1
Romance de cómo Cipion destruyó a Numancia
Enojada estaba
Roma—de ese pueblo Soriano:
envía, que le
castigue,—a Cipion el Africano.
Sabiendo los de
Numancia—que en España habia llegado,
con esfuerzo
varonil—lo
[1] esperan en el campo.
A los primeros
encuentros—Cipion se ha retirado;
mas volviendo a la
batalla—reciamente ha peleado.
Romanos son
vencedores,—sobre los de Soria han dado:
matan casi los más
de ellos,—los otros se han encerrado.
Metidos en la
ciudad—Cipion los ha cercado,
púsoles estancias
fuertes,—y un foso desaforado:
y tanto les tuvo el
cerco,—que el comer les ha faltado.
Púsolos en tanto
estrecho,—que en fin han determinado
de matar toda la
gente—que no tome arma en mano.
Ponen fuego a la
ciudad,—ardiendo de cabo a cabo,
y ellos dan en el
real—con ánimo denodado;
pero al fin todos
murieron,—que ninguno no ha escapado.
Veinte días ardió
el fuego,—que dentro ninguno ha entrado.
Ya que entrar
dentro pudieron,—cosa viva no han hallado,
sino un mochacho
pequeño—que a trece años no ha llegado,
que se quedó en una
cuba,—do el fuego no le ha dañado.
Vuélvese Cipion a
Roma,—sólo el mochacho ha llevado:
pide que triunfo le
den,—pues a Soria habia asolado.
Visto lo que Cipion
pide,—el triunfo le han denegado,
diciendo, no haber
vencido,—pues ellos lo habian causado.
Lo que Roma
determina—por sentencia del Senado:
que Ciplon vuelva a
Soria,—y que al mozo que ha escapado,
le ponga sobre una
torre,—la más alta que ha quedado,
y allí le entregue
las llaves,—teniéndolas en su mano,
y se las tome por
fuerza,—como a enemigo cercado,
y en tomarlas de
esta suerte—el triunfo le será dado
[p. 82] A Soria vuelve Cipion,—según que le
fué mandado:
puso el mochacho en
la torre—del arte que era acordado.
Allí las llaves le
pide;—mas él se las ha negado,
dijo:—No
quieran los dioses—que haga tan mal recaudo.
Ni por mí te den
el triunfo,—habiendo solo quedado:
pues que nunca lo
ganaste—de los que ante mí han pasado.—
Estas palabras
diciendo,—con las llaves abrazado,
se echó de la torre
abajo—con ánimo muy osado:
y así quedó
Cipion—sin el triunfo deseado.
(Timoneda,
Rosa gentil.)
2
ROMANCES DEL REY DON RODRIGO.—I
Romance del rey don Rodrigo cómo entró en Toledo en la casa de Hércules
Don Rodrigo, rey de
España,—por la su corona honrar,
un torneo en
Toledo—ha mandado pregonar:
sesenta mil
caballeros—en él se han ido a juntar.
Bastecido el gran
torneo,—queriéndole
[2] comenzar,
vino gente de
Toledo
[3] —por le haber de suplicar
[4]
que a la antigua
casa de Hércules—quisiese un candado echar,
como sus
antepasados—lo solían acostumbrar.
El rey no puso el
candado,—mas todos los fué a quebrar,
[5]
pensando que gran
tesoro—Hércules fuera a dejar.
[6]
Entrando
[7] dentro en la casa—no fuera otro
hallar
[8]
sino letras que
decían:—Rey has sido por tu mal;
que el rey que esta
casa abriere
[9] —a España tiene quemar.—
[p. 83] Un cofre de gran riqueza—hallaron
dentro un pilar,
dentro dél nuevas
banderas—con figuras de espantar,
alárabes de
caballo—sin poderse menear,
con espadas a los
cuellos,—ballestas de buen echar.
[1]
Don Rodrigo
pavoroso—no curó de más mirar.
Vino un águila del
cielo,—la casa fuera quemar.
[2]
Luego envía mucha
gente—para África conquistar:
veinte y cinco mil
caballeros—dió al conde don Julián,
y pasándolos el
conde—corría fortuna en la mar:
perdió doscientos
navíos,—cien galeras de remar,
y toda la gente
suya, —sino cuatro mil no más.
(Silva de 1550, t. I, fol. 43;
Canc. do Rom. s. a., fol 126;
Canc. de Rom. 1550, fol. 124; Tunoneda,
Rosa española.)
3
(DEL REY DON RODRIGO.—II)
Romance de la Cava
Amores trata
Rodrigo:—descubierto ha su cuidado;
a la Cava lo
decia,—de quien era enamorado:
miraba su lindo
rostro,—miraba su rostro alindado,
sus lindas y
blancas manos —él se las está loando.
—Querría que
me entendieses—por la vía que te hablo:
darte hia mi
corazón,—y estaria al tu mandado.—
La Cava, como es
discreta,—a burlas lo habia echado.
El rey le hace
juramento—que de veras se lo ha hablado.
Todavía lo
disimula,—y burlando se ha excusado.
El rey va a tener
la siesta,—y en un retrete se ha entrado;
con un paje de los
suyos—por la Cava ha enviado.
La Cava, muy
descuidada,—cumplió luego su mandado.
El rey, luego que
la vido,—hale de recio apretado,
haciéndole mil
ofertas,—si ella hacia su rogado.
Ella nunca hacerlo
quiso,—por cuanto él le ha mandado:
y así el rey lo
hizo por fuerza—con ella, y contra su grado.
La Cava se fué
enojada,—y en su cámara se ha entrado.
No sabe, si lo
decir,—o si lo tener callado.
[p. 84] Cada día gime y llora,—su hermosura
va gastando.
Una doncella, su
amiga,—mucho en ello habia mirado,
y hablóle de esta
manera—de esta suerte le ha hablado
—Agora
siento, la Cava,—mi corazón engañado,
en no me decir lo
que sientes—de tu tristeza y tu llanto.—
La Cava no se lo
dice;—mas al fin se lo ha otorgado:
dice como el rey
Rodrigo—la ha por fuerza deshonrado,
y porque más bien
lo crea,—háselo luego mostrado.
La doncella que lo
vido,—tal consejo le ha dado:
—Escríbeselo
a tu padre,—tu deshonra demostrando.—
La Cava lo hizo
luego,—como se lo ha aconsejado,
y da la carta a un
doncel—que de la Cava es criado.
Embarcárase en
Tarifa,—y en Ceuta la hubo levado,
donde era su padre,
el conde,—y en sus manos la hubo dado.
Su madre, como lo
supo,—grande llanto ha comenzado.
El conde la
consolaba—con que la haría bien vengado
de la deshonra tan
grande—que el rey les habia causado.
(Silva de var. rom., 2ª ed., Barcelona, 1557.)
3 a
(DEL REY DON RODRIGO.—III)
(Al mismo asunto)
Amores trata
Rodrigo:—descubierto ha su cuidado;
a la Cava se lo
dice,—de quien anda enamorado.
—Mira, mi
querida Cava,—mira agora que te hablo:
darte he yo mi
corazón,—y estaria a tu mandado.—
La Cava, como es
discreta,—en
[1] burlas lo ha tomado,
respondió muy
mesurada—y el gesto bajó humillado:
—Pienso que
burla tu Alteza,—o quiere probar el vado:
no me lo mandeis,
señor,—que perderé gran ditado.
Don Rodrigo le
responde,—que conceda lo rogado:
que de este reino
[2] de España—puedes hacer tu
mandado.
[3]
Ella hincada de
rodillas,—él la estaba enamorando:
sacándole está
aradores—de su odorífera mano.
Fué a dormir el rey
la siesta;—por la Cava habia
[4] enviado:
cumplió el rey su
voluntad—más por fuerza que por grado,
[p. 85] por lo cual se perdió España—por
aquel tan gran pecado.
La malvada
[1] de la Cava—a su padre lo ha
contado.
Don Julián, que es
el traidor,—con moros se ha concertado
que destruyesen
[2] a España,—por lo haber así
jurado.
(Canc.
de Rom., ed. de Medina, del año de 1570.
Cancionero llamado Flor de enamorados.)
3 b
(DEL REY DON RODRIGO.—IV)
(Al mismo asunto)
Romance del rey don Rodrigo
De amores trata don
Rodrigo;—descubierto ha su cuidado;
a la Cava se lo
dice,—de quien anda enamorado;
sacándole está
aradores—en sus haldas reclinado,
y apretándole la
mano,—de esta suerte ha propasado:
—Sepas, mi
querida Cava,—que de ti estó apasionado:
pido que me des
remedio,—pues todo está a tu mandado:
mira que lo que el
rey pide,—ha de ser por fuerza, o grado.—
La Cava, siendo
discreta,—como en burlas lo ha tomado,
respondióle
mansamente,—el gesto bajo, humillado:
—Pienso, que
burla la tu Alteza,—o quiere probar el vado.
No me pidas tal,
señor,—que perderé gran ditado.—
Don Rodrigo le
responde—que conceda lo rogado,
y será reina de
España—y de todo su reinado.
No concediendo su
ruego,—de la Cava se ha ausentado;
fuérase a dormir la
siesta,—y por ella hubo enviado.
Cumplió el rey su
voluntad—más por fuerza que por grado.
La malvada de la
Cava—a su padre lo ha contado,
que es el conde don
Julián.—El conde, muy agraviado,
de vender a toda
España—con moros se ha concertado.
(Timoneda, Rosa de amores)
Romance de cómo el conde don Julian, padre de la Cava, vendió a España *
En Ceupta está
Julian,—en Ceupta la bien
[1] nombrada:
para las partes de
aliende—quiere enviar su embajada;
moro viejo la
escrebia,
[2] —y el conde se la notaba:
[3]
después de haberla
escripto,—al moro luego matara.
Embajada es
[4] de dolor,—dolor
[5] para toda España:
las cartas van al
rey moro
[6] —en las cuales le juraba
que si le daba
aparejo—le dará por suya España.
Madre España, ¡ay
de ti!—en el mundo tan nombrada,
de las partidas la
mejor,
[7] —la mejor y más ufana,
[8]
donde nace el fino
oro,—y la plata no faltaba,
dotada de
hermosura,—y en proezas extremada;
[9]
por un perverso
traidor—toda eres abrasada,
todas tus ricas
ciudades—con su gente tan galana
[10]
las domeñan hoy
[11] los moros—por nuestra culpa
malvada,
si no fueran las
Asturias,—por ser la tierra tan brava.
El triste rey don
Rodrigo,—el que entonces te
[12] : mandaba,
viendo sus reinos
perdidos—sale a la campal batalla,
el cual en grave
dolor—enseña su fuerza brava;
mas tantos eran los
moros,—que han vencido la batalla.
No paresce el rey
Rodrigo,—ni nadie sabe do estaba.
[13]
[p. 87] Maldito de ti, don Orpas,—obispo de
mala andanza:
en esta negra
conseja—uno a otro se ayudaba.
¡Oh dolor sobre
manera!—¡oh cosa nunca cuidada!
que por sola una
doncella,—la cual Cava se llamaba,
causen estos dos
traidores—que España sea domeñada,
y perdido el rey
señor,—sin nunca dél saber nada.
(Canc. de
Rom . 1550, f. 125.—Timoneda,
Rosa esp.— Aquí
se contienen cinco
romances. El primero, «De cómo fué vencido
el rey Don Rodrigo,
etc.» Pliego suelto s. a. n. l. del siglo XVI.)
5
(DEL REY DON RODRIGO.—VI)
Romance del rey don Rodrigo cómo perdió a España
Las huestes de don
Rodrigo—desmayaban y huian
cuando en la octava
batalla—sus enemigos vencian.
Rodrigo deja sus
tiendas
[1] —y del real se salia:
solo va el
desventurado,—que no lleva compañía.
El caballo de
cansado—ya mudar no se
[2] podia:
camina por donde
quiere,—que no le estorba la via.
El rey va tan
desmayado,—que sentido no tenia:
muerto va de sed y
hambre,—que de valle era mancilla;
iba tan tinto de
sangre,—que una brasa parecia.
Las armas lleva
abolladas,—que eran de gran pedrería;
[3]
la espada lleva
hecha
[4] sierra—de los golpes que tenía;
el almete abollado
[5] —en la cabeza se le hundía;
[6]
la cara lleva
hinchada—del trabajo que sufria.
Subióse encima de
un cerro—el más alto que veia:
[7]
dende allí mira
[8] su gente.—cómo iba de vencida.
De allí mira sus
banderas,—y estandartes que tenia,
cómo están todos
pisados—que la tierra los cubria.
[p. 88] Mira por los capitanes—que ninguno
parescia;
mira el campo tinto
en sangre,—la cual
[1] arroyos corria.
El triste de ver
aquesto—gran mancilla en sí tenia:
llorando
[2] de los sus ojos—de esta manera
decia:
—Ayer era rey
de España,—hoy no lo soy de una villa;
ayer villas y
castillos,—hoy ninguno poseia;
ayer tenia
criados,—hoy ninguno
[3] me servia,
hoy no tengo
[4] una almena—que pueda decir que
es mia.
¡Desdichada fué la
hora,—desdichado fué aquel dia
en que nací y
heredé—la tan grande señoría,
[5]
pues lo habia de
perder—todo junto y en un dia!
¡Oh muerte! ¿por
qué no vienes—y llevas esta alma mia
de aqueste cuerpo
mezquino,—pues te se agradeceria?
(Silva de 1550, t. I, fol. 44
.—Canc. de Rom. s. a., fol. 127.
Can., de Rom., 1550, fol. 126.—Timoneda,
Rosa esp.—
Floresta de var.
rom.)
5 a
(DEL REY DON RODRIGO.—VII)
(Al mismo asunto)
Romance de cómo se perdió España por causa del rey don Rodrigo
Los vientos eran
contrarios,—la luna estaba crecida,
los peces daban
gemidos—por el mal tiempo que hacia,
cuando el rey don
Rodrigo—junto a la Cava dormia,
dentro de una rica
tienda—de oro bien guarnecida.
Trescientas cuerdas
de plata—que la tienda sostenian,
dentro habia
doncellas—vestidas a maravilla;
las cincuentas
están tañendo—con muy extraña armonia;
las cincuenta están
cantando—con muy dulce melodia.
Allí hablara una
doncella—que Fortuna se decia:
—Si duermes,
rey don Rodrigo,—despierta por cortesia,
y verás tus malos
hados,—tu peor postrimeria,
y verás tus gentes
muertas,—y tu batalla rompida,
y tus villas y
ciudades—destruidas en un dia.
[p. 89] Tus castillos, fortalezas—otro señor
los regia.
Si me pides quién
lo ha hecho,—yo muy bien te lo diria:
ese conde don
Julian—por amores de su hija,
porque se la
deshonraste—y más de ella no tenia.
Juramento viene
echando
[1] —que te ha de costar la
vida.—
Despertó muy
congojado
[2] —con aquella voz que oia;
con cara triste y
penosa—de esta suerte respondia
—Mercedes a
ti, Fortuna,—de esta tu mensajeria.—
Estando en esto
allegó—uno que nuevas traia:
cómo el conde don
Julian—las tierras le destruia.
Apriesa pide el
caballo,—y al encuentro le salia;
los enemigos son
tantos,—que esfuerzo no le valia;
que capitanes y
gentes—huia el que mas podia.
Rodrigo deja sus
tierras, etc *
(Timoneda,
Rosa española.—Floresta de var. rom.)
6
(DEL REY DON RODRIGO.—VIII)
Romance del rey don Rodrigo cómo fugó de la batalla
Ya se sale de la
priesa—el rey Rodrigo cansado;
pusiérase hacia
una parte—por de allí mirar su campo:
ve que su gente se
apoca,—y cómo va desmayando.
Desque esto vido
Rodrigo,—no curó de mas mirallo,
porque bien ve que
los suyos—ya no pueden soportallo.
Volvió las riendas
apriesa,—da de espuelas al caballo;
huyendo va a mas
andar.—Por un tremedal
[3] abajo
viólo huir
Aliastras,—un su capitán honrado;
acordó seguir tras
él,—mas nunca pudo hallarlo.
[4]
Desque vió que no
le halla,—a Toledo hubo llegado.
donde quedara la
corte,—y la reina habia quedado.
Pesábale por
llevar—de su rey tan mal recaudo;
en entrando por la
puerta—comenzó a decir llorando:
[p. 90] —Ya, señora, no sois reina,—ya
no teneis ningun mando,
porque en ocho
batallas—perdistes todo el estado.
Perdistes al rey
Rodrigo—el vuestro marido honrado,
porque le vi ir
huyendo,—muy malamente llagado,
y que la hora de
agora—será muerto o cautivado.—
La reina, sin oir
más,—cayó tendida en su estrado:
despues de grandes
cuatro horas—en su sentido ha tornado:
manda
[1] a Aliastras que cuente—todo como
habia pasado.
Aliastras se lo
cuenta,—que nada no habia dejado.
La reina con gran
congoja—dijo:—Ya lo he yo tragado,
porque la noche
pasada—un mal sueño habia soñado,
y es que via el rey
Rodrigo—con el gesto muy airado,
los ojos vueltos en
sangre,—que iba muy apresurado
para ir a vengar la
muerte—del desdichado don Sancho,
y que volvía
sangriento,—y su cuerpo mal llagado,
y que se llegaba a
mí—y me tiraba del brazo,
y decia estas
palabras—muy fuertemente llorando:
—Quédate
adios, reina triste,—quédate adios, que me parto:
los moros me han ya
vencido,—los moros me han sojuzgado.
No cures llorar mi
muerte,—no cures llorar tu estado,
procúrate de
esconder—allá en lo más apartado,
vete luego a las
montañas—de aquel reino Asturiano,
porque no hay otro
remedio—si quieres quedar en salvo,
porque España y lo
demas—todo está ya sujetado.
(Silva de 1550, t, I, fol. 45.—
Canc, de Rom. s. a
., fol. 128.
Canc. de Rom. de 1550, fol.
127.)
7
(DEL REY DON RODRIGO.—IX)
Romance de la penitencia del rey don Rodrigo
Despues que el rey don
Rodrigo—a España perdido habia,
íbase
desesperado—por donde mas le placia.
Métese por las
montañas—las mas espesas que habia,
[2]
porque no le hallen
moros—que en su seguimiento iban.
Topado ha con un
pastor—que su ganado traia,
díjole:—¿Dime,
buen hombre,—lo que preguntar queríia,
[p. 91] si hay por aquí poblado—o alguna
caseria
donde pueda
descansar,—que gran fatiga traia?
[1] —
El pastor respondió
luego—que en balde la buscaria,
porque en todo
aquel desierto—sola una ermita habia,
adonde estaba un
ermitaño,—que hacia muy santa vida.
El rey fué alegre
de esto,
[2] — por allí acabar su vida.
Pidió al hombre
[3] que le diese—de comer, si algo
tenia:
el pastor sacó un
zurron,—que siempre en él pan traia;
[4]
dióle dél,
[5] y de un tasajo—que acaso allí
[6] echado habia.
El pan era muy
moreno,—al rey muy mal le sabia;
las lágrimas se le
salen,—detener no las podia
acordándose en su
tiempo—los manjares que comia.
Despues que hubo
descansado—por la ermita le pedia,
el pastor le enseñó
luego—por donde no erraria.
El rey le dió una
cadena,—y un anillo que traia:
joyas son de gran
valer
[7] —que el rey en mucho tenia.
Comenzando a
caminar,—ya cerca el sol se ponia;
[8]
llegado es a la
ermita—que el pastor dicho le habia.
El dando gracias a
Dios—luego a rezar se metia;
despues que hubo
rezado—para el ermitaño se iba:
hombre es de
autoridad,—que bien se le parecia.
Preguntóle el
ermitaño—cómo allí fué su venida;
el rey, los ojos
llorosos,—aquesto le
[9] respondia:
—El
desdichado Rodrigo—yo soy, que rey ser solia:
vengo a hacer
penitencia—contigo en tu compañía;
no recibas
pesadumbre—por Dios y Santa María.—
El ermitaito se
espanta;—por consolallo decia:
—Vos cierto
habeis elegido—camino cual convenia.
para vuestra
salvación,—que Dios os perdonaria.—
El ermitaño ruega a
Dios—por si le revelaria
la penitencia que
diese—al rey que le convenia.
Fuéle luego
revelado,—de parte de Dios, un día
que le meta en una
tumba—con una culebra viva,
y esto tome en
penitencia—por el mal que hecho habia.
[10]
El ermitaño al
rey—muy alegre se volvía:
contóselo todo al
rey
[11] —cómo pasado lo habia.
El rey de esto muy
gozoso,—luego en obra lo ponia.
[p. 92] Métese como Dios manda
[1] —para allí acabar su vida;
el ermitaño, muy
santo,—mírale el tercero dia.
Dice:—¿Cómo
os va, buen rey?—¿vaos bien con la compañia?
—Hasta ahora
no me ha tocado
[2] —porque Dios no lo queria:
ruega por mí, el
ermitaño,
[3] —porque acabe bien mi
vida.—
El ermitaño
lloraba,—gran compasión le tenia:
comenzóle a
consolar—y esforzar cuanto podia.
Despues vuelve el
ermitaño—a ver si ya muerto habia:
[4]
halla
[5] que estaba rezando—y que gemía y
plañía.
Preguntóle cómo
estaba:—Dios es en la ayuda mía,
respondió el buen
rey Rodrigo:—la culebra me comia;
[6]
cómeme ya por la
parte—que todo lo merecia,
por donde fué el
principio—de la mi muy gran desdicha.—
El ermitaño lo
esfuerza,—el buen rey allí moria:
[7]
aquí acabó el rey
Rodrigo,—al cielo derecho se iba.
(Silva de 1550, t. I, fol.
47
.—Canc. de Rom. s
. a., fol. 129.
Canc. de Rom., 1550,
fol. 129.—Timoneda,
Rosa esp.)
ROMANCES SOBRE BERNARDO DEL CARPIO
Romance de Bernaldo del Carpio.—I
En los reinos de
Leon—el casto Alfonso reinaba:
hermosa
hermana tenía,—doña Jimena se llama.
Enamorárase de
ella—ese conde de Saldaña,
mas no vivia
engañado,—porque la infanta lo amaba.
Muchas veces fueron
juntos,—que nadie lo sospechaba;
de las veces que se
vieron—la infanta quedó preñada.
La infanta parió a
Bernaldo,—y luego monja se entraba;
mandó el roy
prender al conde—y ponerle muy gran guarda.
(Canc.
de Rom., 1550—, fol. 135.)
9
(DE BERNARDO DEL CARPIO.—II)
Romance de Bernaldo del Carpio que cuenta, cómo estando en las cortes del rey don Alfonso el Casto supo como el mesmo rey su señor tenia preso a su padre, el cual gelo pidió de merced, y no gelo dando hizo grande estrago en la tierra.
En corte del casto
Alfonso—Bernaldo a placer vivia,
sin saber de la
prisión—en que su padre yacia.
A muchos pcsaba de
ella,—mas nadie gelo decia,
ca non osaba
ninguno,—que el rey gelo defendía,
y sobre todos
pesaba—a dos deudos que tenia;
[p. 94] uno era Vasco Melendez,—a quien la
prisión dolia,
y el otro Suero
Velasquez,—que en el alma lo sentia.
Para descubrir el
caso—en su poridad metian
a dos dueñas
fijas-dalgo,—que eran de muy gran valia;
una era Urraca
Sanchez,—la otra dicen Maria,
Melendez era el
renombre—que sobre nombre tenia.
Con estas dueñas
fablaron—en gran poridad un dia,
diciendo:—Nos
vos rogamos,—señoras, por cortesia,
que le digais a
Bernaldo,—por cualquier manera o via,
cómo yace preso el
conde—su padre Don Sancho Diaz;
que trabaje de
sacarlo,—si pudiere, en cualquier guisa,
que nos al rey le
juramos—que de nos non lo sabria.—
Las dueñas, cuando
lo oyeron,—a Bernaldo lo decian.
Cuando Bernaldo lo
supo—pesóle a gran demasia,
tanto que dentro en
el cuerpo—la sangre se le volvia.
Yendo para su
posada—muy grande llanto hacia;
vestióse paños de
duelo,—y delante el rey se iba.
El rey, cuando así
lo vido,
[1] —de esta suerte le decia:
—Bernaldo,
¿por aventura—cobdicias la muerte mia?—
Bernaldo
dijo:—Señor,—vuestra muerte no quería,
mas duéleme que
está preso—mi padre gran tiempo habia.
Señor, pidoos por
merced,—y yo vos lo merecía,
que me lo mandedes
dar.—Empero el rey, con gran ira,
le
dijo:—Partíos de mí,—y no tengais osadia
de más esto me
decir,—ca sabed que os pesaria:
ca yo vos juro y
prometo—que en cuantos días yo viva,
que de la prisión
no veades—fuera a vuestro padre un dia.—
Bernaldo, con gran
tristeza,—aquesto al rey respondia
—Señor, rey
sois, y farédes—a vuestro querer y guisa:
empero yo ruego a
Dios,—también a Santa Maria,
que vos meta en
corazón—que lo soltedes aina,
ca yo nunca
dejaré—de vos servir todavia.—
Mas el rey con todo
esto—amábale en demasia,
y ansí se pagaba
dél—tanto cuanto más le via,
por lo cual siempre
Bernaldo—ser fijo del rey creia.
(Silva de 1550, t. I, ful. 55.—
Canc. de Rom. s. a., fol. 156.
Canc.
de Rom., 1550, fol. 135.)
Andados treinta y seis
años—del rey don Alfonso el Casto,
en la era de
ochocientos—y cincuenta y tres ha entrado
el número de esta
cuenta,—y el rey ha mas reposado,
faciendo en Leon
sus cortes,—y habiendo a ellas llegado
los altos hombres
del reino—y los de mediano estado;
mientras las cortes
se facen—el rey facer ha mandado
generales
alegrias,—con que a la corte ha alegrado,
corriendo cada dia
toros -y bohordando tablados.
Don Arias y don
Tibalte.—dos condes de gran estado,
eran tristes
además—cuando vieron que Bernaldo
no entraba en
aquellas fiestas,—a los cuales ha pesado,
porque no ha
entrado en ellas—les era gran menoscabo,
y eran menguadas
las cortes—no habiendo a ellas andado.
Despues de haberse
entre sí—ambos a dos acordado,
suplicaron a la
reina—que le dijese a Bernaldo,
que por su amor
cabalgase,—y que lanzase al tablado.
Folgando la reina
de ello,—a Bernaldo lo ha rogado,
diciendo:—Yo
vos prometo—de que al rey haya hablado,
yo le pida a
vuestro padre,—ca no me lo habrá negado.—
Bernaldo cabalgó
entonces,—y fué a complir su mandado:
llegando delante el
rey,—con tanta furia ha tirado,
que esforzándose en
sus fuerzas,—el tablado ha quebrantado.
El rey desque esto
fué fecho—fuése a yantar al palacio.
Don Tibalte y
Arias, godos,—a la reina le han membrado
que cumpliese la
merced—que a Bernaldo le ha mandado.
La reina fué luego
al rey,—la cual así le ha fablado:
—Mucho vos
ruego, señor,—que me deis, si os viene en grado,
al conde don Sancho
Diaz,—que teneis aprisionado;
ca este es el
primer don—que yo vos he demandado.—
El rey cuando
aquesto oyó—gran pesar hubo tomado,
y mostrando gran
enojo,—esta respuesta le ha dado:
—Reina, yo
non lo faré,—no vos trabajeis en vano,
ca non quiero
quebrantar—la jura que hube jurado.—
La reina fincó muy
triste—porque el rey no se lo ha dado,
mas Bernaldo en
gran manera—fué de esto mal enojado,
acordando de irse
al rey—a suplicarle de cabo
le diese a su padre
el conde,—y si no, desafiallo.
(Silva de Rom., 1550, t.
I, fol. 59
.—Canc. de Rom. s a.,
fol. 139
.—Canc. de Rom., 1550, fol. 140.)
En gran pesar y
tristeza—era el valiente Bernaldo,
por ver a su padre
preso,—y no poder libertallo.
Vestidos paños de
duelo,—y de sus ojos llorando,
se lo pidió de
merced—al rey don Alfonso el Casto,
el cual dar no se
lo quiso,—mas por respuesta le ha dado:
—que de
decirlo otra vez—no fuese jamas osado,
ca si lo osase
facer—con su padre haria echarlo.—
Bernaldo cuando
esto vido,—al rey así ha fablado:
—Señor, por
cuanto os serví—ya debiérades soltallo:
bien remembrarse
vos debe,—si non se vos ha olvidado,
de cómo vos
acorrí—cuando vos tenian cercado
los moros en
Benavente,—andando en la lid lidiando,
en la cual sabeis
que os vistes—en muy peligroso estado
con gente del rey
Ores—que la tierra os habian
[1] entrado,
y vos dijístesme
entonces—que vos pidiese a mi grado
un don cualquier
que quisiese—de vos me seria dado:
yo pedíos a mi
padre,—y por vos me fué otorgado.
Otrosí cuando
lidiastes—con Alzaman el pagano,
que yacia sobre
Zamora—teniendo cerco asentado,
bien sabedes lo que
aí fice—para sacaros en salvo;
desque la lid fué
vencida—vuestra fe me hubistes dado
de darme a mi padre
el conde— libre, suelto,
[2] vivo y sano.
Y tambien cuando os
tenian—cercado en el mismo grado
los moros cerca del
rio—que Horbi era llamado,
y vos daban muy
gran priesa,—que fuera escapar milagro,
y estando en horas
de muerte—llegué yo por aquel cabo,
y bien sabéis
[3] lo que fice,—y cómo os hube
librado.
Agora pues que me
veo
[4] — ser de vos tan mal pagado,
que a mi padre no
me dais,—habiéndomelo mandado,
de vos me quito, y
no quiero—ser ya mas vuestro vasallo.
Y rieto
[5] todos aquellos—cuantos son de
vuestro bando,
para en cualquiera
lugar—que los hubiere fallado,
si más pudiera que
ellos,—como enemigo contrario.—
[p. 97] De esto fué el rey muy sañudo,—y
díjole así a Bernaldo:
—Bernaldo,
pues que así es,—que me salgades, vos mando,
desde hoy en nueve
dias—de mi tierra y mi reinado,
y no vos falle yo
ende;—que vos digo, si vos fallo
despues que fuere
cumplido—el término que os señalo,
que vos mandaré
echar—donde vuestro padre ha estado.—
Bernaldo entonces
se fué— para Saldaña enojado,
y luego Vasco
Melendez,—que en sangre le era llegado,
y tambien Suero
Velazquez,—que era su deudo cercano,
y don Nuño de
Leon,—deudo otrosí de Bernaldo,
y viendo que así se
partia—y que del rey iba airado,
despidiéronse del
rey—y besáronle la mano,
y fuéronse para
Saldaña,—con Bernaldo se han juntado.
Bernaldo comenzó
entonces a facer gran mal y daño;
corrió la tierra de
Leon,—fizo en ella gran estrago.
Duraron aquestas
guerras,—que hubo entre el rey y Bernaldo,
gran tiempo, fasta
que fué— muerto Alfonso, el roy Casto.
(Silva de 1550, t.
I, fol. 60.—
Canc. s
. a., fol. 140.—Canc.,
1550, fol.
141.)
12
(BERNARDO DEL CARPIO.—V)
Por las riberas de
Arlanza—Bernardo del Carpio cabalga
con un caballo
morcillo—enjaezado de grana,
gruesa lanza en la
su mano,—armado de todas armas.
Toda la gente de
Búrgos—le mira como espantada,
porque no se suele
armar—sino a cosa señalada.
También lo miraba
el rey,—que fuera vuela una garza;+
diciendo estaba a
los suyos:—Esta es una buena lanza:
si no es Bernardo
del Carpio,—este es Muza el de Granada.—
Ellos estando en
aquesto,—Bernardo que allí llegaba,
ya sosegado el
caballo,—no quiso dejar la lanza;
mas puesta encima
del hombro,—al rey de esta suerte hablaba:
—Bastardo me
llaman, rey,—siendo hijo de tu hermana,
y del noble Sancho
Diaz,—ese conde de Saldaña:
dicen que ha sido
traidor,—y mata mujer tu hermana.
Tú y los tuyos lo
habéis dicho,—que otro ninguno no osara:
mas quien quiera
que lo ha dicho,—miente por medio la barba;
mi padre no fué
traidor,—ni mi madre mujer mala,
porque cuando fui
engendrado,—ya mi madre era casada.
Pusiste a mi padre
en hierros,—y a mi madre en órden santa,
y por que no herede
yo—quieres dar tu reino a Francia.
[p. 98] Morirán los castellanos—antes de ver
tal jornada:
montañeses, y
leoneses,—y esa gente esturiana,
y ese rey de
Zaragoza—me prestará su compaña
para salir contra
Francia—y darle cruda batalla;
y si buena me
saliere,—será el bien de toda España;
si mala, por la
república—moriré yo en tal demanda.
Mi padre mando que
sueltes,—pues me diste la palabra;
si no, en campo,
como quiera—te será bien demandada.
(Timoneda,
Rosa esp.) *
13
(BERNARDO DEL CARPIO.—VI)
Romance de Bernardo del Carpio
Las cartas y
mensajeros—del rey a Bernaldo van:
que vaya luego a
las cortes,—para con él negociar.
No quiso ir allá
Bernaldo,—que mal recelado se ha;
las cartas echó en
el fuego,—los suyos manda juntar.
Desque los tuvo
juntados,—comenzóles de hablar:
—Cuatrocientos
soys, los mios,—los que comeis el mi pan;
nunca fuisteis
repartidos,—agora os repartirán.
En el Carpio queden
ciento—para el castillo guardar;
y ciento por los
caminos,—que a nadie dejeis pasar;
doscientos iréis
conmigo—para con el rey hablar.
Si mala me la
dijere,—peor se la entiendo tornar.—
Con esto luego se
parte—y comienza a caminar;
por sus jornadas
contadas—llega donde el rey está.
De los doscientos
que lleva—los ciento mandó quedar,
para que tengan
segura—la puerta de la ciudad;
con los ciento que
le quedan—se va al palacio real,
cincuenta deja a la
puerta—que a nadie dejen pasar;
treinta deja a la
escalera—por el subir y el bajar;
con solamente los
veinte—a hablar con el rey se va.
A la entrada de una
sala—con él se vino a topar;
allí le pidió la
mano;—mas no gela quiso dar.
[p. 99] —Dios vos mantenga, buen
rey,—y a los que con vos están.
Decí ¿a qué me
habeis llamado,—o qué me quereis mandar?
Las tierras que vos
me distes,—¿por qué me las quereis quitar?—
El rey, como está
enojado,—aun no le quiere mirar;
a cabo de una gran
pieza,—la cabeza fuera alzar.
—Bernaldo,
mal seas venido,—traidor, hijo de mal padre,
díte yo el Carpio
en tenencia,—tómastelo en heredad.
—Mentides,
buen rey, mentides,—que no decides verdad;
que nunca yo fuí
traidor,—ni lo hubo en mi linaje.
Acordáseos
debiera—de aquella del Romeral,
cuando gentes
extranjeras—a vos querian matar.
Matáronvos el
caballo,—a pié vos vide yo andar;
Bernaldo como
traidor—el suyo vos fuera a dar,
con una lanza y
adarga—ante vos fué a pelear.
Allí maté a dos
hermanos,—ambos hijos de mi padre,
que obispos ni
arzobispos—no me quieren perdonar.
El Carpio entónces
me distes,—sin vos lo yo demandar.
—Nunca yo tal
te mandé,—ni lo tuve en voluntad.
Prendedlo, mis
caballeros,—que atrevido se me ha.—
Todos le estaban
mirando,—nadie se le osa llegar;
revolviendo el
manto al brazo,—la espada fuera a sacar.
—¡Aquí, aquí,
los mis doscientos,—los que comeis el mi pan!
que hoy es venido
el dia—que honra habeis de ganar.—
El rey como aquesto
vido,—procuróle de amansar:
—Malas mañas
has, sobrino,—no las puedes olvidar;
lo que hombre te
dice en burla,—a veras lo quieres tomar
si lo tienes en
tenencia,—yo te lo do en heredad,
y si fuere
menester,—yo te lo iré a segurar.—
Bernaldo que esto
le oyera,—esta respuesta le da:
—El castillo
está por mí,—nadie me lo puede dar;
quien quitármelo
quisiere,—procurarle he de guardar.—
El rey, que le vió
tan bravo,—dijo por le contentar:
—Bernaldo,
tente en buen hora,—con tal que tengamos paz.—
(Silva de 1550, t. II,
fol. 85.)
13 a
(BERNARDO DEL CARPIO.—VII)
(Al mismo asunto)
Con cartas y
mensajeros—el rey al Carpio envió;
Bernaldo, como es
discreto,—de traicion se receló;
las cartas echó en
el suelo—y al mensajero habló:
[p. 100] —Mensajero eres, amigo,—no
mereces culpa, no;
mas al rey que acá
te envía—dígasle tú esta razon:
que no lo estimo
ya a él,—ni aun cuantos con él son:
mas, por ver lo que
me quiere,—todavía allá iré yo.—
Y mandó juntar los
suyos:—de esta suerte les habló:
—Cuatrocientos
sois, los mios, los que comedes mi pan:
los ciento irán al
Carpio,—para el Carpio guardar:
los ciento por los
caminos,—que a nadie dejen pasar;
doscientos iréis
conmigo—para con el rey hablar;
si mala me la
dijere—peor se la ha de tornar.—
Por sus jornadas
contadas—a la corte fué a llegar.
—Manténgavos
Dios, buen rey,—y a cuantos con vos están.
—Mal vengades
vos, Bernaldo,—traidor, hijo de mal padre:
díte yo el Carpio
en tenencia,—tú tómaslo de heredad.
—Mentides, el
rey, mentides,—que no dices la verdad;
que si yo fuese
traidor,—a vos os cabria en parte.
Acordársevos
debia—de aquella del Encinal,
cuando gentes
extranjeras—allí os trataron tan mal,
que os mataron el
caballo,—y aun a vos querian matar.
Bernaldo, como
traidor,—de entre ellos os fué a sacar:
allí me distes el
Carpio—de juro y de heredad:
prometístesme a mi
padre,—no me guardaste verdad.
—Prendedlo,
mis caballeros,—que igualado se me ha.
—Aquí, aquí,
los mis doscientos,—los que comedes mi pan,
que hoy era venido
el dia—que honra habemos de ganar.—
El rey, de que
aquesto viera,—de esta suerte fué a hablar:
—¿Qué ha sido
aquesto, Bernaldo,—que así enojado te has?
¿lo que hombre dice
de burla—de veras vas a tomar?
Yo te dó el Carpio,
Bernaldo,—de juro y de heredad.
—Aquesas
burlas, el rey,—no son burlas de burlar;
llamástesme de
traidor,—traidor hijo de mal padre:
el Carpio yo no lo
quiero,—bien lo podeis vos guardar;
que cuando yo lo
quisiere,—muy bien lo sabré ganar.—
(Canc.
de Rom. de 1550, fol. 137.)
14
(BERNARDO DEL CARPIO.—VIII)
Romance de un desafío entre don Urgel y Bernardo del Carpio
En las cortes de
Leon—gran fiesta se ha pregonado,
mandáralas
pregonar—el rey don Alfonso el Casto,
Todos los grandes
del reino,—que supieron su mandado,
como vasallos
leales—prestamente se han juntado.
[p. 101] Todo género de fiestas—en Leon se
ha celebrado,
porque el rey muy
francamente—sus haberes ha gastado:
unos sacan
invenciones,—otros salen disfrazados;
unos muy reñida
justa,—otros torneo han cercado;
unos juegan a las
cañas,—otros corren sus caballos;
unos lidian bravos
toros,—otros juegan a los dados.
Pero aqueste claro
dia—envidia lo ha eclipsado:
un extraño
caballero—ante el rey se ha presentado,
armado de todas
armas,—y el caballo encubertado,
blandiendo una
gruesa lanza,—bien apuesto y divisado;
demandó seguro al
rey,—para un caso señalado.
Según que lo
demando—por el rey le fué otorgado.
Por medio de la
gran plaza—dice muy determinado:
—Si hay algun
caballero—que salga conmigo al campo,
probaré que soy
mejor,—y de mejor rey vasallo.—
Sus palabras
descorteses—a todos han alterado;
conocido fué de
algunos—ser Urgel el esforzado,
uno de los doce
pares,—mucho temido y dudado.
Bien había
caballeros—que le hubieran demandado
aquellas locas
palabras—que ante su rey ha hablado;
mas no osaron por
temor,—que el rey estaba enojado
de una lid que fué
otorgada—otra vez sin su mandado;
también porque
sabian—que el rey estaba inclinado
para dar el plazo y
honra—a su sobrino Bernaldo.
Soberbio está don
Urgel,—porque nadie lo ha reptado.
Iban dueñas y
doncellas,—todas hacen cruel llanto,
porque en la flor
de Castilla—un frances se haya nombrado.
El buen rey con
gran enojo—abajóse del andamio;
por los cantones y
plazas—pregonar habia mandado:
que cualquiera que
venciese—aquel frances osado,
le hará grandes
mercedes,—y le dará un condado.
Los castellanos con
saña—dicen:—Salga don Bernardo.—
A buscallo iba el
buen rey—con diligencia y cuidado.
Dentro en la
iglesia mayor—prestamente fué hallado:
haciendo esta
oración—al apóstol Santiago:
—Manténgaos
Dios, sobrino.—Señor, seáis bien llegado.—
Allí hablara el
buen rey,—bien oireis lo que ha hablado:
Todas las gentes de
España—han venido a mi llamado;
solo vos, mi buen
sobrino,—os andais de mí apartado,
que no quereis ver
mis fiestas,—y estais de mí despagado.
—Aqueso, mi
buen señor,—vuestra alteza lo ha causado,
que tiene preso a
mi padre—con guarda y aherrojado,
y no es justo,
estando preso,—que yo esté regocijado.
—Pues si vos
quereis, sobrino,—obedecer mi mandado,
haré libre a
vuestro padre,—aunque mal me hubo enojado.—
Don Bernardo que lo
oyera,—en el suelo arrodillado
[p. 102] besó las manos del rey—por el bien
que le ha otorgado,
protestando de
servillo—como bueno y fiel criado.
Luego el rey le dio
la cuenta—de todo lo que ha pasado:
de cómo un frances
soberbio—los habia desafiado.
Don Bernardo que lo
supo,—mal lo habia amenazado.
Por todos los ricos
hombres—que el rey tenia a su lado,
con ricas y fuertes
armas—Bernardo fué luego armado:
danle un caballo
del rey,—el mejor y mas preciado;
terciada lleva la
lanza,—y el escudo embrazado,
contorneado el
caballo—a la plaza fué llegado.
Quien miraba su
postura—le quedaba aficionado:
era diestro y
animoso,—bien dispuesto y mesurado.
Para hacer la
batalla—jueces les han señalado,
pártenles el campo
y sol,—por que nadie esté agraviado.
A la segunda
carrera—el frances fué derribado.
Bernardo con gran
presteza—del caballo fué apeado;
ponen mano a las
espadas,—cada cual muy denodado,
hiéranse por todas
partes—con rigor desmesurado,
tan bravos golpes
se daban,—que el rey estaba espantado.
De los escudos y
mallas—todo el campo está sembrado;
mas un punto de
flaqueza—ninguno ha demostrado.
Sin conocerse
ventaja—tres horas han peleado.
Para recebir
aliento—un poco se han apartado.
Para tornar a la
lid—Bernardo se ha anticipado,
y con saña que
tenia—de esta suerte le ha hablado:
—Desdícete,
caballero,—si no, serás castigado.
—Aquesto,
dijo el frances,—no lo he acostumbrado;
morir puedo en la
batalla,—mas no vivir deshonrado.—
De la sangre que
perdia—andaba desatinado;
como muerto cayó en
tierra,—de las fuerzas despojado.
Don Bernardo lo
sacó—de la raya do han lidiado.
Así quedó
vencedor,—y el frances fué deshonrado,
y despues en
Roncesvalles—le acabó de dar su pago,
que en muy reñida
batalla—la cabeza le ha cortado.
(Aquí
comienza un romance de un desafío entre don Urgel
y
Bernardo del Carpio. Pliego suelto del siglo XVI.)
ROMANCES DEL CONDE DE CASTILLA FERNÁN GONZÁLEZ
De la prisión del conde Fernan Gonzalez.—I
Preso está Pernan
Gonzalez—el gran conde de Castilla;
tiénelo el rey de
Navarra—maltratado a maravilla.
Vino allí un conde
normando—que pasaba en romeria;
supo que este
hombre famoso—en cárceles padecia.
Fuése para
Castroviejo,—donde el conde residia;
dádivas daba al
alcaide—si dejar valle queria:
el alcaide fué
contento—y las prisiones le abria.
Mucho los condes
hablaron;—el normando se salia:
fuése donde estaba
el rey—con lo que pensado habia.
Procuró ver a la
infanta,—que era fermosa y cumplida,
animosa y muy
discreta,—de persona muy crecida.
Tanto procura de
vella,—que esto le hablara un dia:
—Dios vos lo
perdone, infanta,—Dios, tambien Santa Maria,
que por vos se
pierde un hombre,—el mejor que se sabia:
por vos se causa
gran daño,—por vos se pierde Castilla,
los moros entran en
ella—por no ver quien la regia,
que por veros muere
preso;—por amor de vos moria;
¡mal pagáis amor,
infanta,—a quien tanto en vos confía!
Si no remediais al
conde
[1] —sereis muy aborrecida,
y si por vos
saliese—sereis reina de Castilla.—
Tan bien le habla
el normando,—que a la infanta enternecia;
determina de
librallo—si por mujer la queria.
El conde se lo
promete,—a vello la infanta iba.
—No temais,
dijo, señor,—que yo os daré la salida.—
Y engañando aquel
alcaide,—salen los dos de la villa.
Toda la noche
anduvieron—hasta que el alba reia.
[p. 104] Escondidos en un bosque,—un
arcipreste los via,
que venia andando a
caza—con un azor que traia.
Amenázalos con
muerte,—si la infanta no ofrecia
de folgar allí con
ella,—si no, quo al rey los traeria.
El conde, mas cruda
muerte—quisiera, que lo que oia;
pero la discreta
infanta,—dando esfuerzo, le decia:
—Por vuestra
vida, señor,—más que esto hacer debria,
que no se sabrá
esta afrenta—ni se dirá en esta vida.—
Priesa daba el
arcipreste,—y amenaza todavia:
con grillos estaba
el conde—y sin armas se veia;
mas viendo que era
forzado,—como puede se desvia.
Apártala el
arcipreste;—de la mano la traia,
y cuando abrazalla
quiso,—ella de él muy fuerte huia:
los brazos le ha
embarazado,—socorro al conde pedia,
el cual vino
apresurado,—aunque correr no podia:
quitádole ha al
arcipreste—un cuchillo que traia,
y con él le diera
el pago—que su aleve merecia.
Ayudándole la
infanta,—camina todo aquel dia;
a la bajada de un
puente—ven muy gran caballería;
gran miedo tienen
en vella,—porque creen que el rey la envia.
La infanta tiembla
y se muere,—en el monte se escondia;
mas el conde, más
mirando,—daba voces de alegria:
—Salid,
salid, doña Sancha,—ved el pendon de Castilla,
mios son los
caballeros—que a mi socorro venian.—
La infanta con gran
placer—a vellos luego salia.
Conocidos de los
suyos,—con alarido venían:
—Castilla,
vienen diciendo,—cumplida es la jura hoy dia.—
A los dos besan la
mano,—a caballo los subían,
así los traen en
salvo—al condado de Castilla.
(Canc. de Rom., 1550, fol. 8.)
16
(DEL CONDE FERNAN GONZALEZ.—II)
Romance del rey don Sancho Ordoñez
Castellanos y
leoneses—tienen grandes divisiones.
El conde Fernan
Gonzalez—y el buen rey don Sancho Ordoñez,
sobre el partir de
las tierras,—y el poner de los mojones,
[1]
llamábanse
hi-de-putas,
[2] —hijos de padres traidores;
[p. 105] echan mano a las espadas,—derriban
ricos mantones:
no les pueden poner
treguas—cuantos en la corte son,
pónenselas dos
hermanos,
[1] —aquesos benditos monjes.
[2]
Pónenlas por quince
dias,—que no pueden por más, non
que se vayan a los
prados—que dicen de Carrion.
Si mucho madruga el
rey,—el conde no dormia, no;
el conde partió de
Búrgos,—y el rey partió de Leon.
Venido se han a
juntar—al vado de Carrion,
y a la pasada del
rio—movieron una quistion:
los del rey que
pasarian,—y los del conde que non.
El rey, como era
risueño,—la su mula revolvió;
el conde con
lozanía—su caballo arremetió;
con el agua y el
arena—al buen rey ensalpicó.
[3]
Allí hablara el
buen rey,—su gesto muy demudado:
—¡Cómo sois
soberbio, el conde!—¡cómo sois desmesurado!
[4]
si no fuera por las
treguas—que los monjes nos han dado,
la cabeza de los
hombros—ya vos la hubiera quitado;
con la sangre que
os sacara—yo tiñera aqueste vado.—
El conde le
respondiera,—como aquel que era osado:
—Eso que
decís, buen rey,
[5] —véolo mal aliñado;
vos venís en gruesa
mula,—yo en ligero caballo;
vos traes sayo de
seda,—yo traigo un arnés tranzado;
vos traeis alfanje
de oro,—yo traigo lanza en mi mano;
vos traeis cetro
[6] de rey,—yo un venablo acerado;
vos con guantes
olorosos,—yo con los de acero claro;
vos con la gorra de
fiesta,—yo con un casco afinado;
vos traeis ciento
de mula,—yo trescientos de caballo.—
Ellos cn aquesto
estando,—los frailes que han allegado:
—¡Tate, tate,
caballeros!—¡tate, tate, hijosdalgo!
¡Cuán mal
cumplisteis la treguas—que nos habíades mandado!—
Allí hablara el
buen rey:—Yo las cumpliré de grado.—
Pero respondiera el
conde:—Yo de pies puesto en el campo.—
Cuando vido aquesto
el rey,—no quiso pasar el vado;
vuélvese para sus
tierras;—malamente va enojado.
Grandes bascas va
haciendo,—reciamente va jurando
que había de matar
al conde—y destruir su condado,
[p. 106] y mandó llamar a cortes;—por los
grandes ha enviado:
todos ellos son
venidos,—sólo el conde ha faltado.
Mensajero se le
hace—a que cumpla su mandado:
el mensajero que
fué—de esta suerte le ha hablado.
(Silva de 1550, t.
I, fol. 83.
—Canc. de Rom. s. a., fol. 161,
Canc. de Rom., 1550,
fol. 165.)
17
(DEL CONDE FERNAN GONZALEZ.—III)
Romance del conde Fernan Gonzalez
—Buen conde
Fernan Gonzalez,—el rey envia por vos,
que váyades a las
cortes—que se hacian en Leon;
que si vos allá
vais, conde,—daros han buen galardon,
daros ha a
Palenzuela—y a Palencia la mayor;
daros ha las nueve
villas,—con ellas a Carrion;
daros ha a
Torquemada,—la torre de Mormojon.
[1]
Buen conde, si allá
no ides,—daros hian por traidor.—
Allí respondiera el
conde—y dijera esta razón:
—Mensajero
eres, amigo,—no mereces culpa, no;
que yo no he miedo
al rey,—ni a cuantos con él son.
Villas y castillos
tengo,—todos a mi mandar son,
de ellos me dejó mi
padre,—de ellos me ganara yo:
los que me dejó mi
padre—poblélos de ricos hombres,
las que yo me hube
ganado—poblélas de labradores;
quien no tenia mas
de un buey,—dábale otro, que eran dos;
al que casaba su
hija—dóle yo muy rico don:
[2]
cada dia que
amanece,—por mí hacen oración;
no la hacian por el
rey,—que no la merece, non;
él les puso muchos
pechos,—y quitáraselos yo.
(Silva de 1550, t. I, fol. 85
.—Canc. de Rom. s
. a., fol. 163.
Canc. de Rom., 1550, fol. 167.
Preso está Fernan
Gonzalez,—el buen conde castellano;
prendiólo don
Sancho Ordoñez,
[2] —porque no le ha tributado.
[3]
En una torre en
Leon—lo tienen a buen recaudo.
[4]
Rogaban por él al
rey
[5] —muchas personas de estado,
y también por él
rogaba—ese monje fray
[6] Pelayo;
mas el rey, con
grande enojo,—nunca quisiera soltallo.
[7]
Sabiéndolo la
condesa,—determina ir a sacallo:
[8]
cabalgando en una
mula,—como siempre lo ha
[9] usado,
consigo lleva dos
duedas,—y dos escuderos ancianos.
Lleva en su
retaguardia
[10] —trescientos
[11] hijosdalgo
armados de todas
armas,—cada uno buen caballo.
[12]
Todos llevan hecho
voto—de morir en demandarlo,
y de no volver a
Burgos—hasta morir o librarlo.
Caminan para
Leon—contino por despoblado:
mas
[13] cerca de la ciudad—en un
monte se han entrado.
La condesa, como es
sabia,—mandó ensillar un caballo,
y mandóle a un
escudero—que al conde quede aguardando,
y
[14] que en siendo salido—se lo
dé, y le
[15] ponga en salvo.
La condesa con las
dueñas—en la ciudad se ha entrado:
como
[16] viene de camino,—vase derecho
al palacio.
[17]
[p. 108] Así como el rey la vido,—a ella se
ha levantado.
—¿Adónde
bueno, condesa?
[1] —Señor, voy a Santiago,
y víneme por
aquí—para besáros las manos.
Suplícoos me deis
licencia—para al conde visitar.
[2]
—Que me
place, dijo el rey,
[3] —pláceme de voluntad.
[4]
Llévenla luego a la
torre—donde el conde preso está.—
[5]
Por amor de la
condesa—las prisiones quitádole han.
[6]
Desde rato que
llegó,
[7] —la condesa le fué a hablar:
[8]
—Levantáos
luego, señor,
[9] —no es tiempo de echado estar:
[10]
y vestíos estas mis
ropas,—y tocáos vos mis tocados,
[11]
y junto con esas
dueñas—os salí acompañado,
y en saliendo, que
salgais,—hallaréis vuestro caballo;
íros heis
[12] para el monte,—do está la
gente aguardando.
Yo me quedaré aquí
[13] —hasta ver vuestro
mandado.—
Al conde le
pareció—que era bien aconsejado;
vístese las ropas
de ella,—largas tocas se ha tocado.
Las dueñas son
avisadas,—a las guardas han llamado;
las guardas estaban
[14] prestas,—quitan de presto el
candado;
salen las dueñas,
[15] y el conde;—nadie los habia
mirado.
Dijo una dueña a
las guardas
[16] —que la andaban rodeando:
—Por tener
larga jornada—hemos madrugado tanto.—
[17]
Y así se partieron
de ellas
[18] —sin sospecha ni cuidado.
Luego que fuera
salieron,
[19] —halló el conde su caballo,
el cual tomó su
camino—para el monte señalado.
Las dueñas y el
escudero—hasta el dia han aguardado:
[p. 109] subídose han a la torre—do la
condesa ha quedado.
[1]
Las guardas, desque
[2] las vieron,—mucho se han
maravillado.
—Decí, ¿a qué
subís
[3] señoras,
[4] —háseos acá olvidado algo?
[5]
—Abrí, veréis
lo que queda,—porque llevemos recaudo.
Como las guardas
abrieron,—a la condesa han hallado.
Como la condesa
vido—que las dueñas han tornado:
[6]
—Id, decid al
señor rey,
[7] —que aquí estoy a su mandado,
que haga en mí la
justicia,
[8] —que el conde ya está
librado.—
[9]
Como aquesto supo
[10] el rey,—hallóse muy
espantado:
tuvo en mucho a la
condesa—saber hacer tal engaño.
Luego la manda
[11] sacar,—y dalle todo recaudo,
y envióla
[12] luego al conde:—muchos la han
acompañado.
El conde, desque la
vido,—holgóse en extremo grado,
enviado ha
[13] decir al rey,—que pues tan
bien
[14] lo ha mirado,
que le mandase
pagar—la del azor y el caballo,
si no, que lo
pediria—con la espada en la mano.
Todo por el rey
sabido,—su consejo ha tomado;
[15]
sumaba tanto la
paga,—que no pudo numerallo;
[16]
así que, todo bien
visto,—fué por el rey acordado
de le soltar el
tributo—que el conde le era
[17] obligado.
De esta manera el
buen conde
[18] —a Castilla ha libertado.
(Silva
de 1550, t. II, fol. 91.—
Canc de Rom., ed. de
Medina, 1570, fol.
54.—Timoneda,
Rosa esp.)
[19]
A Calatrava la
Vieja—la combaten castellanos;
por cima de
Guadiana—derribaron tres pedazos;
por los dos salen
los moros,—por el uno entran cristianos.
Allá dentro de la
plaza—fueron a armar un tablado,
que aquel que lo
derribare—ganará de oro un escaño.
Este don Rodrigo de
Lara, gue ese lo habia ganado,
del conde
Garci-Hernandez sobrino—y de doña Sancha es hermano,
al conde
Garci-Hernandez—se lo llevó presentado,
que le trate
casamiento—con aquesa doña Lambra.
Ya se trata
casamiento,—¡hecho fué en hora menguada!
doña Lambra de
Burueva—con don Rodrigo de Lara.
Las bodas fueron en
Búrgos,—las tornabodas en Salas:
en bodas y
tornabodas—pasaron siete semanas.
Tantas vienen de
las gentes,—que no caben por las plazas,
y aun faltaban por
venir—los siete infantes de Lara.
Hélos, hélos por do
vienen,—con toda la su compaña:
saliólos a
recebir—la su madre doña Sancha:
—Bien
vengades, los mis hijos,—buena sea vuestra llegada:
allá iredes a
posar—a esa cal de Canta-ranas;
hallarés las mesas
puestas,—viandas aparejadas.
Desque hayais
comido, hijos,—no salgades a las plazas,
porque las gentes
son muchas,—y trábense muchas barrajas.—
Desque todos han
comido—van a bohordar a la plaza:
no salen los siete
infantes,—que su madre se lo mandara;
mas desque hubieron
comido—siéntanse a jugar las tablas.
Tiran unos, tiran
otros,—ninguno bien bohordaba.
[p. 111] Allí salió un caballero—de los de
Córdoba la llana,
bohordó hácia el
tablado—y una vara bien tirara.
Allí hablara la
novia,—de esta manera hablara:
—Amad,
señoras, amad—cada una en su lugar,
que más vale un
caballero—de los de Córdoba la llana,
que no veinte ni
treinta—de los de la casa de Lara.—
Oidolo había doña
Sancha,—de esta manera hablara:
—No digáis
eso, señora,—no digades tal palabra,
porque aun hoy os
desposaron—con don Rodrigo de Lara.
—Mas calláis
vos, doña Sancha,—que no debeis ser escuchada,
que siete hijos
paristes—como puerca encenagada.—
Oídolo habia el
ayo—que a los infantes criaba:
de allí se había
salido,—triste se fué a su posada:
halló que estaban
jugando—los infantes a las tablas,
si no era el menor
de ellos,—Gonzalo Gonzalez se llama;
recostado lo
halló—de pechos en una baranda.
—¿Cómo venís
triste, amo?
[1] —deci ¿quién os enojara?—
Tanto le rogó
Gonzalo,—que el ayo se lo contara:
—Mas mucho os
ruego, mi hijo,—que no salgais a la plaza.—
No lo quiso hacer
Gonzalo;—mas antes tomó una lanza,
caballero en un
caballo—vase derecho a la plaza:
vido estar el
tablado—que nadie lo derribara.
Enderezóse en la
silla,—con él en el suelo daba;
desque lo hubo
derribado,—de esta manera hablara:
—Amade,
putas, amad,—cada una en su lugar,
que mas vale un
caballero—de los de la casa de Lara,
que cuarenta ni
cincuenta—de los de Córdoba la llana.—
Doña Lambra, que
esto oyera,—bajóse muy enojada;
sin aguardar a los
suyos—fuese para su posada,
halló en ella a don
Rodrigo,—de esta manera le habla:
—Yo me estaba
en Barbadillo,
[2] —en esa mi heredad;
mal me quieren en
Castilla—los que me habían de aguardar.
[3]
Los hijos de doña
Sancha—mal amenazado me han
que me cortarian
las faldas—por vergonzoso lugar,
y cebarian sus
halcones—dentro de mi palomar,
y me forzarian mis
damas
[4] —casadas y por casar.
Mátáronme un
cocinero—so faldas del mi bria!.
Si de esto no me
vengais,—yo mora me iré a tornar.—
Allí habló don
Rodrigo,—bien oiréis lo que dirá:
—Calledes, la
mi señora,—vos no digades atal.
[p. 112] De los infantes de Salas
[1] —yo vos pienso de vengar,
[2]
telilla les tengo
ordida,
[3] —bien gela cuido tramar,
que
[4] nacidos y por nacer—de ello
tengan
[5] que contar.
(Canc. de Rom.
s
. a., fol. 164.—Canc. de Rom., 1550,
folio 170
.—Silva de 1550, t. I, fol. 86.)
20
(DE LOS SIETE INFANTES DE LARA.—II)
Romance de don Rodrigo de Lara
¡Ay Dios, qué buen
caballero—fué don Rodrigo de Lara,
que mató cinco mil
moros—con trescientos que llevaba!
Si aqueste muriera
entonces,—¡qué gran fama que dejara!
no matara a sus
sobrinos—los siete infantes de Lara,
ni vendiera sus
cabezas—al moro que las llevaba.
Ya se trataban sus
bodas—con la linda doña Lambra:
las bodas se hacen
en Búrgos,—las tornabodas en Salas:
las bodas y
tornabodas—duraron siete semanas;
las bodas fueron
muy buenas,—mas las tornabodas malas.
Ya convidan por
Castilla,—por Castilla y por Navarra:
tanta viene de la
gente,—que no hallaban posadas,
y aun faltan por
venir—los siete infantes de Lara.
Hélos, hélos por do
vienen—por aquella vega llana;
sálelos a
recebir—la su madre doña Sancha.
—Bien
vengades, los mis hijos,—buena sea vuestra llegada.
—Nora buena
estéis, señora,—nuestra madre doña Sancha.—
Ellos le besan las
manos,—ella a ellos en la cara.
—Huelgo de
veros a todos,—que ninguno no faltaba,
y mas a vos,
Gonzalvico,—porque a vos mucho amaba.
Tornad a cabalgar,
hijos,—y tomedes vuestras armas,
y allá ireis a
posar—al barrio de Cantarranas.
Por Dios os ruego,
mis hijos,—no salgais de las posadas,
porque en
semejantes fiestas—se urden buenas lanzadas.—
Ya cabalgan los
infantes—y se van a sus posadas;
hallaron las mesas
puestas—y viandas aparejadas.
[p. 113] Despues que hubieron
comido—pidieron juego de tablas,
si no fuera
Gonzalvico,—que su caballo demanda.
Muy bien puesto en
la silla—se sale para la plaza,
y halló a don
Rodrigo—que a una torre tira varas,
con una fuerza
crecida—a la otra parte pasa.
Gonzalvico que esto
viera,—las suyas también tirara:
las suyas pesan muy
mucho,—a lo alto no llegaban.
Cuando esto vio
doña Lambra,—de esta manera hablara:
—Adamad,
dueñas, amad—cada cual de buena gana,
que más vale un
[1] caballero—que cuatro de los de
Salas.—
Cuando esto oyó
doña Sancha,—respondió muy enojada:
—Callades
vos, doña Lambra,—no digais la tal palabra;
si los infantes lo
saben,—ante tí lo matarán.
—Callases tú,
doña Sancha,—que tienes por qué callar,
que pariste siete
hijos,—como puerca en muladar.—
Gozalvico, que esto
oyera,—esta respuesta le da:
—Yo te
cortaré las faldas—por vergonzoso lugar,
por cima de las
rodillas—un palmo y mucho más.—
Al llanto de doña
Lambra—don Rodrigo fué a llegar:
—¿Qué es
aquesto, doña Lambra?—¿quién te ha querido enojar?
Si me lo dices, yo
entiendo—de te lo muy bien vengar,
porque a dueña tal
cual vos
— todos la deben honrar.—
(Silva de 1550, t. II, I. 60.)
21
(DE LOS SIETE INFANTES DE LARA.—III)
¿Quién es aquel
caballero—que tan gran traición hacia?
Ruy Velazquez es de
Lara,—que a sus sobrinos vendia.
En el campo de
Almenar—a los infantes decia
que fuesen a correr
moros,—que él los acorreria;
que habrien muy
gran ganancia,—muchos captivos traerian.
Ellos en aquesto
estando—grandes gentes parecian;
más de diez mil son
los moros,—las señas traen tendidas.
Los infantes le
preguntan—qué gente es la que venia.
—No hayais
miedo, mis sobrinos,—Ruy Velazquez respondia,
todos son moros
astrosos,—moros de poca valia,
que viendo que vais
a ellos,—a huir luego echarian;
que si ellos vos
aguardan,—yo en vuestro socorro iria:
corrílos yo muchas
veces,—ninguno lo defendia.
A ellos id, mis
sobrinos,—no mostrades cobardía.—
¡Palabras son
engañosas—y de muy grande falsía!
[p. 114] Los infantes como buenos—con moros
arremetian;
caballeros son
doscientos—los que su guarda seguian.
Él a furto de
cristianos—a los moros se venia.
Díjoles que sus
sobrinos—no escape ninguno a vida,
que les corten las
cabezas,—que él no los defenderia.
Doscientos hombres,
no más—llevaban en compañía.
Don Nuño que ir los
vido,—oido habia por su espía,
y cuando oyó las
palabras—que a los moros les decia,
daba muy grandes
las voces—que en el cielo las ponia
—¡Oh Ruy
Velazquez traidor,—el mayor que ser podria:
¿A tus sobrinos
infantes—a la muerte los traias?
Mientras el mundo
durare—durará tu alevosía,
y la falsedad que
has hecho—contra la tu sangre misma.—
Despues que esto
hobo dicho—a los infantes volvia,
díjoles:—Armáos,
mis hijos,—que vuestro tio os vendia:
de consuno es con
los moros,—ya concertado tenia
que os maten a
todos juntos.—Ellos armáronse aina:
las quince huestes
de moros—a todos cerco ponian;
don Nuño, que era
su ayo,—gran esfuerzo les ponia:
—Esforzáos,
no temades,—haced lo que yo hacia:
a Dios yo vos
encomiendo,—mostrad vuestra valentía.—
En la delantera
haz—don Nuño herido habia,
mató muchos de los
moros,—mas a él muerto lo habian.
Los infantes
arremeten—con la su caballería:
mezcláronse con los
moros,—a muchos quitan la vida.
Los cristianos eran
pocos,—veinte para uno habia;
mataron a los
cristianos,—que a vida ninguno finca;
solos quedan los
hermanos,—que ninguna ayuda habian.
Encomendáronse a
Dios,—
Santiago, valme,
[1] decian:
firieron recio en
los moros,—gran matanza les hacian;
no osan estar
delante—que gran braveza traian.
Fernan Gonzalez
menor—a sus hermanos decia:
—Esforzad,
los mis hermanos,—lidiemos con valentía,
mostremos gran
corazón—contra aquesta morería.
Ya no habemos
ayuda,—solo Dios darla podia;
ya murió Nuño
Salido,—y nuestra caballería;
venguémoslos o
muramos,—nadie muestre cobardía.
Que desque estemos
cansados—esta sierra nos valdria.—
Volvieron a
pelear,—¡oh qué reciamente lidian!
muchos matan de los
moros,—a otros muchos herian;
muerto han a Fernan
Gonzalez,—seis solos quedado habian.
Cansados ya de
lidiar,—a la sierra se subian;
limpiáronse los sus
rostros,—que sangre y polvo teñian.
(Sepúlveda, Romances nuevamente
sacados, etc.)
Cansados de
pelear—los seis hermanos yacian;
infantes todos los
llaman,—que de Lara se decian.
No pueden alzar los
brazos,—¡tan cansados los tenian!
El dolor era
crecido—que Viara y Galve habian,
capitanes de
Almanzor:—a su tio maldecian
en dejar morir
hidalgos—de tan alta valentía,
mayormente siendo
hijos—de una hermana que habia.
Sácanlos de entre
los moros,—que matarlos no querian:
lleváronlos a sus
tiendas;—desarmados los habian:
mandáronles dar del
pan—y tambien de la bebida.
Ruy Velazquez que
lo vido—a Viara y Galve decia:
—¡Muy mal lo
haceis vosotros—dejar aquestos a vida!
porque si ellos
escapan,—a Castilla no tornaria,
ca ellos me
matarán:—defenderme no podria.—
Los moros han gran
pesar—de esto que decir le oian.
El menor de los
infantes—con enojo le decia:
—¡Oh traidor,
falso, malvado,—grande es tu alevosía!
Trujístenos con tu
hueste—a quebrantar la morisma
enemigos de la
fe,—y a ellos tú nos vendias,
y dices que aquí
nos maten.—¡De Dios perdon no recibas,
ni perdone él tu
pecado—tan perverso que hoy hacias!—
Los moros a los
infantes—aquesto les respondian:
—No sabemos
qué os hacer,—infantes de gran valía,
que si vivos os
dejamos—Ruy Velazquez él se iria
a Córdoba al
Almanzor—y moro se tornaria:
darle ha muy gran
poder,—y si contra nos lo envia,
a nos buscará gran
mal,—que es hombre de gran falsía.
Vivos tornar vos
queremos—do la batalla se hacia:
procurad de os
defender;—vuestro mal a nos dolia.—
Los infantes se han
armado,—y al campo tornado habian,
y encomendándose a
Dios—a los moros atendian.
Los moros cuando
los vieron,—a ellos van con gran grita.
¡Muy cruda es la
batalla!—¡Ellos bien se defendían!
Como los moros son
muchos,—poca mella les hacian.
Dos mil y sesenta
han muerto,—sin los que han dado heridas.
Don Gonzalo, el
menor de ellos,—es el que más mal hacia:
¡gran matanza hizo
en moros!—¡la su vida bien vendia!
Cansados son de
lidiar,—moverse ya no podian;
matáronles los
caballos,—lanza ni espada tenian,
[p. 116] ni otras armas algunas,—que
quebrado las habian.
Los moros presos
los tienen;—desnudaron sus lorigas;
descabezado los
han;—Ruy Velazquez que lo via.
Don Gonzalo, el mas
pequeño,—grande cuita en sí tenia;
cuando vió
descabezados—hermanos que bien queria,
cobró muy gran
corazón;—quitóse del que lo asia:
arremetió con el
moro—que la crueldad hacia,
dióle tan recia
puñada,—muerto en tierra lo ponia.
De presto tomó la
espada,—veinte moros muerto habia.
Volvieron luego a
prenderlo,—descabezado lo habian.
Quedan los infantes
muertos,—Ruy Velazquez se volvia
a Burueva, su
lugar;—por vengado se tenia,
habiendo hecho
traición—la mayor que se podia.
(Silva,
Rom. nuevamente sacados, etc.)
23
(DE LOS SIETE INFANTES DE LARA.—V)
(Muerte de los infantes de Lara)
Saliendo de
Canicosa—por el val de Arabiana,
donde don Rodrigo
espera—los hijos de la su hermana,
por campo de
Palomares—vió venir muy gran compaña,
muchas armas
reluciendo,—mucha adarga bien labrada,
mucho caballo
lijero,—mucha lanza relumbraba,
mucho estandarte y
bandera—por los aires revolaba.
La seña que viene
en ellas—es media luna cortada;
Alá traen por
apellido,—a Mahoma a voces llaman;
tan altos daban los
gritos,—que los campos resonaban;
lo que las voces
decian,—grande mal significaban:
—¡Mueran,
mueran, van diciendo,—los siete infantes de Lara!
¡Venguemos a don
Rodrigo,—pues que tiene de ellos saña!—
Allí está Nuño
Salido,—el ayo que los criara;
como vee la gran
morisma,—de esta manera les habla:
—¡Oh los mis
amados hijos!—¡quién vivo no se hallara
por no ver tan
gran dolor—como agora se esperaba!
Si no os hubiera
criado,—no sintiera tanta rabia;
mas quiéroos tanto,
mis hijos,—que se me arrancaba el alma,
¡Ciertamente
nuestra muerte—está bien aparejada!
No podemos
escapar—de tanta gente pagana.
Vendamos bien
nuestros cuerpos,—y miremos por las almas;
peleemos como
buenos,—las muertes queden vengadas;
ya que lleven
nuestras vidas,—que las dejen bien pagadas.
[p. 117] No nos pese de la muerte,—pues va
tan bien empleada,
pues morimos todos
juntos—como buenos, en batalla.—
Como los moros se
acercan,—a cada uno por sí abraza;
cuando llega
Gonzalvico,—en la cara le besara:
—¡Hijo
Gonzalo Gonzalez;—de lo que más me pesaba
es de lo que
sentirá—vuestra madre doña Sancha!
érades su claro
espejo;—más que a todos os amaba.—
[1]
En esto los moros
llegan,—traban con ellos batalla,
los infantes los
reciben—con sus adargas y lanzas:
—Santiago,
Santiago,
[2] —a grandes voces llamaban:
matan infinitos
moros;—mas todos
[3] allí quedaran.
(Silva de 1550, t. II, f. 62.)
24
(DE LOS SIETE INFANTES DE LARA.—VI)
(Presenta Almanzor a Gustios las cabezas de sus hijos)
Pártese el moro
Alicante—víspera de sant Cebrian;
ocho cabezas
llevaba,—todas de hombres de alta sangre.
Sábelo el rey
Almanzor,—a recibírselo sale;
aunque perdió
muchos moros,—piensa en esto bien ganar.
Manda hacer un
tablado—para mejor las mirar,
mandó traer un
cristiano—que estaba en captividad.
Como ante sí lo
trujeron—empezóle de hablar,
díjole:
—Gonzalo Gustos,—mira quién conocerás;
que lidiaron mis
poderes—en el campo de Almenar:
sacaron ocho
cabezas,—todas son de gran linaje.—
Respondió Gonzalo
Gustos:—Presto os diré la verdad.—
Y limpiándoles la
sangre,—asaz se fuera a turbar;
dijo llorando
agramente:—¡Conóscolas por mi mal!
la una es de mi
carillo;—¡las otras me duelen más!
de los infantes de
Lara—son, mis hijos naturales.—
Así razona con
ellos,—como si vivos hablasen:
—¡Dios os
salve, el mi compadre,—el mi amigo leal!
¿Adónde son los mis
hijos—que yo os quise encomendar?
Muerto sois como
buen hombre,—como hombre de fiar.—
[p. 118] Tomara otra cabeza—del hijo mayor
de edad:
—Sálveos
Dios, Diego Gonzalez,—hombre de muy gran bondad,
del conde Fernan
Gonzalez—alferez el principal:
a vos amaba yo
mucho,—que me habíades de heredar—
Alimpiándola con
lágrimas—volviérala a su lugar,
y toma la del
segundo,—Martin Gomez que llamaban:
—Dios os
perdone, el mi hijo,—hijo que mucho preciaba;
jugador era de
tablas—el mejor de toda España,
mesurado
caballero,—muy buen hablador en plaza.—
Y dejándola
llorando,—la del tercero tomaba:
—Hijo Suero
Gustos,—todo el mundo os estimaba;
el rey os tuviera
en mucho,—solo para la su caza:
gran caballero
esforzado,—muy buen bracero a ventaja.
¡Ruy Gomez vuestro
tio—estas bodas ordenara!—
Y tomando la del
cuarto,—lasamente la miraba:
—¡Oh hijo
Fernan Gonzalez,—(nombre del mejor de España,
del buen conde de
Castilla,—aquel que vos baptizara)
matador de puerco
espín,—amigo de gran compaña!
nunca con gente de
poco—os vieran en alianza.—
Tomó la de Ruy
Gomez,—de corazón la abrazaba:
—¡Hijo mio,
hijo mio!—¿quién como vos se hallara?
nunca le oyeron
mentira,—nunca por oro ni plata;
animoso, buen
guerrero,—muy gran feridor de espada,
que a quien dábades
de lleno—tullido o muerto quedaba.—
Tomando la del
menor,—el dolor se le doblara:
—¡Hijo
Gonzalo Gonzalez!—¡Los ojos de doña Sancha!
¡Qué nuevas irán a
ella—que a vos mas que a todos ama!
Tan apuesto de
persona,—decidor bueno entre damas,
repartidor en su
haber,—aventajado en la lanza.
Mejor fuera la mi
muerte—que ver tan triste jornada!—
Al duelo que el
viejo hace,—toda Córdoba lloraba.
El rey Almanzor
cuidoso—consigo se lo llevaba,
y mandó a
[1] una morica—lo sirviese muy de
gana.
Esta le torna en
prisiones,—y con hambre le curaba.
Hermana era del
rey,—doncella moza y lozana;
con esta Gonzalo
Gustos—vino a perder su saña,
que de ella le
nació un hijo—que a los hermanos vengara.
(Silva de 1550, t. II, f.
64.)
(DE LOS SIETE INFANTES DE LARA.—VII)
Romance de los casamientos de doña Lambra con don Rodrigo de Lara
Ya se salen de
Castilla—castellanos con gran saña,
van a desterrar los
moros—a la vieja Calatrava;
derribaron tres
pedazos—por partes de Guadiana:
por el uno salen
moros—que ningun vagar se daban,
por unas sierras
arriba—grandes alaridos daban,
renegando de
Mahoma—y de su secta malvada.
¡Cuán bien pelea
Rodrigo—de una lanza y adarga!
ganó un escaño
tornido—con una tienda romana.
Al conde Fernan
Gonzalez—se la envía presentada,
que le trate
casamiento—con la linda doña Lambra.
Concertadas son las
bodas:—¡ay Dios, en hora menguada
a doña Lambra la
linda—con don Rodrigo de Lara!
En bodas y
tornabodas—se pasan siete semanas.
Las bodas fueron
muy buenas,—y las tornabodas malas;
las bodas fueron en
Burgos,—las tornabodas en Salas.
Tanta viene de la
gente,—no caben en las posadas;
y faltaban por
venir—los siete infantes de Lara.
Hélos, hélos por do
asoman—con su compañía honrada.
Sálelos a
recibir—la su madre doña Sancha.
—Bien
vengades, los mis hijos,—buena sea vuestra llegada,
allá iréis a posar,
hijos,—a barrios de Cantarranas;
hallaréis las mesas
puestas,—viandas aparejadas.
Y despues que
hayáis comido,—ninguno salga a la plaza,
porque son las
gentes muchas,—siempre trabaréis palabras.—
Doña Lambra con
fantasía—grandes tablados armara.
Allí salió un
caballero—de los de Córdoba la llana,
caballero en un
caballo,—y en su mano una vara;
arremete su
caballo,—al tablado la tirara,
diciendo:—Amad,
señoras,—cada cual como es amada,
que más vale un
caballero—de los de Córdoba la llana,
más vale que cuatro
o cinco—de los de la flor de Lara.—
Doña Lambra que lo
oyera,—de ello mucho se holgara:
—¡Oh, maldita
sea la dama—que su cuerpo te negaba!
que si yo casada
no fuera,—el mio yo te entregara.—
Allí habló doña
Sancha,—esta respuesta le daba:
[p. 120] —Calleis, Alambra,
calleis,—no digais tales palabras:
que si lo saben mis
hijos,—habrá grandes barajadas.
—Callad vos,
que a vos os cumple,—que teneis porque callar,
que paristes siete
hijos—como puerca en cenagal.—
Oídolo ha un
caballero—que es ayo de los infantes.
Llorando de los sus
ojos—con gran angustia y pesar,
se fué para los
palacios—do los infantes estaban:
unos juegan a los
dados,—otros las tablas jugaban,
sino fuera
Gonzalillo—que arrimado se estaba;
cuando le vido
llorar,—una pregunta le daba;
comenzóle a
preguntar:—¿Qué es aquesto, el ayo mío,
quién vos quisiera
enojar?—Quién a vos hizo enojo
cúmplele de se
guardar.—Metiéranse en una sala,
todo se le fué a
contar.—Manda ensillar su caballo,
empiézase de
armar.—Despues que estuvo armado
apriesa fué a
cabalgar,—sálese de los palacios,
y vase para la
plaza.—En llegando a los tablados
pedido había una
vara,—arremetió su caballo,
al tablado la
tiraba,—diciendo: Amad, lindas damas,
cada cual como es
amada,—que más vale un caballero
de los de la flor
de Lara,—que veinte ni treinta hombres
de los de Córdoba
la llana.—Doña Lambra que esto oyera
de sus cabellos
tiraba,—llorando de los sus ojos
se saliera de la
plaza,—fuérase a los palacios
donde don Rodrigo
estaba;—en entrando por las puertas,
estas querellas le
daba:—Quéjome a vos, don Rodrigo,
que me puedo bien
quejar;—los hijos de vuestra hermana
mal abaldonado me
han:—que me cortarian las haldas
por vergonzoso
lugar,—me pornian rueca en cinta,
y me la harían
hilar.—Y dicen si algo les digo,
que luego me harían
matar.—Si de esto no me dais venganza,
mora me quiero
tornar:—a ese moro Almanzor
me iré a
querellar.—Calledes vos, mi señora,
no queráis hablar
lo tal:—que una tela tengo urdida,
otra entiendo de
ordenar,—que nacidos y por nacer
tuviesen bien que
contar.—Fuese para los palacios,
donde el buen conde
está;—en entrando por las puertas,
estas palabras fué
a hablar:—Si matásemos, buen conde,
los hijos de
nuestra hermana,—mandaréis a Castilla vieja,
y aun los barrios
de Salas,—donde hablaremos nosotros,
y nuestras personas
valdrán.
[1] —Cuando aquesto oyó el buen
conde
comenzóse a
santiguar:—Eso que dices, Rodrigo,
[p. 121] díceslo por me tentar,—que quiero
más los infantes
que los ojos de mi
faz:—que muy buenos fueron ellos
en aquella de
Cascajar,—que si por ellos no fuera,
no volviéramos
acá.—Cuando aquello oyó Rodrigo,
luego fuera a
cabalgar.—Encontrado ha con Gregorio,
el su honzado
capellán,—que por fuerza, que por grado
en una iglesia lo
hizo entrar;—tomárale una jura
sobre un libro
misal:—que lo que allí le dijese
que nadie no lo
sabrá.—Despues que hubo jurado
papel y tinta le
da,—escribieron una carta
de poco bien y
mucho mal—a ese rey Almanzor
con traición y
falsedad:—que le envíe siete reyes
a Campos de
Palomar,—y aquese moro Aliarde
[1]
venga por su
capitan:—«que los siete infantes de Lara
te los quiero
empresentar».—En escribiendo la carta
la hizo luego
llevar.—Fuérase luego el conde
do los infantes
están;—sentados son a la mesa,
comenzaban a
yantar.—Nora buena estéis, sobrinos.
—Vos, tio,
muy bien vengais.—Oidme ahora, sobrinos,
lo que os quiero
contar:—concertado he con los moros,
vuestro padre nos
han de dar;—salgamos a recebirlo
a Campos de
Palomar,—solos y sin armadura,
armas no hemos de
llevar.—Respondiera Gonzalillo,
el menor, y fué a
hablar:—Tengo ya hecha la jura
sobre un libro
misal,—que en bodas ni tornabodas
mis armas no he de
dejar;—y para hablar con moros
bien menester nos
serán:—que con cristiano ninguno
nunca tienen
lealtad.—Pues yo voy, los mis sobrinos,
y allá os quiero
esperar.—En las sierras de Altamira
que dicen de
Arabiana,—aguardaba don Rodrigo
a los hijos de su
hermana.—No se tardan los infantes;
el traidor mal se
quejaba,—está haciendo la jura
sobre la cruz de la
espada:—que al que detiene los infantes
él le sacaria el
alma.—Deteníalos Nuño Salido
que buen consejo
les daba.—Ya todos aconsejados
con ellos él
caminaba;—con ellos va la su madre
una muy larga
jornada.—Partiéronse los infantes
donde su tío
esperaba;—partióse Nuño Salido
a los agüeros
buscar.—Despues que vió los agüeros
comenzó luego a
hablar:—Yo salí con los infantes,
salimos por nuestro
mal;—siete celadas de moros
aguardándonos
están.—Así allegó a la peña
do los infantes
están,—tomáralos a su lado,
[p. 122] empezóles de hablar:—Por Dios os
ruego, señores,
que me querais
escuchar:—que ninguno pase el río,
ni allá quiera
pasar,—que aquel que allá pasare
a Salas no
volverá.—Allí hablara Gonzalo
con ánimo
singular,—era menor en los días,
y muy Íuerte en
pelear.—No digáis eso, mi ayo,
que allá hemos de
llegar.—Dió de espuelas al caballo,
el río fuera a
pasar.—Los hermanos que lo vieron
empiezan a
guerrear;—mas la morisma era tanta,
que no les daban
lugar.—Uno a uno, dos a dos
degollado se los
han.—Con la empresa que tenian
para Córdoba se
van;—las alegrías que hacen
gran cosa era de
mirar.—Alicante con placer
a su tío fué a
hablar:—Nora buena esteis, mi tío.
—Mi sobrino,
bien vengais.—¿Cómo os ha ido, sobrino,
con las guerrillas
de allá?—Guerras os parecerian,
que no guerrillas
de allá;—por siete cabezas que traigo,
mil me quedaron
allá.—Tomara el rey las cabezas,
al padre las fué a
enviar;—está haciendo la jura
por su corona
real:—si el viejo no las conoce
de hacerlo luego
matar;—y si él las conocia,
le haria luego
soltar.—Toma el viejo las cabezas,
empezara de
llorar,—estas palabras diciendo
empezara de
hablar:—No os culpo yo a vosotros,
que érades de poca
edad;—mas culpo a Nuño Salido,
que no os supo
guardar.
(Síguense tres romances.
El primero que dize «los casamientos
de doña Larnbra con don Rodngo de Lara), etc.—Pliego
suelto del siglo XVI.)
26
(DE LOS SIETE INTANTES DE LARA Y DEL BASTARDO MUDARRA.—VIII)
Romance de don Rodrigo de Lara
A cazar
[1] va don Rodrigo,—y aun don
Rodrigo de Lara:
[2]
con la gran siesta
que hace—arrimádose ha a una haya,
maldiciendo a
Mudarrillo,—hijo de la renegada,
[p. 123] que si a las manos le hubiese
[1] —que le sacaria el alma.
El señor estando en
esto—Mudarrillo que asomaba:
—Dios te
salve, caballero,—debajo la verde haya.
—Así haga a
tí, escudero,—buena sea tu
[2] llegada.
—Dígasme tú,
el caballero,—¿cómo era la tu gracia?
—A mí dicen
don Rodrigo,—y aun don Rodrigo de Lara,
cuñado de Gonzalo
Gustos,—hermano de doña Sancha;
por sobrinos me los
hube—los siete infantes de Salas.
Espero aquí a
Mudarrillo,—hijo de la renegada;
si delante lo
tuviese,—yo le sacaria el alma.
—Si a tí
dicen don Rodrigo,—y aun don Rodrigo de Lara,
a mí Mudarra
Gonzales,—hijo de la renegada,
de Gonzalo Gustos
hijo,—y alnado de doña Sancha:
[3]
por hermanos me los
hube—los siete infantes de Salas:
tú los vendiste,
traidor,—en el val de Arabiana;
mas si Dios a mí me
ayuda,—aquí dejarás el alma
—Espéresme,
don Gonzalo,—iré a tomar las mis armas
—El espera
que tú diste—a los infantes de Lara:
«aquí morirás,
traidor,—enemigo de doña Sancha»—
(Canc. de
Rom, s, a., fol. 165,—
Canc. de Rom., 1550, fol. 172.
Silva de 1550, t. I, fol. 87.)
27
Romance de doña Teresa [4]
Casamiento se
hacia—que a Dios ha desagradado:
casan a doña
Teresa—con un moro renegado,
rey que era de
allende,—por nombre Audalla llamado.
Casábala el rey su
hermano—por mal juicio guiado;
perlados ni
[5] ricos hiombres—que sobre ello
se han juntado,
no ha sido ninguno
parte,—para que fuese estorbado.
A todos responde el
rey—que está muy bien ordenado.
La infanta desque
lo supo,—gran sentimiento ha mostrado;
las ropas que traía
vestidas—de arriba abajo ha rasgado,
su cara y rubios
cabellos—muy mal los habia tratado.
—¡Ay de ti,
[6] decia la infanta,—cómo te
cubrió mal hado,
tu mocedad y
frescura—qué mal que la has empleado!—
[p. 124] Aquestas palabras diciendo,—por
veces se ha desmayado;
echádole han agua
al rostro,—sus damas en sí la han tornado.
Desque ya más
reposada—un poco en sí había
[1] tornado,
de hinojos en el
suelo—de esta manera ha hablado:
—A tí, señor
Dios, me quejo—de tan gran desaguisado,
que, siendo yo
sierva tuya,—con un moro me han casado.
Tú sabes que esto
es fuerza—y contra todo mi grado;
mi hermano es el
que lo quiere—y el que lo ha ordenado.
Miémbrate, señor,
de mí,—no me hayas desamparado,
mira el tan gran
peligro—que a mí esta aparejado.—
(
Silva de 1550, t. II, fol. 70.)
(Aquí comiençan cinco
romances; con vna glosa. El primero
«amores trata Rodrigo, etc.»
Pliego suelto del siglo XVI.)
De cómo Diego Lainez, padre del Cid, probó de los cuatro hijos que tenía, el más valiente.—I
Ese buen Diego
Lainez—despues que hubo yantado,
[1]
hablando está sobre
mesa—con sus hijos todos cuatro.
Los tres son de su
mujer,—pero el otro era bastardo,
y aquel que
bastardo era,—era el buen Cid castellano.
Las palabras que
les dice—son de hombre lastimado:
—Hijos, mirad
por la honra,—que yo vivo deshonrado:
que porque quité
una liebre—a unos galgos que cazando
hallé del conde
famoso,—llamado conde Lozano;
palabras sucias
[2] y viles—me ha dicho y
ultrajado.
[3]
¡A vosotros toca,
hijos,—no a mí que soy anciano!
[4]
Estas palabras
diciendo,—al mayor habia tomado:
queriendo hablarle
en secreto,—metióle en un apartado;
tomóle el dedo en
la boca,—fuertemente le ha apretado:
con el gran dolor
que siente,—un grito terrible ha echado.
El padre le echara
fuera,—que nada le hubo hablado.
A los dos metiera
juntos,—que de los tres han quedado,
la misma prueba les
hizo,—el mismo grito habian dado.
Al Cid metiera el
postrero,—que era el menor
[5] y bastardo.
Tomóle el dedo en
la boca,—muy recio se lo ha
[6] apretado:
con el gran dolor
que siente—un bofetón le ha amagado.
—Aflojad,
padre, le dijo,—si no, seré mal criado.—
El padre que
aquesto vido,—grandes abrazos le ha dado.
—Ven acá tú,
hijo mío,—ven acá tú, hijo amado,
a ti encomiendo mis
armas,—mis armas, y aqueste cargo:
que tú mates ese
conde—si quieres vivir honrado.—
[p. 126] El Cid calló y escuchólo,—respuesta
no le ha tornado.
A cabo de pocos
dias—el Cid al conde ha topado;
hablóle de esta
manera—como varon esforzado:
—Nunca lo
pensara, el conde,—fuérades tan mal criado,
que porque quitó
una liebre—mi padre a un vuestro galgo,
[1]
de palabras ni de
obras—fuese de vos denostado.
¿Cómo queredes que
sea—que tiene que ser vengado?—
El conde tomólo a
burlas;—el Cid presto se ha enojado;
apechugó con el
conde,—de puñaladas le ha dado.
(Timoneda,
Rosa española. Cancionero,
Flor de enamorados.)
29
(DEL CID.—II)
Romance de cómo vino el Cid a besar las manos al rey sobre seguro [2]
Cabalga Diego
Lainez—al buen rey besar la mano;
consigo se los
llevaba—los trescientos hijosdalgo.
Entre ellos iba
Rodrigo—el soberbio castellano;
todos cabalgan a
mula,—solo Rodrigo a caballo;
todos visten oro y
seda,—Rodrigo va bien armado;
todos espadas
ceñidas,—Rodrigo estoque dorado;
todos con sendas
varicas,—Rodrigo lanza en la mano;
todos guantes
olorosos,—Rodrigo guante mallado;
todos sombreros muy
ricos,—Rodrigo casco afilado,
[3]
y encima del casco
lleva—un bonete colorado.
Andando por un
camino,—unos con otros hablando,
allegados son a
Burgos;—con el rey se han encontrado.
Los que vienen con
el rey—entre sí van razonando;
unos lo dicen de
quedo,—otros lo van preguntando:
—Aquí viene
entre esta gente—quien mató al conde Lozano.
Como lo oyera
Rodrigo,—en hito los ha mirado:
con alta y soberbia
voz—de esta manera ha hablado:
[p. 127] —Si hay alguno entre
vosotros,—su pariente o adeudado,
que le pese de su
muerte,—salga luego a demandallo;
yo se lo
defenderé—quiera a pié, quiera a caballo.—
Todos responden a
una:—Demándelo su pecado.—
Todos se apearon
juntos—para al rey besar la mano;
Rodrigo se quedó
[1] solo—encima de su caballo.
Entonces habló su
padre,—bien oiréis lo que ha hablado:
—Apeáos vos,
mi hijo,
[2] —besaréis al rey la mano,
porque él es
vuestro señor,—vos, hijo, sois su vasallo.—
Desque Rodrigo esto
oyó—sintióse mas agraviado:
las palabras que
responde—son de hombre muy enojado.
—Si otro me
lo dijera,—ya me lo hubiera pagado;
mas por mandarlo
vos, padre,—yo lo haré de buen grado.—
Ya se apeaba
Rodrigo—para al rey bosar la mano;
al hincar de la
rodilla,—el estoque se ha arrancado.
Espantóse de esto
el rey,—y dijo como turbado:
—Quítate,
Rodrigo, allá,—quítate me allá, diablo,
que tienes el gesto
de hombre,—y los hechos de leon bravo.—
Como Rodrigo esto
[3] oyó,—apriesa pide el caballo:
con una voz
alterada,—contra el rey así ha hablado:
—Por besar
mano de rey—no me tengo por honrado;
porque la besó mi
padre—me tengo por afrentado.—
En diciendo estas
palabras—salido se ha del palacio:
consigo se los
tornaba—los trescientos hijosdalgo:
si bien vinieron
vestidos,—volvieron mejor armados,
y si vinieron en
mulas,—todos vuelven en caballos.
(Silva de 1550, t, I, f. 76.—
Can. de Rom. s. a., f. 155.—
Canc. de Rom. 1550, f
. 160.)
30
(DEL CID.—III)
Romance de Jimena Gomez
Cada
día que amanece—veo quien mató a mi padre,
y me pasa por la
puerta—por me dar mayor pesar,
con un falcon en la
mano—que trae para cazar;
mátame mis
palomillas—que están en mi palomar.
Rey que no face
justicia—non debía
[4] de reinar,
ni cabalgar en
caballo,—ni con la reina holgar.—
[p. 128] El rey cuando aquesto
oyera—comenzara de pensar:
—Si yo prendo
o mato al Cid,—mis Cortes revolverse han.
Mandar le quiero
una carta,—mandar le quiero llamar.—
Las palabras no son
dichas,—la carta camino va;
mensajero que la
lleva—dado la habia a su padre.
—Malas mañas
habeis, conde,—no vos las puedo quitar,
que cartas que el
rey vos manda,—no me las quereis mostrar.
—No era nada,
mi hijo,—sino que vades allá;
quedávos aquí, mi
hijo,
[1] —yo iré en vuestro lugar.
—Nunca Dios
atal quisiese,—ni santa María lo mande,
sino que adonde vos
fuéredes—que vaya yo adelante.
(Canc. de Rom. s. a., fol. 155.—Silva de 1550,
t. I, fol. 75.—
Canc.
de Rom., ed. de Medina del año 1570, fol. 44.)
30 a
(DEL CID.—IV)
(Al mismo asunto)
Romance de cómo Jimena Gomez, hija del conde Lozano,
se vino a querellar al rey del Cid
En Burgos está el buen
rey—asentado a su yantar,
cuando la Jimena
Gomez—se le vino a querellar.
Cubierta toda
[2] de luto,—tocas de negro cendal,
las rodillas por el
suelo,—comenzara de fablar:
—Con mancilla
vivo, rey,—con ella murió mi madre;
cada día que
amanece—veo al que
[3] mató a mi padre
caballero en un
caballo,—y en su mano un gavilán;
por facerme mas
despecho—cébalo en mi palomar,
mátame mis
palomillas—criadas y por criar;
la sangre que sale
de ellas
[4] —teñido me ha mi brial:
enviéselo a
decir,—envióme a amenazar.
Hacedme, buen rey,
justicia,—no me la queráis negar.
[5]
Rey que non face
justicia—non debiera
[6] de reinar,
[p. 129] ni cabalgar en caballo,—ni con la
reina holgar,
[1]
ni comer pan
[2] a manteles,—ni menos armas
armar.—
[3]
El rey cuando
aquesto oyera
[4] —comenzara
[5] de pensar:
—Si yo prendo
o mato al Cid
[6] —mis Cortes revolverse han;
[7]
pues si lo dejo de
hacer,—Dios me lo ha de demandar.
[8]
Mandarle quiero una
carta,
[9] —mandarle quiero llamar.—
Las palabras no son
dichas,—la carta camino va,
mensajero que la
lleva—dado la habia a su padre.
Cuando el Cid
aquesto supo,—así comenzó a fablar:
—Malas mañas
habeis, conde,—non vos las puedo quitar,
que carta que el
rey vos manda,—no me la quereis mostrar.
—Non era
nada, mi fijo,—si non que vades allá;
fincad vos acá, mi
fijo,—que yo iré en vueso lugar.
—Nunca Dios
lo tal quisiese—ni Santa María su madre,
sino que donde vos
fuéredes,—tengo yo de ir adelante.
(Escobar,
Romancero del Cid.—Timoneda,
Rosa española.)
30 b
(DEL CID.—V)
(Al mismo asunto)
Romance de Jimena Gomez
Dia era de los
Reyes,—día era señalado,
cuando dueñas y
doncellas—al rey piden aguinaldo,
sino es Jimena
Gomez,—hija del conde Lozano,
que puesta delante
el rey,—de esta manera ha hablado:
—Con mancilla
vivo, rey,—con ella vive mi madre;
[p. 130] cada día que amanece—veo quién mató
a mi padre
caballero en un
caballo—y en su mano un gavilan;
otra vez con un
halcon—que trae para cazar,
por me hacer mas
enojo—cébalo en mi palomar:
con sangre de mis
palomas—ensangrentó mi brial.
Enviéselo a
decir,—envióme a amenazar
que me cortará mis
haldas—por vergonzoso lugar,
[1]
me forzará mis
doncellas—casadas y por casar;
matárame un
pajecico—so haldas de mi brial.
Rey que no hace
justicia—no debia de reinar,
ni cabalgar en
caballo,—ni espuela de oro calzar,
ni comer pan a
manteles,—ni con la reina holgar,
ni oir misa en
sagrado,—porque no merece más.—
El rey de que
aquesto oyera—comenzara de hablar:
—¡Oh váleme
Dios del cielo!—quiérame Dios consejar:
si yo prendo o mato
al Cid,—mis Cortes se volverán;
y si no hago
justicia,—mi alma lo pagará.
—Tente las
tus Cortes, rey,—no te las revuelva nadie,
al Cid que mató a
mi padre—dámelo
[2] tú por igual,
que quien tanto mal
me hizo—sé que algun bien me hará.—
Entónces dijera el
rey,—bien oiréis lo que dirá:
—Siempre lo
oí decir,—y agora veo que es verdad,
que el seso de las
mujeres—que no era natural:
hasta aquí pidió
justicia,—ya quiere con él casar.
Yo lo haré de buen
grado,—de muy buena voluntad;
mandarle quiero una
carta,—mandarle quiero llamar.—
Las palabras no son
dichas,—la carta camino va,
mensajero que la
lleva—dado la habia a su padre.
—Malas mañas
habeis, conde,—no vos las quiero quitar,
que cartas que el
rey vos manda—no me las quereis mostrar.
—No era nada,
mi hijo,—sino que vades allá,
quedávos aquí,
hijo,—yo iré en vuestro lugar.
—Nunca Dios
atal quisiese—ni santa María lo mande,
sino que adonde vos
fuéredes—que vaya yo adelante.—
(Canc. de Rom., 1550, fol.
162.)
Por el val de las
Estacas—pasó el Cid a mediodía,
en su caballo
Babieca:—¡oh qué bien que parecia!
El rey moro que lo
supo—a recibirle salia,
dijo:—Bien
vengas, el Cid,—buena sea tu venida,
que si quieres
ganar sueldo,—muy bueno te lo daria,
o si vienes por
mujer,—darte he una hermana mía.
—Que no
quiero vuestro sueldo—ni de nadie lo querria,
que ni vengo por
mujer,—que viva tengo la mia:
vengo a que pagues
las parias—que tú debes a Castilla.
—No te las
daré yo, el buen Cid,—Cid, yo no te las daria:
si mi padre las
pagó,—hizo lo que no debia.
—Si por bien
no me las das,—yo por mal las tomaria.
—No lo harás
así, buen Cid,—que yo buena lanza habia.
—En cuanto a
eso, rey moro,—creo que nada te debía,
que si buena lanza
tienes,—por buena tengo la mia:
mas da sus parias
al rey,—a ese buen rey de Castilla.
—Por ser vos
su mensajero,—de buen grado las daria.
(Códice del
siglo XIV, en el Rom. gen. del señor Durán.)
32
(DEL CID.—VII)
Romance del Cid Ruidiaz [1]
Por el val de las
Estacas—el buen Cid pasado había:
a la mano izquierda
deja—la villa de Constantina.
En su caballo
Babieca,—muy gruesa lanza traía:
va buscando al moro
Abdalla,
[2] —que enojado le tenia.
[p. 132] Travesando un antepecho,—y por una
cuesta arriba,
dábale el sol en
las armas,—¡oh, cuán bien que parecía!
Vido ir al moro
Abdalla—por un llano que allí había,
armado de fuertes
armas,—muy ricas ropas traia.
Dábale voces el
Cid;—de esta manera decía:
—Espéresme,
moro Abdalla,—no muestres tú
[1] cobardía.—
A las voces que el
Cid daba,—el moro le respondía:
—Muchos
tiempos ha, el Cid,
[2] —que esperaba yo este día,
porque no hay
hombre nacido—de quien yo me esconderia;
porque desde mi
niñez—siempre huí de cobardía.
—Alabarte,
moro Abdalla,—poco te aprovecharia;
mas si eres cual tú
hablas
[3] —en esfuerzo y valentía,
a tiempo eres
venido,
[4] —que menester te seria.—
Estas palabras
diciendo,—contra el moro arremetía;
encontróle con la
lanza,—y en el suelo lo derriba;
cortárale la
cabeza,—sin le hacer cortesía.
[5]
(Silva de 1550, t, II, f.
48.—Timoneda,
Rosa española.)
33
(DEL CID.—VIII)
(El rey y el Cid a Roma)
Rey don Sancho, rey
don Sancho,
[6] —cuando en Castilla reinó,
corrió a Castilla
la Vieja—de Búrgos hasta Leon,
corrió todas las
Asturias—dentro hasta San Salvador,
también corrió a
Santillana,—y dentro en Navarra entró,
y a pesar del rey
de Francia—los puertos de Aspa pasó.
Siete días con sus
noches—en el campo le esperó.
Desque vió que no
venia—a Castilla se volvió.
Luego le vinieron
cartas—de ese padre de Aviñon,
que se vaya para
Roma,—y le alzarán emperador;
que lleve treinta
de mula,—y de caballo que non,
y que no lleve
consigo—ese Cid Campeador;
que las Cortes
estén en paz,—no las revolviese, non.
[p. 133] El Cid cuando lo supo—a las Cortes
se partió
con trescientos de
a caballo,—todos hijos-dalgo son.
—Mercedes,
buen rey, mercedes,—otorgádmelas, señor,
que cuando fuereis
a Roma,—que me llevedes con vos,
que por las tierras
do fuéredes—yo sería el gastador,
hasta salir de
Castilla,—de mis haberes gastando;
cuando fuéremos por
Francia—el campo iremos robando,
por ver si algun
frances—saldria a demandallo.—
A sus jornadas
contadas—a Roma se han llegado;
apeado se ha el
buen rey,—al Papa besó la mano;
tambien sus
caballeros,—que se lo habian enseñado:
no lo hizo el buen
Cid,—que no lo habia acostumbrado.
En la capilla de
San Pedro—don Rodrigo se ha entrado,
viera estar siete
sillas—de siete reyes cristianos;
viera la del rey de
Francia—par de la del Padre santo,
y vió estar la de
su rey—un estado más abajo:
vase a la del rey
de Francia,—con el pié la ha derrocado,
la silla era de
oro,—hecho se ha cuatro pedazos;
tomara la de su
rey,—y subióla en lo más alto.
Ende hablara un
duque—que dicen el saboyano;
—Maldito
seas, Rodrigo,—del Papa descomulgado,
que deshonraste a
un rey,—el mejor y más sonado.—
Cuando lo oyó el
buen Cid,—tal respuesta le ha dado:
—Dejemos los
reyes, duque,—ellos son buenos y honrados,
y hayámoslo los
dos—como muy buenos vasallos.—
Y allegóse cabe el
duque,—un gran bofetón le ha dado.
Allí hablara el
duque:—¡Demándetelo el diablo!—
El Papa desque lo
supo—quiso allí descomulgallo.
Don Rodrigo que lo
supo,—tal respuesta le hubo dado:
—Si no me
absolveis, el Papa,—seríaos mal contado:
que de vuestras
ricas ropas—cubriré yo mi caballo.—
El Papa desque lo
oyera,—tal respuesta le hubo dado:
—Yo te
absuelvo, don Rodrigo,—yo te absuelvo de buen grado,
que cuanto hicieres
en Cortes—seas de ello libertado.
(Siguense tres romances. El
primero, que dice «Los
casamientos de doña
Lambra con don Rodrigo de Lara,
etc.»—Pliego
suelto del siglo XVI.)
Romance de cómo el Cid fué a Concilio con el rey don Sancho hasta Roma [1]
A concilio dentro en
Roma,—a concilio bien llamado.
[2]
Por obedecer al
Papa,—ese noble rey don Sancho
para Roma fué
derecho,—con el Cid acompañado.
Por sus jornadas
contadas—en Roma se han apeado:
el rey con gran
cortesía—al Papa besó la mano,
y el Cid y sus
caballeros—cada cual de grado en grado.
En la iglesia de
San Pedro—don Rodrigo habia entrado,
do vido las siete
sillas—de siete reyes cristianos,
y vió la del rey de
Francia—junto a la del Padre santo,
y la del rey su
señor—un estado más abajo.
Vase
[3] a la del rey de Francia,—con el
pié la ha derribado;
la silla era de
marfil,—hecho la ha cuatro pedazos;
tomara
[4] la de su rey—y subióla en lo
más alto.
Allí habló un
honrado duque—que dicen el saboyano;
—Maldito
seas, Rodrigo,—del Papa descomulgado,
porque deshonraste
un rey—el mejor y más preciado.—
En oir aquesto el
Cid,—tal respuesta le hubo dado:
—Dejemos los
reyes, duque,—y si os sentis agraviado,
hayámoslo los dos
solos;—de mí a vos sea demandado;
Allegóse cabe el
duque,—un gran bofetón
[5] le ha dado.
El duque le
respondió:
[6] —¡Demándetelo el diablo!—
[7]
El Papa cuando lo
supo—al Cid ha descomulgado;
en saberlo luego el
Cid—ante él se ha arrodillado.
[8]
—Absolvedme, dijo, Papa,—si no, seráos mal
contado.—
El Papa de
piadoso—respondió muy mesurado:
—Yo te
absuelvo, don Rodrigo,—yo te absuelvo de buen grado,
con que seas en mi
corte—muy cortés y mesurado.
(Timoneda,
Rosa española.— Escobar,
Romancero del Cid.)
Doliente estaba,
doliente,—ese buen rey don Fernando;
los piés tiene cara
oriente—y la candela en la mano.
A la cabecera
tiene—los sus fijos todos cuatro.
Los tres eran de la
reina,—y el uno era bastardo.
Ese que bastardo
era—quedaba mejor librado;
arzobispo es de
Toledo—y en las Españas perlado.
[1]
—Si yo no
muriera, hijo,—vos fuérades Padre santo,
mas con la renta
que os queda,—bien podreis, hijo, alcanzarlo,—
[2]
(Silva de
1550, t. I, fol. 79.—Canc.
de Rom. s
. a, fol. 157.)
[3]
Doliente se siente el
rey,—ese buen rey don Fernando;
los piés tiene
hácia oriente—y la candela en la mano.
A su cabecera
tiene—arzobispos y perlados,
a su man derecha
tiene—a sus fijos todos cuatro.
Los tres eran de la
reina,—y el uno era bastardo:
ese que bastardo
era—quedaba mejor librado.
Arzobispo es de
Toledo,—maestre de Santiago,
abad era en
Zaragoza,—de las Españas primado.
—Hijo, si yo
no muriera,—vos fuérades Padre santo;
mas con la renta
que os queda,—vos bien podreis alcanzarlo.—
Ellos estando en
aquesto—entrara Urraca Fernando,
y vuelta hácia su
padre—de esta manera ha hablado.
(Canc. de Rom.,
1550, fol. 146.)
Morir vos queredes,
padre,—San Miguel vos haya el alma;
mandástes las
vuestras tierras—a quien se vos antojara,
a don Sancho a
Castilla,—Castilla la bien nombrada,
a don Alonso a
Leon—y a don García a Vizcaya.
A mí, porque soy
mujer,—dejaisme desheredada:
irme he yo por esas
tierras
[1] —como una mujer errada,
y este mi cuerpo
daria—a quien se me antojara,
a los moros por
dineros—y a los cristianos de gracia;
[2]
de lo que ganar
pudiere—haré bien por la vuestra alma.
[3]
—Calledes,
hija, calledes,—no digades tal palabra,
que mujer que tal
decia,—merescia ser quemada.
Allá en Castilla la
Vieja—un rincon se me olvidaba;
Zamora habia por
nombre,—Zamora la bien cercada;
de una parte la
cerca el Duero,—de otra, Peña tajada;
de la otra
[4] la Morería:—¡una cosa muy
preciada!
¡quien vos la
tomare,
[5] hija,—la mi maldicion le
caiga!—
Todos dicen amen,
amen,—sino don Sancho, que calla.
[6]
(Silva de
1550, t. I, fol. 79;
Canc. de Rom. s
. a., fol. 158;
Canc. de Rom.,
1550, fol. 146; Timoneda,
Rosa española.)
Romance de las quejas de la infanta contra el Cid Ruy Díaz [1]
Afuera, afuera, Rodrigo,
¾ el soberbio castellano,
accordársete debria
¾ de aquel tiempo ya pasado
[2]
cuando fuiste caballero
[3]
¾ en el
[4] altar de Santiago,
cuando el rey fué tu padrino,
¾ tú, Rodrigo, el ahijado:
mi padre te dió las armas,
[5]
¾ e mi madre te dió el caballo,
yo te calcé las espuelas
¾ porque fueses más honrado:
que pensé casar
[6] contigo,
¾ no
[7] lo quiso mi pecado,
casaste con Jimena Gomez,
¾ hija del conde Lozano:
con ella hubiste dineros,
¾ conmigo hubieras Estado.
[8]
Bien casaste tú, Rodrigo,
¾ muy mejor fueras casado;
dejaste hija de rey
¾ por tomar de su vasallo.
[9]
¾ Si os parece, mi señora,
¾ bien podemos destigallo.
[10]
¾ Mi ánima penaria
¾ si yo fuese en discrepallo.
[p. 138]
¾ Afuera, afuera, los mios,
¾ los de a pié y de a caballo,
pues de aquella torre mocha
¾ una vira me han tirado.
No traía el asta hierro,
[1]
¾ el corazón me han pasado,
ya ningun remedio siento
¾ sino vivir mas penado.
(Silva de 1550, t. I, fol. 78.-
Canc. de Rom. s. a., fol. 157 .
Canc. de Rom., 1 550, fol. 147.-Timoneda,
Rosa española).
[2]
38
(DEL CID. ¾ XIII)
Romance de los reyes don Sancho de Castilla y don Alonso de Leon [3]
Entre dos reyes
cristianos
¾ hay muy grande división,
don Sancho, rey de
Castilla,
¾ y don Alonso de Leon.
Don Sancho dice que
el reino
¾ le viene por sucesión;
don Alonso le
[4] defiende y estáse en la posesión;
no les pueden poner
treguas
¾ cuantos en la corte son,
perlados, ni ricos
hombres,
¾ ni monjes de religión.
El hecho se pone en
armas,
¾ y con esta condición:
que el reino pierda
el vencido
¾ sin haber mas redempcion.
Ya juntadas las
batallas,
¾ ya trabada es la quistion,
juntáronse en las
vegas,
¾ en las vegas de Carrion.
Los leoneses pelean
¾ como hombres de razon;
los castellanos van
malos,
¾ venido han en perdición,
todos iban de huida
¾ sin ninguna ordenación.
[p. 139] Don Alonso es piadoso—de su misma
inclinación,
no quiso seguir
l'alcance
[1] —movido de compasión.
Ellos en aquesto
estando—asomado habia un pendon,
todo de seda
bermeja,—y de oro la guarnición,
una cruz en medio
verde—que traia por devoción.
Castellanos eran
todos,—castellanos de nacion;
el Cid y toda su
gente—era aquella guarnicion,
que no se halló en
la batalla—porque tuvo ocupacion:
Don Sancho desque
lo vido—tomado ha consolación,
[2]
dan sobre los
leoneses—que están sin avisacion;
prendieran al rey
don Sancho,—metido le han en prisión.
Llevándolo ansí
preso—llegó el Cid a la sazón,
habló como
caballero—muy allegado a razon:
—Escuchadme,
caballeros,—sea esta la conclusión:
dádnos nuestro rey,
vosotros,—y con buena bendicion,
y vos daremos el
vuestro—luego sin mas dilacion.—
Los leoneses
[3] no quisieron,—con gran orgullo
y presunción,
temiendo ser su rey
muerto,—y que aquello era traicion.
Entónces el Cid en
ellos—hizo grande destruicion,
a su rey ha
delibrado,—y a ellos puso en confusion;
preso llevan al rey
don Alonso—que era verle compasion,
metídolo han en
grillos—sin mas consideración.
(Silva de 1550, t. II, fol. 69. Aquí
comienzan cinco romances:
con una glosa. El primero
«Amores trata Rodrigo, etc.»
Pliego suelto del siglo
XVI.)
39
(DEL CID.—XIV)
Romance del rey don Sancho de Castilla [4]
Rey don Sancho, rey
don Sancho,—cuando en Castilla reinó
le salían las sus
barbas,
[5] —¡y cuán poco las logró!
A pesar de los
Franceses—los puertos de Aspa pasó;
siete días con sus
noches—en campo los aguardó,
y viendo que no
venian—a Castilla se volvió.
Matara el conde de
Niebla,—y el condado le quitó,
y a su hermano don
Alonso—en las cárceles lo echó,
[p. 140] y despues que lo echara—mandó hacer
un pregon
[1]
que él que rogase
por él—que le diesen por traidor.
No hay caballero,
ni dama,—que por él rogase, no,
sino fuera una su
hermana—que al rey se lo pidió:
—Rey don
Sancho, rey don Sancho,—mi hermano y mi señor,
cuando yo era
pequeña—prometístesme un don;
[2]
agora que soy
crecida,—otorgámelo, señor.—
[3]
—Pedildo vos,
mi hermana;—mas con una condicion,
que no me pidais a
Burgos,—a Burgos, ni a Leon,
ni a Valladolid la
rica,—ni a Valencia de Aragon:
de todo lo otro, mi
[4] hermana,—no se os negará,
[5] no.
—Que no os
pido yo
[6] a Burgos,—a Burgos, ni a Leon,
ni a Valladolid la
rica,—ni a Valencia de Aragon:
mas pidoos
[7] a mi hermano,—que lo teneis en
prision.
—Pláceme,
dijo, hermana,—mañana os lo daré yo.
—Vivo lo
habeis de dar, vivo,—vivo, que no muerto, no.
—Mal hayas
tú,
[8] hermana,—y quien tal te
[9] aconsejó,
que mañana, de
mañana,—muerto te
[10] lo diera yo.
(Silva de 1550, t. Il, f.
48.—Timoneda, Rosa esp.)
40
(DEL CID.—XV)
Romance del rey don Sancho de Castilla
Rey don Sancho, don
Sancho,—ya que te apuntan las barbas,
quien te las vido
nacer,—no te las verá logradas.
Aquestos tiempos
andando—unas Cortes ordenara,
y por todas las sus
tierras—enviaba las sus cartas:
las unas iban de
ruego,—las otras iban con saña;
a unos ruega que
vengan,—a otros amenazaba.
Ya que todos son
llegados,—de esta suerte les hablara:
—Ya sabeis,
los mis vasallos,—cuando mi padre finara,
cómo repartió sus
tierras—a quien bien se le antojara:
las unas dió a doña
Elvira,—las otras a doña Urraca,
las otras a mis
hermanos;—todas estas eran mías,
[p. 141] porque yo las heredaba.—Ya que yo
se las quitase
ningun agravio aquí
usaba,—porque quitar lo que es mío
a nadie en esto
dañaba.—Todos miraban al Cid
por ver si se
levantaba,—para que responda al rey
lo que en esto le
agradaba.—El Cid, que vee que le miran,
de esta suerte al
rey habla:—Ya sabeis, rey mi señor,
como cuando el rey
finara,—hizo hacer juramento
a cuantos allí se
hallaban:—que ninguno de nosotros
fuese contra lo que
él manda,—y que ninguno quitase
a quien él sus
tierras daba.—Todos dijimos amen,
ninguno le
rehusara.—Pues ir contra el juramento
no hallo ley que lo
manda;—mas si vos quereis, señor,
hacer lo que os
agradaba,—nos no podemos dejar
de obedecer vuestra
manda;—mas nunca se logran hijos
que al padre
quiebran palabra.—Ni tampoco tuvo dicha
en cosa que se
ocupaba,—nunca Dios le hizo merced,
ni es razón que se
la haga.
(Silva de 1550, t. II, f. 52)
41
(DEL CID.—XVI)
Romance de Diego Ordoñez [1]
Riberas de Duero
arriba—cabalgan dos zamoranos
en caballos
alazanes—ricamente enjaezados.
Fuertes armas traen
secretas—y encima sus ricos mantos
con sendas lanzas y
adargas,—como hombres enemistados.
—A grandes
voces oimos—estándonos desarmando,
si habria dos para
dos—caballeros zamoranos,
que quisiesen tomar
lid—con otros dos castellanos;
y los que las voces
daban,—padre y hijo son entrambos:
padre y hijo eran
los hombres,—padre y hijo los caballos.
Dicen que es don
Diego Ordoñez—y su hijo don Hernando,
aquel que reptó a
Zamora—por muerte del rey don Sancho,
[2]
cuando el traidor
de Vellido—le mató con un venablo;
y aun
[3] al pasar de la puente,—padre y
hijo van hablando:
[4]
[p. 142] —No sé si oísteis,
[1] hijo,—las damas que están
mirando.
[2]
—Bien las oí
yo,
[3] señor,—lo que quedan
[4] razonando,
que las ancianas
decian:—¡Oh qué viejo tan honrado!
Y las doncellas
decian:—¡Oh qué mozo tan lozano!—
Palabras de gran
soberbia—son las que ellos van hablando,
[5]
que si caso se
ofreciese,—y hubiese
[6] ruido en campo,
que se matarian con
tres—y se matarian
[7] con cuatro,
y si cinco les
saliesen,
[8] —que no les huirian el campo;
con tal que no
fuesen primos—ni menos fuesen hermanos,
ni de las tiendas
del Cid—ni de sus paniaguados,
de la casa de los
Arias—salgan seis mas esforzados.
No falta
[9] quien los ha oido—lo que ellos
van razonando.
[10]
Oídolo
[11] ha Gonzalo Arias, hijo de Arias
Gonzalo.
Siete caballeros
vienen,—todos siete bien armados,
cubiertos de sus
escudos;—las lanzas van. blandeando,
y traen por
apellido—a San Jorge y Santiago.
—¡Mueran,
mueran los traidores,—mueran y
[12] dejen al campo!—
A recibirselos sale
[13] —don Ordoño y don Hernando:
a los primeros
encuentros—don Ordoño mató cuatro,
don Hernando mató
dos—y el otro les huyó el campo.
Por aquel que se
les iba—las barbas se están
[14] mesando;
preguntara el padre
al hijo:—Di, hijo, ¿si estás llagado?
[15]
—Eso os
pregunto, señor,—que yo no estoy,
[16] sino sano.
—Siempre lo
tuvistes, hijo,—mozo y flojo
[17] en el caballo:
cuando habeis de
cabalgar—cabalgais trasero y largo.
Yo viejo, de los
[18] sesenta,—a mis piés he muerto
cuatro,
[19]
vos, mozo de veinte
y cinco,
[20] —matais dos, váseos un gato.
(Silva de 1550, t. II, f. 54.)
(Aquí comienzan dos romances.
El primero que dice: «Riberas
del Duero arriba.» Pliego
suelto del siglo XVI en el
Romancero
del Sr. Durán).
[21]
Riberas de Duero
arriba—cabalgan dos zamoranos:
las armas llevan
blancas,—caballos rucios rodados,
con sus espadas
ceñidas,—y su puñales dorados,
sus adargas a los
pechos,—y sus lanzas en las manos,
ricas capas
aguaderas—por ir más disimulados,
y por un repecho
arriba—arremeten los caballos:
que, según dicen
las gentes,—padre e hijo son entrambos.
Palabras de gran
soberbia—entre los dos van hablando:
que se matarán con
tres,—lo mesmo harán con cuatro,
y si cinco les
saliesen,—que no les huirian el campo,
con tal que no
fuesen primos—ni menos fuesen hermanos,
ni de la casa del
Cid,—ni de sus paniaguados,
ni de las tiendas
del rey,—ni de sus leales vasallos:
de todos los otros
que haya,—salgan los mas esforzados.
Tres condes lo han
oido,—todos tres eran cuñados.
—Atendédnos,
caballeros,—que nos estamos armando.—
Mientras los condes
se arman,—el padre al hijo ha hablado:
—Tú bien
veas, hijo mío,—aquellos tablados altos
donde dueñas y
doncellas—nos están de allí mirando;
si lo haces como
bueno,—serás de ellas muy honrado;
si lo haces como
malo,—serás de ellas ultrajado;
más vale morir con
honra—que no vivir deshonrado,
que el morir es una
cosa—que a cualquier nacido es dado.—
Estas palabras
diciendo,—los condes han allegado.
A los encuentros
primeros—el viejo uno ha derrocado;
vuelve la cabeza el
viejo,—vido al hijo mal tratado,
[p. 144] arremete para allá,—y otro conde ha
derribado;
el otro desque esto
vido—vuelve riendas al caballo;
los dos iban en su
alcance;—en Zamora lo han cerrado.
(Romance que dice: «Riberas de Duero arriba—caualgan dos
çamoranos», con su glosa, hecha por Francisco de Argullo,
etc. Pl. s. del siglo XVI).
[1]
42 a
(DEL CID.—XVIII)
(Al mismo asunto)
Riberas del Duero
arriba—cabalgan dos zamoranos.
las divisas llevan
verdes,—los caballos alazanos,
ricas espadas
ceñidas,—sus cuerpos muy bien armados,
adargas ante sus
pechos,—gruesas lanzas en sus manos,
espuelas llevan
ginetas—y los frenos plateados.
Como son tan bien
dispuestos,—parecen muy bien armados,
y por un repecho
arriba—salen
[2] más recios que galgos,
y súbenlos
[3] a mirar—del real del rey don
Sancho.
Deesque a otra
parte fuéron—dieron vuelta a los caballos,
y al cabo de una
gran pieza,—soberbios así
[4] han fablado:
—¿Tendrédes
dos para dos,
[5] —caballeros castellanos,
que puedan armas
facer
[6] —con otros dos zamoranos,
para daros a
entender
[7] —no face el rey como hidalgo
en quitar a doña
Urraca—lo que
[8] su padre le ha dado?
Non queremos ser
tenidos,—ni queremos ser honrados,
ni rey de nos faga
cuenta,—ni conde nos ponga al lado,
si a los primeros
encuentros—no los hemos derribado;
y siquiera salgan
tres,—y siquiera salgan cuatro,
[p. 145] siquiera salgan cinco,—salga
siquiera el diablo,
con tal que no
salga el Cid,—ni ese noble rey don Sancho,
que lo habemos por
señor,—y el Cid nos ha por hermanos:
de los otros
caballeros,—salgan los más esforzados.—
Oídolo habian dos
[1] condes,—los cuales eran
[2] cuñados
—Atended, los
caballeros,—mientras estamos armados.—
[3]
Piden apriesa las
armas,—suben en buenos caballos,
caminan para las
tiendas—donde yace
[4] el rey don Sancho:
piden que les dé
licencia—que ellos puedan hacer campo
contra aquellos
caballeros,—que con soberbia han hablado.
Allí fablara el
buen Cid,—que es de los buenos dechado:
—Los dos
contrarios guerreros—non los tengo yo por malos,
porque en muchas
lides
[5] de armas—su valor habian
mostrado;
[6]
que en el cerco de
Zamora—tuvieron
[7] con siete campo;
el mozo mató a los
dos,—el viejo mató a los cuatro;
por uno que se les
fuera—las barbas se van pelando.—
[8]
Enojados van los
condes—de lo que el Cid ha fablado:
el rey cuando
[9] ir los viera—que vuelvan está
mandando;
[10]
otorgó cuanto
pedian,—más por fuerza que por grado.
Mientras los condes
se arman,—el padre al hijo está hablando:
—Volved,
hijo, hácia Zamora,—a Zamora y sus andamios,
mirad dueñas y
doncellas—cómo nos están mirando:
hijo, no miran a
mí,—porque ya soy viejo y cano;
mas miran a vos, mi
hijo,—que sois mozo y esforzado.
Si vos faceis como
bueno—sereis de ellas muy honrado;
si lo faceis de
cobarde,—abatido y ultrajado.
Afirmáos en los
estribos,—terciad la lanza en las manos,
esa adarga ante los
pechos,—y apercibid el caballo,
que al que primero
acomete—tienen por más esforzado.—
Apénas esto hubo
dicho,—ya los condes han llegado;
el uno viene de
negro,—y el otro de colorado:
[11]
vanse unos para
otros;—fuertes encuentros se han dado,
mas el
[12] que al mazo le cupo—derribólo
del caballo,
y el viejo al otro
de encuentro—pasóle de claro en claro.
El conde,
[13] de que esto viera,—huyendo
sale del campo,
y los dos van
[14] a Zamora—con vitoria muy
honrados.
(Escobar,
Romacero del Cid.— Timoneda,
Rosa española.)
Junto al muro de
Zamora—vide un caballero erguido,
armado de todas
piezas,—sobre un caballo morcillo,
a grandes voces
diciendo:—Vélese bien el castillo,
que al que hallare
velando—ayudarle he con mi grito,
y al que hallare
durmiendo—echarle he de arriba vivo;
pues por la honra
de Zamora—yo soy llamado y venido.
Si hubiere algún
caballero,—salga hacer armas comigo,
con tal que no
fuese el Cid,—ni Bermudez su sobrino.—
Las palabras que
decia,—el buen Cid las ha oído.
—¿Quién es
ese caballero—que hace el tal desafio?
—Ortuño me
llamo, Cid,—Ortuño es mi apellido.
—Acordársete
debria, Ortuño—de la pasada del río,
cuando yo vencí los
moros,—y Babieca iba comigo.
En aquestos tiempos
tales—no eras tan atrevido.—
Ortuño, de que esto
oyera,—de esta suerte ha respondido:
—Entonces era
novel,—agora soy mas crecido,
y usando, buen Cid,
las armas,—me hecho tan atrevido.
Mas no desafío yo a
tí,—ni a Bermudez tu sobrino,
porque os tengo por
señores,—y me tenés por amigo;
mas si hay otro
caballero,—que salga hacer armas conmigo,
que aquí en el
campo lo espero—con mis armas y rocino.
(Silva de 1550, t. II, fol. 54.)
44
(DEL CID.—XX)
Romance de la traicion de Bellido Dolfos
—Rey don Sancho,
rey don Sancho,—no digas que no te aviso,
que del cerco de
Zamora—un traidor habia salido:
Vellido Dolfos se
llama,—hijo de Dolfos Vellido,
a quien él mismo
matara—y despues echó en el río.
[p. 147] Si te engaña, rey don Sancho,—no
digas que te lo digo.—
[1]
Oidolo ha el
traidor,—¡gran enojo ha recibido!
Fuése donde estaba
el rey;—de aquesta suerte le ha dicho:
—Bien
conoscedes, señor,—el malquerer y homecillo
que el malo de
Arias Gonzalo—y sus hijos han conmigo:
en fin, hasta su
real—agora me han perseguido:
esto, porque les
reptaba—que estorbaban tu partido,
que otorgase doña
Urraca—a Zamora en tu servicio.
Agora que han bien
mirado—como está bien entendido
que tú prendas a
Zamora—por el postigo salido,
trabajan buscar tu
daño—dañando el crédito mío.
Si me quieres por
vasallo,—serviréte sin partido.—
El buen rey siendo
contento,—díjole:—Muéstrame, amigo,
por donde tome a
Zamora,—que en ella serás tenido
mucho mas que Arias
Gonzalo,—que la manda con desvío.—
Besóle el traidor
la mano,—en gran poridad le dijo:
—Vámonos tú y
yo, señor,—solos, por no hacer bullicio,
verás lo que me
demandas,—y ordenarás mi partido
donde se haga una
cava,—y lo que manda mi aviso.
Despues con ciento
de a pié—matar las guardas me obligo,
y se entrarán tus
banderas—guardándoles el postigo.—
Otro dia de
mañana—cabalga Sancho y Vellido,
el buen rey en su
caballo,—y Vellido en su rocino:
juntos van a ver la
cerca,—solos a ver el postigo.
Desque el rey lo ha
rodeado—saliérase cabe el río,
do se hubo de
apear—por necesidad que ha habido.
Encomendóle un
venablo—a ese malo de Vellido:
dorado era y
pequeño,—que el rey lo traia consigo.
Arrojóselo el
traidor,—malamente lo ha herido;
pasóle por las
espaldas,—con la tierra lo ha cosido.
Vuelve riendas al
caballo—a mas correr al postigo.
La causa de la
corrida—le demandaba Rodrigo,
el cual dicen de
Vivar:—el malo no ha respondido.
El Cid apriesa
cabalga:—sin espuelas lo ha seguido:
nunca le pudo
alcanzar,—que en la ciudad se ha metido.
Que le metan en
prisión—doña Urraca ha proveido:
guárdale Arias
Gonzalo—para cuando sea pedido.
Tornóse el Cid con
coraje,—como no prendió a Vellido,
maldiciendo al
caballero—que sin espuelas ha ido.
No sospecha tal
desastre,—cuida ser otro el delito,
que si lo que era
creyera,—bien defendiera el postigo
hasta vengar bien
la muerte—del rey don Sancho el querido.
(Timoneda,
Rosa española.)
—¡Rey don
Sancho,
[1] rey don Sancho,
[2] —no digas que no te aviso
que de dentro de
Zamora—un alevoso ha salido:
llámase Vellido
Dolfos,—hijo de Dolfos Vellido,
cuatro traiciones
ha hecho,—y con esta serán cinco.
Si gran traidor fué
el padre,—mayor traidor es el hijo.—
Gritos dan en el
real:—¡A don Sancho han mal herido:
muerto le ha
Vellido Dolfos,—gran traición ha cometido!—
Desque le tuviera
muerto,—metióse por un postigo,—
por las calles de
Zamora—va dando voces y gritos:
—Tiempo era,
[3] doña Urraca,—de complir
[4] lo prometido.
(Canc. de Rom. s. a., f
. 158.—Canc.
de Rom, 1550. f. 148.
Silva de 1550, t. I, f. 80)
46
(DEL CID.—XXII)
Romance de Vellido Dolfos
De Zamora sale el
Dolfos—corriendo y apresurado:
huyendo va de los
hijos—del buen viejo Arias Gonzalo,
y en la tienda del
buen rey—en ella se había amparado.
—Manténgate
Dios, señor.
[5] —Vellido, seas bien llegado.
—Señor, tu
vasallo soy,—tu vasallo y de tu bando,
y por yo
aconsejarle—a aquel viejo Arias Gonzalo
que te entregase
Zamora,—pues que te había quedado,
[6]
hame querido
matar,—y de él me soy escapado.
[p. 149] A vos
[1] me vengo, señor,—por ser en
vuestro
[2] mandado,
con deseo de
serviros,
[3] —como cualquier fijodalgo,
y os
[4] entregaré a Zamora,—aunque pese
a Arias Gonzalo,
que por un falso
postigo—en ella seréis
[5] entrado.—
El buen Arias de
[6] leal—al rey habia avisado,
desde encima
[7] del adarve—estas palabras ha
hablado:
[8]
—A ti lo
digo, el buen rey,—y a todos tus castellanos,
que allá ha salido
Vellido,—Vellido
[9] un traidor malvado;
que si traicion te
[10] ficiere,—a nos non sea
imputado.—
Oídolo habia
Vellido,—que al rey tiene por la mano:
—Non lo
creades, señor,—lo que contra mí ha fablado,
que don Arias lo
publica—porque el lugar no sea entrado,
porque él sabe bien
que
[11] sé—por donde será
tomado.—
Allí fablara el
buen rey—de Vellido confiado:
—Yo lo creo
bien, Vellido—el Dolfos, mi buen criado;
por tanto, vámonos
[12] luego—a ver el postigo falso.
—Vámonos
luego, señor,—id solo, no acompañado.—
Apartados del
real,—el buen rey se habia apartado
con voluntad de
facer—lo que a nadie es excusado:
el venablo que
llevaba—a Vellido se lo ha dado,
el cual desque así
[13] lo vido—de espaldas y
descuidado,
[14]
levantóse
[15] en los estribos,—con fuerza
se lo ha tirado;
diérale
[16] por las espaldas,—y a los
pechos ha pasado.
Allí
[17] cayó el rey—muy mortalmente
llagado:
viólo caer don
[18] Rodrigo,—que de Vivar es
llamado,
[19]
y como le vió
ferido,
[20] —cabalgara en su caballo:
con la priesa que
tenia,—espuelas no se ha calzado.
Huyendo iba el
traidor,—tras él iba el castellano,
si apriesa habia
salido,—a mayor se había entrado;
Rodrigo ya le
alcanzaba,
[21] —mas viendo a Dolfos en
salvo,
[22]
mil maldiciones
[23] se echaba—el nieto de Lain
Calvo:
[p. 150] —Maldito sea el caballero—que
como yo ha cavalgado,
que si yo espuelas
trujera,—no se me fuera el malvado.—
Todos van a ver al
rey,—que mortal estaba echado.
Todos le dicen
lisonjas,—nadie verdad ha fablado,
sino fué el conde
de Cabra,—un buen caballero anciano:
—Sois mi rey
y mi señor,—y yo soy vueso vasallo;
cumple que mireis
por vos,—que es verdad lo que vos fablo,
que del ánima
curedes,—del cuerpo non fagais caso;
[1]
a Dios vos
encomendad,—pues fué este dia aciago.
—Buena
ventura hayais,
[2] conde,—que así me heis
[3] aconsejado.—
En diciendo estas
palabras,—el alma a Dios habia
[4] dado.
De esta suerte
murió el rey
[5] —por haberse confiado.
(Escobar,
Romancero del Cid.—Canc, de Rom., ed. de
Medina, año de 1570, f. 32
vuelto.)
47
(DEL CID.—XXIII)
(El reto de los Zamoranos)
Ya cabalga Diego
Ordoñez,—del real se habia salido
de dobles piezas
armado—y en un caballo morcillo:
va a reptar los
Zamoranos—por la muerte de su primo,
que mató Vellido
Dolfos,—hijo de Dolfos Vellido.
—Yo os
riepto, los Zamoranos,—por traidores fementidos,
riepto a todos los
muertos,—y con ellos a los vivos;
riepto hombres y
mujeres,—los por nascer y nascidos;
riepto a todos los
grandes,—a los grandes y a los chicos,
a las carnes y
pescados,—a las aguas de los rios.—
Allí habló Arias
Gonzalo,—bien oiréis lo que hubo dicho:
—¿Qué culpa
tienen los viejos?—¿qué culpa tienen los niños?
¿qué merecen las
mujeres,—y los que no son nascidos?
¿por qué rieptas a
los muertos,—los ganados y los rios?
Bien sabeis vos,
Diego Ordóñez,—muy bien lo teneis sabido,
que aquel que
riepta concejo—debe de lidiar con cinco.—
Ordoñez
[6] le respondió:—Traidores heis
todos sido.—
(Canc. de
Rom., 1550, f. 150).
[7]
Sálese Diego
Ordoñez,—del real se ha salido
armado de piezas
dobles—en un caballo morcillo:
la lanza lleva
terciada,—levantado en los estribos.
Va a rieptar los de
Zamora—por la traicion de Vellido:
vido estar a Arias
Gonzalo—asomado en el castillo;
con un denuedo
feroz,—estas palabras le ha dicho:
—Yo riepto a
los de Zamora—por traidores conoscidos,
porque fueron en la
muerte—del rey don Sancho mi primo,
y acogieron en la
villa—al que esta traición hizo.
Por eso fueron
traidores,—en consejo, fecho y dicho:
por eso riepto a
los viejos,—por eso riepto a los niños,
y a los que están
por nascer,—hasta los recien nascidos;
riepto al pan,
riepto las carnes;—riepto las aguas y el vino,
desde los hojas del
monte—hasta las piedras del rio.—
Respondióle Arias
Gonzalo,—¡oh qué bien que ha respondido!:
—Si yo soy
cual tú lo dices,—no debiera ser nascido;
mas hablas como
esforzado,—e no como entendido,
porque sabes que en
Castilla—hay un fuero establecido,
que el que riepta
concejo—haya de lidiar con cinco,
y si alguno le
venciere,—el concejo queda quito.—
Don Diego; que lo
oyera,—algo fuera arrepentido;
mas sin mostrar
cobardía,—dijo:—Afírmome a lo dicho,
y con esas
condiciones—yo acepto el desafío:
que los mataré en
el campo,—o dirán lo que yo he dicho.—
(Siguense
ocho romances viejos. El primero «De la presa
de Tunez,
etc.» Pl. s. del siglo XVI.—En el
Romancero de
Durán.)
Romance cómo Diego Ordoñez reptó los de Zamora
Ya se sale Diego
Ordoñez,—del real se habia salido
armado de piezas
dobles—en un caballo morcillo.
Va a reptar los
zamoranos—con gran enojo encendido
por el alevosa
muerte—del rey don Sancho su primo.
Vido estar a Arias
Gonzalo—asomado en un castillo;
puso piernas al
caballo,—hácia él corriendo ha ido;
con alta voz
temerosa,—de esta suerte le habia dicho:
—Yo os
riepto, zamoranos,—por traidores conocidos:
matastes al rey don
Sancho,—y en la villa fué acogido
el traidor que hizo
este mal,—y traidores habeis sido.
Sobre esto riepto
los muertos,—sobre esto riepto los vivos,
sobre esto riepto
los hombres,—y tambien riepto los niños:
sobre esto riepto
las yerbas,—y las aguas de los rios.—
Esto oyendo Arias
Gonzalo,—de esta suerte ha respondido:
—Si cual tú
dices soy yo,—no debiera ser nacido;
mas hablas como
enojado,—y no como hombre entendido.
¿Qué culpa tienen
los muertos—de lo que hacen los vivos?
Y en lo que hacen
los hombres——qué culpa tienen los niños,
ni las aguas, ni
las yerbas,—que son cosas sin sentido?
Mas bien sabes que
en España—antigua costumbre ha sido
que hombre que
riepta concejo,
[1] —el concejo queda quito.—
En oir esto don
Diego—hallóse muy arrepiso;
dijo:—La
razon que tengo—me disculpa de lo dicho,
y si mi lengua ha
errado,—no mi intención y sentido.
Mas yo acepto,
Arias Gonzalo,—con los cinco el desafío;
o los mataré en el
campo,—o dirán lo que yo digo.
—En buen hora
sea, don Diego,—Arias Gonzalo le dijo,
a Dios pongo por
juez—porque es justo su juicio.
Plegue a él que así
os ayude—como es verdad vuestro dicho,
porque la muerte
del rey—permisión de Dios ha sido,
porque quebrantó el
mandado—que el rey su padre le hizo.
[p. 153] Asi, creo, morirán—los que siguen
su partido.—
Seis regidores
llamaron—de la villa para oillo;
tres o nueve dias
de plazo—tomaron para cumplillo.
(Timoneda,
Rosa española.)
48
(DEL CID.—XXVI)
(De la muerte del rey don Sancho)
Despues que Vellido
Dolfos,—ese traidor afamado,
derribó con cruda
muerte—al valiente rey don Sancho,
juntáronse en una
tienda—los mayores de su campo;
y juntóse todo el
real—como estaba alborotado.
Don Diego Ordoñez
de Lara—grandes voces está dando,
y con coraje
encendido—muy presto se habia armado.
Para retar a
Zamora,—junto al moro se ha llegado,
y lanzando fuego
vivo—de esta suerte ha razonado:
—Fementidos y
traidores—sois todos los zamoranos,
porque dentro de
esa villa—acogistes al malvado
de Vellido, ese
traidor,—el que mató al rey don Sancho,
mi buen señor, y
buen rey,—de quien soy muy lastimado:
que los que acogen
traidores,—traidores sean llamados;
y por tales yo vos
reto,—y a vuestros antepasados,
y a los que
traidores son—los pongo en el mismo grado,
y a los panes y a
las aguas—de que sois alimentados,
y esto os faré
conocer,—ansí como estoy armado,
y lidiaré con
aquellos—que no quieren confesallo,
o con cinco uno a
uno,—como en España es usado
que lidie el que a
concejo—como yo habia retado.—
Arias Gonzalo, ese
viejo,—ansí le habia fablado,
despues que hubo
entendido—lo que Ordoño ha razonado:
—Non debiera
yo nacer,—si es como tú has contado;
mas yo acato el
desafío—que por ti es demandado,
y te daré a
conocer—no ser lo que has publicado.—
Y a todos los de
Zamora—de esta manera ha fablado:
—Varones de
grande estima,—los pequeños y de estado,
si hay alguno entre
vosotros—que en aquesto se haya hallado,
dígalo muy
prontamente;—de decillo no haya empacho;
más quiero irme de
esta tierra—en Africa desterrado,
que no en campo ser
vencido—por alevoso y malvado.—
Todos dicen a una
voz,—sin alguno estar callado:
—Mal fuego
nos mate, conde,—si en tal muerte hemos estado:
[p. 154] no hay en Zamora ninguno—que tal
hubiese mandado.
El traidor Vellido
Dolfos—por sí solo lo ha acordado:
muy bien podeis ir
seguro;—id con Dios, Arias Gonzalo.
(Escobar,
Romancero del Cid.)
49
(DEL CID.—XXVII)
Romance de la tristeza que recibieron los zamoranos por el riepto
Tristes van los
zamoranos—metidos en gran quebranto;
reptados son de
traidores,—de alevosos son llamados:
más quieren ser
todos muertos,—que no traidores nombrados.
Día era de San
Millán,—ese dia señalado;
todos duermen en
Zamora,—mas no duerme Arias Gonzalo.
Acerca de las dos
horas—del lecho se ha levantado:
castigando está sus
hijos, a todos cuatro está armando:
las palabras que
les dice—son de mancilla y quebranto:
—Ayúdeos
Dios, hijos mios,—guárdeos Dios, hijos amados,
pues sabeis cuán
falsamente—habemos sido reptados:
tomad esfuerzo, mis
hijos,—si nunca lo habeis tomado,
acordáos que
descendeis—de la sangre de Lain Calvo,
cuya noble fama y
gloria—hasta hoy no se ha olvidado,
pues que sabeis que
don Diego—es caballero preciado,
pero mantiene
mentira,—y Dios de ello no es pagado:
el que de verdad se
ayuda,—de Dios siempre es ayudado.
Uno falta para
cinco,—porque no sois mas de cuatro;
yo seré el quinto,
y primero—que quiero salir al campo.
Morir quiero, y no
ver muerte—de hijos que tanto amo.
Mis hijos, Dios os
bendiga—como os bendice mi mano.—
Sus armas pide el
buen viejo,—sus hijos le están armando;
las gravas le está
poniendo,—doña Urraca habia entrado;
los brazos le
echara encima,—muy fuertemente llorando:
—¿Dónde vais,
mi padre viejo,—o para qué estais armado?
Dejad las armas
pesadas,—que ya sois viejo cansado,
pues que sabeis si
vos moris—perdido es todo mi estado.
Acordáos que
prometisteis—a mi padre don Fernando
de nunca
desampararme,—ni dejar de vuestra mano.
—Pláceme,
señora hija,—respondió Arias Gonzalo.—
Cabalgara Pedro
D'Arias—su hijo, que era el mediano,
que aunque era mozo
de dias,—era en obras esforzado.
[p. 155] Dijo: —Cabalgad, mi hijo,—que
os esperan en el campo:
vais en tal hora y
tal punto—que nos saqueis de cuidado.—
Sin poner pié en el
estríbo—Arias Pedro ha cabalgado:
por aquel postigo
viejo—galopaeando ha llegado
donde estaban los
jueces—que le estaban esperando.
Partido les han el
sol,—dejado les han el campo.
(Timoneda,
Rosa española).
[1]
50
(DEL CID.—XXVIII)
Romance de Fernan D'Arias, fijo de Arias Gonzalo
Por aquel postigo
viejo—que nunca fuera cerrado,
vi venir pendon
bermejo—con trescientos de caballo:
en medio de los
trescientos—viene un monumento armado
y dentro del
monumento
[2] —viene un cuerpo de un finado;
[3]
Fernan
[4] D'Arias ha por nombre,—fijo de
Arias Gonzalo.
Llorábanle cien
doncellas,—todas ciento hijasdalgo;
todas eran sus
parientas—en tercero y cuarto grado:
las unas le dicen
primo,—otras le llaman hermano;
las otras decian
tio,
[5] —otras lo llaman cuñado.
Sobre todas lo
lloraba—aquesa Urraca Hernando:
¡y
[6] cuán bien que la consuela—ese
viejo Arias Gonzalo!
—Callades,
hija, callades,
[7] —que si un hijo me han muerto,
[p. 156] ahí me quedaban cuatro.
[1] —No murió por las tabernas,
ni a
[2] las tablas jugando;—mas murió
sobre Zamora
vuestra honra
resguardando.
[3]
(Canc. de Rom. s.
a., f. 159.—
Canc. de Rom., 1550, f. 156
Silva de 1550,
t. I, f. 81.—
Canc. de Rom., ed. de Medina
1570.—Timoneda,
Rosa esp.)
50 a
(DEL CID.—XXIX)
(Al mismo asunto)
Por aquel postigo
viejo—que nunca fuera cerrado,
vi venir seña
bermeja—con trescientos de caballo:
un pendon traen
sangriento,—de negro muy bien bordado,
y en medio de todos
ellos—traen un cuerpo finado:
Hernan D'Arias ha
por nombre,—hijo de Arias Gonzalo,
que no murió entre
las damas—ni menos estando holgando,
sí en defensa de
Zamora—como caballero honrado:
matólo don Diego
Ordoñez—cuando a Zamora ha rieptado,
y a la entrada de
Zamora—un gran llanto es comenzado.
Llóranle todas las
damas,—y todos los hijosdalgo:
unos dicen: ¡Ay, mi
primo!—otros dicen: ¡Ay, mi hermano!
Arias Gonzalo
decia:—¡Quién no te hubiera criado,
para verte agora
muerto,—Arias Hernando, en mis brazos!—
Mandan tocar las
campanas,—ya lo llevan a enterrallo,
allá en la iglesia
Mayor—que llaman de Santiago,
en una tumba muy
rica—como requiere su estado.
(Siguense ocho romances viejos, el primero «De
la prosa de
Tunez». Pl. s. del siglo XVI.—En el
Romancero del Sr. Durán.)
Romance del rey don Alfonso [1]
En Toledo estaba
Alfonso,—que non cuidaba reinar;
desterrárale don
Sancho—por su reino le quitar:
doña IJrraca a don
Alfonso—mensajero fué a enviar;
[2]
las nuevas que le
traian—a él gran placer le dan.
—Rey Alfonso,
rey Alfonso,—que te envían a llamar;
castellanos y
leoneses—por rey alzado te han,
por la muerte de
don Sancho,
[3] —que Vellido fué a matar:
solo entre todos
[4] Rodrigo—que no te
[5] quiere acetar,
porque amaba mucho
al rey,—quiere que hayas
[6] de jurar
que en la su
muerte, señor,—no tuviste
[7] que culpar.
—Bien
vengais, los mensajeros,—secretos querais estar,
que si el rey moro
lo sabe,—él aquí nos detendrá.—
[8]
El conde don
Peranzures
[9] —un consejo le fué
[10] a dar,
que caballos bien
herrados—al revés habian
[11] de herrar.
Descuélganse por el
muro,—sálense a la ciudad,
fuéron a dar a
[12] Castilla,—do esperándolos
están.
Al rey le besan la
mano,—el Cid no quiere besar;
sus parientes
castellanos—todos juntados se han.
—Heredero
sois, Alfonso,—nadie os lo quiere negar;
pero si os place,
señor,—non vos debe de pesar
que nos fagais
juramento—cual vos lo quieren
[13] tomar;
vos y doce de los
vuesos,
[14] —los que vos querais nombrar,
[15]
de que en
[16] la muerte del rey—non tenedes
[17] qué culpar
[p. 158] —Pláceme, los
castellanos,—todo os lo quiero otorgar.—
En Santa Gadea de
Búrgos,—allí el rey se va a jurar;
Rodrigo tomó
[1] la jura—sin un punto más
tardar,
[2]
y en un cerrojo
bendito
[3] —le comienza a conjurar
—Don Alonso,
y los leoneses,—veníos vos a salvar
[4]
que en la muerte de
don Sancho—non tuvisteis que culpar,
ni tampoco en ella
os plugo,—ni a ella disteis lugar:
mala muerte hayáis,
[5] Alfonso,—si non dijerdes
verdad;
villanos sean en
ella,—non fidalgos de solar,
que non sean
castellanos,—por más deshonra vos dar,
[6]
sino de Asturias de
Oviedo—que non vos tengan
[7] piedad.
—Amen, amen,
dijo el rey,—que non
[8] fuí en tal maldad.—
Tres veces tomó
[9] la jura,—tantas le va a
preguntar.
El rey, viéndose
afincado,—contra el Cid se fué a airar:
—Mucho me
afincais, Rodrigo,—en lo que no hay que dudar,
cras besarme heis
[10] la mano,—si
[11] agora me haceis jurar.
—Sí, señor,
dijera el Cid,—si el sueldo me habeis de dar,
que en la tierra
[12] de otros reyes—a fijosdalgos
les
[13] dan.
Cuyo vasallo yo
fuere—tambien me lo ha de pagar;
si vos dármelo
quisiéredes,—a mi placer me vendrá.—
[14]
El rey por tales
razones—contra el Cid se fué a enojar;
siempre desde allí
[15] adelante—gran tiempo le quiso
mal.
(Escobar, Romancero del Cid.—Canc. de Rom., ed. de Medina
del año de 1570).
[16]
En sancta Gadea
[1] de Búrgos,—do juran los
hijosdalgo,
allí le toma la
jura
[2] —el Cid al rey castellano.
Las juras eran tan
fuertes,—que al buen rey
[3] ponen espanto;
sobre un cerrojo de
hierro—y una ballesta de palo:
—Villanos te
maten, Alonso,—villanos, que non hidalgos,
de las Asturias de
Oviedo,—que no sean castellanos;
mátente con
aguijadas,—no con lanzas ni con dardos;
con cuchillos
cachicuernos,—no con puñales dorados;
abarcas traigan
calzadas,—que no zapatos con lazo;
[4]
capas traigan
aguaderas,—no de contray, ni frisado;
con camisones de
estopa,—no de holanda, ni labrados;
caballeros vengan
[5] en burras,—que no en mulas ni
en caballos;
frenos traigan de
cordel,—que no
[6] cueros fogueados.
Mátente por las
aradas,—que no en villas ni en poblado,
[7]
sáquente el
corazón—por el siniestro costado,
si no dijeres la
verdad
[8] —de lo que te fuere
[9] preguntado,
si fuiste, ni
[10] consentiste—en la muerte de
tu hermano.—
jurado había el
rey,
[11] —que en tal nunca se ha
hallado;
[12]
[p. 160] pero allí hablara el rey
[1] —malamente y enojado:
[2]
—Muy mal me
conjuras, Cid,—Cid, muy mal me has conjurado;
mas hoy me tomas la
jura,—mañana me besarás
[3] la mano.
—Por besar
mano de rey—no me tengo por honrado;
porque la besó mi
padre—me tengo por afrentado.
—Vete de mis
tierras,
[4] Cid,—mal caballero probado,
y no vengas más a
ellas
[5] —dende este dia en un
año.—
—Pláceme,
dijo el buen Cid,—pláceme, dijo, de grado,
por ser la primera
cosa—que mandas en tu reinado.
Tú me destierras
por uno,—yo me destierro por cuantro.—
Ya se parte
[6] el buen Cid,—sin al rey besar
la mano,
con trescientos
caballeros;—todos eran
[7] hijosdalgo;
todos son hombres
mancebos,—ninguno no había
[8] cano.
Todos llevan lanza
en puño—y el hierro acicalado,
[9]
y llevan sendas
adargas,—con borlas de colorado;
mas no le faltó al
buen Cid—adonde asentar su campo.
[10]
(Canc, de Rom. s
. a., f. 153.—
Canc, de Rom., 1550
, f. 156.—
Silva de 1550, t. I, f.
74.—Timoneda,
Rosa española.)
53
(DEL CID.—XXXII)
Romance nuevamente hecho de la muerte que dió el traidor de Vellido Dolfos al rey don Sancho estando sobre el cerco de Zamora, y de la batalla que hubo don Diego Ordoñez con los hijos de Arias Gonzalo, y cómo el rey don Alonso sucedió en el reino. [11]
Despues que Vellido
Dolfos,—aquel traidor afamado,
derribó con cruda
muerte—al valiente rey don Sancho,
se allegan en una
tienda—los mayores de su campo:
[p. 161] júntanse
[1] todo el real—como estaba
alborotado
de ver el venablo
agudo—que a su rey ha traspasado.
No se lo quieren
sacar—hasta que haya confesado;
y ese conde don
Garcia—que de Cabra era llamado,
viendo de tal modo
al rey,—de esta manera le ha hablado:
—¡Oh rey, en
quien yo tenia—la esperanza de mi estado!
véote tan mal
herido,—que remedio no he hallado
sino solo
encomendarte—a lo que eres obligado.
Toma cuenta a tu
conciencia,—y mira lo que has errado
contra aquel alto
Señor—que te puso en tal estado.
Al cuerpo no
busques cura,—porque su tiempo es pasado;
ya son tus días
cumplidos,—ya tu plazo es allegado;
paga lo que te
obligaste—cuando fuiste bautizado.
La muerte, sierva y
señora,—no te da mas largo plazo;
no consiente
apelación,—sino que pagues de grado:
cumple curar de tu
alma,—del cuerpo no hayas cuidado.
Respondió en
aquesto el rey,—todo en lágrimas bañado;
[p. 162] temblando tiene la lengua,—y el
gesto tiene mudado:
[1]
—Bien andante
seais, conde,—y en armas aventurado;
en todo hablais
[2] muy bien,—buen consejo me
habeis dado:
yo bien sé cuál es
la causa,—que en tal
[3] punto sea llegado
por pecados
cometidos—al inmenso Dios sagrado,
y tambien fué por
la jura—que a mi padre hube quebrado
en cercar esta
ciudad,—que a mi hermana hubo dejado.
A Dios encomiendo
el alma;—pues que estoy en tal estado,
traedme los
sacramentos—porque estó a muerte llegado.—
[4]
Y ansí se le salió
el alma—y el cuerpo se le ha enfriado.
[5]
En aquesto sus
vasallos—a Zamora han enviado
aquese don Diego
Ordoñez,
[6] —un caballero estimado,
a decir a los
vecinos—como a su rey ha matado
el falso Vellido
Dolfos,—vasallo del rey don Sancho;
por tanto, que
desafia—al traidor Arias Gonzalo,
y a todos los
zamoranos,—pues en ella se han hallado,
y a los panes, y a
las aguas,—y a lo que no está criado,
y aun a todos los
nacidos—que en Zamora son hallados,
y a los grandes y
pequeños—aunque no sean engendrados.
Arias Gonzalo
responde—diciendo que ha mal hablado;
mandan asinar
[7] varones—que juzguen en este
caso.
Doce salen de
Zamora—y otros doce van del campo.
Arias Gonzalo se
armaba—para combatir el pacto:
consigo van cuatro
hijos—que en el mundo Dios le ha dado.
A todos los de
Zamora—de esta manera ha hablado:
—Varones de
gran estima,—los pequeños y de estado;
si hay alguno entre
vosotros—que en esto se haya hallado,
digalo muy
prestamente,—que en decillo no haya empacho;
mas quiero irme de
esta tierra,—en África desterrado,
que no en campo ser
vencido—por alevoso y malvado.—
Todos dicen
prestamente—sin alguno estar callado:
[8]
—Mal fuego
nos queme, conde,—si en tal muerte hemos estado:
no hay en Zamora
ninguno—que tal hubiese mandado.
[p. 163] El traidor Vellido Dolfos—por sí
solo lo ha acordado;
bien podeis vos ir
seguro;—id con Dios, Arias Gonzalo.—
Ya se sale por la
puerta,—por la que salian
[1] al campo;
consigo lleva sus
hijos—todos juntos a su lado.
Él quiere ser el
primero—porque en tal muerte no ha estado;
mas doña Urraca la
infanta—la batalla le ha quitado,
llorando de los sus
ojos—y el cabello destrenzado:
—¡Ay!,
ruégaos por Dios, el conde,—buen conde Arias Gonzalo
que dejeis esta
batalla,—porque sois viejo y cansado:
dejaisme
desamparada—y todo mi haber cercado:
ya sabeis lo que mi
padre—a vos dejó encomendado,
que no me
desampareis, endemas, en tal estado.—
En oyendo aquesto
el conde—mostróse muy enojado:
—Dejédesme
ir, señora,—que yo estoy desafiado;
tengo de hacer
batalla,—porque fuí traidor llamado.—
Júntanse diez
caballeros,—todos juntos le han rogado
que les deje la
batalla,—que la tomarán de grado.
Desque el conde
vido aquesto—recibió pesar doblado;
llamara sus cuatro
hijos,—y al uno de ellos ha dado
las sus armas y su
escudo,—el su estoque y su caballo;
échale su
bendicion—porque era dél muy amado.
Pedrarias habia
nombre;
[2] —Pedrarias el castellano.
Por la puerta de
Zamora—se sale fuera y armado;
topárase con don
Diego,—su enemigo y su contrario:
—Sálveos
Dios, don Diego Ordoñez,—y él os haga prosperado,
en las armas muy
dichoso,—de traiciones libertado:
ya sabeis que soy
venido—para lo que está aplazado,
a libertar a
Zamora—de lo que le han levantado.—
Don Diego le
respondiera—con soberbia que ha tomado:
—Todos juntos
sois traidores,—y por tal sereis quedados.—
Vuelven los dos las
espaldas
[3] —por tomar lugar del campo;
hiriéronse
juntamente—en los pechos muy de grado;
saltan astas de las
lanzas—con el golpe que se han dado;
no se hacen mal
alguno,—porque van muy bien armados.
Don Diego dió en la
cabeza—a Pedrarias desdichado,
cortárale todo el
yelmo—con un pedazo de casco;
desque se vido
herido—Pedrarias y lastimado,
abrazárase a las
clines,—y al pescuezo del caballo:
sacó esfuerzo de
flaqueza—aunque estaba mal llagado,
quiso herir a don
Diego,—mas acertó en el caballo,
que la sangre que
corria—la vista le habia quitado:
cayó muerto
prestamente—Pedrarias el castellano.
[p. 164] Don Diego que vido aquesto—toma la
vara en la mano,
dijo a voces a
Zamora:—¿Donde estás, Arias Gonzalo?
envía al hijo
segundo,—que el primero ya es finado;
ya se acabaron sus
dias,—su juventud fin ha dado.—
Envió el hijo
segundo—que Diego Arias es llamado.
Tornara a salir don
Diego—con armas y otro caballo,
y diérale fin a
aqueste—como al primero le ha dado.
El conde viendo a
sus hijos,—que los dos le han ya faltado,
Llorando de los sus
ojos—dijo:—Ven, mi hijo amado,
haz como buen
caballero—y lo que eres obligado:
pues sustentas la
verdad,—de Dios serás ayudado;
venga las muertes
sin culpa,—que han pasado tus hermanos.—
Hernan D'Arias, el
tercero,—al palenque habia llegado;
mucho mal quiere a
don Diego,—mucho mal y mucho daño.
Alzó la mano con
saña,—un gran golpe le habia dado;
mal herido le ha en
el hombro,—en el hombro y en el brazo.
Don Diego con el su
estoque—le hiriera muy de grado,
hiriéralo en la
cabeza,—en el casco le ha tocado.
Recurrió el hijo
tercero—con un gran golpe al caballo,
que hizo ir a don
Diego—huyendo por todo el campo.
Ansí quedó esta
batalla—sin quedar averiguado
cuáles son los
vencedores,—los de Zamora o del campo.
Quisiera volver don
Diego—a la batalla de grado,
mas no quisieron
los fieles,—ni licencia no le han dado.
Doña Urraca, la
infanta,—mensajeros ha llamado
que vayan con las
sus cartas—a don Alonso su hermano,
el cual estaba en
Toledo—del rey moro acompañado.
Toman postas y
caballos—los mas lijeros y flacos,
caminan días y
noches—con camino apresurado:
llegaron presto a
Toledo;—en un lugar muy poblado,
Olías habia por
nombre,—Olías el saqueado,
toparon a
Peranzures,—un caballero afamado,
que en libertar a
su rey—mucho tiempo ha trabajado.
Llamara a los
mensajeros—en un lugar apartado,
cortárales las
cabezas,—las cartas les ha tomado,
fuérase para
Toledo,—sin a nadie haber topado;
fuése para don
Alonso—que dél era muy amado,
contóle toda la
muerte—que fué dada al rey don Sancho,
y cómo por él
venian—para dalle el reinado:
que lo tuviese
secreto,—porque al rey parte no ha dado.
Respondió que sí
haria,—que no tuviese cuidado.
Fuérase el rey don
Alonso,—desque de este se ha apartado,
a ese rey
Alimaimon,—que a Toledo habia tomado.
Díjole
secretamente—todo lo que había pasado,
porque siempre don
Alonso—fué discreto y avisado,
[p. 165] y pensó que si estas nuevas
[1] —de otro el rey fuese
informado,
que no le vendría
bien,—sino mucho mal y daño.
Pero respondióle el
rey,—con gran placer que ha tomado:
—Yo te doy mi
fe y palabra—que tu Dios te ha consejado,
porque tengo en los
caminos—mucha gente de caballo,
que te guarden las
salidas,—y las entradas y pasos:
si salieras sin
licencia,—tú fueras despedazado;
mas pues eres tan
fiel,—galardón te será dado.—
Sentáronse en una
mesa—y el ajedrez han tomado:
juega tanto don
Alonso,—que el rey estaba enojado:
tres veces le
dijo:—Vete,—vete, y salte del palacio.—
Don Alonso muy
contento,—fuése a su casa de grado;
fuese con él
Peranzurez—que de esto mucho ha holgado.
Toma
[2] sogas y maromas—para echar del
muro abajo,
fuera tienen los
caballos,—todos están en el campo;
sálense a la media
noche,—que está todo asosegado
cubierto con las
estrellas—y con la luna alumbrado.
Bajan por Sant
Agustin,—un monasterio cercado,
cerca está de la
ribera—de aquese rio de Tajo;
sálense hácia la
vega—y en el camino han entrado,
no paran noche ni
dia—porque no vayan alcanzallos;
llegan muy presto a
Zamora,—que es pueblo muy bien cercado;
recíbenle sus
vasallos,—aunque no le habian jurado.
Hablando está con
su hermana—de la muerte de su hermano;
allí salió un
caballero—que Ruy Diaz es
[3] llamado.
Este nunca habia
querido—a su rey besar la mano,
hasta que por
juramento—pruebe ser libre y salvado
de la muerte que
fué dada—a su hermano el rey don Sancho;
porque nadie de los
suyos—nunca en esto
[4] ha sido osado
de tomar tal
juramento—sino el Cid, que es muy honrado.
En esto respondió
el rey,—bien oiréis lo que ha hablado:
—¿Qué es la
causa, mis vasallos,—qué es la causa y el pecado
que solo Ruy Diaz
queda—que no me besa la mano?
Yo siempre le hice
honra,—como mi padre ha mandado,
siempre le hice
mercedes,—de todos es más privado.—
Allí respondiera el
Cid—con semblante muy airado:
—Don Alonso,
don Alonso,—por fuerza teneis vasallos,
que todos tienen
sospecha—que vos solo sois culpado
de la muerte que
fué dada—a vuestro hermano en el campo,
y cualquier que me
quisiere—por contino y por vasallo,
pagaráme muy buen
sueldo,—y si no, soy libertado;
[p. 166] que ser siervo de traidores—no me
cumple ni es mi grado:
vos haréis el
juramento—que todos han demandado.—
Mucho se holgó el
rey—de lo que el Cid ha hablado:
—Dios os
ponga en honra, el Cid,—en gran honra y tal estado.
Ruego a la Virgen
María—y a su hijo muy amado,
que muriese yo tal
muerte—como murió el rey don Sancho,
si yo fuí en dicho,
ni en hecho,—de
[1] la muerte de mi hermano,
aun
[2] como sabeis todos—me tenia
[3] el reino forzado:
por tanto os ruego,
señores,—como amigos y vasallos,
que deis orden y
manera—como de esto sea librado.—
Allí respondieran
todos—sus vasallos y criados:
—Este
juramento, el rey,—en Burgos será jurado,
en santa Gadea,
[4] la iglesia,—do juran los
hijosdalgo,
vos y doce
caballeros—de los vuestros toledanos,—
El fué de esto muy
contento;—luego se parte de
[5] grado.
En santa Gadea
[6] de Búrgos—estaba el rey
asentado,
cuando se llegó el
Cid—con un libro en la su mano,
en que están los
Evangelios—y un crucifijo pintado.
Comienza de esta
manera,—de esta manera ha hablado:
—Todos venís
con el rey—porque jure y sea librado:
si cualquiera de
vosotros—en aquesto habeis estado,
y si vos, rey don
Alonso,—de cruel muerte seáis matado.
—Amen, amen,
dijo el rey,—que de tal no soy culpado.—
Entonces los sus
vasallos—las llaves le han entregado:
alzáronle por su
rey,—todos le besan las manos,
a todos hace
mercedes,—de todos es muy amado.
(Canc. de
Rom. s. a., fol. 144.—
Canc. de Rom., 1550, folio
148.—Silva de 1550, tomo I, fol. 64.)
54
(DEL CID.—XXIII)
Romance de la reprehension que hizo el Cid al rey don Alonso
En las almenas de
Toro,—allí estaba una doncella,
vestida de paños
negros,—reluciente como estrella:
pasara el rey don
Alonso,—namorado se había de ella,
dice:—Si es
hija de rey—que se casaria con ella,
y si es hija de
duque—serviria por manceba.—
[p. 167] Allí hablara el buen Cid,—estas
palabras dijera:
—Vuestra
hermana es, señor,—vuestra hermana es aquella.
—Si mi
hermana es, dijo el rey,—¡fuego malo encienda en ella!
llámenme mis
ballesteros;—tírenle sendas saetas,
y a aquel que la
errare—que le corten la cabeza.—
Allí hablara el
buen Cid,—de esta suerte respondiera:
—Mas aquel
que la tirare,—pase por la misma pena.
—Ios de mis
tiendas, Cid,—no quiero que estéis en ellas.
—Pláceme,
respondió el Cid,—que son viejas, y no nuevas:
irme he yo para las
mias,—que son de brocado y seda,
que no las gané
holgando,—ni bebiendo en la taberna;
ganélas en las
batallas—con mi lanza y mi bandera.
(Timoneda,
Rosa Española).
55
(DEL CID.—XXXIV)
Romance del rey moro que perdió a Valencia
Hélo, helo, por dó
viene—el moro por la calzada,
caballero a la
gineta—encima una yegua baya;
borceguíes
marroquíes
[1] — y espuela de oro calzada;
una adarga ante los
pechos,—y en su mano una zagaya.
[2]
Mirando estaba a
Valencia,—cómo está tan bien cercada:
—¡Oh
Valencia, oh Valencia,—de mal fuego seas quemada!
Primero fuiste de
moros—que de cristianos ganada.
Si la lanza no me
miente,—a moros serás tornada,
aquel perro de
aquel Cid—prenderélo
[3] por la barba:
su mujer doña
Jimena—será de mi captivada,
su hija Urraca
Hernando
[4] —será mi
[5] enamorada:
despues de yo harto
de ella—la entregaré
[6] a mi compaña.—
El buen Cid no está
tan lejos,—que todo bien lo escuchaba.
—Venid vos
acá, mi hija,—mi
[7] hija doña Urraca;
dejad las ropas
continas,
[8] —y vestid ropas de pascua.
Aquel
[9] moro hi-de-perro—detenémelo
[10] en palabras,
[11]
[p. 168] mientras yo ensillo a Babieca,—y me
ciño la mi espada.—
La doncella muy
hermosa—se paró a una ventana:
el moro desque la
vido,—de esta suerte le hablara:
—¡Alá te
guarde, señora,—mi señora, doña Urraca!
—¡Así haga a
vos, señor,—buena sea vuestra llegada!
Siete años ha, rey,
siete,—que soy westra enamorada.
—Otros tantos
ha, señora,—que os tengo dentro de mi alma.—
Ellos estando en
aquesto,—el buen Cid que asomaba
[1]
—Adios,
adios, mi señora,—la mi linda enamorada,
que del caballo
Babieca—yo bien oigo la patada.—
Do la yegua pone el
pié,—Babieca pone la pata.
Allí hablara el
caballo,
[2] —bien oiréis lo que.hablaba:
[3]
—¡Reventar
debia la madre—que a su hijo no esperaba!—
Siete vueltas la
rodea—al derredor de una jara;
[4]
la yegua rtne era
lijera
[5] —muy adelante pasaba,
fasta llegar cabe
un rio
[6] —adonde una barca estaba.
El moro desque la
vido,—con ella bien se holgaba;
[7]
grandes gritos da
al barquero—que le allegase la barca:
el barquero es
diligente,—túvosela
[8] aparejada,
embarcó muy presto
en ella,—que no se detuvo nada.
Estando el moro
embarcado—el buen Cid que llegó
[9] al agua,
y por ver al moro
en salvo,—de tristeza reventaba;
[10]
mas con la furia
[11] que tiene,—una lanza le
arrojaba,
y
dijo:—¡Recoged, mi yerno,—arrecogedme esa lanza,
[12]
que quizá tiempo
verná—que os será bien demandada!
(Canc. de Rom. s. a., fol. 179.—Canc. de Rom., 1550, folio
188.
—Silva de 1550, t. I, fol. 102.—Timoneda, Rosa
española.—Floresta de var. rom.)
Encontrádose ha el
buen Cid,—en medio de la batalla
con aquese moro
Búcar,—que tanto le amenazaba.
Cuando el moro vido
al Cid—vuelto le ha las espaldas;
hacia la mar iba
huyendo,—parece llevaba alas
caballo trae
corredor,—muy recio le espoleaba;
alongado se ha del
Cid,—que Babieca no le alcanza
por estar laso y
cansado—de la batalla pasada.
El Cid con gran
voluntad—de vengar en él su saña,
para escarmiento
del moro—y de toda su compaña,
hiérele de las
espuelas,—mas poco le aprovechaba.
Cerca llegaba del
moro—y la espada le arrojaba,
en las espaldas le
hirió,—mucha sangre derramaba.
El moro se entró
huyendo—en la barca que le aguarda.
Apeárase el buen
Cid—para tomar la su espada,
tambien tomó la del
moro—que era buena y muy preciada.
(Escobar,
Romancero del Cid.)
57
(DEL CID.—XXXVI)
Romance de los condes de Carrion
De concierto están los
condes—hermanos, Diego y Fernando;
afrentar quieren al
Cid,—muy gran traicion han armado.
Quieren volverse a
sus tierras;—sus mujeres han demandado,
[1]
y luego su suegro
el Cid,—se las hubo entregado.
[2]
—Mirad,
yernos, que tratades—como a dueñas hijas-dalgo
mis hijas, puesque
a vosotros—por mujeres las he dado—
Ellos ambos le
prometen—de obedecer su mandado.
Ya cabalgaban los
[3] condes,—y el buen Cid ya está a
caballo
con todos sus
caballeros,—que le van acompañando:
[p. 170] por las huertas y jardines—van
riendo y festejando;
por espacio de una
legua—el Cid los ha acompañado.
Cuando de ellas
[1] se despide,—las lágrimas le van
saltando
[2]
como hombre que ya
sospecha—la gran traición que han armado,
[3]
manda que vaya tras
ellos—Alvarañez su criado.
Vuélvese el Cid y
su gente,—y los condes van de largo.
Andando con muy
gran
[4] priesa,—en un monte habian
entrado
[5]
muy espeso y muy
escuro—de altos árboles poblado.
Mandaron ir toda su
gente
[6] —adelante muy gran rato;
quédense con sus
mujeres,—tan solos Diego y Fernando.
Apéanse de los
caballos,—y las riendas han quitado;
sus mujeres que lo
ven,—muy gran llanto han levantado.
Apéanlas de las
mulas—cada cual para su lado;
[7]
como las parió su
madre—ambas
[8] las han desnudado,
y luego a sendas
encinas—las han fuertemente atado.
Cada uno azota la
suya,
[9] —con riendas de su caballo;
la sangre que de
ellas corre,—el campo tiene bañado;
mas no contentos
con esto,—allí se las han dejado.
Su primo que las
fallara,—como hombre muy enojado
[10]
a buscar los condes
iba;—como no los ha
[11] hallado,
volvióse para
ellas,
[12] —muy pensativo y turbado:
en casa de un
labrador—allí se las ha dejado.
Vase para el Cid su
tio,—todo se lo
[13] ha contado.
Con muy gran
caballería,—por ellas ha
[14] enviado.
De aquesta tan
grande afrenta,—el Cid al rey se ha quejado;
el rey como aquesto
vido,—tres Cortes habia armado.
(Canc. de Rom. s
. a., fol. 159.—
Canc. de Rom., 1550, folio
163.—
Silva de 1550, t. I, fol. 81.—Tirnoneda,
Rosa española.)
Por Guadalquivir
arriba—cabalgan caminadores,
que, según dicen
las gentes,—ellos eran buenos hombres:
ricas aljubas
vestidas,—y encima sus albornoces;
capas traen
aguaderas,—a guisa de labradores.
Daban cebada de
dia—y caminaban de noche,
no por miedo de los
moros,—mas por las grandes calores.
Por sus jornadas
contadas—llegados son a las Cortes:
sálelos a
recibir—el rey con sus altos hombres.
—Viejo que
venis, el Cid,—viejo venis y florido.
—No de holgar
con las mujeres,—mas de andar en tu servicio:
de pelear con el
rey Búcar,—rey que es de gran señorío;
de ganalle las sus
tierras,—sus villas y sus castillos;
tambien le gané yo
el rey—el su escaño tornido.—
(Síguense ocho rom. viejos, el prilaero «De la
presa de Tunez,
etc.»—Pliego suelto del siglo XVI en
el Rom.
gen. del
Sr. Durán.)
59
(DEL CID.—XXXVIII)
Romance que dice: Tres Cortes armara el rey
Tres Cortes armara el
rey,—todas tres a una sazon:
las unas armara en
Burgos,—las otras armó en Leon,
las otras armó en
Toledo,—donde los hidalgos son,
para cumplir de
justicia—al chico con el mayor.
Treinta dias da de
plazo,—treinta dias, que más no.
y el que a la
postre
[1] viniese—que lo diesen por
traidor.
Veinte nueve son
pasados,
[2] —los condes llegados
[3] son;
treinta dias son
pasados,
[4] —y el buen Cid no viene, non.
[p. 172] Allí hablaran
[1] los condes:—Señor, daldo por
traidor.—
Respondiérales el
rey:—Eso non faría, non,
que el buen Cid es
caballero—de batallas vencedor,
pues que en todas
las mis Cortes—no lo habria otro mejor.—
Ellos en aquesto
estando—el buen Cid, que asomó
con trescientos
caballeros,—todos hijosdalgo son,
todos vestidos de
un paño,—de un paño y de una color,
si no fuera el buen
Cid,—que traía un albornoz.
[2]
—Manténgavos
Dios, el rey,—y a vosotros sálveos Dios,
que no hablo yo a
los condes,—que mis enemigos son.
[3]
(Canc. de Rom. s
. a., fol. 160.
—Silva de 1550, t. I. ful. 82.)
—Yo me estando
en Valencia,
[1] —en Valencia la mayor,
buen rey, vi yo
vuestra seña—y vuestro honrado pendon.
Saliera yo a
recebirle—como vasallo a señor.
Enviástesme una
carta—con un vuestro embajador:
que yo diese las
mis hijas—a los Condes de Carrion.
No quería Jimena
Gomez,—la madre que las parió.
Por cumplir vuestro
mandado—otorgáraselas yo.
Treinta dias duran
las bodas,—treinta dias, que más non;
y un dia estando
comiendo—soltárase un leon.
Los condes eran
cobardes,—luego piensan la traicion:
pidiéranme las mis
hijas—para volver a Carrion.
Como eran sus
mujeres,—entregáraselas yo.
¡Ay, en medio del
camino—cuán mal paradas que son!
Hallólas un
caballero—(¡déle Dios el gualardon!)
a la una dió su
manto,—y a la otra su ropon.
Hallólas tan mal
paradas,—que de ellas hubo compasion.
Si el escuderos
quisiera,—los condes cornudos son.—
Allí respondieran
los condes—una muy mala razon:
—Mentides, el
Cid, mentides,—que non éramos traidores.—
Levantóse Pero
Bermudez,—el que las damas crió,
y al conde que
esto hablara—dióle un gran bofeton.
Allí hablara el
rey,—y dijera esta razon:
—Afuera, Pero
Bermudez,—no me revolváis quistion.
—Otórganos
campo, rey,—otórganoslo, señor,
que con muy gran
dolor vive—la madre que las parió.—
Ya les otorgaba el
campo,—ya les partían el sol.
Por el Cid va Nuño
Gustos,—hombre de muy gran valor;
con él va Pero
Bermúdez—para ser su guardador.
Los condes, como lo
vieron,—no consienten campo, non.
Allí hablara el
buen rey,—bien oiréis lo que habló:
—Si no
otorgáis el campo,—yo haré justicia hoy.—
Allí hablara un
criado—de los condes de Carrion:
—Ellos
otorgan el campo—mañana en saliendo el sol.—
Allí hablara el
buen Cid,—bien oiréis lo que habló:
[p. 174] —Si quieren uno a uno,—o si
quieren dos a dos:
allá va Nuño
Gustos,—[y] el ayo que las crió.—
Dijo el
rey:—Pláceme, Cid,—y así lo otorgo yo.—
Otro dia de
mañana—muy bien les parten el sol.
Los condes vienen
de negro,—y los del Cid de color.
Ya los meten en el
campo,—de vellos es gran dolor;
luego abajaban las
lanzas,—¡cuán bien combatidos son!
A los primeros
encuentros—los condes vencidos son,
y Gustos y Pero
Bermudez—quedaron por vencedores.
(Silva de 1550, t, II, fol. 51)
61
Romance de los cinco maravedís que el rey don Alonso octavo
pedía a los hijosdalgo
En esa ciudad de
Burgos—en Cortes se habian juntado
el rey que
venció las Navas—con todos los hijosdalgo.
Habló con don Diego
el rey,—con él se habia consejado,
que era señor de
Bizcaya,—de todos el más privado.
—Consejédesme,
don Diego,—que estoy muy necesitado,
que con las guerras
que he hecho—gran dinero me ha faltado.
Querria llegarme a
Cuenca,—no tengo lo necesario;
si os pareciese,
don Diego,—por mí fuese demandado
que cinco
maravedís—me peche cada hidalgo.
—Grave cosa
me parece,—le respondiera el de Haro,
que querades vos,
señor,—al libre her
[1] tributario;
mas por lo mucho
que os quiero,—de mí seréis ayudado,
porque yo soy
principal,—de mí os será pagado.—
Siendo juntos en
las Cortes,—el rey se lo había hablado;
levantado está don
Diego,—como ya estaba acordado.
—Justo es lo
que el rey pide,—por nadie le sea negado;
mis cinco
maravedís,—hélos aquí de buen grado.
Don Nuño, conde de
Lara,—mucho mal se habia enojado;
pospuesto todo
temor,—de esta manera ha hablado:
—Aquellos
donde venimos—nunca tal pecho han pagado,
nos ménos lo
pagarémos,—ni al rey tal será dado;
el que quisiere
pagarle—quede aquí como villano,
váyase luego tras
mí—el que fuere hijodalgo.—
Todos se salen tras
él;—de tres mil, tres han quedado.
En el campo de la
Glera—todos allí se han juntado;
el pecho que el rey
demanda—en las lanzas lo han atado,
[p. 175] y envíanle a decir—que el tributo
está llegado,
que envíe sus
cogedores,—que luego será pagado;
mas que si él va en
persona
[1] —no será dél
[2] acatado;
pero que enviase
aquellos—de quien fué aconsejado.—
Cuando aquesto
oyera el rey,—y que solo se ha quedado,
volvióse para don
Diego,—consejo le ha demandado.
Don Diego, como
sagaz,
[3] —este consejo le ha dado:
—Desterrédesme, señor,—como que yo lo he
causado,
y así cobraréis la
gracia—de los vuestros hijosdalgo.—
Otorgó el rey el
consejo:—a decir les ha enviado
que quien le dió
tal consejo—será muy bien castigado,
que hidalgos de
Castilla—no son para haber pechado.
Muy alegres fueron
todos,—todo se hubo apaciguado;
desterraron a don
Diego—por lo que no habia pecado;
mas dende a pocos
dias,—a Castilla fué tornado.
El bien de la
libertad—por ningun precio es comprado.
(Canc. de Rom. s
. a., fol. 177.—
Silva de 1550, t. I, folios
100 y 222).
[4]
61 a
(Al mismo asunto)
En Búrgos está el buen
rey—don Alonso el Deseado,
el octavo que en
Castilla—de tal nombre fué llamado.
Mirando andaba las
Huelgas,—aquel monasterio honrado;
míralo de parte a
parte,—porque él mismo lo ha fundado.
Triste andaba y muy
penoso—por verse tan alcanzado,
que ha gastado los
tesoros—que su padre le habia dejado
haciendo guerra a
los moros,—que en su reino habian quedado;
despues que fué
destruido
[5] —por desdicha y gran pecado
de aquel buen rey
don Rodrigo—de los Godos tan nombrado.
[p. 176] Entre sí mismo decía,—y triste se
andaba pensando
de dónde habria
dineros—para haber de guerreallos.
Rogando anda a Dios
del cielo—que le hubiese ayudado,
pues lo hace con
tal celo—de su fé haber ensalzado.
Piensa de
favorecerse—de los hombres hijosdalgo;
que le ayuden con
un pecho—muy pequeño y moderado;
cinco maravedís tan
solos—a cada uno ha demandado,
y para esto
decirles—a Cortes los ha llamado,
donde estaba ese
don Diego—de su casa más privado;
señor era de
Vizcaya,—en Castilla el más honrado,
con el cual tomó
consejo—para haber de comenzarlo.
Don Diego por le
agradar—luego se le habia dado:
—Creo que
será, buen rey,—malo de ser acabado.
Comenzaldo vos,
señor,—yo os habré bien ayudado;
pero son tan
libertados,—que no querrán haber pechado.
Mis cinco
maravedís—en su presencia habré dado.—
De esto se tuviera
el rey—por muy bien aconsejado.
Propuesto este caso
en Cortes,—de esta manera ha hablado:
—Ya sabeis,
mis caballeros,—lo mucho que yo he gastado
guerreando con los
moros—que están en nuestro reinado:
para hacer lo que
querria—me hallo muy alcanzado,
que he gastado los
tesoros—que mi padre había dejado;
de los que me dejó
mi agüelo—ninguna cosa me ha quedado.
Ya veis que yo no
lo despiendo—donde sea mal gastado:
ayúdeme en esta
guerra—cada hombre hijodalgo
con cinco
maravedís,
[1] —cada uno, en cada un año.
La cantía es tan
poca,—que muy bien podréis pagallo
sin vender vuestras
haciendas—ni haberos pobres quedado,
y con ellos
ganaré—para haberos bien pagado.—
Allí se levantó don
Diego,—como fuese tan privado:
—Bien habemos
visto, rey,—lo mucho que habeis gastado;
en cuanto cargo vos
somos—a todos nos está muy claro;
que os ayudemos en
esto—el reino habrémos honrado;
Dios os dé tanta
victoria,—que la fé hayáis ensalzado.
Mis cinco
maravedís—hélos aquí de buen grado.—
El buen don Nuño de
Lara—luego se habia levantado:
—¿Has hablado
como varon
[2] —bien discreto y esforzado?
no lo quiera Dios
del cielo—ni tal hubiese mandado,
que hijodalgo
ninguno—tal pecho hubiese pagado.—
Hablando de esta
manera,—salido se ha de palacio
—Los que
quieren ser pecheros—con el rey se hayan quedado,
[p. 177] y los que quieren ser
libres—hayádesme acompañado.—
De tres mil que
dentro estaban—no quedaron sino cuatro;
el uno era don
Diego,—y un camarero privado,
y con él dos
pajecicos—que quedaron a su lado.
De que fueron en su
posada—don Nuño les ha hablado:
—Haced como
caballeros,—no os hayais atribulado;
mirad aquellas
hazañas—de los hombres hijosdalgo
que han hecho en
nuestras Españas—del tiempo que es ya pasado:
si tomardes mi
consejo—yo os lo daré de grado.—
Allí hablaron
aquellos—caballeros hijosdalgo:
—Dédesnolo
vos, señor,—que bien queremos tomallo.
—Ios a
vuestras posadas,—armáos bien a caballo,
los cinco
maravedís—atadlos bien en un paño;
en las puntas de
las lanzas—los traigais aquí colgando.—
El consejo no fué
aun dicho,—cuando todo fué acabado.
—Védesnos
aquí, don Nuño,—ved que nos habeis mandado:
Prestos somos a
complillo—sin fuerza, de muy buen grado.
Allí hablara don
Nuño,—bien oiréis lo que ha hablado:
—Vayan los
dos de vosotros—al rey a haber razonado,
que envíe luego a
la pelea,—donde lo están esperando,
al cogedor del
tributo,—que su Alteza habia echado;
allí están los
hijosdalgo—para se lo haber pagado.
Si el cogedor no
volviere—no se haya maravillado,
que en España los
hidalgos—ningun tributo han pagado.
Quien el tributo
quisiere,—muy caro le habrá comprado.—
Asi se fueron los
dos—delante el rey a contallo.
El rey, vistas sus
razones,—se había mal enojado;
allí hablara don
Diego—discreto, sabio, esforzado:
—Este hecho
vos, buen rey,—a mí me lo hayáis cargado:
vos me echeis a mí
la culpa,—decí que os lo he aconsejado,
desterréisme de
estos reinos,—mis tierras me hayais tomado.
De esta manera,
señor,—lo habréis apaciguado.—
A don Nuño el buen
rey—luego lo habia llamado:
hablando de esta
manera, cl caso les ha contado:
—Perdonáme,
caballeros,—porque yo he sido engañado,
que don Diego de
Vizcaya—me lo habia aconsejado.
No quiero vuestro
tributo,—antes mas libres vos hago.
Don Diego su mal
consejo—muy bien lo habría pagado;
destiérrenlo de mis
reinos,—sus tierras le han tomado,
porque quien mal
aconseja—muy bien sea castigado.—
Va desterrado don
Diego,—déjenlo deseredado;
mas a cabo de pocos
dias—el destierro le han alzado;
dábanle todo lo
suyo,—y mucho más que le han dado:
todo fuera a
pedimiento—de los hombres hijosdalgo.
(Canc. de
Rom., 1550, fol. 295.)
ROMANCES DEL REY DON ALONSO X
LLAMADO EL SABIO
Querellas del rey Alonso X de Castilla.—I
Yo salí de la mi
tierra—para ir a Dios servir,
y perdí lo que
habia—desde mayo hasta abril,
todo el reino de
Castilla—hasta allá al Guadalquivir.
Los obispos y
prelados—cuidé que metian paz.
entre mí y el hijo
mío,—como en su decreto yaz.
Estos dejaron
aquesto,—y metieron mal asaz,
non a excuso, mas a
voces,—bien como el añafil faz.
Falleciéronme
parientes,—y amigos que yo habia,
con haberes y con
cuerpos—y con su caballería.
Ayúdeme
Jesucristo—y su madre Santa Maria,
que yo a ellos me
encomiendo,—de noche y tambien de dia.
No he mas a quien
lo decir,—ni a quien me querellar,
pues los amigos que
habia—no me osan ayudar;
que por medio de
don Sancho—desamparado me han:
pues Dios no me
desampare—cuando por mí ha de enviar;
ya yo oí otras
veces—de otro rey así contar,
que con desamparo
que hubo,—se metió en alta mar,
a se morir en las
ondas—o las venturas buscar;
Apolonio fué
aqueste,—e yo haré otro tal.
(Fuentes,
Libro de los cuarenta cantos).
[1]
El viejo rey don
Alfonso—iba huyendo a más andar,
que su hijo el
rey don Sancho—desheredado lo ha.
Mandóse dar por
sentencia—no ser él para reinar.
Con lágrimas en sus
ojos—estas trovas fué a trovar
[1]
—Santa María,
señora,—no me quieras olvidar,
caballeros de
Castilla—desamparado me han,
y por miedo de don
Sancho—no me osan ayudar:
iréme a tierras
ajenas,—navegando a más andar,
en una galera
negra—que denote mi pesar,
y sin gobierno ni
jarcia—me porné por alta mar,
que así ficiera
Apolonio,—y yo faré otro que tal.—
Enviara su
corona—que la fuesen a empeñar
a un rey de
Berbería,—que llaman Abenyuzaf.
El rey, viendo al
mensajero,—su Consejo fué a juntar;
dijoles:—¡Oh
mis vasallos!—Bien me querais consejar:
Alfonso, rey de
Castilla,—está en gran necesidad,
porque su hijo don
Sancho—desheredado lo ha.
Su corona me ha
enviado—a que la haya de empeñar;
ved en esto qué os
parece,—que tengo de él piedad.—
Allí habló un moro
anciano,—anciano y de gran edad,
que en España ha
guerreado—siendo de más fresca edad:
—Lo que me
parece ¡oh rey!—es que le hayas de ayudar,
que Alfonso es buen
caballero,—y en todo muy principal,
y las obras que son
santas—suélense muy bien pagar.—
El rey, que era
valeroso,—mandó al cristiano llamar;
díjole:—Dirás
a Allonso—que quiera en Dios confiar;
veinte y cuatro mil
caballos—en su favor pasarán,
y si aquestos pocos
fueren,—mi persona pasará.—
Dióle sesenta mil
doblas,—la corona le fué a dar.
Pero no llegó el
socorro,—por fortuna de la mar,
donde se perdieron
todos,—que moro no fué a quedar;
pero en ese medio y
tiempo—Alfonso tornó a reinar,
que su hijo el rey
don Sancho—no gozó su mocedad.
(Sepúlveda,
Romances nuevos sacados, etc., ed. de 1566.)
Romance del rey don Fernando cuarto [1]
Válasme,
[2] nuestra señora,—cual dicen, de
la Ribera,
donde el buen rey
don Fernando—tuvo la su cuarentena.
Desde el miércoles
corvillo—hasta el jueves de la Cena,
que el rey no hizo
[3] la barba,—ni peinó la
[4] su cabeza.
Una silla era su
cama,—un canto por
[5] cabecera,
los cuarenta pobres
comen
[6] —cada día a la su mesa;
de lo que a los
pobres sobra—el rey hace
[7] la su cena,
con vara de oro en
su mano
[8] —bien hace servir la mesa.
[9]
Dícenle los
caballeros:—¿Dónde irás tener la fiesta?
[10]
—A Jaen,
dice, señores,—con mi señora la reina.—
Despues que estuvo
en Jaen,—y la fiesta hubo pasado,
[11]
pártese
[12] para Alcaudete,—ese castillo
nombrado:
el pie tiene en el
estribo,—que aun no se habia apeado,
[13]
cuando le daban
querella—de dos hombres hijosdalgo,
y la querella le
daban
[14] —dos hombres como villanos:
abarcas traen
calzadas—y aguijadas en las manos.
—Justicia,
justicia, rey,
[15] —pues que somos tus vasallos,
de don Pedro
Caravajal
[16] —y de don Alonso
[17] su hermano,
que nos corren
nuestras tierras—y nos robaban el campo,
[18]
y nos fuerzan las
mujeres
[19] —a tuerto y desaguisado;
comíannos
[20] la cebada—sin despues querer
pagallo,
[21]
hacen otras
desvergüenzas—que verguenza era
[22] contallo.
—Yo haré de
ello
[23] justicia,—tornáos a vuestro
ganado.—
[p. 181] Manda a
[1] pregonar el rey—y por todo su
reinado,
de
[2] cualquier que lo
[3] hallase—le daria buen hallazgo.
Hallólos el
almirante—allá en Medina del Campo,
comprando muy ricas
armas,—jaeces para
[4] caballos.
—Presos,
presos, caballeros,—presos, presos, hijosdalgo.
—No por vos,
el almirante,—si de otro no traeis
[5] mandado.
—Estad
presos,
[6] caballeros,—que del rey traigo
recaudo.
[7]
—Plácenos,
[8] el almirante,—por complir el su
mandado.
[9]
Por las sus
jornadas ciertas—en Jaen habian entrado.
[10]
—Manténgate
Dios, el rey.—Mal vengades, hijosdalgo.—
Mándales cortar los
piés,—mándales cortar las manos,
y mándalos
[11] despeñar—de aquella peña de
Martos.
Allí hablara el uno
[12] de ellos, el menor y más osado:
—¿Por qué lo
haces,
[13] el rey,—por qué haces tal
mandado?
[14]
Querellámonos, el
rey,
[15] —para ante el soberano,
[16]
que dentro de
treinta dias—vais con nosotros a plazo;
[17]
y ponemos por
testigos—a San
[18] Pedro y a San
[18 bis] Pablo:
ponemos por
escribano
[19] —al apóstol Santiago.—
El rey, no mirando
en ello,
[20] —hizo complir su mandado
por la falsa
información—que los villanos le han dado:
y muertos los
Carvajales,—que lo habian emplazado,
antes de los
treinta dias—él se fallara muy malo,
y desque fueron
cumplidos,—en el postrer dia del plazo,
fué muerto dentro
en Leon,—do la sentencia hubo dado.
(Canc. de Rom. s. a., fol. 165.—
Canc. de Rom., fol. 144.—
Silva de 1550, t. I, fol. 88.—Aquí se contienen cinco
romances:
el primero, «De cómo fué
vencido el roy Don Rodngo., etc.
Pliego suelto del siglo
XVI.)
ROMANCES DEL REY DON PEDRO I DE CASTILLA LLAMADO EL CRUEL
Romance de don Fadrique, maestre de Santiago, y de cómo le mandó matar el rey don Pedro su hermano.—I
—Yo me estaba
allá en Coimbra—que yo me la hube
[1] ganado,
cuando me vinieron
cartas—del rey don Pedro mi hermano
que fuese a ver los
torneos—que en Sevilla se han armado.
Yo Maestre sin
ventura,—yo maestre desdichado,
tomara trece de
mula,—veinte y cinco de caballo,
todos con cadenas
de oro—y jubones de brocado:
jornada de quince
dias—en ocho la habia
[2] andado.
A la pasada de un
rio,—pasándole por el vado,
cayó mi mula
conmigo,—perdí mi puñal dorado,
ahogáraseme un
paje—de los mios más privado,
criado era en mi
sala,
[3] —y de mí muy regalado.
Con todas estas
desdichas—a Sevilla hube llegado;
a la puerta
Macarena
[4] —encontré
[5] con un ordenado,
ordenado de
evangelio
[6] —que misa no habia cantado:
—Manténgate
Dios, Maestre,—Maestre, bien seáis llegado.
Hoy te ha nacido
hijo,
[7] —hoy cumples
[8] veinte y un año.
Si te pluguiese,
Maestre,—volvamos a baptizallo,
que yo sería el
padrino,—tú, Maestre, el ahijado.—
Allí hablara el
Maestre,—bien oiréis lo que ha hablado:
—No me lo
mandeis, señor,—padre, no querais mandallo,
que voy a ver qué
me quiere—el rey don Pedro mi hermano.—
[p. 183] Dí de espuelas a mi mula,—en
Sevilla me hube entrado;
de que no vi tela
puesta—ni vi caballero armado,
fuíme para los
palacios—del rey don Pedro mi hermano.
En entrando por las
puertas,—las puertas me habian cerrado;
quitáronme la mi
espada,—la que traia a mi lado;
quitáronme mi
compañí,
[1] —la que me habia acompañado.
Los mios desque
esto vieron—de traición me han avisado,
que me saliese yo
fuera—que ellos me pondrian en salvo.
Yo, como estaba sin
culpa,—de nada hube
[2] curado;
fuíme para el
aposento—del rey don Pedro mi hermano:
—Manténgaos
Dios, el rey,—y a todos de cabo a cabo.—
[3]
—Mal hora
vengáis, Maestre,—Maestre, mal seais llegado:
nunca nos venís a
ver—sino una vez en el año,
y esta que venís,
Maestre,—es por fuerza o por mandado.
Vuestra cabeza,
Maestre,—mandada está en aguinaldo.
—¿Por qué es
aqueso, buen rey?—nunca
[4] os hice desaguisado,
ni os dejé yo
[5] en la lid,—ni con
[6] moros peleando.
—Venid acá,
mis porteros,—hágase lo que he mandado.—
Aun no lo hubo bien
dicho,—la cabeza le han cortado;
a doña María de
Padilla—en un plato la ha enviado;
así hablaba con él
[7] —como si estuviera sano.
Las palabras que le
dice,—de esta suerte está hablando:
[8]
—Aquí
pagaréis, traidor,—lo de antaño y lo de ogaño,
el mal consejo que
diste—al rey don Pedro tu hermano.—
Asióla por los
cabellos,—echado se la ha
[9] a un alano;
el alano es del
Maestre,—púsola sobre un estrado,
a los aullidos
[10] que daba—atronó
[11] todo el palacio.
Allí demandara el
rey:
[12] —¿Quién hace mal a ese
alano?—
Allí respondieron
todos—a los cuales ha pesado:
—Con la
cabeza lo ha, señor,—del Maestre vuestro hermano.—
Allí hablara una su
tía
[13] —que tía era de entrambos:
—¡Cuán mal lo
mirastes, rey!—rey, ¡qué mal lo habeis mirado!
por una mala
mujer—habeis muerto un tal hermano.—
[14]
Aun no lo habia
bien
[15] dicho,—cuando ya le habia
pesado.
Fuese para
[16] doña María,—de esta suerte le
ha hablado:
[p. 184] —Prendelda, mis
caballeros,—ponédmela a buen recaudo,
[1]
que yo le daré tal
castigo—que a todos sea sonado.—
En cárceles muy
escuras—allí la habia aprisionado;
[2]
él mismo le da a
comer,—él mismo con la
[3] su mano:
no se tía de
ninguno—sino de un paje que ha criado.
[4]
(Canc. de Rom. s. a., fol. 166. —
Canc. de Rom., 1550, folio
173.—Silva de
1550, t. I, f. 89.—Timoneda,
Rosa española.)
66
(DEL REY DON PEDRO EL CRUEL DE CASTILLA.—II)
Romance del rey don Pedro
Por los campos de
Jerez—a caza va el rey don Pedro;
allegóse a una
laguna,—allí quiso ver un vuelo.
Vió salir de ella
una garza,—remontóle un sacre nuevo;
echóle un neblí
preciado,—degollado se le ha luego,
a sus pies cayó el
neblí,—túvolo por mal agüero.
Sube la garza muy
alta,—parece entrar en el cielo.
De hácia Medina
Sidonia—vió venir un bulto negro
cuanto más se le
allegaba,—poniéndole va más miedo.
Salió dél un
pastorcico,—llorando viene y gimiendo,
con un bastón en
sus manos,—los ojos en tierra puestos,
sin bonete su
cabeza,—todo vestido de duelo,
descalzo, lleno de
espinas.—De trailla trae un perro,
aullidos daba muy
tristes,—concertados con su duelo;
sus cabellos va
mesando,—la su cara va rompiendo;
el duelo hace tan
triste,—que al rey hace poner miedo.
A voces dice:
—Castilla,—Castilla, perderte has cedo,
que en tí se verte
la sangre—de tus nobles caballeros;
mátaslos contra
justicia,—reclaman a Dios del cielo.—
Los gritos daba muy
altos,—todos se espantan de vello.
Su cara lleva de
sangre;—allegóse al rey don Pedro;
dijo:—Rey, lo
que te digo,—sin duda te verná presto:
serás muy
acalumniado,—y serás por armas muerto.
Quieres mal a doña
Blanca,—a Dios ensañas por ello;
perderás por ello
el reino.—Si quieres volver con ella,
darte ha Dios un
heredero.—El rey fué mucho turbado,
mandó el pastor
fuese preso;—mandó hacer gran pesquisa
[p. 185] si la reina fuera en esto.—El
pastor se les soltara,
nadie sabe qué se
ha hecho.—Mandó matar a la reina
ese día a un
caballero,—pareciéndole acababa
con su muerte el
mal agüero.
(Silva de 1550, t. II, f. 78.)
66 a
(DEL REY DON PEDRO EL CRUEL DE CASTILLA.—III)
(Al mismo asunto)
Romance del rey don Pedro el Cruel
Por los campos de
Jerez—a caza va el rey don Pedro:
en llegando a
[1] una laguna,—allí quiso ver un
vuelo.
[2]
Vido volar una
garza,—desparóle un sacre nuevo,
remontárale un
neblí,—a sus piés cayera muerto.
A sus piés cayó el
neblí,—túvolo por mal agüero.
Tanto volaba la
garza,—parece llegar
[3] al cielo.
Por donde la garza
sube—vió bajar un bulto negro;
mientras mas se
acerca el bulto,—más temor le va poniendo:
con el abajarse
tanto,
[4] —parece llegar al suelo
delante de su
caballo—a cinco pasos de trecho:
dél salió
[5] un pastorcico,—sale llorando y
gimiendo,
la cabeza
desgreñada,
[6] —revuelto tráe el cabello,
con los piés llenos
de abrojos—y el cuerpo lleno de vello;
en su mano una
culebra—y en la otra un puñal sangriento;
en el hombro una
mortaja,—una calavera al cuello:
a su lado de
trailla—traia un perro negro:
los aullidos que
daba—a todos ponian gran miedo,
y a grandes voces
decia:—Morirás, el rey don Pedro,
que mataste sin
justicia—los mejores de tu reino:
mataste tu propio
hermano—el Maestre, sin consejo,
[7]
y desterraste a tu
madre:—a Dios darás cuenta de ello.
Tienes presa a doña
Blanca,—enojaste ha Dios por ello,
que si tornas a
quererla
[8] —darte ha Dios un heredero,
y si no, por cierto
sepas
[9] —te vendrá desman por ello;
[p. 186] serán malas las tus hija—por tu
culpa y mal gobierno,
y tu hermano don
Henrique—te habrá de heredar el reino:
morirás a
puñaladas:—tu casa será el infierno.—
Todo esto
recontado,—despereció el bulto negro.
[1]
(Timoneda,
Rosa española. Aquí comienzan seys romances.
El primero del rey Don Pedro,
etc. Pliego suelto del siglo XVI.)
67
(DEL REY DON PEDRO EL CRUEL.—IV)
Romance que dice: "Entre la gente se dice"
Entre la gente se
dice,—y no por cosa sabida,
que del honrado
Maestre—don Fadrique de Castilla,
hermano del rey don
Pedro—que por nombre el Cruel habia,
está la reina
preñada;—otros dicen que paria.
Entre los unos
secreto,—entre otros se publica;
no se sabe por más
cierto—de que el vulgo lo decia.
El rey don Pedro
está lejos,—y de esto nada sabia:
que si de esto algo
supiera,—bien castigado lo habria.
La reina, de muy
turbada,—no sabe lo que haria
a la disfamia tan
fuerte—que su casa padescia,
llamando a un
secretario—que el Maestre bien queria;
Alonso Perez se
llama,—este es su nombre de pila;
desque lo tuvo
delante,—estas palabras decia:
—Ven acá tú,
Alonso Perez,—dime verdad por mi vida:
¿qué es del honrado
Maestre?—¿qué es dél, que no parecia?
—A caza es
ido, señora,—con toda su montería.
—Dime, ¿qué
te paresce—de lo que del se decia?
Quejosa estoy del
Maestre—con gran razon que tenia,
por ser de sangre
real,—y hacer tal villanía,
que dentro en mis
palacios—una doncella paria,
de todas las de mi
casa—a quien yo muy más queria;
mi hermana era de
leche,—que negar no la podia.
A la ánima me
llegara,—si en el reino se sabia.—
Alonso Perez
responde,—bien oireis lo que decia:
—Darme el
nacido, señora,—que yo me lo criaria.—
Luego lo mandara
dar—envuelto en una faldilla
amarilla y
encarnada,—que guarnición no tenia.
[p. 187] Allá le lleva a criar—dentro del
Andalucía,
a un lugar muy
nombrado—que Llerena
[1] se decia.
A una ama le ha
encargado;—hermosa es a maravilla,
Paloma tiene por
nombre,—segun se dice por la villa;
hija es de un
tornadizo—y de una linda judia.
Mientra se cria el
infante—sábelo doña María;
aquella falsa
traidora—que los reinos revolvia.
No estaba bien
informada—cuando al rey se lo escrebia:
—Yo, tu leal
servidora,—doña María de Padilla,
que no te hice
traicion,—ni consentir la queria,
para que sepas, soy
cierta—de aquesto te avisaria;
quién te la hace,
señor,—declarar no se sufria,
hasta que venga a
tiempo—que de mí a tí se diria.
No me alargo más,
señor,—en aquesta letra mia.—
El rey, vista la
presente,—que escribe doña María,
entró en consejo de
aquesto—un lunes ¡qué fuerte dia!
[2]
dejando por
sustituto—en el cargo que tenia
en Tarifa la
nombrada—los que aquí se nombrarian:
a don Fadrique de
Acuña,—que es hombre de gran valía,
porque era sabio en
la guerra—y en campo muy bien regia,
y a otro, su primo
hermano—don Garcia de Padilla,
y al buen Tello de
Guzman,—que el rey criado habia,
el cual nombraban
su ayo,—y él por tal le obedecia.
Un miércoles en la
tarde—el rey tomaba la via
con García Lopez
Osorio,—de quien sus secretos fia.
Llegado han aquella
noche—a las puertas de Sevilla;
las puertas halló
cerradas,—no sabe por do entraria,
sino por un
muladar—que cabe el muro yacia.
El rey arrima el
caballo,—subióse sobre la silla,
asido se ha de una
almena,—en la ciudad se metia.
Fuese para sus
palacios,—donde posarse solía:
ansí llamaba a la
puerta—como si fuera de día.
Las guardas están
velando,—muy muchas piedras le tiran:
herido han al rey
don Pedro—de una mala herida.
Garci-Lopez les da
voces,—que estas palabras decía:
—Tate, tate,
que es el rey—este que llegado habia.—
Entonces bajan las
guardas—por ver si verdad seria.
Abierto le han las
puertas,—para su aposento aguija.
[p. 188] Tres dias está secreto,—que no sale
por la villa;
otro día escribió
cartas:—a Caliz aquesa villa,
al Maestre su
hermano,—en las cuales le decia
que viniese a los
torneos—que en Sevilla se hacian.
(Silva de 1550, t. II, ful. 56.)
67 a
(DEL REY DON PEDRO EL CRUEL.—V)
(Al mismo asunto)
Entre las gentes se
suena,—y no por cosa sabida,
que de ese buen
Maestre—don Fadrique de Castilla
la reina estaba
preñada;—otros dicen que parida.
No se sabe por de
cierto,—mas el vulgo lo decía:
ellos piensan que
es secreto,—ya esto no se escondia.
La reina con
su...—por Alonso Pérez envía,
mandóle que
viniese—de noche y no de día:
secretario es del
Maestre,—en quien fiarse podía.
Cuando lo tuvo
delante,—de esta manera decía:
—¿Adónde está
el Maestre?—¿Qué es dél que no parescía?
¡Para ser de sangre
real,—hecho ha gran villanía!
Ha deshonrado mi
casa,—y dícese por Sevilla
que una de mis
doncellas—del Maestre está parida.
—El Maestre,
mi señora,—tiene cercada a Coimbra,
y si vuestra Alteza
manda,—yo luego lo llamaria;
y sepa vuestra
Alteza—que el Maestre no se escondia:
lo que vuestra
Alteza dice,—debe ser muy gran mentira.
—No lo es,
dijo la reina,—que yo te lo mostraría.—
Mandara sacar un
niño—que en su palacio tenia:
sacólo su
camarera—envuelto en una faldilla.
—Mirá, mirá,
Alonso Pérez,—el niño, ¿a quién parescia?
—Al Maestre,
mi señora,—Alonso Pérez decia.
[1]
—Pues daldo
luego a criar,—y a nadie esto se diga.—
Sálese Alonso
Pérez,—ya se sale de Sevilla;
muy triste queda la
reina,—que consuelo no tenia;
llorando de los
sus ojos,—de la su boca decía:
—Yo,
desventurada reina,—más que cuantas son nascidas,
casáronme con el
rey—por la desventura mía.
[p. 189] De la noche de la boda—nunca más
visto lo habia,
y su hermano el
Maestre—me ha tenido en compañía.
Si esto ha
pasado,—toda la culpa era mía.
Si el rey don Pedro
lo sabe,—de ambos se vengaria;
mucho más de mí, la
reina,—por la mala suerte mía.—
Ya llegaba Alonso
Pérez—a Llerena, aquesa villa:
puso el infante a
criar—en poder de una judía;
criada fué del
Maestre,—Paloma por nombre habia;
y como el rey don
Enrique—reinase luego en Castilla,
tomara aquel
infante—y almirante lo hacia:
hijo era de su
hermano,—como el romance decia.
(Códice de la segunda mitad del
siglo XVI, en el
Romancero
del Sr. Durán).
[1]
Doña María de
Padilla,—no os mostredes triste, no:
si me descasé dos
veces,—hícelo por vuestro amor,
y por hacer
menosprecio—de
[2] doña Blanca de Borbon:
a Medina Sidonia
envío
[3] —que me labren un pendon;
será de color de
sangre,—de lágrimas su labor:
tal pendon, doña
María,—se hace por vuestro amor.—
Llamara
[4] Alonso Ortiz,—que es un honrado
varon,
para que fuese a
Medina,—a dar fin a la labor.
Respondió
[5] Alonso Ortiz:—Eso, señor, no
haré yo,
que quien mata a su
señora—es aleve a su señor.—
El rey no le
respondiera;
[6] —en su cámara se entró:
enviara por dos
[7] maceros,—los cuales él escogió.
Estos fueron a la
reina,—halláronla en oración;
la reina como los
viera,
[8] —casi muerta se cayó;
mas despues que en
sí tornara,
[9] —esforzada
[10] les habló:
—Ya sé a qué
venís, amigos,—que mi alma lo sintió;
aqueso
[11] que está ordenado—no se puede
excusar, no.
¡Oh
[12] Castilla! ¿Qué te hice?—No
por cierto traicion.
¡Oh Francia, mi
dulce tierra!—¡Oh mi casa de Borbon!
Hoy cumplo
dieciseis años,—a los diecisiete
[13] muero yo.
El rey no me ha
conocido,—con las vírgenes me vo.
[14]
[p. 191] Doña María de Padilla,—esto te
pardono
[1] yo;
por quitarte de
cuidado—lo hace el rey mi señor.—
Los maceros la dan
priesa,—ella pide confesion;
perdonáralos a
ellos,—y puesta en su oración,
[2]
danle golpes con
las mazas,—y ansí la triste murió.
(Silva de 1550, t. II, fol. 46.—Timoneda,
Rosa española.)
68 a
(DEL REY DON PEDRO EL CRUEL.—VII)
(Al mismo asunto)
De la muerte de la reina Blanca
Doña María de
Padilla,—no os me mostrais triste vos,
que si me casé dos
veces,—hicelo por vuestra pro,
y por hacer
menosprecio—a doña Blanca de Borbon.
A Medina Sidonia
envío—a que me labre un pendon:
será el color de su
sangre,—de lágrimas la labor.
Tal pendon, doña
María,—le haré hacer por vos.
Y llamara a Iñigo
Ortiz,—un excelente varon:
díjole fuese a
Medina—a dar fin a tal labor.
Respondiera Iñigo
Ortiz:—Aqueso no faré yo,
que quien mata a su
señora—hace aleve a su señor.—
El rey, de aquesto
enojado,—a su cámara se entró,
y a un ballestero
de maza—el rey entregar mandó.
Aqueste vino a la
reina—y hallóla en oracion.
Cuando vido al
ballestero,—la su triste muerte vió.
Aquél le
dijo:—Señora,—el rey acá me envió.
a gue ordeneis
vuestra alma—con aquél que la crió,
que vuestra hora es
llegada,—no puedo alargalla yo.
—Amigo, dijo
la reina,—mi muerte os perdono yo;
si el rey mi señor
lo manda,—hágase lo que ordenó.
Confesion no se me
niegue,—sino pido a Dios perdon.—
Sus lágrimas y
gemidos—al macero enterneció;
con la voz flaca,
temblando,—esto a decir comenzó:
—¡Oh Francia,
mi noble tierra!—¡Oh mi sangre de Borbon!
Hoy cumplo
diecisiete años,—en los dieciocho voy;
el rey no me ha
conocido,—con las vírgenes me voy.
Castilla, di ¿qué
te hice?—No te hice traicion.
[p. 192] Las coronas que me diste—de sangre
y sospiros son;
mas otra terné en
el cielo—que será de más valor.—
Y dichas estas
palabras,—el macero la hirió:
los sesos de su
cabeza—por la sala los sembró.
(Canc. de Rom., 1550, fol. 175.)
Don García de
Padilla,—ese que Dios perdonase,
tomara al rey por
la mano—y apartóle en puridad:
—Un castillo
hay en Consuegra—que en el mundo no hay su par,
mejor es para vos,
rey,—que lo sabréis sustentar.
No sufráis más que
le tenga—ese prior de Sant Joan:
convidésdele, buen
rey,—convidésdele a yantar.
La comida que le
diéredes,—como dió el Toro a don Juan,
[2]
que le corteis la
cabeza—sin ninguna piedad:
desque se la hayais
cortado,—en tenencia me lo dad.—
Ellos en aquesto
estando,—el prior llegado ha.
—Mantenga
Dios a tu Alteza—y a tu corona real.
—Bien
vengais, el buen prior,—digádesme la verdad:
¿el castillo de
Consuegra—sepamos por quién está?
—El castillo
con la villa,—señor, a vuestro mandar.
—Pues
convídoos, el prior,—para conmigo yantar.
—Pláceme,
dijo, buen rey,—de muy buena voluntad:
déme licencia tu
Alteza,—licencia me quiera dar:
monjes nuevos son
venidos,—irélos a aposentar.
—Vais con
Dios, Hernan Rodrigo,—luego vos querais tornar.—
Vase para la
cocina,—do su cocinero está,
así hablaba con
él,—como si fuera su igual:
—Tomes estos
mis vestidos,—los tuyos me quieras dar,
y a hora de media
noche—salirte has a pasear.—
Vase a la
caballeriza—do su macho fuera a hallar.
[p. 193] —¡Macho rucio, macho
rucio,—Dios te me quiera guardar!
Ya de dos me has
escapado,—con aquesta tres serán;
si de aquesta tú me
escapas,—luego te entiendo ahorrar.—
Presto le echaba la
silla,—comienza de cabalgar;
allegando a
Azoguejo,—comenzó el macho a roznar.
Media noche era por
filo,
[1] —los gallos querian cantar,
cuando entraba por
Toledo,—por Toledo, esa ciudad:
antes que el gallo
cantase—a Consuegra fué a llegar.
Halló las guardas
velando,—comiénzales de hablar:
—Digádesme,
veladores,—digádesme la verdad:
¿el castillo de
Consuegra—si sabeis por quién está?
—El castillo
con la villa—por el prior de Sant Joan.
—Pues abrid
luego las puertas; catalde aquí donde está.—
La guarda desque lo
oyó—abriólas de par en par.
—Tomases allá
ese macho,—dél muy bien quieras curar:
déjesme la vela a
mí,—que yo la quiero velar.
¡Velá, velá,
veladores,—así mala rabia os mate!
Que quien a buen
señor sirve,—este gualardon le dan.—
El prior estando en
esto—el rey que llegado ha,
halló las guardas
velando,—comenzóles de hablar:
—Decidme, los
veladores,—que Dios os guarde de mal,
¿el castillo de
Consuegra—por quién se tiene o se está?
—El castillo
con la villa—por el prior de Sant Joan.
—Pues abrid
luego las puertas,—que veislo aquí donde está.
—Afuera,
afuera, buen rey,—que el prior llegado ha.
—¡Macho
rucio, dijo el rey,—muermo te quiera matar!
Siete caballos me
has muerto,—y con este ocho serán.
Ábreme tú buen
prior,—allá me dejes entrar:
por mi corona te
juro—de no hacerte mucho mal.
—Hacerlo vos,
el buen rey,—agora en mi mano está.—
Mandárale abrir la
puerta,—dióle muy bien a cenar.
(Timoneda, Rosa española)
69 a
(DEL REY DON PEDRO EL CRUEL.—IX)
(Al mismo asunto)
Romance del prior de Sant Juan
Don Rodrigo de
Padilla,—aquel que Dios perdonase,
tomara al rey por
la mano—y apartólo en puridad:
[p. 194] —Un castillo está en
Consuegra—que en el mundo no lo hay tal:
más vale para vos,
el rey,—que para el prior de Sant Juan.
Convidédesle, el
buen rey,—convidédesle a cenar,
la cena que vos le
diésedes—fuese como en Toro a don Juan,
que le cortes la
cabeza—sin ninguna piedad:
desque se la hayais
cortado,—en tenencia me la dad.—
Ellos en aquesto
estando,—el prior llegado ha.
—Mantenga
Dios a tu Alteza,—y a tu corona real.
—Bien vengais
vos, el prior,—el buen prior de Sant Juan.
Digádesme, el
prior,—digádesme la verdad:
¿el castillo de
Consuegra,—digades, por quién está?
—El castillo
con la villa—está todo a tu mandar.
—Pues
convídoos, el prior,—para conmigo a cenar.
—Pláceme,
dijo el prior,—de muy buena voluntad.
Déme licencia tu
Alteza,—licencia me quiera dar,
mensajeros nuevos
tengo,—irlos quiero aposentar.
—Vais con
Dios, el buen prior,—luego vos querais tornar.—
Vase para la
cocina,—donde el cocinero está:
así hablaba con
él—como si fuera su igual:
—Tomades
estos mis vestidos,—los tuyos me quieras dar;
ya despues de medio
día—saliéseste a pasear.—
Vase a la
caballeriza—donde el macho suele estar.
—De tres me
has escapado,—con esta cuatro serán,
y si de esta me
escapas,—de oro te haré herrar.—
Presto le echó la
silla,—comienza de caminar.
Media noche era por
filo,—los gallos quieren cantar
cuando entra por
Toledo,—por Toledo, esa ciudad.
Antes que el gallo
cantase—a Consuegra fué a llegar.
Halló las guardas
velando,—empiézales de hablar:
—Digádesme,
veladores,—digádesme la verdad:
¿el castillo de
Consuegra,—digades, por quién está?
—El castillo
con la villa—por el prior de Sant Juan.
—Pues
abrádesme las puertas,—catalde aquí donde está.—
La guarda desque lo
vido—abriolas de par en par.
—Tomédesme
allá este macho,—y dél me querais curar:
dejadme a mí la
vela,—porque yo quiero velar.
¡Velá, velá,
veladores,—que rabia os quiera matar!
que quien a buen
señor sirve,—este galardón le dan.—
Y él estando en
aquesto—el buen rey llegado ha:
halló a los guardas
velando,—comiénzales de hablar:
—Digádesme,
veladores,—que Dios os quiera guardar:
¿el castillo de
Consuegra,—digades, por quién está?
—El castillo
con la villa,—por el prior de Sant Juan.
—Pues
abrádesme las puertas;—catalde aquí donde está.
—Afuera,
afuera, el buen rey,—que el prior llegado ha.
—¡Macho
rucio, macho rucio,—muermo te quiera matar!
[p. 195] ¡siete caballos me cuestas,—y con
este ocho serán!
Abridme, el buen
prior,—allá me dejeis entrar;
por mi corona te
juro—de nunca te hacer mal.
—Harélo, eso,
el buen rey,—que ahora en mi mano está.
(Silva de 1550, t. II, fol. 94.)
70
Romance del duque de Arjona
En Arjona estaba el
duque,—y el buen rey en Gibraltar;
envíole un
mensajero—que le hubiese a hablar.
Malaventurado
duque,—vino luego sin tardar;
jornada de quince
días—en ocho la fuera a andar.
Hallaba las mesas
puestas—y aparejado el yantar.
Desque hubieron
comido—vense a un jardín a holgar.
Andándose
paseando,—el rey comenzó a hablar:
—De vos, el
duque de Arjona,—grandes querellas me dan;
que forzades las
mujeres—casadas y por casar;
que les bebiades el
vino,—y les comiades el pan;
que les tomais la
cebada,—sin se la querer pagar.—
—Quien os lo
dijo, buen rey,—no vos dijo la verdad.
—Llámenme mi
camarero—de mi cámara real,
que me trajese unas
cartas,—que en mi barjuleta están.
Védeslas aquí, el
duque,—no me lo podeis negar.
Preso, preso,
caballeros,—preso de aquí lo llevad:
entregaldo al de
Mendoza,—ese mi alcalde el leal.
(Canc. de Rom., 1550, fol. 287).
[1]
ROMANCES FRONTERIZOS O DE LAS GUERRAS Y BATALLAS
ENTRE LOS CRISTIANOS Y LOS MOROS Y MORISCOS DE LAS
FRONTERAS, DESDE LA ÉPOCA DEL REY DON JUAN II DE
CASTILLA HASTA LA DE FELIPE II (ROMANCE
FRONTERIZO.—I)
Romance del asalto de Baeza [1]
Moricos, los mis
moricos,—los que ganais mi soldada,
derribédesme a
Baeza,—esa villa torreada,
y a los viejos y a
los niños—los traed en cabalgada,
y a los mozos y
varones—los meted todos a espada,
y a ese viejo Pero
Diaz—prendédmelo por la barba,
y aquesa linda
Leonor—será la mi enamorada.
Id vos, capitán
Vanegas,—porque venga más honrada,
que si vos sois
mandadero,—será cierta la jornada.
(Argote de Molina,
Nobleza de Andulucía.)
(ROMANCE FRONTERIZO.—II)
(Al mismo asunto)
Moricos, los mis
moricos,—los que ganais mi soldada,
derribédesme a
Baeza,—esa ciudad torreada,
y los viejos y las
viejas—los meted todos a espada,
y los mozos y las
mozas—los traé en la cabalgada,
[1]
y la hija de Pero
Díaz
[2] —para ser mi enamorada,
y a su hermana
Leonor,—de quien sea acompañada.
Id vos, capitán
Vanegas,—porque venga más honrada,
porque enviándoos a
vos,—no recelo en la tornada,
que recibireis
afrenta—ni cosa desaguisada.—
(Canc. de Rom. s. a., fol. 185.—Canc. de
Rom. s. a., fol. 195.
Silva de 1550, t. I, fol. 108.)
72
(ROMANCE FRONTERIZO.—III)
De la salida del rey Chico de Granada y de Reduan para recobrar Jaen [3]
—Reduan, bien se
te acuerda—que me diste la palabra
que me darias a
Jaen—en una noche ganada.
Reduan, si tú lo
cumples,—daráte paga doblada,
y si tú no lo
cumplieres,—desterrarte he de Granada;
echarte he en una
frontera—do no goces de tu dama.—
Reduan le
respondia—sin demudarse la cara:
—Si lo dije
no me acuerdo,—mas cumpliré mi palabra.—
Reduan pide mil
hombres,—el rey cinco mil le daba.
Por esa puerta de
Elvira—sale muy gran cabalgada.
[p. 198] ¡Cuánto del hidalgo moro!—¡Cuánta
de la yegua baya!
¡Cuánta de la lanza
en puño!—¡Cuánta de la adarga blanca!
¡Cuánta de marlota
verde!—¡Cuánta aljuba de escarlata!
¡Cuánta pluma y
gentileza!—¡Cuánto capellar de grana!
¡Cuánto bayo
borceguí!—¡Cuánto lazo que le esmalta!
¡Cuánta de la
espuela de oro!—¡Cuánta estribera de plata!
Toda es gente
valerosa—y experta para batalla:
en medio de todos
ellos—va el rey Chico de Granada.
Míranlo las damas
moras—de las torres del Alhambra.
La reina mora, su
madre,—de esta manera le habla:
—Alá te
guarde, mi hijo,—Mahoma vaya en tu guarda,
y te vuelva de
Jaen—libre, sano y con ventaja,
y te dé paz con tu
tio,—señor de Guadix y Baza.
(Perez de Hita,
Historia de los bandos de Cegríes, etc.).
—¡Buen alcaide
de Cañete,—mal consejo habeis tomado
en correr a
Setenil,—hecho se habia voluntario!
¡Harto hace el
caballero—que guarda lo encomendado!
Pensaste correr
seguro,—y celada os han armado.
Hernandarias
Sayavedra,—vuestro padre, os ha vengado;
ca cuerda correr a
Ronda,—y a los suyos va hablando:
—El mi hijo
Hernandarias—muy mala cuenta me ha dado;
encomendéle a
Cañete,—él muerto fuera en el campo.
Nunca quiso mi
consejo,—siempre fué mozo liviano,
que por alancear un
moro—perdiera cualquier estado.
Siempre esperé su
muerte—en verle tan voluntario.
Mas hoy los moros
de Ronda—conocerán que le amo,
[p. 199] A Gonzalo de Aguilar—en celada le
han dejado.
Viniendo a vista de
Ronda,—los moros salen al campo.
Hernandarias dió
una vuelta—con ardid muy concertado,
y Gonzalo de
Aguilar—sale a ellos denodado,
blandeando la su
lanza—iba diciendo:—¡Santiago,
a ellos, que no son
nada,—hoy venguemos a Fernando!—
Murió allí Juan
Delgadillo—con hartos buenos cristianos;
mas por las puertas
de Ronda—los moros iban entrando:
veinte y cinco
trala presos,—trescientos moros mataron;
mas el viejo
Hernandarias—no se tuvo por vengado.
(Aquí
se contienen cinco romances y unas canciones muy
graciosas. El primero es: «Angustiada está la reina», etc.—
Pliego suelto del siglo XVI.)
73 a
(ROMANCE FRONTERIZO.—V)
(Al mismo asunto)
Romance de la venganza de Fernandarias
—¡Buen alcaide
de Cañete,—mal consejo habeis tomado
en correr a
Setenil,—hecho asaz bien excusado!
¡Harto hace el
caballero—que guarda lo encomendado,
y muere en la
fortaleza—donde lo han juramentado!
Siempre lo
tuvistes, hijo,—de ser en ardid sobrado,
sin mirar
inconvenientes,—sino ver moros en campo.
Mas antes de veinte
dias—yo seré muerto o vengado
entre esos moros de
Ronda—que me han amenazado.—
En aquesto
Fernandarias—fué al infante don Fernando;
gente de a pié le
ha pedido,—junto con la de a caballo.
A Pero Guzman
Merino—y a su copero le ha dado,
y a Gonzalo de
Aguilar,—un muy valiente bastardo,
junto con Juan
Delgadillo,—su maestre-sala y privado.
Entrada hacen en
Ronda;—Cañete quedó a recado.
En bosques cabe la
vega—gente de armas se ha emboscado:
con ella Juan
Delgadillo,—caballero muy preciado,
Fernandarias
Sayavedra—cerca de Ronda ha llegado;
salen a él muchos
moros,—con órden se ha retirado;
haciendo rostro ha
venido—al bosque, disimulado,
donde estaba la
celada—que a los moros ha cercado.
A los primeros
encuentros—muchos quedan en el campo,
[p. 200] entre ellos Juan Delgadillo,—con
más catorce hijosdalgo:
mas a la fin
Sayavedra—de ellos fué muy bien vengado,
que rotos fueron
los moros;—pocos se han escapado.
Con honra y gran
cabalgada—a Cañete se ha tornado.
(Sepúlveda,
Romaces nuevos sacados, etc., ed. de 1566.)
74
(ROMANCE FRONTERIZO.—VI)
Romance de Antequera
De Antequera partió
[1] el moro—tres horas antes del
dia,
con cartas en la su
mano—en que socorro pedia.
Escritas iban con
sangre,—mas no por falta de tinta.
El moro que las
llevaba—ciento y veinte años habia;
[2]
la barba tenia
[3] blanca,—la calva le relucia;
toca llevaba
tocada,—muy grande precio valia.
[4]
La mora que la
labrara—por su amiga la tenia;
alhaleme
[5] en su cabeza—con borlas de seda
fina;
caballero en una
yegua, que caballo no queria.
Solo con un
pajecico
[6] —que le tenga compañía,
no por falta de
escuderos,—que en su casa hartos habia.
Siete celadas le
ponen—de mucha caballería,
mas la yegua era
ligera,—de entre todos
[7] se salia;
por los campos de
Archidona
[8] —a grandes voces decia:
—¡Oh buen
rey, si tú supieses—mi triste mensajería,
mesarias tus
cabellos—y la tu barba vellida!—
El rey, que venir
lo vido,—a recebirlo salia
con trescientos de
caballo,—la flor de la morería.
—Bien seas
venido el moro,—buena sea tu venida.
—Alá te
mantenga, el rey,—con toda tu compañía.
—Dime, ¿qué
nuevas me traes—de Antequera, esa mi villa?
[9]
—Yo te las
diré, buen rey,—si tú me otorgas la vida.
—La vida te
es otorgada,—si traicion en tí no habia.
[p. 201] —¡Nunca Alá lo
permitiese—hacer tan gran
[1] villanía!
mas sepa tu real
[2] Alteza—lo que ya saber debria,
que esa villa de
Antequera—en grande aprieto se via,
que el infante don
Fernando—cercada te la tenia.
Fuertemente la
combate—sin cesar nache ni dia;
manjar que tus
moros comen,—cueros de vaca cocida:
buen rey, si no la
socorres,—muy presto se perderia.—
El rey, cuando
aquesto oyera,—de pesar se amortecia;
haciendo gran
sentimiento,—muchas lágrimas vertia;
rasgaba sus
vestiduras,—con gran dolor que tenia,
[3]
ninguno le
consolaba,—porque no lo permitia;
mas después, en sí
tornando,
[4] —a grandes voces decia:
—Tóquense mis
añafiles,—trompetas de plata fina;
júntense mis
caballeros—cuantos en mi reino habia,
vayan con mis dos
hermanos—a Archidona, esa mi villa,
en socorro de
Antequera,—llave de mi señoría.—
Y ansí con este
mandado—se juntó gran morería;
ochenta
[5] mil peones
[6] fueron—el socorro que venia,
[7]
con cinco mil de
caballo,—los mejores que tenia.
Ansí
[8] en la Boca del Asna—este
[9] real sentado habia
a vista del del
infante,
[10] —el cual ya se apercebia,
confiando en la
gran vitoria
[11] —que de ellos Dios le daria,
sus gentes bien
ordenadas:—de San Juan era aquel dia,
cuando se dió la
batalla—de los nuestros tan herida,
[12]
que por ciento y
veinte muertos—quince mil moros habia.
Despues de aquesta
batalla
[13] —fué la villa combatida
con lombardas
[14] y pertrechos,—y con una gran
bastida,
con que le ganan
las torres—de donde era defendida.
Despues dieron el
castillo—los moros a pleitesía,
que libres con sus
hacienda—el infante los pornia
en la villa de
Archidona,—lo cual todo se cumplia;
y ansí se ganó
Antequera—a loor de Santa María.
[15]
(Canc. de Rom., s
. a., fol. 180;
Canc. de Rom., 1550, fol. 168
Silva de 1550, t.
I., fol. 103.
Timoneda, Rosa española.)
(ROMANCE FRONTERIZO.—VII)
De cómo la nueva conquista de Antequera llegó al rey moro de Granada y de la escaramuza de Alcalá [1]
La mañana de Sant
Joan—al tiempo
[2] que alboreaba,
gran fiesta hacen
los moros—por la Vega de Granada.
Rovolviendo sus
caballos, y jugando de las lanzas,
[3]
ricos pendones en
ellas—broslados
[4] por sus amadas,
ricas marlotas
[5] vestidas—tejidas de oro y
grana:
[6]
el moro que amores
tiene—señales de ello mostraba,
y el que no tenia
amores
[7] —allí no escaramuzaba.
Las damas moras los
miran
[8] —de las torres del Alhambra,
tambien se los mira
[9] el rey—de dentro de la
Alcazaba.
[10]
Dando voces vino un
moro—con la cara ensangrentada:
[11]
—Con tu
licencia, el rey,—te diré una nueva mala:
el
[12] infante don Fernando—tiene a
Antequera ganada;
muchos moros deja
muertos,
[13] —yo soy quien mejor librara;
[p. 203] siete lanzadas yo traigo,
[1] —el cuerpo todo me pasan;
[2]
los que conmigo
escaparon—en Archidona quedaban.—
Con la tal nueva el
rey—la cara se le demudaba:
[3]
manda juntar
[4] sus trompetas—que toquen
[5] todas al arma,
manda juntar a los
suyos,
[6] —hace muy
[7] gran cabalgada,
y a las puertas de
Alcalá,
[8] —que la real se llamaba,
los cristianos y
los moros
[9] —una escaramuza traban.
[10]
Los cristianos eran
muchos,—mas llevaban órden mala;
los moros, que son
de guerra,—dádoles han mala carga;
[11]
de ellos matan, de
ellos prenden,—de ellos toman en celada.
Con la
[12] victoria, los moros—van la
vuelta de Granada,
[13]
a grandes voces
decían—¡La victoria ya es cobrada!—
[14]
(Silva de 1550, t. II, fol. 76. Aquí comienzan seis romances:
el primero es de la mañana de Sant Juan, etc. Pliego suelto
del siglo XVI.—Timoneda,
Rosa española.)
[15]
Suspira por
Antequera—el rey Moro de Granada:
no suspira por la
villa,—que otra mejor le quedaba,
sino por una
morica—que dentro en la villa estaba,
blanca, rubia a
maravilla,—sobre todas agraciada:
deziseis años
tenia,—en los dezisiete entraba;
crióla el rey de
pequeña,—más que a sus ojos la amaba,
y en verla en poder
ajeno—sin poder ser remediada,
suspiros da sin
consuelo—que el alma se le arrancaba.
Con lágrimas de sus
ojos,—estas palabras hablaba:
—¡Ay Narcisa
de mi vida!—¡Ay Narcisa de mi alma!
Enviéte yo mis
cartas—con el alcaide de Alhambra,
con palabras
amorosas—salidas de mis entrañas,
con mi corazón
herido—de una saeta dorada.
La respuesta que le
diste:—que escribir poco importaba.
Daria por tu
rescate—Almería la nombrada.
¿Para qué quiero yo
bienes—pues mi alma presa estaba?
Y cuando esto no
bastare,—yo me saldré de Granada;
yo me iré para
Antequera—donde estás presa, alindada,
y servire de
captivo—solo por mirar tu cara.
(Timoneda,
Rosa de amores.)
77
(ROMANCE FRONTERIZO.—IX)
Los moros de Moclin hacen una correria por las tierras de
Alcalá
Caballeros de
Moclin,—peones de Colomera,
entrado habian en
acuerdo—en su consejada negra
a los campos de
Alcalá,—donde irían a hacer presa.
Allá la van a
hacer—a esos molinos de Huelma.
Derrocaban los
molinos,—derramaban la cibera,
prendian los
molineros—cuantos hay en la ribera.
[p. 205] Ahí hablara un viejo,—que era mas
discreto en guerra:
—Para tanto
caballero—chica cabalgada es esta,
soltemos un
prisionero—que a Alcalá lleve la nueva;
démosle tales
heridas,—que en llegando luego muera;
cortémosle el brazo
derecho—porque no nos haga guerra.—
Por soltar un
molinero—un mancebo se les sale
[1]
que era nacido y
criado—en Jerez de la Frontera,
que corre más que
un gamo—y salta más que una cierva.
Por los campos de
Alcalá—diciendo va:—¡Afuera, afuera!
caballeros de
Alcalá,—no os alabareis de aquesta,
que por una que
hecistes,—y tan caro como cuesta,
que los moros de
Moclin—corrido vos han la ribera,
robado vos han el
campo,—y llevado vos han la presa.
Oidolo ha don
Pedro—por su desventura negra;
cabalgara en su
caballo,—que le decían Boca-negra:
al salir de la
ciudad—encontró con Sayavedra.
—No vayades
allá, hijo,—si mi maldición os venga:
que si hoy fuere la
suya,—mañana será la vuestra.—
(Canc. de Rom., 1550, fol. 192.)
[2]
78
(ROMANCE FRONTERIZO.—X)
Romance que dicen: Abenámar, Abenámar
[3]
—Abenámar,
Abenámar,—moro de la morería,
¿qué castillos son
aquellos?—¡altos son y relucían!
[4]
[p. 20] —El Alhambra era, señor,—y la
otra es la mezquita;
los otros los
Alixares—labrados a maravilla.
El moro que los
labró
[1] —cien doblas ganaba al dia.
[2]
La otra
[3] era Granada,—Granada la
noblecida
de los muchos
caballeros,—y de la
[4] gran ballestería.—
Allí habla
[5] el rey don Juan,—bien oiréis lo
que diría:
[6]
—Granada, si
tú quisieses,—contigo me casaria:
darte he yo en
arras y dote—a Córdoba y a Sevilla,
y a Jerez de la
Frontera,—que cabe si la tenia.
Granada, si más
[7] quisieses,—mucho más yo te
daria.—
Allí hablara
Granada,—al buen rey le
[8] respondia:
—Casada so,
el rey don Juan,—casada soy, que no viuda;
el moro que a mi me
tiene—bien defenderme querria.—
[9]
Allí habla
[10] el rey don Juan,—estas
palabras decía:
[11]
—Échenme acá
mis lombardas
[12] —doña Sancha y doña Elvira,
tiraremos
[13] a lo alto,—lo bajo ello se
daria.—
[p. 207] El combate era tan fuerte—que
grande temor ponia:
los moros del
baluarte,—con terrible algacería
[1]
trabajan por
[2] defenderse,—más facello no
podían.
[3]
El rey moro que
esto vido—prestamente se rendia,
y cargó
[4] tres cargas de oro;—al buen rey
se las envía:
[5]
prometió ser su
vasallo—con parias que le daria.
Los castellanos
quedaron—contentos a maravilla;
cada cual por do ha
venido—se volvió
[6] para Castilla.
(Canc. de
Rom., s
. a., fol. 182.—
Canc. de Rom., 1550, fol. 191.—
Silva de
1550, t. I, fol. 105.—
Canc. de Rom., edición de Medina
del año de
1570, fol. 74.—Timoneda,
Rosa española.)
78 a
(ROMANCE FRONTERIZO.—XI)
(Al
mismo asunto)
¡Abenámar,
Abenámar,—moro de la morería,
el día que tú
naciste—grandes señales habia!
Estaba la mar en
calma,—la luna estaba crecida:
moro que en tal
signo nace,—no debe decir mentira.—
Allí respondiera el
moro,—bien oireis lo que decia:
—Yo te la
diré, señor,—aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de
un moro—y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y
muchacho—mi madre me lo decia:
que mentira no
dijese,—que era grande villania:
por tanto pregunta,
rey,—que la verdad te diria.
—Yo te
agradezco, Abenámar,—aquesa tu cortesía.
¿Qué castillos son
aquéllos?—¡Altos son y relucian!
—El Alhambra
era, señor,—y la otra la mezquita;
los otros los
Alixares,—labrados a maravilla.
El moro que los
labraba—cien doblas ganaba al dia,
y el día que no los
labra—otras tantas se perdia.
El otro es
Generalife,—huerta que par no tenia;
el otro Torres
Bermejas,—castillo de gran valía.—
Allí habló el rey
don Juan,—bien oireis lo que decia:
—Si tú
quisieses, Granada,—contigo me casaría;
daréte en arras y
dote—a Córdoba y a Sevilla.
[p. 208] —Casada soy, rey don
Juan,—casada soy, que no viuda;
el rnoro que a mí
me tiene,—muy grande bien me queria.
(Pérez de Hita, Historia de los bandos de Cegríes, etc.)
79
(ROMANCE FRONTERIZO.—XII)
Romance antiguo y verdadero de Alora la bien cercada
Alora, la bien
cercada,—tú que estás en par del rio,
cercóte el
adelantado—una mañana en domingo,
de
[1] peones y hombres de armas—el
campo bien guarnecido;
con la gran
artilleria—hecho te habia un portillo.
[2]
Viérades moros y
moras—todos huir
[3] al castillo:
las moras
llevaban ropa,—los moros harina y trigo,
y las moras de
quince años
[4] —llevaban el oro fino,
y los moricos
pequeños—llevaban la pasa y higo.
Por cima de la
muralla
[5] —su pendon llevan tendido.
Entre almena y
almena
[6] —quedado se habia un morico
con una ballesta
armada,—y en ella puesta un cuadrillo.
En altas voces
decia,—que la gente lo habia oido:
[7]
—¡Treguas,
treguas, adelantado,—por tuyo se da el castillo!—
Alza la visera
arriba,—por ver el que tal le dijo:
[8]
asestárale
[9] a la frente,—salido le ha al
colodrillo.
Sacólo
[10] Pablo de rienda,—y de mano
Jacobillo,
[11]
[p. 209] estos dos que habia criado—en su
casa desde chicos.
[1]
Lleváronle a los
maestro—por ver si será guarido;
[2]
A las primeras
palabras—el testamento les dijo.
[3]
(Nuera glosa fundada sobre
aquel antiguo y verdadero romance
de «Alora la bien cercada»,
etc.—Pliego suelto del siglo XVI.—
Códice del siglo XVI en el
Romancero general del Sr. Durán.—
Timoneda,
Rosa española.)
[4]
80
(ROMANCE FRONTERIZO.—XIII)
Romance de don Enrique de Guzman [5]
—Dadme nuevas,
caballeros,—nuevas me queredes dar
[6]
de aquese conde de
Niebla,—don Henrique de Guzman,
que hace guerra a
los moros,—y ha cercado a Gibraltar.
Veo hoy lutos
[7] en mi corte,—ayer vi fiestas
muy grandes;
[8]
o el príncipe es
fallecido,
[9] —o alguno
[10] de mi sangre,
o don Alvaro de
Luna,—el maestre y condestable.
—No es
muerto, señora, el príncipe;
[11] —mas ha fallecido un grande,
que veredes a los
moros—cuán poco vos temerán,
[p. 210] que a este solo temian—y no osaban
saltear.
Es el buen conde de
Niebla—que se ha anegado en la mar,
por acorrer a los
suyos,—nunca se quiso salvar;
en un batel donde
venia—le hicieron trastornar,
socorriendo un
caballero—que se le iba a anegar.
La mar andaba tan
alta—que no se pudo escapar,
teniendo cuasi
ganada—la fuerza de Gibraltar.
Llóranle todas las
damas,—galanes otro que tal,
llórale gente de
guerra—por ser tan buen capitan,
llórale duques y
condes,—porque a todos sabia honrar.
—¡Oh qué
nuevas me traedes,—caballeros, de pesar!
Vístanse todos de
jerga,—no se hagan fiestas más,
vaya luego un
mensajero,—venga su hijo don Juan:
confirmalle he lo
del padre,—más le quiero acrecentar,
y de Medina
Sidonia—duque le hago de hoy más,
que a hijo de tan
buen padre—poco galardón se da.—
(Silva
de 1550, t. II, ful. 82.—Sepúlveda, Romances nuevamente
sacados, etc., ed. de 1566.)
[1]
81
(ROMANCE FRONTERIZO.—XIV)
Batalla de los Alporchones, en que Quiñonero queda cautivo [2]
Allá en Granada la
rica—instrumentos oí tocar
en la calle de los
Gomeles,—a la puerta de Abidbar,
el cual es moro
valiente—y muy fuerte capitan.
[p. 211] Manda juntar muchos moros—bien
diestros en pelear,
porque en el campo
de Lorca—se determina de entrar;
con él salen tres
alcaides,—aquí los quiero nombrar:
Almoradi de
Guadix,—este es de sangre real;
Abenacízes el
otro,—y de Baza natural;
y de Vera es
Alabez,—de esfuerzo muy singular,
y en cualquier
guerra su gente—bien la sabe acaudillar.
Todos se juntan en
Vera—para ver lo que harán;
el campo de
Cartagena—acuerdan de saquear.
A Alabez, por ser
valiente,—lo hacen su general;
otros doce alcaides
moros—con ellos juntado se han,
que aquí no digo
sus nombres— por quitar prolijidad.
Ya se repartian los
moros,—ya comienzan de marchar,
por la fuente de
Pulpé,—por ser secreto lugar,
y por el puerto los
Peines,—por orillas de la mar.
En campos de
Cartagena—con furor fueron a entrar;
cautivan muchos
cristianos,—que era cosa de espantar.
Todo lo corren los
moros—sin nada se les quedar;
el rincon de San
Ginés—y con ellos al Pinatar.
Cuando tuvieron
gran presa—hácia Vera vuelto se han,
y en llegando al
Puntaron,—consejo tomado han
si pasarian por
Lorca,—o si irian por la mar.
Alabez, como es
valiente,—por Lorca quería pasar,
por tenerla muy en
poco—y por hacerle pesar;
y así con toda su
gente—comenzaron de marchar.
Lorca y Murcia lo
supieron;—luego los van a buscar,
y el comendador de
Aledo,—que Lison suelen llamar,
junto de los
Alporchones—allí los van a alcanzar.
Los moros iban
pujantes,—no dejaban de marchar;
cautivaron un
cristiano—caballero principal,
al cual llaman
Quiñonero,—que es de Lorca natural.
Alabez, que vió la
gente,—comienza de preguntar:
—Quiñonero,
Quiñonero,—dígasme tú la verdad,
pues eres buen
caballero,—no me la quieras negar:
¿qué pendones son
aquellos—que están en el olivar?—
Quiñonero le
responde,—tal respuesta le fué a dar:
—Lorca y
Murcia son, señor,—Lorca y Murcia, que no más,
y el comendador de
Aledo,—de valor muy singular,
que de la francesa
sangre—es su prosapia real.
Los caballos traían
gordos,—ganosos de pelear.—
Allí respondió
Alabez,—lleno de rabia y pesar:
—Pues por
gordos que los traigan,—la Rambla no han de pasar,
y si ellos la
Rambla pasan,—¡Alá, y qué mala señal!
Estando en estas
razones—allegara el mariscal
y el buen alcaide
de Lorca,—con esfuerzo muy sin par.
Aqueste alcaide es
Faxardo,—valeroso en pelear;
[p. 212] la gente traen valerosa,—no quieren
más aguardar.
A los primeros
encuentros—la Rambla pasado han,
y aunque los moros
son muchos,—allí lo pasan muy mal.
Mas el valiente
Alabez—hace gran plaza y lugar.
Tantos de
cristianos matan,—que es dolor de lo mirar.
Los cristianos son
valientes,—nada les puede ganar;
tantos matan de los
moros,—que era cosa de espantar.
Por la sierra de
Aguaderas—huyendo sale Abidbar
con trescientos de
a caballo,—que no pudo más sacar.
Faxardo prendió a
Alabez—con esfuerzo singular.
Quitáronle la
cabalgada,—que en riqueza no hay su par.
Abidbar llegó a
Granada,—y el rey lo mandó matar.
(Perez de Hita, Historia de ls, banlos de Cegríes, etc.)
82
(ROMANCE FRONTERIZO.—XV)
Romance de la prision del obispo don Gonzalo [1]
Dia era de San Anton,
[2] —ese santo
[3] señalado,
cuando salen de
Jaen
[4] —cuatrocientos hijosdalgo;
y de Ubeda y Baeza
[5] —se salían otros tantos,
mozos descosos de
honra,—y los más enamorados.
En brazos de sus
amigas—van todos juramentados
de no volver a
Jaen—sin dar moro en aguinaldo.
La seña
[6] que ellos llevaban—es pendon
rabo de gallo;
por capitán se lo
llevan
[7] —al obispo don Gonzalo,
armado de todas
armas,—en un caballo alazano:
[8]
todos se visten de
verde,—el obispo azul y blanco.
[9]
[p. 213] Al castillo de la Guardia
[1] —el obispo habia llegado
[2]
sáleselo a
recibir—Mexia, el noble hidalgo:
[3]
—Por Dios te
ruego, el obispo,
[4] —que no pasades el vado,
porque los moros
son muchos,—a la Guardia
[5] habian llegado;
muerto me han tres
caballeros,—de que mucho me ha pesado:
el uno era tio mio,
[6] —el otro mi primo ermano,
[7]
y el otro es un
pajecico
[8] —de los mios más preciado.
[9]
Demos la vuelta,
señores,—demos la vuelta a enterrallos,
haremos a Dios
servicio,—honraremos los cristianos.—
Ellos estando en
aquesto,—llegó don Diego de Haro:
—Adelante,
caballeros,—que me llevan el ganado;
si de algun villano
fuera,—ya lo hubiérades quitado;
empero alguno está
aquí—que le
[10] place de mi daño;
no cumple
[11] decir quién es,—que es el del
roquete blanco.—
El obispo, que lo
oyera,—dió de espuelas al caballo;
el caballo era
ligero,—saltado habia un vallado;
mas al salir de una
cuesta,—a la asomada de un llano,
vido mucha adarga
blanca,—mucho albornoz colorado,
y muchos hierros de
lanzas,—que relucian
[12] en el campo;
metidose habia por
ellos—como leon denodado:
de tres batallas de
moros—la una
[13] ha desbaratado,
mediante la buena
ayuda—que en los suyos ha hallado:
aunque algunos de
ellos mueren,—eterna fama han ganado.
Los moros son
infinitos,
[14] —al obispo habian cercado;
[p. 214] cansado de pelear—lo derriban del
caballo,
y los moros
victoriosos—a su rey lo han presentado.
(Argote de Molina,
Nobleza de Andalucia.—Canc. de Rom., s. a.,
folio 175.—
Canc. de Rom., 1550 fol. 183.—
Silva de 1550.
tomo I, fol. 98.)
[1]
82 a
(ROMANCE FRONTERIZO.—XVI)
(Al mismo asunto)
Ya se salen de Jaen—los trescientos hijosdalgo:
mozos codiciosos de honra,—pero más enamorados.
Por amor de sus amigas,—todos van juramentados
de llegar hasta Granada—y correrles todo el campo,
y no dar vuelta sin traer—algun moro en aguinaldo.
Un lunes por la mañana—parten todos muy lozanos,
con lanzas y con adargas—muy ricamente adrezados.
[p. 215] Todos visten oro y seda,—todos puñales dorados:
¡muy bravos caballos llevan—a la gineta ensillados!
Los jaeces son azules—de plata y oro broslados;
las reatas son listones—que sus damas les han dado.
Los mozos más orgullo—son don Juan Ponce y su hermano;
y también Pedro de Torres,—Diego Gil y su cuñado.
En medio de todos iban—cuátro viejos muy ancianos;
estos van diciendo a todos:—Perdémonos de livianos,
en querer ir a probar—donde hay moriscos doblados.—
Cuando esto oyó don Juan,—con gran enojo ha hablado:
—No debian ir en guerra—los hombres viejos cansados,
porque estorban los ardidos—y pónenlos embarazos:
si en Jaen quereis quedar,—quedaréis más descansados.—
Allí respondieron todos—de valientes y esforzados:
—No lo mande Dios del cielo—que de miedo nos volvamos,
que no queromos perder—la honra que hemos ganado.—
Llegados son a Granada,—dado han welta a todo el campo
ya que llevaban la presa,—de moros hueste ha asomado:
más de seis mil son de guerra,—que los estaban mirando.
Ven tocar los atambores,—ven pendones campeando,
ven poner los escuadrones—los de pie y los de caballo;
vieron mil moros mancebos,—tanto albornoz colorado;
vieron tanta yegua overa,—tanto caballo alazano,
tanta lanza con dos fierros,—tanto del fierro acerado,
tantos pendones azules—y de lunas plateados,
con tanta adarga ante pechos,—cada cual muy bien armado.
Los de Jaen esto viendo,—como mozos hijosdalgo,
parecióles que el huir—le seria mal contado:
aborreciendo las vidas—por no vivir deshonrados,
comenzaron a llamar—a voz alta, ¡Santiago!
y entráronse por los moros—con ánimo peleando.
Más han muerto de dos mil,—como leones, rabiando;
mas cargaron tantos moros,—que pocos han escapado:
doscientos y treinta y seis—han muerto y aprisionado,
por no seguir ni creer—los mozos a los ancianos.
(Timoneda, Rosa española.)
Jugando estaba el rey moro
[2] —y aun al ajedrez un dia,
[3]
con aquese buen
[4] Fajardo—con amor que le tenia.
Fajardo jugaba a Lorca,—y el rey moro
[5] Almería;
jaque le dió
[6] con el roque,—el alferez le
prendia.
[7]
A grandes voces dice el moro:
[8] —La villa de Lorca es
mia.—
Allí hablara
[9] Fajardo,—bien oireis lo que
decia:
[10]
—Calles, calles, señor rey,
[11] —no tomes la tal porfía,
[12]
que aunque me
[13] la ganases,—ella
[14] no se te daria:
caballeros tengo dentro—que te la defenderían.—
[15]
Allí hablara el rey moro,—bien oireis lo que decia:
[16]
—No juguemos más, Fajardo,—ni tengamos más
porfía,
que sois
[17] tan buen caballero,—que todo
el mundo os temia.
[18]
(Canc. de Rom., s
. a., fol. 185.—
Canc. de Rom, 1550, fol. 195.—
Silva de 1550, t. I, fol. 108.—Argote de
Molina,
Nobleza de
Andalucía.— Timoneda,
Rosa española.)
(ROMANCE FRONTERIZO.—XVIII)
De cómo el rey de Granada mandó prender al alcaide que perdió la plaza de Alhama, conquistada por el marqués de Cádiz. [1]
(Canc. de Rom., 1550 fol. 194.)
84 a
(ROMANCE FRONTERIZO.—XIX)
(Al mismo asunto)
—Moro alcaide, moro alcaide,—el de la vellida barba,
el rey te manda prender—por la pérdida de Alhama,
y cortarte la cabeza—y ponerla en el Alhambra,
porque a tí sea castigo—y otros tiemblen en miralla,
pues perdiste la tenencia—de una ciudad tan preciada.—
El alcaide respondia,—de esta manera les habla:
—Caballeros y hombres buenos,—los que regís a Granada,
decid de mi parte al rey—como no le debo nada;
yo me estaba en Antequera—en bodas de una mi hermana:
¡mal fuego queme las bodas—y quien a ellas me llamara!
El rey me dió su licencia,—que yo no me la tomara:
pedila por quince dias,—diómela por tres semanas.
[p. 218] De haberse Alhama perdido—a mí me pesa en el alma,
que si el rey perdió su tierra,—yo perdi mi honra y fama;
perdí hijos y mujer,—las cosas que más amaba;
perdí una hija doncella,—que era la flor de Granada.
El que la tiene cautiva,—marqués de Cádiz se llama:
cien doblas le doy por ella,—no me las estima en nada.
La respuesta que me han dado—es que mi hija es cristiana,
y por nombre le habian puesto—doña María de Alhama;
el nombre que ella tenia—mora Fátima se llama.—
Diciendo esto el alcaide—le llevaron a Granada,
y siendo puesto ante el rey,—la sentencia le fué dada:
que le corten la cabeza—y la lleven al Alhambra:
ejecutóse justicia,—así como el rey lo manda.
(Pérez de Hita,
Historia de los bandos de Cegríes, etc., donde
está llamado «un
sentido y antiguo romance.)
85
(ROMANCE FRONTERIZO.—XX)
Romance del rey moro que perdió Alhama
Paseábase el rey moro—por la ciudad de Granada;
cartas le fueron venidas [1] —como Alhama era ganada:
las cartas echó en el fuego,—y al mensajero matara.
Echó mano a sus cabellos,—y las [2] sus barbas mesaba;
apeóse de una mula,—y en un caballo cabalga.
Mandó tocar sus trompetas,—sus añafiles de plata,
porque lo oyesen los moros—que andaban [3] por el arada.
Cuatro a cuatro, cinco a cinco,—juntado se ha gran batalla.
Allí habló un moro viejo,—que era alguacil de Granada:
—¿A qué nos llamaste rey, [4] —a qué fué nuestra llamada?
—Para que sepais, amigos,—la gran pérdida de Alhama.
—Bien se te emplea, señor,—señor, bien se te empleaba,
por matar los Bencerrajes,—que eran la flor de Granada:
acogiste los judíos—de Córdoba la nombrada;
degollaste un caballero,—persona muy estimada;
muchos se te despidieron—por tu condición trocada.
—¡Ay si os pluguiese, mis moros,—que fuésemos a cobralla!
—Mas si, rey, a Alhama has de ir, [5] —deja buen cobro a Granada,
[p. 219] y para Alhama cobrar—menester es grande [1] armada,
que caballero está en ella—que sabrá muy bien guardalla.
—¿Quién es este [2] caballero—que tanta honra ganara? [3]
—Don Rodrigo es de Leon,—marques de Cáliz [4] se llama;
otro es Martin Galindo,—que primero echó el escala.— [5]
Luego se van para Alhama,—que de ellos no se da nada;
combátenla prestamente,—ella está bien defensada.
De que el rey no pudo más,—triste se volvió a Granada.
(Canc. de Rom., s. a., fol. 183.
—Canc. de Rom., 1550, fol. 193.—
Silva de 1550, t. I, fol.
106.—Timoneda,
Rosa española.)
85 a
(ROMANCE FRONTERIZO.—XXI)
(Al mismo asunto)
Paseábase el rey moro—por la ciudad de Granada,
desde la puerta de Elvira—hasta la de Vivarambla.
«¡Ay de mi Alhama!»—Cartas le fueron venidas
que Alhama era ganada:—las cartas echó en el fuego,
y al mensajero matara.—«¡Ay de mi Alhama!»
Descabalga de una mula,—y en un caballo cabalga;
por el Zacatin arriba—subido se habia al Alhambra.
«¡Ay de mi Alhama!»—Como en el Alhambra estuvo,
al mismo punto mandaba—que se toquen sus trompetas,
sus añafiles de plata.—«¡Ay de mi Alhama!»
Y que las cajas de guerra—apriesa toquen al arma,
porque lo oigan sus moros,—los de la Vega y Granada.
«¡Ay de mi Alhama!»—Los moros que el son oyeron
que al sangriento Marte llama,—uno a uno y dos a dos
juntado se ha gran batalla.—«¡Ay de mi Alhama!»
Allí habló un moro viejo,—de esta manera hablara:
—¿Para qué nos llamas, rey,—para qué es esta llamada?—
«¡Ay de mi Alhama!»—Habeis de saber, amigos,
una nueva desdichada:—que cristianos de braveza
ya nos han ganado Alhama!—«¡Ay de mi Alhama!»
Allí habló un alfaquí—de barba crecida y cana:
—¡Bien se te emplea, buen rey,—buen rey, bien se te empleara!
«¡Ay de mi Alhama!»—Mataste los Bencerrajes,
[p. 220] que eran la flor de Granada;—cogiste los tornadizos
de Córdoba la nombrada.—«¡Ay de mi Alhama!»
Por eso mereces, rey,—una pena muy doblada:
que te pierdas tú y el reino,—y aquí se pierda Granada—
«¡Ay de mi Alhama!»
(Pérez de Hita, Historia de los bandos de Cegríes, etc.)
85 b
(ROMANCE FRONTERIZO.—XXII)
(Al mismo asunto)
Por la ciudad de Granada—el rey moro se pasea,
desde la puerta de Elvira—llegaba a la Plaza Nueva.
Cartas le fueron venidas—que le dan muy mala nueva:
que le habian ganado Alhama—con batalla y gran pelea.
El rey con aquestas cartas—grande enojo recibiera:
al moro que se la trajo—mandó cortar la cabeza.
Las cartas hizo pedazos—con la saña que le ciega:
descabalga de una mula—y cabalga en una yegua.
Por la cal del Zacatín—al Alhambra se subiera:
trompetas manda tocar—y las cajas de pelea,
porque lo oyeran los moros—de Granada y de la Vega.
Uno a uno, dos a dos—gran escuadron se hiciera.
Cuando los tuviera juntos,—un moro allí le dijera:
—¿Para qué nos llamas, rey,—con trompa y caja de guerra?—
—Habréis de saber, amigos,—que tengo una mala nueva;
que la mi ciudad de Alhama—ya del rey Fernando era:
los cristianos la ganaron—con muy crecida pelea.—
Allí habló un alfaquí,—de esta suerte le dijera:
—Bien se te emplea, buen rey,—buen rey, muy bien se te emplea:
mataste los Bencerrajes,—que eran la flor de esta tierra,
acogiste los tornadizos—que de Córdoba vinieran,
y me parece buen rey,—que todo el reino se pierda,
y que se pierda Granada,—y que te pierdas con ella.
(Pérez de Hita, Historia de los bandos de Cegríes, etc.)
Romance de cómo, yendo el rey moro de Granada a Almería,
le mostró un tornadizo a
nuestra señora
[1]
Ya se salía [2] el rey moro—de Granada para [3] Almería,
con trescientos moros perros [4] —que lleva en su [5] compañía.
Jugando van de la lanza—hendo van [6] barragania;
cada cual iba hablando [7] —de las gracias de su amiga.
Allí habló un tornadizo,—que criado es en Sevilla: [8]
—Pues que [9] habeis dicho, señores,—decir quiero [10] de la mia:
blanca es y colorada [11] —como el sol cuando salia.— [12]
Allí hablara el rey moro,—bien oiréis lo que decia: [13]
—Tal amiga como aquesa [14] —para mi pertenescia.
—Yo te la daré, buen rey, [15] —si me otorgares la vida.
—Diésesmela tú, el morico, [16] —que otorgada te seria. [17]
Echara [18] mano a su seno,—sacó a la virgen María;
[p. 222] desque la vido el rey moro,—a la pared se volvia:
—Tomáme [1] luego este perro,—y llevámelo a Almería:
tales prisiones le echá, [2] —de ellas no salga en su vida.—
(Canc, de Rom., s . a., fol. 184.— Canc. de Rom., 1550, fol. 194.—
Silva de 1550, t. I, fol. 107.—Timoneda, Rosa española.)
87
(ROMANCE FRONTERIZO.—XXIV)
Romance del Maestre [3]
Por la vega de Granada—un caballero pasea
en un caballo morcillo—ensillado a la gineta:
adarga trae embrazada,—la lanza traia saangrienta
de los moros que habia muerto—antes de entrar en la Vega.
Los relinchos del caballo—dentro en el Alhambra suenan;
oídolo habian las damas—que están vistiendo a la reina:
salen de presto a mirar—por allí a ver quién pasea;
vieron que en su lado izquierdo—traia una cruz bermaja;
conocieron ser cristiano,—vanlo a decir a la reina.
La reina, cuando lo supo,—vistiérase muy de priesa;
acompañada de damas—asomóse a una azotea.
El Maestre la conoce,—bajado le ha la cabeza;
la reina le hace mesura,—y las damas reverencia.
Con un paje que allí estaba—le envía a decir, ¿qué espera?
El Maestre le responde:—Amigo, decí a su Alteza
que si caballero moro—hubiere que lo merezca,
que por servir a las damas—me venga a echar de la Vega.—
Oídolo ha Barbarin,—que quiere tomar la empresa;
las damas lo están armando,—mirándolo está la reina.
Muy gallardo sale el moro,—caballero en una yegua,
por las calles donde iba—va diciendo:—¡Muera, muera!—
Cuando fué junto al Maestre,—de esta suerte le dijera:
[p. 223] —Date por mi prisionero,—que a las damas y a la reina
he dejado prometido—de llevarles tu cabeza.
Si quieres ser mi captivo, les quitaré la promesa.—
El Maestre le responde—con voz alta y muy modesta:
—Cumple, a ser buen caballero,—si tú quieres, tal empresa.—
Apártanse uno de otro—con diligencia y presteza,
juegan muy bien de las lanzas,—arman muy buena pelea.
El Maestre era más diestro,—al moro muy mal hiriera:
el moro desesperado—las espaldas le volviera.
El Maestre le da voces, diciendo:—¡Cobarde, espera,
que te afrentarán las damas—si no cumples tu promesa!—
Y viendo que se le iba,—a más correr le siguiera,
enviándole con furia—la lanza por mensajera.
Acertádole habia al moro,—el moro en tierra cayera;
apeádose ha el Maestre,—y cortóle la cabeza.
Con un paje se la envía—a la reina, que la espera,
con un recaudo que dice:—Amigo, decí a la reina,
que pues el moro no cumple—la palabra que le diera,
que yo quedo en su lugar—para servir a su Alteza.
(T'inoneda, Rosa española.)
88
(ROMANCE FRONTERIZO.—XXV)
Romance del Maestre de Calatrava [1]
¡Ay Dios, qué buen
caballero—el Maestre de Calatrava!
¡cuán bien que
corre los moros—por la vega de Granada,
desde la puerta de
Elvira—hasta la de Bibarambla!
Con su brazo
arremangado—arrojara la su lanza.
Aquesta injuria que
hace—nadie osa demandalla;
cada dia mata
moros,—cada dia los mataba
vega abajo, vega
arriba,—¡oh, cómo los acosaba!
hasta a lanzadas
metellos—por las puertas de Granada.
Tiénenle tan grande
miedo—que nadie salir osaba,
nunca huyó a
ninguno,—a todos los esperaba;
hasta que a
espaldas vueltas—los hace entrar en Granada.
El rey con grande
temor—siempre encerrado se estaba,
no osa salir de
dia,—de noche bien se guardaba.
(Silva de
1550, t. II, fol. 74.)
Del Maestre de Calatrava [1]
¡Ay Dios, qué buen caballero—el Maestre de Calatrava!
¡Oh cuán bien corre los moros—por la vega de Granada
con trescientos caballeros,—todos con cruz colorada,
desde la puerta del Pino—hasta la Sierra-Nevada!
Por esa puerta de Elvira—arrojara la su [2] lanza:
las puertas eran de hierro,—de banda a banda las pasa, [3]
que no hay un [4] moro tan fuerte—que a demandárselo salga.
Oídolo ha Albayaldos [5] —en sus tierras donde estaba;
arma fustas y galeras,—por la mar gran gente armaba, [6]
sáleselo a recebir—el roy Chico de Granada.
—Bien vengais vos, [7] Albayaldos,—buena sea vuestra llegada:
si venís a ganar sueldo,—daros he paga doblada,
y si venís por mujer,—dárosla he muy galana.
—Muchas gracias, el buen rey,—por merced tan señalada,
que no vengo por mujer,—que la mia me bastaba; [8]
mas sí porque [9] me dijeron,—allende el mar donde estaba,
que ese malo del Maestre—tiene cercada a Granada,
y por servirte, buen rey,—traigo [10] yo toda esta armada.
—La verdad, dijo el rey moro, [11] —la verdad te fué contada,
que no hay moro en esta tierra—que lo espere cara a cara,
sino fuere el buen Escado [12] —que era alcaide del Alhama;
y una vez que le saliera—¡caro le costó a Granada!
veinte mil hombres [13] llevó,—y ninguno no tornara;
[p. 225] él encima de una yegua [1] —muy herido [2] se escapaba.
—¡Oh mal hubiese Mahoma—allá do dicen que estaba,
cuando un fraiile capilludo [3] —arrojó en Granada lanza! [4]
Diésedesme tú, [5] buen rey,—la gente que buena estaba,
los ginetes de Jaen,—los peones de tu casa,
que ese malo del Maestre—yo te lo traeré a Granada. [6]
—Calles, calles, Albayaldos,—no digas la tal palabra,
dijo un moro, que el Maestre [7] —es muy fuerte en las batallas, [8]
y si él en campo te toma—haráte temblar la barba.—
Respondiérale [9] Albayaldos—una muy fea palabra:
—¡Si no fuera por el rey [10] —diérate una bofetada!
—Esa bofetada, moro,—fuérate muy bien vengada,
que tres hijos tengo alcaides—en el reino de Granada:
el uno tengo en Guadix—y el otro lo [11] tengo en Baza,
y el otro le tengo en Lorca, [12] —esa villa muy nombrada,
y a mí, porque era muy viejo,—entregáronme al Alhama; [13]
y porque veas, perro moro,—si te fuera bien vengada.— [14]
El buen rey los puso en paz, [15] —que ninguno más no habla
sino Albayaldos, que pide—licencia le sea dada,
porque con su sola gente—quiere cumplir su palabra.
El rey se la concedió:—mucha gente le acompaña.
Por los campos de Jaen—todo el ganado robaba,
muchas vacas, mucha oveja,—y el pastor que lo guardaba;
mucho cristiano mancebo—y mucha linda cristiana.
A la pasada de un rio,—junto a la orilla del agua [16]
[p. 226] soltádosele ha un pastor [1] —de los que presos llevaba. [2]
Por las puertas de Jaen—al Maestre voces daba:
—¿Dónde estás tú, el Maestre? [3] —¿Qué es de tu noble compaña?
Hoy pierdes toda tu gloria,—y Albayaldos se la gana.—
Oídolo ha el Maestre—en sus palacios do estaba.
—Calles, calles tú, el pastor,—no digas la tal palabra,
que si hoy pierdo mi gloria, [4] —mañana será ganada.
¡Al arma, mis caballeros,—todo hombre, sus, al arma!— [5]
Luego que en campo se vido, [6] —a los suyos esforzaba;
a la bajada de un valle—por cima de una asomada [7]
vió como iba Albayaldos.—El Maestre que los viera,
de esta suerte razonaba:—A ellos, mis caballeros,
que ninguno se nos vaya.—Pone [8] piernas al caballo
y aprieta muy bien su lanza;—al primero que encontró
en tierra muerto le echara.—Andando en esta refriega [9]
con Albayaldos topara:—con la fuerza del Maestre
Albayaldos se desmaya.—Cae [10] muerto del caballo,
y así su vida acabara. [11] —Los suyos cuando esto vieron,
cada cual a huir se daba.
(Códice del siglo XVI.
En el
Romancero de Durán.—Timoneda,
Rosa
española.— Aquí comiençan seys romances: el primero es
de la mañana de Sant
Juan, etc.—Pliego suelto del siglo XVI.)
88 b
(ROMANCE FRONTERIZO.—XXVII)
(Al mismo asunto)
¡Ay Dios, qué buen caballero—el Maestre de Calatrava!
¡Qué bien que corre los moros—por la vega de Granada,
dende la puerta de Quiros—hasta la Sierra-Nevada!
[p. 227] Trescientos comendadores,—todos de cruz colorada:
dende la puerta de Quiros—les va arrojando la lanza.
Las puertas eran de pino,—de banda a banda las pasa:
res moricos dejó muertos—de los buenos de Granada,
que el uno ha nombre Alanese,—el otro Agameser se llama,
el otro ha nombre Gonzalo,—hijo de la renegada.
Sabido lo ha Albayaldos—en un paso que guardaba.
(Siguense ocho romances viejos.—Pliego suelto del siglo XVI,
En el Romancero de Durán.)
89
(ROMANCE FRONTERIZO.—XXVIII)
Romance de la muerte de Albayaldos
¡Santa Fe, cuán bien
pareces—en los campos de Granada!
que en ti están
duques y condes,—muchos senores de salva,
en ti estaba el
buen Maestre—que dicen de Calatrava,
éste a quien temen
los moros,—esos moros de Granada,
y aquese que las
corria,—picándolos con su lanza,
desde la puente de
Pinos—hasta la Sierra-Nevada,
y despues de bien
corrida—da la vuelta por Granada.
Hasta las puertas
de Elvira—llegó a hincar su lanza;
las puertas eran de
pino,—de claro en claro las pasa.
Sacábales los
captivos—que estaban en la barbacana,
tómales los
bastimentos—que vienen para Granada.
No tienen nigún
moro—que a demandárselo salga,
sino fuera un moro
viejo—que Penatilar
[1] se llama,
que salió con dos
mil moros,—y volvió huyendo a Granada.
Sabido lo ha
Albayaldos—allá allende do estaba,
hiciera armar un
navío,—pasara la mar salada.
Sálenselo a
recibir—esos moros de Granada,
allí se lo
aposentaban—en lo alto de la Alhambra.
Íbaselo a ver el
rey,—el rey Alijar de Granada:
—Bien
vengades, Albayaldos,—buena sea vuestra llegada.
Si venís a ganar
sueldo,—dároslo he de buena gana,
y si venís por
mujer,—dárseos ha mora lozana:
de tres hijas que
yo tengo,—dárseos ha la mas gallarda.
—¡Mahoma te
guarde, rey,—Alá sea la tu guarda!
que no vengo a
ganar sueldo,—que en mis tierras lo pagaba;
[p. 228] ni vengo a tomar mujer,—porque yo
casado estaba;
mas una nueva es
venida—de la cual a mí pesaba,
que vos corria la
tierra—el Maestre de Calatrava,
y que sin ningún
temor—hasta la ciudad llegaba,
y que por la puerta
de Elvira—atestaba la su lanza,
y que nadie de
vosotros—demandárselo osaba.
A esto vengo yo, el
rey,—a esto fué mi llegada,
para prender al
Maestre,—y traelle por la barba.—
Allí habló luego un
moro—que era alguacil de Granada:
—Calles,
calles, Albayaldos,—no digas la tal palabra,
que si vieses al
Maestre—temblar te hia la barba,—
porque es muy buen
caballero—y esforzado en la batalla.—
Cuando lo oyó
Albayaldos,—enojadamente habla:
—Calles,
calles, perro moro,—si no darte he una bofetada,
porque yo soy
caballero,—y cumpliré mi palabra.
—Si me la
das, Albayaldos,—serte ha bien demandada.—
El rey desque vió
esto—el guante en medio arrojara:
—Calledes
vos, alguacil,—no se os debe dar nada,
que Albayaldos es
mancebo;—no miró lo que hablaba.—
Allí hablara
Albayaldos,—al rey de esta suerte habla:
—Dédesme vos
dos mil moros,—los que a mí me agradaban,
y a ese fraile
capilludo—yo os le traeré por la barba.—
Diérale el rey dos
mil moros,—lo que él le señalara:
todos los toma
mancebos,—casado no le agradaba.
Sabídolo ha el
Maestre—allá en Santa Fe do estaba,
salióselos a
recibir—por aquella vega llana
con quinientos
comendadores,—que entonces más no alcanzaba.
A los primeros
encuentros—un comendador a pié anda;
Avendaño habia por
nombre,—Avendaño se llamaba.
Punchándole anda
Albayaldos—con la punta de la lanza,
a grandes voces
diciendo,—con su lanza ensangrentada:
—Dáte, dáte,
capilludo,—a la casa de Granada.
—¡Ni por vos,
el moro perro,—ni por la vuestra compaña!—
Ellos en aquesto
estando,—el Maestre que allegaba,
a grandes voces
diciendo:—¡Santiago! y ¡Calatrava!—
Álzase en los
estribos,—y la lanza le arrojaba;
dióle por el
corazon,—salido le había a la espalda.
Como ovejas sin
pastor—que andan descaminadas,
ansí andaban los
moros—desque Albayaldos faltara,
que de dos mil y
quinientos—-treinta solos escaparan,
los cuales vuelven
huyendo,—y se encierran en Granada.
Bien lo ha visto el
rey moro—de las torres donde estaba;
si miedo tenia de
antes,—mucho más allí cobrara.
(Silva de Rom. de 1550, t. II, f.
71.)
De Granada parte el moro—que Alatar se llamaba,
primo hermano de Bayaldos, [2] —el que el Maestre matara,
caballero en un caballo—que de diez años pasaba:
tres cristianos se le curan,—y él mismo le da cebada.
Una lanza con dos hierros—que de treinta palmos pasa: [3]
hízola aposta el moro [4] —para bien señorealla;
una adarga ante sus pechos—toda muza y cotellada,
una toca en su cabeza—que nueve vueltas le daba:
los cabos eran de oro,—de oro y seda de Granada; [5]
lleva el brazo arremangado,—sola la mano alheñada.
Tan sañudo iba el moro,—que bien demuestra [6] su saña,
que mientras pasa la puente,—jamás a Darro mirara.
Rogando iba a Mahoma,—y Alá le [7] suplicaba,
le demuestre algun cristiano—en que sangriente [8] su lanza.
Camino va de Antequera,—parecia que volaba:
solo va sin compañía—con una furiosa saña.
Antes que llegue a Antequera,—vido una seña cristiana:
vuelve riendas al caballo—y para allá [9] le guiaba:
la lanza iba blandiendo,—parecia que la quebraba.
Sáleselo [10] a recebir—el Maestre de Calatrava,
caballero en una yegua—que ese dia la ganara,
con esfuerzo y valentía—a ese alcaide del Alhama;
armado de todas armas,—hermoso se devisaba;
una veleta traia—en una lanza acerada.
[p. 230] Arremete el uno al otro,—el moro gran grito daba:
—¡Por Alá, perro cristiano,—te prenderé por la barba!
Y el Maestre entre sí mesmo—a Jesús se encomendaba.
Ya andaba cansado el moro,—su caballo ya cansaba;
el Maestre, que es valiente,—muy gran esfuerzo tomara.
Acometió recio al moro,—la cabeza le cortara;
el caballo, que era bueno,—al rey se lo presentara,
la cabeza en el arzon,—porque supiese la causa.
(Silva de
1550, t. II, fol. 74.—Timoneda,
Rosa española.—
Aquí
comiençan seys romances: el primero es de la mañana
de sant
Juan, etc.—Pliego suelto del siglo XVI.)
[1]
91
(ROMANCE FRONTERIZO.—XXX)
Romance de cómo fué preso el rey Chiquito de Granada, y despues rescatado [2]
(Canc. de Rom., ed. de Medina, 1570.—Timoneda, Rosa española.)
92
(ROMANCE FRONTERIZO.—XXXI)
Llegan nuevas a Granada de que el ejército cristiano se aproxima para sitiarla
(Pérez de Hita, Historia de los bandos de Cegríes, etc.)
92 a
(ROMANCE FRONTERIZO.—XXXII)
(Al mismo asunto)
Al rey Chico de
Granada—mensajeros le han entrado;
entran por la
puerta Elvira,—y en el Alhambra han parado.
Ese que primero
llega—es ese Cegri nombrado,
con una marlota
negra,—señal de lato mostrando.
Las rodillas por el
suelo,—de esta manera ha hablado:
—Nuevas te
traigo, señor,—de dolor en sumo grado:
por este fresco
Genil—un campo viene marchando,
todo de lucida
gente;—las armas van relumbrando.
Las banderas traen
tendidas,—y un estandarte dorado.
El general de esta
gente—se llama el rey don Fernando;
en el estandarte
traen—un Cristo crucificado.
[p. 233] Todos hacen juramento—morir por el
Figurado,
y no salir de la
vega,—ni atras volver un paso
hasta ganar a
Granada—y tenerla a su mandado.
Y tambien viene la
reina,—mujer del rey don Fernando,
la cual tiene tanto
esfuerzo,—que anima a cualquier soldado.
Yo vengo herido,
buen rey,—un brazo traigo pasado,
y un escuadron de
tus moros—ha sido desbaratado;
todo el campo de
Alhendin—queda roto y saqueado.—
Estas palabras
diciendo,—cayó el Cegrí desmayado:
mucho lo sintió el
rey moro;—del gran dolor ha llorado.
Quitáron de allí al
Cegrí—y a su casa lo llevaron.
(Pérez de Hita , Historia de los bandos de Cegríes, etc.)
Cercada está Santa Fe—con mucho lienzo encerado,
al derredor muchas tiendas—de seda, oro y brocado,
donde están duques y condes,—señores de grande estado,
y otros muchos capitanes—que lleva el rey don Fernando,
todos de valor crecido,—como ya habreis notado
en la guerra que se ha hecho—contra el granadino estado;
cuando a las nueve del dia—un moro se ha demostrado
encima un caballo negro—de blancas manchas manchado,
cortados ambos hocicos,—porque lo tiene enseñado
el moro que con sus dientes—despedace a los cristianos.
El moro viene vestido—de blanco, azul y encarnado,
y debajo esta librea—trae un muy fuerte jaco,
y una lanza con dos hierros—de acero muy bien templado,
y una adarga hecha en Fez—de un ante rico estimado.
Aqueste perro, con befa,—en la cola del caballo,
la sagrada Ave María—llevaba, haciendo escarnio.
Llegando junto a las tiendas,—de esta manera ha hablado:
—¿Cuál será aquel caballero—que sea tan esforzado
que quiera hacer conmigo—batalla en aqueste campo?
Salga uno, salgan dos,—salgan tres o salgan cuatro:
el alcaide de los donceles—salga, que es hombre afamado;
[p. 234] salga ese conde de Cabra,—en guerra experimentado;
salga Gonzalo Fernandez,—que es de Córdoba nombrado,
o si no, Martin Galindo,—que es valeroso soldado;
salga ese Portocarrero,—señor de Palma nombrado,
o el bravo don Manuel—Ponce de Leon llamado,
aquel que sacara el guante—que por industria fué echado
donde estaban los leones,—y él le sacó muy osado; [1]
y si no salen aquestos,—salga el mismo rey Fernando,
que yo le daré a entender—si soy de valor sobrado.—
Los caballeros del rey—todos le están escuchando:
cada uno pretendia—salir con el moro al campo.
Garcilaso estaba allí,—mozo gallardo, esforzado;
licencia le pide al rey—para salir al pagano.
—Garcilaso, sois muy mozo—para emprender este caso;
otros hay en el real—para poder encargarlo.—
Garcilaso se despide—muy confuso y enojado,
por no tener la licencia—que al rey habia demandado.
Pero muy secretamente—Garcilaso se habia armado,
y en un caballo morcillo—salido se había al campo.
Nadie le ha conocido,—porque sale disfrazado;
fuése donde estaba el moro,—y de esta suerte le ha hablado:
—¡Ahora verás, el moro,—si tiene el rey don Fernando
caballeros valerosos—que salgan contigo al campo!
Yo soy el menor de todos,—y vengo por su mandado.—
El moro cuando le vió—en poco le habia estimado,
y díjole de esta suerte:—Yo no estoy acostumbrado
a hacer batalla campal—sino con hombres barbados:
vuélvete, rapaz, le dice,—y venga el mas estimado.—
Garcilaso con enojo—puso piernas al caballo;
arremetió para el moro,—y un gran encuentro le ha dado.
El moro que aquesto vió,—revuelve así como un rayo:
comienzan la escaramuza—con un furor muy sobrado.
Garcilaso, aunque era mozo,—mostraba valor sobrado;
dióle al moro una lanzada—por debajo del sobaco:
el moro cayera muerto,—tendido le habia en el campo.
Garcilaso con presteza—del caballo se ha apeado:
cortárale la cabeza—y en el arzon la ha colgado:
quitó el Ave-María—de la cola del caballo:
hincado de ambas rodillas,—con devoción la ha besado,
y en la punta de su lanza—por bandera la ha colgado.
Subió en su caballo luego,—y el del moro habia tomado.
Cargado de estos despojos,—al real se habia tornado,
do estaban todos los grandes,—tambien el rey don Fernando.
[p. 235] Todos tienen a grandeza—aquel hecho señalado;
tambien el rey y la reina—mucho se.han maravillado
en ser Garcilaso mozo—y haber hecho un tan gran caso;
Garcilaso de la Vega—desde alli se ha intitulado,
porque en la Vega hiciera—campo con aquel pagano.
(Pérez de Hita, Historia
de los bandos de Cegríes, etc. Donde
este romance está llamado antiguo.)
—¿Cuál será aquel caballero—de los mios más preciado,
que me traiga la cabeza—de aquel moro señalado
que delante de mis ojos—a cuatro ha lanceado,
pues que las cabezas trae—en el pretal del caballo?—
Oídolo ha don Manuel,—que andaba allí paseando,
que de unas viejas heridas—no estaba del todo sano.
Apriesa pide las armas,—y en un punto fué armado,
y por delante el corredor—va arremetiendo el caballo.
Con la gran fuerza que puso,—la sangre le ha reventado:
gran lástima le han las damas—de velle que va tan flaco.
Ruéganle todos que vuelva;—mas él no quiere aceptarlo.
Derecho va para el moro,—que está en la plaza parado.
El moro desque lo vido,—de esta manera ha hablado:
—Bien sé yo, don Manuel,—que vienes determinado,
y es la causa conocerme—por las nuevas que te han dado;
mas, porque logres tus dias,—vuélvete y deja el caballo,
que soy yo el moro Muza,—ese moro tan nombrado:
soy de los Almoradíes,—de quien el Cid ha temblado.
[p. 236] —Yo te lo agradezco, moro,—que de mí tengas cuidado,
que pues las damas me envían,—no volveré sin recaudo.—
Y sin hablar más razones,—entrambos se han apartado,
y a los primeros encuentros—el moro deja el caballo,
y puso mano a un alfanje,—como valiente soldado.
Fuése para don Manuel,—que ya le estaba aguardando;
mas don Manuel, como diestro,—la lanza le habia terciado.
Vara y media queda fuera,—que le queda blandeando,
y desque muerto lo vido,—apeóse del caballo.
Cortádole ha la cabeza,—y en la lanza la ha hincado,
y por delante las damas—al buen rey la ha presentado.
(Romance de D. Manuel, glosado por Padilla.—Pliego suelto
del siglo XVI en el Romancero general del Sr.
Durán.)
95
(ROMANCE FRONTERIZO.—XXXV)
Romance de don Alonso de Aguilar
Estando el rey don Fernando—en conquista de Granada
con valientes capitanes—de la nobleza de España:
armados estaban todos—de ricas y fuertes armas. [1]
El rey los llama [2] en su tienda—un lunes por la mañana.
Desque los tuviera juntos,—de esta manera les habla:
—¿Cuál será aquel caballero—que, por ensalzar su fama,
mostrando su gran esfuerzo—sube a la sierra mañana?— [3]
Unos a otros se miran,—el sí ninguno le daba,
que la ida es peligrosa,—mucho más en la tornada; [4]
con el temor que tienen—a todos tiembla la barba.
Levantóse don Alonso—que de Aguilar se llamaba.
—Yo subiré allá, buen rey, [5] —desde [6] ahora lo aceptaba;
tal empresa como aquesa—para mí estaba guardada.
Quiero morir o vencer—aquesa gente pagana:
que si Dios me da salud [7] —la injuria será vengada.—
Armóse luego ante el rey—de las sus armas preciadas;
saltó sobre un gran caballo,—y su escudo embrazara;
[p. 237] gruesa lanza con dos hierros—en la su mano llevaba.
Valiente va don Alonso,—su esfuerzo gran temor daba;
van con él sus caballeros,—toda su noble compaña. [1]
Entre moros y cristianos—se traba [2] cruel batalla:
los moros, como son muchos,—a los cristianos maltratan.
Huyendo van los cristianos,—huyendo por una playa.
Esfuérzalos don Alonso—diciendo tales palabras:
—¡Vuelta, vuelta, caballeros,—vuelta, vuelta a la batalla!
que aunque ellos eran muchos, [3] —cobarde es el que desmaya.
Acordaos del gran esfuerzo—de la gente castellana.
Mejor es aquí morir—ejercitando las armas,
que no vivir con deshonra—con vida tan aviltada:
que muriendo viviremos,—pues vivirá nuestra fama,
que la vida presto muere,—la honra mucho duraba.—
Con estas palabras todos—muy gran esfuerzo tomaban; [4]
murieron [5] como valientes,—ninguno con vida escapa.
Solo queda don Alonso,—el cual, blandiendo su lanza,
se mete [6] entre los moros—con crecida y grande [7] saña;
a muchos quita la vida;—a otros muy mal los llaga.
En torno lo cercan moros—con grita y gran algazara.
Tantos moros tiene muertos,—que sus cuerpos lo amparaban.
Cércanlo de todas partes,—muy malamente [8] lo llagan;
siete lanzadas tenia,—todas el cuerpo le pasan.
Muerto yace don Alonso,—su sangre la tierra baña.
Llorando está, llorando—una captiva cristiana
que cuando niño pequeño—a sus pechos le criara.
Estaba cerca del cuerpo [9] —arañando la su cara;
tanto llora la captiva,—que de llorar se desmaya,
y despues de vuelta en sí—con don Alonso se abraza,
besaba el cuerpo defunto,—en lágrimas lo bañaba,
torcia sus blancas manos,—los ojos al cielo alzaba,
los gritos que estaba dando—junto a los cielos llegaban,
las lástimas que decia—los corazones traspasan:
—¡Don Alonso, don Alonso!—¡Dios perdone la tu alma!
que te mataron los moros,—los moros del Alpujarra:
no se tiene por buen moro—quien no te daba lanzada.
[p. 238] Lloren todos como yo,—lloren tu muerte temprana,
llórete el rey don Fernando,—tu vida poco lograda,
llore Aguilar y Montilla—tal señor como le matan,
lloren todos los cristianos—pérdida tan lastimada; [1]
llore ese Gran Capitán—pérdida tan señalada,
que muerte de tal hermano—razon es, la gima y plaña:
que tu esfuerzo tan Crecido—esta muerte te causara.
Dechado tomen los buenos—para tomar noble fama,
pues murió como valiente,—y no en regalos de damas; [2]
murió como caballero,—matando gente pagana.—
Y estas palabras diciendo,—otra vez se traspasaba.
Llegó allí un moro viejo,—la barba crecida y cana.
—No quiera Alá, dijo a voces, [3] —a ti [4] más ofensa se haga.—
Echó mano a un alfanje,—la cabeza le cortara;
tomóla por los cabellos,—para su rey la llevaba,
diciendo:—Tal caballero—esforzado y de tal fama,
no es justo siendo muerto,—que tal [5] baldon se le haga.—
El rey moro que lo vido,—gran pesar de ello cobrara;
el cuerpo manda [6] traer—de allí donde muerto estaba.
Enviólo al rey don Fernando,—y la cabeza cortada;
el rey hubo gran placer—en que muerto le cobraba,
que puesto que [7] alli muriera,—su fama siempre volaba.
(I. Nueva glosa
fundada sobre aquel antiguo y verdadero
romance de: «Alora
la bien cercada», etc.—Pliego suelto del
siglo
XVI.—2. Romance de D. Alonso de Aguilar, etc.—Pliego
suelto del siglo
XVI.)
95 a
(ROMANCE FRONTERIZO.—XXXVI)
(Al mismo asunto)
Estando el rey don Fernando—en conquista de Granada,
donde están duques y condes—y otros señores de salva,
con valientes capitanes—de la nobleza de España,
desque la hubo ganado, a sus capitanes llama.
Cuando los tuviera juntos,—de esta manera les habla:
[p. 239] —¿Cuál de vosotros, amigos,—irá a la sierra mañana
a poner el mi pendon—encima del Alpujarra?—
Mirábanse unos a otros,—y ninguno el sí le daba,
que la ida es peligrosa—y dudosa la tornada,
y con el temor que tienen,—a todos tiembla la barba,
si no fuera a don Alonso—que de Aguilar se llamaba.
Levantóse en pié ante el rey;—de esta manera le habla;
—Aquesta empresa, señor,—para mi estaba guardada,
que mi señora la reina—ya me la tiene mandada.—
Alegróse mucho el rey—por la oferta que le daba.
Aun no era amanecido—con Alonso ya cabalga
con quinientos de a caballo,—y mil infantes llevaba.
Comienza a subir la sierra—que llamaban la Nevada.
Los moros que lo supieron—ordenaron gran batalla,
y entre ramblas y mil cuestas—se pusieron en parada.
La batalla se comienza—muy cruel y ensangrentada;
porque los moros son muchos,—tienen la cuesta ganada:
aquí la caballería—no podia hacer nada,
y ansí con grandes peñascos—fué en un punto destrozada.
Los que escaparon de aquí—vuelven huyendo a Granada
Don Alonso y sus infantes—subieron a una llanada;
aunque quedan muchos muertos—en una rambla y cañada,
tantos cargan de los moros,—que a los cristianos mataban.
Solo queda don Alonso,—su compaña es acabada:
pelea como un leon,—mas su esfuerzo vale nada,
porque los moros son muchos—y ningun vagar le daban.
En mil partes ya herido,—no puede mover la espada;
de la sangre que ha perdido—don Alonso se desmaya.
Al fin cayó muerto en tierra,—a Dios rindiendo su alma:
no se tiene por buen moro—el que no le da lanzada.
Lleváronle a un lugar—que es Ojicar la nombrada;
alli le vienen a ver—como a cosa señalada.
Miranle moros y moras,—de su muerte se holgaban.
Llorábale una cautiva,—una cautiva cristiana,
que de chiquito en la cuna—a sus pechos le criara.
A las palabras que dice,—cualquiera mora lloraba:
—Don Alonso, don Alonso,—Dios perdone la tu alma,
que te mataron los moros,—los moros de la Alpujarra.
(Pérez de Hita, Historia de los bandos de Cegríes, etc.) [1]
(ROMANCE FRONTERIZO.—XXXVII)
Romance de Sayavedra
¡Rio-Verde, Río-Verde,—más negro vas que la tinta!
entre tí y Sierra-Bermeja—murió gran caballería.
Mataron a Ordiales,—Sayavedra huyendo iba;
con el temor de los moros—entre un jaral se metia.
Tres dias ha, con sus noches,—que bocado no comia;
aquejábale la sed—y la hambre que tenia.
Por buscar algun remedio—al camino se salia:
visto lo habian los moros—que andan por la Serranía.
Los moros desque lo vieron,—luego para él se venian.
Unos dicen:—¡Muera, muera!—otros dicen:—¡Viva, viva!
Tómanle entre todos ellos;—bien acompañado iba.
Allá le van a presentar [1] —al rey de la morería.
Desque el rey moro lo vido—bien oiréis lo que decia:
—¿Quién es ese caballero—que ha escapado con la vida?
—Sayavedra es, señor,—Sayavedra el de Sevilla,
el que mataba tus moros—y tu gente destruia,
el que hacia cabalgadas—y se encerraba en su manida.—
Allí hablara el rey moro,—bien oiréis lo que decia: [2]
—Dígasme tú, Sayavedra,—si Alá te alargue la vida,
si en tu tierra me tuvieses,—¿qué honra tú me harias?—
Allí habló Sayavedra,—de esta suerte le decia:
—Yo te lo diré, señor,—nada no te mentiria:
si cristiano te tornases,—grande honra te haria;
y si así no lo hicieses,—muy bien te castigaria:
la cabeza de los hombros—luego te la cortaria.
—Calles, calles, Sayavedra,—cese tu malenconia;
tórnate moro si quieres,—y verás qué te daria.
Darte he villas y castillos,—y joyas de gran valía.—
[p. 241] Gran pesar ha Sayavedra—de esto que decir oia. [1]
Con una voz rigurosa,—de esta suerte respondia:
—Muera, muera, Sayavedra;—la fe no renegaria,
que mientras vida tuviere,—la fe yo defenderia.—
Allí hablara el rey moro,—y de esta suerte decia:
—Prendeldo, mis caballeros,—y dél me haced justicia.—
Echó mano a su espada,—de todos se defendia;
mas como era uno solo,—allí hizo fin su vida.
(Canc. de Rom., s . a., fol. 174.— Canc. de Rom., 1550 , fol. 182.
Silva de 1550, tomo I, fol. 97.)
96 a
(ROMANCE FRONTERIZO.—XXXVIII)
(Al mismo asunto)
¡Rio-Verde, Rio-Verde!—tinto vas en sangre viva;
entre tí y Sierra-Bermeja—murió gran caballería.
Murieron duques y condes,—señores de gran valía;
allí murió Urdiales,—hombre de valor y estima.
Huyendo va Sayavedra—por una ladera arriba;
tras dél iba un renegado,—que muy bien lo conocia.
Con algazara muy grande,—de esta manera decia:
—Date, date, Sayavedra—que muy bien te conocia:
bien te vide jugar cañas—en la plaza de Sevilla,
y bien conocí tus padres—y a tu mujer doña Elvira.
Siete años fuí tu cautivo,—y me diste mala vida;
ahora lo serás mio,—o me ha de costar la vida.—
Sayavedra que lo oyera,—como un leon revolvía;
tiróle el moro un cuadrillo,—y por alto hizo via.
Sayavedra con su espada—duramente lo heria:
cayó muerto el renegado—de aquella grande herida;
Cercaron a Sayavedra—mas de mil moros que habia;
hiciéronle mil pedazos—con saña que dél tenian.
Don Alonso en este tiempo—muy gran batalla hacia:
el caballo le habian muerto,—por muralla le tenia,
y arrimado a un gran peñon—con valor se defendia.
Muchos moros tiene muertos;—mas muy poco le valia,
porque sobre él cargan muchos—y le dan grandes heridas,
tantas, que allí cayó muerto—entre la gente enemiga.
[p. 242] Tambien el conde de Ureña,—mal herido en demasia,
se sale de la batalla,—llevado por una guia
que sabia bien la senda,—que de la sierra salia;
muchos moros deja muertos,—por su grande valentía.
Tambien algunos se escapan—que al buen conde le seguian.
Don Alonso quedó muerto,—recobrando nueva vida
con una fama inmortal—de su esfuerzo y su valía.
(Pérez de Hita, Historia de los bandos de Cegríes, etc.)
—Rio-Verde, Rio-Verde!—¡cuánto cuerpo en ti se baña
de cristianos y de moros—muertos por la dura espada!
Y tus ondas cristalinas—de roja sangre se esmaltan;
entre moros y cristianos—se trabó muy gran batalla.
Murieron duques y condes,—grandes señores de salva,
murió gente de valía—de la nobleza de España.
En ti murió don Alonso,—que de Aguilar se llamaba;
el valeroso Urdiales—con don Alonso acababa.
Por una ladera arriba—el buen Sayavedra marcha:
natural es de Sevilla,—de la gente mas granada;
tras dél iba un renegado,—de esta manera le habla:
—Date, date Sayavedra,—no huigas de la batalla;
yo te conozco muy bien;—gran tiempo estuve en tu casa,
y en la plaza de Sevilla—bien te vide jugar cañas;
conozco tu padre y madre—y a tu mujer doña Clara.
Siete años fuí tu cautivo;—malamente me tratabas,
y ahora lo serás mio,—si Mahoma me ayudara,
y tan bien te trataré—como tú a mí me tratabas.—
Sayavedra, que lo oyera,—al moro volvió la cara.
Tiróle el moro una flecha,—pero nunca le acertara;
mas hirióle Sayavedra—de una herida muy mala.
Muerto cayó el renegado,—sin poder hablar palabra.
[p. 243] Sayavedra fué cercado—de mucha mora canalla,
y al cabo quedó allí muerto—de una muy mala lanzada.
Don Alonso en este tiempo—bravamente peleaba;
el caballo le habian muerto,—y lo tiene por muralla;
mas cargan tantos de moros,—que mal lo hieren y tratan;
de la sangre que perdia,—don Alonso se desmaya:
al fin, al fin, cayó muerto—al pié de una peña alta.
También el conde de Ureña,—mal herido, se escapaba,
guiábalo un adalid,—que sabe bien las entradas.
Muchos salen tras el conde,—que le siguen las pisadas:
muerto queda don Alonso,—eterna fama ganara.
(Pérez de Hita, Historia. de los bandos de Cegríes, etc.)
97
(ROMANCE FRONTERIZO.—XL)
(La toma de Galera)
Mastredajes,
marineros—de Huéscar y otro lugar
han armado una
galera—que no la hay tal en la mar.
no tiene velas ni
remos,—y navega, y hace mal,
el castillo de la
popa—tiene muy bien que mirar.
La carena es una
peña—muy fuerte para espantar;
¡quien pudo
galafatarla,—bien sabe galafatar!
No lleva estopa ni
brea,—y el agua no puede entrar,
sino por
escotillon,—hecho a costa principal.
Marinero que la
rige—sarracino es natural,
criado acá en
nuestra España—por su mal y nuestro mal:
Abenhozmin ha por
nombre,—y es hombre de gran caudal.
Confiado en su
Galera,—va diciendo este cantar:
«¡Galera, la mi
Galera,—Dios te me guarde de mal,
de los peligros del
mundo,—y del principe don Juan,
y de su gente
española,—que te viene a conquistar!
Si de este golfo me
saca—delante pienso pasar
a la vuelta de
Toledo,—Madrid y el Escorial:
El Pardo y
Aranjuez—los presumo visitar,
y llegar a las
Asturias,—do otra vez pudo llegar
Abenhozmin mi
pasado,—que vino de allende el mar,
y poseyó las
Españas—casi mil años, o mas.»
Estas palabras
diciendo,—la galera fué a encallar;
no puede ir
adelante,—ni puede volver atras.
Cristianos la
rodearon—para haberla de tomar;
toda es gente
belicosa,—con ellos el gran don Juan.
[p. 244] Comienzan de combatirla—y ella
quiere pelear
sin darse a ningun
partido—antes quiere alli acabar.
Fuertemente la
combate—el de Austria sin la dejar;
con cañones
reforzados—comienza a cañonear.
Poco vale
combatirla,—que es fuerte para espantar,
hasta que la
arrojan dentro—pólvora, fuego, alquitran,
con que la dan
cruda guerra—y al fin la hacen volar:
así acabó esta
galera—sin poder mas navegar.
(Pérez de Hita, Guerras civiles, etc., 2.ª- parte.) [1]
[p. 245] SECCIÓN DE ROMANCES
SOBRE LA HISTORIA PARTICULAR DE LOS REINOS
DE NAVARRA, ARAGÓN Y NÁPOLES
98
Del rey don Juan, que perdió a Navarra
Los aires andan contrarios,
[1] —el sol eclipse hacia,
la luna perdió su lumbre,—el norte no parecia,
cuando el triste rey don Juan—en la su cama yacia,
[2]
cercado de pensamientos,—que valer no se podia.
—¡Recuerda, buen rey, recuerda,—llorarás tu
mancebía!
¡Cierto no debe
[3] dormir—el que sin dicha nacia!
—¿Quién eres tú, la doncella?—dímelo por
cortesía.
[4]
—A mí me llaman Fortuna,—que busco tu compañía.
—¡Fortuna, cuánto me sigues,—por la gran desdicha
mia,
apartado de los mios,—de los que yo más queria!
¿Qué es de ti, mi nuevo amor,
[5] —qué es de ti, triste hija mia?
[6]
que en verdad hija tú tienes,—Estella, por nombradía.
¿Qué es de tí, Olito y Tafalla?-¿que es de mi genealogía?
¡Y ese castillo de Maya—que el duque
[7] me lo tenia!
Pero
[8] si el rey
[9] no me ayuda,—la vida me
costaria.
[10]
(Pliego suelto del siglo XVI (al ejemplar de que nos hemos aprovechado ha faltado la portada;—véase su descripción en la obra de F. Wolf, Ueber eine Sammlung span. Rom. in fliegenden Blättern auf Universitäts-Bibliothek zu Prag.: pág. 11, No. XLIV).—Aqui comiençan seys romances. El primero del rey don Pedro, etc. Pliego suelto s. l. ni a. del siglo XVI.) [11]
Romance del rey Ramiro (de Aragon) [1]
Ya se asienta el rey Ramiro,—ya se asienta a sus
yantares;
los tres de sus adalides—se le pararon delante;
al uno llaman Armiño,—al otro llaman Galvan,
al otro Tello, lucero—que los adalides trae.
—Manténgaos Dios, señor,—adalides, bien vengades:
¿qué nuevas me traedes
[2] —del campo de Palomares?
—Buenas las traemos, señor,—pues que venimos acá:
siete dias anduvimos—que nunca comimos pan,
ni los caballos cebada,—de lo que nos pesa mas;
ni entramos en poblado,—ni vimos con quien hablar,
sino siete cazadores—que andaban a cazar.
Que nos pesó o
[3] nos plugo,—hubimos de pelear:
los cuatro de ellos matamos,—los tres traemos acá,
y si lo creeis, buen rey,—si no, ellos lo
dirán.—
(Can. de Rom., s. a., fol. 232.—Can. de Rom.,
1550, fol. 246.—
Silva de 1550, t. I, 155.)
De la reina María de Aragon [1]
(Cancionero de Lope
de Stúñiga, hecho en 1448, manuscrito,
de donde han sacado y
publicado por primera vez este
romance los
señores Gayangos y Vedia en las adiciones a
su traducción de
la Historia
de la literatura española del señor
Ticknor. Tomo I,
pág. 509 y 510.)
[1]
101
Romance del rey de Aragon [2]
Miraba de Campo-Viejo—el rey de Aragon un dia,
miraba la mar de España—cómo menguaba y crecia;
miraba naos y galeras,—unas van y otras venian:
unas venian de armada,—otras de mercadería;
unas van la via de Flandes,—otras la de Lombardía.
Esas que vienen de guerra—¡oh cuán bien le parecian! [3]
Miraba la gran cindad—que Nápoles se decia;
miraba los tres castillos—que la gran ciudad tenia:
Castel Novo y Capuana, [4] —Santelmo, que relucia,
aqueste relumbra entre ellos—como el sol de mediodia.
Lloraba de los sus ojos,—de la su boca decia:
—¡Oh ciudad, cuánto me cuestas—por la gran desdicha mia!
[p. 249] cuéstasme duques y condes,—hombres de muy gran valía; [1]
cuéstasme un tal hermano, [2] —que por hijo [3] le tenia;
de esotra gente menuda [4] —cuento ni par no tenia;
cuéstasme veinte y dos años,—los mejores de mi vida;
que en ti me nacieron barbas,—y en ti las encanecía.
(Silva de 1550. t.
II, fol. 78.
—Floresta de var. rom.— Glosa
agora nuevamente
compuesta a un romance muy antiguo
que comiença:
«quan traydor eres Marquillos»: con otra glosa
al romance de:
«Miraua de campo viejo», etc.—Pliego suelto
del siglo
XVI.)
101 a
(Al mismo asunto)
Miraba de Campo-Viejo—el rey de Aragon un dia,
miraba la mar de España—cómo menguaba y crecia;
mira naos y galeras,—unas van y otras venian:
unas cargadas de sedas,—y otras de ropas finas,
unas van para Levante,—otras van para Castilla.
Miraba la gran ciudad—que Nápoles se decia
—¡Oh ciudad, cuánto me cuestas—por la gran
desdicha mia
[5]
Cuéstasme veinte y un años,
[6] —los mejores de mi vida,
cuéstasme un tal hermano—que mas que un Hector valia,
querido de caballeros—y de damas de valía;
cuéstasme los mis tesoros,—los que guardados tenia;
cuéstasme un pajecico—que más que a mí lo quería.
(Canc. de Rom., s . a., fol. 266.— Canc. de Rom., 1550, fol. 274.)
La triste reina de Nápoles—sola va sin compañía,
va llorando y gritos dando—do su mal contar podia:
—¡Quién amase la tristeza—y aborreciese
alegría,
porque sepan los mis ojos—cuanto lloro yo tenia!
Yo lloré el rey mi marido,
[1] —las cosas que yo más queria:
lloré al príncipe don Pedro,
[2] —que era la flor de Castilla.
Vínome lloro tras lloro,—sin haber consuelo un dia.
Yo me estando en estos lloros,—vínome mensajería
de aquese buen rey de Francia,
[3] —que el mi reino me pedia.
Subiérame a una torre,—la mas alta que tenia:
vi venir siete galeras—que en mi socorro venian,
dentro venia un caballero,—almirante de Castilla.
¡Bien vengas, el caballero,—buena sea tu
venida!—
(Can. de Rom., s . a., fol. 262.)
102 a
Romance de la reina de Nápoles. [4] —II
Emperatrices y reinas—que [5] huís del alegria,
la triste reina de Nápoles—busca vuestra compañía.
Va diciendo y gritos dando:—De mi mal contar podria
quien amase a la tristeza—y olvidase el alegría,
porque viesen los mis ojoc el daño que les venia,
en perder un tal marido—que jamás no cobraria.
[p. 251] Lloren damas y doncellas—la reina que en tal se via: [1]
quien pensó tener consuelo,—mal tras mal le combatia.
Un año habia y mas—que este mal a mí seguia;
vínome lloro tras lloro—sin haber descanso [2] un dia.
Yo lloré al rey Alfonso [3] —por la muerte que moria,
yo [4] lloré a su hermano [5] —que otro hijo [6] no habia.
Lloré al príncipe don Juan—cuando fraile se metia. [7]
Estando en estas congojas—vínome [8] mensajería:
que ese rey de los Franceses—el mi reino me pedia,
porque dice que fué suyo—y que a él pertenecia.
Un consuelo me quedaba—para mi postrimería:
estos fueron [9] dos hermanos,—rey y reina de Castilla.
Demandéles yo socorro—que de grado les placia;
subiérame a [10] una torre,—la mas alta que tenia, [11]
para ver si vienen velas—de este reino que decia.
Vi venir unas galeras, [12] —y unas naos vizcainas;
mas el tiempo fuera tal,—que mi dicha lo [13] desvía;
que las galeras y naos [14] —vueltas son para Castilla.—
Ya despues de esto pasado [15] —estas y otras mas venian, [16]
en ellas viene un caballero [17] —de la noble Andalucía.
Este fué [18] Gonzalo Hernandez—con muy gran caballería.
Quiera [19] Dios de le guardar—de muy mala compañía. [20]
[p. 252] y a la reina que es de Nápoles—su muy alta señoría,
y dejar [1] vivir alegre—en los dias de su vida.
(
Silva de 1550 t. II, fol. 76.—Núm. I. Glosa del
romance que
dice: «Afuera, afuera Rodrigo». Con otras coplas
y villancicos.—
Pliego suelto del siglo XVI. Núm. 2. Aquí
comienzan las coplas de
Madalenica, etc.—Pliego suelto del siglo
XVI.— En el
Romancero
del Sr. Durán.)
102 b
Romance de la reina de Nápoles.—III
Emperatrices y reinas,—cuantas en el mundo habia,
las que buscais la tristeza—y huís del alegría,
la triste reina de Nápoles—busca vuestra compañía.
Va llorando y gritos dando—do su mal contar podia.
—¡Quién amase la tristeza—y olvidase el alegría,
porque lloren los mis ojos—cuanto lloro yo tenia!
Vínome lloro tras lloro,—sin haber consuelo un dia:
yo lloré al rey mi marido,—que de este mundo partia;
yo lloré al rey Alfonso,—porque su reino perdia;
lloré al rey don Fernando, [2] —las cosas que mas queria;
yo lloré una su hermana,—que era reina de Hungria; [3]
lloré al príncipe don Juan,—que era la flor de Castilla; [4]
lloré al príncipe mi hijo,—porque fraile se metia.
Llóranme duques y condes,—y otras gentes de valía;
llórenme las cien doncellas—que en mi palacio tenia.
Estando en estos mis lloros,—vínome mensajería
de ese rey de los Franceses—que mi reino me pedia,
porque dice que era suyo—y que a él pertenecia;
y que si no se lo daba,—que él me lo tomaria.
[p. 253] Un consuelo me quedaba—asentado en rica silla:
esto eran dos hermanos,—rey y reina de Castilla.
Enviéles por socorro,—que de grado les placia.
Subiérame a una torre,—la mas alta que tenia,
por ver si venían velas—de los reinos de Castilla.
Vi venir unas galeras—que venian de Andalucia:
dentro viene un caballero,—el gran capitán [1] se decia:
bien vengais, el caballero,—buena sea vuestra venida.
(Canc. de Rom., de 1550, foL 277.) [2]
SOBRE LA HISTORIA Y TRADICIONES DE PORTUGAL
103
(DE DOÑA ISABEL DE LIAR.—I)
Romance de doña Isabel
Yo me estando en
Tordesillas—por mi placer y holgar,
vínome al
pensamiento,—vínome a la voluntad
de ser reina de
Castilla,—infanta de Portugal.
Mandé hacer unas
andas—de plata, que non de al,
cubiertas con
terciopelo—forradas en
[1] tafetán.
Pasé las aguas de
Duero,—pasélas yo por mi mal,
en los brazos a don
Pedro,—y por la mano a don Juan.
Fuérame para
Coimbra,—Coimbra de Portugal:
Coimbra desque lo
supo—las puertas mandó cerrar.
Yo triste, que
aquesto vi,—recibiera gran pesar:
fuérame a un
monesterio—que estaba en el arrabal.
Casa es de
religión—y de grande santidad;
las monjas están
comiendo,—ya que querian acabar.
Luego yo desque lo
supe,—envié con mi mandar
a decir a la
abadesa—que no se tarde en bajar,
que la espera doña
Isabel—para con ella hablar.
La abadesa, que lo
supo,—muy poco tardó en bajar:
tomárame por la
mano,—a lo alto me fué a llevar.
Hízome poner la
mesa—para haber de yantar.
Despues que hube
yantado—comenzóme a preguntar
cómo vine a la su
casa,—cómo no entré en la ciudad.
Yo le
respondí:—Señora,—eso es largo de contar:
otro dia
hablaremos,—cuando tengamos lugar.—
(Canc. de Rom., s. a., fol. 169.—Canc. de
Rom., 1550, fol. 176.—
Silva de 1550, t. I, fol. 92.)
(DE ISABEL DE LIAR.—I I)
Otro romance de doña Isabel, cómo, porque el rey tenía hijos de ella, la reina la mandó matar
Yo me estando en Giromena—a mi placer y holgar,
subiérame a un mirador—por mas descanso tomar:
por los campos de Monvela—caballeros vi asomar:
ellos no vienen de guerra,—ni menos vienen de paz,
vienen en buenos caballos,—lanzas [1] y adargas traen: [2]
desque yo lo vi, mezquina,—parémelos a mirar.
Conociera al uno de ellos—en el cuerpo y cabalgar;
don Rodrigo de Chavela, [3] —que llaman del Marichal, [4]
primo hermano de la reina:—mi enemigo era mortal.
Desque yo, triste, le viera, [5] —luego vi mi mala señal.
Tomé mis hijos comigo—y subíme [6] al homenaje;
ya que yo [7] iba a subir,—ellos en mi sala están:
don Rodrigo es el primero,—y los otros tras él van.
—Sálveos Dios, doña Isabel.—Caballeros, bien vengades. [8]
—¿Conoscédesnos, señora,—pues así vais a hablar?
—¡Ya os conozco, don Rodrigo,—ya os conozco por mi mal!
¿A qué era vuestra venida?—¿quién os ha enviado acá? [9]
—Perdonédesme, [10] señora,—por lo que os quiero hablar. [11]
Sabed que [12] la reina mi prima—acá enviado me ha, [13] ,
porque ella es muy mal casada,—y esta culpa en vos está,
porque el rey tiene en vos hijos—y en ella nunca [14] los ha,
siendo, como sois, su amiga, y ella mujer natural
manda que muráis, señora,—paciencia queráis prestar.—
[p. 256] —Respondió doña Isabel—con muy gran [1] honestidad:
—Siempre fuístes, don Rodrigo,—en toda [2] mi contrariedad:
si vos queredes, señor, [3] —bien sabedes [4] la verdad,
que el rey me pidió mi amor,—y yo no se le quise dar,
temiendo más [5] a mi honra,—que no sus reinos mandar.
Desque vió que no queria—mis padres fuera a mandar; [6]
ellos tan poco quisieron—por la su honra guardar.
Desque todo aquesto vido,—por fuerza me fué a tomar:
trújome a esta fortaleza,—do estoy en este lugar.
Tres años he estado en ella—fuera de mi voluntad,
y si el rey tiene en mí hijos,—plugo a Dios y a su bondad,
y si no los ha en la reina,—es ansí su voluntad. [7]
¿Porqué me habeis de dar muerte,—pues que no merezco mal?
Una merced os pido, señores, [8] —no me la querais negar; [9]
desterreisme de estos reinos,—que en ellos no estaré más:
irme he yo para Castilla,—o a Aragón más adelante,
y si aquesto no bastare, [10] —a Francia me iré a morar.
—Perdonédesme, [11] señora,—que no se puede hacer más.
Aquí está el duque de Bavia—y el marques de Villa Real,
y aquí está el obispo de Oporto,—que os viene a confesar.
Cabe vos está el verdugo—que os habia de degollar,
y aun aqueste pajecico—la cabeza ha de llevar.
Respondió doña Isabel,—con muy gran honestidad: [12]
—Bien parece que soy sola,—no tengo quien me guardar, [13]
ni tengo padre ni madre,—pues no me dejan hablar; [14]
y el rey no [15] está en esta tierra,—que era [16] ido allende el mar:
mas desque él [17] sea venido,—la mi muerte vengará.
—Acabedes ya, señora,—acabedes ya de hablar,
Tomalda, señor obispo,—y metelda a [18] confesar.—
Mientras en la confesión [19] —todos tres hablando están,
[p. 257] si era bien hecho o mal hecho—esta [1] dama degollar:
los dos dicen que no muera,—que en ella culpa no ha. [2]
Don Rodrigo es tan cruel,—dice que la ha de matar.
Sale de la confesión—con sus tres hijos delante: [3]
el uno dos [4] años tiene,—el otro para ellos [5] va,
y el otro [6] era de teta,—dándole sale a mamar,
toda cubierta de negro;—lástima es de la mirar.
—Adios, adios, hijos mios;—hoy os quedareis sin madre: [7]
caballeros de alta sangre, [8] —por mis hijos [9] querais mirar,
que al fin son hijos de rey,—aunque son de baja madre. [10]
Tiéndenla en un repostero—para habella de degollar [11]
así murió esta señora,—sin merecer ningún mal.
(Canc. de Rom., s
. a., fol. 169.—
Canc. de Rom., 1550, fol. 191.—
Silva de 1550, t. I, ful.
93.—Timoneda,
Rosa española.—
Aquí comienzan tres romances nuevos. El
primero es que
dice: «Yo me estando en Giromena»,
etc.—Pliego suelto del
siglo XVI.)
[12]
El rey don Juan
Manuel—que era de Cepta y Tanjar,
[1]
despues que venció
a los moros—volviérase a Portugal.
Desembarcara en
Lisboa,—no va do la reina está,
fuérase para
Coimbra—a doña Isabel hablar.
Llegando a la
fortaleza,—visto habia mala señal;
que no halló los
porteros,—que la solian guardar;
no quiso entrar más
adentro,—preguntara en la ciudad:
¿qué era de doña
Isabel?—¿qué era de ella o dónde está?—
Dijéronle que la
reina—la ha mandado degollar
por celos que de
ella habia,—por vella con él holgar,
y que cuatro
caballeros—lo hubieron de efectuar:
el uno era don
Rodrigo—que dicen del Mariscal,
los otros tres
caballeros—no saben quién se serán.
Dos hermanos de la
reina—le fueron aconsejar,
que la lleven a
Viseo—a su cuerpo sepultar.
Deque aquesto oyó
el rey,—no quiso más escuchar;
fuése donde está la
reina,—triste y con gran pesar,
y dende a muy pocos
dias—la reina caido ha mal.
No le saben su
dolencia,—no la aciertan a curar;
muerto se habia la
reina—de encubierta enfermedad.
Despues que fué
enterrada—el rey a Viseo va,
prender hizo a don
Rodrigo—que él solia mucho amar.
Vase a la
sepultura—do doña Isabel está,
hecho la habia
sacar de ella—y luego desenterrar.
Encima de un rico
estrado,—allí la mandó sentar,
púsole daga en la
mano—y a don Rodrigo delante.
El rey le tiene la
mano,—de puñaladas le da.
—Aquí os
vengaréis, señora,—de quien os hizo este mal.
Luego se casó con
ella—así muerta como está,
porque pudiesen sus
hijos—a sus reinos heredar.
(Silva de 1550, t. II, fol. 84.)
De cómo el rey de Portugal vengó la muerte de doña Isabel de Liar
En Ceuta estaba el
buen rey,—ese rey de Portugal,
cuando le
dieron aviso—de tristeza y de pesar,
diciendo que le
habian muerto—a dofia Isabel Liar.
y que lo mandó la
reina—por su mala voluntad.
Don Rodrigo fué el
cruel,—el que llaman del Marchal,
y ese duque de
Salinas,—y el marques de Villareal,
con el obispo de
Oporto,—que la fuera a confesar.
Cuando aquesto supo
el rey,—no hace sino llorar;
juraba por su
corona—que la habia de vengar.
Mandó tocar sus
trompetas,—el real mandara alzar;
vistióse todo de
luto,—luego se quiso embarcar
con solo diez
caballeros—que no le quieren dejar.
No quiso aguardar
la flota,—por no se tanto tardar,
y dentro de siete
dias—a Sevilla fué a llegar;
y de allí a pocos
dias—es llegado a Portugal.
Fuese derecho a
palacio,—do solia reposar.
La reina cuando lo
supo,—vínose a lo visitar;
mas el rey con
mucha saña—de esta suerte le fué a hablar:
—Mal vengades
vos, la reina,—malo sea vuestro llegar.—
En diciendo estas
razones,—la mandó presto tomar,
y en el mismo
repostero—do su amiga fué a finar,
mandó degollar la
reina,—don Rodrigo cuartear,
y a ese duque de
Salinas,—y al marques de Villareal,
y al buen obispo de
Oporto—le mandó descabezar.
Hizo sacar a su
amiga—para con ella casar,
y por heredar sus
hijos,—a don Pedro y a don Juan,
y despues con mucha
honra—la mandó luego enterrar:
de este modo vengó
el rey—a doña Isabel Liar.
(Timoneda, Rosa española,)
Romance de la duquesa de Berganza [1]
Un lúnes a las cuatro horas,—ya despues de mediodia,
ese duque de Berganza—con la duquesa reñia:
lleno de muy grande enojo,—de aquesta suerte decia:
—Traidora sois, la duquesa,—traidora, fementida.—
La duquesa muy turbada,—de esta suerte respondia:
—No so yo traidora, el duque,—ni en mi linaje lo habia,
nunca salieron traidores—de la casa do venia.
Yo me lo merezco, el duque,—en venirme de Castilla,
para estar en vuestra casa—en tan mala compañía.
El duque con grande enojo—la espada sacado habia;
la duquesa con esfuerzo—en un punto a ella se asia.
—Suelta la espada, duquesa,—cata, que te cortaria.
—No podeis cortar más, duque,—harto cortado me habia.—
Viéndose en este aprieto,—a grandes voces decia:
—Socorredme, caballeros,—los que truje de Castilla.
Quiso la desdicha suya—que ninguno parecia,
que todos son portugueses—cuantos en la sala habia.
(Silva de 1550, t. II, fol. 81.)
Romance de cómo el duque de Berganza mató a la duquesa su mujer [1]
Lúnes se decía, lúnes,—tres horas antes del dia,
cuando el duque de Braganza—con la duquesa reñia.
El duque con grande enojo—estas pallabras decia:
—Traidora me sois, duquesa,—traidora, falsa, malina, [2]
porque pienso [3] que traicion—me haceis y alevosia
—No te soy traidora, duque, [4] —ni en mi linaje lo habia.—
Echó la mano a la espada, [5] —viendo que así respondia:
la duquesa con esfuerzo—con las manos la tenia.
—Dejes [6] la espada, duquesa,—las manos te cortaria. [7]
—Por más cortadas, [8] el duque,—a mí nada se daria;
si no, vedlo por la sangre—que mi camisa teñia.
¡Socorred, mis caballeros,—socorred por cortesia!
No hay ninguno allí de aquellos—a quien la favor [9] pedia,
que eran todos [10] portugueses y ninguno [11] la entendía,
sino era un pajecico—que a la mesa la servia.
—Dejes [12] la duquesa, el duque,—que nada te [13] merecia.
El duque muy enojado [14] —detras del paje corria,
y cortóle la cabeza—aunque no lo merecia [15] .
Vuelve el duque a la duquesa,—otra vez la persuadia:
—A morir teneis, duquesa [16] ,—antes que viniese el dia
—En tus manos estoy, duque,—haz de mí a tu fantasia,
que padre y hermanos [17] tengo—que te lo demandarían, [18]
y aunque estos estén en España, [19] — allá muy bien se sabria.
[p. 262] —No me amenaceis, duquesa,—con ellos yo me avernia
—Confesar me dejes, [1] duque,—y mi alma ordenaria. [2]
—Confesáos con Dios, duquesa,—con Dios y Santa Maria. [3]
—Mirad, duque, esos hijicos—que entre vos y mí habia.
—No los lloreis mas, [4] duquesa,—que yo me los criaria.
Revolvió el duque su espada,—a la duquesa heria:
dióle sobre su cabeza,—y a sus piés muerta caia.
Cuando ya la vido muerta—y la cabeza volvia,
vido estar sus dos hijicos—en la cama do dormia,
que reian y jugaban—con sus juegos a porfia.
Cuanda así jugar los vido,—muy tristes llantos hacia;
con lágrimas de sus ojos—les hablaba y les decia:
—Hijos ¡cuál quedais sin madre,—a la cual yo muerto habia!
Matéla sin merecello,—con enojo que tenia.
¿Dónde irás, el triste duque?—de tu vida ¿qué seria?
¿Cómo tan grande pecado—Dios te lo perdonaria?
(Cancionero llamado Flor de
enamorados.— Timoneda,
Rosa
española.)
108
Romance de la mujer del duque de Guymaraes de Portugal [5]
(Canc. de Rom., s
. a, fol. 177.—
Canc. de Rom., 1550, fol. 184.—
Silva de 1550, t. I, fol. 99.)
[p. 81]. [1] . En el texto por equivocación «los».
[p. 82]. [1] . Este romance es, en verdad, no muy popular, y más bien sacado e imitado de una crónica, quizá por el mismo Timoneda; sin embargo, tiene rasgos tradicionales; por eso y por haberlo omitido en nuestra Rosa de romances, lo reimprimimos aquí. por primera vez en una colección moderna.
[p. 82]. [2] . «Queriéndose.»Timoneda, Rosa española.
[p. 82]. [3] . «Principales de Toledo.» Timoneda.
[p. 82]. [4] . «Para habelle de suplicar.» Canc. de Rom, s. a y 1550.—«Lehan venido a suplicar Timoneda
[p. 82]. [5] . «Quitar.» Timoneda.
[p. 82]. [6] . «Debía dejar.» Canc. de Romances s. a. y 1550; Timoneda.
[p. 82]. [7] . «Entrado.» Timoneda.
[p. 82]. [8] . «Otra cosa no fué hallar.», Timoneda.—«Nada otro fuera hallar» las ediciones posteriores del Canc.de Rom.
[p. 82]. [9] . «Y el rey que esta casa abra.» Timoneda.
[p. 83]. [1] .«De bien echar», Canc. de Rom . s. a. y 1550.— «De bien tirar», las ediciones posteriores del Canc. de Rom. —«Ballestas de par en par», Timoneda.
[p. 83]. [2] . Después de este verso acaba el texto de Timoneda con los dos siguientes:
El rey, en pensar en esto,
no hay quien le pueda alegrar.
[p. 84]. [1] . «Como.» Flor de enamorados .
[p. 84]. [2] . «De estos reinos.» Flor.
[p. 84]. [3] . «Puede hacer à su mandado.» Flor.
[p. 85]. [1] . «Maldita.» Flor.
[p. 85]. [2] . «Destruyese.» Canc. de Rom. * Timoneda, Rosa española.
[p. 86]. [1] . «Muy.» Timoneda.
[p. 86]. [2] . «Las escribe.» Timoneda.
[p. 86]. [3] . «Y él la carta le notaba.» Timoneda.
[p. 86]. [4] . «Es», falta en la Rosa de moneda.
[p. 86]. [5] . «Era.» Timoneda.
[p. 86]. [6] . Este, y los tres versos que le siguen, faltan en la Rosa de Tim.
[p. 86]. [7] . «De las tres partes del mundo.» Timoneda.
[p. 86]. [8] . «Galana.» Timoneda.
[p. 86]. [9] . «Y en la nobleza estimada.» Timoneda.
[p. 86]. [10] . «Muy lozana.» Timoneda.
[p. 86]. [11] . «Las señorean.» Timoneda.
[p. 86]. [12] . «La.» Timoneda. Con este verso acaba el romance en su Rosa española.
[p. 86]. [13] . El pliego suelto, citado abajo, lleva hasta aquí un texto casi idéntico con el del Cancionero de Romances; desde este verso, empero, hasta al fin varía del todo, pues dice:
¡Oh dolor sobre manera,
y cosa nunca pensada!
que por causa de un traidor
España fue sujetada
al gran poder de Mahoma:
¡cosa fué nunca pensada!
[p. 87]. [1] . «Tierras.» Canc. de rom s. a. y 1550.—Timoneda, Rosa esp.— Floresta de var. rom.
[p. 87]. [2] . «Menearse no.» Floresta.
[p. 87]. [3] . «De pedrería.» Timoneda.— Floresta.
[p. 87]. [4] . «Hecha una.» Timoneda.—«Era una.» Floresta.
[p. 87]. [5] . «De abollado.» Canc. de Rom. s. a. y 1550.—Timoneda.—Floresta.
[p. 87]. [6] . «La cabeza le hundía.» Timoneda.—Flor.
[p. 87]. [7] . «Que allí había.» Timoneda. Flor.
[p. 87]. [8] . «De alli miraba.» Timoneda. Flor.
[p. 88]. [1] . «El cual a.» Tim.—Flor.
[p. 88]. [2] . «Lloraba.» Tim.—Flor.
[p. 88]. [3] . «Y gente que.» Canc. de Rom. s. a. y 1550.—Timoneda.—Flor.
[p. 88]. [4] . «Ora no tengo.» Tim.—«No tengo ahora.» Flor.
[p. 88]. [5] . «Tan gran reino y señoría.» Timoneda.—Flor.
[p. 89]. [1] . «Haciendo.» Floresta.
[p. 89]. [2] . «Enojado.» Flor.
[*] Desde este verso el romance es casi idéntico con aquel que le precede, y hemos ya anotado en él las más notables variantes.
[p. 89]. [3] . «Dromedal.» Canc. de Rom. s. a. y 1550.
[p. 89]. [4] . «Mas no pudo él hallarlo.» Cancionero de Romances s. a. y 1550.
[p. 90]. [1] . «Mandó.» Canc. de Rom. s . a. y 1550
[p. 90]. [2] . «Que via.» Canc. de Rom. s. a. y 1550.—«Las más ásperas que había.» Timoneda.
[p. 91]. [1] . «Sentía.» Timoneda.
[p. 91]. [2] . «El rey holgaráse de ello.» Timoneda.
[p. 91]. [3] . «Pastor.» Timoneda.
[p. 91]. [4] . «Do la provisión traia.» Timoneda.
[p. 91]. [5] . «Dióle pan.» Timoneda.
[p. 91]. [6] . «Que en él dentro.» Tim.
[p. 91]. [7] . «Valor.» Timoneda.
[p. 91]. [8] . «Ya que el sol se retraía.» Timoneda.
[p. 91]. [9] . «Con vergüenza.» Timoneda.
[p. 91]. [10] . «Tenía.» Timoneda.
[p. 91]. [11] . «Contóselo por extenso.» Timoneda.
[p. 92]. [1] . «Mandó.» Canc. y 1550.
[p. 92]. [2] . «No me ha tocado hasta agora.» Timoneda.
[p. 92]. [3] . «Rogad por mí, hombre santo.» Timoneda.
[p. 92]. [4] . «A ver si muerto seria.» Timoneda.
[p. 92]. [5] . «Halló.» Canc. de Rom. s. a . y 1550.—Timoneda.
[p. 92]. [6] . La lección de Cervantes (Don Quijote, Parte II, cap. 33), en estos versos es:
Ya me comen, ya me comen
Por do más pecado había.
[p. 92]. [7] . Con este verso acaba el texto de Timoneda. de Rom. s. a.
[p. 94]. [1] . «Vió.» Canc. de Rom., s. a. y 1550.
[p. 96]. [1] . «Había.» Silva.
[p. 96]. [2] . «Salvo.» Silva.
[p. 96]. [3] . «Sabréis.» Canc. de Rom. s . a. y 1550.
[p. 96]. [4] . «Vo.» Canc. de Rom. s . a. y 1550.
[p. 96]. [5] . «Riepto.» Silva. * «Este romance, dice el señor Durán, es muy popular. Lope de Vega le sigue casi todo en su comedia de las Mocedades de Bernardo del Carpio.» Y a este romance se referiría la cuarteta que cita el señor Depping (I, p. 68), creyendo e romance perdido:
Para tomar de su tío
el rey Alfonso venganza,
sale corriendo Bernardo
por las riberas de Arlanza.
[p. 103]. [1] . «Remediéis.» Can. de 1550.
[p. 104]. [1] . «Ahí pasan malas razones.» Canc. de Rom. s. a y 1550.
[p. 104]. [2] . «Llámanse de hi-de-putas.» Canc. de Rom. s . a. y 1550.
[p. 105]. [1] . «Frailes.» Canc. de Romances, 1550.
[p. 105]. [2] . Después de este verso, interpone el texto del Canc. de Rom., 1550, los dos siguientes:
El uno es tío del rey
el otro hermano del conde.
[p. 105]. [3] .«Le salpicó.» Canc. de Rom. s. a. y 1550.
[p. 105].
[4] . «Buen conde Fernán González,
mucho sois desmesurado.»
Canc. de Rom. s. a. y 1550.
[p. 105]. [5] . «El rey.» Silva.
[p. 105]. [6] . «Sceptro.» Silva.
[p. 106]. [1] . En el Canc. de Rom., 1550, van añadidos los cuatro versos siguientes:
Daros ha a Tordesillas,
y a Torre de Lobatón,
y si más quisieredes, conde,
daros han a Carrión.
[p. 106]. [2] . El Canc. de Rom., 1550, interpone los dos versos siguientes:
Al que le faltan dineros
también se los presto yo.
[p. 107]. [1] . «De cómo fué librado de la prisión el conde Fernán Gonzalez por astucia de su mujer.» Tim.
[p. 107]. [2] . «El rey don Ordóñez.» Silva. Timoneda.
[p. 107]. [3] . «Porque estaba dél airado.» Canc. de Rom., ed. de 1570.
[p. 107]. [4] . «Lo tiene a muy buen recaudo.» Timoneda.— Canc. de Rom.
[p. 107]. [5] . « Al rey por él.» Canc. de Rom.
[p. 107]. [6] . «Don.» Canc. de Rom.
[p. 107]. [7] . «Nunca ha querido sacallo.» Timoneda.
[p. 107]. [8] . «Librallo.» Timoneda.— Cancionero de Rom.
[p. 107]. [9] . «Habia.» Canc. de Rom.
[p. 107]. [10] . «Y llevaba en su reguarda.» Canc. de Rom.
[p. 107]. [11] . «Los quinientos.» Timoneda.
[p. 107]. [12] . «Cada cual en buen caballo.» Timoneda.— Canc. de Rom.
[p. 107]. [13] . «Muy.» Timoneda.— Canc. de Romances.
[p. 107]. [14] . «Para.» Timoneda.— Canc. de Romances.
[p. 107]. [15] . «Se.» Timoneda.— Canc. de Romances .
[p. 107]. [16] . «Tal cual.» Timoneda.
[p. 107]. [17] . «Se fué derecho a palacio.» Timoneda.
[p. 108]. [1] . «¿Dónde bueno vais, condesa?» Timoneda.
[p. 108]. [2] . «Que pueda al conde hablallo.» Timoneda.— Canc. de Rom.
[p. 108]. [3] . «Pláceme, dijera el rey.» Cancionero de Rom.
[p. 108]. [4] . «Pláceme de muy buen grado.» Canc. de Rom.— «Que me place de buen grado.» Timoneda.
[p. 108]. [5] . «Llévanla luego a la torre do está el conde aprisionado.» Tim.— Canc. de Rom.
[p. 108]. [6] . «Le han quitado.» Timoneda. Canc. de Rom.
[p. 108]. [7] . «Pasada la media noche.» Cancionero de Rom.
[p. 108]. [8] . «Le ha hablado.» Timoneda. Canc. de Rom.
[p. 108]. [9] . «Señor marido.» Timoneda.
[p. 108]. [10] . «Estar echado.» Timoneda. Canc. de Rom.
[p. 108]. [11] . «Tocaros heis mi tocado.» Cancionero de Rom. —«Y tocáos este tocado.» Timoneda.
[p. 108]. [12] . «Y guiaréis.» Timoneda.
[p. 108]. [13] . «Que yo aqui me quedaré.» Timoneda.
[p. 108]. [14] . «Están.» Canc. de Rom.
[p. 108]. [15] . «Las guardas.» Silva.
[p. 108]. [16] . «Este verso y los tres que la siguen, faltan en la Rosa de Tim.
[p. 108]. [17] . «Tanto madrugado.» Canc. de Rom.
[p. 108]. [18] . «De ellos.» Timoneda.— Cancionero de Rom.
[p. 108]. [19] . «En ser el conde salido—halló a punto su caballo,—y tomó luego el camino.» Timoneda.
[p. 109]. [1] . «Do la condesa han dejado.»Tim.
[p. 109]. [2] . «Como.» Tim.— Canc. de Rom.
[p. 109]. [3] . «Volveis.» Canc. de Rom.
[p. 109]. [4] . «Dícenles.—¿A qué volveis?» Timoneda.
[p. 109]. [5] . «Hase acá algo olvidado?» Cancionero de Rom.—« Decí ¿qué se os ha olvidado?» Timoneda.
[p. 109]. [6] . Este y el verso que precede, faltan en el Canc. de Rom. y en la Rosa de Timoneda.
[p. 109]. [7] . «Díjoles:—Decid al rey.» Tim.
[p. 109]. [8] . «La injuria.» Canc. de Rom.
[p. 109]. [9] . «Porque ya el conde está en salvo.» Timoneda.
[p. 109]. [10] . «Oyera.» Timoneda.
[p. 109]. [11] . «Mandó.» Canc. de Rom. —Tim.
[p. 109]. [12] . «Enviándosela.» Can. de Rom.
[p. 109]. [13] . «Y envió.» Canc. de Rom.— « Envió a.» Timoneda.
[p. 109]. [14] . «Mal.» Canc. de Rom.
[p. 109]. [15] . «Y su consejo tomado.» Cancionero de Rom.—«Consejo en ello ha tomado.» Timoneda.
[p. 109]. [16] . «No hay quien pueda numerallo.» Timoneda.
[p. 109]. [17] . «Conde estaba.» Timoneda.
[p. 109].
[18] . «Lo cual por el conde oído,
con gran placer lo ha otorgado:
y así de aquesta manera.»
Can.
de Rom.
[p. 109]. [19] . Nótese el variar del asonanteen el texto de la Silva, y cómo las redacciones posteriores del Canc. de Rom. y de Timoneda lo han uniformado.—La prisión del conde de que trata este romance es la que sufrió por orden del rey don Sancho I de León, al paso que el otro romance que empieza también por: «Preso está Fernan Gonzalez—el gran conde de Castilla», trata de la prisión que sufrió en Navarra por órden del rey don García.
[p. 110]. [1] . «Lambra.» Silva.
[p. 111]. [1] . «Ayo.» las ediciones posteriores del Canc. de Rom.
[p. 111]. [2] . El Canc. de Rom. s. a. y la Silva de 1550 tienen de este romance sólo el fragmento que comienza por este verso.
[p. 111]. [3] . «Guardar.» Silva.
[p. 111]. [4] . «Forzaran.» Silva.
[p. 112]. [1] . «Lara.» las ediciones posteriores del Canc. de Rom.
[p. 112]. [2] . Este y el verso que le antecede faltan en la Silva.
[p. 112]. [3] . «Urdida.» Silva.
[p. 112]. [4] . Falta en la Silva.
[p. 112]. [5] . «Tendrán.» Silva.
[p. 113]. [1] . «Mi.» Enmienda de Durán.
[p. 114]. [1] . «Val.» Edición de 1551.
[p. 117]. [1] . Después de este verso, una edición posterior de la Silva añade, según la reimpresión en el Romancero de Durán, los dos versos siguientes:
y agora perderos tiene
sin tener más esperanza.
[p. 117]. [2] . «Santiago, cierra.» Durán.
[p. 117]. [3] . «Ellos.» Silva, ed. de Barcelona de 1528.
[p. 118]. [1] . El texto dice: «os, que es yerro de imprenta.»
[p. 120]. [1] . Hemos restituído este verso conforme a la asonancia, pues el texto lo lleva transportado por equivocación:
Y valdrán nuestras personas.
[p. 121]. [1] . Debiera decir «Alicante»; véase el fin de este romance, y el romance que dice: «Pártese el moro Alicante».
[p. 122]. [1] . «A caza.» Silva.
[p. 122]. [2] . «El que se llama de Lara.» Silva.
[p. 123]. [1] . «Viniese.» Silva.
[p. 123]. [2] . «La tu.» Silva.
[p. 123]. [3] . «Anado.» Canc. de Rom. s. a. —«Cuñado.» Canc. de Rom., 1550.
[p. 123]. [4] . Hermana del rey don Alonso V de León.
[p. 124]. [1] . «Y un poco en sí haber.» Pl. s.
[p. 125]. [1] . «Despues de haber ayantado.» Flor de enamorados.
[p. 125]. [2] . «Suyas.» Flor.
[p. 125]. [3] . «Y me ha ultrajado.» Flor.
[p. 125]. [4] . «Viejo y cano.» Flor.
[p. 125]. [5] . «Mas chico.» Flor.
[p. 125]. [6] . «Fuertemente le ha.» Flor.
[p. 126]. [1] . «Que porque quitó mi padre una liebre a vuestro galgo» Flor.
[p. 126]. [2] . Este epígrafe está formado de la Rosa española, de Timoneda, pues la Silva y el Canc. de Rom. dicen solamente: «Romance del Cid Ruy Díaz.» El texto de Timoneda es ya muy empeorado y defectuoso, así que no vale la pena de notar sus variaciones.
[p. 126]. [3] . «Afinado.» Silva.
[p. 127]. [1] . «Queda.» Silva.
[p. 127]. [2] . «Hijo mío.» Silva.
[p. 127]. [4] . «Debría.» Silva.
[p. 128]. [1] . «Quedadvos aquí, hijo.» Cancionero de Rom. s. a.—«Quedados vos acá, hijo.» Canc. de Rom., edición de Medina.
[p. 128]. [2] . «Paños.» Timoneda, Rosa española.
[p. 128]. [3] . «Quien.» Timoneda.
[p. 128]. [4] . «De ellas sale.» Timoneda.
[p. 128]. [5] . Este, y el verso que le antecede, faltan en el Romancero de Escobar.
[p. 128]. [6] . «Debía.» Timoneda.
[p. 129]. [1] . «Fablar.» Escobar.
[p. 129]. [2] . «En.» Timoneda.
[p. 129]. [3] . «Se armar.» Timoneda.
[p. 129]. [4] . «Desque el rey aquesto oyó.» Timoneda.
[p. 129]. [5] . «Empezará.» Timoneda.
[p. 129]. [6] . «Si este caballero prendo.» Timoneda.
[p. 129]. [7] . «Revolveránse.» Escobar
[p. 129]. [8] . «Demandará.» Timoneda.
[p. 129]. [9] . En la Rosa de Timoneda se suprimen este verso y los que le siguen, y se les sustituyen los siguientes:
Hablara doña Jimena
palabras bien de notar:
—Yo te lo diré, buen rey
cómo lo has de remediar:
que me lo des por marido,
con él me quieras casar,
que quien tanto mal me hizo
quizá algún bien me hará.—
El rey, vista la presente,
el Cid envió a llamar,
que venga sobre seguro,
que lo quiere perdonar.
[p. 130]. [1] . Desde este verso al de «Rey que no hace justicia», es una interpolación manifiesta e impertinente, tomada de aquel romance viejo de doña Lambra que empieza «A Calatrava la vieja».
[p. 130]. [2] . «Dañe lo.» Canc. de Rom., 1550, lo que es equivocación que enmiendan las ediciones posteriores del mismo.
[p. 131]. [1] . «De cómo el Cid fué a buscar el moro Abdalla.» Timoneda, Rosa española.
[p. 131]. [2] . «Audalla.» Silva.
[p. 132]. [1] . «No demuestres.» Timoneda.
[p. 132]. [2] . «Buen Cid.» Timoneda.
[p. 132]. [3] . «Mas si tú eres lo que dices.» Timoneda.
[p. 132]. [4] . «Sé que a tiempo eres venido.» Timoneda.
[p. 132]. [5] . «Descortesía.» Timoneda.
[p. 132]. [6] . Según la tradición, debió decir «Fernando(Véase la Crónica rimada del Cid.)— El asunto es todo fabuloso.
[p. 134]. [1] . Timoneda, Rosa española.— En la Rosa, y en el Romancero del Cid de Escobar, el rey es llamado también «don Sancho», en vez de Fernando. (Véase la nota del anterior.)
[p. 134]. [2] . «El Padresanto ha llamado.» Escobar, Rom. del Cid.
[p. 134]. [3] . «Fuése.» Escobar.
[p. 134]. [4] . «Y tomo.» Escobar.
[p. 134]. [5] . «Rempujón.» Escobar.
[p. 134]. [6] . «El duque sin responder.» Escobar.
[p. 134]. [7] . «Se quedó muy mesurado.» Escobar.
[p. 134]. [8] . «Ante el Papa se ha postrado.» Escobar.
[p. 135]. [1] . «Arzobispo de Toledo, de las Españas primado.» Silva.
[p. 135]. [2] . «Bien podeis, hijo, alcanzallo.» Silva.
[p. 135]. [3] . La ed. de 1550 y las posteriores del Canc. de Rom., llevan este romance ya con variaciones notables, y con cuatro versos añadidos al fin, que sirven de introducción más bien al romance que dice: «Morir vos queredes, padre». Por eso ponemos en seguida el texto de estas ediciones.
[p. 136]. [1] . «De tierra en tierra.» Silva. Timoneda.
[p. 136]. [2] . «En gracia.» Silva.
[p. 136]. [3] . La ed. de 1550 y las posteriores del Canc. de Rom. interponen aquí los cuatro versos siguientes:
Alli preguntara el rey
—¿Quien es esa que así habla?—
Respondiera el arzobispo:
—Vuestra hija doña Urraca.
[p. 136]. [4] . «Del otro.» Canc. de Rom. s . a. y 1550.—«Y de otra.» Tim.
[p. 136]. [5] . Quitare., Silva. Timoneda.
[p. 136]. [6] . La ed. de 1550 y las posteriores del Canc. de Rom. añaden aquí los siguientes versos, intercalados, claro está, para unir este romance con el que dice: «Afuera, afuera, Rodrigo», al cual sirven de introducción, aunque van impresos también como romance separado, con un principio algo diferente (véase al núm. 773 en el Romancero general del Sr. Durán):
El buen rey era muerto:
Zamora ya está cercada:
de un cabo la cerca el rey,
de otro el Cid la cercaba,
Del cabo que el rey la cerca
Zamora no se da nada;
del cabo que el Cid la cerca,
Zamora ya se tomaba.
Asomóse doña Urraca,
asomóse a una ventana,
de allá de una torre mocha
estas palabras hablaba.
[p. 137]. [1] . Timoneda. Rosa esp. ¾ En la Silua y en el Canc. de Rom. no hay otro título que el general de: «Del Cid Ruy Díaz.»
[p. 137]. [2] . «De aquel buen tiempo pasado.» Timoneda.
[p. 137]. [3] . «Que te armaron caballero.» Timoneda.
[p. 137]. [4] . «Nel.» Canc. de Rom. s. a. ¾ «En'l». Timoneda.
[p. 137]. [5] . Este y el verso que le sigue faltan en la Silva y en el Canc. de Rom. s. a.
[p. 137]. [6] . «Pensando casar.» Timoneda.
[p. 137]. [7] . «Mas no.» Canc. de Rom. s. a. y 1550.
[p. 137].
[8] . «Conmigo fueras honrado,
porque si la renta es buena,
muy mejor es el Estado.»
Timoneda.
[p. 137].
[9] . «Si bien casaste, Rodrigo,
muy mejor fueras casado;
pues dejaste hija de rey,
por tomar de su vasallo.
¾
En oir esto Rodrigo,
quedó de ello algo turbado;
con la turbación que tiene,
esta respuesta le ha dado.»
Timoneda.
[p. 137]. [10] . «Castigallo.» las ed. posteriores del Canc. de Rom. ¾ «Desviallo,» en el Rom. ge. del señor Durán. ¾ Después de este verso van intercalados los siguientes en el texto de Timoneda.
Respondióle doña Urraca
con gesto muy sosegado:
¾ No lo mande Dios del cielo,
que por mí se haga tal caso,
que mi alma penaria
si yo fuese en discrepallo.
¾
Volvióse presto Rodrigo,
y dijo muy angustiado:
¾ Afuera, etc.
[p. 138]. [1] . «Hasta el hierro.» Silva. ¾ «Y aunque no traía fierro.» Tim.
[p. 138]. [2] . Ya se ve que la Silva y la ed. del Canc. de Rom. s. a., han dado los tres últimos romances aun más correspondientes, es verdad, a sus formas primitivas y populares; empero como fragmentos incoherentes y puestos en orden contrario a su contenido, pues lo llevan impresos en el siguiente: I. «Afuera, afuera, Rodrigo;» ¾ 2. «Doliente estaba, doliente;» ¾ 3. «Morir vos queredes, padre;» La ed. de 1550 Cancionero de Rom. fué la primera que restituyó la serie conforme al sentido y unió los fragmentos con versos intercalados. En la Rosa española de Timoneda se hallan solamente dos de estos romances, a saber, el que dice: Morir, etc.» fol. XXI, y el otro que dice: «Afuera, etc., folio XXXVIII, separado de aquel por una larga série de otros romances del rey don Sancho y del Cid.
[p. 138]. [3] . Véase sobre el asunto de este romance la batalla de Golpejares, y el papel poco honrado que hizo en ella el Cid. Dozy, Recherches, T. I, págs. 447-448.
[p. 138]. [4] . «Lo.» Pliego suelto.
[p. 139]. [1] . «El alcance.» Pliego suelto.
[p. 139]. [2] . «Ha gran consolación.» Pliego suelto.
[p. 139]. [3] . Silva. «Leones.»
[p. 139]. [4] . «Del rey don Sancho, de cómo echó en prisión a su hermano don Alonso.» Timoneda, Rosa esp.
[p. 139]. [5] . «Las barbas que le salían.» Timoneda. Rosa española.
[p. 140]. [1] . «Después que lo tuvo preso un pregon hacer mandó.» Tim.
[p. 140]. [2] . «Sé que un don me prometio.» Timoneda.
[p. 140]. [3] . «Señor, otorgádmelo.» Tim.
[p. 140]. [4] . «Cualquier otra cosa.» Tim.
[p. 140]. [5] . «No se os ha de negar.» Tim.
[p. 140]. [6] . «—Señor, yo no pido.» Tim.
[p. 140]. [7] . «Lo que pido es.» Timoneda.
[p. 140]. [8] . «Mal hayades vos.» Tim.
[p. 140]. [9] . «Os.» Timoneda.
[p. 140]. [10] . «Se.» Timoneda.
[p. 141]. [1] . Con este romance comienzan los del cerco de Zamora.
[p. 141]. [2] . «Por la muerte de don Sancho.» Pl. s.
[p. 141]. [3] . «Aun» falta en el. Pl. s.
[p. 141]. [4] . «El padre al hijo ha hablado.» Pl. s.
[p. 142]. [1] . «Oiste.» Pl. s.
[p. 142]. [2] . «A las damas que han hablado.» Pl. s.
[p. 142]. [3] . «Muy bien las oi.» Pl. s.
[p. 142]. [4] . «Que estaban.» Pl. s.
[p. 142]. [5] . «Entre sí van razonando.» Pl. s.
[p. 142]. [6] . «Habiendo.» Pl. s.
[p. 142]. [7] . «Y lo mismo harian.» Pl. s.
[p. 142]. [8] . «Y si les saliesen cinco.» Pl. s.
[p. 142]. [9] . «Faltó.» Pl. s.
[p. 142]. [10] . «De los que andan por el campo.» Pl. s.
[p. 142]. [11] . «Oídolos.» Pl. s.
[p. 142]. [13] . «Al encuentro les salieron.»Pl. s.
[p. 142]. [14] . «Se van.» Pl. s.
[p. 142]. [15] . «Decí, hijo, ¿estáis llagado?»Pl. s.
[p. 142]. [16] . «Que no estoy yo.» Pl. s.
[p. 142]. [17] . «Ser muy flojo.» Pl. s.
[p. 142]. [18] . «De años.» Pl. s.
[p. 142]. [19] . «Estaban cuatro.» Pl. s.
[p. 142]. [20] . «Y vos, de los veinte y cinco.» Pl. s.
[p. 142]. [21] . Este romance tiene, como ha observado el señor Durán, una casi identidad en la letra de varios fragmentos con los dos que le siguen—, a la par que una completa diferencia y cambio del asunto. Y en efecto, en el tercer romance los versos que dicen: «Los dos contrarios guerreros, etc.» parece que aludan al asunto de éste, y que el componedor de éste haya confundido al caballero zamorano don Diego Ordóñez con el más célebre castellano del mismo apellido; así que aquí al principio son zamoranos los dos que retan a los castellanos, conforme a la tradición original de este romance y al fin aparecen enemigos de Zamora y de Arias Gonzalo, como lo fué según la tradición común el castellano don Diego Ordóñez.
[p. 144]. [1] . Durán ha publicado de este romance tan sólo un fragmento sacado de una glosa en disparates que de él se hixo. (Glosa de los romances «¡Oh Belerma, etc.», pliego suelto.) Este fragmento dice así:
Riberas del Duero arriba
cabalgan dos zamoranos
que, según dicen las gentes,
padre y hijo son entrambos.
Palabras muy soberbiosas
entre sí las van hablando
que con tres se matarían,
y aun harían así con cuatro;
que si cinco les viniesen,
no les negarian el campo,
con tal que no fuesen primos,
ni menos fuesen hermanos,
ni de las tiendas del Cid,
ni de sus paniaguados:
mas de las tiendas del rey
salgan los más esforzados,
que a todos bueno farian
lo que dejan asentado.
[p. 144]. [2] . «Suben.» Tim. Rosa esp.
[p. 144]. [3] . «Sálenselos.» Timoneda.
[p. 144]. [4] . «Soberbiamente.» Timoneda.
[p. 144]. [5] . «Si habia dos para dos.» Tim.
[p. 144]. [6] . «Que quisiesen facer armas.» Timoneda.
[p. 144]. [7] . «Por darles a conocer.» Timoneda.
[p. 144]. [8] . «Cuanto.» Timoneda.
[p. 145]. [1] . «Tres.» Timoneda.
[p. 145]. [2] . «Esos tres condes.» Tim.
[p. 145]. [3] . «Armando.» Timoneda.
[p. 145]. [4] . «Posa.» Timoneda.
[p. 145]. [5] . «Muchos campos.» Tim.
[p. 145]. [6] . «Han demostrado.» Tim.
[p. 145]. [7] . «Ficieron .» Timoneda.
[p. 145]. [8] . «Mesando.» Tim.
[p. 145]. [9] . «Desque.» Timoneda.
[p. 145]. [10] . «Llamando.» Timoneda.
[p. 145].
[11] . «Y el otro viene de blanco,
y el otro viene de verde,
dicen que es enamorado:»
Tim.
[p. 145]. [12] . «Con el.» Tim.
[p. 145]. [13] . «Y el otro.» Timoneda.
[p. 145]. [14] . «Ya los vuelven.» Timoneda.
[p. 147]. [1] . «Es Arias Gonzalo el viejo que aquí habla avisando al rey.»
[p. 148]. [1] . «Guarte, guarte.» Canc. de Romance, 155.
[p. 148]. [2] . Es el noble Arias Gonzalo, defensor de Zamora, él que avisa al rey don Sancho que se precava de una traición inminente.
[p. 148]. [4] . «Cumplir.» Silva.
[p. 148]. [5] . «El rey.» Escobar. Romancerodel Cid.
[p. 148]. [6] . «Pues se te había quitado.»Escobar.
[p. 149]. [1] . «A ti.» Escobar.
[p. 149]. [2] . «El tu.» Escobar.
[p. 149]. [3] . «Servirte.» Escobar.
[p. 149]. [4] . «Yo te.» Escobar.
[p. 149]. [5] . «Serás.» Escobar.
[p. 149]. [6] . «El.» Escobar.
[p. 149]. [7] . «El muro.» Escobar.
[p. 149]. [8] . «Hablando.» Escobar.
[p. 149]. [9] . «Que es.» Canc. de Medina.
[p. 149]. [10] . «Vos.» Canc. de Medina.
[p. 149]. [11] . «Sabe que yo.» Escobar.
[p. 149]. [12] . «Nos vamos.» Canc. de M.
[p. 149]. [13] . «Allí.» Canc. de Medina.
[p. 149]. [14] . «Como lo vió descuidado.» Canción de Medina.
[p. 149]. [15] . «Enestóse (diría enertose.)» Canc. de Medina.
[p. 149]. [16] . «Y diole.» Canc. de Medina.
[p. 149]. [17] . «Y así.» Canc. de Medina.
[p. 149]. [18] . «Visto lo había.» Canc. de M.
[p. 149]. [19] . «Del real los ha mirado.»Canc. de Medina.
[p. 149]. [20] . «Luego conoció lo que era.»Canc. de Medina.
[p. 149]. [21] . «Rodrigo que ya llegaba.»Canc. de Medina.
[p. 149]. [22] . «Y el Dolfos que estaba en salvo.» Canc. de Medina.
[p. 149]. [23] . «Maldiciones que.» Canc. de Medina.
[p. 150]. [1] . «Tengais cargo.» Canc. de M.
[p. 150]. [2] . «Hayas.» Canc. de Medina.
[p. 150]. [3] . «Me has.» Canc. de Medina.
[p. 150]. [4] . «Ha.» Canc. de Medina.
[p. 150]. [5] . «Destarte (sic) murió el buen rey.» Canc. de Medina.
[p. 150]. [6] . El texto dice: «Vellido», que es equivocación manifiesta.
[p. 150]. [7] . Este romance falta en la edición s. a. del Canc. de Rom. y en la Silva, ed. de 1550 del Canc. de Rom., y en las posteriores está interpuesto entre el que dice: «Despues que Vellido Dolfos», y el de: «Arias Gonzalo responde». Trata el mismo asunto, de un modo algo diferente, que se halla contenido en el primero o la primera parte del largo romance desde el verso: «A aquese don Diego Ordóñez.»
[p. 152]. [1] . Ya se ve que entre este y el verso que le sigue aquí se han omitido los versos que en el romance anterior dicen:
«haya de lidiar con cinco
y si alguno le venciere.»
[p. 155]. [1] . Este romance es más bien una versión de aquel largo que dice: «Despues que Vellido Dolfos», variándolo desde el verso: «Ya se salen por la puerta», y esta parte va también como romance separado.
[p. 155]. [2] . Después de este verso el Cancionero de Rom., 1550, ha intercalado los dos siguientes:
Viene un atand de palo,
y dentro del ataud.
[p. 155]. [3] . «Venia un cuerpo finado.» Canc. de Rom. 1550.—«Viene un cuerpo sepultado.» Canc. de Rom s. a.
[p. 155]. [4] . «Hernan.» Silva.
[p. 155]. [5] . «Le dicen tio.» Silva.—« Otras le decian tio.» Timoneda, Rosa esp.
[p. 155]. [6] . «Oh.» Timoneda.
[p. 155]. [7] . Claro está que después de este verso falta el que continúa la asonancia; con efecto lo llevan el Canc. de Rom., ed, de Med., 1570: «Calledes Urraca Hernando.»—Y Timoneda: «No hagades tan gran llanto.»—El Can. de Rom., 1550, da en vez de este verso los cuatro siguientes:
«—¿Por qué lloráis, mis doncellas?
¿por qué haceis tan grande llanto?
no lloreis así, señoras,
que no es para llorallo.»
[p. 156]. [1] . «Ahi me quedan otros cuatro.» Silva.— «Aun me quedan otros cuatro.» Timoneda.
[p. 156]. [2] . «Menos.» Timoneda
[p. 156]. [3] . uardando.» Silva.— «Defensando.» Timoneda. El Canc. de Rom., 1550, añade los dos versos siguientes:
«murió como caballero
con sus armas peleando».
[p. 157]. [1] . Este epígrafe lleva en el Cancionero de Med.
[p. 157].
[2] . «Doña Urraca Fernando
mensajeros fué a enviar.»
Cancionero de Med.
[p. 157]. [3] . «Por muerte del Rey don Sancho.» Canc. de Med.
[p. 157]. [4] . «Solo fincaba.» Canc. de Medina.
[p. 157]. [5] . «No lo.» Canc. de Med.
[p. 157]. [6] . «Hayais.» Canc. de Med.
[p. 157]. [7] . «Tuvistes.» Canc. de Med.
[p. 157]. [8] . «Deterná.» Canc. de Med.
[p. 157]. [9] . «Peranzules.» Canc. de Med.
[p. 157]. [10] . «Consejo le fuera.» Canc. de Med.
[p. 157]. [11] . «Hayan.» Canc. de Med.
[p. 157]. [12] . «Fuéronse para.» Canc. de Medina.
[p. 157]. [13] . «Querrán.» Canc. de Med.
[p. 157]. [14] . «Vos y duce hombres buenos.» Canc. de Med.
[p. 157]. [15] . «Cuales vos querais juntar.» Canc. de Med.
[p. 157]. [16] . «Que de.» Canc. de Med.
[p. 157]. [17] . «Tuvistes.» Canc. de Med.
[p. 158]. [1] . «Toma.» Canc. de Med.
[p. 158]. [2] . «Él la quiere razonar.» Cancionero de Med.
[p. 158]. [3] . «Con un cerrojo sagrado.» Canc. de Med.
[p. 158]. [4] . «Vos venis aqui os salvar.»Canc. de Med.
[p. 158]. [5] . «Tal muerte mueras.» Canc. de Med.
[p. 158]. [6] . «A te dar.» Canc. de Med.
[p. 158]. [7] . «Que no tienen.» Canc. de Medina
[p. 158]. [8] . «Nunca.» Canc. de Med.
[p. 158]. [9] . «Toma.» Canc. de Rom.
[p. 158]. [10] . «Me besareis.» Canc. de Med.
[p. 158]. [11] . «Y.» Canc. de Med.
[p. 158]. [12] . «En las tierras.» Canc. de Medina.
[p. 158]. [13] . «Lo.» Canc. de Med.
[p. 158]. [14] . «A mí en placer me verná.» Canc. de Med.
[p. 158]. [15] . «De alli.» Canc. de Med.
[p. 158]. [16] . También este romance trata el mismo asunto de aquel largo que dice: «Después que Vellido Dolfos, desde el verso: «Doña Urraca la infanta».
[p. 159]. [1] . «Agueda.» Canc. de Rom.
[p. 159].
[2] . «Le toman jura a Alfonso
por la muerte de su hermano.
Tomábasela el buen Cid,
ese buen Cid castellano,
sobre un cerrojo de hierro
y una ballesta de palo,
y con unos Evangelios
y un crucifijo en la mano.
Las palabras son tan fuertes
que al buen rey ponen espanto;
Canc. de Rom., 1550.
[p. 159]. [3] . «A todos.» Tim. Rosa esp.
[p. 159]. [4] . «De lazos.» Timoneda.
[p. 159]. [5] . «Vayan cabalgando.» Tim.
[p. 159]. [6] . «No de.» Timoneda.
[p. 159]. [7] . «No por villas ni poblados.» Timoneda.
[p. 159]. [8] . «Dijeres verdad.» Silva.— Timoneda.
[p. 159]. [9] . «Eres.» Silva. —«Te es.» Timoneda.
[p. 159]. [10] . «O.» Canc. de Rom., 1550.
[p. 159].
[11] . Las juras eran tan fuertes
que el rey no las ha otorgado.
Allí habló un caballero
que del rey es más privado:
—Haced la jura, buen rey,
no tengáis de eso cuidado,
que nunca fué rey traidor,
ni papa descomulgado.
Jurado habia el rey.
Canc. de Rom., 1550.
«Jurado tiene el buen rey.»
Tim.
[p. 159]. [12] . «Que en tal caso no es culpado.» Tim.
[p. 160]. [1] . «Pero con voz alterada.» Tim.
[p. 160]. [2] . «Dijo muy mal enojado.» Timoneda.
[p. 160]. [3] . «Después besarme has.» Timoneda.
[p. 160]. [4] . «Tiendas.» Tim.
[p. 160]. [5] . «Y no me estés más en ellas.» Timoneda.
[p. 160]. [6] . «Despide.» Timoneda.
[p. 160]. [7] . «Esforzados.» Timoneda.
[p. 160]. [8] . «Hay viejo ni.» Timoneda.
[p. 160]. [9] . «Acecalado.» Canc. de Romances, s. a.
[p. 160]. [10] . Los dos últimos versos faltan en la Rosa de Timoneda.
[p. 160]. [11] . En la Silva de 1550 faltan ya en el epígrafe las palabras «nuevamente hecho», lo que es tanto más significativo, cuanto que este largo romance fué, en efecto, por la mitad del siglo XVI «nuevamente hecho» por un juglar, ensartando y amalgamando en uno algunos de los romances populares primitivos del harto decanto cerco de Zamora (véase nuestra introducción, nota 6, Edición Nacional pág. 15, N. I.) de los cuales corren por separados de nuevo en las colecciones posteriores los que dicen «Despues que Vellido Dolfos». «Arias González responde» «Ya se sale por la puerta» «Doña Urraca la infanta». Este largo romance, compuesto exactamente así como en el Canc. de Rom. s. a., y la Silva de 1550, se halla también en un pliego suelto impreso en el año de 1550 (véase nuestro tratado: Ueber die Prager Sammlung, páginas 7 y 41, adonde dice también el título «nuevamente hecho», con un «Villancico del mismo autor»), y en el Canc. de Rom., ed. de Med. del año de 1570. Menos escrupulosas que la Silva, las ediciones con fecha (inclusive la de 1550) del Canc. de Rom. repiten en el epígrafe aquel «nuevamente hecho», mientras debieron decir más bien «deshecho de nuevo», pues imprimen por separado el primer romance o la primera parte del largo, e interponen entre ella y la que empieza por el verso de «Arias Gonzalo responde», un romance con asonancia diferente, el que dice: «Ya cabalga Diego Ordoñez.», y que por eso y por repetirse en él con alguna variación el asunto ya tratado en la primera parte del largo, nosotros hemos dado por separado y antepuesto al largo, de que fué, en efecto, o base, o versión diferente, como los que dicen «Tristes van los zamoranos» «Por aquel postigo viejo» «En Toledo estaba Alfonso» «En Santa Gadea de Burgos», de cuyos asuntos el largo romance es un resumen o una continua, al cual, respecto a los romances populares primitivos y conservados todavía en parte en los separados, se podría llamar un pequeño cantar de gesta juglaresco.
[p. 161]. [1] . «Júntase.» Tim., Rosa esp.
[p. 162]. [1] . «Y el gesto muy demudado.» Timoneda.
[p. 162]. [2] . «Hablastes.» Timoneda.
[p. 162]. [3] . «A tal.» Timoneda.
[p. 162]. [4] . «Porque a muerte soy llegado.» Timoneda.
[p. 162]. [5] . Con este verso acaba el romance en la Rosa de Timoneda, y en la segunda edición de la Silva.
[p. 162]. [6] . La segunda ed. de la Silva (Barcelona, 1557) comienza el largo romance por este verso, algo alterado, así: «Ya se parte Diego Hordoñez», habiendo puesto la parte anterior como romance separado. Por eso ha mudado el verso de nuestro texto que dice: «A decir a los vecinos», en «Va decir los zamoranos».
[p. 162]. [7] . «Asignar.» Silva.
[p. 162]. [8] . «Callando.» Silva.
[p. 163]. [1] . «Salen.» Silva.
[p. 163]. [2] . «Por nombre.» Silva.
[p. 163]. [3] . «Espadas.» Cancionero de Romances, s. a.
[p. 165]. [1] . Así todos los textos; pero debió decirse: «Pensó que si de estas nuevas.»
[p. 165]. [2] . «Toman.» Silva.
[p. 165]. [4] . «De esto.» Silva.
[p. 166]. [2] . «Aunque.» Silva.
[p. 166]. [3] . «Tiene.» Canc. de Rom.
[p. 166]. [4] . «Agueda.» Canc. de Rom.
[p. 166]. [5] . «Del.» Canc. de Rom., 1550.
[p. 166]. [6] . «Agueda.» Canc. de Rom.
[p. 167]. [1] . «Marroquines.» Silva. Tim.
[p. 167]. [2] . «Azagaya.» Silva. Tim. Flor.
[p. 167]. [3] . «Prenderlo he.» Flor.
[p. 167]. [4] . «Hernandez.» Flor.
[p. 167]. [5] . «La mi linda.» Timoneda.
[p. 167]. [6] . «Entregarla he.» Silva Timoneda. Flor.
[p. 167]. [7] . «La mi.» Timoneda. Flor.
[p. 167]. [8] . «Continuas.» Tim. Flor.
[p. 167]. [9] . «Y a aquel.» Tim.—«Aquel moro que aqui viene.» Flor.
[p. 167]. [10] . «Detenédmele.» Silva. Flor.
[p. 167]. [11] . «En palabra.» Timoneda.
[p. 168]. [1] . «Allegaba.» Timoneda.
[p. 168]. [2] . «Alli hablara el caballero.» Flor.—«Al caballo.» Las ed. posteriores del Canc. de Rom.
[p. 168]. [3] . «Hablara.» Silva. Flor.
[p. 168].
[4] . «Siete voces le rodea
al rededor de una gata.»
Flor.
[p. 168]. [5] . «Como es ligera.» Timoneda.— «Mas la yegua era ligera.» Flor.
[p. 168]. [6] . «El río.» Silva.—Tim. Flor.
[p. 168]. [7] . «Con ella mucho se holgara.» Timoneda.
[p. 168]. [8] . «Tiénesela.» Silva. Flor.
[p. 168]. [9] . «Llega.» Timoneda.
[p. 168].
[10] . «Y viendo al moro en salvo
de corage reventaba.» Flor.
[p. 168]. [11] . «Fuerza.» Timoneda.
[p. 168]. [12] . «Diciendo:—Recoged, yerno, recogedme aquesa lanza.» Silva.—Timoneda, Flor.
[p. 169]. [1] . «Con sus mujeres al lado.» Timoneda.
[p. 169]. [2] . «Entregóselas de grado.» Tim.
[p. 169]. [3] . «Los dos.» Timoneda.
[p. 170]. [1] . «De ellos.» Silva.—Tim.
[p. 170]. [2] . «Le han saltado.» Timoneda.
[p. 170]. [3] . «La traición que habian armado.» Timoneda.
[p. 170]. [4] . «Con mucha.» Timoneda.
[p. 170]. [5] . «En un gran monte han entrado.» Timoneda.
[p. 170]. [6] . «Mandan ir toda la gente.» Silva.— «Su gente mandaron ir.» Timoneda.
[p. 170]. [7] . «Cada cual la suya al lado.» Timoneda.
[p. 170]. [8] . «Ambos.» Silva.
[p. 170]. [9] . «Azótanlas bravamente.» Timoneda.
[p. 170]. [10] . «Como bueno y esforzado.» Timoneda.
[p. 170]. [11] . «Y no habiéndolos.» Tim.
[p. 170]. [12] . «Volviérase para ellas.» Silva. —«Hácia ellas presto vino.» Timoneda.
[p. 170]. [13] . «Todo el hecho le.» Tim.
[p. 170]. [14] . «Hubo.» Timoneda.
[p. 171]. [1] . «A ellos no.» Silva.
[p. 171]. [2] . «A los veinte y nueve dias.» Silva.
[p. 171]. [3] . «Venidos.» Silva.
[p. 171]. [4] . «Llegados.» Silva.
[p. 172]. [1] . «Hablaron.» Silva.
[p. 172]. [2] . La edición de 1550 del Canc de Rom. intercala entre éste y el verso que le sigue, otros cuatro que dicen:
El albornoz era blanco
parecía un emperador,
capacete en la cabeza
que relumbra como el sol.
[p. 172]. [3] . Parece ser continuación inmediata del discurso del Cid y suplemento de este romance el del tomo II de la Silva, que dice: «Yo me estando en Valencia.» La edición de 1550, y las posteriores del Canc. de Rom., llevan, empero, adjuntos al último verso de este romance los siguientes, que tienen también su puntita de antiguos y populares, aunque dejan incompleta la narración:
Allí dijeron los condes,
hablaron esta razón:
—Nos somos hijos de reyes,
sobrinos de emperador;
¿merecimos ser casados
con hijas de un labrador?—
Allí hablara el buen Cid,
bien oiréis lo que habló:
—Convidáraos yo a comer,
buen rey, tomástelo vos,
y al alzar de los manteles
dijístesme esta razón:
Que casase yo a mis hijas
con los condes de Carrión.
Diéraos yo en respuesta: *
preguntarlo he yo a su madre,
al ayo que las crió.
Dijérame a mí el ayo:
Buen Cid, no lo hagais, no,
que los condes son muy pobres,
y tienen gran presunción.—
Por no deshacer vuestra palabra,
buen rey, hiciéralo yo.
Treinta dias duraron las bodas,
que no quisieron mas, no:
cien cabezas matara
de mi ganado mayor:
de gallinas y capones,
buen rey, no os lo cuento, no.
* Después de éste falta el verso con el asonante; lo tiene suplido Durán de este modo:
Con respeto y con amor.
[p. 174]. [1] . «Hacer.» Silva.
[p. 175]. [1] . Con este verso rompe la Silva, fol. 101 vuelto al texto de este romance, y anota: «Lo que falta de este romance: hallaréis al fin de todo»;—y con efecto el resto de él se halla a la última plana del tomo primero, inmediatamente antes del «Deo gratias».
[p. 175]. [2] . «De ellos no será.» Silva.— Durán dice: «No será desacatado.»
[p. 175]. [3] . «Como es sagaz.» Silva.
[p. 175]. [4] . El asunto de este romance parece ser imitación de una parte de la Chanson des Saxons, compuesta en el siglo XIII por Jean Bodel d'Arras, y publicada por M. Francisque Michel (París, 1839, t. I, páginas 40-80), donde se refiere casi el mismo suceso del emperador Carlomagno con los caballeros renitentes Herupois.
[p. 175]. [5] . «Destruida» dice el Canc. de Rom., por equivocación.
[p. 176]. [1] . El texto dice: «maravedís de tributo» lo que parece ser glosa, que además de ser inútil, destruye la medida del verso.
[p. 176]. [2] . «No has hablado como hombre.» Las ed. poster. del Canc. de Rom.
[p. 178]. [1] . «Este romance, dice el señor Durán, que en la introducción a su libro cita Alonso de Fuentes, tiene todos los caracteres de ser viejo y oral. De su construcción y lenguaje se infiere que pudo reducirse a la redacción que tiene en los primeros años del siglo xv, aunque proceda de tiempos anteriores.»
[p. 179]. [1] . Véase el romance anterior.
[p. 180]. [1] . «Fernando el cuarto.» Canc. de Rom., 1550.—«Romance del rey don Fernando, que dicen que murió aplazado.» Pl. s.
[p. 180]. [2] . «Válame.» Pl. s.
[p. 180]. [3] . «No se hizo.» Las eds. posteriores del Canc. de Rom.—«Afeitó.» Pl. s.
[p. 180]. [4] . «Se lavó.» Pl. s.
[p. 180]. [6] . «Cuarenta pobres comían.» Pl. s.
[p. 180]. [7] . «Hacia.» Pl. s.
[p. 180]. [8] . «En mano.» Pl. s.
[p. 180]. [9] . «Su mesa.» Pl. s.
[p. 180]. [10] . «Que ado irá a tener la fiesta.» Silva .—«Do habia de tener la fiesta.» Pl. s.
[p. 180]. [11] . «En Jaen tuvo la pascua,
y en Martos el cabodaño.» Pl. s.
[p. 180]. [12] . «Íbase.» Silva.
[p. 180]. [13] . «Que aun no habia cabalgado.» Silva.— «Aun no habia descabalgado.» Pl. s.
[p. 180]. [14] . «Y dábanle la querella.» Pl. s.
[p. 180]. [15] . «El rey.» Pl. s.
[p. 180]. [16] . «Carvajal.» Canc. de Rom., 1550.— Silva.
[p. 180]. [17] . «Y don Rodrigo.» Pl. s.
[p. 180]. [18] . «Roban el ganado.» Silva.— «Roban nuestro campo.» Pl. s.
[p. 180]. [19] . «Fuérzannos nuestras mujeres.» Pl. s.
[p. 180]. [20] . «Y cómennos.» Pl. s.
[p. 180]. [21] . «No nos la quieren pagar.» Pl. s.
[p. 180]. [22] . «Que era vergüenza.» Pl. s.
[p. 180]. [23] . «Ellos.» Pl. s.
[p. 181]. [1] . «Manda pregonar.» Silva. Pl.s.
[p. 181]. [3] . «Los.» Silva. Pl. s.
[p. 181]. [4] . «Para los.» Silva.— «Para sus.» Pl. s.
[p. 181]. [6] . «Sed presos los.» Pl. s.
[p. 181]. [7] . «Mandado.» Pl. s.
[p. 181]. [8] . «Pues así es.» Pl. s.
[p. 181]. [9] . «Plácenos de muy buen grado.»
[p. 181]. [10] . «A Jaen habian llegado.» Pl. s.
[p. 181]. [11] . «Mandóles.» Pl. s. [N. del E.: En este y en los dos casos del verso anterior.]
[p. 181]. [12] . «Allí hablara el menor.» Pl. s.
[p. 181]. [13] . «Nos matas. » Pl. s.
[p. 181]. [14] . «Siendo tan mal informado.» Pl. s.
[p. 181]. [15] . «Quejámonos de ti, el rey.»Pl. s.
[p. 181]. [16] . «Al juez que es soberano.» Pl. s.
[p. 181]. [17] . «Con nosotros seas en plazo.» Pl. s.
[p. 181]. [18] . «Sant.» Silva.
[p. 181]. [18 bis] . «Sant.» Silva.
(Nota del editor: Por necesidades de la edición electrónica se ha renombrado esta nota como 18 bis)
[p. 181]. [19] . «Testimonio.» Pl. s.
[p. 181]. [20] . «Desde este verso hasta al fin, el texto del pliego suelto es todo otro, y dice así:
Y sin más poder decir
mueren estos hijosdalgo.
Antes de los treinta dias
malo está el rey don Fernando
el cuerpo cara oriente,
y la candela en la mano:
así falleció su Alteza,
de esta manera citado.
[p. 182]. [1] . «Que yo la habia.» Timoneda, Rosa esp.
[p. 182]. [2] . «Hube.» Timoneda.
[p. 182]. [3] . «Era criado en mi casa.» Tim.
[p. 182]. [4] . «Macharena.» Timoneda.
[p. 182]. [5] . «Topé.» Timoneda.
[p. 182]. [6] . «De un evangelio.» Canc. de Rom. s. a.—«Ordenado es de evangelio.» Timoneda.
[p. 182]. [7] . «Un hijo.» Silva.— Tim.
[p. 182]. [8] . «Cumple.» Silva.
[p. 183]. [1] . «Compaña.» Silva.— Tim.
[p. 183]. [2] . «No me (he).» Timoneda.
[p. 183]. [3] . Este, y el verso que le sigue, faltan en la Rosa de Timoneda.
[p. 183]. [4] . «No.» Timoneda.
[p. 183]. [5] . «Ni ménos os dejé.» Tim.
[p. 183]. [6] . «Con los.» Timoneda.
[p. 183]. [7] . «Ella.» Canc. dc Rom. s . a., y 1550.— Silva.
[p. 183]. [8] . «Ha proposado.» Timoneda.
[p. 183]. [9] . «Echósela.» Timoneda.
[p. 183]. [10] . «Los aullidos.» Timoneda.
[p. 183]. [11] . «Atruenan.» Timoneda.
[p. 183]. [12] . «En oirlo dijo el rey.» Tim.
[p. 183]. [13] . «Allí habló una señora.» Timoneda.
[p. 183]. [14] . «A vuestro hermano.» Timoneda.
[p. 183]. [15] . «Aun no se lo hubo.» Tim.
[p. 183]. [16] . «Fuérase a.» Timoneda.
[p. 184]. [1] . «Recaudo.» Silva.— Tim.
[p. 184]. [2] . «Emprisionado.» Timoneda.
[p. 184]. [3] . «Todo pasa por.» Timoneda.
[p. 184]. [4] . «Paje preciado.» Timoneda.
[p. 185]. [1] . «Al pasar de.» Pl. s.
[p. 185]. [2] . «Quiso ver volar un vuelo.» Pl. s.
[p. 185]. [3] . «Subir.» Pl. s.
[p. 185]. [4] . «Tanto se abajaba el bulto.» Pl. s.
[p. 185]. [5] . «Saliera.» Pl. s.
[p. 185]. [6] . «La cabeza sin caperuza.» Pl. s.
[p. 185]. [7] . Este y el verso que le antecede, faltan en el pliego suelto.
[p. 185]. [8] . «Y si tornares con ellos.» Pl. s.
[p. 185]. [9] . «Sepas por cierto.» Pl. s.
[p. 186]. [1] . Los dos últimos versos faltan en el pliego suelto.
[p. 187]. [1] . En la Silva este nombre está desfigurado así: «El arena». El lugar de Llerena era propiedad de la orden de Santiago.
[p. 187]. [2] . Lunes es nombrado en los romances muchas veces «Fuerte o aciago dia», por ejemplo, en el romance del duque de Gandía:
Un lunes, en fuerte dia;
en el romance de la reina Elena:
lunes era caballeros,
lunes fuerte y aciago.
[p. 188]. [1] . Este verso ha intercalado el señor Durán para el sentido, y porque falta en el original.
[p. 189]. [1] . Ya Garibay (Compendio historial, Anvers 1571, tomo II, libro 14, cap. 29), dice con respecto a la tradición muy notable en que se fundan estos romances: «Algunas canciones de este tiempo, conservadas hasta agora en memoria de las gentes, quieren aliviar la culpa de que al rey don Pedro cargan, en el odio que tomó a la reina dando a entender haberla aborrecido porque se hizo preñada de don Fadrique.»
Que había existido aún una tercera versión de este romance, prueban las citas de Ortiz y Zúñiga, quien dice en su Discurso genealógico de los Ortizes de Sevilla (Cádiz, 1670, fols. 15 y 16), hablando de «Alonso Ortiz, camarero del Maestre», a quien hace representar el mismo papel de su confidente y de la reina, en lugar del secretario Alonso Pérez de nuestros romances, y refiriéndose a un romance:
«Introduce el romance (que justamente se excusa poner entero, hallárase en Romanceros antiguos, especialmente en uno que se imprimió en Sevilla el año de 1573, [que nos es ahora desconocido]), hablando a una real dama:
A un criado del Maestre,
que Alonso Ortiz se decia,
su camarero y privado,
noble, de gran fiaduría.
»...Prosigue (el romance) que (la reina) le entregó el niño, disimulando ser suyo, y que él, llevándole a Llerena lo dejó a criar en ella, por este estilo:
Llegado habia Alonso Ortiz
a Llerena, aquesa villa,
dejara al niño a criar
en poder de una judía,
vasalla era del Maestre,
y Paloma se decia.»
Y el principio de este romance cita el mismo Ortiz en sus Anales de Sevilla (Madrid, 1795 y 1796, tomo II, pág. 305), donde dice, hablando otra vez de aquel camarero Alonso Ortiz:
«Uno de los romances que mencioné en el Discurso de mi familia de Ortiz, de que era el camarero, comienza:
Entre las gentes se dice,
mas no por cosa sabida,
que la reina doña Blanca
del Maestre está parida.
»Asi se cantaba más ha de ciento y cincuenta años (la primera edición de sus Anales vió la luz pública en el año de 1677) en públicos romances que corren impresos, cuando aun la modestia recateaba vulgarizar el secreto en desdoro de la opinión de la reina doña Blanca.»— Obsérvese, que aun la versión citada por Ortiz, aunque difiere esencialmente de nuestros textos, tiene la misma asonancia (en i-a), lo que hace suponer un manantial común a todas estas versiones.
[p. 190]. [1] . «De cómo hizo matar don Pedro a doña Blanca de Borbón.» Timoneda.
[p. 190]. [2] . «A.» Timoneda.
[p. 190]. [3] . «Envió luego a Sidonia.» Tim.
[p. 190]. [4] . «Fué a llamar a.» Timoneda.
[p. 190]. [5] . «Respondiera.» Timoneda.
[p. 190]. [6] . «El rey no le dijo nada.» Timoneda.
[p. 190]. [7] . «Enviara dos.» Timoneda.
[p. 190]. [8] . «Vido.» Timoneda.
[p. 190]. [9] . «Mas despues en sí tornada.» Timoneda.
[p. 190]. [10] . «Con esfuerzo.» Timoneda.
[p. 190]. [11] . «Y pues lo.» Timoneda.
[p. 190]. [12] . «Di.» Timoneda.
[p. 190]. [13] . «A los cuales.» Timoneda.
[p. 190]. [14] . «Voy.» Timoneda.
[p. 191]. [1] . «Perdono.» Timoneda.
[p. 191]. [2] . «En contemplación.» Tim.
[p. 192]. [1] . Don Diego García de Padilla, Maestre de Calatrava, hermano de doña María de Padilla.
[p. 192]. [2] . Don García alude en el consejo que da aquí al rey don Pedro, su cuñado, a la muerte del infante don Juan el Tuerto, a quien el padre de don Pedro, el rey don Alonso XI, hubo convidado a comer a Toro, y allí le hizo matar, noticioso de que dicho don Juan trataba de ganar contra él a los reyes de Aragón y Portugal, y en seguida de esta singular justicia apoderóse el rey don Alonso de las villas y castillos de don Juan (véase la Historia general de España por don Modesto Lafuente, tomo VI, pág. 472).
[p. 193]. [1] . Con este verso y el siguiente comienza el célebre romance del conde Claros.
[p. 195]. [1] . Véanse las Obras del Marqués de Santillana, publicadas por don José Amador de los Ríos; Madrid, 1852, pág. 642, donde dice el erudito editor que Carlos de Guevara, quien floreció en el reinado de los Reyes Católicos, hace mención de este romance, cual de cosa ya corriente y vulgar, en su composición, inserta en el Canc. gen., que dice: «Bien publican vuestras coplas.»
[p. 196]. [1] . Mahomad, rey de Granada, sitió en el mes de agosto del año de 1407 la ciudad de Baeza, defendida por los caballeros Don Pero Díaz de Quesada y Garci González Valdés.
«El autor de este romance—dice Lafuente Alcántara (Historia de Granada, tomo III, pág. 34), posterior al suceso—, incurre en un anacronismo: los moros Venegas de Granada eran de linaje de cristianos, hijos de un caballero de la casa de Luque, cautivado despues.»
El romance refiere el suceso en forma de arenga del rey de Granada a sus soldados.
[p. 197]. [1] . «Traedlos en cabalgada.» Silva.
[p. 197]. [2] . «Dias.» Canc. de Rom. s . a., y 1550.
[p. 197]. [3] . Salieron en el mes de octubre del año de 1407, y murió en este cerco de Jaen Reduan, el más intrépido de los caudillos granadinos. (Véase la Historia de Granada, por Lafuente Alcántara, tomo III, páginas 38 y 39.) 1. Por esta jornada—dice Hita—, que hizo el rey Chico a Jaen, se compuso aquel antiguo romance.
[p. 198]. [2] . Después del asalto malogrado de Antequera, en el 27 de mayo del año de 1410, el infante don Fernando, para distraer sus soldados y ocuparlos parlos en acopiar víveres, los dejó hacer correrías por los contornos. Algunas de ellas se hicieron con éxito. No tavo igual fortuna la del joven Hernando de Sayavedra, alcaide de Cañete; sorprendido en sus merodeos por el Gobernador de Setenil, fué muerto de un bote de lanza. (Véase la Historia de Granada por Lafuente Alcántara, tomo III, III, pág. 67.)
[p. 200]. [1] . «Salió.» Timoneda.
[p. 200]. [2] . «Tenía.» Timoneda.
[p. 200]. [3] . «Llevaba.» Timoneda.
[p. 200]. [4] . «Que muy gran precio valia.» Silva. Timoneda.
[p. 200]. [5] . «Alhareme.» Silva. Tim.
[p. 200]. [6] . Este verso y los tres que le siguen, faltan en la Rosa de Tim.
[p. 200]. [7] . «Todas.» Timoneda.
[p. 200]. [8] . «Archidonia.» Canc. de Rom. s. a., y 1550.
[p. 200]. [9] . «Aquesa villa.» Timoneda.
[p. 201]. [1] . «Hacer yo tal.» Timoneda.
[p. 201]. [2] . «Gran.» Timoneda.
[p. 201]. [3] . «Sentia.» Silva. Timoneda.
[p. 201]. [4] . «Despues de en sí tornado» Silva.—«Mas despues en sí tornado» Timoneda.
[p. 201]. [5] . «Quince.» Timoneda.
[p. 201]. [6] . «Moros.» Silva.
[p. 201]. [7] . «Ese socorro que envía.» Tim.
[p. 201]. [8] . «Junto.» Timoneda.
[p. 201]. [9] . «El.» Timoneda.
[p. 201]. [10] . «Y a vista del infante.» Silva.—«A la vista del infante.» Tim.
[p. 201]. [11] . «En la vitoria.» Timoneda.
[p. 201]. [12] . «Reñida.» Timoneda.
[p. 201]. [13] . «La batalla ya pasada.» Timoneda.
[p. 201]. [14] . «Bombardas.» Timoneda.
[p. 201]. [15] . «Con esfuerzo y valentía.» Timoneda.
[p. 202]. [1] . Fué tomada la ciudad de Antequera en el mes de septiembre del año de 1410 por el infante don Fernando, por eso nombrado el de Antequera, y vinieron Alkármen, alcaide moro que fué de Antequera, y sus heroicos compañeros a Granada, a contar al rey su desgracia. El rey moro Jusef quiso vengar la pérdida de una ciudad tan importante. Algunos campeadores se presentaron a la vista de Antequera, recobraron el castillo de Jebar y prendieron al alcaide Pedro Escobar. (Véase la Historia de Granada, por Lafuente Alcántara, tomo III, página 77.)
[p. 202]. [2] . «Al punto.» Timoneda. Pliego suelto
[p. 202]. [3] . «Jugando iban las cañas.» Pl. s. —«Jugando van de las lanzas.» Tim.
[p. 202]. [4] . «Labrados.» Timoneda. Pl. s.
[p. 202]. [5] . «Y sus aljubas.» Tim. Pl. s.
[p. 202]. [6] . «De sedas finas y grana.» Pl. s.—«De seda y oro labradas.» Tim.
[p. 202]. [7] . «Y el que amiga no tiene.» Pl. s.—«Y el que amiga no tenía.» Timoneda.
[p. 202]. [8] . «Moras los están mirando.» Timoneda. Pl. s.
[p. 202]. [9] . «También los miraba.» Timoneda. Pl. s.
[p. 202]. [10] . «De los Alixares do estaba.» Timoneda. Pl. s.
[p. 202].
[11] . «Cuando vino un moro viejo
sangrienta toda la cara,
las rodillas por el suelo
de esta manera le habla.»
Tim. Pl. s.
[p. 202]. [12] . «Que ese.» Timoneda. Pl. s.
[p. 202]. [13] . «Ha muerto allí muchos moros.» Timoneda. Pl. s.
[p. 203]. [1] . «Y cuatro lanzadas traigo.» Timoneda. Pl. s.
[p. 203]. [2] . «La menor me llega al alma.» Timoneda. Pl. s.
[p. 203]. [3] . «Cuando el rey oyó tal nueva la color se le mudara.» Tim. Pl. s.
[p. 203]. [4] . «Mandó tocar.» Tim. Pl. s.
[p. 203]. [5] . «Y sonar.» Pl. s.—«Y poner.» Timoneda.
[p. 203]. [6] . «Juntados mil de a caballo.» Pl. s.
«Vienen unos, vienen
otros,
mucha gente se
allegaba,
juntados mil de
caballo.» Tim.
[p. 203]. [7] . «Para hacer.» Pl. s.—«Cada cual bien caminaba.» Timoneda.
[p. 203]. [8] . «Cuando llegan a Alcalá.» Timoneda. Pl. s.
[p. 203]. [9] . «Talando viñas y panes.» Timoneda. Pl. s.
[p. 203]. [10] . «Escaramuza se traba.» Timoneda. que le siguen, no hay en el pliego suelto y en la Rosa de Timoneda que aqueste solo: «Tómanles la cabalgada.»
[p. 203]. [11] . En vez de éste y los dos versos
[p. 203]. [12] . «Con tal.» Timoneda. Pl. s.
[p. 203]. [13] . «Vuélvense para Granada.» Timoneda. Pl. s.
[p. 203]. [14] . Los dos últimos versos faltan en el pliego suelto y en la Rosa de Timoneda.
[p. 203]. [15] . Entre los romances moriscos de Pérez de Hita hay uno cuyo primer tercio es casi idéntico al nuestro; pero en todo lo demás difiere de él, tanto por la letra como por el asunto, habiéndolo Hita transformado en un romance artístico novelesco.—También en la edición de 1556 del Romancero de Sepúlveda se halla una versión reformada a lo artístico de nuestro texto.
[p. 205]. [1] . «Un mancebo les saliera.» Ediciones posteriores del Canc. de Rom.
[p. 205]. [2] . Alude probablemente este romance a una de las correrías que hicieron por los contornos de Antequera por los años de 1420. (Véase la Historia de Granada, por Lafuente Alcántara, tomo III, pág. 86.)
[p. 205]. [3] . «Romance del moro llamado Abenámar.» Timoneda.—Según Pérez de Hita fué «el rey don Juan el primero que hixo aquella pregunta al moro Abenámar»; lo que es yerro manifiesto, pues además de que este rey no estuvo jamás tan cerca de Granada, todos los datos de la versión más antigua de nuestro romance se ajustan muy bien con las relaciones históricas de la campaña del rey don Juan II de Castilla contra los granadinos en el año de 1431, quien antes de la batalla de la Higueruela, «colocado en la puerta de su tienda, pedía prolijas explicaciones al infante Jusef (Jusef Aben Alhamar aben Almao) sobre los Alixares, la Alhambra etc., y por eso aplica también a este este suceso Lafuente Alcántara (Historia de Granada, tomo III, pág. 232), con sobrada razón nuestro romance.
[p. 205]. [4] . La edición de 1550 y las posteriores del Canc. de Rom. anteponen la introducción siguiente a este verso:
Por Guadalquivir arriba
el buen rey don Juan camina:
encontrara con un moro
que Abenámar se decia.
Él buen rey desde lo vido
de esta suerte le decia:
—Abenámar, Abenámar,
hijo eres de un moro perro
y de una cristiana cativa.
A tu padre llaman Halí,
y a tu madre Catalina.
Cuando tú naciste, moro,
la luna estaba crecida,
y la mar estaba en calma
viento no la rebullía.
Moro que en tal signo nace
no debe decir mentira:
preso tengo un hijo tuyo,
yo le otorgaré la vida,
si me dices la verdad
de lo que te preguntaria.
Moro, si no me la dices
a ti tambien mataria.
—Po te la diré, buen rey,
si me otorgas la vida.
—Dígasmela tu, el moro,
que otorgada te seria.
¿Qué castillos son aquellos,
que altos son y relucían?
[p. 206]. [1] . «Labraba.» Timoneda.
[p. 206]. [2] . La edición de 1550 y las posteriores del Canc. de Rom. intercalan entre éste y el verso que le sigue en el texto los siguientes:
Y el dia que no los labra
de lo suyo las perdia:
desque los tuvo labrados
el rey le quitó la vida
porque no labre otros tales
al rey del Andalucía.
[p. 206]. [3] . «Lo demas.» Timoneda.
[p. 206]. [4] . «Y de.» Silva. Las ediciones posteriores del Canc. de Rom.—«De las.» Timoneda.
[p. 206]. [5] . «Hablara.» Silva.—«Habló.» Timoneda.
[p. 206]. [6] . «Decia.» Timoneda.
[p. 206]. [7] . «Si tú.» Timoneda.
[p. 206]. [8] . «Al rey asi.» Timoneda.
[p. 206]. [9] . «Bien defenderse sabria.» Timoneda.
[p. 206]. [10] . «Allí hablara.» Silva.— «Respondiera.» Timoneda
[p. 206]. [11] . «Bien oiréis que proseguia.» Timoneda.
[p. 206]. [12] . «Dénme acá esas bumbardas.» Timoneda
[p. 206]. [13] . «Y tiremos.» Timoneda.
[p. 207]. [1] . «Algazaría.» Timoneda.
[p. 207]. [2] . «De.» Timoneda.
[p. 207]. [3] . «Mas muy poco les valía.» Timoneda.
[p. 207]. [4] . «Y carga.» Silva.— «Cargando.» Timoneda.
[p. 207]. [5] . «Al rey don Juan las envía.» Timoneda.
[p. 207]. [6] . «Vuelve.» Timoneda.
[p. 208]. [1] . «Cón.» Cód. del s. XVI. Timoneda, Rosa.
[p. 208]. [2] . Los dos versos que anteceden a este verso faltan en el códice citado y en la Rosa de Timoneda, que llevan también este verso como sigue:
«hecho la habia un portillo.» Cód.
«hecho le habian un portillo.»
Tim.
[p. 208]. [3] . «Que iban huyendo.» Códice. Timoneda.
[p. 208]. [4] . Este verso y los tres que le siguen faltan en el Cód. y en la Rosa.
[p. 208]. [5] . «Por encima del adarbe.» Códice.Timoneda.
[p. 208]. [6] . «Allá detrás de una almena.» Cód. Timoneda.
[p. 208].
[7] . «Y a voces decía muy altas
que del real le han oido.»
Tim.
[p. 208].
[8] . «Alzó la visera en alto
por ver quién lo habia dicho.» Cód.
Timoneda.
[p. 208]. [9] . «Apuntó el moro.» Timoneda.—«Apuntáralo.» Cód.
[p. 208]. [10] . «Tomale.» Cód.—«Tomole.» Timoneda.
[p. 208]. [11] . «Jacobico.» Cód.—«Jacobito.» Timoneda.
[p. 209].
[1] . «Que eran dos esclavos suyos
que habia criado de chicos.»
Códice.
«Que eran dos esclavos suyos
que fielmente le han servido.»
Timoneda.
[p. 209].
[2] . «Llevanle a los maestros.
por ver si le dan
guarido.» Cód.
«Llevanle a su tienda entrambos
confesion alli ha pedido.»
Tim.
[p. 209].
[3] . «A las primeras palabras
por testamento les dijo
que él a Dios se encomendaba,
y el alma se le ha salido.»
Cód.
«Ya despues de confesado
el alma a Dios ha ofrecido.»
Tim.
[p. 209]. [4] . El señor Durán llama al adelantado del que trata este romance, Sotomayor, conde de Belalcázar; empero, el señor Alcántara ha allegado testimonios contemporáneos en su Historia de Granada (Tomo III, pág. 247), que prueban que el adelantado muerto por mano traidora en el cerco de Alora en el de mayo del año de 1434, lo fué don Diego Gómez de Rivera.
[p. 209]. [5] . Véase la Historia de Granada de Lafuente Alcántara, tomo III, págs. 263 y 264. Murió el conde de Niebla en el mes de agosto del año de 1436.
[p. 209]. [6] . «Nuevas me querais contar.» Sepúlveda.
[p. 209]. [7] . «Hoy veo jergas.» Sepúlveda.
[p. 209]. [8] . «Fiestas asaz.» Sepúlveda.
[p. 209]. [9] . «Si algun grande ha fallecido.» Sepúlveda.
[p. 209]. [10] . «De Castilla y.» Sepúlveda.
[p. 209]. [11] . Desde este verso el romance de Sepúlveda es todo diferente. Véase la nota al fin de nuestro texto.
[p. 210]. [1] . Esta versión reformada, añadida a la edición de Felipe Nucio por un anónimo, dice desde el verso notado como se sigue:
«—Ningun grande ha fallecido
ni hombre de vuestra sangre,
ni don Alvaro de Luna
el maestre y condestable;
mas es muerto un caballero
que era su valor tan grande
que verédes a los moros
en cuán poco vos ternán.
Por ayudar a los suyos,
podiéndose bien salvar,
por oir solo su nombre
por se oir solo llamar,
tornó en un batel pequeño
a la braveza del mar.
Don Enrique es, rey, aqueste,
don Enrique de Guzman:
no querades mas solaz.—
El rey oyendo tal nueva
hobo en extremo pesar,
porque tan buen caballero
no se quisiera salvar;
mandó traer a su hijo,
aquel que quedado le ha,
y de Medina Sidonia
duque le fué a intitular.»
[p. 210]. [2] . Véase sobre la batalla de los Alporchones, en el 17 de marzo del año de 1452, la Historia de Granada, por Lafuente Alcántara tomo III, páginas 279 a 284. Pérez de Hita llama a este romance «antiguo».
[p. 212]. [1] . Romance del obispo don Gonzalo. Canc. de Rom. s. a. y 1550. Silva de 1550. Don Gonzalo de Estúñiga o de Zúñiga, obispo de Jaén, fué preso por los moros en el año de 1456. Véase Lafuente Alcántara, Historia de Granada, tomo III, página 298.
[p. 212]. [2] . «Un día de Sant Antón.» Cancionero de Rom. s. a. y 1550. Silva.
[p. 212]. [4] . «Se salian de San Juan.» Ibid.
[p. 212]. [5] . Este, y los siete versos que le siguen faltan en el Canc. de Rom. s. a. y 1550 y en la Silva.
[p. 212]. [6] . «Las señas.» Ibid.
[p. 212]. [7] . «Por capitan lo llevaban.» Silva.
[p. 212]. [8] . «Encima de un buen caballo.» Canc. de Rom. s. a. y 1550. Silva.
[p. 212]. [9] . Este, y el verso que le antecede, faltan en el Canc. de Rom. s. a. y 1550, y en la Silva.
[p. 213]. [1] . «Ibase para la Guarda.» Cancionero de Rom. s. a. y 1550.—Silva (en ésta se dice: «Guardia»).
[p. 213]. [2] . «Ese castillo nombrado.» Ibid.
[p. 213]. [3] . «Don Rodrigo, ese hidalgo.» Ibid.
[p. 213]. [4] . «Por Dios os ruego, obispo.» Ibid.
[p. 213]. [5] . «Que a la Guarda.» Canc. de Rom. s. a. y 1550.—«Guardia». Silva.
[p. 213]. [6] . «El uno era mi primo.» Ibid.
[p. 213]. [7] . «Y el otro era mi hermano.»
[p. 213]. [8] . «Y el otro era un paje mío.» Ibid.
[p. 213]. [9] . «Que en mi casa se ha criado.» Ibid.
[p. 213]. [10] . «A quien.» Ibid.
[p. 213]. [11] . «Cabe.» Ibid.
[p. 213]. [12] . «Relucen.» Ibid.
[p. 213]. [13] . «Las dos.» Ibid.
[p. 213]. [14] . Desde este verso hasta el fin, el texto del Canc. de Rom. s. a. y 1550 y de la Silva es todo diferente, y dice así:
«Todos pasan adelante,
ninguno atras se ha quedado,
siguiendo a su capitan
el cobarde es esforzado.
Honra ganan los cristianos,
los moros pierden el campo;
diez moros pierden la vida
por la muerte de un cristiano;
si alguno de ellos escapa
es por uña de caballo.
Por su mucha valentía
toda la prez han cobrado.
así con esta vitoria,
como señores del campo,
se vuelven para Jaen
con la honra que han ganado.»
Con este texto es casi idéntico el que cita Ortiz (Discurso general de los Ortizes; fols. 89 y 90), tomado de un: «Romancero que se imprimió en Sevilla el año de 1573».
[p. 214]. [1] . Hay un fragmento de este romances «viejo», aun más desfigurado que la versión del Canc. de Rom. y de la Silva, en la Historia de los bandos de Cegríes, etc., de Ginés Pérez de Hita, de este tenor (también Pedraza, Hist. ecles. de Granada, fol. 133 v.º, cita cuatro cuartetas de este romance de que tuvo una versión completa y algo diferente de esta; pues dice: «En esta entrada quedó el obispo cautivo, como se colige del mismo romance, y fue traído a Granada, etc.»):
«Ya repican en Andújar,
y en la Guardia dan rebato,
y se salen de Jaen
cuatrocientos hijosdalgo,
y de Ubeda y Baeza
se salían otros tantos.
Todos son mancebos de honra
y los mas enamorados:
de manos de sus amigas
todos van juramentados
de no volver a Jaen
y el que linda dama tiene
le promete tres o cuatro.
Por capitán se lo llevan
al Obispo don Gonzalo
..........................................
Don Pedro Caravajal
de esta suerte ha hablado:
—Adelante, Caballeros
que me llevan el ganado;
si de algun villano fuera
ya le hubiérades quitado.
Alguno va entre nosotros
que se huelga de mi daño:
yo lo digo por aquel
que lleva roquete blanco.»
Hita pone este romance por equivocación, hablando de otra «escaramuza en tiempo del rey Chico de Granada, el año de 1491», y le antepone otra versión, más ajustada al suceso de que habla, que duda es refundición suya, y empieza:
Muy revuelto anda Jaen.
[p. 216]. [1] . Don Alonso Yañez Fajardo, señor de Cartagena, fué adelantado del reino de Murcia, por los años de 1460. Era célebre por su victoria en la batalla de los Alporchones, y entretenía después estrecha amistad con el rey de Granada. Véase la Historia de Granada, por Lafuente Alcántara, tomo III, páginas 281 y 326.
[p. 216]. [2] . «Jugando está al ajedrez.» Timoneda.
[p. 216]. [3] . «El rey de Granada un día.» Tim.—«En rico ajedrez un dia.» Argote de Molina.
[p. 216]. [4] . «Gran.» Argote.
[p. 216]. [5] . «El rey moro juega a.» Argote.
[p. 216]. [7] . «El orfil que le prendia.» Tim.
[p. 216]. [8] . «A voces le dice el moro.» Argote.
«En esto dijo el rey moro.» Tim.
[p. 216]. [9] . «Respondió.» Timoneda.
[p. 216]. [10] . Este, y el verso que le antecede, faltan en el texto de Argote.
[p. 216]. [11] . «Calles, buen rey, no me enojes.» Argote.
[p. 216]. [12] . «Ni tengas tal fantasía.» Argote.
[p. 216]. [13] . «Aunque tú me.» Silva. Argote. Timoneda.
[p. 216]. [14] . «Lorca.» Argote.
[p. 216]. [15] . Con este verso acaba el texto de Argote.
[p. 216]. [16] . «De esta suerte respondía.» Silva.
[p. 216]. [17] . «Por ser.» Timoneda.
[p. 216]. [18] . «Contigo paz ofrescia.» Tim.
[p. 217]. [1] . Fué conquistado el castillo de Alhama el jueves 28 de febrero del año de 1482. Vease la Historia de Granada, por Lafuente Alcántara, t. III, págs. 363 a 369.
[p. 218]. [1] . «Cuando le vinieron cartas.»
[p. 218]. [2] . «De.» Timoneda.
[p. 218]. [3] . «Estaban.» Timoneda
[p. 218]. [4] . «El rey.» Silva.
[p. 218]. [5] . «Es de ir.» Canc. de Rom. s . a.—«Si a Alhama has de ir, buen rey.» Timoneda.
[p. 219]. [1] . «Gruesa.» Timoneda.
[p. 219]. [2] . «Ese.» Silva. Timoneda.
[p. 219]. [3] . «Ganaba.» Timoneda.
[p. 219]. [4] . «Cádiz.» Timoneda.
[p. 219]. [5] . Con este verso acaba el romance en el texto de Timoneda. 1. Este romance, dice Hita, se hizo en arábigo en aquella ocasión de la pérdida de Alhama, el cual era muy doloroso, y tanto que vino a vedarse en Granada que no le cantasen, porque cada vez que le cantaban en cualquiera parte provocaba a llanto y dolor: después se cantó en lengua castellana de la misma manera, que decía (véase al romance que sigue).
[p. 221]. [1] . Lleva este epígrafe la Rosa de Timoneda; la Silva y el Canc. de Rom. citan solamente el primer verso: «Romance que dice, etc.»
[p. 221]. [2] . «Partía.» Timoneda.—«Sale.» Silva.
[p. 221]. [3] . «A.» Timoneda.
[p. 221]. [4] . «Caballeros.» Timoneda.
[p. 221]. [5] . «Que le hacen.» Timoneda.
[p. 221]. [6] . «Haciendo.» Silva. Tim.
[p. 221]. [7] . «Contando.» Timoneda.
[p. 221]. [8] . «Que junto del rey venia.» Timoneda.
[p. 221]. [9] . «Que.» Falta en la Rosa de Timoneda.
[p. 221]. [10] . «Quiero decir.» Silva.— «Quiero os decir.» Timoneda.
[p. 221]. [11] . «Es resplandeciente.» Tim.
[p. 221].
[12] . «Mas que el sol cuando salía,
que sola su claridad
escurece la del
día.»—Tim.
[p. 221].
[13] . «Como el rey moro lo oyera,
de esta suerte respondia.» Timoneda.
[p. 221]. [14] . «Esa tal amiga, amigo.» Timoneda.
[p. 221]. [15] . «Señor.» Tim.
[p. 221]. [16] . «Muéstramela, dijo el rey.» Timoneda.
[p. 221]. [17] . Desde este verso es todo otro el texto de Timoneda, donde dice:
«El buen hombre sin temor,
con la gran fe que tenia,
metió la mano en su seno,
sacó la virgen María.
Así como el rey la vido
amortecido se había:
dando voces a su gente,
de esta manera decía.
—Prendelde luego, los mios,
y llevaldo a Almería,
jugaréismelo a las cañas
en ántes que pase el día.»
[p. 221]. [18] . «Echa.» Silva.
[p. 222]. [1] . «Tomadme.» Silva.
[p. 222]. [2] . «Echad.» Silva.
[p. 222]. [3] . Don Rodrigo Tellez Girón, gran maestre de la órden de Calatrava, hijo y sucesor en el maestrazgo en el año 1466 del célebre don Pedro Tellez Girón, se hizo tanto renombre en los fastos y tradiciones novelescas de las guerras de Granada, que es probablemente a él que alude este romance, llamándole ( κατ῾ &οελιγ;ξοΧήν ) «el Maestre.»—Véase sobre este héroe la Historia de Granada, por Lafuente Alcántara, tomo III, págs. 375 y 376.
[p. 223]. [1] . Don Rodrigo Girón, o según otros, don Pedro, su padre.
[p. 224]. [2] . «Arrojando va la.» Timoneda, Pl. s.
[p. 224]. [3] . Hasta este verso lo pone como fragmento Pérez de Hita en su Historia de los bandos de los Cegríes, etc.; pero allí supone hacerse la batalla del Maestre con Muza.
[p. 224]. [4] . «Y no hay.» Tim. Pl. s.
[p. 224]. [5] . «Halo sabido Albayardos». Timoneda. Pl. s. Timoneda pone ese nombre siempre de esta manera; el Pl. s. dice:
«Avayaldos» o «Abayardos».
[p. 224]. [6] . «Arma.» Tim. Pl. s.
[p. 224]. [7] . «Vengades.» Tim. Pl. s.
[p. 224]. [8] . «Viva estaba.» Tim. Pl. s.
[p. 224]. [9] . «Mas vengo que.» Tim. Pl. s.
[p. 224]. [10] . «Pago.» Timoneda. Pl. s.
[p. 224]. [11] . «El buen rey.» Tim. Pl. s.
[p. 224]. [12] . «El Benecendo.» Timoneda.
[p. 224]. [13] . «Cinco mil moros.» Tim. Pl. s.
[p. 225]. [1] . «Y él herido en una yegua.» Timoneda. Pl. s.
[p. 225]. [2] . «De sus manos.» Tim. Pl. s.
[p. 225]. [3] . «Porque un fraile capelludo.» Tim. Pl. s.—Los caballeros profesos de las órdenes militares se llamaban Freiles o Freires, y llevaban por sobreveste y en forma de escapulario una capilleta que les cubría el pecho. A esta y no a una capucha de fraile alude la voz capilludo. Nota de Durán.
[p. 225]. [4] . «Arroja lanza en Granada.» Timoneda. Pl. s.
[p. 225]. [5] . «Si tú me dieses.» Tim. Pl. s.
[p. 225]. [6] . Después de éste, Timoneda interpone los dos versos siguientes:
«Respondiera Benecendo
porque allí delante
estaba.»
[p. 225]. [7] . «Que el Maestre es esforzado.» Tim.—«Que el Maestre es niño y mozo.» Pl. s.
[p. 225]. [8] . «Y venturoso en batalla.» Timoneda. Pl. s.
[p. 225]. [9] . «Allí respondió.» Tim. Pl. s.
[p. 225]. [10] . «Si no fueras tu buen rey.» Pl. s.
[p. 225]. [11] . «El segundo.» Tim. Pl. s.
[p. 225]. [12] . «El tercero tengo en Loja.» Timoneda.—«El tercero tengo en Lorca.» Pl. s.
[p. 225]. [13] . «Entregóme el rey a Alhama.» Timoneda.
[p. 225]. [14] . «Demandada.» Tim. Pl. s.
[p. 225]. [15] . «El rey los pusiera en paz.» Timoneda. — «Pusieronlos luego en paz.» Pl. s.
[p. 225]. [16] . Timoneda no pone este verso.
—«A la orilla de un agua.» Pl. s.
[p. 226]. [1] . «Un pastor se les soltaba.» Timoneda.
[p. 226]. [2] . «Que como un gamo corria, y como un ciervo saltaba.» Timoneda.
Versos tomados del romance que dice: «Caballeros de Moclin.»
[p. 226]. [3] . «Donde estás, dime Maestre.» Timoneda. Pl. s.
[p. 226]. [4] . «Mi honra.» Cod. del sislo XVI.
[p. 226]. [5] . «Presto, presto, al arma al arma.» Tim. Pl. s.
[p. 226].
[6] . «Aun no lo hubo bien dicho
cada cual a punto estaba.»
Luego que en campo se vido.»
Timoneda.
[p. 226]. [7] . «Por cima do asomaba.» Cod. del siglo XVI.
[p. 226]. [8] . «Puso.» Tim. Pl. s.
[p. 226]. [9] . «Andando por la pelea.» Cod. del siglo XVI.
[p. 226]. [10] . «Cayó.» Cod. del siglo XVI.
[p. 226]. [11] . «Sin hablar una palabra.» Timoneda. Pl. s.
[p. 227]. [1] . ¿Diría «Ben-Alatar»?
[p. 229]. [1] . Sobre el asunto, según lo cuentan los romances, véase Clemencin, Comentario al Don Quijote, tomo V, p. 390;—y sobre Aliatar, el histórico, y el cerco de Loja en el año de 1482, cuyo alcaide fué entonces Aliatar, y en cuyo ataque murió el Maestre don Rodrigo Girón, véase la Historia dc Granada de Lafuente Alcántara, tomo III. págs. 399 a 403. Pl. s,
[p. 229]. [2] . «Abayardos.» Tim.—«Abayaldo.»
[p. 229]. [3] . «Que treinta palmos pasaba.»Timoneda. Pl. s.
[p. 229]. [4] . «Aposta la hizo el moro.» Tim.
[p. 229]. [5] . «Con seda de fino grana.» Tim.
[p. 229]. [6] . «Mostraba.» Timoneda.
[p. 229]. [7] . «A Mahoma.» Timoneda.
[p. 229]. [8] . «Ensangriente.» Tim. Pl. s.
[p. 229]. [9] . «A la seña.» Timoneda.
[p. 229]. [10] . «Saliósele.» Timoneda. Pl. s.
[p. 230]. [1] . Pérez de Hita pone en su Historia de los bandos de Cegríes, etc., un romance al mismo asunto que no sólo tiene un principio casi igual a este «De Granada sale el moro, etc.», sino repite tambien trozos enteros de él; por eso no es más que una refundición ampliada de nuestro texto.
[p. 230]. [2] . Timoneda, Rosa española.— En el Canc. de Rom., ed. de Medina, 1570, lleva este romance al epígrafe más corto «Romance de la huida del rey moro.»—Sobre la prisión del rey moro Boabdil, 21 de abril del año de 1483, véase la Historia de Granada, por Lafuente Alcántara, tomo III, págs. 432 a 435.
[p. 230]. [3] . «Nuestro.» Timoneda., Rosa española.
[p. 231]. [1] . «Cómo leon bravo metido.» Timoneda.
[p. 231]. [2] . «Mas está en prisión rendido.» Timoneda.
[p. 231]. [3] . «Llévanlo derecho.» Tim.
[p. 231]. [4] . Éste y los tres versos que le siguen faltan en la Rosa de Tim.
[p. 231]. [5] . «Unas lloran padres, hijos.» Timoneda.
[p. 231]. [6] . Éste y los tres versos que le siguen faltan también en la Rosa de Timoneda.
[p. 231]. [7] . «Prometen todas sus joyas.» Timoneda.
[p. 231].
[8] . «Con esto y otras riquezas
fué rescatado y traido
el rey Chiquito a Granada
y en su posesión
metido.»—Tim.
[p. 233]. [1] . Sobre la tan célebre hazaña de Hernán Pérez del Pulgar, la cual ocasionó este desafío, al fin del año de 1490, veáse la Historia de Granada, por Lafuente Alcántara, tomo IV, págs. 100 a 102.
[p. 234]. [1] . Véase el romance de D. Manuel de León, que dice: «Ese conde don Manuel».
[p. 235]. [1] . «Don Manuel Ponce de León, dice Salazar de Mendoza (Crónica de la excelentisima casa de los Ponces de León. Toledo, 1620; en 4º fol. 177 Vº)... fué aquel valiente y valeroso caballero de quien se han contado y escrito tan grandes hechos en armas. Hallóse en la conquista del reino de Granada y en muchas cosas en que intervino su hermano el gran duque de Cádiz. Casó en Valladolid con doña Guiomarde Castro.» Fué éste el progenitor de los condes de Baylen.—Este acontecimiento, caso que sea histórico, hubo de suceder por el fin del año de 1491.—Véase la Historia de Granada, por Lafuente Alcántara, tomo IV, págs. 126 y 127, donde se refiere la catástrofe misteriosa y algo novelesca de la heroica vida del valiente Muza.
[p. 236]. [1] . «Armados de fuertes armas.» Pliego suelto nº 2.
[p. 236]. [2] . «Llamó.» Pl. s. nº 2.
[p. 236]. [3] . «A la sierra Nevada.» Pl. s. nº 2.
[p. 236]. [4] . «Muy dudosa la tornada.» Pl. s.nº 2.
[p. 236]. [5] . «De subir a ella, buen rey.» Pl. s. nº 2.
[p. 236]. [6] . «Yo de.» Pl. s. nº 2.
[p. 236]. [7] . «Salud me da.» Pl. s. nº 2.
[p. 237]. [1] . «Suben a sierra Nevada.» Pl. s. nº 2.
[p. 237]. [2] . «Se trabó.» Pl. s. nº 2.
[p. 237]. [3] . «Que aunque los moros son muchos.» Pl. s. nº 2.
[p. 237]. [4] . «A la batalla tornaban.» Pl. s. nº 2.
[p. 237]. [5] . «Muriendo.» Pl. s. nº 2.
[p. 237]. [6] . «Metió.» Pl. s. nº 2.
[p. 237]. [7] . «Cruel.» Pl. s. nº 2.
[p. 237]. [8] . «Mortalmente.» Pl. s. nº 2.
[p. 237].
[9] .
«A
su pecho lo criara:
que cuando oyera su muerte
se huyó de quien estaba,
llegóse junto del cuerpo.» Pl. s. nº 2.
[p. 238]. [1] . «Señalada.» Pl. s. nº 2.
[p. 238]. [2] . «No en regalos ni entre damas.» Pl. s. nº 2.
[p. 238]. [3] . «No quiero, le dijo a voces.» Pl. s. nº 2.
[p. 238]. [4] . «Aqui.» Pl. s. nº 2.
[p. 238]. [5] . «Ningun.» Pl. s. nº 2.
[p. 238]. [6] . «Mandó.» Pl. s. nº 2.
[p. 238]. [7] . «Que aunque él.» Pl. s. nº 2.
[p. 239]. [1] . «Este fin lastimoso, dice Pérez de Hita, tuvo D. Alonso de Aguilar: ahora, sobre su muerte hay discordia entre los poetas que sobre esta historia han escrito romances, porque uno dice que esta batalla y otra de cristianos fué en la Sierra-Nevada; otro pacta que hizo el romance de Rio verde, dice que fué la batalla de Sierra-Bermeja.»— Harto conocido es ya que fué en la Sierra-Bermeja, donde murió don Alonso de Aguilar, hermano del gran Capitán Gonzalo de Córdoba, con otros caballeros, 16 de marzo del año de 1501, en una batalla contra los moriscos amotinados de las Alpujarras.—Véase la Historia de Granada, por Lafuente Alcántara, tomo IV, págs. 167 a 169;— y sobre D. Alonso de Aguilar, Ibid. tomo III, págs. 374 y 375.
[p. 240]. [1] . «Llévanle a presentar.» Silva.
[p. 240]. [2] . «Diria.» Silva.
[p. 241]. [1] . La Silva, todas las ed. del Canc. de Rom. y aun el Romancero del Sr. Durán, dicen por equivocación manifiesta: «Oir decia».
[p. 242]. [1] . «Teniendo noticia algunos poetas que la muerte de D. Alonso de Aguilar fué en Sierra-Bermeja, alumbrados de los cronistas reales, habiendo visto el romance pasado, no faltó un poeta que hizo otro nuevo, que dice: «Pérez de Hita, Historia de los bandos de Cegríes, etc., parte I; cap. 17.
[p. 244]. [1] . «Y ahora, dice Pérez de Hita después de haber hecho una narración histórica muy circunstanciada del cerco y la toma de Galera (Capítulos 21 y 22), trasladarernos aquí otro romance, que sobre el levantainiento de Galera escribió un amigo nuestro.»—Y en efecto, éste es a nuestro modo de ver, el único romance de origen tradicional y en tono popular, de todos los que ha inserto en la segunda parte de su obra.—El hecho a que se refiere este romance acaeció en el principio del año de 1570, al salir a campaña D. Juan de Austria contra los moriscos rebeldes de la Alpujarra.—Véase la excelente obra del señor conde Alberto de Circourt, Hist . des mores Mudejares et des Morisques (París, 1846. Tomo III, pág. 56 y siguientes y págs. 238 a 242).
[p. 245]. [1] . «Los cielos andan evueltos.» Pl. s. n.º 2.
[p. 245]. [2] . «En su cania do yacia.» Pl. s. n.º 2.
[p. 245]. [3] . «Debria.» Pl. s. n.º 2.
[p. 245]. [4] . «Que a mí recordado habias.» Pl. s. n.º 2.
[p. 245]. [5] . «Mi triste hija.» Pl. s. n.º 2.
[p. 245]. [6] . Este, y el verso que le sigue, faltan en el Pliego núm. 2.
[p. 245]. [7] . El duque de Alba, general del rey Don Fernando el Católico.
[p. 245]. [8] «Que.» Pl. s. n.º 2.
[p. 245]. [9] . Luis XII, rey de Francia.
[p. 245]. [10] . «Entiendo perder la vida.» Pl. s. n.º 2.
[p. 245]. [11] . El Sr. Durán ha publicado este romance según el mismo pliego suelto.—Claro está que el héroe de este romance no es el rey Juan II, de Castilla, sino Juan d'Albret, que perdió su reino de Navarra en la guerra contra el rey D. Fernando el Católico, por los años de 1513-1515.—El romance parece contemporáneo, y esté contrahecho de aquel célebre del rey Rodrigo que empieza lo mismo: «Los vientos eran contrarios.»—Véanse sobre el asunto: Ant. Nebrisensis (Lebrija), De bello Navariensi libri duo (Granada, 1545);—Alesón, Anales del reino de Navarra, tomo V, pág. 250 y sg.;— y Luis Correa, Historia de la conquista del reino de Navarra por el duque de Alba (Pamplona, 1843).
[p. 246]. [1] . «No sabemos, dice el Sr. Durán, a qué rey Ramiro de Aragón pertenece la época de este romance, el cual parece que es sólo fragmento de alguno que se ha perdido; pero, de todos modos, es acaso uno de los más célebres y populares y que más han servido para glosas, y para temas de otros muchos que lo han mudado o contrahecho.»
[p. 246]. [2] . «Traeis.» Silva.
[p. 247]. [1] . Esposa de D. Alonso V de Aragón, I. de Nápoles.
[p. 247]. [2] . La orden de la Jarra o del Grifo, instituída por el rey Don Fernando de Aragón.
[p. 247]. [3] . ¿Diría «viuda»?
[p. 248]. [1] . Aunque claro está que este romance es ya el producto de un poeta artístico de la corte del rey Don Alonso V de Aragón, lo hemos aquí reimpreso, por ser el más antiguo con fecha fija, y por ser probable que haya pertenecido a un ciclo de romances que habían tratado de las cosas de aquel reino, como lo indica la asonancia (en i-a) que le es común con los otros conocidos que se refieren a esos sucesos.
[p. 248]. [2] . Don Alono V de Aragón, I de Nápoles.—Véase la vida de este rey descripta por el Sr. Bisticci, en el «Archivio storico italiano», tomo IV, año de 1843, págs. 381 sg. y 464 y siguientes.
[p. 248]. [3] . «¡Oh qué bien que parecian!» Floresta.
[p. 248]. [4] . «Capuana y Castil novo.» Pliego suelto.
[p. 249]. [1] . «Señores de gran valía.» Pl. s.
[p. 249]. [2] . «Que me cuestas un hermano.» Pl. s.
[p. 249]. [3] . «Que por padre.» Pl. s.—Este hermano de Don Alonso fué el infante Don Pedro de Aragón, que le ayudó, en efecto, valerosamente a conquistar el reino de Nápoles; murió éste, «el mejor caballero que salió de España», al cercar con el rey a Nápoles en el mes de septiembre del año 1438 de un tiro de lombarda que le llevó la mitad de la cabeza.—Véase la Historia general de España, por don Modesto Lafuente, tomo VIII, pág. 319.
[p. 249]. [4] . «Parte menuda.» Floresta.— En el Pl. s. se suprimen éste y los versos que la siguen, y se les sustituyen los siguientes: «Aunque agora te ganase, por el costo te daría. Dios nos dé a nosotros gracia y a ellos allá la gloria.»
[p. 249]. [5] . Con este verso acaba el texto del Canc. de Rom. s . a. con la nota: «Este romance está imperfecto».
[p. 249]. [6] . La versión anterior de este romance dice con mayor exactitud: «veinte y dos años», pues el rey Don Alonso pasó los años de 1420 a 1442. a conquistar enteramente al reino de Nápoles.
[p. 250]. [1] . Fernando I, rey de Nápoles, cuya segunda esposa fué la heroína de este romance doña Juana de Aragón, hermana del rey Católico Don Fernando de Aragón.— Fernando I de Nápoles murió el día enero de 1494.
[p. 250]. [2] . Don Pedro de Aragón, hermano de Don Alonso V, rey de Aragón, falleció en el año de 1438. Véase la nota del romance número 101.
[p. 250]. [4] . En el Pliego suelto nº I lleva este romance el epígrafe: «Coplas de la reina de Nápoles; y con efecto, el romance está allí impreso en cuartetas separadas.
[p. 250]. [5] . «Las que.» Pl. s. nº 1 a 2.
[p. 251]. [1] . «Que tal se veía.» Pl. s. nº 1.
[p. 251]. [2] . «Consuelo.» Pl. s. nº 1.
[p. 251]. [3] . «Al rey Don Alonso.» Pl. s. números 1 y 2. Este fué el rey de Nápoles Don Alonso II, entenado de la reina Doña Juana, el cual falleció 1495: 19 de noviembre.
[p. 251]. [4] . «Yo también.» Pl. s. nº 2.
[p. 251]. [5] . «Mi hermana.» Pl. s. nº 1.
[p. 251]. [6] . «Que un otro hijo.» Pl. s. nº 2. —«Que otra hija.» Pliego suelto nº 1. * [* Las variantes de éste y del verso que le antecede, son muy notables, y prueban que las alusiones genealógicas que contienen ya entonces eran obscuras para los copiantes; la lección mas natural y conforme con los datos históricos nos parecería la siguiente: «Yo lloré á su hermana—que otro hijo no había;» vale decir la hermana de Alonso, doña Beatriz, reina viuda de Hungría, la que, por haberse probado estéril, fué repudiada por su desposado Ladislao, rey de Bohemia.]
[p. 251]. [7] . Su otro hijastro, el cardenal don Juan de Aragón, que falleció en 1484.
[p. 251]. [8] . «Me vino.» Pl s. nº 2.
[p. 251]. [9] . «Y éste fué los.» Pl. s. nº 2.
[p. 251]. [10] . «En.» Pl. s. nº 1.
[p. 251]. [11] . «Que yo había.» Pl. s. nº 1.
[p. 251]. [12] . «Galeas.» Pl. s. nº 2.
[p. 251]. [13] . « Las.» Pl. s. nº 1.
[p. 251]. [14] . «Y las naos.» Pl. s. nº 1. «Que las galeas y naves.» Pl. s.número 2.
[p. 251]. [15] . «De todo esto.» Pl. s. nº 1.
[p. 251]. [16] . «Y otras venian.» Pl. s. número 1.
[p. 251]. [17] . «Y en ellas un caballero.» Pl. s. nº 2
[p. 251]. [18] . «Este es.» Pl. s. nº 2.
[p. 251]. [19] . «Plegue a.» Pl. s. nº 2.
[p. 251]. [20] . «Alude a la batalla de Seminara, en el mes de junio del año de 1495, la única derrota que sufrió el gran Capitán, por haber, contra su dictamen, cargado a los enemigos los Calabreses: «su muy mala compañía».
[p. 252]. [1] . «Dejarla.» Pl. s. nº 2.
[p. 252]. [2] . Don Fernando II, rey de Nápoles, hijo de Don Alonso II, y yerno de la reina Juana, falleció 1496: el 7 de octubre.
[p. 252]. [3] . Doña Beatriz, reina de Hungría, no fué hermana de Don Fernando, sino, como queda dicho, de su padre Don Alonso. Regresó a su patria por los años 1492 y falleció en el año de 1508, en la isla de Ischia, después de haber visto aprobado por los papas Alejandro VI, y Julio II, su repudio, y llorado también ella, empobrecida, la decadencia de la casa de Nápoles.
[p. 252]. [4] . El infante Don Juan de Castilla y Aragón, hijo de los Reyes Católicos, fallecido en el año de 1497.
[p. 253]. [1] . Gonzalo de Córdoba no fué apellido «el gran Capitán» sino desde la victoria de Atela, en el año de 1496.
[p. 253]. [2] . Se echa de ver que las tres versiones antecedentes de este romance contienen variantes y adiciones tanto más notables, cuanto que por los datos cronológicos a que aluden y que hemos tratado de verificar, se puede determinar casi con exactitud la fecha de su composición sucesiva: así que el romance primitivo, conservado en la versión nº I, debió ser compuesto entre el mes de mayo del año de 1495, cuando se dejó ver la armada castellana en el puerto de Mesina, y el mes de noviembre del mismo año, pues el 19 de este mes falleció el rey Don Alonso II de Nápoles, de cuya muerte aun no hace mención esta versión;—la versión nº II sehubo de extender al menos antes del mes de octubre del año de 1496, cuando la muerte del yerno de la reina, «de la cosa que más quería», como dice ya expresamente la versión nº III, intercalando el lloro de la muerte del rey Don Fernando II de Nápoles, que fué casado con su tía de parte del padre, Doña Juana, hija de la reina, y cuya muerte por cierto fué la más lastimosa para ella; intercalación que, como hemos anotado, causó la equivocación de la última versión, llamando hermana de Don Fernando a la reina de Hungría, al paso que ella lo fué de su padre Don Alonso II, de cuya muerte hablan los versos que anteceden inmediatamente a los interpolados.
[p. 255]. [1] . «Sus lanzas.» Silva.
[p. 255]. [2] . «A guisa de pelear.» Tim.
[p. 255]. [3] . «Chaveda.» Pl. s.
[p. 255]. [4] . «Marchal .» Pl. s.
[p. 255]. [5] . «Vide.» Timoneda.
[p. 255]. [6] . «Por subirme.» Timoneda.
[p. 255]. [7] . «Al punto que.» Timoneda.
[p. 255]. [8] . «Vengais.» Pl. s. —«Señores, vengais en paz.» Timoneda.
[p. 255]. [9] . «O quién os fuera a enviar.» Tim.—«O quién os envió acá.» Pliego suelto.
[p. 255]. [10] . «Perdonédesnos.» Timoneda.
[p. 255]. [11] . «Narrar.» Timoneda.
[p. 255]. [12] . «Cómo.» Timoneda.
[p. 255]. [13] . «Nos ha.» Silva.— «Acá me mandó llegar.» Tim.
[p. 256]. [1] . «Grande.» Silva.— «Mucha.» Pliego suelto.
[p. 256]. [2] . «En la.» Timoneda.
[p. 256]. [3] . «Si VoS lo quereis decir.» Pliego suelto.
[p. 256]. [4] . «Muy bien sabeis.» Tim.
[p. 256]. [5] . Durán enmienda: «Teniendo en más.»
[p. 256]. [6] . «Fué a demandar.» Pl. s.
[p. 256]. [7] . «Dios lo quiere así ordenar.» Timoneda.
[p. 256]. [8] . «Os demando.» Silva.— «Merced os pido, señores.» Timoneda.
[p. 256]. [9] . «Querades me la otorgar.» Silva.
[p. 256]. [10] . «No quereis.» Timoneda.
[p. 256]. [11] . «Perdonedes nos.» Silva. Tim.
[p. 256]. [12] . «Grande puridad.» Tim.
[p. 256]. [13] . Timoneda intercala entre éste y el próximo verso siguiente:
«ni hallo quien me defienda.»
[p. 256]. [14] . Este verso falta en la Rosa de Timoneda.
[p. 256]. [15] . «Ni el rey.» Timoneda.
[p. 256]. [16] . «Es.» Timoneda.
[p. 256]. [17] . «Mas después que.» Tim.
[p. 256]. [18] . «Procuralda.» Timoneda.
[p. 256]. [19] . Mientra está en la confesión.» Silva.— «Mientras que se confesaba.» Timoneda.
[p. 257]. [1] . «A la.» Timoneda.
[p. 257]. [2] . «Que culpa ninguna ha.» Tim.
[p. 257]. [3] . «Con sus hijos a la par.» Timoneda.
[p. 257]. [4] . «Tres.» Timoneda.
[p. 257]. [5] . «Para dos.» Tim.—«Tres.» Pliego suelto.
[p. 257]. [6] . «El tercero.» Timoneda.
[p. 257]. [7] . «Sin madre habeis de que dar.» Timoneda.
[p. 257]. [8] . «Guisa.» Silva. — «Caballeros por mis hijos.» Timoneda.
[p. 257]. [9] . «Ruego os que.» Tim.—«Por ellos.» Silva.
[p. 257]. [10] . «Aunque su madre no es tal.» Timoneda.
[p. 257]. [11] . «Para allí la degollar.» Silva.— «A fin de la degollar.» Timoneda.
[p. 257]. [12] . El Sr. Durán pone a este romance la siguiente nota que copiamos al pie de la letra, por no tener noticias que pongan más claro el asunto a que se refieren estos romances de Isabel de Liar:
«Mucha analogía tiene este romance (y aún más el nº IV) con las tradiciones de doña Inés de Castro; pero no sabemos si es ella de la que se trata. ¿Quién era esta doña Isabel de Liar? ¿Quién el rey portugués su amante, que estaba ausente, sin duda en África, cuando se verificó la tragedia de su querida? ¿Quién la reina mujer de aquel, que, siendo estéril y envidiosa de la fecundidad de su rival, la hace matar, siendo ella muerta por el rey su esposo cuando tornó de su jornada, como se ve en los dos siguientes romances? ¿Quiénes eran el Marqués de Villareal, el Don Rodrigo de Chavela, el duque de Bavia, y el obispo de Oporto, asesinos de doña Isabel? No lo sabemos; nos es desconocido el fundamento de la tradición que ha dado motivo a un romance tan interesante y sencillamente narrado, que parece hecho a la vista del trágico suceso. De todas maneras, aunque no hemos podido hasta ahora hallar la procedencia del romance, es probable que sea la misma que la de doña Inés de Castro, pues Mejía de la Cerda, en su tragedia sobre esta dama, trae un romance casi igual al que anotamos.»
[p. 258]. [1] . «Que era en Ceuta y Tanjer.» Silva, ed. de 1582.
[p. 260]. [1] . Doña María Tellez, esposa del infante Don Juan de Portugal, duque de Braganza, hijo del rey Don Pedro y de Doña Inés de Castro, fué muerta a manos de su esposo, por haberle inspirado injustos celos contra ella su misma hermana doña Leonor, y excitado su ambición con la oferta de la mano de Doña Beatriz, hija suya y del rey Don Fernando y heredera presuntiva del trono de su padre, habiendo trazado este enredo Doña Leonor, envidiosa de que si Don Juan llegase al trono, Doña María, siendo reina, la seria superior, y fingiendo asegurar el cetro a su hija, si uniese sus derechos a los de Don Juan por el matrimonio de ambos. Conocido es que los cómplices en este delito no lograron el fruto de sus ambiciones, habiendo alzado los portugueses por sucesor de Don Fernando al Maestre de Avis, D. Juan, hijo también bastardo del rey Don Pedro. (Sobre Leonor y María Téllez, véase: Raumer, Histor. Taschenbuch, serie 3, tomo II, 1850, pág. 9 y sig.)
[p. 261]. [1] . Timoneda. Rosa española.
[p. 261]. [2] . «Falsa enemiga.» Timoneda.
[p. 261]. [3] . «Entiendo.» Timoneda.
[p. 261]. [4] . «No vos soy traidora, el duque.» Timoneda.
[p. 261]. [5] . «Echó mano de su espada.» Timoneda.
[p. 261]. [6] . «Dejeis.» Timoneda.
[p. 261]. [7] . «Os segaria.» Timoneda.
[p. 261]. [8] . «Segadas.» Timoneda.
[p. 261]. [9] . «Socorro.» Timoneda.
[p. 261]. [10] . «Que todos son.» Timoneda.
[p. 261]. [11] . «Ninguno no.»Timoneda.
[p. 261]. [12] . «Dejeis.» Timoneda.
[p. 261]. [13] . «Pues que nada.» Timoneda.
[p. 261]. [14] . «Con un grande enojo el duque.» Timoneda.
[p. 261]. [15] . «Cierto no se lo debía.» Tim.
[p. 261]. [16] . Este, y el verso que le antecede, faltan en la Flor de enam.
[p. 261]. [17] . «Hermano.» Timoneda.
[p. 261]. [18] . «Demandaria.» Timoneda.
[p. 261]. [19] . Este, y los tres versos que le siguen faltan en la Rosa de Tim.
[p. 262]. [1] . «Dejeis.» Timoneda.
[p. 262]. [2] . «Con Dios y Sancta María.» Timoneda.
[p. 262]. [3] . Este verso y el verso que le antecede, faltan en la Rosa de Timoneda.
[p. 262]. [4] . «Vos.» Timoneda.
[p. 262]. [5] . Don Fernando II, duque de Guimaraes y Braganza, casado con Isabel, infanta de Portugal y hermana de Doña Leonor, esposa del rey de Portugal Don Juan II. Conocido es que este rey hizo sentenciar por traidor y degollar públicamente a su propio cuñado, el duque, en el año de 1483.
[p. 263]. [1] . La Silva y el Canc. de Rom. s. a. y 1550 dicen: «Y en prisiones», que es yerro de imprenta manifiesto. El Sr. Durán ha impreso este verso, según un pliego suelto o su propia enmendación, así:
«Agora vivo en prisiones.»
[p. 263]. [2] . «De.» Falta en la Silva y en la edición del Sr. Durán.
[p. 263]. [3] . Las ediciones posteriores del Cancionero de romances y los editores modernos, dicen por equivocación:
«Y a el sin culpa, culpado.»