperante.
Desque así jugar lo vído—empezóle de mirar;
hablándole está hablando—palabras de gran pesar:
—Si así fuésedes, Gaiferos,—para las armas tomar,
como sois para los dados,—y para las tablas jugar,
vuestra esposa tienen moros,—iríadesla a buscar:
pésame a mí por ello—por que es mi hija carnal.
De muchos fué demandada,—y a nadie quiso tomar:
pues con vos casó por amores,—amores la hayan de sacar;
si con otro fuera casada—no estuviera en catividad.—
Gaiferos desque esto vido,—movido de gran pesar
levantóse del tablero—no queriendo mas jugar,
y tomáralo en las manos—para haberlo de arrojar,
si no por él [2] que con él juega,—que era hombre de linaje:
jugaba con él Guarinos—almírante de la mar.
[p. 377] Voces da por el palacio,—que al cielo quieren llegar;
preguntando va, preguntando—por su tío don Roldan.
Halláralo en el patin,—que queria cabalgar:
con él era [1] Oliveros—y Durandarte el galan,
con él muchos caballeros—de aquellos de los doce pares: [2]
Gaiferos desque lo vido—empezóle de hablar:
—Por Dios vos ruego, mi tío,—por Dios vos quiero rogar,
vuestras armas y caballo—vos me las [3] querais prestar,
que mi tio el emperante—tan mal me quiso tratar,
diciendo que soy para juego [4] —y no para las armas tomar.
Bien lo sabeis vos, mi tio,—bien sabeis vos la verdad,
que pues busqué a mi esposa—culpa no me deben dar. [5]
Tres años anduve triste—por los montes y los valles
comiendo la carne cruda,—bebiendo la roja sangre,
trayendo los piés descalzos,—las uñas corriendo sangre.
Nunca yo hallarla pude—en cuanto pude buscar:
agora sé que está en Sansueña,—en Sansueña, esa ciudad.
Sabeis que estoy sin caballo,—sin armas otro que tal,
que las tiene Montesinos,—que es ido a festejar
allá a los reinos de Hungría—para torneos armar,
pues sin armas y caballo—mal la podré yo sacar;
por esto vos ruego, tio,—las vuestras me querais dar.—
Don Roldan de que esto oyó—tal respuesta le fué a dar:
—Calledes, sobrino Gaiferos,—no querades hablar tal;
siete años ha que vuestra esposa—ella está en captividad;
siempre os he visto armas—y caballo otro que tal,
agora que no las teneis—la quereis ir a buscar.
Sacramento tengo hecho—allá en Sant Juan de Letran
a ninguno prestar mis armas,—no me las hagan cobardes:
mi caballo está bien vezado,—mal vezo no le quieran dar.— [6]
Gaiferos que esto oyó—la espada fué a sacar;
con una voz muy sañosa—empezara de hablar:
—¡Bien parece, don Roldan,—que siempre me quesistes mal!
Si otro me lo dijera—mostrárale si soy cobarde;
mas quien a mí ha injuriado—no lo vais por mí a vengar;
si vos tio no me fuésedes—con vos querría pelear.—
Los grandes que allí se hallan—entre los dos puesto se han;
hablado le ha don Roldan,—empezóle de hablar:
[p. 378] —¡Bien parece, don Gaiferos,—que sois de muy poca edad!
Bien oistes un ejemplo,—que conoceis ser verdad,
que aquel que bien os quiere—aquel vos quiere castigar.
Si fuérades mal caballero—no vos dijera esto tal;
mas porque sé que sois bueno—por esto vos quise castigar, [1]
que mis armas y caballo—a vos no se han de negar,
y si quereis compañía—yo vos quiero acompañar.
—Mercedes, dijo Gaiferos,—de la buena voluntad;
solo me quiero ir, solo,—para haberla de sacar:
nunca me dirá ninguno—que me vido ser cobarde.—
Luego mandó don Roldan—sus armas aparejar;
él encubierta el caballo—por mejor lo encubertar;
él mesmo le pone las armas—y le ayudaba a armar. [2]
Luego cabalgó [3] Gaiferos—con enojo y con pesar.
Pésale a don Roldan,—tambien a los doce pares,
y mas al emperador—desque solo le vido andar;
y desque ya se salia—del gran palacio real,
con una voz amorosa—llamáralo don Roldan:
—Esperad un poco, sobrino;—pues solo quereis andar,
dejédesme vuestra espada,—la mia querais tomar,
y aunque vengan dos mil moros—nunca les volvais la haz:
al caballo dalde rienda—y haga a su voluntad,
que si él vee la suya—bien vos sabrá ayudar,
y si vee demasía—de ella vos sabrá sacar.—
Ya le daba su espada,—y toma la de don Roldan;
da de espuelas al caballo,—sálese de la ciudad.
Don Beltran que ir lo vido—empezóle de hablar:
—Tornad acá, hijo Gaiferos,—pues que me teneis por padre,
tan solamente vos vea—la condesa vuestra madre,
tomará con vos consuelo,—que tan tristes llantos hace,
dar vos hia caballeros—los que hayais necesidad.
—Consolalda, vos, mi tio,—vos la querais consolar,
acuérdese que me perdió—chiquito y de poca edad;
haga cuenta que de entonces—no me ha visto jamas,
que ya sabeis que en los doce—corren malas voluntades,
no dirán, que vuelvo por ruego,—mas que vuelvo por cobarde,
que yo no volveré en Francia—sin Melisenda [4] tornar.—
Don Beltran desque lo oyera—tan enojado hablar,
vuelve riendas al caballo—y entrase en la ciudad.
[p. 379] Gaiferos en [1] tierra de moros—empieza de caminar;
jornada de quince dias—en ocho la fué a andar.
Por las sierras de Sansueña—Gaiferos mal airado va;
las voces que iba dando,—al cielo quieren llegar.
Maldiciendo iba el vino,—maldiciendo iba el pan,
el pan que comian los moros,—mas no de la cristiandad:
maldiciendo iba la dueña—que tan solo un hijo pare;
si enemigos se lo matan—no tiene quien lo vengar:
maldiciendo iba al caballero—que cabalgaba sin paje;
si se le cae [2] espuela—no tiene quien se la calce:
maldiciendo iba el árbol—que solo en el campo nasce,
que todas las aves del mundo—en él van a quebrantar,
que de rama ni de hoja—al triste no dejan gozar.
Dando estas voces y otras—a Sansueña fué a llegar.
Viernes era en aquel dia,—los moros hacen solenidad: [3]
el rey Almanzor va a la mezquita [4] —para la zalá rezar,
con todos sus caballeros—cuantos él pudo llevar.
Cuando allegó Gaiferos—a Sansueña, esa ciudad,
miraba si veria alguno—a quien pudiese [5] demandar:
vido un cativo cristiano—que andaba por los adarbes;
desque lo vido Gaiferos—empezóle de hablar:
—Dios te salve, el cristiano,—y te torne en libertad,
nuevas que pedirte quiero—no me las quieras negar.
Té que andas con los moros,—¿si les oíste hablar
si hay aquí alguna cristiana,—que sea de alto linaje?—
El cativo que lo oyera—empezara de llorar:
—¡Tantos tengo de mis duelos,—que de otros non puedo curar!
que todo el dia los caballos—del rey me hacen pensar, [6]
y de noche en honda sima—me hacen aprisionar.
Bien sé que hay muchas cativas—cristianas de gran linaje,
especialmente una—que es de Francia natural:
el rey Almanzor la trata—como a su hija carnal:
sé que muchos reyes moros—con ella quieren casar:
por eso idvos, caballero,—por esa calle adelante,
verlas heis a las ventanas—del gran palacio real.
[p. 380] Derecho se va a la plaza, [1] —a la plaza la más grande.
Allí estaban los palacios—donde el rey solia estar:
alzó los ojos en alto—por los palacios mirar,
vido estar a Melisenda—en una ventana grande
con otras damas cristianas,—que estaban en captividad.
Melisenda que lo vido—empezara de llorar,
no por que lo conociese—en el jesto ni en el traje, [2]
mas en verlo con armas blancas—recordóse de los doce pares,
recordóse de los palacios—del emperador su padre,
de justas, galas, torneos,—que por ella solian armar.
Con una voz triste, llorosa—le empezara de llamar:
—Por Dios os ruego, caballero,—a mí vos querais llegar; [3]
si sois cristiano o moro—no me lo queráis negar, [4]
darvos he unas encomiendas,—bien pagadas vos serán:
caballero, si a Francia ides—por Gaiferos preguntad, [5]
decilde que la su esposa—se le envía a encomendar,
que ya me parece tiempo—que la debia sacar.
Si no me deja por miedo—de con los moros pelear,
debe tener otros amores,—de mí no lo dejan recordar:
¡los ausentes por los presentes—lijaros son de olvidar!
Aun le direis, caballero,—por darle mayor señal,
que sus justas y torneos—bien las supimos acá;
y si estas encomiendas—no recibe con solaz,
darlas heis a Oliveros,—darlas heis a don Roldan,
darlas heis a mi señor—el emperador mi padre:
diréis como estó en Sansueña,—en Sansueña esa ciudad;
que si presto no me sacan—mora me quieren tornar:
casarme han con el rey moro—que está allende la mar:
de siete reyes de moros—reina me hacen coronar;
segun los reyes que me traen [6] —mora me harán tornar;
mas amores de Gaiferos—no los puedo yo olvidar.—
Gaiferos que esto oyera—tal respuesta le fué a dar:
—No lloreis vos, mi señora,—no querais así llorar,
[p. 381] porque esas encomiendas—vos mesma las podeis dar,
que a mí allá dentro en Francia—Gaiferos me suelen nombrar.
Yo soy el infante Gaiferos—señor de París la grande,
primo hermano de Oliveros,—sobrino de don Roldan,
amores de Melisenda—son los que acá me traen.—
Melisenda que esto vido—conosciólo en el hablar,
tiróse de la ventana,—la escalera fué a tomar,
salióse para la plaza—donde lo vido estar.
Gaiferos que venir la vido [1] —presto la fué a tomar;
abrázala con sus brazos—para haberla de besar.
Allí estaba un perro moro—para los cristianos [2] guardar;
las voces daba tan altas—que al cielo querian llegar.
Al gran alarido del moro—la ciudad mandan cerrar:
siete veces la rodea Gaiferos,—no halla por donde andar. [3]
Presto sale el rey Almanzor—de la mezquita y el rezar: [4]
veréis tocar las trompetas—apriesa y no de vagar,
veréis armar caballeros—y en caballos cabalgar:
tantos se arman de los moros—que gran cosa es de mirar.
Melisenda que lo vido—en una priesa tan grande
con una voz delicada—le empezara de hablar:
—Esforzado don Gaiferos,—no querades desmayar,
que los buenos caballeros—son para necesidad:
¡si de esta escapais, Gaiferos,—harto terneis que contar!
¡Ya quisiese Dios del cielo—y Santa María su Madre
fuese tal vuestro caballo—como el de don Roldan!
Muchas voces le oí decir—en palacio del emperante,
que si se hallaba cercado—de moros en algun lugar, [5]
al caballo aprieta la cincha,—y aflojábale el petral;
hincábale las espuelas—sin ninguna piedad:
el caballo es esforzado,—de otra parte va a saltar.—
Gaiferos de que esto oyó—presto se fuera a apear;
al caballo aprieta la cincha,—y aflójale el petral;
sin poner pié en el estribo—encima fué a cabalgar,
y Melisenda a las ancas,—que presto las fué tomar.
El cuerpo le da por la cintura—por que le pueda abrazar,
al caballo hinca las espuelas—sin ninguna piedad.
Corriendo venian los moros—apriesa y no de vagar;
[p. 382] las grandes voces que daban—al caballo hacen saltar.
Cuando fuéron cerca los moros—la rienda le fué a largar:
el caballo era lijero,—púsolo de la otra parte.
El rey Almanzor que esto vido—mandó abrir la ciudad;
siete batallas de moros—todos de zaga le van.
Volviéndose iba Gaiferos,—mirando a todas partes; [1]
desque vido que los moros—le empezaban de cercar,
volvióse a Melisenda,—empezóle de hablar:
—No os enojeis vos, mi señora,—fuerza vos será apear,
y en esta grande espesura—podeis, señora, aguardar,
que los moros son tan cerca,—de fuerza nos han de alcanzar,
vos, señora, no traeis armas—para haber de pelear;
yo, pues que las traigo buenas,—quiérolas ejercitar.—
Apeóse Melisenda—no cesando de rezar,
las rodillas puso en tierra,—las manos fué a levantar,
los ojos puestos al cielo—no cesando de rezar:
sin que Gaiferos volviese—el caballo fué a aguijar.
Cuando huia de los moros—parece que no puede andar,
y cuando iba hácia ellos—iba con furor tan grande,
que del rigor que llevaba—la tierra hacia temblar.
Conde vido la morisma—entre ellos fuera a entrar:
si bien pelea Gaiferos,—el caballo mucho mas.
Tantos mata de los moros—que no hay cuento ni par;
de la sangre que de ellos salia—el campo cubierto se ha. [2]
El rey Almanzor que esto vido—empezara de hablar:
—¡Oh válasme tú, Alá!—¿esto qué podia estar?
¡que tal fuerza de caballero—en pocos se puede hallar!
Debe ser el encantado [3] —ese paladin Roldan,
o si es [4] el esforzado—Renaldos de Montalvan,
o es Urgel [5] de la Marcha—esforzado singular; [6]
no hay ninguno de los doce—que bastase hacer tal.—
Gaiferos que esto oyó—tal respuesta le fué a dar:
—Calles, calles, el rey moro,—calles, y no digas tal,
muchos otros hay en Francia,—que tanto como estos valen;
yo no soy ninguno de ellos,—mas yo me quiero nombrar:
yo soy el infante Gaiferos,—señor de Paris la grande,
primo hermano de Oliveros,—sobrino de don Roldan.—
[p. 383] El rey Almanzor que lo oyera—con tal esfuerzo hablar,
con los mas moros que pudo—se entrara en la ciudad.
Solo quedaba Gaiferos,—no halló con quien pelear;
volvió riendas al caballo—para Melisenda buscar:
Melisenda desque lo vido—a recebirselo sale:
vídole las armas blancas,—tintas en color de sangre.
Con una voz triste y llorosa—le empezó de preguntar:
—Por Dios os ruego, Gaiferos,—por Dios vos quiero rogar,
si traeis alguna herida—queráismela vos mostrar;
que los moros eran tantos—quizá vos han hecho mal.
Con las mangas de mi camisa—vos las quiero yo apretar,
con la toca que es mas grande [1] —yo os las entiendo sanar.
—Calledes, dijo Gaiferos,—infanta, no digades tal,
por mas que fueran los moros—no me podian hacer mal,
que estas armas y caballo—son de mi tio don Roldan;
caballero que las trae—no podia peligrar.
Cabalgad presto, señora,—que no es tiempo de aquí estar;
antes que los moros tornen—los puertos hemos de pasar.—
Ya cabalga Melisenda—en un caballo alazan;
razonando van de amores,—de amores, que no de al;
ni de los moros han miedo—ni de ellos nada se dan:
con el placer de ambos juntos—no cesan de caminar,
de noche por los caminos,—de dia por los jarales,
comiendo de las yerbas verdes—y agua si pueden hallar,
hasta que entraron en Francia—y en tierra de cristiandad:
si hasta allí alegres fuéron,—mucho mas de allí adelante.
A la entrada de un monte,—y a la salida de un valle,
caballero de armas blancas—de lejos vieron asomar:
Gaiferos desque lo vido—la sangre vuelto se le ha,
diciendo a su señora:—¡Esto es mas de recelar,
que aquel caballero que asoma—gran esfuerzo es el que trae!
Si era cristiano o moro,—forzado me será pelear: [2]
apeáos vos, señora,—y venidme a la par.—
De la mano la traia—no cesando de llorar,
y desque se vieron juntos—comiénzanse aparejar, [3]
las lanzas y los escudos—en son de bien pelear.
Los caballos ya de cerca—comienzan de relinchar,
conoció su caballo Gaiferos—y empezara de hablar:
—Perded cuidado, señora,—y tornad a cabalgar,
[p. 384] que el caballo que allí viene—mio es en la verdad;
yo le dí muncha cebada—y mas le entiendo de dar;
las armas segun que veo—mias son otro que tal,
y aquel es Montesinos—que me viene a buscar,
que cuando yo me partí—no estaba en la ciudad.—
Plugo mucho a Melisenda—aquellos si [1] fuese verdad.
Ya que se van acercando—cuasi juntos a la par,
con voz alta y crecida—empiézanse de interrogar.
Conóscense los dos primos—entonces en el hablar;
apeáronse a gran priesa,—muy grandes fiestas se hacen:
desque hubieron hablado—tornaron a cabalgar:
razonando van de amores,—de otro no quieren hablar.
Andando por sus jornadas—a tierra de cristiandad,
cuantos caballeros hallan—todos los van acompañar,
y dueñas a Melisenda,—doncellas otro que tal.
Al cabo de pocos dias—a Paris van a llegar:
a siete leguas de la ciudad [2] —el emperador a recebirlos sale; [3]
con él sale Oliveros,—con él sale don Roldan,
con él el infante Guarinos,—almirante de la mar,
con él sale don Belmudez—y el buen viejo don Beltran,
con él muchos de los doce—que a su mesa comen pan,
y con él iba doña Alda,—la esposica de Roldan;
con él iba Juliana, [4] —la hija del rey Julian;
dueñas, damas y doncellas—las mas altas de linaje.
El emperador abraza su hija—no cesando de llorar;
palabras que le decia—dolor eran de escuchar.
Los doce a don Gaiferos—gran acatamiento le hacen,
tiénenlo por esforzado—mucho mas de allí adelante,
pues que sacó a su esposa—de muy gran catividad:
las fiestas que le hacian—no tienen cuento ni par.

                        (Silva de 1550, t. II, fol. 150.—Canc. de Rom., s. a., fol. 55.—
                        Canc. de Rom., 1550, fol. 55.—Códice del siglo XVI en el
                        Romancero general del Sr. Durán.—Floresta de varios rom.) [5]

[p. 385] 174

(GAIFEROS.—IV)

Romance de don Gaiferos

       Media noche era por filo,—los gallos querian cantar,
       cuando el infante Gaiferos—salió de captividad;
       muerto deja al carcelero—y a cuantos con él están:
       vase por una calle ayuso—como hombre mundanal,
       hablando en algarabía—como aquel que bien la sabe.
       Íbase para la puerta,—la puerta de la ciudad;
       halla las puertas cerradas,—no halla por do botar.
       Desque se vido perdido—empezara de llamar:
       —¡Ábrasme la puerta, el moro,—si Alá te guarde de mal!
       Mensajero soy del rey,—cartas llevo de mensaje.—
       Allí hablara el moro,—bien oiréis lo que dirá:
       —Si eres mensajero, amigo,—y cartas llevas de mensaje,
       esperases tú al dia,—y con los otros saldrás.—
       Desque esto oyera Gaiferos—bien oiréis lo que dirá:
       —¡Ábrasme la puerta, el moro,—si Alá te guarde de mal!
       Darte he tres pesantes de oro,—que aqui no traia mas.—
       Oido lo habia una morica—que en altas torres está,
       dícele de esta manera,—empezóle de hablar:
       —Toma los pesantes, moro,—que menester te serán,
       la mujer tienes moza,—hijos chicos de criar.—
       Desque esto oyó el moro—recio se fué a levantar,
       las puertas que están cerradas—abriólas de par en par.
       Acordósele a Gaiferos—de una espada que trae,
       la cabeza de los hombros—derribado se la ha.
       Muerto cae el morico,—en el suelo muerto cae.
       Desque esto vió la morica—empieza de gritos dar,
       ella los daba tan grandes—que al cielo quieren llegar:
       —¡Abrasmonte, Abrasmonte,—el señor de este lugar!—
       Cuando acuerdan por Gaiferos,—ya estaba en la cristiandad.

                            (Romance de don Roldan y de la traycion de Galalon. Con el
                             romance de Gayferos.—Pliego suelto del siglo XVI.

[p. 386] 175

ROMANCES DE MONTESINOS

Aquí comienzan dos romances del conde Grimaltos y su hijo Montesinos. [1] —I

  Muchas veces oí decir—y a los antiguos contar,
que ninguno por riqueza—no se debe de ensalzar,
ni por pobreza que tenga—se debe menospreciar.
Miren bien, tomando ejemplo, [2] —do buenos suelen mirar,
cómo el conde, a quien [3] Grimaltos—en [4] Francia suelen llamar,
llegó en las cortes [5] del rey—pequeño y de poca edad.
Fué luego paje del rey—del mas secreto lugar;
porque él era muy discreto, [6] —y de él se podía fiar:
y después de algunos tiempos,—cuando más entró en edad,
le mandó ser camarero—y secretario real:
y después le dió un condado,—por mayor honra le dar; [7]
y por darle mayor honra—y estado en Francia sin par
lo hizo gobernador,—que el reino pueda mandar.
Por su virtud y nobleza,—y grande esfuerzo sin par
le quiso tomar por hijo,—y con su hija le casar.
Celebráronse las fiestas—con placer y sin pesar.
Ya despues de algunos dias—de sus honras y holgar,
el rey le mandó al conde [8] —que le [9] fuese a gobernar
y poner cobro en las tierras—que le fuera a encomendar.
Pláceme, dijera el conde,—pues no se puede excusar.—
Ya se ordena la partida,—y el rey manda aparejar
sus caballeros y damas—para haber [10] de acompañar.
[p. 387] Ya se partia el buen conde—con la condesa a la par,
y caballeros y damas—que no le quieren [1] dejar.
Por la gran virtud del conde—no se pueden apartar:
de Paris hasta Leon—le fueron acompañar.
Vuélvense para Paris—después de placer tomar:
las nuevas que dan al rey—es descanso de escuchar,
de cómo rige a Leon—y le tiene a su mandar,
y el estado de su Alteza—cómo lo hacia acatar.
De tates nuevas el rey—gran placer fuera [2] a tomar,
No prosigo mas del rey,—sino que lo dejo estar.
Tornemos a don Grimaltos—cómo empieza a gobernar,
bien querido de los grandes,—sin la justicia negar,
trata a todos de tal suerte,—que a ninguno da pesar.
Cinco años él [3] estuvo—sin al buen rey ir [4] a hablar,
ni del conde a él ir [5] quejas,—ni de sentencia apelar;
mas fortuna que es mudable,—y no puede sosegar,
quiso serle tan contraria—por su estado le quitar.
Fué el caso que don [6] Tomillas—quiso en traición tocar:
revolvióle con el rey—por mas le escandalizar,
diciéndole que su yerno—se le quiere rebelar,
y que en villas y ciudades—sus armas hace pintar,
y por señor absoluto—él se manda intitular,
y en las villas y lugares—guarnicion quiere dejar.
Cuando el rey aquesto oyera—tuvo de ello [7] gran pesar,
pensando en las mercedes [8] —que al conde le fuera a dar. [9]
¡Solo por buenos servicios—le pusiera en tal lugar,
y despues por galardon—tal traicion le ordenar!
Él  ha determinado—de hacerle justiciar.
Dejemos lo de la corte,—y al conde quiero tornar,
que estando con la condesa—una nache a bel folgar,
adurmióse el buen conde,—recordara con pesar;
las palabras que decia—son de dolor y pesar:
—¿Qué te hice, vil [10] fortuna?—¿Por qué te quieres mudar
y quitarme de mi silla,—en que el rey me fué a sentar?
¡Por falsedad de traidores—causarme tanto de mal! [11]
Que segun yo creo y pienso—no lo puede otro causar.—
A las voces que da el conde—su mujer fué a despertar; [12]
recordó muy espantada—de verle así hablar,
[p. 388] y hacer lo que no solia,—y de condición mudar.
—¿Qué habeis, mi señor el conde?—¿En qué podeis vos pensar?
—No pienso en otro, [1] señora,—sino en cosa de pesar,
porque un triste y mal sueño [2] —alterado [3] me hace estar.
Aunque en sueños [4] no fiemos,—no sé a qué parte lo echar,
que parecia muy cierto—que vi una águila volar,
siete halcones tras ella—mal aquejándola van,
y ella por guardarse de ellos—retrújose a mi ciudad;
encima de una alta torre—allí se fuera a asentar;
por el pico echaba fuego,—por las alas alquitran;
el fuego que de ella sale—la ciudad hace quemar;
a mí quemaba las barbas,—y a vos quemaba [5] el brial.
¡Cierto tal sueño como este—no puede ser sino mal!
Esta es la causa, condesa,—que me sentiste [6] quejar.
—Bien lo mereceis, buen conde,—si de ello os viene algun mal,
que bien ha los [7] cinco años,—que en corte no os ven estar,
y sabeis vos bien, el conde,—quién allí [8] os quiere mal,
que es el traidor de Tomillas [9] —que no suele reposar:
yo no lo tengo a mucho—que ordene [10] alguna maldad.
Mas, señor, si me creeis,—mañana antes de yantar
mandad hacer un pregon—por toda esa ciudad,
que vengan los caballeros—que están a vuestro mandar,
y por todas vuestras tierras—tambien los mandeis llamar,
que para cierta jornada [11] —todos se hayan de juntar.
Desque todos estén juntos—decirles heis la verdad,
que quereis ir a Paris—para con el rey hablar,
y que se aperciban todos—para en tal caso os honrar.
Segun de ellos sois querido,—creo no os podrán faltar:
iros heis con todos ellos—a Paris, esa ciudad,
besaréis la mano al rey—como la soleis besar,
y entonces sabréis, señor, [12] —lo que él os quiere mandar;
que si enojo de vos tiene—luego os lo demostrará, [13]
y viendo vuestra venida—bien se le podrá quitar.
—Pláceme, dijo, señora,—vuestro consejo tomar.—
Pártese el conde Grimaltos—a Paris, esa ciudad,
con todos sus caballeros—y otros que él pudo juntar.
Desque fué cerca Paris—bien quince millas o mas,
[p. 389] mandó parar a su gente,—sus tiendas mandó armar,
hizo aposentar los suyos—cada cual en su lugar.
Luego el rey de él hubo cartas,—respuesta no quiso dar.
Cuando el conde aquesto vido—en Paris se fué a entrar;
fuérase para el palacio—donde el rey solia estar;
saludó a todos los grandes,—la mano al rey fué a besar: [1]
el rey de muy enojado—nunca se la quiso dar,
ántes mas le amenazaba—por su muy sobrado osar,
que habiendo hecho tal traición—en Paris osase entrar;
jurando que por su vida—se debia maravillar
cómo, visto lo presente,—no lo hacia degollar;
y si no hubiera mirado—su hija no deshonrar,
que ántes que el dia pasara—lo hiciera justiciar:
mas por dar a él castigo,—y a otros escarmentar
le mandó salir del reino—y que en él no pueda estar.
Plazo le dan de tres dias—para el reino vaciar [2]
y el destierro es de esta suerte:—que gente no ha de llevar,
caballeros, ni criados—no le hayan de acompañar,
ni lleve caballo o mula—en que pueda cabalgar:
moneda de plata y oro—deje, y aun la de metal.
Cuando el conde esto oyera—¡ved cuál podia estar! [3]
Con voz alta y rigurosa,—cercado de gran pesar,
como hombre desesperado—tal respuesta le fué a dar:
—Por desterrarme tu Alteza—consiento en mi desterrar;
mas quien de mí tal ha dicho, [4] —miente y no dice verdad,
que nunca hice traicion,—ni pensé en maldad usar;
mas si Dios me da la vida—yo haré ver la verdad.—
Ya se sale de palacio—con doloroso pesar;
fuése a casa de Oliveros,—y allí halló a don Roldan.
Contábales las palabras—que con el rey fué a pasar;
despidiéndose está de ellos,—pues les dijo la verdad,
jurando que nunca en Francia—lo verian asomar,
si no fuese castigado—quien tal cosa fué a ordenar.
Ya se despedia de ellos;—por Paris comienza a andar
despidiéndose de todos—con quien solia conversar:
despidióse de Valdovinos—y del romano Fincan,
y del gaston [5] Angeleros,—y del viejo don Beltran,
y del duque don Estolfo,—de Malgesí otro que tal,
y de aquel solo invencible—Reinaldos de Montalvan.
Ya se despide de todos—para su viaje tomar.
La condesa fué avisada,—no tardó en Paris entrar:
derecha fué para el rey,—sin con el conde hablar,
[p. 390] diciendo que de su Alteza—se queria maravillar,
cómo al buen conde Grimaltos—lo quisiese asi tratar;
que sus obras nunca han sido—de tan mal galardonar,
y que suplica a su Alteza—que en ello mande mirar,
y si el conde no es culpado—que al traidor haga pagar
lo que el conde merecia—si aquello fuese verdad,
y asi será castigado—quien lo tal fué a ordenar. [1]
Cuando el rey aquesto oyera [2] —luego la mandó callar,
diciendo que si mas habla [3] —como a él la ha de tratar,
y que le es muy excusado—por el conde le rogar,
pues quien por traidores ruega—traidor se pueda llamar.
La condesa que esto oyera, [4] —llorando con gran pesar,
descendióse del palacio—para al conde ir a buscar.
Viéndose ya con el conde [5] —se llegó a lo [6] abrazar;
lo que el uno y otro dicen—lástima era de escuchar:
—¿Este es el descanso, conde,—que me habiades de dar?
¡No pensé que mis placeres—tan poco habian de durar!
Mas en ver que sin razon—por placer nos dan pesar,
quiero que cuando vais, conde,—cuenta de ello sepais dar.
Yo os demando una merced,—no me la querais negar,
porque cuando nos casamos—hartas [7] me habíades de dar.
Yo nunca las he habido,—aun las tengo de cobrar,
ahora es tiempo, buen conde,—de haberlas de demandar.
—Excusado es, la condesa,—eso ahora demandar,
porque jamas tuve cosa—fuera de [8] vuestro mandar,
que cuando vos demandeis—por [9] mi fe de lo otorgar.
—Es, señor, que donde fuéredes—con vos me hayais de llevar.
—Por la fe que yo os he dado—no se os puede [10] negar;
mas de las penas que siento—esta es la mas principal,
porque perderme yo solo—este perder es [11] ganar,
y en perderos vos, señora,—es perder sin mas cobrar;
mas pues asi lo quereis,—no queramos dilatar.
¡Mucho me pesa, condesa,—porque no podais andar,
que siendo niña y preñada—podríades peligrar!
Mas pues fortuna lo quiere [12] —recibidlo sin pesar,
que los corazones fuertes—se muestran en tal lugar.—
[p. 391] Tómanse mano por mano,—sálense de la ciudad;
con ellos sale Oliveros,—y ese paladin Roldan,
tambien el Dardin Dardeña,—y ese romano Fincan,
y ese gaston Angeleros,—y el fuerte Meridan: [1]
con ellos va don Reinaldos,—y Valdovinos el galan,
y ese duque don Estolfo,—y Malgesí otro que tal; [2]
las duefias y las [3] doncellas—tambien con ellos se van:
cinco millas de Paris—los hubieron de dejar.
El conde y condesa solos—tristes se habian de quedar:
cuando partirse tenian—no se podian hablar.
Llora el conde y la condesa,—sin nadie les consolar,
porque no hay grande ni chico—que estuviese sin llorar.
¡Pues las damas y doncellas,—que allí hubieron de llegar,
hacen llantos tan extraños,—que no los oso contar,
porque mientras pienso en ellos—nunca me puedo alegrar!
Mas el conde y la condesa—vanse sin nada hablar:
los otros caen en tierra—con la sobra del pesar:
otros crecen mas sus lloros—viendo cuán tristes se van.
Dejo de los caballeros—que a Paris quieren tornar;
vuelvo al conde y la condesa,—que van con gran soledad
por los yermos y asperezas—do gente no suele andar.
Llegado el tercero dia,—en un áspero boscaje
la condesa de cansada—triste no podia andar.
Rasgáronse sus servillas,—no tiene ya que calzar:
de la aspereza del monte [4] —los piés no podia alzar; [5]
do quiera que el pié ponia—bien quedaba la señal.
Cuando el conde aquesto vido,—queriéndola consolar,
con gesto muy amoroso—la comenzó de hablar:
—No desmayedes, condesa,—mi bien, querais [6] esforzar,
que aquí está una fresca fuente—do el agua muy fría está [7]
reposarémos, condesa,—y podrémos refrescar.—
La condesa que esto oyera—algo el paso fué a alargar,
y en llegando a la fuente—las rodillas fué a hincar.
Dió gracias a Dios del cielo,—que la trujo en tal lugar,
diciendo:—¡Buen agua es esta—para quien tuviese pan!—
Estando en estas razones—el parto le fué a tomar,
y allí pariera un hijo,—que es lástima de mirar
la pobreza en que se hallan—sin poderse [8] remediar.
[p. 392] El conde cuando vió el hijo—comenzóse de esforzar;
con el sayo que traia—al niño fué a cobijar;
también se quitó la capa—por a la madre abrigar; [1]
la condesa tomó el niño—para darle de mamar.
El conde estaba pensando—qué remedio le buscar,
que pan ni vino no tienen,—ni cosa con que pasar.
La condesa con el parto—no se puede levantar;
tomóla el conde en los brazos—sin ella el niño dejar,
súbelos a una alta sierra—para mas lejos mirar.
En unas breñas muy hondas—grande humo vió estar, [2]
tomó su mujer y hijo,—para allá les fué a llevar.
Entrando en la espesura—luego al encuentro le sale
un virtuoso ermitaño—de reverencia muy grande;
el ermitaño que los vido—comenzóles de hablar:
—¡Oh válgame Dios del cielo!—¿Quién aquí os fué a aportar?
Porque en tierra tan extraña—gente no suele habitar,
sino yo que por penitencia—hago vida en este valle.—
El conde le respondió—con angustia y con pesar:
—Por Dios te ruego, ermitaño,—que uses de caridad,
que despues habrémos tiempo—de cómo vengo, a contar:
mas para esta triste dueña—dame que le pueda dar,
que tres dias con sus noches—ha que no ha comido pan,
que allá en esa fuente fria—el parto le fué a tomar.—
El ermitaño que esto oyera,—movido de gran piedad,
llevóles para la ermira—do él solia habitar.
Dióles del pan que tenia,—y agua, que vino no hay:
recobró algo la condesa—de su flaqueza muy grande.
Allí le rogó el conde—quiera el niño bautizar. [3]
—Pláceme, dijo, de grado;—¿mas cómo le llamarán?
—Como quisiéredes, Padre,—el nombre le podréis dar.
—Pues nació en ásperos montes—Montesinos le dirán.— [4]
Pasando y viniendo dias,—todos vida santa hacen;
bien pasaron quince años,—que el conde de allí no parte. [5]
Mucho trabajó el buen conde—en haberle de enseñar [6]
a su hijo Montesinos [7] —todo el arte militar,
la vida de caballero—cómo la habia de usar,
[p. 393] cómo ha de jugar [1] las armas,—y qué honra ha de ganar,
cómo vengará el enojo [2] —que al padre fuéron a dar.
Muéstrale en leer y escribir—lo que le puede enseñar,
muéstrale jugar a tablas,—y cebar un gavilan.
A veinte y cuatro de junio,—dia [3] era de San Juan,
padre y hijo paseando—de la ermita se van; [4]
encima de una alta sierra—se suben a razonar.
Cuando el conde alto se vido—vido a Paris la ciudad.
Tomó al hijo por la mano,—comenzóle de hablar,
con lágrimas y sollozos—no deja de suspirar.

                  ( Aqui comienzan dos rom. del conde Grimaltos y su hijo Montesino
                 
(vale decir este romance, y el que le sigue). Pliego suelto del siglo XVI, en
                  el Rom. gen. del Sr. Durán —Silva de varios romances, ed. de Barcelona,
                  1582 .—Floresta de var. rom., edición de Madrid, 1674.) [5]

176

(MONTESINOS.—II)

Romance de Montesinos [6]

  —Cata Francia, Montesinos,—cata Paris la ciudad,
cata las aguas de Duero,—do van a dar en la mar;
cata palacios del rey,—cata los de don Beltran,
y aquella que ves mas alta—y que está en mejor lugar
es la casa de Tomillas,—mi enemigo mortal.
Por su lengua difamada—me mandó el rey desterrar,
y he pasado a causa de esto—mucha sed, calor y hambre,
trayendo los pies descalzos,—las uñas corriendo sangre.
A la triste madre tuya—por testigo puedo dar,
que te parió en una fuente—sin tener en que te echar.
Yo triste quité mi sayo—para haber de cobijarte;
ella me dijo llorando—por te ver tan mal pasar:
[p. 394] —Tomes este niño, conde,—y lléveslo a cristianar;
llamédesle Montesinos,—Montesinos le llamad.—
Montesinos que lo oyera—los ojos volvió a su padre;
las rodillas por el suelo—empezóle de rogar
le quisiese dar licencia,—que en Paris quiere pasar,
y tomar sueldo del rey—si se lo quisiere dar,
por vengarse de Tomillas,—su enemigo mortal;
que si sueldo del rey toma—todo se puede vengar.
Ya que despedirse quieren—a su padre fué a rogar
que a la triste de su madre—él la quiera consolar,
y de su parte le diga—que a Tomillas va buscar. [1]
—Pláceme, dijera el conde,—hijo, por te contentar.—
Ya se parte Montesinos—para en Paris entrar,
y en entrando por las puertas—luego quiso preguntar
por los palacios del rey—que se los quieran mostrar.
Los que se lo oian decir—dél se empiezan a burlar;
viéndolo tan mal vestido—piensan que es loco, o truhan;
en fin, muéstrenle el palacio,—por ver que quiere buscar:
[p. 395] sube alto en el palacio,—entró en la sala real,
halló que comia el rey,—don Tomillas a la par.
Mucha gente está en la sala,—por él no quieren mirar.
Desque hubieron ya comido—al ajedrez van a jugar
solos el rey y Tomillas—sin nadie a ellos hablar,
si no fuera Montesinos—que llegó a los mirar;
mas el falso de Tomillas,—en quien nunca hubo verdad,
jugara una treta falsa,—donde no pudo callar
el noble de Montesinos,—y publica su maldad.
Don Tomillas que esto oyera,—con muy gran riguridad
levantara la su mano,—un bofetón le fué a dar.
Montesinos con el brazo—el golpe le fué a tomar,
y echó mano al tablero,—y a don Tomillas fué a dar
un tal golpe en la cabeza,—que le hubo de matar.
Murió el perverso dañado,—sin valerle su maldad.
Alborótanse los grandes—cuantos en la sala están:
prendieron a Montesinos—y querianlo matar,
sino que el rey mandó a todos—que no le hiciesen mal,
porque el queria saber—quien le dió tan gran osar;
que no sin algun misterio—él no osara tal pensar.
Cuando el rey le interrogara —él dijera la verdad.
—Sepa tu real Alteza—soy tu nieto natural;
hijo aoy de vuestra hija,—la que hicisteis desterrar
con el conde don Grimaltos,—vuestro servidor leal,
y por falsa invención—le quisiste maltratar:
mas agora vuestra Alteza—de ello se puede informar;
que el falso de don Tomillas—sepan si dijo verdad,
y si pena yo merezco,—buen rey, mandádmela dar,
y también si no la tengo—que me mandásedes soltar,
y al buen conde y la condesa—los mandeis ir a buscar,
y les torneis a sus tierras—como solia gobernar.—
Cuando el rey aquesto oyera—no quiso mas escuchar.
Aunque veia ser él su nieto—quiso saber la verdad:
supo que don Tomillas—ordenó aquella maldad,
porque tuvo envidia—viéndole en prosperidad.
Cuando el rey la verdad supo—al conde hizo ir a buscar:
gente de a pié y de a caballo—iban para le acompañar,
y damas por la condesa—como solia llevar.
Llegado junto a Paris—dentro no quieren entrar,
porque cuando dél salieron—los dos fuéron a jurar
que las puertas de Paris—nunca las vieran pasar.
Cuando el rey aquello supo—luego mandó derribar
un pedazo de la cerca—por do pudiesen pasar
sin quebrar el juramento—que ellos fuéron a jurar:
lleváronlos al palacio—con mucha solemnidad,
hácenlos muy ricas fiestas—cuantos en la corte están.
[p. 396] Caballeros, dueñas, damas—los vienen a visitar,
y el rey delante de todos—por mayor honra les dar,
les dijo que habia sabido—como era todo maldad,
lo que dijo don Tomillas—cuando lo hizo desterrar:
y porque sea mas creido—allí les tornó a afirmar
todo lo que antes tenian,—y el gobierno general,
y que despues de sus dias—el reino haya de heredar
el noble de Montesinos,—y así lo mandó firmar.

                           (Canc. de Rom., s. a., fol. 193.— Canc. de Rom., 1550, fol. 205.—
                            Silva de var. rom., ed. de Barcelona del año de 1582.)

177

(MONTESINOS.—III)

Romance: el cual cuenta el desafío que hizo Montesinos a Oliveros en las salas de París:
hecho por Juan del Campo

       En las salas de Paris,—en un palacio sagrado
       ado está el emperador—con los pares razonando,
       acabando de comer,—un rumor se ha levantado.
       Oliveros y Montesinos—mal se quieren en celado.
       Oliveros fué el primero—que se habia desmesurado:
       —Dicho os he, Montesinos,—dias ha que os he rogado,
       que de amores de Aliarda—no tuviésedes cuidado,
       que no sois para servilla,—ni para ser su criado;
       si no fuese por el emperador—yo os habria castigado.—
       Montesinos que esto oyera,—la color se le ha mudado,
       así le tiemblan las carnes—como a hombre sentenciado;
       echó mano a la su espada,—su rico manto abajado,
       tiró un golpe a Oliveros;—mas no le habia acertado.
       Oliveros no tenia armas,—dos saltos atras ha dado.
       Metióse la gente en medio;—otra cosa no ha pasado.
       Ellos en aquesto estando—don Roldan habia llegado,
       a grandes voces diciendo:—¡Viva, viva el emperador, y el que vive a su mandado!
       —¡Viva! dijo Montesinos,—mas no de ser ultrajado;
       que si de esto no me vengo,—no entraré mas en poblado,
       ni comeré pan a mesa,—ni oiré misa en sagrado,
       ni me vestiré loriga,—ni cabalgaré en caballo,
       ni me llamarán en Francia—hijo del conde Grimaldo.
       Abájase del escala—con pasión muy lastimado,
       fuérase al meson de Burgo—ado estaba aposentado,
        [p. 397] armóse de una loriga—y de un arnes tranzado,
       echóse un escudo al cuello:—de todas armas armado,
       sin poner pié en el estribo,—en el caballo habia saltado.
       Sale por la puerta afuera—muy honesto y mesurado,
       por las calles que habia gente—íbase muy sosegado,
       por do via que no estaba—va corriendo como un gamo.
       En saliendo de Paris—topara con don Reinaldo, [1]
       primo suyo carnal,—en amor mas que hermano.
       —¿Adónde vais, Montesinos,—adó vais tan bien armado?
        O vais con mensaje a moros,—o venís desafiado.
       —No voy a nada de aqueso,—ni de ello tengo cuidado;
       mas Oliveros en palacio—de palabras me ha ultrajado
       respondiérale yo a ellas,—mas no quedé bien pagado.
       Por Dios os ruego, mi primo,—que vais a desafiarlo,
       que le digais de mi parte—que le espero en el campo,
       en el campo de san Dionís,—bien armado y a caballo.
       —Pláceme, dijo Reinaldo,—pláceme de muy buen grado,
       decírselo he de boca,—aunque esté muy ocupado,
       sino quisiere uno por uno—seremos dos por cuatro,
       aunque vinese con ellos—don Roldan el encantado.—
       Ellos en aquesto estando—Oliveros que ha llegado
       con la sobrevista verde.—¡Oh cuán bien parece armado!
       El gesto trae descubierto,—blanco es y colorado,
       a grandes voces diciendo:—Tiráos afuera, Reinaldo,
       lo que ha dicho Montesinos—presto le costará caro.
       —Pláceme, le dijo él,—pláceme de muy buen grado.—
       Volvió riendas al caballo,—en Paris se habia lanzado.
       Mejor fuera para ellos—no habellos él dejado.
       Pocas palabras se dicen,—metido se han en un prado.
       Apartóse el uno del otro—cuanto un tiro de dardo.
       De los muy recios encuentros—a tierra se han derrocado.
       Herido fué Montesinos—en el su izquierdo lado;
       asi quedara Oliveros—por medio de su costado,
       que el hierro de Montesinos—en el cuerpo le ha quedado.
       Levántanse ambos en pié,—las espadas han sacado;
       entre los dos caballeos—cruel batalla se ha trabado.
       Ellos en aquesto estando—Baldovinos que ha llegado
       con sus perras de trailla—y su halcon en la mano.
       Rogado les ha por la paz;—dél nada no se han curado.
       Batió piernas al caballo,—y él así los ha dejado.
       Fuése al emperador—muy triste, desconsolado.
       —¿Qué haceis aquí, señor,—con tan pequeño cuidado?
       Que hoy pierdes dos caballeros,—los mejores de tu estado,
         [p. 398] en el campo de san Dionís,—cada uno mal llagado.
       Si presto no socorréis—el campo será acabado.—
       Don Carlos cuando lo oyera—temblaba como azogado,
       cabalgó en un palafren—por no esperar a caballo.
       Con él iba en compañía—ese conde don Grimaldo,
       con él iban caballeros,—todos eran hijos-dalgo.
       En llegando a san Dionisio—véenlos estar en lo llano;
       cada cual caido en tierra,—que no bullen pié ni mano.
       Cuando así los vido el conde,—de su boca habia hablado:
       —¡Qué tal estais, mi hijo,—el mi hijo mucho amado,
       por las tierras do yo voy—por vos fuera muy honrado!
       Si habeis herida de muerte—de vuestra alma habed cuidado.
       Aunque vos murais, mi hijo,—de mi no seréis llorado,
       que ni moris por mesones,—ni por tableros jugando;
       moris como caballero—en el campo peleando.
       —Que no moriré, señor,—de lo que estoy agora llagado;
       mas socorred a Oliveros,—ved si está peor tratado.
       —Con él está acá, mi hijo,—el emperador don Carlos;
       mucho estaba mal herido,—vos no estais muy bien librado.—
       Alli llegó el emperador,—su rostro todo mojado
       de lágrimas de sus ojos—que por ellos ha llorado.
       —Si sois vivo, Montesinos,—yo quedaré consolado.—
       —Cuál me hallardes, señor,—estoy a vuestro mandado.—
       Con igual honra en Paris—ambos los han lanzado;
       con la vida de los dos—el pueblo se ha holgado.
       Mucho mas se holgó el conde,—y asi hiciera Reinaldo,
       que del bien de Montesinos—él estaba muy pagado.

                     (Siguese un romance: el cual cuenta el desafio que hizo Montesinos a
                     Oliveros en las salas de Paris,
etc. Pliego suelto del siglo XVI.)

177 a

(MONTESINOS.—IV)
(Al mismo asunto)

Romance de un desafío que se hizo en París de dos caballeros principales de la tabla redonda, los cuales son Montesinos y Oliveros. Fué el desafío por amores de una dama llamada Aliarda.

 En las salas de Paris,—en el palacio sagrado
 donde está el emperador—con su imperial estado,
  [p. 399] tambien estaban los doce—que a una mesa se han juntado,
obispos y arzobispos—y un patriarca honrado.
Despues que hubieron comido—y las mesas se han alzado,
ya se levanta la gente,—todos iban paseando
por una sala muy grande,—unos con otros hablando.
Unos hablan de batallas,—los que las han acostumbrado;
otros hablan de amores,—los que son enamorados.
Montesinos y Oliveros—mal se quieren en celado;
con palabras injuriosas—Oliveros ha hablado.
Las palabras fuéron tales,—que de esta suerte ha empezado:
—Montesinos, Montesinos,—¿cuánto ha que os he rogado
que de amores de Aliarda—no tuviésedes cuidado,
que no sois para servirla,—ni para ser su criado?
¡Si no, por el emperador,—yo os hubiera castigado!—
Montesinos que esto oyera—túvose por injuriado;
la respuesta que le dió—fué como de hombre esforzado.
—¡Buen caballero Oliveros,—mucho estoy maravillado,
siendo hombre de buen linaje—siempre entre buenos criado,
que vos a mi deshonrar—bien debia ser excusado;
que si tuviera yo [1] espada—como vos teneis al lado,
las palabras que dijistes—bien las hubiérades pagado!—
Oliveros que esto oyera—en la espada puso mano:
fuése para Montesinos—como hombre muy airado.
Montesinos no tiene armas,—descendióse del palacio.
Los ojos puestos en el cielo—juramento iba echando [2]
de nunca vestir loriga,—ni cabalgar en caballo,
ni comer pan a manteles,—ni nunca entrar en poblado
y de no rapar sus barbas,—ni de oir misa en sagrado,
ni llamarse Montesinos—hijo del conde Grimaltos,
hasta que vengue la mengua—que Oliveros le ha dado.
En llegando a su posada—fué muy prestamente armado:
pone el yelmo en su cabeza,—vístese un arnés tranzado;
mandó sacar una lanza—que él tenia en apartado:
que la lanza era muy fuerte,—y el hierro bien acerado.
Ya es armado Montesinos,—ya cabalga en su caballo:
las cartas que tiene escritas—a un paje las habia dado,
que las lleve a Oliveros—y se las diese en su mano,
y le diga que le aguarda—Montesinos en el campo,
armado de todas armas—y el caballo encubertado.
Ya se parte el mensajero—con las cartas que le ha dado;
en casa del emperador—a Oliveros ha hallado,
con muy grande reverencia—el paje lo ha llamado.
Oliveros es discreto,—y hombre muy bien criado,
[p. 400] apartóse con el paje—en un lugar apartado:
preguntó lo que queria,—o quien le habia enviado.
El paje cuando esto oyó—las cartas le hubo mostrado,
Oliveros que las vido—dijo que él daria recaudo.
Ya se parte el pajecico,—ya se sale del palacio.
El plazo que Montesinos—a Oliveros hubo dado,
cuatro horas le da de tiempo—que le aguardaria en el campo,
y si al plazo no viniese—por traidor seria llamado.
Él acudió de tal suerte,—que seis horas habian pasado.
Tanto aguardó Montesinos,—que ya estaba enojado.
Miéntra que en el campo andaba—a Oliveros esperando,
vió allí un caballero—que llamaban don Reinaldos,
que de linaje era su primo,—y en el voluntad más que hermano.
Las palabras que le dijo,—de esta manera ha hablado:
—Montesinos, Montesinos,—¿qué faceis, mi primo hermano,
que segun del modo os veo—vos estais mal enojado?
Alguno os desafió—y vos lo estais esperando,
porque no siento otra cosa—por qué estuviésedes armado. [1]
Montesinos que esto oyera—tal respuesta le hubo dado:
—La causa que ansí me hallais—vos la contaré de grado:
un presente hoy me trujeron,—y en él vino este caballo;
mas vos sabeis mi costumbre,—que si caballo me han dado,
el primer dia que a mí viene—ha de ser muy bien probado:
yo por ver qué tal es este—he subido en él armado.—
Don Reinaldos que esto oyera—esta respuesta le ha dado:
—Montesinos, Montesinos,—vuestro hablar es excusado;
vos a mí no me negueis—por qué estáis desafiado.—
Montesinos que esto vido—que lo sabia don Reinaldos,
luego sin mas dilacion—la verdad hubo contado.
—Vos sabeis, mi señor primo,—que hoy dentro en el palacio
yo y vuestro primo Oliveros—andábamos paseando:
de unas razones en otras—él me ha mal injuriado,
diciendo que de Aliarda—yo no tuviese cuidado,
que no era para servirla—ni para ser su criado;
que si mirado no hubiese—al gran emperador Carlos,
por el enojo que le hice—ya me hubiera castigado.
Yo le dije que hablaba—mal, y muy desmesurado,
y él echó mano a la espada—y embrazóse de su manto.
Yo hallándome sin armas—descendíme del palacio;
fuíme para mi posada—muy triste y muy enojado;
arméme con estas armas—que vos me hallais armado;
cartas envié a Oliveros—que le aguardaba en el campo:
cuatro horas le dí de tiempo—que le estaria esperando,
[p. 401] y si en estas no viniese—por traidor seria llamado.
Desque pasan las [1] cuatro horas,—otras dos habian pasado.
Don Reinaldos que esto oyó—esta respuesta le ha dado:
—Si quereis vos, Montesinos,—yo iré presto a llamarlo,
si no quiere oirlo de lengua,—decírselo he por las manos;
y si él no quiere venir,—para vos y mí, sean cuatro.—
Ellos estando en aquesto—Oliveros ha llegado,
no como hombre de pelea,—sino como enamorado.
Él viene muy gentil hombre,—mas tambien muy bien armado.
En llegando a Montesinos—de esta suerte le hubo hablado:
—Montesinos, Montesinos,—¿qué es esto, traidor malvado?
que la fe que tú me diste —¡hásmela muy mal guardado!
dijiste que estarias solo,—y hállote acompañado.—
Montesinos que esto oyó—tal respuesta le hubo dado:
—Oliveros, Oliveros,—de esto no estéis enojado,
que si compañía tengo—cierto vos lo habeis causado,
que si viniérades a tiempo—del plazo que os hube dado,
la compañía que tengo—no la hubiérades hallado,
que por causa de desdicha —él me halló aquí armado;
él me preguntó qué habia,—yo bien me hube excusado;
mas por importunacion—sabed que yo le he contado
lo que está entre vos y mí,—y lo que yo hube pasado:
mas yo os haré juramento—donde vos querais tomallo,
que por esta compañía—no seréis perjudicado,
sino que él se irá a Paris—quedando nos en el campo.
—Pláceme, dijo Oliveros,—de eso que habeis hablado.—
Reinaldos se entró en Paris—y ellos quedan en el campo.
Íbanse de par en par,—y juntos lado con lado,
hasta llegar a la huerta—donde el campo se habia dado.
Despues que dentro se vieron—Montesinos ha hablado:
—Agora es tiempo, Oliveros,—que se vea el mas esforzado.—
Vanse el uno para el otro,—recios encuentros se han dado,
los golpes han sido tales—que entrambos se han derribado:
media hora y mas estuvieron—que ninguno ha hablado.
Ya despues que esto pasó—el uno se ha levantado; [2]
fuése para Oliveros,—de esta suerte le ha hablado:
—Buen caballero, no estéis—por tan poco desmayado,
echemos mano a las hachas,—pues las lanzas se han quebrado.—
Oliveros que esto oyera—muy presto fué levantado:
danse tan terribles golpes—que presto se han desarmado;
las piezas de los arneses—veréis rodar por el campo.
Oliveros que esto vido—de esta suerte le ha hablado:
—Echá mano por la espada—pues que ya estais desarmado.—
Montesinos que esto oyera—presto la espada ha sacado:
[p. 402] fiérense de tales golpes—que se han mal aparejado.
Ellos estando en aquesto—un cazador ha llegado;
quísose poner entre ellos,—hanle mal amenazado,
que si entre ellos se pone—que él será muy mal tratado.
El cazador que esto oyera—medio muerto y espantado
se partió para Paris,—grandes voces iba dando:
—¿Qué es de ti, el emperador,—que hoy pierdes todo tu Estado?
¡Hoy entre los doce pares—veo gran ruido armado,
y el imperio de Paris—todo escandalizado!—
Oyólo el emperador,—donde estaba en el palacio:
mandó luego que le llamen—al que tal iba hablando.
Ya es llegado el cazador—do está el emperador Carlos.
Las palabras que le dice—con temor demasiado: [1]
—Señor, sepa vuestra Alteza—que hoy andando cazando
en la huerta de Sant Dionis,—dentro en ella yo he hallado
a Montesinos y a Oliveros—que se habian desafiado:
la sangre que de ellos corria—teñia las yerbas del campo,
que si ellos ya no son muertos,—estarán muy mal tratados.—
El emperador que esto oyera—muy presto hubo cabalgado
con todos los caballeros—los que allí hubo hallado.
De Oliveros iba un primo,—y tambien iba un su hermano,
y el padre de Montesinos,—ese conde don Grimaltos.
Cada uno tiene parientes,—iban escandalizados.
El emperador, que esto vido,—pregonar luego ha mandado:
que de manos ni de lengua—ninguno sea osado
de decir descortesía,—ni quistion hayan buscado, [2]
y quien quistion revolviese—fuese luego degollado.
Por miedo de aquel pregon—todo hombre va limitado.
En allegando a la huerta—el emperador hubo entrado.
Por el rastro de la sangre—los caballeros han hallado,
el uno caido a una parte,—otro caido a otro lado.
Llamó [3] a sus caballeros—los que le han acompañado:
cuando la gente los vió—veréis hacer un gran llanto:
unos dicen: ¡Ay mi primo!—otros dicen: ¡Ay mi hermano!—
El conde Grimaltos dice:—¡Ay mi hijo mal logrado!—
Cuando el emperador vido—su pueblo escandalizado,
mandó traer unas andas—en que hubiesen llevado
aquellos dos caballeros—que se habian maltratado,
que los lleven a Paris—dentro del real palacio:
doctores y bachilleres [4] —que viniesen a curarlos.
Fué la voluntad divina—que a poco tiempo pasado
les hallan gran mejoria,—que se han mucho remediado.
[p. 403] Ya sanos los caballeros,—y Dios que [1] les ha ayudado,
mandóles el emperador,—que amigos hayan quedado.
Cásanlos con sendas damas—las mas lindas del palacio,
y púsoles grandes penas—que ninguno sea osado
de hablar con Aliarda,—ni de ser su enamorado, [2]
y quien esto quebrantase—de la vida sea privado.
Así quedaron amigos—y el imperio asosegado.
Luego Aliarda casó—con un caballero honrado;
quedaron todos contentos—y el romance fué acabado. [3]

                           (Canc. de Rom., s. a., fol. 65 .—Canc. de Rom., 1550, fol. 65 .—
                            Silva
de 1550, t. II, fol. 162.— Floresta de var. rom.) [4]

178

(MONTESINOS.—V)

Romance de Guiomar y del emperador Carlos: que trata de cómo libró al rey Jafar su padre y a sus reinos del emperador: y de cómo se tornó cristiana y casó con Montesinos.

  Ya se sale Guiomar—de los baños de bañar
colorada como la rosa,—su rostro como cristal.
Cien damas salen con ella—que a su servicio están,
eran todas fijas-dalgo,—muy fermosas en verdad,
ricamente ataviadas—que era gloria de mirar.
Preguntando va Guiomar—por el rey Jafar su padre.
Respondiera un caballero—que le estaba delante:
—Retraido está, señora,—en su palacio real,
de dentro de siete puertas—allá se fuera a encerrar,
y mandó a los porteros,—que a nadie dejen entrar
sino a sus caballeros,—los del consejo real;
llorando está de sus ojos—que es dolor de lo mirar,
mesábase los cabellos,—sus barbas otro que tal.
La causa del lloro tan grande—yo no la sabré contar;
mas sé que le han venido cartas—de Cárlos el emperante,
lo que contienen aquellas—yo no lo sabré contar.—
[p. 404] Guiomar que esto oyera—corriendo va a mas andar,
que ni atiende a sus damas,—ni a nadie quiso esperar;
ántes se fué al palacio—donde estaba el rey su padre.
No hay portero que la detenga—ni la osase hablar.
Allegara a la gran sala—donde su padre está,
vió a sus caballeros—que le estaban delante,
puestos en tan gran silencio—que a nadie oyó hablar,
y allí vido estar al rey—en la su silla real,
su mano tenia en el rostro—con un pensamiento grande.
Allegose Guiomar,—y humillósele delante,
tomándolo por la mano—por habérgela de besar.
El rey Jafar que la viera—la fué luego a levantar:
y besándola en el rostro—no podo estar de llorar;
fízole dar una silla,—y cabo el se fué a sentar.
Allí fabló Guiomar—y empezara de hablar:
—Por Dios vos ruego, el rey,—me digades la verdad,
¿qué es la causa del enojo?—¿quién vos ha hecho pesar?
y acordáos que las mujeres—son para bien y para mal.—
Respondiérale el rey—con gran tristeza y pesar:
—Sabréis, fija Guiomar,—la causa de nuestro mal:
que ha dos horas o poco menos—cartas me fuéron llegar,
las cuales envió don Carlos,—capitán de la cristiandad,
en que me envía las treguas,—y me tornara las paces,
y me suelta los tributos,—que ya no los quiere mas;
mas demándame mis reinos—que se los haya de dejar:
y si no lo hago, hija,—los meterá a huego y sangre.
Treinta dias me dió de plazo,—que mas no me quiso dar,
y la peor señal que veo,—y que a mi da mayor pesar,
es ver que en riberas de Ebro—tiene asentado su real;
y si hago resistencia—serme hia mayor mal;
aunque sesenta mil combatientes—bien los puedo yo allegar
de Aragon y de Castilla,—y Valencia esa ciudad;
mas ¿qué aprovecha?, mi hija,—que será doblar mis males,
que tiene otros tantos,—y con ellos los doce pares,
y si más gente quisiere,—a toda la cristiandad.
Y de todo aquesto, fija,—a vos toca el mayor mal,
que de mí ya no me pesa,—que soy viejo y de gran edad;
mas recibo de vos pena—que sois niña y de poca edad:
porque agora venia el tiempo—que habíades de reinar.
¿Quién gobernará mis reinos,—mis villas y mis ciudades?
¿Quién manterná mis caballeros,—los de mi corte real?
¿Y vos, y yo, la mi fija,—dónde iremos a parar?—
Guiomar era discreta—si en el mundo habia su par,
y cuanto le dijo el rey—lo fué muy bien a escuchar,
respondióle con gran tiento—y empezara de hablar:
—No desmayes, el buen rey,—no quieras tomar pesar,
[p. 405] que si Alá me da la vida—yo lo entiendo remediar,
si vos, rey, me dais licencia—que haga a mi voluntad,
y que lo que yo hiciere—por hecho lo hayais de dar.—
El rey Jafar que esto oyera—tal respuesta le fué a dar:
—Por Dios vos ruego, mi fija,—vos me lo querais contar,
de qué suerte lo haredes,—o cómo pensais remediar.—
Guiomar como obediente—le diera respuesta tal:
—Que de grado lo diría—por servir su Majestad.
Acordáos, rey, de Celinos—que tovistes en catividad,
que siete años o mas—estuvo sin libertad,
y sin decillo a vuestra Alteza—licencia le fuera a dar,
que se tornase en Francia,—a su tierra natural:
pues estando él en el campo—en algo me ha de ayudar,
y cuando él no me ayudase,—otro mayor pienso fallar;
que allí será Montesinos,—ese esclarecido infante,
que mucho tiempo me ha servido—en vuestra corte real,
por mí ha hecho torneos,—por mí en campo fué a entrar;
y tambien sé que don Carlos,—aquel alto emperante,
nadie le pidió merced—que él no se la otorgase.
Y por esto os ruego, padre,—licencia me querais dar,
que delante dél yo vaya—para merced le demandar:
que él es tan magnífico hombre—que no me la negará.—
El rey Jalfar que esto oyera—luego se fuera a turbar,
maldiciendo la fortuna—empezara de llorar,
diciendo estas palabras—con dolor y sospirar:
—¡Oh desventurado rey—que en el mundo no hay su par!
¡Oh mi hija Guiomar,—espejo de mi mirar!
¡Oh descanso de mi vida,—reposo de mi pesar!
¿Quién vos dará tal licencia,—quién vos la osará dar?
¿Quién vos asegura, fija,—a vos en la cristiandad,
que no os sea hecha deshonra,—o vos hayan de avergonzar?—
Guiomar que aquesto oyera—tal respuesta le fué a dar:
—Yo suplico a vuestra Alteza—que no quiera tal hablar,
que nunca en campo ninguno—se usó tal platicar:
que a nadie que fuese de grado—se le oviese de hacer mal:
cuanto mas do está el gran Carlos—y aquellos doce sin par;
así que por ese cabo—bien os podréis segurar.—
Y envía por las trompetas—cuantas en la tierra están,
manda hacer un pregon—por su reino general:
que cualquier dama hermosa—se haya de aparejar,
y otro dia de mañana—sea al palacio real.
Viendo el rey que mas no pudo—el pregon mandara dar:
que obedezcan a Guiomar,—que hagan a su voluntad.
Viérades la barahunda—que habia en la ciudad,
de atavíos de las damas—cuál saldria mas galana.
Pues decir de Guiomar—seria largo de contar,
[p. 406] que toda la noche en peso—jamas se quiso acostar;
mas puesta en invenciones—y en vestidos se ensayar.
Y no era venido el dia—cuando ella en punto está;
mandó abrir las sus salas—y su palacio real,
Viérades entrar las damas—que es placer de lo mirar,
cada una de su atavío—quién mas linda puede andar.
Y cuando estuvieron juntas—en su palacio real,
fablárales Guiomar—a todas en general:
—Bien sabeis, hermanas mias,—nuestra gran necesidad,
y sabeis todas las cosas—que ha escrito el emperante,
y para remediar tal daño—es de gran necesidad,
que vais todas conmigo—a la su tienda real
a suplicar a su Alteza,—merced nos quiera otorgar,
que nos delibre las tierras,—y que nos torne la paz.—
Las damas que esto oyeron—le dieron respuesta tal:
que eran todas muy contentas—por servir su Majestad.
Levantóse en pié Guiomar,—agradecióles su voluntad,
y escogió cien damas de ellas—que mas le fuéron agradar,
aunque no fuesen fijas-dalgo,—ni de muy alto linaje,
y las que no eran tan vestidas—de sus ropas les hacía dar;
mandó traer cabalgaduras—para ellas cabalgar,
ricamente guarnecidas—que era cosa de mirar;
con ellas cien caballeros—por mas honestas andar.
Mandó allegar las trompetas—y atabales otro que tal,
hizo venir los instrumentos—que se pudieron hallar.
Desque todo fué a punto—mandó a todos cabalgar.
Viérades cabalgar damas,—caballeros otro que tal;
ver cuál iba Guiomar—nadie lo sabría contar:
encima de una hacanea blanca—que en Francia no la habia tal,
un brial vestido blanco—de chapado singular,
mongil de blanco brocado,—enforrado en blanco cendal,
bordado de pedrería—que no se puede apreciar,
una cadena a su cuello—que valia una ciudad,
cabellos de su cabeza—sueltos los quiere llevar,
que parecen oro fino—en medio de un cristal,
una guirnalda en su cabeza,—que su padre le fué a dar,
de muy rica pedrería—que en el mundo no hay su par.
Ya se parte Guiomar,—ya empieza de caminar,
con ella sale el rey Jafar—fasta la puerta de la ciudad.
Desque fuéron a la puerta—Guiomar le fué a hablar,
tomándolo de las manos—que se las quiere besar,
rogándolo mucho de grado—no recibiese pesar.
El rey Jafar que la oyera—no pudo estar de llorar,
diciéndole:—Fija mia,—no me querais olvidar,
cuando seréis entre cristianos,—de mí os querais acordar;
mirad como quedo solo—con una angustia mortal.—
[p. 407] Dándole su bendición—licencia le fuera a dar.
Ya se parte Guiomar—para do está el emperante.
Siesta era de mediodia,—tiempo de calor muy grande,
cuando el emperador Carlos—se levanta de yantar,
y con él todos los doce—que a su mesa comen pan;
cada uno se va a su tienda—a dormir y a folgar:
cuando llegó Guiomar—al real del emperante.
Desque fué cerca las tiendas—las trompetas mandó llamar,
que desparasen todos juntos—cuantos instrumentos hay.
Ya desparan las trompetas,—atabales otro que tal,
hacian tan grande estruendo—que la tierra hacen temblar.
Viérades los franceses—voces que empiezan a dar,
diciendo:—¡Al arma, al arma,—todo hombre a cabalgar!
que este era el rey Jafar,—o alguna traicion grande.—
Mas presto llega la guarda—que tenia el emperante,
y vieron ser Guiomar,—que venia tan triunfante.
Presto se tornan las guardas—por la gente asegurar,
y dieron presto las nuevas—a Carlos el emperante:
cómo era Guiomar—que venia le hablar,
y le demanda licencia—si la dejaría entrar.
El emperador muy contento—de grado se la fué a dar.
Ya entraba Guiomar—por medio de aquel real.
Treinta pasos de la tienda—donde estaba el emperante
descabalgó Guiomar,—sus damas mandó apear
por hacer acatamiento—a la corona real;
pasó por medio la guarda—que tenia el emperante,
que eran mas de dos mil hombres—los que le suelen guardar.
Y cuando llegó a la puerta—de aquella tienda real,
viera estar a don Carlos,—aquel alto emperante,
conociólo Guiomar—segun dél tenia señal:
con aquellas barbas blancas—que tenia por la su faz,
que jamas pelo en su vida—de la barba fuera a cortar.
Guiomar como discreta—ante él se fué a arrodillar,
tomándolo por las manos—por habérselas de besar.
El emperador que la mira—le fué tanto a contentar,
que la tomó por los brazos,—y la hizo levantar,
besándola en el carrillo,—las manos no le quiso dar,
antes la tomó del brazo,—y en la tienda la hizo entrar,
hízole dar una silla,—cabo él la mandó asentar,
fablándole muchas palabras—que era placer de escuchar,
dícele que le pesaba,—por ser de tan gran edad,
para ser su caballero,—y de ella se enamorar.
Hablando de estos placeres—en que los dos están,
viérades los caballeros—atavíos ensayar,
cuál iria mas polido,—cuál iria mas galan,
y el que mas presto se viste—se va a la tienda real
[p. 408] a ver la gran fermosura,—por ver aquella beldad
de Guiomar la linda—que en lindeza no hay su par.
Allí vino Oliveros,—allí vino don Roldan,
y vienen los doce pares—de Francia la natural.
A todos hace dar sillas—aquella real Majestad.
Ellos en aquesto estando—vieron por la puerta entrar
ese infante Montesinos,—sobrino del emperante,
con una ropa de brocado—que al suelo quiere llegar,
una cadena a su cuello—que mil marcos de oro vale.
Guiomar desque lo viera—al emperador fué suplicar,
le quisiese dar licencia—para habelle de hablar.
El emperador de buen grado—luego se la fuera a dar.
Salió a la puerta de la tienda,—y fuéraselo a abrazar.
Montesinos que la viera—cuasi se fuéra a turbar,
la color toda mudada,—le empezara de hablar:
—Bien sea venida vuestra Alteza,—bueno sea vuestro llegar.—
Y tomábale las manos—que se las queria besar;
mas Guiomar no quiso,—nunca se las quiso dar.
Montesinos de turbado—no se le feó a acordar,
que habia andado diez pasos—sin la cabeza se cobijar.
Guiomar que lo viera—el bonete le hizo tornar.
El emperador que los viera—luego los hace sentar,
desque todos fuéron posados—empezaron de hablar
de aquella gran fermosura,—que Dios habia querido dar
a la infanta Guiomar—y a las damas que con ella van.
Allí fabló el emperador—a todos en general:
—Yo tal fermosura de dama—nunca ví en la cristiandad;
mas por ser ella tan hermosa—una merced le quiero dar:
que yo he dado treinta dias—a su padre el rey Jafar
demandándole las tierras,—y tornándole la paz,
por amor de Guiomar—le quiero dar mucho mas,
yo le doy mas cuatro meses,—y estos le quiero dar.—
Guiomar que esto oyera—en pié se fué a levantar,
las rodillas por el suelo—le comenzó de hablar
haciéndole muchas gracias—de la merced que le fué a dar:
—Mas suplico a vuestra Alteza,—no se quiera enojar,
de recebir una merced—la cual yo le quiero dar:
que tome todos los reinos—que hoy son del rey mi padre,
y esto sin hacer guerra,—sino de muy buena voluntad.—
El emperador que esto oyera—fuése a maravillar,
diciendo estas palabras—con un placer atan grande:
que jamas fallara a nadie—que le llevase ventaja
de hacer siempre mercedes,—y dar de contino a grandes,
sino era Guiomar—que con él se quiso igualar;
mas que él no consiente,—ni lo quería otorgar,
que antes le torna las tierras,—y le volvia las paces,
[p. 409] y le suelta los tributos,—que no los queria mas,
y le hacia seguro—de nunca lo enojar:
—Mas yo vos pido una gracia,—nunca me la querais negar,
que se tornase cristiana,—y con Montesinos casar.—
Guiomar que esto oyera—mucho se fuera a turbar,
estuvo pensando un rato—sin respuesta le tornar;
mas Dios todopoderoso—en su corazón fué a entrar,
y dijo, que le placia—de cristiana se tornar,
por hacer servicio a su Alteza,—con Montesinos casar:
—y esto muy secretamente—que no lo sepa mi padre,
pues que era ya tan viejo—y puesto en la postrera edad;
que desque será muerto—yo lo haré publicar.—
Mandó venir un arzobispo—y un perlado cardenal,
que la hiciesen cristiana,—y la quieran desposar.
Esto hecho entre ellos—licencia fué a demandar
a aquel gran emperador,—que luego se la fué a dar.
Y así se fué Guiomar—con muy gran solemnidad.
Gran fiesta le hizo su padre—cuando la vido tornar.

              (Romance de Guiomar y del emperador Carlos, etc. Pliego suelto
                del siglo XVI.)

179

(MONTESINOS.—VI)

Romance de Rosaflorida

       En Castilla está un castillo,—que se llama Rocafrida;
       al castillo llaman Roca,—y a la fonte llaman Frida.
       El pié tenia de oro,—y almenas de plata fina;
       entre almena y almena—está una piedra zafira;
       tanto relumbra de noche—como el sol a mediodia.
       Dentro estaba una doncella—que llaman Rosaflorida:
       siete condes la demandan,—tres duques de Lombardía;
       a todos les desdeñaba,—tanta es su lozanía.
       Enamoróse de Montesinos—de oidas, que no de vista.
       Una noche estando así,—gritos da Rosaflorida:
       oyérala un camarero,—que en su cámara dormia.
       ¿Qué es aquesto, mi señora?—¿qué es esto, Rosaflorida?
       o tenedes mal de amores,—o estáis loca sandía.
       —Ni yo tengo mal de amores,—ni estoy loca sandía,
       mas llevásesme estas cartas—a Francia la bien guarnida;
       diéseslas a Montesinos,—la cosa que yo mas queria;
        [p. 410] dile que me venga a ver—para la Pascua Florida;
       darle he yo este mi cuerpo,—el mas lindo que hay en Castilla,
       si no es él de mi hermana,—que de fuego sea ardida;
       y si de mí mas quisiere—yo mucho mas le daria:
       darle he siete castillos—los mejores que hay en Castilla.

                         (Canc. de Rom., s. a., fol. 190.— Canc. de Rom., 1550, fol. 201.)

[p. 411] 180

ROMANCES DE DURANDARTE

Romance de Durandarte.—I

       Durandarte, Durandarte,—buen caballero probado,
       yo te ruego que hablemos—en aquel tiempo pasado,
       y dime si se te acuerda—cuando fuiste enamorado,
       cuando en galas e invenciones—publicabas tu cuidado,
       cuando venciste a los moros—en campo por mí aplazado:
       agora, desconocido,—di, ¿por qué me has olvidado?
       —Palabras son lisonjeras,—señora, de vuestro grado,
       que si yo mudanza hice—vos lo habeis todo causado,
       pues amastes a Gaiferos,—cuando yo fuí desterrado;
       que si amor quereis comigo—tenéislo muy mal pensado;
       que por no suirir ultraje—moriré desesperado.—

                        (Canc. de Constantina, fol. 63.— Canc. general de 1511, fol. 137.—
                         Canc. de Rom., s. a., f. 237.— Canc. de Rom., 1550. f. 251.—
                         Silva de 1550. t. I. f. 161.)

181

(DURANDARTE.—II)

Romance de Oh Belerma

¡Oh Belerma! oh Belerma!—por mi mal fuiste engendrada,
que siete años te serví—sin de ti alcanzar nada;
agora que me querias—muero yo en esta batalla.
No me pesa de mi muerte—aunque temprano me llama;
mas pésame que de verte—y de servirte dejaba.
¡Oh mi primo Montesinos!—lo que agora yo os rogaba,
que cuando yo fuere muerto—y mi ánima arrancada,
vos lleveis mi corazon—adonde Belerma estaba,
y servilda de mi parte,—como de vos yo esperaba,
y traelde a la memoria—dos voces cada semana;
y diréisle que se acuerde—cuán cara que me costaba;
[p. 412] y dalde todas mis tierras—las que yo señoreaba;
pues que yo a ella pierdo,—todo el bien con ella vaya.
¡Montesinos, Montesinos!—¡mal me aqueja esta lanzada!
el brazo traigo cansado,—y la mano del espada:
traigo grandes las heridas,—mucha sangre derramada,
los extremos tengo frios,—y el corazón me desmaya,
los ojos que nos vieron ir—nunca nos verán en Francia.
Abracéisme, Montesinos,—que ya se me sale el alma.
De mis ojos ya no veo,—la lengua tengo turbada;
yo vos doy todos mis cargos,—en vos yo los traspasaba.
—El Señor en quien creeis—él oiga vuestra palabra. [1]
Muerto yace Durandarte—al pié de una alta montaña,
llorábalo Montesinos,—que a su muerte se hallara:
quitándole está el almete,—desciñéndole el espada;
hácele la sepultura—con una pequeña daga;
sacábale el corazón,—como él se lo jurara,
para llevarlo a Belerma,—como él se lo mandara.
Las palabras que le dice—de allá le salen del alma:
—¡Oh mi primo Durandarte!—¡primo mio de mi alma!
¡espada nunca vencida!—¡esfuerzo do [2] esfuerzo estaba!
¡quien a vos mató, mi primo,—no sé por qué me dejara!

                     (Canc. de Rom., s. a., fol. 254.— Canc. de Rom., 1550, fol. 269.)

182

Romance de Durandarte.—III

  Muerto yace Durandarte—debajo [3] de una verde haya,
con él está Montesinos—que en la muerte se hallara: [4]
la fuesa le está haciendo [5] —con una pequeña daga. [6]
Desenlázale el arnes, [7] —el pecho le desarmaba;
por el costado siniestro—el corazon le sacaba,
volviendolo [8] en un cendal,—de mirarlo no cesaba.
Con palabras dolorosas—la vista solemnizaba:
—¡Corazon del mas valiente,—que en Francia ceñia espada,
ahora seréis llevado—adonde Belerma estaba!
Para dar clara señal [9] —de la verdadera llaga
[p. 413] será hecho el sacrificio—que ella tanto deseaba
del amador mas leal,—a la mas cruel y brava.
Use clemencia en la muerte,—pues en vida os la robaba. [1]
¡Si vuestra muerte le duele,—dichosa será la paga
a quien está aguardando [2] —el contento de su dama,
que hasta ver la licencia—el cuerpo muerto acompaña!
Allegando Montesinos [3] —adonde Belerma estaba,
le dice [4] con el semblante—que el dolor le convidaba:
—Si la potencia de amor [5] —te ha rendido en su batalla,
muéstralo en saber que es muerto [6] —el que más que a sí te amaba.
Belerma con estas nuevas [7] —no menos que muerta estaba;
mas despues que ya tornó,—entre si se razonaba:
—¡Mi buen señor Durandarte,—Dios perdone la tu alma,
que segun queda la mia,—presto te tendrá compaña. [8]

                  (Aquí comiençan dos rom. con sus glosas. El primero de Durandarte, etc.
                   Pliego suelto del siglo XVI.—Timoneda, Rosa de amores.) [9]

[p. 414] 183

ROMANCES DE LA BATALLA DE RONCESVALLES

Romance que dice: Domingo era de Ramos.—I

       Domingo era de Ramos,—la Pasion quieren decir,
       cuando moros y cristianos—todos entran en la lid.
       Ya desmayan los franceses,—ya comienzan de huir.
       ¡Oh cuán bien los esforzaba—ese Roldan paladin!
       —¡Vuelta, vuelta, los franceses,—con corazon, a la lid!
       ¡mas vale morir por buenos,—que deshonrados vivir!—
       Ya volvian los franceses—con corazon a la lid;
       a los encuentros primeros—mataron sesenta mil.
       Por las sierras de Altamira—huyendo va el rey Marsin,
       caballero en una cebra,—no por mengua de rocin.
       La sangre que dél corria—las yerbas hace teñir;
       las voces que iba dando—al cielo quieren subir.
       —¡Reniego de tí, Mahoma,—y de cuanto hice en tí!
       Hícete cuerpo de plata,—piés y manos de un marfil;
       hícete casa de Meca—donde adorasen en tí,
       y por mas te honrar, Mahoma,—cabeza de oro te fiz.
       Sesenta mil caballeros—a tí te los ofiecí;
       mi mujer la reina mora—te ofreció treinta mil.

                           (Canc. de Rom., s a., fol. 229.— Canc. de Rom., 1550, fol. 244.)

184

(LA BATALLA DE RONCESVALLES.—II)

Romance de doña Alda

En Paris está doña Alda—la esposa de don Roldan,
trescientas damas con ella—para la acompañar:
todas visten un vestido,—todas calzan un calzar,
todas comen a una mesa,—todas comian de un pan,
sino era doña Alda,—que era la mayoral.
[p. 415] Las ciento hilaban oro,—las ciento tejen cendal,
las ciento tañen instrumentos—para doña Alda holgar.
Al son de los instrumentos—doña Alda adormido se ha:
ensoñado habia un sueño,—un sueño de gran pesar.
Recordó despavorida—y con un pavor muy grande,
los gritos daba tan grandes,—que se oian en la ciudad.
Allí hablaron sus doncellas,—bien oiréis lo que dirán:
—¿Qué es aquesto, mi señora?—¿quién es el que os hizo mal?
—Un sueño soñé, doncellas,—que me ha dado gran pesar;
que me veía en un monte—en un desierto lugar:
de so los montes muy altos—un azor vide volar,
tras dél viene una aguililla—que lo ahinca muy mal.
El azor con grande cuita—metióse so mi brial;
el aguililla con grande ira—de allí lo iba a sacar;
con las uñas lo despluma,—con el pico lo deshace.—
Allí habló su camarera,—bien oiréis lo que dirá:
—Aquese sueño, señora,—bien os lo entiendo soltar:
el azor es vuestro esposo,—que viene de allen la mar;
el águila sedes vos,—con la cual ha de casar,
y aquel monte es la iglesia—donde os han de velar.
—Si así es, mi camarera,—bien te lo entiendo pagar.—
Otro dia de mañana—cartas de fuera le traen;
tintas venian de dentro,—de fuera escritas con sangre,
que su Roldan era muerto—en la caza de Roncesvalles.

                                                          (Canc. de Rom., 1550 , fol. 102.)

185

(LA BATALLA DE RONCESVALES.—III)

Romance que dicen: Por la matanza va el viejo

  Por la matanza va el viejo, [1] —por la matanza adelante;
los brazos lleva cansados—de los muertos rodear:
vido a todos los franceses—y no vido a don Beltran.
Siete veces echan suertes—quién le volverá a buscar;
echan las tres con malicia,—las cuatro con gran maldad:
todas siete le cupieron—al buen viejo de su padre. [2]
Vuelve riendas al caballo,—y él se lo vuelve a buscar,
de noche por el camina,—de dia por el jaral.
[p. 416] En [1] la entrada de un prado,—saliendo de un arenal,
vido estar en esto un moro—que velaba en un [2] adarve:
hablóle en algarabía,—como aquel que bien la sabe: [3]
—Caballero de armas blancas,—¿si lo viste acá pasar?
si le tienes preso, moro,—a oro te le pesarán,
y si tú le tienes muerto—désmelo para enterrar,
por que el cuerpo sin el alma—muy pocos dineros vale. [4]
—Ese caballero, amigo,—díme tú, ¿qué señas ha?
—Armas blancas son las suyas,—y el caballo es alazan,
y en el carrillo derecho—él tenia una señal,
que siendo niño pequeño—se la hizo un gavilán.
—Ese caballero, amigo,—muerto está en aquel pradal;
dentro del [5] agua los piés,—y el cuerpo en un arenal:
siete lanzadas tenia,—pásenle de parte a parte. [6]

                               ( Canc. de Rom., s. a., fol. 188.— Silva de 1550, t. I, fol. 112.
                                Floresta de var. rom. )

185 a

(LA BATALLA DE RONCESVALLES.—IV)

(Al mismo asunto.)

  En los campos de Alventosa—mataron a don Beltran,
nunca lo echaron ménos—hasta los puertos pasar.
Siete veces echan suertes—quién lo volverá a buscar;
todas siete le cupieron—al buen viejo de su padre;
las tres fueron por malicia,—y las cuatro con maldad.
Vuelve riendas al caballo,—y vuélveselo a buscar
de noche por el camino,—de dia por el jaral.
Por la matanza va el viejo,—por la matanza adelante;
los brazos lleva cansados—de los muertos rodear:
no hallaba al que busca,—ni ménos la su señal;
vido todos los franceses—y no vido a don Beltran.
Maldiciendo iba el vino, [7] —maldiciendo iba el pan,
el que comian los moros,—que no el de la cristiandad:
[p. 417] maldiciendo iba el árbol—que solo en el campo nasce,
que todas las aves del cielo—allí se vienen a asentar,
que de rama ni de hoja—no la dejaban gozar:
maldiciendo iba el caballero,—que cabalgaba sin paje;
si se le cae la lanza—no tiene quien se la alce,
y si se le cae la espuela—no tiene quien se la calce:
maldiciendo iba la mujer—que tan solo un hijo pare;
si enemigos se lo matan—no tiene quien lo vengar.
A la entrada de un puerto,—saliendo de un arenal,
vido en esto estar un moro—que velaba en un adarve:
hablóle en algarabía,—como aquel que bien la sabe:
—Por Dios te ruego, el moro,—me digas una verdad:
caballero de armas blancas—si lo viste acá pasar,
y si tú lo tienes preso,—a oro te lo pesarán,
y si tú lo tienes muerto—désmelo para enterrar,
pues que el cuerpo sin el alma—solo un dinero no vale.
—Ese caballero, amigo,—dime tú qué señas trae.
—Blancas armas son las suyas,—y el caballo es alazan,
y en el carrillo derecho—él tenia una señal,
que siendo niño pequeño—se la hizo un gavilan.
—Este caballero, amigo,—muerto esta en aquel pradal;
las piernas tiene en el agua,—y el cuerpo en el arenal:
siete lanzadas tenia—desde el hombro al carcañal,
y otras tantas su caballo—desde la cincha al pretal.
No le dés culpa al caballo,—que no se las puedes dar;
que siete veces lo sacó—sin herida y sin señal,
y otras tantas lo volvió—con gana de pelear.

                                                     (Canc. de Rom, 1550, fol. 198.) [1]

[p. 418] 186

                  (LA BATALLA DE RONCESVALLES.—V)

Romance del conde Guarinos Almirante de la mar: trata cómo lo cativaron los moros

  ¡Mala la vistes, franceses,—la caza de Roncesvalles!
Don Carlos perdió la honra,—murieron los doce pares,
cativaron a Guarinos—almirante de las mares:
los siete reyes de moros—fuéron en su cativar.
Siete veces echan suertes—cuál de ellos lo ha de llevar;
todas siete le cupieron—a Marlotes el infante.
Más lo preciara Marlotes—que Arabia con su ciudad
Dícele de esta manera,—y empezóle de hablar:
—Por Alá te ruego, Guarinos,—moro te quieras tornar;
de los bienes de este mundo—yo te quiero dar asaz.
Las dos hijas que yo tengo—ambas te las quiero dar,
la una para el vestir,—para vestir y calzar,
la otra para tu mujer,—tu mujer la natural.
Darte he en arras y dote—Arabia con su ciudad;
si mas quisieses, Guarinos,—mucho mas te quiero dar.—
Allí hablara Guarinos,—bien oiréis lo que dirá:
—¡No lo mande Dios del cielo—ni Santa María su Madre,
que deje la fe de Cristo—por la de Mahoma tomar,
que esposica tengo en Francia,—con ella entiendo casar!—
Marlotes con gran enojo—en cárceles lo manda echar
con esposas a las manos—porque pierda el pelear;
el agua fasta la cinta—porque pierda el cabalgar;
siete quintales de fierro—desde el hombro al calcañar.
En tres fiestas que hay en el año—le mandaba justiciar;
la una Pascua de Mayo,—la otra por Navidad,
la otra Pascua de Flores,—esa fiesta general.
Vanse dias, vienen dias,—venido era el de Sant Juan,
donde cristianos y moros—hacen gran solemnidad.
Los cristianos echan juncia,—y los moros arrayan;
los judíos echan eneas—por la fiesta más honrar.
Marlotes con alegría—un tablado mandó armar,
ni mas chico ni mas grande,—que al cielo quiere llegar.
Los moros con alegría—empiézanle de tirar:
tira el uno, tira el otro,—no llegan a la mitad.
Marlotes con enconía—un plegon mandara dar,
[p. 419] que los chicos no mamasen,—ni los grandes coman pan,
fasta que aquel tablado—en tierra haya de estar.
Oyó el estruendo Guarinos—en las cárceles do está:
—¡Oh válasme Dios del cielo—y Santa María su Madre!
o casan hija de rey,—o la quieren desposar,
o era venido el dia—que me suelen justiciar.—
Oídolo ha el carcelero—que cerca se fué a hallar:
—No casan hija de rey,—ni la quieren desposar,
ni es venida la Pascua—que te suelen azotar;
mas era venido un dia,—el cual llaman de Sant Juan,
cuando los que están contentos—con placer comen su pan.
Marlotes de gran placer—un tablado mandó armar;
el altura que tenia—al cielo quiere allegar.
Hanle tirado los moros,—no le pueden derribar;
Marlotes de enojado—un plegon mandara dar,
que ninguno no comiese—fasta habello de derribar.—
Allí respondió Guarinos,—bien oiréis qué fué a hablar:
—Si vos me dais mi caballo,—en que solia cabalgar,
y me diésedes mis armas,—las que yo solia armar,
y me diésedes mi lanza,—la que solia llevar,
aquellos tablados altos—yo los entiendo derribar,
y si no los derribase—que me mandasen matar.—
El carcelero que esto oyera—comenzóle de hablar:
—¡Siete años habia, siete,—que estás en este lugar,
que no siento hombre del mundo—que un año pudiese estar,
y aun dices que tienes fuerza—para el tablado derribar!
Mas espera tú, Guarinos,—que yo lo iré a contar
a Marlotes el infante—por ver lo que me dirá.—
Ya se parte el carcelero,—ya se parte, ya se va;
como fué cerca del tablado—a Marlotes fué a hablar:
—Unas nuevas vos traia—queraismelas escuchar:
sabé que aquel prisionero—aquesto dicho me ha:
que si le diesen su caballo,—el que solia cabalgar,
y le diesen las sus armas,—que él se solia armar,
que aquestos tablados altos—él los entiende derribar.—
Marlotes de que esto oyera—de allí lo mandó sacar;
por mirar si en caballo—él podria cabalgar,
mandó buscar su caballo,—y mandáraselo dar,
que siete años son pasados—que andaba llevando cal.
Armáronlo de sus armas,—que bien mohosas están.
Marlotes desque lo vido—con reir y con burlar
dice que vaya al tablado—y lo quiera derribar.
Guarinos con grande furia—un encuentro le fué a dar,
que mas de la mitad dél—en el suelo fué a echar.
Los moros de que esto vieron—todos le quieren matar;
Guarinos como esforzado—comenzó de pelear
[p. 420] con los moros, que eran tantos,—que el sol querian quitar.
Peleara de tal suerte—que él se hubo de soltar,
y se fuera a su tierra—a Francia la natural:
grandes honras le hicieron—cuando le vieron llegar.

                        ( Canc. de Rom., s. a., fol. 100.— Canc. de Rom., 1550, fol. 99.)

[p. 421] 187

ROMANCES DE REINALDOS

Romance de don Roldan de cómo el emperador Carlos lo desterró de Francia, porque volvia por la honra de su primo don Reinaldos.—I.

  Dia era de Sant Jorge,—dia de gran festividad;
aquel dia por mas honor—los doce se van a armar
para ir con el emperador—y haberle de acompañar.
Todos vinieron de grado—con un placer singular,
sino el bueno de Reinaldos,—que se estaba en Montalvan,
y no se halló al presente—en la tal festividad.
Allí todos los caballeros—por traidor le van reptar.
Esto causó Galalon,—porque le queria mal;
revolvióle con el emperador,—con los doce otro que tal.
Mucho le pesó a Roldan—de vello así maltratar,
fuése para el emperador—de priesa y no de vagar,
habló con voz enojada,—al emperador fué a hablar:
—¡Mucho me pesa, señor,—de ello tengo gran pesar,
que a Reinaldos en ausencia—tan mal le quieran tratar;
y si tal cosa pasase—la vida me ha de costar!—
El emperador con gran enojo—que habia de lo escuchar,
alzó la mano con saña,—un bofetón le fuera dar,
porque otra vez no fuese osado—al emperador así hablar.
Mucho se enojó de aquesto—el bueno de don Roldan;
allí hizo juramento—encima de un altar,
en los dias que viviese—en Francia jamas entrar,
hasta que de todos los doce—él se hubiese de vengar.
Ya se parte don Roldan,—ya se parte, ya se va
solo con un pajecico—que le solia acompañar.
A sus jornadas contadas—a España fuera llegar.
Andando por sus caminos—a su ventura buscar,
encontró un moro valiente,—cerca estaba de la mar.
Guarda era de una puente—que a nadie deja pasar,
sino por fuerza o por grado—con él había de pelear,
porque su señor el rey—así se lo fuera a mandar:
[p. 422] que hombre que viniese armado—no lo dejase pasar:
o que dejase las armas,—o en el reino no habia de entrar.
Don Roldan con gran enojo—que habia de lo escuchar,
hablóle muy mesurado,—tal respuesta le fué a dar:
—Que ántes las defenderia—que no habellas de dejar,
porque nadie fuese osado—de las armas le quitar,
que no le costase la vida—al ménos, ménos costar.—
Allí le hablara el moro—bien oiréis lo que dirá:
—Pues así quereis, [1] caballero,—luego se haya de librar,
que o vos las [2] dejaréis,—o yo quedaré con mal.—
Luego abajaron las lanzas,—fuéronse ambos a encontrar.
A los primeros encuentros—las lanzas quebrado han:
echan mano a las espadas—de priesa y no de vagar:
¡tan fuertes golpes se daban—que era cosa de mirar!
Alzó el moro su espada,—a don Roldan fué acertar
encima de la cabeza,—que lo hizo arodillar:
don Roldan que aquesto vido—tal golpe le fuera a dar,
que de la grande herida—luego fué a desmayar.
—Dí, moro, ¿qué has sentido?—¿Ya no curas de hablar?
—He sentido un airecito [3] —que por medio me fué a pasar.
Don Roldan le dijo luego,—bien oiréis lo que dirá:
—Que maldito fuese el hombre—que no sentia su mal.
Cálzate ya esa espuela—que se te quiere quitar.—
Abajóse a mirar la espuela—no se pudo levantar:
murió luego prestamente—sin mas un punto pasar.
Quitóle luego las armas—el bueno de don Roldan,
tambien le quitó los vestidos,—los suyos le fué a dejar, [4]
un sayo de cuatro cuartos—con que solia caminar,
y con un su pajecico—a Francia lo fué enviar.
Armado y con sus vestidos—parecia a don Roldan:
díjole que lo llevase—adonde doña Alda está,
y dijese que era su esposo,—que le hiciese enterrar.
Desque el paje fué llegado—a Paris esa ciudad,
mostráraselo a doña Alda—con gran angustia y pesar.
Desque vido el cuerpo muerto—pensó que era don Roldan;
los llantos que ella hacia—dolor era de mirar.
Por él lloraban los doce,—el emperador otro que tal,
llórale toda la corte,—el comun en general.
Arzobispos y perlados,—cuantos en la corte están,
con mucho pesar y tristeza—lo llevaron a enterrar.
Don Roldan muy bien armado—con las armas que fué a tomar,
fuérase para las tiendas—do el rey moro suele estar.
[p. 423] Era el rey moro mancebo—ganoso de pelear:
de los doce pares de Francia—él se queria vengar.
Recibióle con mucha honra—allí amor le fué a mostrar,
pensando que era el moro valiente—que los reinos solia guardar.
Díjole cómo en la puente—habia muerto a don Roldan.
El rey luego en aquel día—a Francia lo fué a enviar:
dióle luego mucha gente,—hízole su capitán
para ir a buscar los doce—y con ellos pelear.
Ya se parte don Roldan—a Paris a la cercar:
los moros que van con él—pensaban en su pensar
que era el moro valiente—que los reinos solia guardar.
Envían luego mensajeros—a Paris, esa ciudad,
ya despues de allegados,—asentado su real,
que presto y sin dilación—se le diese la ciudad,
o los doce salgan luego—si por armas se ha de librar.
Respondió el emperador,—bien oiréis lo que dirá:
—Que le placia [1] de buen grado—de los doce allá enviar.—
Para un dia señalado—concertaron el pelear:
aquel dia salieron los doce—al campo para lidiar.
Los caballos llevan holgados,—no se hartan de relinchar;
con una furia muy grande—en los moros se van lanzar.
Hácese una batalla—muy cruel en la verdad;
mas los moros eran muchos—todos los fuéron captivar
y tambien a Galalon,—así mesme otro que tal.
¡Gran deshonra es de los doce—En dejarse así tomar!
Visto lo ha el emperador—desde su palacio real,
mandó llamar sus caballeros—para su consejo tomar.
—Ya sabeis que don Reinaldos—es buen vasallo real,
y es uno de los doce,—de los buenos el principal;
siempre miró por mi honra,—por mi corona imperial;
pues los doce le han reptado,—yo le quiero perdonar.—
Todos holgaron muy mucho—de lo que el emperador fué a fablar.
Envían luego a don Reinaldos—a do estaba Montalvan,
que viniese luego a Paris—para con el moro pelear,
porque era cosa que cumplia—a su alta Majestad,
y tambien porque en Francia—no le hay mas singular.
Ya se parte don Reinaldos—donde los moros están:
con aquel moro valiente,—con él iba a pelear.
Consigo lleva a doña Alda—la esposica de Roldan;
mas bien sabia don Reinaldos—bien sabia la verdad,
que aquel moro valiente—era su primo don Roldan,
que un tio que tenia—le dijera la verdad;
que por arte de nigromancia —él lo fuera a hallar,
que don Roldan era vivo,—y como estaba en el real,
[p. 424] el cuerpo que a París trajeron—era un moro que fué a matar:
y andando por sus jornadas—al campo fuéron a llegar,
armóse luego don Reinaldos—para con el moro pelear:
a los primeros encuentros—los primos conocido se han.
Conociéronse entrambos—en el aire del pelear:
cuando iban a encontrarse,—las lanzas desviado han;
dejado han caer las armas,—al suelo las fuéron a echar;
vanse con mucho amor—el uno al otro abrazar;
allí hubieron gran placer,—olvidado han el pesar.
Mandó llamar a los moros—a todos hizo juntar
para dalles la razon—de lo que queria hablar:
—Vosotros teneis a los doce,—yo los fuera a captivar;
yo no siento ninguno—con quien haya de pelear,
si no con este hombre solo,—pues vergüenza me será.—
Don Roldan y don Reinaldos—comienzan a pelear;
tantos matan de los moros,—¡maravilla es de mirar!
Despues de muertos los moros,—y de todos los matar,
fué Roldan a su esposica—con ella placer tomar.
Cuando lo vido doña Alda,—de placer quería llorar,
las alegrías que hacen—no se podrian contar.
Vanse luego a Paris—al emperador consolar;
cuando el emperador supo—que venia don Roldan,
con toda la caballería—salió fuera de la ciudad.
—¡Bien vengais vos, mi sobrino,—¡bueno sea vuestro llegar! [1]
gran placer tengo de veros—vivo y sano en verdad!—
Grandes fiestas se hacian—que no se pueden contar:
allí iban todos los doce—que a la mesa comen pan:
todos hubieron placer—de la venida de don Roldan.

                         ( Canc. de Rom., s. a., fol. 78 .—Canc. de Rom., 1550, fol. 77 .—
                          Silva
de 1550, t. II, fol. 177.) [2]

[p. 425] 188

(REINALDOS.—II)

Romance de don Reinaldos de Montalvan

  Estábase don Reinaldos—en Paris, esa ciudad,
con su primo Malgesí—que bien sabe adevinar.
Estábale preguntando,—él le queria demandar:
—Primo mio, primo mio,—primo mio natural,
mucho os ruego de mi parte—me lo querais otorgar,
pues que de nigromancía—es vuestro saber y alcanzar,
que me digais una cosa—que vos quiero demandar
la mas linda mujer del mundo—¿adónde la podría hallar?
—Pláceme, dijo, mi primo,—pláceme de voluntad.—
Luego mandó a un espírito [1] —que le dijese la verdad,
se la trajese delante—presto sin mas detardar.
Él, como era apremiado,—hizo luego su mandar,
que el rey moro Aliarde—tenia una hija de poca edad,
que en el mundo no habia otra—que fuese con ella igual.
Tiene su reino muy lejos,—tiénelo allende la mar,
en tierras muy apartadas—que no eran para conquistar.
Reinaldos desque esto supo—no quiso mas aguardar;
pidió licencia al emperador,—él se la fué luego a dar:
no se la diera de grado,—mas contra su voluntad,
que se queria ir a los reinos,—que estaban allende el mar,
del rey moro Aliarde,—para con su hija hablar.
Despidióse del emperador,—de los doce otro que tal.
Ya se parte don Reinaldos,—ya se parte, ya se va,
íbase para los reinos—que están allende la mar:
con él iba un pajecico—que lo solia acompañar.
Andando por sus jornadas—al reino fué a llegar;
fuérase para la villa—do el rey moro suele estar:
hallólo en sus palacios—que se queria armar,
porque así lo acostumbraba—por mas se asegurar,
y luego que hubo llegado—el rey le fué saludar:
—¿De dónde es vuestra venida?—¿O cómo os soledes nombrar?
—Señor, soy un caballero,—de Francia es mi natural:
desterróme el emperador;—en Francia no puedo entrar;
por eso vengo a servir—a tu Alteza real.
—Pues que venís muy cansado—de tan largo caminar,
reposad en mi palacio,—que podréis [2] bien descansar.—
[p. 426] Don Reinaldos pidió un laud,—que lo sabia bien tocar,
ya comienza de tañer,—muy dulcemente a cantar,
que todo [1] hombre que lo oía—parecia celestial.
Bien lo oia la infanta,—y holgaba de lo escuchar.
Desque lo vió tan gracioso—de gracias muy singular,
el amor que nunca cesa—en ella fué aposentar.
Tales fuéron sus amores—que no los podia encelar:
amores de don Reinaldos—no la dejan reposar.
También se enamoró él de ella,—¡tanta era su beldad!
Enviólo a llamar la infanta—que viniese a le hablar;
muy cortés y mesurado—las manos le fué a besar;
la infanta era discreta—y no ge las quiso dar;
mas ántes sus corazones—eran de una conformidad,
que de verse el uno al otro—luego se fuéron a desmayar:
desmayaron los corazones,—no desmayó la voluntad.
Despues que fueron recordados—comenzaron de llorar,
el uno y el otro decian—palabras de grande amar.
—Por tus amores, señora,—vine de allende la mar;
por venir a vos servir—dejara mi natural.
He dejado yo mis tierras,—al emperador quise dejar,
he dejado muchos amigos,—que me solian honrar,
he dejado a los doce, que de ellos era principal.—
Allí habló la infanta—bien oiréis lo que dirá;
—Si por mí os desterrastes,—y quesistes acá llegar,
tened confianza en mí—que lo entiendo bien pagar:
por eso, amigo mio,—comenzáos de alegrar;
mucho os ruego que esta noche—que no querades faltar,
que vengais solo en mi cámara—adonde yo suelo estar,
porque allí solos entrambos—placer nos podamos dar.
—Nunca quiera Dios, señora,—ni la santa Trinidad,
que yo tocase en la honra—a la corona real,
pues me tiene vuestro padre—por caballero leal!—
Respondiole la infanta—enojada de le escuchar:
—¿Lo que habeis de rogar a mí—os tengo yo a vos [2] de rogar?
Yo vos juro por mi ley,—por la ley de Mahomad,
que si no haceis lo que digo—que luego os mande matar.—
Don Reinaldos con esfuerzo—tal respuesta le fué a dar:
—Que le costase la vida,—que mas no podia aventurar,
y que sin falta vernia—por hacer su voluntad.—
Aquella noche siguiente—gran placer se fuéron dar;
otro dia de mañana—a su posada se va.
No pasaron muchos dias,—pocos fuéron a pasar,
que el traidor de Galalon,—aquel traidor desleal,
[p. 427] envió cartas a Aliarde,—cartas para le avisar
que en su corte tenia—a don Reinaldos [1] de Montalvan,
que a otra cosa no habia ido—sino a le deshonrar:
que guardase bien su hija,—no se la quisiese fiar,
que no fué por otra cosa—sino por amores tomar.
El rey que vido las cartas—los suyos mandó llamar,
para que tomen a Reinaldos—y lo hayan de aprisionar.
Tomólo gran gente de armas—por mas seguro le tomar;
echanle en una prisión—de muy grande escuridad.
Aconsejóse con los suyos,—tomó consejo real,
qué debian hacer al triste,—o qué castigo le pueden [2] dar.
Hallaron por sus derechos,—por la razon natural,
pues habia sido traidor—a la corona real,
que era digno de la muerte—y se la hubiesen de dar.
Todos firman la sentencia,—el rey la fué a firmar:
la sentencia ya era dada—para habello de degollar.
Allí estaba un pajecico—que la infanta fué a criar,
va corriendo a la infanta—de priesa y no de vagar.
Sola estaba la infanta,—a nadie queria escuchar;
entra el paje por la puerta,—comiénzale de hablar:
—Por amor de vos, señora,—hoy se hace gran crueldad,
que aquel caballero extraño—por vos le quieren degollar.—
De lo que dijo el pajecico—ella tuvo gran pesar:
vase por el palacio—donde el rey solia estar:
tal entraba por la puerta—que a todos queria matar.
—¿Qué es aquesto, señor padre?—aquesto ¿qué puede estar?
¿Sin saber cierto las cosas,—al cabo las quereis llevar? [3]
La sentencia que habeis dado—vos la querais [4] revocar,
que si don Reinaldos muere—a mi primero habeis de matar.
No sabiendo la verdad—no me querais disfamar.
Las cartas de Galalon,—que él vos fué a enviar,
son por volveros con él,—para hacelle matar,
por envidia que dél tiene, [5] —porque en vuestra corte está, [6]
que en Paris ni en toda Francia—nadie se le puede igualar.
Por eso os ruego, señor,—la vida le querais dar.
—Pláceme, dijera el rey,—pláceme de voluntad;
mas con una condicion:—que en mis reinos no ha de estar.—
Allí luego la infanta—las manos le fué a besar:
mándanle quitar los grillos—y de la prision sacar,
[p. 428] y entónces el buen rey—le mandara desterrar.
Ya se parte de la corte—con dolor y gran pesar
por dejar a su señora,—con ella no poder quedar.
Maldecia su ventura,—no cesaba de llorar;
a sus jornadas contadas—en Francia fué a llegar:
y vase luego derecho—a la villa de Montalvan.
El rey quedaba pensoso,—a su hija queria casar,
mas no sabia con quién—a su honra la pudiese dar.
Envió cartas por todo el mundo,—todo el mundo en general,
que quien quisiere heredar su reino,—y con su hija casar,
que dentro de treinta dias—viniese a su corte real
para hacer un torneo—para mas honra ganar,
y el que mejor lo hiciese—con la infanta haya de casar.
Don Reinaldos cuando lo supo—mucho se fué a alegrar,
porque si él allá iba—el campo entiende de ganar.
Luego pidió su caballo,—las armas otro que tal,
mucho rogó a su primo:—a su primo don Roldan,
que se quisiese ir con él—por mayor honra llevar.
Ya se parte don Reinaldos;—con él iba don Roldan,
a sus jornadas contadas—al reino de moros llegado han.
Sabido lo ha Galalon—que a tierra de moros van,
luego envió un mensajero—para al rey moro avisar,
que su criado don Reinaldos,—y su primo don Roldan
eran idos a su reino—para habello de matar.
Cuando el rey supo tal nueva—de ello se fué a maravillar.
envió a hombres de armas—que los fuesen a buscar.
Allí habló un caballero,—bien oiréis lo que dirá:
—¡Vergüenza es de tanta gente—a dos solos ir a buscar!
Dédesme licencia a mí—que yo solo me quiero andar.—
El rey dijo que [1] le placía—de muy buena voluntad.
Ya se parte aquel moro,—ya se va a los buscar;
vase para una posada—adonde él solia posar:
en entrando por la puerta—con ellos fuera a encontrar:
conoció a don Reinaldos—que con él solia holgar.
—Pésame mucho de vosotros,—en mí tengo gran pesar,
que el rey sabe que estáis aquí—haos mandado matar:
ruego vos mucho, señores,—que me digais la verdad,
porque el rey tenia cartas—que Galalon le fué a enviar
avisándole de cierto—que le queríades matar.—
Respondiera don Reinaldos:—¡Nunca Dios quiera tal!
El rey no es mi enemigo,—ni yo lo queria mal;
mas hemos venido al campo—que el rey mandó [2] pregonar.—
[p. 429] Mucho se holgó el moro—de tal razon [1] escuchar,
que viniesen en hora buena—para al campo a pelear.
Otro dia de mañana—comiénzase de aparejar,
y sálense luego al campo—donde habian de tornear.
Mataron tantos de moros—que no hay cuento ni par.
Bien veia la infanta—a Reinaldos y a Roldan: [2]
lloraba de los sus ojos—que no les podia ayudar.
Envióles un pajecico,—que fuesen a le hablar,
que se lleguen al castillo—por ver si les podria hablar.
Ellos rompiendo entre la gente—al castillo llegado han:
la infanta cuando los vido—de allí se dejó colgar:
tomándola don Reinaldos—en su caballo la fué a tomar.
Mataron tantos de moros—que no tienen cuento ni par;
por muchos moros que vinieron—no se la pudieron quitar: [3]
a sus jornadas contadas—a Paris fuéron llegar.
El emperador cuando lo supo—a recebírselos sale,
con él salen los doce pares—y toda la corte real.
Si hasta allí eran esforzados,—agora lo eran mucho mas.

                           (Canc. de Rom., s. a., fol. 72.— Canc. de Rom., 1550, fol. 71.—
                            Silva de 1550, t. II, fol. 170.) [4]

189

(REINALDOS.—III)

Romance de la prision y destierro de don Reinaldos y de cómo estando desterrado vino a ser Emperador de Trapisonda.

          Ya que estaba don Reinaldos—fuertemente aprisionado,
       para haberlo de sacar—a luego ser ahorcado,
       porque el gran emperador—ansí lo habia mandado,
        [p. 430] cuando llegó don Roldan—de todas armas armado,
       en el fuerte Briador—su poderoso caballo,
       y la fuerte Durlindana—muy bien ceñida a su lado,
       la lanza como una entena,—el fuerte escudo embrazado,
       vestido de fuertes armas-—y él con ellas encantado.
       Por la visera del yelmo—fuego venia lanzando;
       retemblando va la lanza—como un junco muy delgado,
       y a toda la hueste junta—fieramente amenazando:
       —¡Nadie toque en don Renaldos—si quiere ser bien librado!
       ¡quien otra cosa hiciere—él será tan bien pagado,
       que todo el resto del mundo—no le escape de su mano,
       sin quedar hecho pedazos,—o muy bien escarmentado!
       Serenos estaban todos—hasta ver en qué ha parado;
       nadie no se removia—contra tan buen abogado.
       Allí el fuerte don Roldan—junto a Carlos se ha llegado
       diciendo de esta manera,—de encima de su caballo:
       —No es cosa de emperador—lo que tienes ordenado;
       el caballero que se viene—de su voluntad y grado;
       ¿cómo es esto, señor,—que ansí ha de ser tratado?
       Endemas la flor del mundo,—como claro está probado,
       siendo de tu propia sangre,—tan cercano emparentado,
       manso como un corderico—ante tí se ha presentado,
       sabiendo tu Majestad,—que nadie hubiera bastado,
       ni el mundo todo junto—a prendello ni a matallo,
       y mas agora, señor,—que estaba tan prosperado,
       pudiera correr tus tierras—y mas conquistar tu Estado,
       como otras veces solia—tenerte en Paris cercado,
       y tú ni nadie por ti—le osaba salir al campo.
       ¿Quieres tú quitar la vida—a quien a ti te la ha dado?
       No una vez sino ciento—de peligros te ha sacado,
       poniéndose a la muerte—por acrecentar tu Estado.
        ¿Y este pago le tenias,—di, señor, aparejado?
       ¡Si a todos pagas así,—tú serás harto afamado!
       ¡De excelente pagador—rica fama habrás ganado!—
       Respondió el emperador—como mal aconsejado:
       —¡Oh cómo hablas, sobrino,—con rostro tan enojado!
       ¿no sabeis que este traidor—muchas veces ha robado?
       por caminos y carreras—las gentes ha despojado,
       y muchos piden justicia—de los que él ha salteado,
       y si agora lo soltamos,—volverá a lo regostado.—
       Allí dijo don Roldan:—Eso tú lo has causado;
       diérasle tú en que viviera—de cuanto te ha acrescentado.
       ¿Y por qué razon, señor,—jamas te has acordado?
       que a otros menores que él,—y que ménos te han honrado
       muy muchas villas y tierras—de tu mano les has dado,
       y aqueste que es el mejor—siempre fué de ti olvidado.
        [p. 431] ¿De qué habia de vivir—andando de contino armado?
       Con sus vigorosos brazos—muchas veces ha librado
       la cristiandad de peligro—del cruel pueblo pagano.
       Bien sabeis que ya los moros—todos dél están temblando,
       y que por su miedo dél—contigo se han concertado.
       Por estar seguros dél—las parias te han enviado,
       y agora si ellos tuviesen—el seguro de su mano,
       yo sé bien que no tardasen—en haberse levantado,
       por donde la cristiandad—harto mal habria ganado.
       Digo que no es de perder—en tus reinos tal vasallo;
       tristes serán los cristianos—por tal brazo que han cobrado:
       si lo perdiesen agora—no volverán a cobrallo,
       porque ya no vuelven todos—por su vida, honra y estado,
       que hoy todo junto lo pierde,—si de Dios no es remediado.
       ¡Oh caballeros de Francia!—deci, ¿habeis olvidado
       de cuántas graves afrentas—Renaldos vos ha sacado?
       ¿Por qué agora consentis—ante vos ser tal tratado
       vuestro fuerte capitan,—de todos primo y hermano?
       No consienta nadie, no,—tan gran tuerto ser pasado,
        que juro por Sant Dionis,—y al Eterno soberano,
       que en lo tal yo no consienta,—ni tal será ejecutado,
       o todo el mundo se guarde—de mi espada y de mi mano;
       que si tal se ejecutare—será de mi tan bien vengado,
       que toda Francia lo llore—por no habello remediado,
       y tírense todos afuera,—no sea nadie tan osado
       de querer luego estrenar—lo que yo tengo jurado.
       ¡Sus de presto, Maganceses!—¡afuera, afuera, priado!
       No me pare mas ninguno,—buscá veredas temprano.—
       Viérades a Galalon—con su Maganza ciscado,
       y tanto, que él no quisiera—ser allí entónces hallado.
       Y tornando luego a Carlos,—prosiguiendo en su hablado,
       dijo:—¿Qué quieres, señor,—que persigues a Renaldos?
       Di, ¿no sabes tú, señor,—y está muy claro probado,
       que lo mas que él tenia—haberlo a moros ganado?
       Debríate ya bastar—que a perder lo has echado
       destruyéndole una villa—sola, que Dios le habia dado.
       Si la cabeza do sale—todo aquesto en que has andado
       ella fuese ya cortada—quedaria sosegado
       todo el tu gran imperio—que no te cantase gallo.—
       Respondió el emperador—algun tanto ya amansado:
       ¡Oh mi querido sobrino,—no te tornes tan airado,
       ni pase mas adelante—lo que llevas comenzado!
       Hágase como quisieres—y sea luego soltado;
       mas con esta condicion:—que lo doy por desterrado
       con gran pleitomenage,—que ante mí haya jurado,
       que solo y sin compañia—a Jerusalem, descalzo
        [p. 432] en hábito de romero—sea luego encaminado,
       y que mas aquí no pare—del tercero dia pasado,
       y jamas no torne en Francia—sin mi licencia y mandado;
       y que su mujer e hijos—acá se hayan quedado,
       y sus hermanos tambien,—todos a muy buen recaudo,
       porque si él algo hiciere—en ellos seré yo vengado.—
       Lo cual así se cumplió,—segun de suso contado,
       que luego al tercero dia—Reinaldos se ha aparejado
        de esclavina y de bordon,—y una maleta a su lado,
       para echar las limosnas—que por Dios le hubiesen dado.
       Vistió una gruesa camisa,—como penitente armado,
       llorando de los sus ojos—con corazon traspasado.
       Despidiéndose a la corte—de cuantos le han amado,
       y a todos los doce pares—mucho les ha encomendado
       la su mujer e hijitos—que por ellos hayan mirado,
       y tambien por sus hermanos—que en prision les ha dejado,
       diciendo que por ventura—jamas seria tornado;
       mas quizá en algun tiempo—les seria bien pagado
       a todos los que miraren—por las prendas que ha dejado.
       Sus lágrimas eran tantas—que a todos han convidado
       a quebrar sus corazones—de le ver tan lastimado.
       Ya se va el nuevo romero—del todo desconsolado:
       de toda la cristiandad—iba ya desamparado,
       aunque él por muchas veces—la habia bien abrigado,
       defendiéndola de moros—con corazon esforzado.
       Capitan de los cristianos—por el mundo era llamado;
       tal fuerza contra paganos—por jamas se ha hallado.
       Mas al cabo de tres dias—que ansí desnudo y descalzo
       caminaba con paciencia—con su bordon en la mano,
       y con espesos gemidos—y sospiros que iba dando,
       don Roldan fué en pos de él—en su lijero caballo,
       y alcanzólo a una montaña—saliendo por un atajo.
       Desque lo vido Renaldos—a mal lo hubo tomado;
       mas el leal don Roldan—otro llevaba pensado,
       pues le dijo luego ansí—al momento y en llegando:
       —¡Oh flor de caballería!—¿dónde vas tan desmayado?
       ¿qué es de tus caballerías?—¿dónde las has ya dejado?
       ¿qué es de las tus fuertes armas?—¿qué es de tu fuerte caballo?
       Ves aquí tu buena espada,—cata aquí do te la traigo;
       torna, torna, señor primo,—que yo haré ser alzado
       el destierro, que te fué—tan a tuerto sentenciado;
       y no me tengan por Roldan—si no fuere ansí acabado,
        que yo sacaré del mundo—a quien quisiere estorballo,
       porqué tan buen caballero—no sea en Francia faltado:
       que mas vales tú que todos—cuantos allá han quedado.—
       Mas por mas que le rogó—nada le fué otorgado,
        [p. 433] ni jamas volvió con él— lo que le era rogado,
       por no dejar su camino—a cumplir lo que ha jurado;
       que entre buenos caballeros,—así es acostumbrado,
       de perder ántes la vida—que no hacer quebrantado
       el homenaje que hacen—donde les es demandado.
       Mas tomó su rica espada—que Roldan le habia llevado,
       para la llevar secreta—debajo su pobre hato,
       por si algo le viniere—que tenga de que echar mano;
       y ansí se despiden los dos—harto gimiendo y llorando,
       que peor les fué el partir,—que no morir peleando.
       Mas aquel noble guerrero—mucho se va encomendando
       al muy alto Jesucristo,—por el cual él fué guiado
       a las tierras del gran Can,—do fué muy maravillado
       por tan alto caballero—cómo ante él era llegado
       tan descalzo y tan desnudo,—tan hambriento y fatigado.
       Mas como quiera que fuesen—en el tiempo ya pasado
       ambos hermanos en armas,—gran fiesta le ha ordenado,
       y después que le contó—todo su hecho pasado,
       el gran Can le respondió:—¡Oh mi buen señor y hermano!
       pídeme lo que quisieres—para volver contra Carlo.
       Ves aquí do tengo junto—nuestro gran poder pagano,
       que no hay cosa que no hagan—por mi servicio y mandado:
       irán conmigo y contigo—a hacerte bien vengado,
       y segun, señor, tú eres—en armas tan estimado,
       con este tan gran poder—que de acá hayas llevado,
       muy de presto podrás ser—en cristianos coronado,
       a pesar de quien pesare—sin poder ser estorbado,
       que mas pertenece a ti—que no aquel falso de Cárlos,
       pues tan mal ha conoscido—cuanto le has administrado.
       —No lo mande Dios del cielo,—le responde don Renaldos,
       que yo quiebre el homenaje,—que en Francia hube jurado,
       que yo ni otro por mí—no vuelva contra cristianos.—
        Vista ya su voluntad—el gran Can, fué acordado
       por complacer a Renaldos—y subirlo en alto estado,
       que seria bueno ir—con treinta mil de caballo
       sobre aquel emperador—de Trapisonda nombrado,
       que muy mucho mal hacia—a todos sus comarcanos,
       usurpándoles las tierras—por fuerza, que no de grado.
       Renaldos que tal oyó—presto fué aparejado,
       no de esclavina y bordon,—ni menos maleta al lado,
       mas de buen caballo y armas,—en lo que era acostumbrado.
       Tomando los treinta mil—tales mañas se ha dado,
       como aquel que en ellas era—maestro bien afamado.
       Halló al emperador—que tenia puesto campo
       sobre una gran ciudad,—cient mil y mas de caballos:
       pegó con ellos de noche—al mejor sueño tomando:
        [p. 434] recordólos de tal suerte—que pocos han escapado;
       porque el triste campo estaba—durmiendo, tan descuidado,
       que cuando el alba rompió—los mas se han abajado
       con su señor al infierno,—que los estaba esperando,
       salvo aquellos que se dieron—a merced de don Renaldos,
       por do luego presto fué—emperador coronado,
       sojuzgando muchos reyes—y señores de alto grado,
       de lo cual luego escribió—a su enemigo Carlo-Magno.
       Con riquisimos presentes—mensajes le ha despachado
       pidiéndole de merced,—que allá le haya enviado
       alguna gente cristiana,—que no hay mas de un cristiano,
       que es el mesmo don Renaldos,—el valiente y esforzado,
       y noble en toda virtud,—hermoso y muy agraciado.
       Mas tal odio le tenia—el ya dicho Carlo-Magno,
       que en lugar de socorrer—a la hora ha pregonado
       que no vaya nadie allá,—so pena de su mandado,
       ni tampoco le enviasen—la mujer, hijos y hermanos.
       Mas Roma y Costantinopla—le enviaron tal recáudo,
       que sin ir nadie de Francia—cristianos le han sobrado.

                            (Canc. de Rom., s. a., fol. 115.—Canc. de Rom., 1550, fol. 114.)

[p. 435] 190

ROMANCES DEL CONDE CLAROS

   Romance del conde Claros de Montalvan.—I

  Media noche era por filo,—los gallos querían cantar,
conde Claros con amores—no podia reposar:
dando [1] muy grandes sospiros—que el amor le hacia dar,
por [2] amor de Claraniña—no le deja [3] sosegar.
Cuando vino la mañana—que queria alborear,
salto diera de la cama—que parece un gavilan.
Voces da por el palacio,—y empezara de llamar:
—Levantá, [4] mi camarero,—dáme [5] vestir y calzar.—
Presto estaba el camarero—para habérselo de dar:
diérale calzas de grana,—borceguís de cordoban;
diérale jubon de seda—aforrado en zarzahan; [6]
diérale un manto rico—que no se puede apreciar;
trescientas piedras preciosas—al derredor del collar;
tráele un rico caballo—que en la corte no hay su par,
que la silla con el freno—bien valia una ciudad,
con trescientos cascabeles—al rededor del petral;
los ciento eran de oro,—y los ciento de metal,
y los ciento son de plata—por los sones concordar;
y vase para el palacio—para el palacio real.
A la infanta Claraniña—allí la fuera hallar,
trescientas damas con ella—que la van acompañar.
Tan linda va Claraniña,—que a todos hace penar.
Conde Claros que la vido—luego va descabalgar;
las rodillas por el suelo—le comenzó de hablar:
—Mantenga Dios a tu Alteza.—Conde Claros, bien vengais.—
Las palabras que prosigue—eran para enamorar:
[p. 436] —Conde Claros, conde Claros,—el señor de Montalvan,
¡cómo habeis hermoso cuerpo—para con moros lidiar!—
Respondiera el conde Claros,—tal respuesta le fué a dar:
—Mi cuerpo [1] tengo, señora,—para con damas holgar:
si yo os tuviese esta noche,—señora a mi mandar,
otro dia en la mañana [2] —con cient moros pelear, [3]
si a todos no los venciese—que me mandase [4] matar.
—Calledes, conde, calledes,—y no os querais alabar:
el que quiere servir damas—así lo suele hablar,
y al entrar en las batallas—bien se saben excusar.
—Si no lo creeis, señora,—por las obras se verá:
siete años son pasados—que os empecé de amar,
que de noche yo no duermo,—ni de dia puedo holgar.
—Siempre os preciastes, conde,—de las damas os burlar;
mas dejáme ir a los baños,—a los baños a bañar;
cuando yo sea bañada—estoy a vuestro mandar.—
Respondiérale el buen conde,—tal respuesta le fué a dar:
—Bien sabedes vos, señora,—que soy cazador real;
caza que tengo en la mano—nunca la puedo dejar.—
Tomárala por la mano,—para un vergel se van;
a la sombra de un acipres, [5] —debajo de un rosal,
de la cintura arriba [6] —tan dulces besos se dan,
de la cintura abajo—como hombre y mujer se han. [7]
Mas la fortuna adversa—que a placeres da pesar, [8]
por ahí pasó un cazador,—que no debia de [9] pasar,
detrás de una podenca, [10] —que rabia debía matar.
Vido estar al conde Claros—con la infanta a bel [11] holgar.
El conde cuando le vido—empezóle de llamar:
—Ven acá tú, el cazador,—así Dios te guarde de mal:
[p. 437] de todo lo que has visto—tú nos tengas poridad.
Darte he yo mil marcos de oro,—y si más quisieres, más;
casarte he con una doncella—que era mi prima carnal;
darte he en arras y en dote—la villa de Montalvan:
de otra parte la infanta—mucho mas te puede dar.— [1]
El casador sin ventura—no les quiso escuchar:
vase por los palacios—ado [2] el buen rey está.
—Manténgate Dios, el rey,—y a tu corona real:
una nueva yo te traigo—dolorosa y de pesar,
que no os cumple [3] traer corona—ni en caballo cabalgar.
La corona de la cabeza—bien la podeis vos [4] quitar,
si tal deshonra como esta—la hubieseis de comportar;
que he hallado la infanta—con Claros de Montalvan,
besándola y abrazando—en vuestro huerto real:
de la cintura abajo—como hombre y mujer se han— [5]
El rey con muy grande enojo—al cazador mandó matar,
porque habia sido osado—de tales nuevas llevar. [6]
Mandó llamar sus alguaciles—apriesa, no de vagar,
mandó armar quinientos hombres—que le hayan [7] de acompañar,
para que prendan al conde—y le hayan de tomar [8]
y mandó cerrar las puertas,—las puertas de la ciudad.
A las puertas del palacio—allá le fuéron a hallar,
preso llevan al buen conde—con mucha seguridad, [9]
unos grillos a los piés,—que bien pesan un quintal;
las esposas a las manos,—que era dolor de mirar;
una cadena a su cuello,—que de hierro era el collar.
Cabálganle en una mula—por mas deshonra le dar;
metiéronle en una torre—de muy gran escuridad:
las llaves de la prisión—el rey las quiso llevar,
porque sin licencia suya—nadie le pueda hablar.
Por él rogaban los grandes—cuantos en la corte están,
por él rogaba Oliveros,—por él rogaba Roldan,
y ruegan los doce pares—de Francia la natural;
y las monjas de Sant Ana—con las de la Trinidad
llevaban un crucifijo—para al buen rey [10] rogar.
[p. 438] Con ellas [1] va un arzobispo—y un perlado y cardenal;
mas el rey con grande enojo—a nadie quiso escuchar,
antes de muy enojado—sus grandes mandó llamar.
Cuando ya los tuvo juntos—empezóles de hablar:
—Amigos y hijos mios,—a lo que vos hice llamar,
ya sabeis que el Conde Claros,—el señor de Montalvan,
de cómo [2] le he criado—fasta ponello en edad,
y le he guardado su tierra,—que su padre le fué a dar,
el que morir no debiera,—Reinaldos de Montalvan,
y por facelle yo mas grande,—de lo mio le quise dar;
hicele gobernador—de mi reino natural.
Él por darme galardón,—mirad, en qué fué a tocar,
que quiso forzar la infanta,—hija mia natural.
Hombre que lo tal comete—¿qué sentencia le han de dar?—
Todos dicen a una voz—que lo hayan de degollar,
y así la sentencia dada—el buen rey la fué a firmar.
El arzobispo que esto viera—al buen rey fué a hablar,
pidiéndole por merced—licencia le quiera dar
para ir a ver al conde—y su muerte le denunciar.
—Pláceme, dijo el buen rey,—pláceme de voluntad;
mas con esta condicion:—que solo habeis de andar
con aqueste pajecico—de quien puedo bien fiar.—
Ya se parte el arzobispo—y a las cárceles se va.
Las guardas desque lo vieron—luego le dejan entrar;
con él iba el pajecico—que le va a acompañar.
Cuando vido estar al conde—en su prisión y pesar,
las palabras que le dice—dolor eran de escuchar.
—Pésame de vos, el conde, [3] —cuanto me puede pesar,
que los yerros por amores—dignos son de perdonar.
[p. 439] Por vos he rogado al rey,—nunca me quiso escuchar,
antes ha dado sentencia—que os hayan de degollar.
Yo vos lo dije, sobrino,—que vos dejásedes de amar,
que el que las mujeres ama—atal galardon le dan,
que haya de morir por ellas—y en las cárceles penar.—
Respondiera el buen conde—con esfuerzo singular:
—Calledes por Dios, mi tio,—no me querais enojar;
quien no ama las mujeres—no se puede hombre llamar;
mas la vida que yo tengo—por ellas quiero gastar.—
Respondió el pajecico,—tal respuesta le fué a dar:
—Conde, bienaventurado—siempre os deben de llamar,
porque muerte tan honrada—por vos habia de pasar;
mas envidia he de vos, conde, [1] —que mancilla ni pesar:
mas querria ser vos, conde,—que el rey que os manda matar,
porque muerte tan honrada—por mi hubiese de pasar.
LLaman [2] yerro la fortuna—quien no la sabe gozar,
la priesa del cadahalso—vos, conde, la debeis dar;
si no es dada la sentencia—vos la debeis de firmar.—
El conde que esto oyera—tal respuesta le fué a dar:
—Por Dios te ruego, el paje,—en amor de caridad,
[p. 440] que vayas a la princesa—de mi parte a le rogar,
que suplico a su Alteza—que ella me salga a mirar,
que en la hora de mi muerte—yo la pueda contemplar,
que si mis ojos la veen—mi alma no penará.— [1]
Ya se parte el pajecico,—ya se parte, ya se va,
llorando de los sus ojos—que queria reventar.
Topara con la princesa,—bien oiréis lo que dirá:
—Agora es tiempo, señora,—que hayais de remediar,
que a vuestro querido el conde—lo lleven a degollar.—
La infanta que esto oyera—en tierra muerta se cae; [2]
damas, dueñas y doncellas—no la pueden retornar, [3]
hasta que llegó su aya—la que la fué a criar.
—¿Qué es aquesto, la infanta?—aquesto, ¿qué puede estar?
—¡Ay triste de mí, mezquina,—que no sé qué puede estar!
¡que si al conde me matan—yo me habré desesperar! [4]
—Saliésedes vos, mi hija,—saliésedes a lo quitar.— [5]
Ya se parte la infanta,—ya se parte, ya se va:
fuése para el mercado—donde lo han de sacar.
Vido estar el cadahalso—en que lo han de degollar,
damas, dueñas y doncellas—que lo salen a mirar.
Vió venir la gente de armas—que lo traen a matar,
los pregoneros delante—por su yerro publicar.
Con el poder de la gente—ella no podia pasar.
—Apartádvos, gente de armas,—todos me haced lugar,
¡si no.... ¡por vida del rey,—a todos mande matar!—
La gente que la conoce—luego le hace lugar,
hasta que llegó el conde—y le empezara de hablar:
—Esforzá, esforzá, el buen conde,—y no querais desmayar,
que aunque yo pierda la vida,—la vuestra se ha de salvar.—
El aguacil [6] que esto oyera—comenzó de caminar;
vase para los palacios—adonde el buen rey está.
—Cabalgue la vuestra Alteza,—apriesa, no de vagar,
que salida es la infanta—para el conde nos quitar.
Los unos manda que maten,—y los otros enforcar:
si vuestra [7] Alteza no socorre,—yo no puedo remediar.—
El buen rey de que esto oyera—comenzó de caminar,
y fuése para el mercado—ado el conde fué a hallar.
—¡Qué es esto, la infanta?—aquesto, ¿qué puede estar?
[p. 441] ¿La sentencia que yo he dado—vos la quereis revocar?
Yo juro por mi corona,—por mi corona real,
que si heredero tuviese—que me hubiese de heredar,
que a vos y al conde Claros—vivos vos haria quemar.
—Que vos me mateis, mi padre,—muy bien me podeis matar,
mas suplico a vuestra Alteza,—que se quiera él acordar
de los servicios pasados—de Reinaldos de Montalvan,
que murió en las batallas,—por tu corona ensalzar:
por los servicios del padre—al hijo debes galardonar;
por malquerer de traidores—vos no le debeis matar,
que su muerte será causa—que me hayais de disfamar.
Mas suplico a vuestra Alteza—que se quiera consejar,
que los reyes con furor—no deben de sentenciar,
porque el conde es de linaje—del reino mas principal,
porque él era de los doce—que a tu mesa comen pan.
Sus amigos y parientes—todos te querrian mal,
revolver te hian guerra,—tus reinos se perderán.—
El buen rey que esto oyera—comenzara a demandar:
—Consejo os pido, los mios,—que me querais consejar.—
Luego todos se apartaron—por su consejo tomar.
El consejo que le dieron,—que le haya de perdonar
por quitar males y bregas,—y por la princesa afamar.
Todos firman el perdon,—el buen rey fué a firmar:
tambien le aconsejaron,—consejo le fueron dar,
pues la infanta queria al conde,—con él haya de casar.
Ya desfierran al buen conde,—ya lo mandan desferrar:
descabalga de una mula,—el arzobispo a desposar.
Él tomóles de las manos,—así los hubo de juntar. [1]
Los enojos y pesares—en placer hubieron de tornar. [2]

                           (Canc. de Rom., s. a., fol. 83.— Canc. de Rom., 1550, fol. 82.—
                            Silva de 1550, t. II, fol. 182.— Floresta de varios rom.) [3]

[p. 442] 191

(CONDE CLAROS.—II)

  A caza va el emperador—a Sant Juan de Montiña;
con él iba el conde Claros—por le tener compañía.
Contándole iba, contando—el gran menester que tenia.
—No me lo digáis, el conde,—hasta después a la venida.
—Mis armas tengo empeñadas—por mil marcos de oro y mas,
otros tantos debo en Francia—sobre mi buena verdad.
—Llámenme mi camarero—de mi cámara real;
dad mil marcos de oro al conde—para sus armas quitar;
dad mil marcos de oro al conde—para mantener verdad;
dalde otros tantos al conde—para vestir y calzar;
dalde otros tantos al conde—para las tablas jugar;
dalde otros tantos al conde—para torneos armar;
dalde otros tantos al conde—para con damas folgar.
—Muchas mercedes, señor,—por esto y por mucho mas.
A la infanta Claraniña—vos por mujer me la dad.
—Tarde acordastes, el conde,—que mandada la tengo ya.
—Vos me la dareis, señor,—acabo que no querais,
porque preñada la tengo—de los seis meses o mas.—
El emperador que esto oyera—tomó de ello gran pesar;
vuelve riendas al caballo,—y tornóse a la ciudad:
mandó llamar las parteras—para la infanta mirar.
Allí habló la partera,—bien veréis lo que dirá:
—Preñada está la infanta—de los seis meses o mas.—
[p. 443] Mandóla prender su padrey meter en escuridad,
el agua hasta la cinta—porque pudriese la carne,
y perezca la criatura,—que no viva de tal padre.
Los caballeros de su casa—se la iban a mirar.
—Pésanos de vos, señora,—cuanto nos puede pesar,
que de hoy en quince dias—el emperador os manda quemar.
—No me pesa de mi muerte—porque es cosa natural,
pésame de la criatura,—porque es hijo de buen padre;
mas si hay aquí alguno—que haya comido mi pan,
que me llavase una carta—a don Claros de Montalvan.—
Allí habló un paje suyo,—tal respuesta le fué a dar:
—Escribilda, vos, señora,—que yo se la iré a llevar.—
Ya las cartas son escritas,—el paje les va a llevar;
jornada de quince dias—en ocho la fuera a andar.
Llegado habia a los palacios—adonde el buen conde está.
—Bien vengais, el pajecico,—de Francia la natural,
¿qué nuevas me traeis—de la infanta? ¿cómo está?
—Leed las cartas, señor,—que en ellas os lo dirá.—
Desque las hubo leído—tal repuesta le fué a dar:
—Uno me da que la quemen,—otro [1] me da que la maten.—
Ya se partia el conde,—ya se parte, ya se va,
jornada de quince dias—en ocho la fuera a andar.
Fuérase a un monasterio—donde los frailes están;
quitóse paños de seda,—vistió hábitos de fraile:
fuérase a los palacios—de Carlos el emperante.
—Mercedes, señor, mercedes,—queráismelas otorgar,
que a mi señora la infanta—vos me la dejais confesar.—
Ya lo llevaban al fraile—a la infanta confesar.
En lugar de confesarla [2] —de amores le fué a hablar.
—Tate, tate, dijo, fraile,—que a mi no llegarás,
que nunca llegó a mí hombre—que fuese vivo en carne,
sino solo aquel don Claros,—don Claros de Montalvan,
que por mis grandes pecados—por él me quieren quemar.
No doy nada por mi muerte—pues que es cosa natural,
mas pésame de la criatura—porque es hijo de buen padre.—
Ya se iba el confesor—al emperador hablar:
—Mercedes, señor, mercedes,—queráismelas otorgar,
que mi señora la infanta—sin ningún pecado está.—
—¡Ay!, habló el caballero—que con ella quería casar,
—Mentides, fraile, mentides,—que no decís la verdad.—
Desafíanse los dos,—al campo van a lidiar;
al apretar de las cinchas—conociólo el emperante:
[p. 444] dijo que el es don Claros,—don Claros de Montalvan.
Mató el fraile al caballero,—la infanta librado ha,
en ancas de su caballo—consigo la fué a llevar.

                                                       (Canc. de Rom., 1550, fol. 293.) [1]

192

(CONDE CLAROS.—III)

Romance de don Claros de Montalban, el cual trata de las diferencias que hubo con el emperador por los amores de la princesa su hija.

  A misa va el emperador—a san Juan de la Montiña,
con él iba el conde Claros—por le tener compañía;
contándole iba contando—el menester que tenia,
dícele de esta manera,—de esta manera decia:
—Dístesme, el emperador,—el castillo de Montalban,
dístesmelo por mi bien,—yo tomélo por mi mal:
los moros me lo han cercado—la mañana de San Juan,
tiénenlo tan bien cercado—que no lo basto a descercar.
Por mi gran desaventura—y por mi gran necesidad
mis armas tengo empeñadas—por mil doblas de oro y mas,
otras tantas debo en Francia—sobre mi buena verdad;
mis caballeros, el rey,—no hé con que los gobernar,
y una hermana que tengo,—no hé con que la casar:
que en todos mis palacios—no entiendo que hay un pan;
si yo me lo como, el rey,—¿los mios qué comerán?
Si vuestra Alteza no socorre,—yo me iré moro a tornar:
que mas quiero perder la vida—que yo tal vida pasar.—
Respondió el emperador—movido de piedad:
—No desmayeis, el buen conde,—no querades desmayar,
que para esto son los hombres—para pasar bien y mal;
mas Dios os lo perdone, conde,—que antes debierais hablar.
Mandó llamar a su tesorero,—su tesorero real,
dícele de esta manera, cmpezóle de mandar:
—Da mil doblas de oro al conde—para su verdad guardar;
y darle has otras mil—para sus armas quitar,
—dale tambien otras mil—para con damas holgar.—
[p. 445] A Oliveros y Montesinos—mandara luego llamar,
y también al esforzado—ese paladin Roldan,
y a Urgel de las Marchas,—y al fuerte Merian,
y que tomasen la gente,—y fuesen luego a Montalban.
Desque esto oyera el conde—tal respuesta la fué a dar:
—Muchas gracias, el buen rey,—por la buena voluntad,
que yo tengo tantos tesoros—que puedo bien emprestar;
mas una merced os pido,—esta no me habeis de negar,
que me caseis con la infanta—vuestra hija natural.—
Respondiera el buen rey,—tal respuesta le fué a dar:
—Ya no es tiempo, el conde Claros,—de aqueso vos hablar,
que la tengo prometida—al honrado don Beltran,
y por esto, el buen conde,—a vos no la puedo dar:
que vois niño y mochacho—para tal mujer tomar.
—Yo os beso las manos, rey,—pues me quereis deshonrar.—
Y fuérase para su casa—para haber de reposar.
Ya se retrae el buen conde—la siesta por descansar,
porque la noche pasada—no la pudo reposar
por amores de la infanta—su señora natural.
Congojas le congojaban,—sospiros no dan lugar,
viéndose en tal agonía—comenzara de hablar:
—¡Oh maldito seas, Cupido!—¡y Venus otro que tal!
porque así me habeis metido—en este fuego infernal,
que de noche yo no duermo,—ni de dia puedo holgar,
que si la causa tal no fuese—me iria a desesperar;
mas en ser quien es la causa—es dicha poder penar,
si de ello ha de ser servida—ella, pues no tiene par;
que, aunque mil veces muriese,—es nada por alcanzar
de conocer ser querido—por obras o por pensar:
porque solo su favor—es mas que se puede dar.—
Dió voces al camarero—que se quiere levantar.
Vístese un jubon chapado—que no se puede estimar,
y de oro de martillo [1] —un mote bien de notar
en su brazo, que decia:—«¡Gran dolor es desear!»
y unas calzas bigarradas—de perlas ricas sin par
con un mote, que decia:—«No tiene nombre mi mal.»
Y unos zapatos franceses—de un carmesí singular,
con unas llamas de fuego,—relumbran como un cristal,
el mote que tiene escripto—es este que oiréis nombrar:
«Aunque de contino arden—no se acaban de quemar.»
Y una ropa rozagante,—sobre ella un rico collar,
  [p. 446] el mote de ella decia:—«Es un dolor desigual.»
 Y una gorra en la cabeza—que no se puede estimar,
 con tres letras coronada,—y el mote muy singular:
 «¡Es tan alto mi deseo—que no hay mas que desear!»
 Cabalgó en una hacanea,—la cual hizo ataviar
 de una guarnición muy rica,—y las riendas, y el petral
 lleno de unas campanillas—que de oro era el metal,
 y unas lágrimas sembradas,—y el mote no de olvidar:
 «Sin doleros vos, señora,—no se pueden acabar.»
 Con doce mozos de espuelas—para le acompañar,
 vestidos de la librea—de aquella dama sin par:
 los jubones del morado,—sayos de desesperar,
 todas las mangas derechas—les hizo el conde bordar
 de unas matas de ruda,—que querian ya granar,
 el mote de ellas decia:—«¡Mas amargo es esperar!»
 Envía delante un paje—por su Alteza avisar,
 que el conde la quiere ver—por las manos le besar.
 Antes que el paje tornase—el conde fuera a llegar;
 los porteros que lo veen—las puertas abierto le han.
 La princesa estaba sola,—retraida por rezar,
 entrara el conde con ella,—y empiézale de contar
 lo que el rey le habia dicho—sin un punto le faltar:
 —Por eso os cumple ir conmigo—al castillo de Montalban:
 que quiero ir a vuestro padre—a todo se lo contar,
 Irnos hemos en mis tierras,—poneros hé en libertad:
 allí podréis, señora, parir,—allí podréis, señora, criar;
 que sabé que vuestro padre—a don Beltran os quiere dar.—
 Mandó armar trescientos hombres—que la hubiesen de llevar,
 mandó poner en armas su tierra,—si quieren nada demandar.
 Vase a hablar con el rey,—y apartólo en puridad,
 dícele de esta manera,—y empezóle de hablar:
 —Ya sabedes, el buen rey,—lo que os fuera a rogar,
 que me diésedes la infanta—por mi mujer natural.
 Decis que yo soy mochacho—para tal mujer tomar:
 ahora sabed de cierto,—y en esto no hay que dubdar,
 que si yo la quiero mucho,—ella a mí mucho mas;
 y aun de mí está preñada—que en el mes queria entrar.—
 Estas palabras diciendo—a huir empezó andar.
 El rey a muy grandes voces—mandábalo ir a tomar.
 Ya es salido del palacio—en un caballo alazan,
 por las calles de Paris—lleva muy grande aguijar.
 Caballeros que lo veen,—sálenlo a acompañar
 con él iba Oliveros,—con él iba don Roldan.
 Desque son por el camino—empiézalo a interrogar:
 —¿Para dónde vais, buen conde?—digádesnos la verdad,
 que ya sabeis que de nosotros—no vos debeis de guardar.—
[p. 447] Allí les habló el buen conde—lo que el rey fuera a hablar,
y como envió la infanta—a tierras de Montalban.
Don Roldan que lo oyera—empezóle a maravillar:
cómo habia sido osado—de tal empresa tomar.
El consejo que le dieron,—y que le fuéron a dar:
que se fuese en sus tierras,—y se pusiese en libertad,
y que ellos tornarian—al buen rey a le rogar
os la diese por mujer,—pues que allá así le place.
Ya se torna Oliveros,—ya se torna don Roldan;
a las puertas de Paris—gran gente vieron estar,
dícenles de esta manera,—y empiézanles a demandar:
—Esforzados caballeros,—¿qué tierras vais conquistar?—
Allí habló el mayor de ellos—que se dice don Beltran:
—Vamos a prender al conde—don Claros de Montalban,
que el rey tiene jurado—de hacerlo degollar.—
Respondiera Oliveros, y ese paladin Roldan:
—Esperá un poco, señor,—esforzado don Beltran,
iria por mi caballo,—mis armas me iria armar,
y yo me iria con vos—para haberos de ayudar:
prenderemos al conde Claros,—y a la infanta otro que tal,
haréis degollar al conde,—y con la infanta vos casarán,
pues que os la ha prometido,—y que no os la ha de quitar.—
Y despidiéronse dél—apriesa y no de vagar.
Todo esto hacian ellos—por hacerlos esperar,
y que el conde hubiese tiempo—de a sus tierras llegar.
Íbanse a rienda suelta—donde al rey han de hallar:
dícenle de esta manera,—comiénzanle de hablar:
—De vuestro enojo nos pesa—cuanto nos puede pesar;
venimos a daros consejo—si lo quisiéredes tomar:
que casedes a la infanta—con don Claros de Montalban.—
El rey, pues que mas no pudo,—fuéraselo a otorgar.
Enviaban por la infanta,—y por el conde otro que tal:
ricas bodas le hicieran—en Paris esa ciudad.

                        (Aquí se contienen quatro rom. viejos. Y este primero es de don Claros
                         de Montalvan, etc. Pliego suelto del siglo XVI.) [1]

[p. 448] 193

ROMANCES DE CALAINOS

Romance del moro Calainos de cómo requería de amores a la infanta Sebilla, y ella le demandó en arras tres cabezas de los doce pares de Francia.—I.

  Ya cabalga Calainos—a la sombra de una oliva,
el pié tiene en el estribo,—cabalga de gallardía.
Mirando estaba a Sansueña,—al arrabal [1] con la villa,
por ver si veria algun moro—a quien preguntar podria.
Por los palacios venia—la linda infanta Sevilla; [2]
vido estar un moro viejo—que a ella guardar solia.
Calainos que lo vido—llegado allá se habia;
las palabras que le dijo—con amor y cortesía:
—Por Alá [3] te ruego, moro,—así te alargue la vida,
que me muestres los palacios—donde mi vida vivia, [4]
de quien triste soy cautivo,—y por quien pena tenia,
que cierto por sus amores—creo yo perder la vida;
mas si por ella la pierdo—no se llamará perdida,
que quien muere por tal dama—desque muerto tiene vida. [5]
Mas porque me entiendas, moro,—por quien preguntado habia,
es la mas hermosa dama—de toda la Morería,
sepas que a ella la llaman—la grande [6] infanta Sevilla.—
Las razones que pasaban—Sevilla bien las oia:
púsose a una ventana,—hermosa a maravilla,
con muy ricos atavios,—los mejores que tenia.
Ella era tan hermosa,—otra su par no la habia. [7]
[p. 449] Calainos que la vido—de esta suerte le decia:
—Cartas te traigo, señora,—de un señor a quien servia:
creo que es el rey tu padre—porque Almanzor se decia:
descende de la ventana—sabrás la mensajería.— [1]
Sevilla cuando lo oyera—presto de allí descendia:
apeóse Calainos,—gran reverencia le hacia.
La dama cuando esto vido—tal pregunta le hacia:
—¿Quién sois vos el caballero,—que mi padre acá os envía?
—Calainos soy, señora,—Calainos el de Arabía,
señor de los Montes Claros.—De Constantina la llana,
y de las tierras del Turco—yo gran tributo llevaba,
y el Preste Juan de las Indias—siempre parias me enviaba,
y el Soldan de Babilonia—a mi mandar siempre estaba:
reyes y principes moros—siempre señor me llamaban,
sino es el rey vuestro padre,—que yo a su mandado estaba,
no porque le he menester, [2] —mas por nuevas que me daban
que tenia una hija—a quien Sevilla llamaban,
que era mas linda mujer—que cuantas moras se hallan. [3]
Por vos le serví cinco [4] años—sin sueldo [5] ni sin soldada;
él a mí no me la dió,—ni yo se la demandaba.
Por tus amores, Sevilla,—pasé yo la mar salada,
porque he de perder la vida—o has de ser mi enamorada.—
Cuando Sevilla esto oyera—esta respuesta le daba:
—Calainos, Calainos,—de aqueso yo no sé nada, [6]
que siete amas me criaron,—seis moras y una cristiana.
Las moras me daban leche,—la otra me aconsejaba;
segun que me aconsejaba—bien mostraba ser cristiana.
Diérame muy buen consejo,—y a mi bien se me acordaba [7]
que jamás yo prometiese [8] —de nadie ser enamorada,
hasta que primero hubiese—algun buen dote o arras.— [9]
Calainos que esto oyera—esta respuesta le daba:
—Bien podeis pedir, señora,—que no se os negará nada:
si quereis castillos fuertes,—ciudades en tierra llana,
o si quereis plata u oro—o moneda amonedada.—
Y Sevilla, aquestos dones,—como no los estimaba,
[p. 450] respondióle:—Si queria [1] —tenella por namorada,
que vaya dentro a Paris,—que en medio de Francia estaba, [2]
y le traiga tres cabezas—cuales ella demandaba,
y que si aquesto hiciese—seria su enamorada.—
Calainos cuando oyó—lo que ella le demandaba
respondible muy alegre,—aunque [3] él se maravillaba
dejar villas y castillos—y los dones que le daba
por pedirle tres cabezas—que no le costarán nada:
dijo que las señalase,—o diga cómo se llaman. [4]
Luego la infanta Sevilla—se las empezó a nombrar:
la una es de Oliveros,—la otra de don Roldan,
la otra del esforzado—Reinaldos de Montalvan.
Ya señalados los hombres [5] —a [6] quien habia de buscar,
despídese Calainos—con muy cortes hablar:
—Déme la mano tu Alteza,—que se la quiero besar,
y la fe y prometimiento—de comigo te casar,
cuando traiga las cabezas—que quesiste demandar.
—Pláceme, dijo, de grado—y de buena voluntad.—
Allí se toman las manos,—la fe se hubieron de dar
que el uno ni el otro [7] —no se pudiesen casar
hasta que el buen Calainos—de allá hubiese de tornar,
y que si otra cosa fuese—la enviaria avisar.
Ya se parte Calainos,—ya se parte, ya se va:
hace broslar [8] sus pendones—y en todos una señal;
cubiertos de ricas lunas,—teñidas en sangre van. [9]
En camino es Calainos—a los franceses buscar: [10]
andando jornadas ciertas—a Paris llegado ha.
En la guardia de Paris—cabe San Juan de Letran,
allí levantó su seña—y empezara de hablar:
—Tañan luego esas trompetas—como quien va a cabalgar,
porque me [11] sientan los doce—que dentro en Paris están.—
El emperador aquel dia—habia salido a cazar:
con él iba Oliveros,—con él iba don Roldan,
con él iba el esforzado—Reinaldos de Montalvan;
también el Dardin Dardeña;—y el buen viejo don Beltrán,
[p. 451] y ese Gaston y Claros [1] —con el romano Final: [2]
también iba Valdovinos,—y Urgel en fuerzas sin par, [3]
y también iba Guarinos—almirante de la mar.
El emperador entre ellos—empezara de hablar:
—Escuchad, mis caballeros,—que tañen a cabalgar.— [4]
Ellos estando escuchando—vieron un moro pasar;
armado va a la morisca,—empiézanle de llamar,
y ya que es llegado el moro—do el emperador está,
el emperador que lo vido—empezóle a preguntar:
—Di, ¿adónde vas tú, el moro?—¿cómo en Francia osaste entrar?
¡Grande osadía tuviste—de hasta Paris llegar!—
El moro cuando esto oyó—tal respuesta le fué a dar:
—Vo a buscar al emperante [5] —de Francia la natural,
que le traigo una embajada—de un moro principal,
a quien sirvo de trompeta,—y tengo por capitán.—
El emperador que esto oyó—luego lo fué a demandar
que dijese qué quería,—por qué a él iba a buscar; [6]
que él es el emperador Carlos [7] —de Francia la natural.
El moro cuando lo supo—empezóle de hablar:
—Señor, sepa tu Alteza [8] —y tu corona [9] imperial,
que ese moro Calainos,—señor, me ha enviado acá,
desafiando a tu Alteza—y a todos los doce pares, [10]
que salgan lanza por lanza—para con él pelear.
Señor, veis allí su seña,—donde los ha [11] de aguardar;
perdóneme vuestra Alteza,—que respuesta le vo a dar.—
Cuando fue partido el moro—el emperador fué a hablar:
—¡Cuando yo era mancebo,—que armas solia llevar,
nunca moro fué osado—de en toda Francia asomar;
mas agora que soy viejo—a Paris los veo llegar!
No es mengua de mí solo—pues no puedo pelear,
mas es mengua de Oliveros,—y asimesmo de Roldan;
mengua de todos los doce,—y de cuantos aquí están.
Por Dios a Roldan me llamen—porque se vaya a pelear [12]
con el moro de la enguardia [13] —y lo haga de allí quitar:
[p. 452] que lo traiga muerto o preso,—porque se haya de acordar
de cómo viene a Paris—para me desafiar.—
Don Roldan cuando esto oyera—empiézale de hablar:
—Excusado es, señor,—de enviarme a pelear,
porque teneis caballeros—a quien podeis enviar,
que cuando son entre damas—bien se saben alabar,
que aunque vengan dos mil moros—uno los esperará, [1]
cuando son en la batalla—véalos tornar atrás.—
Todos los doce callaron—si no el menor de edad,
al cual llaman Baldovinos,—en el esfuerzo muy grande; [2]
las palabras que dijera cran con riguridad: [3]
—Mucho estoy maravillado—de vos, señor don Roldan,
que amengüeis todos los doce [4] —vos que los habíades de honrar:
si no fuérades mi tio—con vos me fuera a matar,
porque entre todos los doce—ninguno podeis nombrar,
que lo que dice de boca—no lo sepa hacer verdad.—
Levantóse con enojo—ese paladin Roldan;
Valdovinos que esto vido—tambien se fué a levantar,
el emperador entre ellos—por el enojo quitar.
Ellos en aquesto estando,—Valdovinos fué a llamar
a los mozos que traia;—por las armas fué a enviar.
El emperador que esto vido—empezóle de rogar
que le hiciese un placer,—que no fuese a pelear,
porque el moro era esforzado,—podríale maltratar,
—que aunque ánimo tengais—la fuerza os podria faltar,
y el moro es diestro en armas,—vezado a pelear.— [5]
Valdovinos que esto oyó—empezóse a desviar
diciendo al emperador—licencia le fuese a dar,
y que si él no se la diese—que él se la queria tomar.
Cuando el emperador vido—que no lo podía excusar,
cuando llegaron sus armas—él mesmo le ayudó a armar:
dióle licencia que fuese—con el moro a pelear.
Ya se parte Valdovinos,—ya se parte, ya se va,
ya es llegado a la guardia—do Calainos está.
Calainos que lo vido—empezóle así de hablar:
—Bien vengais el francesico, [6] —de Francia la natural,
si quereis vivir [7] comigo—por paje os quiero llevar; [8]
llevaros he a mis tierras—do placer podais tomar.—
Valdovinos que esto oyera—tal respuesta le fué a dar:
[p. 453] —Calainos, Calainos,—no debíades así de hablar,
que antes que de aquí me vaya—yo os lo tengo de mostrar
que aquí moriréis primero—que por paje me tomar.— [1]
Cuando el moro aquesto oyera—empezó así de hablar:
—Tórnate, el francesico,—a Paris, esa ciudad,
que si esa porfía tienes—caro te habrá de costar,
porque quien entra en mis manos [2] —nunca puede bien librar.—
Cuando el mancebo esto oyera—tornóle a porfiar
que se aparejase presto—que con él se ha de matar.
Cuando el moro vió al mancebo—de tal suerte porfiar,
díjole:—Vente, cristiano,—presto para me encontrar,
que antes que de aquí te vayas—conocerás la verdad,
que te fuera muy mejor—comigo no pelear.—
Vanse el uno para el otro,—tan recio que es de espantar. [3]
A los primeros encuentros—el mancebo en tierra está.
El moro cuando esto vido [4] —luego se fué apear:
sacó un alfanje muy rico—para habelle de matar;
mas antes que le hiriese—le empezó de preguntar
quién o cómo se llamaba,—y si es de los doce pares.
El mancebo estando en esto—luego dijo la verdad,
que le llaman Valdovinos,—sobrino de don Roldan.
Cuando el moro tal oyó—empezóle de hablar:
—Por ser de tan pocos dias,—y de esfuerzo singular [5]
yo te quiero dar la vida,—y no te quiero matar;
mas quiérote llevar preso—porque te venga a buscar
tu buen pariente Oliveros,—y ese tu tio don Roldan,
y ese otro muy esforzado—Reinaldos de Montalvan,
que por esos tres ha sido—mi venida a pelear.—
Don Roldan allá do estaba—no hace sino sospirar,
viendo que el moro ha vencido—a Valdovinos el infante.
Sin mas hablar con ninguno—don Roldan luego se parte [6]
íbase para la guardia—para aquel moro matar. [7]
El moro cuando lo vido—empezóle a preguntar
quién es o cómo se llama,—o si era de los doce pares.
Don Roldan cuando esto oyó—respondiérale muy mal:
—Esa razón, perro moro,—tú no me las has de tomar, [8]
por que a ese a quien tu tienes [9] —yo te lo haré soltar:
[p. 454] presto aparéjate, moro,—y empieza de pelear.—
Vanse el uno para el otro—con un esfuerzo muy grande: [1]
danse tan recios encuentros—que el moro caido ha;
Roldan que al moro vió en tierra—luego se fué apear:
—Dime tú, traidor de moro, [2] —no me lo quieras negar: [3]
¿cómo tú fuiste [4] osado—de en toda Francia parar,
ni al buen viejo emperador,—ni a los doce desafiar? [5]
¿Cuál diablo te engañó—cerca de Paris llegar?—
El moro cuando esto oyera—tal respuesta le fué a dar:
—Tengo una cativa mora,—mujer de muy gran linaje: [6]
requeríla yo de amores,—y ella me fué a demandar
que le diese tres cabezas—de Paris, esa ciudad;
que si estas yo le llevo—comigo habia de casar;
la una es de Oliveros,—la otra de don Roldan,
la otra del esforzado—Reinaldos de Montalvan.—
Don Roldan cuando esto oyera—así le empezó de hablar:
—¡Mujer que tal te pedia—cierto te queria mal,
porque esas no son cabezas—que tú las puedes cortar!
mas porque a ti sea castigo,—y otro se haya de guardar
de desafiar a los doce,—ni venirlos a buscar,—
echó mano a un estoque [7] —para el moro matar.— [8]
La cabeza de los hombros—luego se la fué a cortar:
llevóla al emperador—y fuésela a presentar.
Los doce cuando esto vieron—toman placer singular [9]
en ver así [10] muerto al moro,—y por tal mengua le dar. [11]
También trajo a Valdovinos—que él mismo lo fué a soltar.
Así murió Calainos—en Francia la natural,
por manos del esforzado—el buen paladin Roldan.

                            (Canc. de Rom., s. a., fol. 92.—Canc. de Rom., 1550, fol. 91.—
                             Floresta de varios rom.)

[p. 455] 194

(CALAINOS. [1] —II)

Romance de los doce pares de Francia

  En misa está el emperador—allá en san Juan de Letran,
con él está Baldovinos,—y Urgel [2] de la fuerza grande,
y con él Dardin Dardeña, [3] —y don Carlos de Montalban,
con él está Oliveros,—con él estaba Roldan,
con él infante Gaiferos—salido de captividad,
con él estaban los doce—que a su mesa comen pan;
la misa dice un arzobispo,—respóndele un cardenal.
La misa es cuasi acabada,—que la paz querian dar:
por las enguardas [4] de Francia—vieron moros asomar.
Subióse [5] el emperador—en altas torres a mirar,
y vido un moro esforzado—bien cerca de la ciudad:
el moro en un pendon—traia una rica señal
broslada de ricas lunas—vueltas en color de sangre
(moro que tal seña trae—gana trae [6] de pelear).
Envió cuatro moros suyos—a don Carlos el emperante
mandándole desafíos—a él y a los doce pares:
que salgan lanza por lanza—para con él se matar. [7]
Allí habló el emperador—una razón singular:
—Llamédesme a mi sobrino—el esforzado don Roldan,
aquel moro de la guardia—de allí me lo haga apartar,
y que arrastre su pendon—por el suelo y su señal,
por que moro no se alabe—que en Francia osase entrar.—
Bien lo oyera don Roldan—que cerca se fuera a hallar,
la respuesta que le dió—era para lastimar:
—No me place, el emperador,—ni es de mi voluntad;
no porque tenga temor—ni vergüenza en pelear;
mas caballeras conozco—que haceis servir y honrar,
y les dais el mesmo sueldo—que dais a mí don Roldan,
[p. 456] y cuando son entre damas—sábense bien alabar;
mas si vergüenza tuviesen—a vos no cumpliera hablar.—
Allí habló Baldovinos,—niño de poca edad,
mozo era de quince años,—en diez y seis quiere entrar:
—Dadme licencia, emperador,—si no, yo me la iré a tomar.
Aquel moro de la guardia—de allí lo haré apartar, [1]
yo le traeré aquí preso [2] —y le podréis hacer matar;
pues mi tio don Roldan—a todos quiso deshonrar,
no deshonró a mí solo,—mas a cuantos aquí están:
que si mi tio no fuera—respuesta le fuera a dar.
—Calledes vos, el mi hijo,—sangre mia natural,
que aquel moro que allí viene—esforzado le veis [3] estar,
y vos sois niño y mochacho—para las armas tomar.—
Ya se parte Baldovinos,—ya se parte para armar,
armóse de todas armas—las que solia llevar:
hacha de cuarenta y cinco,—y el peso de su pesar,
y fuése por su camino—donde el moro ha de hallar.
Desque fué cerca del moro—empezóle de hablar:
—¡Oh moro tan esforzado!—yo te quiero ahora rogar,
que quites tú el pendon,—que quites aquella señal,
si no lo haces de grado [4] —por fuerza te lo haré quitar.
—¡Bien vengas, el cristianillo, [5] —el cristianillo, [5 bis] bien vengais!
Cierto de tales como vos—para pajes querria tomar;
si quereis vivir conmigo—a Turquía os he de enviar.
—Calla, moro esforzado,—no quieras tú tal hablar;
mas echa mano a la lanza—que esta es la que os ha de ayudar.—
Echáron mano a las lanzas,—comezáronse a encontrar.
Mientras las lanzas duraron—a Baldovinos bien le va;
mas ya quebradas las lanzas—de hachas fueron a [6] jugar:
dado le ha el moro un golpe—que en el suelo le fué a echar.
Allí descabalgó el moro—por la cabeza le cortar;
desque le vido sin barbas—no le quiso degollar;
diciendo iba, diciendo:—Barbas ando yo a buscar.—
Mas atóle pies y manos,—manos y pies le fué a atar.
Allí habló Baldovinos—palabras de lastimar:
—¡Oh moro tan esforzado!—yo te quiero ahora rogar,
que me acortes la vida,—no me la quieras alargar;
que mas vale morir con honra—que con vergüenza quedar.—
Bien se lo vió don Roldan—allá en san Juan de Letran,
lágrimas de los sus ojos—corrian por la su faz.
Presto se hizo dar sus armas,—y luego se hizo armar,
armóse de todas armas,—las piernas no pudo armar,
[p. 457] con una mano lleva la silla,—y con la otra el petral;
con los dientes lleva el freno—por mas presto despachar,
y fuése a rienda suelta—donde el moro ha de hallar.
—¡Oh buen moro esforzado!—yo te quiero ahora rogar,
que me cuentes tu ventura,—la mia te quiero contar.
—Pláceme, dijo el moro,—pláceme de voluntad.
Yo soy el moro Bramante, [1] —que así me hacen llamar,
de siete reyes moros—yo era el capitan.
Tengo una cristiana captiva—que es de Francia natural,
estoy enamorado de ella—que de amores quiero finar;
mil veces la he requerido—que conmigo quiera [2] casar;
por ninguna razon de estas—no me lo quiso otorgar,
sino con una condicion—que en arras le hubiese de dar:
que trajese tres cabezas—de Francia la natural,
la una de Oliveros,—la otra de don Roldan,
la otra de Urgel [3] de las Marchas,—esforzado singular:
y con estas tres cabezas—mora se ha de tornar.
—Calledes, moro esforzado,—y no querais mas hablar,
que no hay cabeza de esas—que la vuestra [4] no haya de costar.
Mas yo soy escudero de ellos,—quiero con vos [5] mi lanza probar.—
Echaron mano a las lanzas,—de hachas van a jugar; [6]
dió Roldan un golpe al moro—que en el suelo fuera a dar. [7]
Desque el moro fué en el suelo—Roldan empezó de hablar:
—¡Oh buen moro esforzado!—torna presto a cabalgar,
que por derribarte una vez,—por eso no te he de matar, [8]
que cuantas veces quisieres—tantas te he yo de esperar;
que yo soy aquel Roldan—al que querias la cabeza cortar.—
Cuando aquesto [9] oyera el moro—no quiso mas pelear;
mas diósele a merced,—a merced se le fué a dar.
—Pues desátame a Baldovinos—apriesa y no de vagar,
y hágasme juramento, [10] —juramento me quieras prestar:
[p. 458] en las tierras do te halles—nunca te hayas de alabar, [1]
que a ninguno de los doce—tú lo hubieses de atar.
—Pláceme, dijo el moro,—pláceme de voluntad;
mas con una condicion—que os quiero demandar:
que cuando seamos en Roma—delante del emperante,
que ninguno de los doce—no me haya de [2] maltratar.
—Pláceme, dijo Roldan,—pláceme de voluntad;
mas los doce son corteses,—no te han de [3] enojar,
que si a ti hacen deshonra [4] —a mí tocará el pesar.—
Todos tres fuéron a Roma—donde estaba el emperante,
y llegado don Roldan—comenzó así de hablar:
—¡Oh señor emperador!—yo os quiero ahora rogar,
que este moro que aquí viene—le hagais servir y honrar,
y le deis el mesmo sueldo—que dais a mí don Roldan.— [5]
Allí estuvo muchos dias—a su placer y holgar.
Lleváronlo en Turquía,—pusiéronlo en libertad.
Honráronlo todos los moros—desque lo vieron llegar,
grandes fiestas le hicieron—con mucha solemnidad.

                            1. Romance nuavamente trobado de los doce pares de Francia
                              etcétera. 2. Siguese un romance: el qual cuenta el desafio que
                              hizo Montesinos a Oliveros,
etc. Pliegos sueltos del siglo XVI.)

195

Romance del palmero [6]

  De Mérida sale el palmero,—de Mérida, esa ciudad:
los piés llevaba descalzos,—las uñas corriendo sangre.
Una esclavina trae rota,—que no valía [7] un real,
y debajo traia [8] otra,—¡bien valia [9] una ciudad!
que ni rey ni emperador—no alcanzaba [10] otra tal.
Camino lleva derecho [11] de Paris, esa ciudad;
ni pregunta por meson—ni ménos por hospital:
[p. 459] pregunta por los palacios—del rey Carlos do está. [1]
Un portero está a la puerta,—empezóle [2] de hablar:
—Dijésesme tú, el portero,—el rey Carlos ¿dónde está?—
El portero que lo vido,—mucho [3] maravillado se ha,
cómo un romero tan pobre—por el rey va a preguntar.
—Digádesmelo, señor,—de eso no tengais pesar.
—En misa estaba, palmero, [4] —allá en San Juan de Letran,
que dice misa un arzobispo,—y la oficia [5] un cardenal.—
El palmero que lo oyera—íbase [6] para Sant Juan:
en entrando por la puerta—bien veréis [7] lo que hará.
Humillóse [8] a Dios del cielo—y a Santa María su Madre,
humillóse [9] al arzobispo,—humillóse [10] al cardenal
porque decia la misa—no porque merecia mas: [11]
humillóse [12] al emperador—y a su corona real,
humillóse [13] a los doce—que a una mesa comen pan.
No se humilla [14] a Oliveros,—ni ménos a don Roldan,
porque un sobrino que tienen—en poder de moros está,
y pudiéndolo hacer—no le van a rescatar.
Desque aquesto vió Oliveros,—desque aquesto vió Roldan,
sacan ambos las espadas [15] —para el palmero se van.
El palmero con su bordon—su cuerpo va a mamparar. [16]
Allí hablara el buen rey [17] —bien oiréis lo que dirá:
—Tate, tate, Oliveros,—tate, tate, don Roldan,
o este palmero es loco,—o viene de sangre real.—
Tomárale por la mano,—y empiézale de hablar:
—Dígasme tú, el palmero,—no me niegues la verdad,
¿en qué año y en qué mes—pasaste aguas de la mar?
—En el mes de mayo, señor,—yo las fuera [18] a pasar.
Porque yo me estaba un dia—a orillas de la mar
en el huerto de mi padre—por haberme de holgar:
[p. 460] captiváronme los moros,—pasáronme allende el mar,
a la infanta de Sansueña—me fuéron a presentar; [1]
la infanta desque me vido—de mí se fué a enamorar.
La vida que yo tenia,—rey, quiero vos la contar.
En la su mesa comia,—y en su cama me iba a echar.—
Allí hablara el buen rey,—bien oiréis lo que dirá:
—Tal captividad como esa—quien quiera la tomará.
Dígasme tú, el palmerico, [2] —¿si la iria yo a ganar?
—No vades allá, el buen rey,—buen rey, no vedes allá,
porque Mérida es muy fuerte,—bien se vos defenderá.
Trescientos castillos tiene,—que es cosa de los mirar,
que el menor de todos ellos—bien se os defenderá.—
Allí hablara Oliveros,—allí habló don Roldan:
—Miente, señor, el palmero,—miente y no dice verdad, [3]
que en Mérida no hay cien castillos,—ni noventa a mi pensar,
y estos que Mérida tiene—no tiene [4] quien los defensar,
que ni tenian [5] señor,—ni ménos quien los guardar.—
Desque aquesto oyó [6] el palmero—movido con gran pesar,
alzó su mano derecha,—dió un bofetón a Roldan. [7]
Allí hablara el rey—con furia y con gran pesar: [8]
—Tomalde, la mi justicia,—y llevédeslo [9] ahorcar.—
Tomádolo ha la justicia [10] —para habello de justiciar;
y aun allá al pié de la horca—el palmero fuera hablar:
—¡Oh mal hubieses, rey Carlos!—Dios te quiera hacer mal,
que en un hijo solo que tienes—tú le mandas ahorcar.—
Oídolo habia la reina—que se le paró a mirar:
—Dejédeslo, la justicia,—no le querais hacer mal,
que si él era mi hijo—encubrir no se podrá,
que un lado ha de tener—un extremado lunar.—
[p. 461] Ya le llevan a la reina,—ya se lo van a llevar:
desnúdanle una esclavina—que no valia un real;
ya le desnudaban otra [1] —que valia una ciudad:
halládole han al infante,—halládole han la señal.
Alegrías se hicieron—no hay quien las pueda contar. [2]

                          (Canc. de Rom., s. a.  fol. 172.— Canc. de Rom., 1550, fol. 179.—
                           Silva de 1550, t. II, fol. 201.— Floresta de varios rom.)

196

(DEL CONDE ALMERIQUE DE NARBONA.—I)

  Del Soldan de Babilonia,—de ese os quiero decir,
que le dé Dios mala vida—y a la postre peor fin.
Armó naves y galeras,—pasan de sesenta mil,
para ir a combatir—a Narbona la gentil.
Allá van a echar áncoras,—allá al puerto de Sant Gil,
cativado han al conde,—al conde Benalmenique. [3]
Desciéndenlo de una torre,—cabálganlo en un rocin,
la cola le dan por riendas—por mas deshonrado ir.
Cient azotes dan al conde—y otros tantos al rocin;
al rocin porque anduviese,—y al conde por lo rendir.
La condesa desque lo supo—sáleselo a recibir:
—Pésame de vos, señor—conde, de veros así,
daré yo por vos, el conde,—las doblas sesenta mil,
y si no bastaren, conde,—a Narbona la gentil.
Si esto no bastare, el conde,—a tres hijas que yo parí:
yo las pariera, buen conde,—y vos las hubistes en mí;
y si no bastare, conde,—señor, védesme aquí a mí.
—Muchas mercedes, condesa,—por vuestro tan buen decir:
no dedes por mí, señora,—tan solo un maravedí,
[p. 462] heridas tengo de muerte,—de ellas no puedo guarir:
adios, adios, la condesa,—que ya me mandan ir de aquí.
—Váyades con Dios, el conde,—y con la gracia de Sant Gil:
Dios os lo eche en suerte—a ese Roldan [1] paladin.

                                                         (Canc. de Rom. de 1550, fol. 289.)

197

(DEL CONDE ALMERIQUE DE NARBONA.—II)

  Durmiendo está el rey Almanzor—a un sabor atan grande;
los siete reyes de moros—no lo osaban acordar.
Recordólo Bobalias,—Bobalias el infante.
—Si dormides, el mi tio,—si dormides, recordad:
mandadme dar las escalas—que fuéron del rey mi padre,
y dadme los siete mulos—que las habían de llevar;
y me deis los siete moros—que las habian de armar,
que amores de la condesa—yo no los puedo olvidar.
—Malas mañas habeis sobrino,—no las podeis olvidar: [2]
al mejor sueño que duermo—luego me vais a [3] recordar.—
Ya le dan [4] las escalas—que fuéron del rey su padre;
ya le dan los siete mulos,—que las habian de llevar;
ya le dan los siete moros—que las habian de armar.
A paredes de la condesa—allá las fuéron a echar:
allá al pié de una torre,—y arriba subido han.
En brazos del conde Almenique [5] —la condesa van hallar:
el infante la tomó,—y con ella ido se han.

                                                     (Canc. de Rom. de 1550, fol. 298.)

198

Romance de la linda Melisenda [6]

  Todas las gentes dormian—en las que Dios tiene parte,
mas no duerme Melisenda—la hija del emperante;
[p. 463] que amores del conde Ayruelo—no la dejan reposar.
Salto diera de la cama—como la parió su madre,
vistiérase una alcandora—no hallando su brial;
vase para los palacios—donde sus damas están;
dando palmadas en ellas—las empezó de llamar:
—Si dormis, las mis doncellas,—si dormides, recordad;
las que sabedes de amores—consejo me querais dar;
las que de amor non sabedes—tengádesme poridad:
amores del conde Ayruelo—no me dejan reposar.—
Allí hablara una vieja;—vieja es de antigua edad: [1]
—Agora es tiempo, señora,—de los placeres tomar,
que si esperáis a vejez—no vos querrá un rapaz.— [2]
Desque esto oyó Melisenda—no quiso mas esperar, [3]
y vase a buscar al conde—a los palacios do está.
Topara con Hernandillo—un alguacil de su padre.
—¿Qué es aquesto, Melisenda?—¿Esto qué podia estar?
¡O vos teneis mal de amores,—o os quereis loca tornar!
—Que no tengo mal de amores,—ni tengo por quien penar,
mas cuando fui [4] pequeña—tuve una enfermedad.
Prometí tener novenas—allá en San Juan de Letran:
las dueñas iban de dia,—doncellas agora van.—
Desque esto oyera Hernando—puso fin a su hablar;
la infanta mal enojada—queriendo dél se vengar:
—Prestásesme, dijo a [5] Hernando,—prestásesme tu puñal,
que miedo me tengo, miedo—de los perros de la calle.—
Tomó el puñal por la punta,—los cabos le fué a dar:
diérale tal puñalada—que en el suelo muerto cae.
Y vase para el [6] palacio—ado el conde Ayruelo está;
las puertas halló cerradas,—no sabe por do entrar: [7]
con arte de encantamento—las abrió de par en par.
Al estruendo el conde Ayruelo—empezara de llamar:
—Socorred, mis caballeros,—socorred sin mas tardar;
creo son mis enemigos,—que me vienen a matar.—
La Melisenda discreta—le empezara de hablar:
[p. 464] —No te congojes, señor,—no quieras pavor tomar,
que yo soy una morica—venida de allende el mar.—
Desque esto oyera el conde—luego conocido la ha:
fuése el conde para ella, las manos le fué a tomar,
y a la sombra de un laurel—de Vénus es su jugar.

                           (Romance de la linda Melisenda glosado por Francisco de Lora.
                            Pliego suelto s. 1. n . a .—Glosa nuevamente hecha por Francisco
                            Lora.
Pliego suelto s. 1. n. a.)

Notas

[p. 267]. [1] . «Tu alto estado.» Pl. s.

[p. 267]. [2] . «Han.» Pl. s. 2.

[p. 267]. [3] . «Un día fuerte aciago.» Pliego suelto 2.

[p. 268]. [1] . «Con sus palabricas.» Pl. s. número 2.

[p. 268]. [2] . «Han.» Pl. s. nº 2.

[p. 268]. [3] . «Tan bien.» Pl. s. nº 2.

[p. 268]. [4] . «Y a un.» Pl. s. nº 2.

[p. 268]. [5] . «Arreglando.» Pl. s. nº 2.

[p. 268]. [6] . «Y cuantas en ellas.» Pl. s. número 2.

[p. 268]. [7] . «Regia.» Pl. s. nº 2.

[p. 268]. [8] . «Gente.» Pl. s. nº 2.

[p. 268]. [9] . «Troilos.» Pl. s. nº 2.

[p. 269]. [1] . «Lo mandan justiciar.» Pliego suelto nº 2.

[p. 269]. [2] . «Salían.» Timoneda, Rosa de amores y las ediciones posteriores del Canc. de Rom.

[p. 269]. [3] . «Que», falta en la Rosa de Timoneda y en las ediciones posteriores del Canc. de Rom.

[p. 269]. [4] . «A Ascanio.» Timoneda.

[p. 269]. [5] . «Si se le.» Timoneda.

[p. 269]. [6] . Sorprende que aquí en el Cancionero de Rom., edición de 1550, la Reina es llamada Iseo en vez de Dido. En las ediciones posteriores de él, este verso dice:

     «Pues mandais vos, reina Dido.»

y en la Rosa de Timoneda:

     «Pues mandas, reina y señora.»

[p. 269]. [7] . «Yo diré cuál vide a Troya.» Timoneda.

[p. 269]. [8] . «Casandria.» Cancionero de Romances, 1550.

[p. 269]. [9] . «Elena que estaba viva.» Timoneda.

[p. 269]. [10] . «Eneas esto contando.» Tim.

[p. 269]. [11] . «Aparecía.» Timoneda.

[p. 270]. [1] . «Echó mano de su aljaba.» Timoneda.

[p. 270]. [2] . «Envía.» Timoneda.

[p. 270]. [3] . «El golpe le diera en vago.» Timoneda.

[p. 270]. [4] . «Síguele quien.» Timoneda.

[p. 270]. [5] . «Solos quedan aquel día.» Timoneda.

[p. 270]. [6] . «Fenecer sin alegría.» Tim.

[p. 270]. [7] . «De Fixa.» Canc. de Rom., 1550.—«En tristes campos de Troya.» Timoneda.

[p. 270]. [8] . «Y hacerles compañía.» Tim.

[p. 270]. [9] . «A Hector.» Timoneda.

[p. 270]. [10] . «Con esfuerzo y valentía.» Timoneda.

[p. 270]. [11] . Éste, y los tres versos que le siguen, faltan en la Rosa de Tim.

[p. 270]. [12] . «Que la pérdida de Troya rescatar no se podia.» Tim.

[p. 270]. [13] . «Libré.» Tim.

[p. 270]. [14] . «Que de tu gran hermosura aquí do estoy fenecia.» Timoneda.

[p. 270]. [15] . «Salte d'esta.» Las ed. post. del Canc. de Rom.— Tim.

[p. 270]. [16] . «Deyphebo.» Las ed. post. del Canc. de Rom. y Tim.—Durán enmienda: «a Siqueo».

[p. 270]. [17] . «Que.» Falta en la Rosa de Timoneda.

[p. 270]. [18] . «Ponia.» Tim.

[p. 270]. [19] . «Caia.» Tim.

[p. 270]. [20] . «Bajó de presto.» Tim.

[p. 270]. [21] . «Y mirando a.» Tim.

[p. 270]. [22] . «Abrazándose con ella.» Tim.

[p. 271]. [1] . «Torna.» Las ed. post. del Canc. de Rom. y Tim.

[p. 271]. [2] . «Revolvia.» Tim.

[p. 271]. [3] . «Cuando la reina tornó ya el amor la convencia.» Timoneda.

[p. 271]. [4] . «Sin mirar.» Tim.

[p. 271]. [5] . «Cumpliste.» Tim.

[p. 271]. [6] . «Si asi lo haces, Eneas.» Timoneda.

[p. 271]. [7] . Sobre el modo de que este romance y la tradición popular en general en España ha tratado la historia de Dido y Eneas, véase Ticknor, Hist. de la lit. esp., traducción castellana, t. I, pág. 163.

[p. 272]. [1] . «Saber.» Silua de Romances y Timoneda.

[p. 272]. [2] . «Salmacia.» Silva.—«Salmacia era llamada.» Timoneda.

[p. 273]. [1] . «Vencida.» Timoneda.

[p. 273]. [2] . «Se.» Tim.

[p. 273]. [3] . «Le está, diciendo.» Tim.

[p. 273]. [4] . «Habla.» Tim.

[p. 273]. [5] . «Queda, señora.» Tim.

[p. 274]. [1] . La tabla del Canc. de Rom., s. a., dice: «Por mayo era, por mayo».

[p. 274]. [2] . Con este verso acaba el romance también en el Canc. de Rom., s. a., y en la Silva.

[p. 274]. [3] . «Yo os.» Canc. de Rom., s. a, y 1550.

[p. 275]. [1] . «Tierra.» Canc. gen.

[p. 275]. [2] . Romance mudado por otro viejo:

Rosa fresca, rosa fresca,
por vos se puede decir
que nacistes con mas gracias
que nadie pudo escrevir,
porque vos sola nacistes
para quitar el vivir:
¡ay de mí, desventurado,
que nascí para sufrir!
Yo me vi en tiempo, señora,
que os pudiera bien servir
y agora que os serviria
véome triste morir.

Canc. gen. de Constantina, fol. 63.—Canc. gen. de Castillo, ed. de Valencia, 1511, fol. 136.

[p. 275]. [3] . «Ahí.» Canc. de Rom., s. a. y 1550.—Silva.

[p. 275]. [4] . «Del.» Canc. de Rom., s. a. y 1550.—Silva.

[p. 275]. [5] . «Que él decia.» Canc. de Rom., s. a. y 1550.—Silva.

[p. 275]. [6] . «Que si hallo el agua clara.» Cancionero de Rom., s. a. y 1550.—Silva.

[p. 276]. [1] . Desde este verso hasta el que dice: «Rico se debe llamar», hizo una glosa Alonso de Armenta, que se halla en el pliego suelto intitulado: Pregunta que fizo un caballero mancebo a Alonso de Armenta, etc., s. l. ni a., y también en la Segunda parte del Canc. gen., Zaragoza, Stevan G. de Nágera, 1552, en 12º —Allí el romance es llamado viejo.

[p. 276]. [2] . «La mayor pena.» Glosa de Armenta.

[p. 276]. [3] . «No queredes decir tal.» Glosa de Armenta.

[p. 276]. [4] . «Hecho tiene el ajuar.» Glosa de Armenta.

[p. 277]. [1] . Éste, y el verso que le antecede, faltan en el Cancionero de Romances, s.a.

[p. 277]. [2] . «Y así facen reyes tres.» Cancionero de Rom., ed. de 1550 y ediciones posteriores.

[p. 277]. [3] . «Degollaste.»Tim. Rosa de amor.

[p. 277]. [4] . «Abridme.» Tim.

 

[p. 278]. [1] . «En un secreto la entró.» Timoneda.

[p. 278]. [2] . «Concedas.» Tim.

[p. 278]. [3] . «Y como venia.» Tim.

[p. 279]. [1] . «El.» Tim.

[p. 279]. [2] . Después de este verso inserta Timoneda los dos siguientes:

«Mas servida que contenta,
aunque no lo osa mostrar.»

[p. 279]. [3] . «Solaz.» Tim.

[p. 279]. [4] . «Él.» Tim., Canc., Flor de enam., Silva.

[p. 279]. [5] . «Ha de.» Tim., Flor de enam.

[p. 279]. [6] . «Fué.» Timoneda, Flor. de enam., Silva.

[p. 279]. [7] . «Las lágrimas de sus ojos.» Timoneda.

[p. 279]. [8] . Este verso, y los tres siguientes, son el principio de un romance contrahecho que empieza también diciendo: «Mis arreos son las armas.», el cual cita Cervantes en el Quijote.—Este romance se halla en nuestra colección, tomado de la Silva, ed. de 1550, y del Cancionero de Romances.

[p. 280]. [1] . «Ni los mandeis vos matar.» Tim., Flor de enam., Silva.

[p. 280]. [2] . « Ni tampoco los cristianos cumple de los conquistar.» Tim., Flor de enam., Silva.

[p. 280]. [3] . «El cual es cierto mi esposo.» Timoneda.

[p. 280]. [4] . «En oir aquesto...» Tim.

[p. 280]. [5] . «Vido ha.» Tim.

[p. 280]. [6] . «Palabras.» Tim., Flor de enamorados, Silva.

[p. 280]. [7] . «Por.» Tim.

[p. 280]. [8] . «Los.» Tim.

[p. 280]. [9] . «Sus cabellos como el oro.» Tim.

[p. 280]. [10] . «No el.» Tim.

[p. 280]. [11] . «Os pudiese.» Tim.

[p. 281]. [1] . «Efectúes.» Tim.

[p. 281]. [2] . «Un punto dilatar.» Tim.

[p. 281]. [3] . En el texto de Timoneda están aquí intercalados los dos versos siguientes:

«De la linda Moriana
con seguridad mostrar.»

[p. 281]. [4] . «Mirando el castillo fuerte.» Timoneda.

[p. 281]. [5] . «Con.» Tim.

[p. 281]. [6] . «No dolerte mi penar.» Tim.

[p. 281]. [7] . «Pues de aquel.» Tim.

[p. 281]. [8] . «Hablando contigo.» Tim.

[p. 281]. [9] . Con este verso acaba el texto de Timoneda.

[p. 282]. [1] . El Sr. Durán ha colocado este romance con los de Moriana, mudando el nombre de Julianesa en el de Moriana.

[p. 282]. [2] . Así ha intitulado el Sr. Durán este fragmento de un romance viejo que en la Siluva y el Canc. de Rom. lleva el epígrafe «Otro romance», y cuyos cuatro primeros versos se hallan también entre los del que dice: «Moriana en un castillo», los cuales cita Cervantes en el Quijote.

[p. 283]. [1] . «En mi» dicen las ediciones posteriores del Canc. de Rom.

[p. 283]. [2] . «En.» Silva.

[p. 283]. [3] . «De.» Silva.

[p. 284]. [1] . «Presos siete moros traia.» Enmienda del Sr. Durán en su Romancero general, tomo I, página 2

[p. 285]. [1] . «En el suelo le derriba, y a los primeros encuentros apeárase del caballo.» Enmienda del Sr. Durán.

[p. 285]. [2] . «Metióse luego.» Durán.

[p. 287]. [1] . En la Rosa de amores, de Timoneda, lleva este romance la siguiente introducción:

 «Preguntando está Florida
 a su esposo placentera
 en un vergel asentada
 junto a una verde ribera:
 —Dígasme tú, esposo amado,
 ¿de dónde eres? ¿de qué tierra?
 ¿y adónde te captivaron?
 ¿libertad quién te la diera?
 
—Yo os lo diré, dulce esposa,
 estad atenta siquiera.»

[p. 287]. [2] . «Mi padre es cierto.» Tim.

[p. 287]. [3] . «A Velez de la Gomera.» Cancionero de Rom., 1550, y Timoneda.

[p. 287]. [4] . «En la moneda.» Canc. de Romances, s . a. y 1550.—«En el almoneda.» Tim.

[p. 287]. [5] . «Que por mí una blanca diera.» Tim.

[p. 287]. [6] . «Que cien doblas ofreciera.» Timoneda.

[p. 287]. [7] . «Majaba.» Tim.

[p. 287]. [8] . «Molia.» Tim.

[p. 287]. [9] . «Y echóme freno.» Silva.— «Echóme un freno.» Tim.

[p. 287]. [10] . Éste, y el verso que le antecede, faltan en la Rosa, de Tim.

[p. 288]. [1] . «Echábame.» Silva y Tim.

[p. 288]. [2] .      «Mil regalos me hiciera,
                               espulgábame, y limpiaba
                               mejor que yo mereciera.»
                                          Timoneda.

[p. 288]. [3] . «Otro mayor me of reciera.» Timoneda.

[p. 288]. [4] . Desde este verso es todo otro en la Rosa de Timoneda donde dice:

«Diérame casi cien doblas,
en libertad me pusiera,
por temor que el moro perro
quizá la muerte nos diera.
Así plugo al Rey del cielo
de quien mercedes se espera
que me ha vuelto en vuestros brazos
como de primero era.»

[p. 288]. [5] . Sobre el mismo asunto hay un romance portugués, más cabal, pero mucho más moderno, que con el título de «O captivo» ha inserto el Sr. Almeida Garrett en su Romanceiro, tomo III, pág. 77.

[p. 288]. [6] . «Moraina.» Silva.

[p. 288]. [7] . «Morica.» Silva.

[p. 288]. [8] . «Moro Mazote.» Canc. gen.

[p. 288]. [9] . «Viene.» Canc. gen.

[p. 288]. [10] . «Alcaide.» Canc. gen.

[p. 289]. [1] . «Adarve.» Canc. de Rom., 1550.

[p. 289]. [2] . «Ureña.» Las ed. post. del Canc. de Rom.

[p. 289]. [3] . El asunto de este romance es del todo tradicional, y está quizá fundado en el cantar de gesta francés de Ogier le Danois, quien supo con semejante estratagema engañar al Emperador Carlomagno en el cerco de Castelfort, sitiado también por siete años. Véase La chevalerie Ogier de Danemarche, par Raimbert de París (París, 1842, tomo II, pág. 339 y sig.).

[p. 290]. [1] . Sobre este caballero véase la nota al romance fronterizo que dice: «Cuál será aquel caballero»; y sobre las varias versiones de la tradición a que se refiere este romance, véase al Taschenbuch deutscher Romanzen, por Fr. G. V. Schmidt (Berlín, 1827, en 8º, págs. 376 a 382) y Blätter für Lit. u. Kunst. Beilage zur Wienerzeitung, número 39, págs. 225 y 226, «Der Löwenhof auf dem Prager Schlosse», por F. B. Mikowec.

Garci Sánchez de Badajoz dice de nuestro héroe con referencia a su hazaña de los leones, en su obra llamada «Infierno de amor» (en el Canc. gen., ed. de 1557, fols. 167 y 168):

«Y ví más, a don Manuel
de León, armado en blanco,
y el Amor la historia dél,
de muy esforzado, franco,
pintado con un pincel.
Entre las cuales pinturas
vide las siete figuras
de los moros que mató,
los leones que domó,
y otras dos mil aventuras
que de vencido venció.»

[p. 290]. [2] . «Oyólo.» Tim., Rosa gentil.

[p. 291]. [1] . «El guante le diera.» Tim.

[p. 291]. [2] . «Do dijo.» Tim.

[p. 291]. [3] . «Vos sois.» Tim.

[p. 291]. [4] . «Y si servido sereis.» Tim.

[p. 291]. [5] . «Efectuado.» Tim.

[p. 291]. [6] .«Aquel.» Tim.

[p. 293]. [1] . En la nota dice: «Este romance aun se conserva y pasa de boca en boca en Andalucía y tierra de Ronda.» Claro está que este romance tradicional tiene rasgos del cuento de Perrault Le chat botté.

[p. 293]. [2] . En la Rosa de amores de Timoneda se intitula este romance «De Albertos».
El erudito Sr. Edélestand Du Meril ha publicado en su excelente obra intitulada Histoire de la poésie scandinave. Prolegomènes (París, 1839, págs. 466 y 467), una traducción francesa (en prosa) de este romance, y alegado los cantos populares, tratando del mismo asunto, de los suecos, daneses y escoceses.

[p. 294]. [1] . «Es señora.» Timoneda (sic: lo que es equivocación; debió decir «señor»).

[p. 294]. [2] . «Cáyale.» Tim.

[p. 294]. [3] . «Que le pase.» Tim.

[p. 294]. [4] . «Abajara abrir.» Tim.

[p. 294]. [5] . Después de este verso lleva Timoneda intercalados los dos versos siguientes:

«Albertos, como la vido,
dijole con gran rigor»:

[p. 294]. [6] . «Perdistes alguna joya.» Tim.

[p. 294]. [7] . «Y mejor.» Tim.

[p. 294]. [8] . Se echa de ver que este romance debe ser fragmento de alguno más completo; y en efecto, existe todavia una versión más cabal en portugués, la cual, con el título «Justiça de Deus», inserta el Sr. Almeida-Garrett en su Romanceiro, tomo II, pág. 285.

[p. 295]. [1] . Este verso, y los tres que le siguen, se hallan también en el romance del Conde Claros, que dice:

     «Media noche era por hilo».

[p. 295]. [2] . Sic, falta la asonancia.

[p. 295]. [3] . El texto lleva por equivocación «dice.»

[p. 295]. [4] . En otro pliego suelto, que lleva va por título «Aquí comiençan cinco romances, con una glosa... de Aliarda», el texto de nuestro romance, entresacado de aquella glosa, dice así:

«Ya se salia Aliarda
de los baños de bañar:
le vi sacar su rostro
como la leche y la sangre.
Topara al conde Florencios,
y comenzó de hablar:
—¡Aliarda, Aliarda!
¡Oh quién contigo holgase,
y otro día en la mañana
con dos mil moros lidiar!
Si a todos no los venciese
me mandeis luego matar.
—De holgar, conde, conmigo,
bien podrías tú holgar;
mas eres muchacho y niño,
irte has luego alabar.—
..................................................
Y otro dia en la mañana
a las cortes se fué a alabar.»

[p. 296]. [1] . «Aliarda.» Timoneda, Rosa de amores.

[p. 296]. [2] .          «Oídolo habia su hermano,
                                  un hermano carnal de ella.
                                  
Dijéronle allí:—Florencios,
                                  bien es casarte con ella.»
                                        Tim., Rosa de amores.

[p. 296]. [3] . «Prontamente.» Tim.

[p. 296]. [4] . «Aquel.» Tim.

[p. 296]. [5] . «Aliarda.» Tim.

[p. 296]. [6] . «En saber esto Aliarda.» Tim.

[p. 296]. [7] . Después de este verso, Timoneda ha intercalado los dos siguientes:

       «envióles a decir
       en breve de esta manera»:

[p. 296]. [8] . «De hacer.» Tim.

[p. 296]. [9] . «Que lo que él.» Tim.

[p. 296]. [10] . «Habian.» Tim.

[p. 296]. [11] . Hay rasgos parecidos a estos dos romances en el lindo portugués que ha publicado el Sr. Almeida-Garret en su Romanceiro, t. III, pág. 15, con el título de «Albaninha».

[p. 297]. [1] . «Pequeña.» Silva.

[p. 297]. [2] . «El» falta en la Silva.

[p. 298]. [1] . El Sr. Durán, cuyo texto hemos copiado, anota a este romance:

«Este romance se ha corregido por la glosa que de él hizo Quesada, y se publicó en un pliego suelto. Es el verdadero romance viejo, y tan célebre, que dió motivo a mil glosas e imitaciones.»

[p. 298]. [2] . El romance catalán que lleva por título «La dama de Aragón» (en la obra citada del Sr. Milá y Fontanals, pág. 140), es casi una versión de este romance, que se ha entresacado de la glosa citada.

[p. 299]. [1] . «Hablábame desde lejos.» Cancionero de obras de burlas.

[p. 299]. [2] . «Ven acá tú.» Canc. de obras de burlas.

[p. 299]. [3] . Éste, y los tres versos que le siguen, faltan en el Canc. de obras de burlas.

[p. 300]. [1] . «Hender.» Cancionero de obras de burlas; y aquí los dos últimos versos van antepuestos al que dice: «el cuello, etc.».

[p. 300]. [2] . «Con la lanza enerbolada.» Pliego s. nº 2.

[p. 301]. [1] . «Vaselo a ver doña Iseo.» Pliego s. núm. 2.

[p. 301]. [2] . «Manto.» Pl. s. nº 2.

[p. 301]. [3] . Éste, y el verso que le antecede, faltan en los pliegos sueltos núms. 1 y 2.

[p. 301]. [4] . «Oviese.» Pliegos sueltos números 1 y 2.

[p. 301]. [5] . «Boca con boca.» Pliegos sueltos núms. 1 y 2.

[p. 301]. [6] . «Del.» Pliegos sueltos números 1 y 2.

[p. 301]. [7] . «Hace.» Pliegos sueltos números 1 y 2.

[p. 301]. [8] . Los dos últimos versos faltan en el pliego suelto nº 2.

[p. 303]. [1] . «Berlandino.» Silva.

[p. 303]. [2] . «Han» falta en la Silva.

[p. 303]. [3] . «Falló.» Silva.

[p. 303]. [4] . La Silva y todas las ed. del Canc. de Rom. dicen «lejos».

[p. 304]. [1] . «Al.» Silva.

[p. 304]. [2] . «De» falta en la Silva.

[p. 305]. [1] . Con este verso concluye el romance en el Canc. de Rom., s . a.

[p. 305]. [2] . En todas las ed. del Canc. de Rom., este verso está impreso así: «No hallara la montina».—Hemos, pues, suplido lo necesario para reintegrar la frase.

[p. 305]. [3] . «Me» en las ed. post. del Canc. de Rom.

[p. 305]. [4] . «Me» en las ed. post. del Canc. de Rom.

[p. 305]. [5] . La más antigua versión de este romance, muy viejo y muy popular, aunque probablemente de origen francés, es la que se ha conservado en la boca del pueblo en Portugal, y la cual lleva publicada el Sr. Almeida-Garrett en su excelente Romanceiro (Lisboa, 1851, tomo II, págs. 21-24); por eso, y por ser muy linda esta versión, la reimprimimos aquí:

           O CAÇADOR

O caçador foi a caça,
a caça, como sohia;
os caes ja leva cançados,
o falcao perdido havia
Andando se lhe fez noite
por ua mata sombria,
arrimou-se a uma azinheira,
a mais alta que alli via.
Foi a levantar os olhos,
viu coisa de maravilha:
no mais alto da ramada
uma donzella tan linda!
Dos cabellos da cabeça
a mesma arvore vestia,
da luz dos olhos tam viva
todo o bosque se allumia.
Alli fallou a donzella,
ja vereis o que dizia:
—Nao te assustes, cavalleiro,
nao tenhas tam manha frima.
Sou filha de um rei c´roado,
de uma benditta rainha.
Sette fadas me fadaran,
nos braços de mi' madrinha,
que estivesse aqui sette annos,
sette annos e mais um dia:
hoje se acabam n'os annos,
ámanhan se conta o dia.
Leva-me, por Deus t'o peço,
leva em tua companhia
—Espera-me aqui, donzella,
té ámanhan, que e o dia:
que eu vou a tomar conselho,
conselho com minha tia.—
Responde agora a donzella,
que bem que lhe respondia!
—Oh, mal haja o cavalleiro
que nao teve cortezia:
deixa a menina no souto
sem lhe fazer companhia!—
Ella ficou no seu ramo
elle foi-se a ter co'a tia...
Ja voltava o caballeiro
apenas que rompe o dia;
corre por toda essa mata
a enzinha nao descubria.
Vai correndo e vai chamando,
donzella nao respondia;
deitou os olhos ao longe,
viu tanta cavalleria,
de senhores e fidalgos
muito grande tropelia.
Levavam n'a linda infanta
que era ja contado o dia.
O triste do cavalleiro
por morto no chao cahia:
mas ja tornava aos sentidos
e a mao a espada mettia:
—Oh, quem perdeu o que eu perco
grande penar merecia!
Justiça faço em mim mesmo
e aqui me acabo co'a vida.

[p. 306]. [1] . «Está» Canc. y Flor de enamorados.

[p. 306]. [2] . «Son de una holanda muy fina.» Flor de enam.

[p. 306]. [3] . «Pone.» Flor de enam.

[p. 306]. [4] . «Tiene.» Flor de enam.

[p. 306]. [5] . «Querida.» Flor de enam.

[p. 307]. [1] . «Contádesme, Espínelo, contádesme vuestra vida.» Flor de enam.

[p. 307]. [2] .«Hecho tenia.» Flor de enam.

[p. 307]. [3] . «La.» Flor de enam.

[p. 307]. [4] . «Su.» Flor de enam.

[p. 307]. [5] . «Que sabia de.» Flor de enamorados.

[p. 307]. [6] . «Que mas segura seria,
                             y pongas tambien en ella
                             mucho oro y joyería.»
                                                        Flor de enam.

[p. 307]. [7] . «Con la sabor que habia.» Flor de enam.

[p. 307]. [8] . «No tiene hijo.» Flor de enamorados.

[p. 308]. [1] . «Romance del infante Arnaldos.» Pl. s.

[p. 308]. [2] . «Infante.» Pl. s.

[p. 308]. [3] . «Andando a buscar la caza

     para su halcón cebar.» Pl. s.

[p. 308]. [4] . «Que venia en alta mar.» Pl. s.

[p. 308]. [5] . «Las áncoras tiene de oro,
                             y las velas de un cendal.»
                                                   Pl. s.

[p. 308]. [6] . «Guia.» Pl. s.

[p. 308]. [7] . «Va diciendo este cantar.» Pl. s.

[p. 308]. [8] . Éste, y los cinco versos que le siguen, faltan en el pliego suelto.

[p. 308]. [9] . Hemos conservado esta forma notable del Canc. de rom. s. a. «nel», anteponiendo solamente el apóstrofo; en la ed. de 1550 hay «en el», y en las posteriores «al».

[p. 308]. [10] . Después de este verso, la ed. de 1550 y las posteriores del Canc. de Rom. llevan intercalados los siguientes:

 —Galera, la mi galera
 Dios te me guarde de mal,
 de los peligros del mundo
 sobre aguas de la mar,
 de los llanos de Almería,
 del estrecho de Gibraltar,
 y del golfo de Venecia,
 y de los bancos de Flandes,
 y del golfo de Leon,
 donde suelen peligrar.—

También el pliego suelto ha interpuesto este pasaje, pero de modo algún tanto diferente, y acaba el romance con él, diciendo así:

 —Galera, la mi galera,
 Dios te me guarde del mal,
 de los peligros del mundo,
 de fortunas de la mar,
 de los golfos de Leon,
 y estrecho de Gibraltar,
 de las fustas de los moros
 que andaban a saltear.

[p. 308]. [11] . El Sr. Delius ha publicado en el Archiv für das Studium der neueren Sprachen, herausgegeben von Herrig (tomo XII, pág. 235), otra versión de este romance, sacada de un manuscrito, según dice, del «British Museum» (Ms. Add. 10341). El texto de este manuscrito parece ser muy corrupto; pero, por no haberse podido hallar, a nuestra demanda, el citado manuscrito en
el «British Museum» lo reimprimimos aquí según la lección del señor Delius, corrigiendo tan sólo los yerros palpables y transcribiéndolo conforme a nuestro sistema de ortografía y prosodia.

 ¡Quién tuviese tal ventura
 con sus amores folgar,
 como el infante Arnaldos
 la mañana de San Juan!
 Andando a matar lagartos
 por riberas de la mar,
 vido venir un navío
 navigando por la mar,
 marinero que dentro viene,
 diciendo viene este cantar:
 —Galera, la mi galera,
 Dios te me guarde de mal,
 de los peligros del mundo,
 de las ondas de la mar,
 y del golfo de Leon,
 del puerto de Gibraltar,
 de los castillos de moros
 que combaten con la mar.—
 —Si saliredes, mi madre,
 si saliredes de mirar:
 y veredes como canta
 la sirena de la mar.
 —Que non era la sirena,
 la sirena de la mar,
 que non era sino Arnaldos,
 Arnaldos era el infante,
 que por mí muere de amores,
 que le queria frustrar. *
 ¡Quién le pudiese valer,
 que tal pena no pagase!

* El texto dice «fruare»; el señor Delius lee «firmare».

[p. 311]. [1] . Claro está que Reinosa, caso que sea el autor de esta trova, ha tomado por base el asunto del romance antecedente, amalgamándolo con el del romance que dice «A cazar va el caballero», y poniéndole un final de su cosecha. De este tradición, sin género de duda de origen francés, hay una versión portuguesa conservada en el lindo romance que con el título de «A infeitiçada» ha inserto el Sr. Almeida-Garrett en su Romanceiro (tomo II, pág. 32). La versión portuguesa contiene algunos rasgos notables que ya faltan en la castellana; por ejemplo, cuando la niña dice:

«Que, antes que me baptisassem
me deram feitiçaria:
sette bruxas me imbruxaram
antes que eu fosse a pia:
o homem que a mim se chegasse,
malato se tornaria.»

Y en el desealace, reconociendo e caballero a la niña por su hermana

Cuidei de levar amante
levo uma irman minha...

Con que se asemeja esta tradición a la del romance asturiano de don Bueso publicado según la tradición oral por el Sr. Durán (1. c. Tomo I, pág. LXV).

[p. 312]. [1] . «Do muero con.» Timoneda.

[p. 312]. [2] . Es más bien este romance un fragmento, con algunas adiciones, conservando todavía versos enteros de aquel romance viejo que empiezo: «Asentado está Gaiferos», desde el verso que en él dice:

Caballero si a Francia ides,
por Gaiferos preguntad.

[p. 312]. [3] . Éste, y los dos versos que le siguen, están tomados del romance de Valdovinos que dice: «Nuño vero, Nuño vero», como en general este romance parece ser más bien una trova moderna de aquel viejo romance.

[p. 313]. [1] . El Sr. Durán ha puesto a este romance la siguiente nota (en su Romancero general, I, pág. 175):

«Aún se conserva entre nosotros tradicionalmente una trova de este romance, aplicada a las circunstancias de la guerra de sucesión en tiempo de Felipe V, el cual dice así:

Oiga, oiga, buen soldado,
si sois lo que pareceis,
¿a mi marido habeis visto
por la guerra alguna vez?
—No lo sé, señora mia,
dadme algunas señas dél.
—Mi marido es gentil hombre,
gentil hombre y muy cortés;
monta un potro pelicano
más lijero que uno inglés,
y en el arzon de la silla
lleva las armas del rey,
con la su espada ceñida
con cinturón de morles.
—Ese hombre que decis
habrá ya que murió un mes,
y manda en el testamento
que conmigo vos caseis.
—No permita Dios del cielo,
ni mi madre santa Ines,
que fembra de mi linaje
se case más de una vez:
de tres hijas que me deja
la primera casaré,
la mediana será monja,
la tercera guardaré,
que me cuide y me acompañe,
que me guise de comer
y me lleve de la mano
en casa del coronel.
—No vos acuiteis, señora,
señora, no os acuiteis,
miradme, miradme el rostro
por ver si me conoceis.
—Vos sois Mambrú, dulce esposo,
vos sois mi dueño y querer,
vos sois...—Cayó desmayada
en los brazos de su bien
la dama desfallecida
con tanto gusto y placer.
Despues que hubo vuelto en sí,
fuéronse juntos al rey,
que los recibió en sus brazos
al ir a echarse a sus pies.
Este es el Mambrú, señores,
que se canta del revés,
y una gitana lo canta
en la plaza de Aranjuez.

La versión más antigua parece estar conservada en el romance portugués que ha publicado el Sr. Almeida-Garrett en su Romanceiro, t. II, «Romances cavalharescos antigos» (Lisboa, 1851, p. 7 Sig), bajo el título de «La bella infanta», que dice:

Estava a bella infanta
no seu jardim assentada, etc.

Hay también dos romances catalanes muy semejantes a éste, es a saber: los intitulados de «Blancaflor» y de «La vuelta del peregrino» en la colección del Sr. D. Manuel Milá y Fontanals ( Observaciones sobre la poesía popular, etc. Barcelona. 1853, págs. 110 y 111).

[p. 314]. [1] . En la Rosa de amores, de Timoneda, lleva el título de «Romance de doña Beatriz».

[p. 314]. [2] . «Se hacen.» Tim.

[p. 314]. [3] . «Tal.» Tim.

[p. 314]. [4] . «Mas también.» Tim.

[p. 314]. [5] . «Ese.» Tim.

[p. 314]. [6] . «Mirades.» Tim.

[p. 314]. [7] . «Que ver no la merecí, la cual me mata de amores, y a ser vuestro me rendí.» Timoneda.

[p. 314]. [8] . «Y no nos podrá seguir.» Timoneda.

[p. 315]. [1] . Sic. Las ediciones posteriores del Canc. de Rom enmiendan este

«Mi madre y yo pan vendí.»

[p. 315]. [2] . De este romance llevan los pliegos sueltos diferentes versiones, o más bien fragmentos de tales, con o en glosas, como el publicado por los señores Böhl de Faber, I, número 144, y Durán, núm. 306, y otro casi idéntico con aquél, que publicamos aquí tomado también de un pliego suelto del siglo XVI, que lleva por título: «Síguese un romance que dice: Tiempo es el cavallero, glosado nuevamente etc.,» y dice así:

—Tiempo es, el caballero,
tiempo es de andar de aqui,
que me crece la barriga,
y se me acorta el vestir.
Vergüenza he de mis doncellas,
las que me dan el vestir,
míranse unas a otras,
y no hacen sino reir.
Sí teneis algun castillo
donde nos podamos ir.
—Paridlo vos, mi señora,
que así hizo mi madre a mí,
hijo soy de un labrador
que de cavar es su vivir.
—¡Maldita sea yo princesa
a la hora en que nací!
¡Antes reventases, vientre,
que de tal hombre parir!
—Calleis, infanta, calleis,
no vos querais maldecir,
que hijo soy del rey de Francia
y de la reina emperatriz,
villas y castillos tengo
donde vos pueda encobrir.

[p. 315]. [3] . «Un» falta en la Silva.

[p. 315]. [4] . «Seais.» Silva.

[p. 316]. [1] . En la edición de 1550 y las posteriores del Canc. de Rom. se añaden los versos siguientes:

Subiérase la infanta
a lo alto de una torre;
si bien labraba la seda,
mejor labraba el retros;*
vido venir a Galvan
telas de su corazón.
Ellas en aquesto estando
el parto le * tomó.
—¡Ay por Dios! ¡ay mi señor!
alleguéisos a esa torre,
recogedme este mochacho
en cabo de vuestro manto:
dédesmelo a criar
a la madre que os parió.

* Las ed. post. dicen «el oro.»

* «Que le.» Ed. post.

[p. 319]. [1] . El Sr. Durán pone a este romance la nota que sigue (l. c. I, p. 177):

«Con algunas variantes se conserva e imprime este romance, y es uno de los vulgares que venden los ciegos. Todavía en Andalucía con el nombre de «Corrio» o «Corrido» o «Carrerilla», que así llama la gente del campo a los romances que conserva por tradición, se recita o cuenta el siguiente, que trata también de Gerineldo:

CARRERILLA DE GERINELDO

¿Dónde vienes, Gerineldo
tan triste y tan afligido?
—Vengo del jardín, señora,
de coger flores y lirios.
Gerineldo, Gerineldo,
mi camarero es Pulío,
el que te pondrá esta noch
tres horas a mi servicio.
—Como soy vuestro criado,
señora, os burláis conmigo.
—No me burlo, Gerineldo,
que de veras te lo digo:
a la una de la noche
has de venir al castillo,
con zapatitos de seda
para que no seas sentido.—
Esto le dijo la infanta
y al punto se ha despedido,
diciéndole Gerineldo:
—Señora, será cumplido.

Hállase también una versión portuguesa de este romance, publicada por primera vez por el Sr. Almeida- Garrett en su Romanceiro, tomo II, pág. 158. En ella el héroe lleva el nombre de Reginaldo, pero en algunas versiones también el de Eginaldo, Generaldo o Girinaldo o atrevido. —La versión portuguesa coincide en lo esencial con la primera castellana, que es la más antigua; las adiciones de la portuguesa (como el llanto de la madre de Gerineldo, y el cantar de éste en su prisión) son más bien interpolaciones, de las cuales carece todavía la lección de Alemtejo, y por eso es la más castiza.

[p. 320]. [1] . Aquí acaba el epígrafe en la Rosa gentil, de Timoneda.—En la Silva le antecede el siguiente título general: Síguense los romances que tratan de historias españolas, y este primero es de cómo, ect,» Por ser el asunto del todo fabuloso, hemos colocado aquí este romance.

[p. 320]. [2] . «No mirando lo que hacia,
                             y que hacia traición
                             a su gran genealogía.»
                                   Tim., Rosa gentil.

[p. 320]. [3] . «El emperador turbado.» Timonesda.

[p. 320]. [4] . «Cual a mi honra convenía.» Timoneda.

[p. 320]. [5] . «Metia.» Tim.

[p. 320]. [6] . «Cual.» Tim.

 

[p. 321]. [1] . «Dentro del.» Tim.

[p. 321]. [2] . «Adonde ella residia.» Tim.

[p. 321]. [3] . «Hablar con ella primero.»Tim.

[p. 321]. [4] . «Aquesto.» Tim.

[p. 321]. [5] . «Y entrará.» Tim.

[p. 321]. [6] . «Ennoblecida.» Tim.

[p. 321]. [7] . «Estando allá.» Tim.

[p. 321]. [8] . «Con descanso.» Tim.

[p. 321]. [9] . «Sacra.» Tim.

[p. 321]. [10] . «Por eso me partí presto.» Timoneda.

[p. 321]. [11] . «De contenta.» Tim.

[p. 322]. [1] . «Su escudero con él.» Tim.

[p. 322]. [2] . «Tambien armado salia.» Timoneda.

[p. 322]. [3] . «Con la furia.» Tim.

[p. 322]. [4] . «Dió el compañero a huir
                             cuanto el caballo podia,
                             y quedóse el conde solo.»
                                                     Timoneda.

[p. 322]. [5] . «Y rebeldía.» Tim.

[p. 322]. [6] . «Toma.» Tim.

[p. 322]. [7] . «Que de encima del caballo» Timoneda.

[p. 322]. [8] . «Tenia.» Tim.

[p. 322]. [9] . «Y cortóle la cabeza
                             privándole de la vida.» Tim.

[p. 322]. [10] . «El segundo.» Tim.

[p. 322]. [11] . «En el caballero extraño.» Timoneda.

[p. 322]. [12] . «Muy gran temor concebía.» Timoneda.

[p. 323]. [1] . «Para yo darte la vida.» Timoneda.

[p. 323]. [2] . «Pídela.» Tim.

[p. 323]. [3] . «Que es el que darla podía.» Timoneda.

[p. 323]. [4] . «Con muy sobrada.» Tim.

[p. 323]. [5] . «Le responda si sabia.»Tim.

[p. 323]. [6] . «Aquel.» Tim.

[p. 323]. [7] . «Que defendido la habia.» Timoneda.

[p. 323]. [8] . «De no decir quién es él.» Timoneda.

[p. 323]. [9] . «Sino es al tercero dia.» Tim.

[p. 323]. [10] . «Como aquel era el buen conde—de Barcelona la rica.» Tim.

[p. 323]. [11] . «La emperatriz muy contenta,—emperador lo quería.» Tim.

[p. 323]. [12] . «Luego empezaron su via.» Timoneda.

[p. 323]. [13] . «Aparato grande.» Tim.

[p. 324]. [1] . «Noble.» Tim.

[p. 324]. [2] . «Para quien comer querria,
                             bastecidas de viandas
                             que nada no fallecia.» Tim.

[p. 324]. [3] . «La reina y su compañía.» Timoneda.

[p. 324]. [4] . Véase sobre el origen y la propagación de esta tradición calleresca Fern. Wolf, Ueber die Lais, pág. 217, nota 60. Hay otra versión castellana en el romance que dice: «En la ciudad de Toledo», con el epígrafe «Romance de la duquesa de Lorayna, sacado de la historia del rey Don Rodrigo, que perdió a España (en la Silva, ed. de 1550, tomo I, fol. XL, en el Canc. de Rom., s. a., fol. 122, y también en el Romancero de Sepúlveda), el cual, aunque fundado en una versión más antigua de aquella tradición, está, en verdad, ya «sacado de la fabulosa Crónica de rey Don Rodrigo» (Parte I, c. 37), y es no más que prosa rimada, obra probablemente del mismo Sepúlveda; por eso lo hemos excluído de nuestra colección. La tradición de que tratamos tiene rasgos comunes con la del conde Claros en el romance que dice: «A caza va el Emperador».

[p. 324]. [5] . Los pliegos sueltos que llevan este romance, dicen: «hecho por Pedro de Riaño».

[p. 325]. [1] . «Y yo.» Canc. de Rom., s. a., y 1550. Flor.

[p. 325]. [2] . «Si la condesa es burlada.» Pliego suelto .

[p. 325]. [3] . «Si la condesa es burlada,
                             dél es la culpa, y no mia.» Flor.

[p. 325]. [4] . «Tornando.» Silva.

[p. 325]. [5] . «Sabia.» Canc. de Rom. s . a. y Silva. Esta lección, como la más antigua, sería de conservar y de interpretar: «que nadie sabia que el conde le prometió la fe»

[p. 326]. [1] . «Por la merced que me hacia.» Silva.

[p. 326]. [2] . « Sentóse.» Silva.—«Luego se asentó a comer.» Las ed. post. del Canc. de Rom.—« Asentóse a comer.» Flor.

[p. 326]. [3] . «Comenzó.» Silva y Flor.

[p. 326]. [4] . «Una nueva os traigo conde,
                             que de ella no me placia,
                             por la cual estoy quejoso.»
                                              Silva.
                             
«Sabed que estoy muy quejoso.»
                                              Flor.

[p. 326]. [5] . Después de este verso intercala la Floresta los dos siguientes:

«Que no lo he demandado,
ni se lo demandaria.»

[p. 327]. [1] . «Pues que muera.» Flor.—«Que muera pues.» Pl. s.

[p. 327]. [2] . «Que me escriba.» Flor y Pliego suelto.

[p. 327]. [3] . «No lo.» Silva.

[p. 328]. [1] . «Condesa.» Silva.

[p. 328]. [2] . «Presto.» Silva.

[p. 328]. [3] . «Corria.» Flor. Pl. s.

[p. 328]. [4] . «Mirábalo.» Flor. Pl. s.

[p. 328]. [5] . «Mirais.» Pl. s.—«Cuando lo entendais.» Flor.

[p. 328]. [6] . «A quien no debia.» Flor. «A quien bien servia.— Pl. s

[p. 328]. [7] . «Y que se os quite la vida.» Flor.

[p. 329]. [1] . «Niño.» Flor.—«Chiquito.» Pliego suelto.

[p. 329]. [2] . «Pido.» Silva y las ed. post. del Canc. de Rom.—«Sino que me perdoneis.» Flor.

[p. 329]. [3] . «Se viene.» Flor. y Pl. s.—«Llegaba.» Las ed. post. del Canc.

[p. 329]. [4] . «Socorred, mis caballeros.» Flor. y Pl. s.

[p. 330]. [1] . De este romance tan célebre hay versiones en las lenguas catalana y portuguesa, y, lo que es bien de notar, siempre con la misma asonancia (en i-a). La catalana de «El conde Floris», se halla en la obra citada del Sr. Milá y Fontanals (págs. 118 y 119). La portuguesa, que dicen también del conde Alarcos, pero en los distritos menos próximos al contacto castellano «do conde Yanno», va impresa con este título en el Romanceiro del Sr. Almeida-Garrett (tomo II, págs. 44 y siguientes), y es tan linda, tan sencilla y verdaderamente popular, que creemos servir bien a los aficionados reimprimiendo aquí entero este romance portugués del

CONDE YANNO

Chorava a infanta Solisa,
chorava e razao havia,
vivendo tam descontente:
seu pae por casar a tinha.
Acordou elrei da cama
com o pranto que fazia:
—Que tens tu, querida infanta,
que tens tu, o filha mia?
—Senhor páe, o que heide eu ter
se nao que me pésa a vida?
De tres irmans que nós eramos,
solteira eu só ficaria.
—Que queres tu que te eu faça?
Mas a culpa nao e minha.
Ca vieram embaixadas
De Guitaina e Normandia;
nem ouvi-las nao quizeste,
nem fazer-lhes cortezia...
Na minha côrte nao vejo
marido que te daria...
Só se fosse o conde Yanno,
e esse ja mulher havia.
—Ai! ricco pae da minha alma,
pois esse e que eu queria.
Se elle tem mulher e filhos,
a mim muito mais devia,
que me nao soube guardar
a fé que me promettia.—
Manda elrei charmar o conde,
sem saber o que faria:
que lhe viesse fallar...
em saber que lhe diria.
—Inda agora vim do paço,
ja elrei lá me queria!
Ai! será para meu bem?
Ai! para meu mal seria?—
Conde Yanno que chegava,
elrei que a buscar o vinha:
—Beijo a mao a vossa Alteza;
que quer vossa senhoria?—
Responde-lhe agora o rei
con grande merencoria:
—Beijae, que mercè vos faço:
casareis com minha filha.—
Cuidou de cahir por morto
o conde que tal ouvia:
—Senhor rei, que sou casado
ja passa mais de anno e dia!
—Mattareis vossa mulher,
casareis con minha filha.
—Senhor, como hei de mattá-la
se a morte me nao mer'cia?
—Callae-vos, conde, callae-vos,
nao vos quera demazia:
filhas de reis nao se inganham
como una mulher captiva.
—Senhor que é muita razao,
mais razao que ser devia,
para me mattar a mim]
que tanto vos offendia,
mas mattar uma innocente
com tamanhe aleivozia!
N'esta vida nem na outra
Deus m'o nao perdoaria.
—A condesa hade morrer
pelo mal que ca facia.
Quero ver sua cabeça
n'esta doirada bacia.
Foi-se embora o conde Yanno,
muito triste que elle ia.
Adeante um pagem d'elrei
levava a negra bacia.
O pagem ia de lutto,
de lutto o conde vestia:
mais dó levava no peito
c'os appertos da agonia.
A condesa, que o esperava,
de muito longe que o via,
com o filhinho nos braços
para abraçá-lo corria.
—Bem vindo sejais, meu conde,
bem vinda ninha alegria!—
Elle sem dizer palavra
pelas escadas subia.
Mandou fechar seu palacio,
coisa que nunca fazia;
mandou logo pôr a cea
como quem lhe appetecia.
Sentaram-se ambos a mesa,
nem um nem outro comia;
as lagrymas era um rio
que pela mesa corria.
Foi a beijar o filhinho
que a mae aos peitos trazia,
largou o seio o innocente,
como um anjo lhe surria.
Quando tal viu a condesa,
o coraçao Ihe partia,
desata en tammanho chôro
que em toda a casa se ouvia:
—Que tens tu, querido conde,
que tens tu, ó vida minha?
Tira-me ja d'estas âncias,
elrei o que te queria?—
Elle affogava em soluços,
responder le nao podia;
ella, apertando-o nos braços,
com muito amor lhe dizia:
—Abre-me o teu coraçao,
desaffoga essa agonia,
da-me da tua tristesa,
dar te hei da minha alegria.—
Levantouse o conde Yanno,
a condesa que o seguia.
Deitaram-se ambos no leito;
nem um nem outro dormia.
Ouvireis a desgraçada,
ouvide ora o que dizia:
—Peço-te por Deus do ceo
e pela Virgem Maria,
antes me mattes, meu conde,
que eu ver-te n'essa agonia.
—Morto seja quem tal manda,
mais a sua tyrannia!
—Ai! nao te intendo, meu conde,
dize-me, por tua vida,
que negra ventura é ésta
que entre nós esta mettida?
—Ventura da sem ventura,
grande foi tua mofina!
Manda-me elrei que te matte,
que case com sua filha.—
Palavras nao eram dittas,
inda mal lh'as ouviria,
a desgraçada condessa
por morta no chao cahia.
Nao quiz Deus que alli morrese...
Triste que alli nao morria!
Maíor dor do que a da morte
a torna a chamar á vida.
—Calla, calla, conde Yanoo
que inda remedio haveria;
ai! nao me mattes, meu conde,
e um alvitre te daria:
á meu pae me mandarás,
pae que tanto me queria!
Ter-me-hao por filha donzella,
e eu a fe te guardaria.
Criarei este innocente
que a otra nao criaria;
manter-te-hei castidade
como sempre t'a mantia.
—Ai! como póde isso ser,
condesa minha querida,
si elrei quer tua cabeça
n'esta doirada bacia?
—Calla calla, conde Yanno,
que inda remedio teria,
metter-me-has n'um convento
da orden de freiraria;
dar-me-hao o pao por onça
e a agua por medida
eu lá morrerei de pena,
e a infanta o nao saberia.
—Ai! como póde isso ser,
condessa minha querida,
se quer ver tua cabeça
n`esta malditta bacia?
—Fecháras-me n´uma torre,
nem sol, nem lua veria
as horas de minha vida
por meus ais as contaria.
—Ai! como póde isso ser,
condesa minha querida,
se elrei quer tua cabeça n'esta doirada bacia?—
Palavras nao eran dittas,
elrei que a porta batia:
—Se a condesa nao é morta,
que entao elle a mattaria.
—A condesa nao é morta
mas está na agonia.
—Deixa-me dizer, meu conde,
uma oraçao que eu sabia.
—Dizei depressa, condessa,
antes que amanheça o dia.
—Ai! quem podéra rezar,
ó virgen sancta Maria!
que eu nao me pêza da morte,
pêza-me da alevozia:
mais me pêza de ti, conde,
e de tua covardia.
Mattas-me por tuas maos
só porque elrei o queria!
Ai! Deus te perdoe, conde,
lá na ora da contia.
Deixar-me dizer adeus
a tudo o que eu mais queria:
ás flores d´este jardim,
ás aguas da fonte fria;
adeus cravos, adeus rosas,
adeus flor da Alexandria!
Guarda-me vós meus amores
que outrem me nao guardaria.
Deem-me cá esse menino,
intranhas de minha vida;
d'este sangue de meu peito
mamará por despedida.
Mama, meu filhinho, mama
d'esse leite da agonia;
que atégora tinhas mae,
mae que tanto te queria,
ámanhan terás madrasta
de mais alta senhoria...—
Tocam n'os sinos na sé...
Ai Jesus! quem morreria?
Responde o filhinho ao peito,
respondeu—que maravilha!
—Morreu, foi a nossa infanta
pelos males que fazia.

[p. 332]. [1] . Este epígrafe es tomado de la Silva. Todas las ediciones del Cancionero de Romances comienzan con el de «Romance, etc.»—En la Floresta se dice siempre: «Conde de Irlos».

[p. 332]. [2] . «Hais.» Canc. de Rom., de 1550.

[p. 332]. [3] . «Lo.» Canc. de Rom., s. a., y ed. de 1550. Floresta.

[p. 333]. [1] . «Deseximiento.» Canc. de Romances, s. a., y eds. de 1550 y 1554; en la de 1555 y en la Floresta hay también «desafiamiento».

[p. 333]. [2] . «Esa.» Canc. de Rom. s. a. y ed. de 1550.

[p. 333]. [3] . «Quedais.» Canc. de Rom. s. a. y ed. de 1550.—Floresta.

[p. 334]. [1] . «Dardin Dardeña.» Floresta.

[p. 335]. [1] . «Palabras se.» Canc. de Rom., s. a. y ed. de 1550.—Floresta.

[p. 335]. [2] . «Juramento.» Silva y Floresta.

[p. 335]. [3] . «La», falta en el Canc. de Romances, s. a. y ed. de 1550.

[p. 336]. [1] . Falta en el Canc. de Rom., s . a., y ed. de 1550, y en la Flor.

[p. 336]. [2] . Este verso falta en la Silva, en el Canc. de Rom., s . a. y ed. de 1550 y está tomado de las ed. post. del Canc. de Rom.— En la Floresta faltan los versos desde el que dice

«tan grande parte da al chico»
hasta el que dice
«tan triste vida hacia».

[p. 336]. [3] . «Llegados.» Canc. de Rom., s . a. y ed. de 1550.— Flor.

[p. 336]. [4] . «Es gran.» Canc. de Rom., s. a. y ed. de 1550.

[p. 337]. [1] . «Todo.» Canc. de Rom., s . a. y ed. de 1550.— Flor.

[p. 337]. [2] . «Tenia.» Canc. de Rom., s . a. y ed. de 1550.

[p. 337]. [3] . «Tenia.» Canc. de Rom., s . a. y ed. de 1550.

[p. 337]. [4] . «Llorando el conde de sus ojos
                             les empieza de hablar.»

Canc. de Rom., s . a. y ed. de 1550.

[p. 337]. [5] . «Ningunos me conocerán.»

Canc. de Rom., s . a. y ed. de 1550.

«Nadie me conocerá.» Flor.

[p. 337]. [6] .«Porque he hecho un mal sueño.» Flor.

[p. 337]. [7] . «Con alegrir.» Canc. de Rom., ediciones posteriores.—«En el alegría.» Flor.

 

[p. 338]. [1] . «Aquestas.» Canc. de Rom. s. a. y ed. de 1550.—Flor.

[p. 338]. [2] . «Podian.» Canc. de Rom., s. a. y ed. de 1550.—Flor.

[p. 338]. [3] . «Carlos.» Canc, de Rom., s. a. y ed. de 1550.

[p. 339]. [1] . «Grimalde.» Canc. de Rom., s. a. y ed. de 1550. «Grimaldos.» Flor.

[p. 339]. [2] . «Querian.» Canc. de Rom., s. a. y ed. de 1550. Flor.

[p. 339]. [3] . «Carlos el.» Canc. de Rom., s. a.y ed. de 1550. Flor.

[p. 339]. [4] . «De allende.» Silva, 1550.

[p. 339]. [5] . «Grandes disparates.» Flor.

[p. 340]. [1] . «A caza.» Canc. de Rom., s. a. y ed. de 1550.

[p. 340]. [2] . «Pasad.» Canción de Romances, s. a. y ed. de 1550.—«Por las villas.» Ediciones posteriores del Canc. de Rom. En la Floresta este verso y el que le antecede son enteramente desfigurados, pues dicen:

«Otros al rededor poseen
                  (sic, 1. posen.)
en las villas y lugares.»

[p. 340]. [3] . «Podeis.» Canc. de Rom., s. a.y ed. de 1550. Flor.

[p. 341]. [1] . Roldan.» Canc. de Rom., s. a. y ed. de 1550.—Claro está que la buena lección es la de la Silva y de la Floresta.

[p. 342]. [1] . «Mercarles.» Canc. de Rom., s. a. y ed. de 1550.—«Por mercarles.» Flor.

[p. 342]. [2] . «Ha.» Canc. de Rom., s. a. y ed. de 1550.

[p. 343]. [1] . «Nada.» Canc. de Rom., s . a. y ed. de 1550.

[p. 345]. [1] . «Ser vos.» Canc. de Rom., s. a. y ed. de 1550.

[p. 345]. [2] . «No me costumbro.» Canc. de Rom., s. a. y ed. de 1550.

[p. 345]. [3] . «Vuestra.» Canc. de Rom., s. a.y ed. de 1550.

[p. 345]. [4] . «Me.» Canc. de Rom., s. a. y ed. de 1550. Flor.

[p. 346]. [1] . «Se.» Canc. de Rom., s. a. y ed. de 1550.

[p. 346]. [2] . «Guia.» Canc. de Rom., s. a. y ed. de 1550.—«Aguijar.» Flor

[p. 347]. [1] . «Juntos.» Canc. de Rom., s . a. y ed. de 1550.

[p. 347]. [2] . «Sin mis leyes de Francia.» Canción de Romance, s . a. y ed. de 1550.

[p. 347]. [3] . «Ni injuria.» Canc. de Rom., s. a. y ed. de 1550.—«No hay agravio ni injuria.» Flor.

[p. 347]. [4] . «Ninguno.» Canc. de Rom., s. a. y ed. de 1550.

[p. 348]. [1] . «Estimara.» Canc. de Rom., s. a. y ed. de 1550.

[p. 348]. [2] . «Pueda.» Canc. de Rom., s. a. y ed. de 1550.—Flor.

[p. 349]. [1] . «Aviventeza.» Canc. de Rom., s. a., y ed. de 1550. En la Floresta faltan los versos desde el que dice

Los mestrasalas que servian

hasta el que dice:

Que hubiesen de hablar.

[p. 349]. [2] . El asunto de este romance tiene afinidad con aquellas leyendas de una peregrinación al Oriente, de las cuales bajo este epígrafe: «Die Fahrt in den Osten» ha tratado el erudito profesor D. Guillermo Müller en su obra intitulada: Niedersächsische Sagen und Märchen (Gotinga, 1855, pág. 389 sig.).

[p. 350]. [1] . «Refrescor.» Canc. de Rom., s . a. y 1550.

[p. 351]. [1] . «Caballero.» Canc. de Rom., s. a. y 1550. y 1550.

[p. 351]. [2] . «Y al tu.» Canc. de Rom., s . a.

[p. 352]. [1] . «Meneare Silva.

[p. 352]. [2] . «De mi bien.» Silva.

[p. 352]. [3] . «Querias.» Canc. de Rom., s. a . y 1550.

[p. 353]. [1] . «Aguardare.» Canc. de Rom. s . a. y 1550.

[p. 354]. [1] . «Ermelina.» Silva.

[p. 355]. [1] . «Queráisme.» Canc. de Rom., s. a. y 1550.

[p. 355]. [2] . «Soleis.» Silva.

[p. 355]. [3] . «Agora de aquí adelante.»
                                          Silva.
                             «Agora, mi buen sobrino.»
                                          Floresta.

[p. 355]. [4] . «Hijo.» Floresta.

[p. 355]. [5] . «Que es.» Silva.

[p. 356]. [1] . «Cordura es se conortar.» Floresta.

[p. 357]. [1] . «Puyare.» Silva. Floresta.

[p. 358]. [1] . «Lo.» Canc. de Rom., s . a. y 1550 . Floresta.

[p. 358]. [2] . «De tres caballos.» Silva.— «De otros caballos.» Canc. de Rom., s . a.— «De los caballos.» Floresta.

[p. 358]. [3] . «Ni las barbas me cortare.» «Ni de mis barbas cortar.» Floresta.

[p. 358]. [4] . «Por una hora.» Silva.— «Solo una hora.» Floresta.

[p. 358]. [5] . «Alimpiar.» Canc. de Rom., s . a. y 1550.

[p. 359]. [1] . «Sin pare.» Canc. de Rom., s. a. y 1550.—«Vencer, o en ella acabar.» Floresta.

[p. 359]. [2] . «Benito.» Floresta.

[p. 359]. [3] . «Aspereza.» Floresta.

[p. 359]. [4] . «Que cerca de un valle hay.» Flor.

[p. 359]. [5] . «Hacelle.» Floresta.

[p. 359]. [6] . «Algunas.» Floresta.

[p. 359]. [7] . «Por no lo.» Floresta.

[p. 359]. [8] . «Acompañé.» Floresta.

[p. 359]. [9] . «Halleréisle sin dudar.—
                           Todos se van muy alegres,
                           para su señor hablar.»
                                      Floresta.

[p. 360]. [1] . En este romance se llama, en el texto del Canc. de Rom., s. a. y 1550, al marqués constantemente Urgeo; en la Silva, Urgero, lo que es más conforme a su original francés Ogier le Danois, mientras que las ediciones posteriores del Canc. de Rom. y la Floresta han introducido la lección vulgar de Urgel.

[p. 360]. [2] . Así dicen todas las antiguas la ediciones del Canc. de Rom., de Silva y de la Floresta; sólamente la ed. de la Silva de Barcelona de 1582 tiene una variante notable, poniendo:

con el duque de Soxonia.

El Sr. Durán enmienda con mucha probabilidad:

con el duque don Sanson.

[p. 360]. [3] . «Don Carloto.» Floresta.

[p. 361]. [1] . «Pues no os cumple recelare.»

Las ed. post. del Canc. de Rom. :

     «Decid, conde, a vuestra guisa
     no habeis de que recelar.»
                                Floresta.

[p. 361]. [2] . «Príncipe.» Floresta.

[p. 361]. [3] . «A traición.» Floresta.

[p. 361]. [4] . «Y sienten este desman.» Flor.

[p. 361]. [5] . «Maestro de todos.» Floresta.

Esta parece ser la mejor lección, pues no puede haberse nombrado a Urgel, maestre de Rodas, hasta pasado el año de 1310. (Véase la nota de Clemencín al Don Quijote, tomo V, pág. 390.)

[p. 362]. [1] . «Con Reyner el singular.» Floresta.

[p. 362]. [2] . «Padre.» Floresta.

[p. 362]. [3] . «Ermelina.» Silva.—«Ermelian.»Floresta.

[p. 362]. [4] . «Antigüedades.» Silva. Floresta.

[p. 363]. [1] . «El conde Irlos.» Floresta.

[p. 363]. [2] . «Mandes.» Floresta.

[p. 363]. [3] . «Están.» Floresta.

[p. 364]. [1] . «Parecerá.» Floresta.

[p. 364]. [2] . «Sin su.» Silva.

[p. 364]. [3] . «Renaldos de Belanda.» Todas las ed. del Canc. de Rom. La enmienda de la Silva que hemos acogido en el texto, prueba el conocimiento más exacto de su editor de la tradición original francesa; distingue siempre muy bien entre Arnaldos de Belanda y Renaldos de Montalbán. La Floresta, al contrario, lleva éstos y otros nombres propios aun más desfigurados; así dice en este lugar:

     A don Reynaldos de Gulanda
     que Añuelos suelen llamar.

[p. 365]. [1] . «Y el orden que en todos hay.» Floresta.

[p. 366]. [1] . «Grimaldos.» Floresta.

[p. 366]. [2] . «Fox.» Silva.—«Foix.» Floresta.

[p. 366]. [3] . «Franceses vido pasar.» Flor.

[p. 366]. [4] . «Nadie le puede enojar.» Flor.

[p. 367]. [1] . En pliegos sueltos (p. e. Burgos, 1562 y 1563), se dice en la portada de este romance: «Y otro ahora de nuevo añadido, que es de la sentencia que dieron a Carloto. Hecha por Jeronymo Temiño de Calatayud.» Por de contado, Jer. Temiño es, cuando más, autor o reformador de esta nueva añadidura.

[p. 367]. [2] . «Lo» falta en las ed. del Canc. de Rom. s. a. y 1550.

[p. 367]. [3] . Con este verso el romance viene mencionado en la Tabla de la Silva.

[p. 367]. [4] . «Arnaldo.» Floresta.

[p. 367]. [5] . Foxano.» Silva.—«Y el conde Foix esforzado.» Flor.

[p. 367]. [6] . «Con Arnaut, el gran Bastardo.» Flor.—«Don Arnao, el gran Bastardo.» Las ed. post. del Canc. de Rom.

[p. 367]. [7] . «Renaldos.» Todas las ed. del Canc. de Rom.—«Don Arnaldo de Berlanda.» Floresta.

[p. 367]. [8] . «Carlos.» Silva.

[p. 368]. [1] . «Que él se haya juzgado
                           a la audiencia real,
                           pues no le han perdonado.»
                                          Floresta.

[p. 368]. [2] . «A escribirla se ha apartado.
                             Don Roldan leyó el papel.» Flor.

[p. 368]. [3] . «Podrá.» Floresta.

[p. 369]. [1] . «Será.» Canc. de Rom., 1550.

[p. 369]. [2] . «Muerto.» Silva.

[p. 369]. [3] . Claro está que en estos romances de Urgero el danés y de Valdovinos se han confundido las tradiciones francesas, conservadas todavía en cantares de gesta, de Ogier de Danemarche, quien vengó la muerte de su hijo natural Baudouinet, matado de golpes de tablero por el infante don Carloto, y de Baudouin, hermano de Roldán y amante de Sebilla (Sebile), esposa de Guiteclin (Widukind), rey de los saxones, cuya muerte, en batalla contra los últimos, se pinta, como el Sr. Durán ha muy bien observado, en todo igual a la de Roldán, su hermano, en Roncesvalles (véanse La Chevalerie Ogier de Danemarche, por Raimbert de Paris. París, 1842, y La chason des Saxons, por Gean Bodel. Paris, 1839.)

Existe sobre el mismo asunto una xácara portuguesa, inserta en el Romanceiro del Sr. Almeida-Garrett (tomo III, págs. 195 y siguientes) la cual es sin duda una imitación vúlgar y posterior a los romances castellanos, en forma más dramática.

[p. 370]. [1] . «El hierro tiene en el cuerpo.» Silva. Éste y el verso que le sigue, ocurren también en el romance de Tristán que dice: «Herido está don Tristán.»

[p. 370]. [2] . Entre éste y el verso que le sigue intercala la ed. de 1550 del Canc. de Rom. los dos siguientes:

     «Su tio el emperador
     a penitencia le daba.»

[p. 370]. [3] . «O» falta en la Silva.

[p. 370]. [4] . Después de este verso, añade la ed. de 1550 del Canc. de Rom. los dos siguientes:

     «Adamédesme, mi señora
     que en ello no perderéis nada.»

Núm. I.—Glosa de los romances que dicen: «Cata a Francia Montesinos» y la de «Sospirastes, Valdovinos.» Y ciertas coplas hechas por Juan del Enzina s. l. n. a. (Pl. s. del siglo XVI.)

Núm. 2.—Ídem: otra ed. en el Rom. gen. del Sr. Durán.

[p. 370]. [5] . La variación del asonante y la conservación de los nombres propios de la tradición primitiva (Baudouin y Sebile), así como su imitación en trovas más modernas (véase el romance entre los caballerescos sueltos que dice: «Caballero de lejas tierras»), son indicios de la grande antigüedad de este romance.

[p. 371]. [1] . «Tan clara hacia la luna.» Pl. s. núms. 1 y 2.

[p. 371]. [2] . «Los.» Pl. s. nº 1.—«Cumpliendo los.» Pl. s. nº 2.

[p. 371]. [3] . «A quien.» Pl. s. nº 2. 2.

[p. 371]. [4] . «Por tu amor, mi.» Pl. s. nº

[p. 371]. [5] . «Cristiana me tornaría.» Pl. s. núm. 2 (si no es enmienda del señor Durán ?).

[p. 371]. [6] . «Si me quieres.» Pl. s. nº 2 .

[p. 371]. [7] . El texto del Canc. de Rom., eds. de 1550 y posteriores, lleva: «y con» etc.; claro está que esto, no teniendo sentido, es yerro de imprenta. Que se ha de leer «ya», viene comprobado por la versión portuguesa que empieza así:

     Ja lá vem o sol na serra,
     ja lá vem o claro dia,
     e índa o conde d'Allemanha
     com a rainha dormia.

[p. 372]. [1] . De este romance hay una versión portuguesa muy linda y muy popular, publicada por el Sr. Almeida-Garrett en su Romanceiro, tomo II, pág. 78, con el título de «O conde d'Allemanha» (Allamanha o Aramenha). Esta versión tiene además una especie de epílogo entre la madre y la hija sobre el suplicio del conde alemán, acusándose recíprocamente de haberlo causado.

[p. 373]. [1] .  Dios te deje crecer, hijo,
                             y llegar a barragan,
                             Dios te de bartas en rostro
                             y en el cuerpo fuerza grande.»
                                    Pliego suelto.

[p. 375]. [1] . «Dijo y alzara su mano.» Pl. s.

[p. 375]. [2] . «Y empezáronle.» Pl. s.

[p. 376]. [1] . «Aquí lo vereis faltar.» Pl. s. (si no es enmienda de Durán?).

[p. 376]. [2] . «Sino por quien.» Silva; Cod. del Sr. Durán; Floresta.

[p. 377]. [1] . «Iba.» Silva.

[p. 377]. [2] . «Con él muchos de los doce
que a una mesa comen pan.»
                                      Flor.

[p. 377]. [3] . «La.» Canc. de Rom., s. a. y 1550.—«Lo.» Cod. del Sr. Durán.

[p. 377]. [4] . «Dice que soy para poco.» Flor.

[p. 377]. [5] . «Si no busqué a mi esposa
culpa no me pueden dar.»
                                      Flor.

[p. 377]. [6] . «No lo querria mal vezar.» Cod. de Durán.—«Mal no le quieran vezar.» Floresta.

[p. 378]. [1] . «Asi hablar.» Cod. de Durán.

[p. 378]. [2] . «Y le ayuda a cabalgar.» Silva , Flor.

[p. 378]. [3] . «Cabalga.» Silva.

[p. 378]. [4] . «Melisenda» dicen siempre la Silva y la Floresta, y esta lección, por ser más conforme a la original francesa (Belissent), es de preferir a Melisendra, como la dan todas las ediciones del Canc. de Rom. y los editores de las colecciones modernas.

[p. 379]. [1] . «A.» Silva. Floresta.

[p. 379]. [2] . «La.» Silva. Flor. Cod. del señor Durán.

[p. 379]. [3] . «Los moros su fiesta hacen.» Cod. de Durán.—«Gran fiesta los moros hacen.» Flor.

[p. 379]. [4] . «El rey iba a la mezquita.» Cod. de Durán. Las eds. post. del Canc. de Rom.

Almanzor a la mezquita
va para hacer la zala.»
                               Flor.

[p. 379]. [5] . «Poder.» Cod. de Durán. Las ed. post. del Canc. de Rom. y la Floresta.

[p. 379]. [6] . «Peinar.» Floresta.

[p. 380]. [1] . «Derecho se va Gaiferos
                             do los palacios están.
                             Desque estuvo cerca de ellos
                             comenzólas de mirar,
                             vió gallarda a Melisenda
                             en una ventana estar,
                             con otras damas cristianas, etc.
                                                     Floresta.

[p. 380]. [2] . «En el jesto, ni en el hablar;
                             mas en verle con armas blancas
                             en los doce fué a pensar.»
                                                     Floresta.

[p. 380]. [3] . «Queraisos a mi llegara.» Cod. de Durán.—«A -mi no os querais negar.» Floresta.

[p. 380]. [4] . «Decidme ahora la verdad.» Floresta.

[p. 380]. [5] . Véase la nota del romance que dice:

Caballero, si a Francia ides,
por mi señor preguntad.

[p. 380]. [6] . «Reyes me acuitan.» Cod. de Durán.—«Según los ruegos me hacen.» Floresta.

[p. 381]. [1] . «Cuando la vido.» Cod, de Durán.—«Y Gaiferos que la vido.» Floresta.

[p. 381]. [2] . «Las cristianas.» Floresta.

[p. 381]. [3] . «Siete voces la rodean,
                             no hallan por do escapar.»
                                        Cod. de Durán.

                             «Siete veces la rodean,
                                        Floresta.

[p. 381]. [4] . «Mezquita rezar.» Cod. de Durán.—«Mezquita a rezar.» Las ediciones post. del Canc. de Rom.:

«Mezquita no está.» Floresta.

[p. 381]. [5] . «Que mil veces de entre moros—lo sacó sin peligrar.» Floresta. no hallando por donde andar.»

[p. 382]. [1] . «No cesaba de mirar.» Cod. de Durán y las ed. post. del Canc. de Rom.—«Por ver qué cosa será.» Floresta.

[p. 382]. [2] . «Está.» Silva.

[p. 382]. [3] . «Este debe ser encantado.» Cancionero de Rom., s. a. y 1550.

[p. 382]. [4] . «Este debe ser.» Canc. de Rom., s. a. y 1550.—«O debe ser.» Cod. de Durán.

[p. 382]. [5] . «Este es Ogel.» Canc. de Rom., s a. y 1550.

[p. 382]. [6] . «El esforzado singular.» Canc. de Rom., s. a. y 1550.—«Esforzado y singular.» Cod. de Durán. «Esforzado en pelear.» Floresta.

[p. 383]. [1] . «Y con la mi rica toca.» Cod. de Durán.—«Con la toca que es mayor.» Floresta.

[p. 383]. [2] . «Que sea cristiano o moro,
                             fuerza sera pelear.»
                                             Cod. de Durán.

[p. 383]. [3] . «Lléganse los caballeros,
                             comienzan aparejar.»
                                        Cod. de Durán.

                         «Desque el uno es cerca al otro
                         comiénzanse a aparejar.»
                                        Floresta.

[p. 384]. [1] . «Que aquello.» Cod. de Durán y Floresta.

[p. 384]. [2] . «De Paris.» Silva.

[p. 384]. [3] . «El emperador les sale.» Cod. de Durán y las ed. post. del Canc. de Rom.—«El emperador que lo supo—a recibir se los sale.» Floresta.

[p. 384]. [4] . «Julianesa.» Cod. de Durán y Floresta.

[p. 384]. [5] . En el Romanceiro del Sr. Almeida-Garrett (tomo II, págs. 250 y siguientes), hay un romance portugués de «Dom Gaiferos», el cual es más corto y aun más popular que el castellano, pero es muy posterior a él, faltando ya en el portugués algunos de los más bellos rasgos.

[p. 386]. [1] . Pliego suelto. La Silva y la Floresta dicen solamente: «Romance de Grimaltos».

[p. 386]. [2] . «Mirad bien, tomad ejemplo.» Silva.

[p. 386]. [3] . «Que el conde don.» Silva y Flor.

[p. 386]. [4] . «Qu'en.» Silva y Flor.

[p. 386]. [5] . «Que llegó en cortes.» Silva y Flor.

[p. 386]. [6] . «Secreto». Silva.

[p. 386]. [7] . «El que ya oistes nombrar.» Silva.

[p. 386]. [8] . «Buen conde.» Silva.

[p. 386]. [9] . «Se.» Silva y Flor.

[p. 386]. [10] . «Haberle.» Silva y Flor.

[p. 387]. [1] . «Los querian.» Silva.

[p. 387]. [2] . «Mucho placer fué.» Silva.

[p. 387]. [3] . «Cuatro o cinco años.» Silva.

[p. 387]. [4] . «Sin ir al rey.» Silva.

[p. 387]. [5] . «Ir al rey.» Silva.

[p. 387]. [6] . «Fué que el falso de.» Silva.

[p. 387]. [7] . «De ello tuvo.» Silva.

[p. 387]. [8] . «En los beneficios.» Silva.

[p. 387]. [9] . «Dió sin pesar.» Silva.

[p. 387]. [10] . «Yo.» Silva.

[p. 387]. [11] . «Tanto pesar.» Silva.

[p. 387]. [12] . «La condesa hace despertar.» Silva.

[p. 388]. [1] . «Nada.» Silva.

[p. 388]. [2] . «Sino triste soñé un sueño.» Silva.

[p. 388]. [3] . «Que alterado.» Silva.

[p. 388]. [4] . «En ellos.» Silva.

[p. 388]. [5] . «Y a vos, señora.» Silva.

[p. 388]. [6] . «De que me sentía.» Silva.

[p. 388]. [7] . «Cerca.» Silva.

[p. 388]. [8] . «Que allí hay quien.» Silva.

[p. 388]. [9] . «Y el traidor de don Tomillas» Silva.

[p. 388]. [10] . «Os urda.» Silva.

[p. 388]. [11] . «Por una jornada cierta.» Silva y Flor.

[p. 388]. [12] . «Señor, entonces vereis.» Silva.

[p. 388]. [13] . «Lo ha de mostrar.» Silva.

[p. 389]. [1] . «Tomar.» Silva.

[p. 389]. [2] . «Para del reino botar.» Silva.

[p. 389]. [3] . «¡Ved que tal podia quedar!» Sil.

[p. 389]. [4] . «Mal te dijo.» Silva.

[p. 389]. [5] . «Y de Gaston.» Silva.

[p. 390]. [1] . «Quien tal quiere ordenar.» Silva.

[p. 390]. [2] . Después de este verso se hallan en la Silva los dos siguientes:

     Con enojo y con pesar,
     con gran saña muy airado.

[p. 390]. [3] . «Y si más en ello le habla.» Silva.

[p. 390]. [4] . «Viera.» Silva.

[p. 390]. [5] . «Viendo asi ir al conde.» Silva.

[p. 390]. [6] . «Llegado le ha.» Silva.

[p. 390]. [7] . «Arras.» Silva y Floresta.

[p. 390]. [8] . «No fuese a.» Silva.

[p. 390]. [9] . «Doy.» Silva.

[p. 390]. [10] . «No lo vos puedo.» Silva.

[p. 390]. [11] . «Al perder llamo.» Silva y Floresta.

[p. 390]. [12] . «Fortuna os convida.» Silva.

[p. 391]. [1] . «Merian.» Silva.

[p. 391]. [2] . Después de este verso pone la Silva los dos siguientes:

     Cien caballeros de salva
     los salen acompañar.

[p. 391]. [3] . «Damas, dueñas y.» Silva.

[p. 391]. [4] . «Camino.» Silva.

[p. 391]. [5] . «Van los pies corriendo sangre.» Silva.

[p. 391]. [6] . «Bien os querais.» Silva.

[p. 391]. [7] . «Agua fresca sale.» Silva.

[p. 391]. [8] . «No se puede.» Silva.

[p. 392]. [1] . «Por cobijar a su madre.» Silva.

[p. 392]. [2] . «Vido que gran humo sale.» Silva.

[p. 392]. [3] . «Allí le suplicó el conde
                             que huviese de bautizar
                             al triste niño nacido
                             con tribulación tan grande.»
                                                                Silva.

[p. 392]. [4] . «Le llamad.» Silva.

[p. 392]. [5] . En la Silva se hallan después de este verso los dos siguientes:

     «Do se crio Montesinos,
     el su hijo natural.»

[p. 392]. [6] . «Mostrar.» Silva.

[p. 392]. [7] . Éste, y el verso que le sigue, faltan en la Silva.

[p. 393]. [1] . «Y en exercitar.» Silva.

[p. 393]. [2] . En vez de éste y del verso que le sigue lleva la Silva los siguientes:

     «Él mira bien el consejo
     que le daba el conde su padre.»

[p. 393]. [3] . «Mañana.» Silva.

[p. 393]. [4] . «Se salen.» Silva.

[p. 393]. [5] . No habiendo estado a nuestro alcance el pliego suelto arriba citado, de que se ha aprovechado el señor Durán al publicar este romance en su Romancero general, hemos juzgado lo mejor el copiar literalmente su texto, anotando todavía las variantes de la Silva y las más importantes de la Floresta.

[p. 393]. [6] . Canc. de Rom. s . a. y 1550.

[p. 394]. [1] . Con este verso acaba el romance en todas las ed. del Canc de Rom.; lo que sigue se ha tomado de la Silva de varios romances, ed. de Barcelona de 1582 donde también la parte que antecede es tan diferente del texto del Canc. de Rom., que la ponemos aquí entera; el texto de la Floresta de varios romances está en un todo conforme con el de la Silva, teniendo tan sólo algunas ligeras variaciones o enmiendas más bien posteriormente hechas con arreglo a los preceptos de la poesía artística.

—Cata Francia, Montesinos
y París esa ciudad,
cata palacios del Rey
tu abuelo natural,
cata casa de Tomillas
mi enemigo mortal;
por su inicua y mala lengua
me mandaron desterrar,
do he pasado a causa de esto
mucha sed, calor y hambre,
aguas, nieves y ventiscos
por estos ásperos valles,
y la triste madre tuya
por testigo puedo dar,
que te parió en una fuente
sin tener cosa en que echarte:
yo triste quité mi sayo
para haber de cobijarte.
Otras mil angustias tristes
que yo no queria contar;
y el traidor de don Tomillas
todo esto quiso ordenar;
mas si Dios me da la vida
yo lo entiendo de vengar.—
Montesinos que esto oyera
los ojos volvió a su padre,
las rodillas puso en tierra
por la mano le besar,
pidió le diese licencia
que a París quiere llegar:
porque él ha oido decir
que sueldo acostumbran dar
a los buenos caballeros
que lo quisieren tomar:
—por eso, señor, vos ruego,
de ello no tomeis pesar,
que si sueldo del rey tomo
todo se podrá vengar.—
Viendo el conde su deseo,
la bendición le fué a dar.
Partiéndose Montesinos
volvió a rogar a su padre,
que haya por encomendada
a la condesa su madre,
y de su parte le diga,
que a Tomillas va a buscar.

[p. 397]. [1] . El texto lleva por equivocación «Roldán», mientras la asonancia y el sentido piden «Reinaldo».

[p. 399]. [1] . «Yo tuviera.» Silva. Floresta.

[p. 399]. [2] . «Juramentos.» Silva.

[p. 400]. [1] . «Para que así estéis armado.» Flor.—«Pues os detuviese aquí armado.» Las eds. posts. del Canc. de Rom.

[p. 401]. [1] . «Pasadas son.» Floresta.

[p. 401]. [2] . «Montesinos levantado.» Floresta.

 

[p. 402]. [1] . «Con gran temor las ha hablado.» Floresta.

[p. 402]. [2] . «Ni hacer desaguisado.» Flor.

[p. 402]. [3] . «Llama.» Silva.

[p. 402]. [4] . «Cirujanos.» Floresta.

[p. 403]. [1] . «Porque Dios.» Floresta.

[p. 403]. [2] . «En público, ni en celado Floresta .

[p. 403]. [3] . «Es acabado.» Silva.— «Con mucha paz en su estado.» Flor.

[p. 403]. [4] . Claro está que este romance es ya una reformación algo más artística del anterior, del que repite versos y trozos enteros, dándole, empero, una catástrofe mucho más prosaica y a modo de las comedias.

[p. 412]. [1] . Con este verso acaba el romance en el Canc. de Rom. s . a.

[p. 412]. [2] . «De.» Canc., de 1550.

[p. 412]. [3] . «Al pié.» Timoneda, Rosa de amores.

[p. 412]. [4] . «Que en la su muerte se halla.» Tim.

[p. 412]. [5] . «Haciéndole está la fuesa.» Tim.

[p. 412]. [6] . «Con la punta de su daga.» Tim.

[p. 412]. [7] . «El arnés le está quitando.» Tim.

[p. 412]. [8] . «Envolvióle.» Tim.

[p. 412]. [9] . Éste, y los cinco versos que le siguen, faltan en el texto de Timoneda.

[p. 413]. [1] . «Vida la negaba.» Tim.

[p. 413]. [2] . También éste y los tres versos que le siguen faltan en el texto de Timoneda.

[p. 413]. [3] . «Llegó en esto Montesinos.» Tim.

[p. 413]. [4] . «Díjole.» Tim.

[p. 413]. [5] . Este verso y el que le sigue faltan en el texto de Timoneda.

[p. 413]. [6] . «Sepas, señora, que es muerto.» Tim.

[p. 413]. [7] . «Cata aquí su corazón
                         que ante ti se presentaba.—
                         Belerma con estas nuevas
                         estas palabras hablaba:
                         —¡Mi buen señor Durandarte,
                         Dios perdone la tu alma!»
                                          Timoneda.

[p. 413]. [8] . Los dos últimos versos faltan en el texto de Timoneda,

[p. 413]. [9] . En la Floresta de var. rom. hay la versión siguiente (que es la vulgar) de una parte de este romance:

Muerto yace Durandarte
debajo una verde haya:
con él está Montesinos,
que en la su muerte se halla.
Haciéndole está la fosa
con una pequeña daga:
quitándole está el almete,
desciñéndole la espada;
por el costado siniestro
el corazón le sacara.
Así hablara con él
como cuando vivo estaba:
—¡Corazón del más valiente
que en Francia ceñía espada
ahora seréis llevado
adonde Belerma estaba!—
Envolvióle en un cendal,
y consigo lo llevaba.
Entierra primero al primo;
con gran llanto lamentaba
la su tan temprana muerte
y su suerte desdichada.
Torna a subir en la yegua,
su cara en agua bañada;
pónese luego el almete
y muy recio le enlazaba.
No quiere ser conocido
hasta hacer su embajada,
y presentarle a Belerma,
según que se le encargara,
el sangriento corazon
que a Durandarte sacara.
Camina triste y penoso,
ninguna cosa le agrada;
por doquiere andar la yegua
por allí deja que vaya;
hasta que entró por París
no sabe en qué parte estaba,
Derecho va a los palacios
adonde Belerma estaba.

[p. 415]. [1] . Que por este verso empezó el romance primitivo, confirma el otro, «contrahaciéndolo», que dice:

     «Por la dolencia va el viejo.»

[p. 415]. [2] . «A su buen padre carnal.» Floresta.

[p. 416]. [1] . «A.» Silva.

[p. 416]. [2] . «El.» Silva.

[p. 416]. [3] . En la Silva van intercalados después de este verso los dos siguientes:

     «—Dígasme tú, el morico,
     lo que quiero preguntar.»

[p. 416]. [4] . «Muy poco debe costar.» Flor.

[p. 416]. [5] . «Dentro en él.» Silva. Floresta.

[p. 416]. [6] . «Cada una era mortal.» Flor.

[p. 416]. [7] . Desde aquí hasta «No tiene quien lo vengar», es un trozo copiado del que dice: «Asentado está Gaiferos.»

[p. 417]. [1] . De este romance hay también una versión portuguesa que con el título de «Dom Beltrao», ha publicado el Sr. Almeida-Garrett en su de Romanceiro (tomo II, pág. 234). Notable es la conclusión de esta versión, desde la respuesta del moro:

—Esse cavalleiro, amigo,
morto está n'esse pragal,
com as-pernas dentro d'agua,
o corpo no areal.
Sette feridas no peito
a qual será mais mortal:
por uma lhe entra o sol,
por outra lhe entra o luar,
pela mais pequena d'ellas
um gaviao a voar.
—Nao tórno culpa a meu filho,
nem aos moiros de o matar;
tórno a culpa ao seu cavallo
de o nao saber retirar.—
Milagre! quem tal diria,
quem tal poderá contar!
O cavallo meio morto
alli se pôs a fallar:
—Nao me tornes essa culpa,
que m'a nao podes tornar:
tres vezes o retirei,
tres vezes para o salvar;
tres me deu de espora e redea
co'a sanha do pelejar.
Tres vezes me apertou cilhas,
me alargou o peitoral...
a terceira fui a terra
d'esta ferida mortal.

[p. 422]. [1] . «Querais.» Canc. de Rom., s. a. y 1550.

[p. 422]. [2] . «La.» Canc. de Rom., s. a. y 1550. y 1550.

[p. 422]. [3] . «Acerito.» Canc. de Rom., s. a.

[p. 422]. [4] . «Dar.» Silva.

[p. 423]. [1] . «Place.» Silva.

[p. 424]. [1] . «Buena sea vuestra llegada.» Silva.

[p. 424]. [2] . Al mismo asunto se halla en las ediciones posteriores de la Silva y en la Floresta otro romance que dice: «En Francia la noblecida». Este romance no es más que una imitación del nuestro, hecha con un tanto más de cuidado y artificio, y probablemente ya por un poeta artístico, o que aspiraba a serlo, el cual se ha permitido interpolaciones, para hacer alarde de su conocimiento de los poemas épicos italianos. Así ha añadido una larga introducción y de diferente asonancia (hasta el verso que dice: «guarda era de una puente», con el asonante en a o), al paso que ha copiado trozos enteros de nuestro romance.

[p. 425]. [1] . «Espíritu.» Silva.

[p. 425]. [2] . «Podeis.» Silva.

[p. 426]. [1] . «A todo.» Las eds. post. del Canc. de Rom.

[p. 426]. [2] . «A vos» falta eu la Silva.

[p. 427]. [1] . «A Reinaldos.» Silva.

[p. 427]. [2] . «Puedan.» Silva.

[p. 427]. [3] . «Llegar.» Canc. de Rom., s. a. y 1550.

[p. 427]. [4] . «Quereis.» Canc. de Rom., s. a. y 1550.

[p. 427]. [5] . «Tiene dél.» Canc. de Rom., s. a. y 1550.

[p. 427]. [6] . «Quiere estar.» Canc. de Rom., s. a. y 1550.—«Por querer con vos estar.» Las ed. post. del Canc. de Rom.

[p. 428]. [1] . «Dijo el rey.» Silva.

[p. 428]. [2] . «Mandara.» Canc. de Rom., s . a. y 1550.

[p. 429]. [1] . «De tales razones.» Canc. de Rom., s. a. y 1550.

[p. 429]. [2] . «Don Roldan.» Canc. de Rom., s. a. y 1550.

[p. 429]. [3] .  «Por más moros que vinieron
     no se la pueden quitar.»

Las ed. post. del Canc. de Rom.

     «Por mas moros que vinieran
     no se la pudieron quitar.»
                   Silva, ed. de 1582.

[p. 429]. [4] . En la Silva, ed. de 1582, y en la Floresta hay otro romance al mismo asunto, que dice: «Cuando aquel claro lucero», pero ya contrahecho de éste por un poeta artístico, como se echa de ver por el mismo título que lleva en un pliego suelto del siglo XVI, donde dice: «(Romance) hecho por un gentilhombre. Agora de nuevo muy fuera del propósito de los otros, como por él parecerá».

[p. 435]. [1] . «Tirando.» Las ed. post. del Canc. de Rom.

[p. 435]. [2] . «Porque.» Las ed. post. del Canc. de Rom.—«Que amores.» Flor.

[p. 435]. [3] . «Dejan.» Floresta.

[p. 435]. [4] . «Levantáos». Las ed. post. del Canc. de Rom. Floresta.

[p. 435]. [5] . «Dadme.» Las ed. post. del Can. de Rom. Floresta.

[p. 435]. [6] . «Gorgoran.» Floresta.

[p. 436]. [1] . «Mejor lo.» Las ed. post. del Canc. de Rom.

[p. 436]. [2] . «Querria la otra mañana.» Las ed. post. del Canc. de Rom.—«Y otro día de mañana.» Floresta.

[p. 436]. [3] . ¿Diría «peleare»?

[p. 436]. [4] . «Mandasen.» Las ed. post. del Canc. de Rom.—«Mandásedesme» Floresta.

[p. 436]. [5] . «Cipres.» Silva.—«Limon.» Flor.

[p. 436]. [6] . «Con grande contentamiento.» Flor.

[p. 436]. [7] . «Muy dulces besos se dan
                             con el amor que se tienen,
                             que era cosa de admirar.»
                                               Floresta.

[p. 436]. [8] . «Mas la fortuna que es adversa—que a placeres o a pesar.» Canc. de Rom., s. a. y 1550.

     «Mas fortuna que es adversa
     a placeres, y a pesar.»

Las ed. post. del Canc.

     «Mas fortuna que es adversa
     que a placeres da pesar.»
                               Flor.

[p. 436]. [9] . «Debiera.» Silva.

[p. 436]. [10] . «En busca de una podenca.» Silva.—«En busca va de un azor.» Flor.

[p. 436]. [11] . «A lindo.» Las ed. post. del Canc.—«A más.» Floresta.

[p. 437]. [1] .    «De otra parte del'infanta
                               mucho mas te puedo dar.»

Canc. de Rom., s. a. y 1550.

[p. 437]. [2] . «Adonde.» Silva, Flor y las ed. post. del Canc.

[p. 437]. [3] . «No te cumple.» Las ed. post. del Canc.

[p. 437]. [4] . «Bien te la puedes.» Las ed. post. del Canc.—«Bien os la podeis.» Flor.

[p. 437]. [5] . «De lo cual dolor yo tuve
                             y no quisiera ver tal.» Flor.

[p. 437]. [6] . «Le dar.» Silva.

[p. 437]. [7] . «Los.» Silva.—«Les.» Flor.

[p. 437]. [8] . «O le hayan de matar.» Floresta.

[p. 437]. [9] . «riguridad». Flor.

[p. 437]. [10] . «Para al rey poder.» Las ed. post. del Canc.

[p. 438]. [1] . «Ellos.» Canc. de Rom. s . a. y 1550.

[p. 438]. [2] . «De niño.» Las ed. post. del Canc.

[p. 438]. [3] . Desde este verso hasta el que dice: «Por ellas quiero gastar», hay otra versión antigua que va por romance separado en el Cancionero general y en el de Romances, y en el primero ha servido de tema a una glosa de Francisco de León.—Daremos aquella versión en la nota al fin
de nuestro texto, no habiendo tenido por bien de sustituirla a la nuestra, porque en aquella versión dice el arzobispo, que el rey no le quiso escuchar:

     «que la sentencia era dada,
     no se podia revocar;

lo que no va en todo conforme con la narración que antecede en nuestro texto.—Empero, hemos purificado éste, suprimiendo, como intepolación manifiesta, la glosa en dos décimas intercalada entre el verso que dice: «dignos son de perdonar» y el de «por vos he rogado al rey», aunque la llevan ya las ediciones más antiguas de la Silva y del Canc. de Rom. —el echa de ver por aquellas versiones diferentes e interpolaciones, que este pasaje había servido ya muy temprano de tema favorito a los glosadores, y que las dos versiones conocidas, purificadas de las interpolaciones manifiestas, tienen todavía apariencia de refundiciones y amplificaciones, en oposición con la sencillez de lo restante.—Queda, pues, libre el campo a la conjetura, y séanos licito, sacando de las dos versiones antiguas los versos que tenemos por genuinos, aventurar un texto un tanto más aproximado al primitivo que diría así:

—Pésame de vos, el conde
cuanto me puede pesar
que los yerros por amores
dignos son de perdonar.
Supliqué por vos al rey,
nunca me quiso escuchar,
antes ha dado sentencia
que os hayan de degollar.
Más os valiera, sobrino,
de las damas no curar,
que firmeza de mujeres
no puede mucho durar.
—Calledes, por Dios, mi tio,
no me querais enojar,
que tales palabras, tio,
no las puedo comportar;
quiero más morir por ellas
que vivir sin las mirar.—

[p. 439]. [1] . También desde este verso hasta el de «vos la debeis de firmar», debía ser un tema favorito de los trovadores; así hay en el Canc. gen. y en el de Rom. un romance contrahecho por Lope de Sosa, con villancico, que Soria ha glosado; y también en este pasaje se deja sentir en nuestro texto ya la mano artística, pues tiene su puntita de afectado. Serían ya interpolados los versos que hemos impreso en letra cursiva.—De haber contrahecho Lope de Sosa un trozo de nuestro romance se puede concluir que éste ya a mediados del siglo XV, cuando aquel trovador vivió, corría en mano de todos. (Véase Clemencín, notas al Quijote, tomo V, pág. 391.)

[p. 439]. [2] . «Llama.» Floresta.

[p. 440]. [1] . «Mí alma no ha de penar.» Las ed. post. del Canc. de Rom.

[p. 440]. [2] . «Fué a dar.» Flor.

[p. 440]. [3] . «Recordar.» Silva.

[p. 440]. [4] . «Yo habré desesperar.» Las ed. post. del Canc.—«Yo me iré a desesperar.» Flor.

[p. 440]. [5] . «Saliésedeslo quitar.» Canc. de Rom., s. a. y 1550.—«Saliésedeslo a quitar.» Silva y las ed. post. del Canc. Flor.

[p. 440]. [6] . «El alcalde.» Flor.

[p. 440]. [7] . «Si tu.» Silva.

[p. 441]. [1] . «Jurar.» Silva. .

[p. 441]. [2] . «Placeres se han de tornar.» Las ed. post. del Canc.—«En placer van a tornar.» Flor.

[p. 441]. [3] . Siguen en las ediciones posteriores del Canc. de Rom. y en la Floresta dos décimas glosando otra vez el diálogo entre el arzobispo («Su tio al conde») y el conde («Respuesta y fin») en la cárcel. Luego viene en el Canc. de Rom. la otra versión que hemos mencionado al mismo pasaje de nuestro texto desde el verso que dice:

     «Pésame de vos, el conde» y que
     anotamos aquí:

OTRO ROMANCE DEL CONDE
                  CLAROS

Pésame de vos, el conde,
porque así os quieren matar,
porque el yerro que hecistes
no fue mucho de culpar
que los yerros por amores
dignos son de perdonar.
Supliqué por vos al rey,
que os mandase delibrar,
mas el rey con gran enojo
no me quisiera escuchar; que la sentencia era dada
no se podia * revocar,
pues dormistes con la infanta
habiéndola de guardar.
Mas os valiera, sobrino,
de las damas no curar,
que quien más hace por ellas
tal espera de alcanzar
que de muerto o de perdido
ninguno puede escapar;
que firmeza de mujeres .
no puede mucho durar.
—Que tales palabras, tio,
no las puedo comportar,
quiero más morir por ellas
que vivir * sin las mirar.

     (Canc. de Constantina, f. 56.—
      —Canc. gen., ed. de 1511, f. 131.
     — Canc. de Rom. s. a . f . 90.—
      Canc. de Rom. 1550 f. 90.)

Hay, en fin, también una versión portuguesa muy popular de este romance del conde Claros la cual lleva inserta con el título de «Claralinda» el Sr. Almeida-Garrett en su Romanceiro, tomo II, pág. 213.

* «Podría.» Canc. de Constantina.

* «Morir.» Canc. de Rom. s. a. y 1550

[p. 443]. [1] .«Uno.» Canc. de 1550.

[p. 443]. [2] . «Él cuando se vió con ella.» Las ediciones posteriores del Canc. de Rom.

[p. 444]. [1] . Véase la versión portuguesa, más moderna que la castellana, pero no menos popular, en el Romanceiro del Sr. Almeida-Garrett, tomo II, página 192: «Dom Claros d'Alem-Mar».

[p. 445]. [1] . Este verso, omitido en nuestro texto, lo hemos tomado de la versión de este romance, hecha por Antonio Pansac, que dice:

     «Durmiendo está el conde Claros».

(Véase el Rom. gen. del Sr. Durán. Tomo I, pág. 222).

[p. 447]. [1] . Existe, como queda dicho, también en un pliego suelto una versión de este romance, trobada, según el ejemplar de que se ha aprovechado el Sr. Durán (l. c.), por Antonio Pansac, y según el ejemplar del British Museum, fecha por Juan de Burgos (s. l. n. a.); esta versión, aunque diferente en el principio y fin de nuestro texto, contiene todavía trozos enteros de él.—El autor de este romance contrahecho es en verdad, como dice el señor Durán, «sólo refundidor de otro más antiguo»; vale decir del nuestro.

[p. 448]. [1] . «Su gran torre.» Floresta.

[p. 448]. [2] . «O quien preguntar podria
                             donde estaban los palacios
                             a do Sevilla vivia.» Floresta.

[p. 448]. [3] . «Por Dios.» Floresta.

[p. 448]. [4] . «Do está la infanta Sevilla.»
                               Floresta.

[p. 448]. [5] . «Buena fortuna le guía.»
                               Floresta.

[p. 448]. [6] . «Linda.» Floresta.

[p. 448]. [7] .   «Era mujer muy hermosa
                               y acabada en demasía.»
                                                     Floresta.

[p. 449]. [1] . «Si bajais de la ventana
                             
sabréis la mensajería.»
                                              Floresta.

[p. 449]. [2] . «No porque yo se lo debo.»
                                       Flor.

[p. 449]. [3] . «Y que era la más hermosa
                             
de cuantas moras se hallan.»
                                                            Flor.

[p. 449]. [4] . «Siete.» Flor.

[p. 449]. [5] . «Interés.» Flor.

[p. 449]. [6] . «De eso yo no soy vezada.»
                                      Flor.

[p. 449]. [7] . «Esta me dió un consejo
                             
de que bien me acordaba.»
                                          Flor.

[p. 449]. [8] . «Permitiese.» Floresta.

[p. 449]. [9] . «Dél algún dote o arra.»
                               Floresta.

[p. 450]. [1] . «Sevilla oyendo estos dones
                             todos se los desechaba,
                             sino que si él quería.»
                                               Floresta.

[p. 450]. [2] . «Que era ciudad en la Francia.» Flor.

[p. 450]. [3] . «Que él.» Floresta.

[p. 450]. [4] . «O cómo se llamarán.» Floresta.

[p. 450]. [5] . «Nombres.» Floresta.

[p. 450]. [6] . «Y a.» Floresta.

[p. 450]. [7] . «Que ni el uno ni el otro.» Flor.

[p. 450]. [8] . «Bordar.» Floresta.

[p. 450]. [9] . «De color de sangre están.» Floresta.

[p. 450]. [10] . «Ya camina Calainos,
                               camino de Francia va.»
                                                   Floresta.

[p. 450]. [11] . «Lo.» Floresta.

[p. 451]. [1] . «Gaston de Claros.» Floresta.

[p. 451]. [2] . «Y aquel romano Fincan.» Floresta.

[p. 451]. [3] . «De la fuerza grande.» Flor.

[p. 451]. [4] . «Que tañen en la ciudad.» Floresta.

[p. 451]. [5] . «Busco al emperador.» Floresta.

[p. 451]. [6] . «Qué era lo que queria
                             que así lo iba a buscar.»
                                               Floresta.

[p. 451]. [7] . «Yo soy el emperador.» Floresta.

[p. 451]. [8] . «Tu Majestad sepa.» Floresta.

[p. 451]. [9] . «Cetro.» Floresta.

[p. 451]. [10] . «Y a cuantos contigo están.» Flor.

[p. 451]. [11] . «Donde tiene.» Floresta.

[p. 451]. [12] . «Que lo quiero enviar.» Floresta.

[p. 451]. [13] . «A aquel moro de la guardia.» Flor.

[p. 452]. [1] . «Los osarán guardar.» Floresta.

[p. 452]. [2] . «De ánimo principal.» Floresta.

[p. 452]. [3] . «Cierto fueron de notar.» Floresta.

[p. 452]. [4] . «Que menosprecies los doce.» Flor.

[p. 452]. [5] . «Era diestro el moro en armas,—muy vezado a pelear.» Floresta.

[p. 452]. [6] . «El caballero.» Floresta.

[p. 452]. [7] . «Venir.» Floresta.

[p. 452]. [8] . «Tomar.» Floresta.

[p. 453]. [1] . «Vengo a matarme contigo,
                             no para contigo estar.»
                                             Floresta.

[p. 453]. [2] . «Hombre que a mis manos viene.» Flor.

[p. 453]. [3] . «Con un ánimo sin par.» Flor.

[p. 453]. [4] . «El moro muy diligente.» Floresta.

[p. 453]. [5] . «Principal. Floresta.

[p. 453]. [6] . «Don Roldán se fué a armar.» Flor.

[p. 453]. [7] . «Por del moro se vengar.» Flor.

[p. 453]. [8] . «Tú no lo has de preguntar.» Flor.

[p. 453]. [9] . «Y a ese a quien tienes preso.» Flor.

[p. 454]. [1] . «Con ánimo general.» Floresta.

[p. 454]. [2] . «Cuitado moro.» Floresta.

[p. 454]. [3] . «Tú me lo quieras contar.» Flor.

[p. 454]. [4] . «Quién te hizo tan.» Floresta.

[p. 454]. [5] . «Y desafiar los doce,
                             y aquí poner tu señal?»
                                          Floresta.

[p. 454]. [6] . «De linaje principal.» Flor.

[p. 454]. [7] . «A la su espada.» Floresta.

[p. 454]. [8] . «Degollar.» Floresta.

[p. 454]. [9] . «Los doce de muy alegres
                             todos le van a abrazar.»
                                          Floresta.

[p. 454]. [10] . «Había.» Floresta.

[p. 454]. [11] . «Cosa de maravillar.» Floresta.

[p. 455]. [1] . Aunque en este romance el moro es llamado «Bramante», o «Bramante», no cabe duda que se refiere al mismo asunto que el anterior.

[p. 455]. [2] . «Oger.» Pl. s. nº 2.

[p. 455]. [3] . «Con él Endordin Dordeña.» Pl. s. nº 2.

[p. 455]. [4] . «Enguardias.» Pl. s. 2.

[p. 455]. [5] . «Subido se ha.» Pl. s. 2.

[p. 455]. [6] . «Tiene.» Pl. s. 2.

[p. 455]. [7] . «Con él se ha de matar.» Pl. s. 2.

[p. 456]. [1] . «Quitar.» Pl. s. 2.

[p. 456]. [2] . «Presto.» Pl. s. 2.

[p. 456]. [3] . «Lo veo.» Pl. s. 2.

[p. 456]. [4] . «Si no lo quieres hacer.» Pl. s. 2.

[p. 456]. [5] . «El cristiano.» Pl. s. 2.

[p. 456]. [5 bis] . «El cristiano.» Pl. s. 2.

(Por necesidades de la edición digital se ha renombrado esta nota como 5 bis)

[p. 456]. [6] . «Ovieron de.» Pl. s. 2.

[p. 457]. [1] . «Bravante.» Pl. s. 2.

[p. 457]. [2] . «Haya de.» Pl. s. 2.

[p. 457]. [3] . «Ogel.» Pl. s. 2.

[p. 457]. [4] . «Tuya.» Pl. s. 2.

[p. 457]. [5] . «En ti.» Pl. s. 2.

[p. 457]. [6] . «Echaron mano a las lanzas,
                             comiénzanse a encontrar,
                             mas ya quebradas las lanzas
                             de hachas ovieron de jugar.»
                                                            Pl. s. 2.

[p. 457]. [7] . «Que en el suelo le fué a derribar.» Pl. s. 2.

[p. 457]. [8] . «No pienses que por
                             derribarte una vez,
                             por eso te haya de matar.»
                                                   Pl. s. 2.

[p. 457]. [9] . «Desque esto.» Pl. s. 2.

[p. 457]. [10] . «A merced se le fué a dar,
                               y Roldan desque lo oyera
                               que comienza a desmayar,
                               de esta manera le dice
                               y le empezó de hablar:
                               —Suelta, moro, a Baldovinos,
                               comiénzalo a desatar,
                               (ya lo desataba el moro
                               apriesa y no de vagar)
                                y hazme luego juramento.»
                                                                Pl. s. 2.

[p. 458]. [1] . «No te quieras alabar.» Pl. s. 2.

[p. 458]. [2] . «No me quieran.» Pl. s. 2.

[p. 458]. [3] . «No te quieran.» Pl. s. 2.

[p. 458]. [4] . «Mas si alguno te enojase
                             mal contado le será,
                             y si a ti hacen deshonra.»
                                                     Pl. s. 2.

[p. 458]. [5] . «Que a mí me soleis dar.» Pl. s. 2.

[p. 458]. [6] . «Romance de Mérida sale el palmero.» Canc. de Rom., s. a. y 1550.

[p. 458]. [7] . «Vale.» Silva. Floresta.

[p. 458]. [8] . «Trae.» Silva. Floresta.

[p. 458]. [9] . «Que valia.» Silva.—«Que bien vale.» Floresta.

[p. 458]. [10] . «Alcanzaban.» Silva. Floresta.

[p. 458]. [11] . «El camino que llevaba.» Silva.

[p. 459]. [1] . «Donde están.» Silva. Floresta.

[p. 459]. [2] . «Comenzóle.» Silva. Floresta.

[p. 459]. [3] . «Mucho.» falta en la Silva.

[p. 459]. [4] . «El palmero.» Silva. Floresta.

[p. 459]. [5] . «Y predica.» Floresta.

[p. 459]. [6] . «Fuérase.» Silva.

[p. 459]. [7] . «Oiréis.» Silva. Floresta.

[p. 459]. [8] . «Humíllome.» Silva.

[p. 459]. [9] . «Humíllome.» Silva.

[p. 459]. [10] . «Humíllome.» Silva.

[p. 459]. [11] . «Sacrificio celestial.» Floresta.

[p. 459]. [12] . «Humíllome.» Silva.

[p. 459]. [13] . «Humíllome.» Silva.

[p. 459]. [14] . «No me humillo.» Silva.

[p. 459]. [15] . «Cuando esta razón oyeron
                               Oliveros y Roldan,
                                 las espadas arrancadas.»
                                               Silva.

                               «Como aquesto oyó
                               y el buen paladin Roldan,
                               sacan ambos las espadas.»
                                                 Floresta.

[p. 459]. [16] . «Muy bien se fué a defensar.» Silva.

     «Con su bordón el palmero
     su cuerpo fuera a guardar.»
                                      Flor.

[p. 459]. [17] . «Habló el emperador.» Floresta.

[p. 459]. [18] . «Las fuera yo.» Silva. Floresta.

[p. 460]. [1] . «Empresentar.» Silva.

[p. 460]. [2] . «Palmero.» Silva. Floresta.

[p. 460]. [3] . «Que non dice la verdad.»
                                      Silva.

                             «Porque no dice verdad.»
                                        Floresta.

[p. 460]. [4] . «Hay.» Silva. Floresta.

[p. 460]. [5] . «No tenia.» Silva.—«Que ni ellos tienen.» Floresta.

[p. 460]. [6] . «Vió.» Silva.—«El palmero que esto oyó.» Floresta.

[p. 460]. [7] . «Por herir a don Roldan.» Floresta.

[p. 460]. [8] . «Allí habló el buen rey
                             con ira y con pesar.»
                                          Silva.

                         «Allí hablara el buen rey,
                           Sbien oiréis lo que dirá.»
                                             Floresta.

[p. 460]. [9] . «Y llevámelo.» Silva.—«Y llevadlo a.» Floresta.

[p. 460]. [10] . «Cuando fué al pie de la horca
                               el palmero fué hablar:
                               —¡Mal hubieses, el rey Carlos!»
                                                                Silva.

                               «Ya lo toma la justicia,
                               ya lo van a justiciar,
                               allá al pie de la horca
                               el palmero fué a hablar:
                               —Oh mal hubieses, rey Carlos!»
                                                          Floresta.

[p. 461]. [1] . «Ya le desnudanla otra.» Silva.

[p. 461]. [2] . «No tienen cuento ni par». Floresta.

[p. 461]. [3] . Sic. Háse de entender bajo este nombre desfigurado, por haberse ya ofuscado la tradición original de los poemas provenzales, el harto conocido héroe de algunos de ellos, «En Aimeric, conde de Narbona», y se trata en este romance del cerco de la ciudad de Narbona, la cual defendía su mujer la condesa.—En el romance que dice:

     «Durmiendo está el rey Almanzor»

este conde se halla nombrado también «Almenique».

Empero hasta la asonancia ha conservado en algún modo el nombre original, pues se tiene que decir «Almeniqu'».—Véase Fauriel, Histoire de la poésie provençale, tomo II, págs. 409-411.

[p. 462]. [1] . Esta es la lección auténtica y verdadera de todas las ediciones del Canc. de Rom., y no la de «Soldan», que llevan la mayor parte de las colecciones modernas, desfigurándola en lugar de corregirla.

[p. 462]. [2] . «No las puedes ya dejar.», Eds. post. del Canc. de Rom.

[p. 462]. [3] . «Has de.» Ibíd.

[p. 462]. [4] . «Daban.» Ibíd.

[p. 462]. [5] . Véase la nota del romance anterior.

[p. 462]. [6] . Que la tradición en que está fundado este romance pertenece al ciclo carlovingio, y que todavía tiene rasgos comunes con el cantar de gesta francés de «Amis y Amiles», va probado en la edición de este último poema, por C. Hofmann (Amis et Amiles und Jourdains de Blavies. Erlangen, 1852, in 8º, pág. VI.)

[p. 463]. [1] . «Que es vieja de antigüedad.» Glosa nuevamente hecha por Francicso de Lora.

[p. 463]. [2] . Después de este verso lleva el texto entresacado de la Glosa de Lora los cuatro siguientes:

     Esto aprendí siendo niña,
     y no lo puedo olvidar,
     el tiempo que fuí criada
     en casa de vuestro padre.—

[p. 463]. [3] . «Escuchar.» Glosa de Lora.

[p. 463]. [4] . «Yo era.» Glosa de Lora.

[p. 463]. [5] . «Hora Hernando.» Glosa de Lora.

[p. 463]. [6] . «Ibase para.» Glosa de Lora.

[p. 463]. [7] . «Pasar.» Glosa de Lora.