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Obras completas de Menéndez... > ANTOLOGÍA DE LOS POETAS... > VIII : PARTE SEGUNDA :... > ROMANCES HISTÓRICOS : SECCIÓN DE ROMANCES RELATIVOS A LA HISTORIA Y TRADICIONES DE ESPAÑA

Datos del fragmento

Texto

1

Romance de cómo Cipion destruyó a Numancia

       Enojada estaba Roma—de ese pueblo Soriano:
       envía, que le castigue,—a Cipion el Africano.
       Sabiendo los de Numancia—que en España habia llegado,
       con esfuerzo varonil—lo [1] esperan en el campo.
       A los primeros encuentros—Cipion se ha retirado;
       mas volviendo a la batalla—reciamente ha peleado.
       Romanos son vencedores,—sobre los de Soria han dado:
       matan casi los más de ellos,—los otros se han encerrado.
       Metidos en la ciudad—Cipion los ha cercado,
       púsoles estancias fuertes,—y un foso desaforado:
       y tanto les tuvo el cerco,—que el comer les ha faltado.
       Púsolos en tanto estrecho,—que en fin han determinado
       de matar toda la gente—que no tome arma en mano.
       Ponen fuego a la ciudad,—ardiendo de cabo a cabo,
       y ellos dan en el real—con ánimo denodado;
       pero al fin todos murieron,—que ninguno no ha escapado.
       Veinte días ardió el fuego,—que dentro ninguno ha entrado.
       Ya que entrar dentro pudieron,—cosa viva no han hallado,
       sino un mochacho pequeño—que a trece años no ha llegado,
       que se quedó en una cuba,—do el fuego no le ha dañado.
       Vuélvese Cipion a Roma,—sólo el mochacho ha llevado:
       pide que triunfo le den,—pues a Soria habia asolado.
       Visto lo que Cipion pide,—el triunfo le han denegado,
       diciendo, no haber vencido,—pues ellos lo habian causado.
       Lo que Roma determina—por sentencia del Senado:
       que Ciplon vuelva a Soria,—y que al mozo que ha escapado,
       le ponga sobre una torre,—la más alta que ha quedado,
       y allí le entregue las llaves,—teniéndolas en su mano,
       y se las tome por fuerza,—como a enemigo cercado,
       y en tomarlas de esta suerte—el triunfo le será dado
        [p. 82] A Soria vuelve Cipion,—según que le fué mandado:
       puso el mochacho en la torre—del arte que era acordado.
       Allí las llaves le pide;—mas él se las ha negado,
       dijo:—No quieran los dioses—que haga tan mal recaudo.
        Ni por mí te den el triunfo,—habiendo solo quedado:
       pues que nunca lo ganaste—de los que ante mí han pasado.—
       Estas palabras diciendo,—con las llaves abrazado,
       se echó de la torre abajo—con ánimo muy osado:
       y así quedó Cipion—sin el triunfo deseado.
       
                                                                     (Timoneda, Rosa gentil.)

2

ROMANCES DEL REY DON RODRIGO.—I

Romance del rey don Rodrigo cómo entró en Toledo en la casa de Hércules

       Don Rodrigo, rey de España,—por la su corona honrar,
       un torneo en Toledo—ha mandado pregonar:
       sesenta mil caballeros—en él se han ido a juntar.
       Bastecido el gran torneo,—queriéndole [2] comenzar,
       vino gente de Toledo [3] —por le haber de suplicar [4]
       que a la antigua casa de Hércules—quisiese un candado echar,
       como sus antepasados—lo solían acostumbrar.
       El rey no puso el candado,—mas todos los fué a quebrar, [5]
       pensando que gran tesoro—Hércules fuera a dejar. [6]
       Entrando [7] dentro en la casa—no fuera otro hallar [8]
       sino letras que decían:—Rey has sido por tu mal;
       que el rey que esta casa abriere [9] —a España tiene quemar.—
        [p. 83] Un cofre de gran riqueza—hallaron dentro un pilar,
       dentro dél nuevas banderas—con figuras de espantar,
       alárabes de caballo—sin poderse menear,
       con espadas a los cuellos,—ballestas de buen echar. [1]
       Don Rodrigo pavoroso—no curó de más mirar.
       Vino un águila del cielo,—la casa fuera quemar. [2]
       Luego envía mucha gente—para África conquistar:
       veinte y cinco mil caballeros—dió al conde don Julián,
       y pasándolos el conde—corría fortuna en la mar:
       perdió doscientos navíos,—cien galeras de remar,
       y toda la gente suya, —sino cuatro mil no más.
       
                                   (Silva de 1550, t. I, fol. 43; Canc. do Rom. s. a., fol 126;
                                     Canc. de Rom. 1550, fol. 124; Tunoneda, Rosa española.)

3

(DEL REY DON RODRIGO.—II)

Romance de la Cava

        Amores trata Rodrigo:—descubierto ha su cuidado;
       a la Cava lo decia,—de quien era enamorado:
       miraba su lindo rostro,—miraba su rostro alindado,
       sus lindas y blancas manos —él se las está loando.
       —Querría que me entendieses—por la vía que te hablo:
       darte hia mi corazón,—y estaria al tu mandado.—
       La Cava, como es discreta,—a burlas lo habia echado.
       El rey le hace juramento—que de veras se lo ha hablado.
       Todavía lo disimula,—y burlando se ha excusado.
       El rey va a tener la siesta,—y en un retrete se ha entrado;
       con un paje de los suyos—por la Cava ha enviado.
       La Cava, muy descuidada,—cumplió luego su mandado.
       El rey, luego que la vido,—hale de recio apretado,
       haciéndole mil ofertas,—si ella hacia su rogado.
       Ella nunca hacerlo quiso,—por cuanto él le ha mandado:
       y así el rey lo hizo por fuerza—con ella, y contra su grado.
       La Cava se fué enojada,—y en su cámara se ha entrado.
       No sabe, si lo decir,—o si lo tener callado.
        [p. 84] Cada día gime y llora,—su hermosura va gastando.
       Una doncella, su amiga,—mucho en ello habia mirado,
       y hablóle de esta manera—de esta suerte le ha hablado
       —Agora siento, la Cava,—mi corazón engañado,
       en no me decir lo que sientes—de tu tristeza y tu llanto.—
       La Cava no se lo dice;—mas al fin se lo ha otorgado:
       dice como el rey Rodrigo—la ha por fuerza deshonrado,
       y porque más bien lo crea,—háselo luego mostrado.
       La doncella que lo vido,—tal consejo le ha dado:
       —Escríbeselo a tu padre,—tu deshonra demostrando.—
       La Cava lo hizo luego,—como se lo ha aconsejado,
       y da la carta a un doncel—que de la Cava es criado.
       Embarcárase en Tarifa,—y en Ceuta la hubo levado,
       donde era su padre, el conde,—y en sus manos la hubo dado.
       Su madre, como lo supo,—grande llanto ha comenzado.
       El conde la consolaba—con que la haría bien vengado
        de la deshonra tan grande—que el rey les habia causado.
       
                                               (Silva de var. rom., 2ª ed., Barcelona, 1557.)

3 a

(DEL REY DON RODRIGO.—III)

(Al mismo asunto)

        Amores trata Rodrigo:—descubierto ha su cuidado;
       a la Cava se lo dice,—de quien anda enamorado.
       —Mira, mi querida Cava,—mira agora que te hablo:
       darte he yo mi corazón,—y estaria a tu mandado.—
       La Cava, como es discreta,—en [1] burlas lo ha tomado,
       respondió muy mesurada—y el gesto bajó humillado:
       —Pienso que burla tu Alteza,—o quiere probar el vado:
       no me lo mandeis, señor,—que perderé gran ditado.
       Don Rodrigo le responde,—que conceda lo rogado:
       que de este reino [2] de España—puedes hacer tu mandado. [3]
       Ella hincada de rodillas,—él la estaba enamorando:
       sacándole está aradores—de su odorífera mano.
       Fué a dormir el rey la siesta;—por la Cava habia [4] enviado:
       cumplió el rey su voluntad—más por fuerza que por grado,
        [p. 85] por lo cual se perdió España—por aquel tan gran pecado.
       La malvada [1] de la Cava—a su padre lo ha contado.
       Don Julián, que es el traidor,—con moros se ha concertado
       que destruyesen [2] a España,—por lo haber así jurado.
       
                                   (Canc. de Rom., ed. de Medina, del año de 1570.
                                             Cancionero llamado Flor de enamorados.)

3 b

(DEL REY DON RODRIGO.—IV)

(Al mismo asunto)

Romance del rey don Rodrigo

       De amores trata don Rodrigo;—descubierto ha su cuidado;
       a la Cava se lo dice,—de quien anda enamorado;
       sacándole está aradores—en sus haldas reclinado,
       y apretándole la mano,—de esta suerte ha propasado:
       —Sepas, mi querida Cava,—que de ti estó apasionado:
       pido que me des remedio,—pues todo está a tu mandado:
       mira que lo que el rey pide,—ha de ser por fuerza, o grado.—
       La Cava, siendo discreta,—como en burlas lo ha tomado,
       respondióle mansamente,—el gesto bajo, humillado:
       —Pienso, que burla la tu Alteza,—o quiere probar el vado.
       No me pidas tal, señor,—que perderé gran ditado.—
       Don Rodrigo le responde—que conceda lo rogado,
       y será reina de España—y de todo su reinado.
       No concediendo su ruego,—de la Cava se ha ausentado;
       fuérase a dormir la siesta,—y por ella hubo enviado.
       Cumplió el rey su voluntad—más por fuerza que por grado.
       La malvada de la Cava—a su padre lo ha contado,
       que es el conde don Julián.—El conde, muy agraviado,
       de vender a toda España—con moros se ha concertado.
       
                                                   (Timoneda, Rosa de amores)

[p. 86] 4

(DEL REY DON RODRIGO.—V)

Romance de cómo el conde don Julian, padre de la Cava, vendió a España *

       En Ceupta está Julian,—en Ceupta la bien [1] nombrada:
       para las partes de aliende—quiere enviar su embajada;
       moro viejo la escrebia, [2] —y el conde se la notaba: [3]
       después de haberla escripto,—al moro luego matara.
       Embajada es [4] de dolor,—dolor [5] para toda España:
       las cartas van al rey moro [6] —en las cuales le juraba
       que si le daba aparejo—le dará por suya España.
       Madre España, ¡ay de ti!—en el mundo tan nombrada,
       de las partidas la mejor, [7] —la mejor y más ufana, [8]
       donde nace el fino oro,—y la plata no faltaba,
       dotada de hermosura,—y en proezas extremada; [9]
       por un perverso traidor—toda eres abrasada,
       todas tus ricas ciudades—con su gente tan galana [10]
       las domeñan hoy [11] los moros—por nuestra culpa malvada,
       si no fueran las Asturias,—por ser la tierra tan brava.
       El triste rey don Rodrigo,—el que entonces te [12] : mandaba,
       viendo sus reinos perdidos—sale a la campal batalla,
       el cual en grave dolor—enseña su fuerza brava;
       mas tantos eran los moros,—que han vencido la batalla.
       No paresce el rey Rodrigo,—ni nadie sabe do estaba. [13]
        [p. 87] Maldito de ti, don Orpas,—obispo de mala andanza:
       en esta negra conseja—uno a otro se ayudaba.
       ¡Oh dolor sobre manera!—¡oh cosa nunca cuidada!
       que por sola una doncella,—la cual Cava se llamaba,
       causen estos dos traidores—que España sea domeñada,
       y perdido el rey señor,—sin nunca dél saber nada.
       
                                (Canc. de Rom . 1550, f. 125.—Timoneda, Rosa esp.— Aquí
                               se contienen cinco romances. El primero, «De cómo fué vencido
                              el rey Don Rodrigo, etc.» Pliego suelto s. a. n. l. del siglo XVI.)

5

(DEL REY DON RODRIGO.—VI)

Romance del rey don Rodrigo cómo perdió a España

       Las huestes de don Rodrigo—desmayaban y huian
       cuando en la octava batalla—sus enemigos vencian.
       Rodrigo deja sus tiendas [1] —y del real se salia:
       solo va el desventurado,—que no lleva compañía.
       El caballo de cansado—ya mudar no se [2] podia:
       camina por donde quiere,—que no le estorba la via.
       El rey va tan desmayado,—que sentido no tenia:
       muerto va de sed y hambre,—que de valle era mancilla;
       iba tan tinto de sangre,—que una brasa parecia.
       Las armas lleva abolladas,—que eran de gran pedrería; [3]
       la espada lleva hecha [4] sierra—de los golpes que tenía;
       el almete abollado [5] —en la cabeza se le hundía; [6]
       la cara lleva hinchada—del trabajo que sufria.
       Subióse encima de un cerro—el más alto que veia: [7]
       dende allí mira [8] su gente.—cómo iba de vencida.
       De allí mira sus banderas,—y estandartes que tenia,
       cómo están todos pisados—que la tierra los cubria.
        [p. 88] Mira por los capitanes—que ninguno parescia;
       mira el campo tinto en sangre,—la cual [1] arroyos corria.
       El triste de ver aquesto—gran mancilla en sí tenia:
       llorando [2] de los sus ojos—de esta manera decia:
       —Ayer era rey de España,—hoy no lo soy de una villa;
       ayer villas y castillos,—hoy ninguno poseia;
       ayer tenia criados,—hoy ninguno [3] me servia,
       hoy no tengo [4] una almena—que pueda decir que es mia.
       ¡Desdichada fué la hora,—desdichado fué aquel dia
       en que nací y heredé—la tan grande señoría, [5]
       pues lo habia de perder—todo junto y en un dia!
       ¡Oh muerte! ¿por qué no vienes—y llevas esta alma mia
        de aqueste cuerpo mezquino,—pues te se agradeceria?
       
                             (Silva de 1550, t. I, fol. 44 .—Canc. de Rom. s. a., fol. 127.
                               Can., de Rom., 1550, fol. 126.—Timoneda, Rosa esp.—
                               Floresta de var. rom.)

5 a

(DEL REY DON RODRIGO.—VII)

(Al mismo asunto)

Romance de cómo se perdió España por causa del rey don Rodrigo

       Los vientos eran contrarios,—la luna estaba crecida,
       los peces daban gemidos—por el mal tiempo que hacia,
       cuando el rey don Rodrigo—junto a la Cava dormia,
       dentro de una rica tienda—de oro bien guarnecida.
       Trescientas cuerdas de plata—que la tienda sostenian,
       dentro habia doncellas—vestidas a maravilla;
       las cincuentas están tañendo—con muy extraña armonia;
       las cincuenta están cantando—con muy dulce melodia.
       Allí hablara una doncella—que Fortuna se decia:
       —Si duermes, rey don Rodrigo,—despierta por cortesia,
       y verás tus malos hados,—tu peor postrimeria,
       y verás tus gentes muertas,—y tu batalla rompida,
       y tus villas y ciudades—destruidas en un dia.
        [p. 89] Tus castillos, fortalezas—otro señor los regia.
       Si me pides quién lo ha hecho,—yo muy bien te lo diria:
       ese conde don Julian—por amores de su hija,
       porque se la deshonraste—y más de ella no tenia.
       Juramento viene echando [1] —que te ha de costar la vida.—
       Despertó muy congojado [2] —con aquella voz que oia;
       con cara triste y penosa—de esta suerte respondia
       —Mercedes a ti, Fortuna,—de esta tu mensajeria.—
       Estando en esto allegó—uno que nuevas traia:
       cómo el conde don Julian—las tierras le destruia.
       Apriesa pide el caballo,—y al encuentro le salia;
       los enemigos son tantos,—que esfuerzo no le valia;
       que capitanes y gentes—huia el que mas podia.
       Rodrigo deja sus tierras, etc *
       
                                   (Timoneda, Rosa española.—Floresta de var. rom.)

6

(DEL REY DON RODRIGO.—VIII)

Romance del rey don Rodrigo cómo fugó de la batalla

       Ya se sale de la priesa—el rey Rodrigo cansado;
        pusiérase hacia una parte—por de allí mirar su campo:
       ve que su gente se apoca,—y cómo va desmayando.
       Desque esto vido Rodrigo,—no curó de mas mirallo,
       porque bien ve que los suyos—ya no pueden soportallo.
       Volvió las riendas apriesa,—da de espuelas al caballo;
       huyendo va a mas andar.—Por un tremedal [3] abajo
       viólo huir Aliastras,—un su capitán honrado;
       acordó seguir tras él,—mas nunca pudo hallarlo. [4]
       Desque vió que no le halla,—a Toledo hubo llegado.
       donde quedara la corte,—y la reina habia quedado.
       Pesábale por llevar—de su rey tan mal recaudo;
       en entrando por la puerta—comenzó a decir llorando:
        [p. 90] —Ya, señora, no sois reina,—ya no teneis ningun mando,
       porque en ocho batallas—perdistes todo el estado.
       Perdistes al rey Rodrigo—el vuestro marido honrado,
       porque le vi ir huyendo,—muy malamente llagado,
       y que la hora de agora—será muerto o cautivado.—
       La reina, sin oir más,—cayó tendida en su estrado:
       despues de grandes cuatro horas—en su sentido ha tornado:
       manda [1] a Aliastras que cuente—todo como habia pasado.
       Aliastras se lo cuenta,—que nada no habia dejado.
       La reina con gran congoja—dijo:—Ya lo he yo tragado,
       porque la noche pasada—un mal sueño habia soñado,
       y es que via el rey Rodrigo—con el gesto muy airado,
       los ojos vueltos en sangre,—que iba muy apresurado
       para ir a vengar la muerte—del desdichado don Sancho,
       y que volvía sangriento,—y su cuerpo mal llagado,
       y que se llegaba a mí—y me tiraba del brazo,
       y decia estas palabras—muy fuertemente llorando:
       —Quédate adios, reina triste,—quédate adios, que me parto:
       los moros me han ya vencido,—los moros me han sojuzgado.
       No cures llorar mi muerte,—no cures llorar tu estado,
       procúrate de esconder—allá en lo más apartado,
       vete luego a las montañas—de aquel reino Asturiano,
       porque no hay otro remedio—si quieres quedar en salvo,
        porque España y lo demas—todo está ya sujetado.
       
                           (Silva de 1550, t, I, fol. 45.— Canc, de Rom. s. a ., fol. 128.
                            Canc. de Rom. de 1550, fol. 127.)

7

(DEL REY DON RODRIGO.—IX)

Romance de la penitencia del rey don Rodrigo

       Despues que el rey don Rodrigo—a España perdido habia,
       íbase desesperado—por donde mas le placia.
       Métese por las montañas—las mas espesas que habia, [2]
       porque no le hallen moros—que en su seguimiento iban.
       Topado ha con un pastor—que su ganado traia,
       díjole:—¿Dime, buen hombre,—lo que preguntar queríia,
        [p. 91] si hay por aquí poblado—o alguna caseria
       donde pueda descansar,—que gran fatiga traia? [1]
       El pastor respondió luego—que en balde la buscaria,
       porque en todo aquel desierto—sola una ermita habia,
       adonde estaba un ermitaño,—que hacia muy santa vida.
       El rey fué alegre de esto, [2] — por allí acabar su vida.
       Pidió al hombre [3] que le diese—de comer, si algo tenia:
       el pastor sacó un zurron,—que siempre en él pan traia; [4]
       dióle dél, [5] y de un tasajo—que acaso allí [6] echado habia.
       El pan era muy moreno,—al rey muy mal le sabia;
       las lágrimas se le salen,—detener no las podia
       acordándose en su tiempo—los manjares que comia.
       Despues que hubo descansado—por la ermita le pedia,
       el pastor le enseñó luego—por donde no erraria.
       El rey le dió una cadena,—y un anillo que traia:
       joyas son de gran valer [7] —que el rey en mucho tenia.
       Comenzando a caminar,—ya cerca el sol se ponia; [8]
       llegado es a la ermita—que el pastor dicho le habia.
        El dando gracias a Dios—luego a rezar se metia;
       despues que hubo rezado—para el ermitaño se iba:
       hombre es de autoridad,—que bien se le parecia.
       Preguntóle el ermitaño—cómo allí fué su venida;
       el rey, los ojos llorosos,—aquesto le [9] respondia:
       —El desdichado Rodrigo—yo soy, que rey ser solia:
       vengo a hacer penitencia—contigo en tu compañía;
       no recibas pesadumbre—por Dios y Santa María.—
       El ermitaito se espanta;—por consolallo decia:
       —Vos cierto habeis elegido—camino cual convenia.
       para vuestra salvación,—que Dios os perdonaria.—
       El ermitaño ruega a Dios—por si le revelaria
       la penitencia que diese—al rey que le convenia.
       Fuéle luego revelado,—de parte de Dios, un día
       que le meta en una tumba—con una culebra viva,
       y esto tome en penitencia—por el mal que hecho habia. [10]
       El ermitaño al rey—muy alegre se volvía:
       contóselo todo al rey [11] —cómo pasado lo habia.
       El rey de esto muy gozoso,—luego en obra lo ponia.
        [p. 92] Métese como Dios manda [1] —para allí acabar su vida;
       el ermitaño, muy santo,—mírale el tercero dia.
       Dice:—¿Cómo os va, buen rey?—¿vaos bien con la compañia?
       —Hasta ahora no me ha tocado [2] —porque Dios no lo queria:
       ruega por mí, el ermitaño, [3] —porque acabe bien mi vida.—
       El ermitaño lloraba,—gran compasión le tenia:
       comenzóle a consolar—y esforzar cuanto podia.
       Despues vuelve el ermitaño—a ver si ya muerto habia: [4]
       halla [5] que estaba rezando—y que gemía y plañía.
       Preguntóle cómo estaba:—Dios es en la ayuda mía,
       respondió el buen rey Rodrigo:—la culebra me comia; [6]
       cómeme ya por la parte—que todo lo merecia,
       por donde fué el principio—de la mi muy gran desdicha.—
       El ermitaño lo esfuerza,—el buen rey allí moria: [7]
       aquí acabó el rey Rodrigo,—al cielo derecho se iba.

                             (Silva de 1550, t. I, fol. 47 .—Canc. de Rom. s . a., fol. 129.
                              Canc. de Rom., 1550, fol. 129.—Timoneda, Rosa esp.)

[p. 93] 8

ROMANCES SOBRE BERNARDO DEL CARPIO

Romance de Bernaldo del Carpio.—I

       En los reinos de Leon—el casto Alfonso reinaba:
       
hermosa hermana tenía,—doña Jimena se llama.
       Enamorárase de ella—ese conde de Saldaña,
       mas no vivia engañado,—porque la infanta lo amaba.
       Muchas veces fueron juntos,—que nadie lo sospechaba;
       de las veces que se vieron—la infanta quedó preñada.
       La infanta parió a Bernaldo,—y luego monja se entraba;
       mandó el roy prender al conde—y ponerle muy gran guarda.
       
                                            (Canc. de Rom., 1550—, fol. 135.)

9

(DE BERNARDO DEL CARPIO.—II)

Romance de Bernaldo del Carpio que cuenta, cómo estando en las cortes del rey don Alfonso el Casto supo como el mesmo rey su señor tenia preso a su padre, el cual gelo pidió de merced, y no gelo dando hizo grande estrago en la tierra.

       En corte del casto Alfonso—Bernaldo a placer vivia,
       sin saber de la prisión—en que su padre yacia.
       A muchos pcsaba de ella,—mas nadie gelo decia,
       ca non osaba ninguno,—que el rey gelo defendía,
       y sobre todos pesaba—a dos deudos que tenia;
        [p. 94] uno era Vasco Melendez,—a quien la prisión dolia,
       y el otro Suero Velasquez,—que en el alma lo sentia.
       Para descubrir el caso—en su poridad metian
       a dos dueñas fijas-dalgo,—que eran de muy gran valia;
       una era Urraca Sanchez,—la otra dicen Maria,
       Melendez era el renombre—que sobre nombre tenia.
       Con estas dueñas fablaron—en gran poridad un dia,
       diciendo:—Nos vos rogamos,—señoras, por cortesia,
       que le digais a Bernaldo,—por cualquier manera o via,
       cómo yace preso el conde—su padre Don Sancho Diaz;
       que trabaje de sacarlo,—si pudiere, en cualquier guisa,
       que nos al rey le juramos—que de nos non lo sabria.—
       Las dueñas, cuando lo oyeron,—a Bernaldo lo decian.
       Cuando Bernaldo lo supo—pesóle a gran demasia,
       tanto que dentro en el cuerpo—la sangre se le volvia.
       Yendo para su posada—muy grande llanto hacia;
       vestióse paños de duelo,—y delante el rey se iba.
       El rey, cuando así lo vido, [1] —de esta suerte le decia:
       —Bernaldo, ¿por aventura—cobdicias la muerte mia?—
       Bernaldo dijo:—Señor,—vuestra muerte no quería,
       mas duéleme que está preso—mi padre gran tiempo habia.
       Señor, pidoos por merced,—y yo vos lo merecía,
       que me lo mandedes dar.—Empero el rey, con gran ira,
       le dijo:—Partíos de mí,—y no tengais osadia
       de más esto me decir,—ca sabed que os pesaria:
       ca yo vos juro y prometo—que en cuantos días yo viva,
       que de la prisión no veades—fuera a vuestro padre un dia.—
       Bernaldo, con gran tristeza,—aquesto al rey respondia
       —Señor, rey sois, y farédes—a vuestro querer y guisa:
        empero yo ruego a Dios,—también a Santa Maria,
       que vos meta en corazón—que lo soltedes aina,
       ca yo nunca dejaré—de vos servir todavia.—
       Mas el rey con todo esto—amábale en demasia,
       y ansí se pagaba dél—tanto cuanto más le via,
       por lo cual siempre Bernaldo—ser fijo del rey creia.
       
                                 (Silva de 1550, t. I, ful. 55.— Canc. de Rom. s. a., fol. 156.
                                 Canc. de Rom., 1550, fol. 135.)

[p. 95] 10

(DE BERNARDO DEL CARPIO.—III)

       Andados treinta y seis años—del rey don Alfonso el Casto,
       en la era de ochocientos—y cincuenta y tres ha entrado
       el número de esta cuenta,—y el rey ha mas reposado,
       faciendo en Leon sus cortes,—y habiendo a ellas llegado
       los altos hombres del reino—y los de mediano estado;
       mientras las cortes se facen—el rey facer ha mandado
       generales alegrias,—con que a la corte ha alegrado,
       corriendo cada dia toros -y bohordando tablados.
       Don Arias y don Tibalte.—dos condes de gran estado,
       eran tristes además—cuando vieron que Bernaldo
       no entraba en aquellas fiestas,—a los cuales ha pesado,
       porque no ha entrado en ellas—les era gran menoscabo,
       y eran menguadas las cortes—no habiendo a ellas andado.
       Despues de haberse entre sí—ambos a dos acordado,
       suplicaron a la reina—que le dijese a Bernaldo,
       que por su amor cabalgase,—y que lanzase al tablado.
       Folgando la reina de ello,—a Bernaldo lo ha rogado,
       diciendo:—Yo vos prometo—de que al rey haya hablado,
       yo le pida a vuestro padre,—ca no me lo habrá negado.—
       Bernaldo cabalgó entonces,—y fué a complir su mandado:
       llegando delante el rey,—con tanta furia ha tirado,
       que esforzándose en sus fuerzas,—el tablado ha quebrantado.
       El rey desque esto fué fecho—fuése a yantar al palacio.
       Don Tibalte y Arias, godos,—a la reina le han membrado
       que cumpliese la merced—que a Bernaldo le ha mandado.
       La reina fué luego al rey,—la cual así le ha fablado:
       —Mucho vos ruego, señor,—que me deis, si os viene en grado,
       al conde don Sancho Diaz,—que teneis aprisionado;
       ca este es el primer don—que yo vos he demandado.—
       El rey cuando aquesto oyó—gran pesar hubo tomado,
       y mostrando gran enojo,—esta respuesta le ha dado:
       —Reina, yo non lo faré,—no vos trabajeis en vano,
       ca non quiero quebrantar—la jura que hube jurado.—
       La reina fincó muy triste—porque el rey no se lo ha dado,
       mas Bernaldo en gran manera—fué de esto mal enojado,
        acordando de irse al rey—a suplicarle de cabo
       le diese a su padre el conde,—y si no, desafiallo.
       
                                                   (Silva de Rom., 1550, t. I, fol. 59 .—Canc. de Rom. s a.,
                                                   fol. 139 .—Canc. de Rom., 1550, fol. 140.)

[p. 96] 11

(BERNARDO DEL CARPIO.—IV)

       En gran pesar y tristeza—era el valiente Bernaldo,
       por ver a su padre preso,—y no poder libertallo.
       Vestidos paños de duelo,—y de sus ojos llorando,
       se lo pidió de merced—al rey don Alfonso el Casto,
       el cual dar no se lo quiso,—mas por respuesta le ha dado:
       —que de decirlo otra vez—no fuese jamas osado,
       ca si lo osase facer—con su padre haria echarlo.—
       Bernaldo cuando esto vido,—al rey así ha fablado:
       —Señor, por cuanto os serví—ya debiérades soltallo:
       bien remembrarse vos debe,—si non se vos ha olvidado,
       de cómo vos acorrí—cuando vos tenian cercado
       los moros en Benavente,—andando en la lid lidiando,
       en la cual sabeis que os vistes—en muy peligroso estado
       con gente del rey Ores—que la tierra os habian [1] entrado,
       y vos dijístesme entonces—que vos pidiese a mi grado
       un don cualquier que quisiese—de vos me seria dado:
       yo pedíos a mi padre,—y por vos me fué otorgado.
       Otrosí cuando lidiastes—con Alzaman el pagano,
        que yacia sobre Zamora—teniendo cerco asentado,
       bien sabedes lo que aí fice—para sacaros en salvo;
       desque la lid fué vencida—vuestra fe me hubistes dado
       de darme a mi padre el conde— libre, suelto, [2] vivo y sano.
       Y tambien cuando os tenian—cercado en el mismo grado
       los moros cerca del rio—que Horbi era llamado,
       y vos daban muy gran priesa,—que fuera escapar milagro,
       y estando en horas de muerte—llegué yo por aquel cabo,
       y bien sabéis [3] lo que fice,—y cómo os hube librado.
       Agora pues que me veo [4] — ser de vos tan mal pagado,
       que a mi padre no me dais,—habiéndomelo mandado,
       de vos me quito, y no quiero—ser ya mas vuestro vasallo.
       Y rieto [5] todos aquellos—cuantos son de vuestro bando,
       para en cualquiera lugar—que los hubiere fallado,
       si más pudiera que ellos,—como enemigo contrario.—
        [p. 97] De esto fué el rey muy sañudo,—y díjole así a Bernaldo:
       —Bernaldo, pues que así es,—que me salgades, vos mando,
       desde hoy en nueve dias—de mi tierra y mi reinado,
       y no vos falle yo ende;—que vos digo, si vos fallo
       despues que fuere cumplido—el término que os señalo,
       que vos mandaré echar—donde vuestro padre ha estado.—
       Bernaldo entonces se fué— para Saldaña enojado,
       y luego Vasco Melendez,—que en sangre le era llegado,
       y tambien Suero Velazquez,—que era su deudo cercano,
       y don Nuño de Leon,—deudo otrosí de Bernaldo,
       y viendo que así se partia—y que del rey iba airado,
       despidiéronse del rey—y besáronle la mano,
       y fuéronse para Saldaña,—con Bernaldo se han juntado.
       Bernaldo comenzó entonces a facer gran mal y daño;
       corrió la tierra de Leon,—fizo en ella gran estrago.
       Duraron aquestas guerras,—que hubo entre el rey y Bernaldo,
       gran tiempo, fasta que fué— muerto Alfonso, el roy Casto.
       
                                (Silva de 1550, t. I, fol. 60.— Canc. s . a., fol. 140.—Canc.,
                               1550, fol. 141.)

12

(BERNARDO DEL CARPIO.—V)

       Por las riberas de Arlanza—Bernardo del Carpio cabalga
       con un caballo morcillo—enjaezado de grana,
       gruesa lanza en la su mano,—armado de todas armas.
       Toda la gente de Búrgos—le mira como espantada,
       porque no se suele armar—sino a cosa señalada.
       También lo miraba el rey,—que fuera vuela una garza;+
       diciendo estaba a los suyos:—Esta es una buena lanza:
       si no es Bernardo del Carpio,—este es Muza el de Granada.—
       Ellos estando en aquesto,—Bernardo que allí llegaba,
       ya sosegado el caballo,—no quiso dejar la lanza;
       mas puesta encima del hombro,—al rey de esta suerte hablaba:
       —Bastardo me llaman, rey,—siendo hijo de tu hermana,
       y del noble Sancho Diaz,—ese conde de Saldaña:
       dicen que ha sido traidor,—y mata mujer tu hermana.
       Tú y los tuyos lo habéis dicho,—que otro ninguno no osara:
       mas quien quiera que lo ha dicho,—miente por medio la barba;
       mi padre no fué traidor,—ni mi madre mujer mala,
       porque cuando fui engendrado,—ya mi madre era casada.
       Pusiste a mi padre en hierros,—y a mi madre en órden santa,
       y por que no herede yo—quieres dar tu reino a Francia.
        [p. 98] Morirán los castellanos—antes de ver tal jornada:
       montañeses, y leoneses,—y esa gente esturiana,
       y ese rey de Zaragoza—me prestará su compaña
       para salir contra Francia—y darle cruda batalla;
       y si buena me saliere,—será el bien de toda España;
       si mala, por la república—moriré yo en tal demanda.
       Mi padre mando que sueltes,—pues me diste la palabra;
       si no, en campo, como quiera—te será bien demandada.
        
                                                     (Timoneda, Rosa esp.) *

13

(BERNARDO DEL CARPIO.—VI)

Romance de Bernardo del Carpio

       Las cartas y mensajeros—del rey a Bernaldo van:
       que vaya luego a las cortes,—para con él negociar.
       No quiso ir allá Bernaldo,—que mal recelado se ha;
       las cartas echó en el fuego,—los suyos manda juntar.
       Desque los tuvo juntados,—comenzóles de hablar:
       —Cuatrocientos soys, los mios,—los que comeis el mi pan;
       nunca fuisteis repartidos,—agora os repartirán.
       En el Carpio queden ciento—para el castillo guardar;
       y ciento por los caminos,—que a nadie dejeis pasar;
       doscientos iréis conmigo—para con el rey hablar.
       Si mala me la dijere,—peor se la entiendo tornar.—
       Con esto luego se parte—y comienza a caminar;
       por sus jornadas contadas—llega donde el rey está.
       De los doscientos que lleva—los ciento mandó quedar,
       para que tengan segura—la puerta de la ciudad;
       con los ciento que le quedan—se va al palacio real,
       cincuenta deja a la puerta—que a nadie dejen pasar;
       treinta deja a la escalera—por el subir y el bajar;
       con solamente los veinte—a hablar con el rey se va.
       A la entrada de una sala—con él se vino a topar;
       allí le pidió la mano;—mas no gela quiso dar.
        [p. 99] —Dios vos mantenga, buen rey,—y a los que con vos están.
       Decí ¿a qué me habeis llamado,—o qué me quereis mandar?
       Las tierras que vos me distes,—¿por qué me las quereis quitar?—
       El rey, como está enojado,—aun no le quiere mirar;
       a cabo de una gran pieza,—la cabeza fuera alzar.
       —Bernaldo, mal seas venido,—traidor, hijo de mal padre,
       díte yo el Carpio en tenencia,—tómastelo en heredad.
       —Mentides, buen rey, mentides,—que no decides verdad;
       que nunca yo fuí traidor,—ni lo hubo en mi linaje.
       Acordáseos debiera—de aquella del Romeral,
       cuando gentes extranjeras—a vos querian matar.
        Matáronvos el caballo,—a pié vos vide yo andar;
       Bernaldo como traidor—el suyo vos fuera a dar,
       con una lanza y adarga—ante vos fué a pelear.
       Allí maté a dos hermanos,—ambos hijos de mi padre,
       que obispos ni arzobispos—no me quieren perdonar.
       El Carpio entónces me distes,—sin vos lo yo demandar.
       —Nunca yo tal te mandé,—ni lo tuve en voluntad.
       Prendedlo, mis caballeros,—que atrevido se me ha.—
       Todos le estaban mirando,—nadie se le osa llegar;
       revolviendo el manto al brazo,—la espada fuera a sacar.
       —¡Aquí, aquí, los mis doscientos,—los que comeis el mi pan!
       que hoy es venido el dia—que honra habeis de ganar.—
       El rey como aquesto vido,—procuróle de amansar:
       —Malas mañas has, sobrino,—no las puedes olvidar;
       lo que hombre te dice en burla,—a veras lo quieres tomar
       si lo tienes en tenencia,—yo te lo do en heredad,
       y si fuere menester,—yo te lo iré a segurar.—
       Bernaldo que esto le oyera,—esta respuesta le da:
       —El castillo está por mí,—nadie me lo puede dar;
       quien quitármelo quisiere,—procurarle he de guardar.—
       El rey, que le vió tan bravo,—dijo por le contentar:
       —Bernaldo, tente en buen hora,—con tal que tengamos paz.—
       
                                                   (Silva de 1550, t. II, fol. 85.)

13 a

(BERNARDO DEL CARPIO.—VII)

(Al mismo asunto)

       Con cartas y mensajeros—el rey al Carpio envió;
       Bernaldo, como es discreto,—de traicion se receló;
       las cartas echó en el suelo—y al mensajero habló:
        [p. 100] —Mensajero eres, amigo,—no mereces culpa, no;
       mas al rey que acá te envía—dígasle tú esta razon:
        que no lo estimo ya a él,—ni aun cuantos con él son:
       mas, por ver lo que me quiere,—todavía allá iré yo.—
       Y mandó juntar los suyos:—de esta suerte les habló:
       —Cuatrocientos sois, los mios, los que comedes mi pan:
       los ciento irán al Carpio,—para el Carpio guardar:
       los ciento por los caminos,—que a nadie dejen pasar;
       doscientos iréis conmigo—para con el rey hablar;
       si mala me la dijere—peor se la ha de tornar.—
       Por sus jornadas contadas—a la corte fué a llegar.
       —Manténgavos Dios, buen rey,—y a cuantos con vos están.
       —Mal vengades vos, Bernaldo,—traidor, hijo de mal padre:
       díte yo el Carpio en tenencia,—tú tómaslo de heredad.
       —Mentides, el rey, mentides,—que no dices la verdad;
       que si yo fuese traidor,—a vos os cabria en parte.
       Acordársevos debia—de aquella del Encinal,
       cuando gentes extranjeras—allí os trataron tan mal,
       que os mataron el caballo,—y aun a vos querian matar.
       Bernaldo, como traidor,—de entre ellos os fué a sacar:
       allí me distes el Carpio—de juro y de heredad:
       prometístesme a mi padre,—no me guardaste verdad.
       —Prendedlo, mis caballeros,—que igualado se me ha.
       —Aquí, aquí, los mis doscientos,—los que comedes mi pan,
       que hoy era venido el dia—que honra habemos de ganar.—
       El rey, de que aquesto viera,—de esta suerte fué a hablar:
       —¿Qué ha sido aquesto, Bernaldo,—que así enojado te has?
       ¿lo que hombre dice de burla—de veras vas a tomar?
       Yo te dó el Carpio, Bernaldo,—de juro y de heredad.
       —Aquesas burlas, el rey,—no son burlas de burlar;
       llamástesme de traidor,—traidor hijo de mal padre:
       el Carpio yo no lo quiero,—bien lo podeis vos guardar;
       que cuando yo lo quisiere,—muy bien lo sabré ganar.—
       
                                            (Canc. de Rom. de 1550, fol. 137.)

14

(BERNARDO DEL CARPIO.—VIII)

Romance de un desafío entre don Urgel y Bernardo del Carpio

       En las cortes de Leon—gran fiesta se ha pregonado,
       mandáralas pregonar—el rey don Alfonso el Casto,
       Todos los grandes del reino,—que supieron su mandado,
       como vasallos leales—prestamente se han juntado.
        [p. 101] Todo género de fiestas—en Leon se ha celebrado,
       porque el rey muy francamente—sus haberes ha gastado:
       unos sacan invenciones,—otros salen disfrazados;
       unos muy reñida justa,—otros torneo han cercado;
       unos juegan a las cañas,—otros corren sus caballos;
       unos lidian bravos toros,—otros juegan a los dados.
       Pero aqueste claro dia—envidia lo ha eclipsado:
       un extraño caballero—ante el rey se ha presentado,
       armado de todas armas,—y el caballo encubertado,
       blandiendo una gruesa lanza,—bien apuesto y divisado;
       demandó seguro al rey,—para un caso señalado.
       Según que lo demando—por el rey le fué otorgado.
       Por medio de la gran plaza—dice muy determinado:
       —Si hay algun caballero—que salga conmigo al campo,
       probaré que soy mejor,—y de mejor rey vasallo.—
       Sus palabras descorteses—a todos han alterado;
       conocido fué de algunos—ser Urgel el esforzado,
       uno de los doce pares,—mucho temido y dudado.
       Bien había caballeros—que le hubieran demandado
       aquellas locas palabras—que ante su rey ha hablado;
       mas no osaron por temor,—que el rey estaba enojado
       de una lid que fué otorgada—otra vez sin su mandado;
       también porque sabian—que el rey estaba inclinado
       para dar el plazo y honra—a su sobrino Bernaldo.
       Soberbio está don Urgel,—porque nadie lo ha reptado.
       Iban dueñas y doncellas,—todas hacen cruel llanto,
       porque en la flor de Castilla—un frances se haya nombrado.
       El buen rey con gran enojo—abajóse del andamio;
       por los cantones y plazas—pregonar habia mandado:
       que cualquiera que venciese—aquel frances osado,
        le hará grandes mercedes,—y le dará un condado.
       Los castellanos con saña—dicen:—Salga don Bernardo.—
       A buscallo iba el buen rey—con diligencia y cuidado.
       Dentro en la iglesia mayor—prestamente fué hallado:
       haciendo esta oración—al apóstol Santiago:
       —Manténgaos Dios, sobrino.—Señor, seáis bien llegado.—
       Allí hablara el buen rey,—bien oireis lo que ha hablado:
       Todas las gentes de España—han venido a mi llamado;
       solo vos, mi buen sobrino,—os andais de mí apartado,
       que no quereis ver mis fiestas,—y estais de mí despagado.
       —Aqueso, mi buen señor,—vuestra alteza lo ha causado,
       que tiene preso a mi padre—con guarda y aherrojado,
       y no es justo, estando preso,—que yo esté regocijado.
       —Pues si vos quereis, sobrino,—obedecer mi mandado,
       haré libre a vuestro padre,—aunque mal me hubo enojado.—
       Don Bernardo que lo oyera,—en el suelo arrodillado
        [p. 102] besó las manos del rey—por el bien que le ha otorgado,
       protestando de servillo—como bueno y fiel criado.
       Luego el rey le dio la cuenta—de todo lo que ha pasado:
       de cómo un frances soberbio—los habia desafiado.
       Don Bernardo que lo supo,—mal lo habia amenazado.
       Por todos los ricos hombres—que el rey tenia a su lado,
       con ricas y fuertes armas—Bernardo fué luego armado:
       danle un caballo del rey,—el mejor y mas preciado;
       terciada lleva la lanza,—y el escudo embrazado,
       contorneado el caballo—a la plaza fué llegado.
       Quien miraba su postura—le quedaba aficionado:
       era diestro y animoso,—bien dispuesto y mesurado.
       Para hacer la batalla—jueces les han señalado,
       pártenles el campo y sol,—por que nadie esté agraviado.
       A la segunda carrera—el frances fué derribado.
       Bernardo con gran presteza—del caballo fué apeado;
       ponen mano a las espadas,—cada cual muy denodado,
       hiéranse por todas partes—con rigor desmesurado,
        tan bravos golpes se daban,—que el rey estaba espantado.
       De los escudos y mallas—todo el campo está sembrado;
       mas un punto de flaqueza—ninguno ha demostrado.
       Sin conocerse ventaja—tres horas han peleado.
       Para recebir aliento—un poco se han apartado.
       Para tornar a la lid—Bernardo se ha anticipado,
       y con saña que tenia—de esta suerte le ha hablado:
       —Desdícete, caballero,—si no, serás castigado.
       —Aquesto, dijo el frances,—no lo he acostumbrado;
       morir puedo en la batalla,—mas no vivir deshonrado.—
       De la sangre que perdia—andaba desatinado;
       como muerto cayó en tierra,—de las fuerzas despojado.
       Don Bernardo lo sacó—de la raya do han lidiado.
       Así quedó vencedor,—y el frances fué deshonrado,
       y despues en Roncesvalles—le acabó de dar su pago,
       que en muy reñida batalla—la cabeza le ha cortado.
       
                      (Aquí comienza un romance de un desafío entre don Urgel
                      y Bernardo del Carpio. Pliego suelto del siglo XVI.)

[p. 103] 15

ROMANCES DEL CONDE DE CASTILLA FERNÁN GONZÁLEZ

De la prisión del conde Fernan Gonzalez.—I

       Preso está Pernan Gonzalez—el gran conde de Castilla;
       tiénelo el rey de Navarra—maltratado a maravilla.
       Vino allí un conde normando—que pasaba en romeria;
       supo que este hombre famoso—en cárceles padecia.
       Fuése para Castroviejo,—donde el conde residia;
       dádivas daba al alcaide—si dejar valle queria:
       el alcaide fué contento—y las prisiones le abria.
       Mucho los condes hablaron;—el normando se salia:
       fuése donde estaba el rey—con lo que pensado habia.
       Procuró ver a la infanta,—que era fermosa y cumplida,
       animosa y muy discreta,—de persona muy crecida.
       Tanto procura de vella,—que esto le hablara un dia:
       —Dios vos lo perdone, infanta,—Dios, tambien Santa Maria,
       que por vos se pierde un hombre,—el mejor que se sabia:
       por vos se causa gran daño,—por vos se pierde Castilla,
       los moros entran en ella—por no ver quien la regia,
       que por veros muere preso;—por amor de vos moria;
       ¡mal pagáis amor, infanta,—a quien tanto en vos confía!
       Si no remediais al conde [1] —sereis muy aborrecida,
       y si por vos saliese—sereis reina de Castilla.—
       Tan bien le habla el normando,—que a la infanta enternecia;
       determina de librallo—si por mujer la queria.
       El conde se lo promete,—a vello la infanta iba.
       —No temais, dijo, señor,—que yo os daré la salida.—
       Y engañando aquel alcaide,—salen los dos de la villa.
       Toda la noche anduvieron—hasta que el alba reia.
        [p. 104] Escondidos en un bosque,—un arcipreste los via,
       que venia andando a caza—con un azor que traia.
       Amenázalos con muerte,—si la infanta no ofrecia
       de folgar allí con ella,—si no, quo al rey los traeria.
       El conde, mas cruda muerte—quisiera, que lo que oia;
       pero la discreta infanta,—dando esfuerzo, le decia:
       —Por vuestra vida, señor,—más que esto hacer debria,
        que no se sabrá esta afrenta—ni se dirá en esta vida.—
       Priesa daba el arcipreste,—y amenaza todavia:
       con grillos estaba el conde—y sin armas se veia;
       mas viendo que era forzado,—como puede se desvia.
       Apártala el arcipreste;—de la mano la traia,
       y cuando abrazalla quiso,—ella de él muy fuerte huia:
       los brazos le ha embarazado,—socorro al conde pedia,
       el cual vino apresurado,—aunque correr no podia:
       quitádole ha al arcipreste—un cuchillo que traia,
       y con él le diera el pago—que su aleve merecia.
       Ayudándole la infanta,—camina todo aquel dia;
       a la bajada de un puente—ven muy gran caballería;
       gran miedo tienen en vella,—porque creen que el rey la envia.
       La infanta tiembla y se muere,—en el monte se escondia;
       mas el conde, más mirando,—daba voces de alegria:
       —Salid, salid, doña Sancha,—ved el pendon de Castilla,
       mios son los caballeros—que a mi socorro venian.—
       La infanta con gran placer—a vellos luego salia.
       Conocidos de los suyos,—con alarido venían:
       —Castilla, vienen diciendo,—cumplida es la jura hoy dia.—
       A los dos besan la mano,—a caballo los subían,
       así los traen en salvo—al condado de Castilla.

                                           (Canc. de Rom., 1550, fol. 8.)

16

(DEL CONDE FERNAN GONZALEZ.—II)

Romance del rey don Sancho Ordoñez

       Castellanos y leoneses—tienen grandes divisiones.
       El conde Fernan Gonzalez—y el buen rey don Sancho Ordoñez,
       sobre el partir de las tierras,—y el poner de los mojones, [1]
       llamábanse hi-de-putas, [2] —hijos de padres traidores;
        [p. 105] echan mano a las espadas,—derriban ricos mantones:
       no les pueden poner treguas—cuantos en la corte son,
       pónenselas dos hermanos, [1] —aquesos benditos monjes. [2]
       Pónenlas por quince dias,—que no pueden por más, non
       que se vayan a los prados—que dicen de Carrion.
       Si mucho madruga el rey,—el conde no dormia, no;
       el conde partió de Búrgos,—y el rey partió de Leon.
       Venido se han a juntar—al vado de Carrion,
       y a la pasada del rio—movieron una quistion:
       los del rey que pasarian,—y los del conde que non.
       El rey, como era risueño,—la su mula revolvió;
       el conde con lozanía—su caballo arremetió;
       con el agua y el arena—al buen rey ensalpicó. [3]
       Allí hablara el buen rey,—su gesto muy demudado:
       —¡Cómo sois soberbio, el conde!—¡cómo sois desmesurado! [4]
       si no fuera por las treguas—que los monjes nos han dado,
       la cabeza de los hombros—ya vos la hubiera quitado;
       con la sangre que os sacara—yo tiñera aqueste vado.—
       El conde le respondiera,—como aquel que era osado:
       —Eso que decís, buen rey, [5] —véolo mal aliñado;
       vos venís en gruesa mula,—yo en ligero caballo;
       vos traes sayo de seda,—yo traigo un arnés tranzado;
       vos traeis alfanje de oro,—yo traigo lanza en mi mano;
       vos traeis cetro [6] de rey,—yo un venablo acerado;
       vos con guantes olorosos,—yo con los de acero claro;
       vos con la gorra de fiesta,—yo con un casco afinado;
       vos traeis ciento de mula,—yo trescientos de caballo.—
       Ellos cn aquesto estando,—los frailes que han allegado:
       —¡Tate, tate, caballeros!—¡tate, tate, hijosdalgo!
        ¡Cuán mal cumplisteis la treguas—que nos habíades mandado!—
       Allí hablara el buen rey:—Yo las cumpliré de grado.—
       Pero respondiera el conde:—Yo de pies puesto en el campo.—
       Cuando vido aquesto el rey,—no quiso pasar el vado;
       vuélvese para sus tierras;—malamente va enojado.
       Grandes bascas va haciendo,—reciamente va jurando
       que había de matar al conde—y destruir su condado,
        [p. 106] y mandó llamar a cortes;—por los grandes ha enviado:
       todos ellos son venidos,—sólo el conde ha faltado.
       Mensajero se le hace—a que cumpla su mandado:
       el mensajero que fué—de esta suerte le ha hablado.
       
                              (Silva de 1550, t. I, fol. 83. —Canc. de Rom. s. a., fol. 161,
                              Canc. de Rom., 1550, fol. 165.)

17

(DEL CONDE FERNAN GONZALEZ.—III)

Romance del conde Fernan Gonzalez

       —Buen conde Fernan Gonzalez,—el rey envia por vos,
       que váyades a las cortes—que se hacian en Leon;
       que si vos allá vais, conde,—daros han buen galardon,
       daros ha a Palenzuela—y a Palencia la mayor;
       daros ha las nueve villas,—con ellas a Carrion;
       daros ha a Torquemada,—la torre de Mormojon. [1]
       Buen conde, si allá no ides,—daros hian por traidor.—
       Allí respondiera el conde—y dijera esta razón:
       —Mensajero eres, amigo,—no mereces culpa, no;
       que yo no he miedo al rey,—ni a cuantos con él son.
       Villas y castillos tengo,—todos a mi mandar son,
       de ellos me dejó mi padre,—de ellos me ganara yo:
       los que me dejó mi padre—poblélos de ricos hombres,
       las que yo me hube ganado—poblélas de labradores;
       quien no tenia mas de un buey,—dábale otro, que eran dos;
       al que casaba su hija—dóle yo muy rico don: [2]
       cada dia que amanece,—por mí hacen oración;
       no la hacian por el rey,—que no la merece, non;
       él les puso muchos pechos,—y quitáraselos yo.
       
                           (Silva de 1550, t. I, fol. 85 .—Canc. de Rom. s . a., fol. 163.
                          Canc. de Rom., 1550, fol. 167.

[p. 107] 18

(DEL CONDE FERNAN GONZALEZ.—IV)

Otro romance del conde Fernan Gonzalez [1]

       Preso está Fernan Gonzalez,—el buen conde castellano;
       prendiólo don Sancho Ordoñez, [2] —porque no le ha tributado. [3]
       En una torre en Leon—lo tienen a buen recaudo. [4]
       Rogaban por él al rey [5] —muchas personas de estado,
       y también por él rogaba—ese monje fray [6] Pelayo;
       mas el rey, con grande enojo,—nunca quisiera soltallo. [7]
       Sabiéndolo la condesa,—determina ir a sacallo: [8]
       cabalgando en una mula,—como siempre lo ha [9] usado,
       consigo lleva dos duedas,—y dos escuderos ancianos.
       Lleva en su retaguardia [10] —trescientos [11] hijosdalgo
       armados de todas armas,—cada uno buen caballo. [12]
       Todos llevan hecho voto—de morir en demandarlo,
       y de no volver a Burgos—hasta morir o librarlo.
       Caminan para Leon—contino por despoblado:
       mas [13] cerca de la ciudad—en un monte se han entrado.
       La condesa, como es sabia,—mandó ensillar un caballo,
       y mandóle a un escudero—que al conde quede aguardando,
       y [14] que en siendo salido—se lo dé, y le [15] ponga en salvo.
       La condesa con las dueñas—en la ciudad se ha entrado:
       como [16] viene de camino,—vase derecho al palacio. [17]
        [p. 108] Así como el rey la vido,—a ella se ha levantado.
       —¿Adónde bueno, condesa? [1] —Señor, voy a Santiago,
       y víneme por aquí—para besáros las manos.
       Suplícoos me deis licencia—para al conde visitar. [2]
       —Que me place, dijo el rey, [3] —pláceme de voluntad. [4]
       Llévenla luego a la torre—donde el conde preso está.— [5]
       Por amor de la condesa—las prisiones quitádole han. [6]
       Desde rato que llegó, [7] —la condesa le fué a hablar: [8]
       —Levantáos luego, señor, [9] —no es tiempo de echado estar: [10]
       y vestíos estas mis ropas,—y tocáos vos mis tocados, [11]
       y junto con esas dueñas—os salí acompañado,
       y en saliendo, que salgais,—hallaréis vuestro caballo;
       íros heis [12] para el monte,—do está la gente aguardando.
        Yo me quedaré aquí [13] —hasta ver vuestro mandado.—
       Al conde le pareció—que era bien aconsejado;
       vístese las ropas de ella,—largas tocas se ha tocado.
       Las dueñas son avisadas,—a las guardas han llamado;
       las guardas estaban [14] prestas,—quitan de presto el candado;
       salen las dueñas, [15] y el conde;—nadie los habia mirado.
       Dijo una dueña a las guardas [16] —que la andaban rodeando:
       —Por tener larga jornada—hemos madrugado tanto.— [17]
       Y así se partieron de ellas [18] —sin sospecha ni cuidado.
       Luego que fuera salieron, [19] —halló el conde su caballo,
       el cual tomó su camino—para el monte señalado.
       Las dueñas y el escudero—hasta el dia han aguardado:
        [p. 109] subídose han a la torre—do la condesa ha quedado. [1]
       Las guardas, desque [2] las vieron,—mucho se han maravillado.
       —Decí, ¿a qué subís [3] señoras, [4] —háseos acá olvidado algo? [5]
       —Abrí, veréis lo que queda,—porque llevemos recaudo.
       Como las guardas abrieron,—a la condesa han hallado.
       Como la condesa vido—que las dueñas han tornado: [6]
       —Id, decid al señor rey, [7] —que aquí estoy a su mandado,
       que haga en mí la justicia, [8] —que el conde ya está librado.— [9]
       Como aquesto supo [10] el rey,—hallóse muy espantado:
       tuvo en mucho a la condesa—saber hacer tal engaño.
       Luego la manda [11] sacar,—y dalle todo recaudo,
       y envióla [12] luego al conde:—muchos la han acompañado.
       El conde, desque la vido,—holgóse en extremo grado,
       enviado ha [13] decir al rey,—que pues tan bien [14] lo ha mirado,
       que le mandase pagar—la del azor y el caballo,
       si no, que lo pediria—con la espada en la mano.
       Todo por el rey sabido,—su consejo ha tomado; [15]
       sumaba tanto la paga,—que no pudo numerallo; [16]
       así que, todo bien visto,—fué por el rey acordado
       de le soltar el tributo—que el conde le era [17] obligado.
       De esta manera el buen conde [18] —a Castilla ha libertado.
       
                                  (Silva de 1550, t. II, fol. 91.— Canc de Rom., ed. de
                              Medina, 1570, fol. 54.—Timoneda, Rosa esp.) [19]

[p. 110] 19

ROMANCES SOBRE LOS SIETE INFANTES

DE LARA Y DEL BASTARDO MUDARRA

Romance de doña Lambra. [1] —I

       A Calatrava la Vieja—la combaten castellanos;
       por cima de Guadiana—derribaron tres pedazos;
       por los dos salen los moros,—por el uno entran cristianos.
       Allá dentro de la plaza—fueron a armar un tablado,
       que aquel que lo derribare—ganará de oro un escaño.
       Este don Rodrigo de Lara, gue ese lo habia ganado,
       del conde Garci-Hernandez sobrino—y de doña Sancha es hermano,
       al conde Garci-Hernandez—se lo llevó presentado,
       que le trate casamiento—con aquesa doña Lambra.
       Ya se trata casamiento,—¡hecho fué en hora menguada!
       doña Lambra de Burueva—con don Rodrigo de Lara.
       Las bodas fueron en Búrgos,—las tornabodas en Salas:
       en bodas y tornabodas—pasaron siete semanas.
       Tantas vienen de las gentes,—que no caben por las plazas,
       y aun faltaban por venir—los siete infantes de Lara.
       Hélos, hélos por do vienen,—con toda la su compaña:
       saliólos a recebir—la su madre doña Sancha:
       —Bien vengades, los mis hijos,—buena sea vuestra llegada:
       allá iredes a posar—a esa cal de Canta-ranas;
       hallarés las mesas puestas,—viandas aparejadas.
       Desque hayais comido, hijos,—no salgades a las plazas,
       porque las gentes son muchas,—y trábense muchas barrajas.—
       Desque todos han comido—van a bohordar a la plaza:
       no salen los siete infantes,—que su madre se lo mandara;
       mas desque hubieron comido—siéntanse a jugar las tablas.
       Tiran unos, tiran otros,—ninguno bien bohordaba.
        [p. 111] Allí salió un caballero—de los de Córdoba la llana,
       bohordó hácia el tablado—y una vara bien tirara.
       Allí hablara la novia,—de esta manera hablara:
       —Amad, señoras, amad—cada una en su lugar,
       que más vale un caballero—de los de Córdoba la llana,
       que no veinte ni treinta—de los de la casa de Lara.—
       Oidolo había doña Sancha,—de esta manera hablara:
       —No digáis eso, señora,—no digades tal palabra,
        porque aun hoy os desposaron—con don Rodrigo de Lara.
       —Mas calláis vos, doña Sancha,—que no debeis ser escuchada,
       que siete hijos paristes—como puerca encenagada.—
       Oídolo habia el ayo—que a los infantes criaba:
       de allí se había salido,—triste se fué a su posada:
       halló que estaban jugando—los infantes a las tablas,
       si no era el menor de ellos,—Gonzalo Gonzalez se llama;
       recostado lo halló—de pechos en una baranda.
       —¿Cómo venís triste, amo? [1] —deci ¿quién os enojara?—
       Tanto le rogó Gonzalo,—que el ayo se lo contara:
       —Mas mucho os ruego, mi hijo,—que no salgais a la plaza.—
       No lo quiso hacer Gonzalo;—mas antes tomó una lanza,
       caballero en un caballo—vase derecho a la plaza:
       vido estar el tablado—que nadie lo derribara.
       Enderezóse en la silla,—con él en el suelo daba;
       desque lo hubo derribado,—de esta manera hablara:
       —Amade, putas, amad,—cada una en su lugar,
       que mas vale un caballero—de los de la casa de Lara,
       que cuarenta ni cincuenta—de los de Córdoba la llana.—
       Doña Lambra, que esto oyera,—bajóse muy enojada;
       sin aguardar a los suyos—fuese para su posada,
       halló en ella a don Rodrigo,—de esta manera le habla:
       —Yo me estaba en Barbadillo, [2] —en esa mi heredad;
       mal me quieren en Castilla—los que me habían de aguardar. [3]
       Los hijos de doña Sancha—mal amenazado me han
       que me cortarian las faldas—por vergonzoso lugar,
       y cebarian sus halcones—dentro de mi palomar,
       y me forzarian mis damas [4] —casadas y por casar.
       Mátáronme un cocinero—so faldas del mi bria!.
       Si de esto no me vengais,—yo mora me iré a tornar.—
       Allí habló don Rodrigo,—bien oiréis lo que dirá:
       —Calledes, la mi señora,—vos no digades atal.
        [p. 112] De los infantes de Salas [1] —yo vos pienso de vengar, [2]
       telilla les tengo ordida, [3] —bien gela cuido tramar,
        que [4] nacidos y por nacer—de ello tengan [5] que contar.
       
                               (Canc. de Rom. s . a., fol. 164.—Canc. de Rom., 1550,
                               folio 170 .—Silva de 1550, t. I, fol. 86.)

20

   (DE LOS SIETE INFANTES DE LARA.—II)

Romance de don Rodrigo de Lara

       ¡Ay Dios, qué buen caballero—fué don Rodrigo de Lara,
       que mató cinco mil moros—con trescientos que llevaba!
       Si aqueste muriera entonces,—¡qué gran fama que dejara!
       no matara a sus sobrinos—los siete infantes de Lara,
       ni vendiera sus cabezas—al moro que las llevaba.
       Ya se trataban sus bodas—con la linda doña Lambra:
       las bodas se hacen en Búrgos,—las tornabodas en Salas:
       las bodas y tornabodas—duraron siete semanas;
       las bodas fueron muy buenas,—mas las tornabodas malas.
       Ya convidan por Castilla,—por Castilla y por Navarra:
       tanta viene de la gente,—que no hallaban posadas,
       y aun faltan por venir—los siete infantes de Lara.
       Hélos, hélos por do vienen—por aquella vega llana;
       sálelos a recebir—la su madre doña Sancha.
       —Bien vengades, los mis hijos,—buena sea vuestra llegada.
       —Nora buena estéis, señora,—nuestra madre doña Sancha.—
       Ellos le besan las manos,—ella a ellos en la cara.
       —Huelgo de veros a todos,—que ninguno no faltaba,
       y mas a vos, Gonzalvico,—porque a vos mucho amaba.
       Tornad a cabalgar, hijos,—y tomedes vuestras armas,
       y allá ireis a posar—al barrio de Cantarranas.
       Por Dios os ruego, mis hijos,—no salgais de las posadas,
       porque en semejantes fiestas—se urden buenas lanzadas.—
        Ya cabalgan los infantes—y se van a sus posadas;
       hallaron las mesas puestas—y viandas aparejadas.
        [p. 113] Despues que hubieron comido—pidieron juego de tablas,
       si no fuera Gonzalvico,—que su caballo demanda.
       Muy bien puesto en la silla—se sale para la plaza,
       y halló a don Rodrigo—que a una torre tira varas,
       con una fuerza crecida—a la otra parte pasa.
       Gonzalvico que esto viera,—las suyas también tirara:
       las suyas pesan muy mucho,—a lo alto no llegaban.
       Cuando esto vio doña Lambra,—de esta manera hablara:
       —Adamad, dueñas, amad—cada cual de buena gana,
       que más vale un [1] caballero—que cuatro de los de Salas.—
       Cuando esto oyó doña Sancha,—respondió muy enojada:
       —Callades vos, doña Lambra,—no digais la tal palabra;
       si los infantes lo saben,—ante tí lo matarán.
       —Callases tú, doña Sancha,—que tienes por qué callar,
       que pariste siete hijos,—como puerca en muladar.—
       Gozalvico, que esto oyera,—esta respuesta le da:
       —Yo te cortaré las faldas—por vergonzoso lugar,
       por cima de las rodillas—un palmo y mucho más.—
       Al llanto de doña Lambra—don Rodrigo fué a llegar:
       —¿Qué es aquesto, doña Lambra?—¿quién te ha querido enojar?
       Si me lo dices, yo entiendo—de te lo muy bien vengar,
       porque a dueña tal cual vos todos la deben honrar.—
       
                                            (Silva de 1550, t. II, I. 60.)

21

(DE LOS SIETE INFANTES DE LARA.—III)

       ¿Quién es aquel caballero—que tan gran traición hacia?
       Ruy Velazquez es de Lara,—que a sus sobrinos vendia.
       En el campo de Almenar—a los infantes decia
       que fuesen a correr moros,—que él los acorreria;
       que habrien muy gran ganancia,—muchos captivos traerian.
       Ellos en aquesto estando—grandes gentes parecian;
       más de diez mil son los moros,—las señas traen tendidas.
       Los infantes le preguntan—qué gente es la que venia.
       —No hayais miedo, mis sobrinos,—Ruy Velazquez respondia,
       todos son moros astrosos,—moros de poca valia,
       que viendo que vais a ellos,—a huir luego echarian;
       que si ellos vos aguardan,—yo en vuestro socorro iria:
       corrílos yo muchas veces,—ninguno lo defendia.
       A ellos id, mis sobrinos,—no mostrades cobardía.—
       ¡Palabras son engañosas—y de muy grande falsía!
        [p. 114] Los infantes como buenos—con moros arremetian;
       caballeros son doscientos—los que su guarda seguian.
       Él a furto de cristianos—a los moros se venia.
       Díjoles que sus sobrinos—no escape ninguno a vida,
       que les corten las cabezas,—que él no los defenderia.
       Doscientos hombres, no más—llevaban en compañía.
       Don Nuño que ir los vido,—oido habia por su espía,
       y cuando oyó las palabras—que a los moros les decia,
       daba muy grandes las voces—que en el cielo las ponia
       —¡Oh Ruy Velazquez traidor,—el mayor que ser podria:
       ¿A tus sobrinos infantes—a la muerte los traias?
       Mientras el mundo durare—durará tu alevosía,
       y la falsedad que has hecho—contra la tu sangre misma.—
       Despues que esto hobo dicho—a los infantes volvia,
       díjoles:—Armáos, mis hijos,—que vuestro tio os vendia:
       de consuno es con los moros,—ya concertado tenia
       que os maten a todos juntos.—Ellos armáronse aina:
       las quince huestes de moros—a todos cerco ponian;
        don Nuño, que era su ayo,—gran esfuerzo les ponia:
       —Esforzáos, no temades,—haced lo que yo hacia:
       a Dios yo vos encomiendo,—mostrad vuestra valentía.—
       En la delantera haz—don Nuño herido habia,
       mató muchos de los moros,—mas a él muerto lo habian.
       Los infantes arremeten—con la su caballería:
       mezcláronse con los moros,—a muchos quitan la vida.
       Los cristianos eran pocos,—veinte para uno habia;
       mataron a los cristianos,—que a vida ninguno finca;
       solos quedan los hermanos,—que ninguna ayuda habian.
       Encomendáronse a Dios,— Santiago, valme, [1] decian:
       firieron recio en los moros,—gran matanza les hacian;
       no osan estar delante—que gran braveza traian.
       Fernan Gonzalez menor—a sus hermanos decia:
       —Esforzad, los mis hermanos,—lidiemos con valentía,
       mostremos gran corazón—contra aquesta morería.
       Ya no habemos ayuda,—solo Dios darla podia;
       ya murió Nuño Salido,—y nuestra caballería;
       venguémoslos o muramos,—nadie muestre cobardía.
       Que desque estemos cansados—esta sierra nos valdria.—
       Volvieron a pelear,—¡oh qué reciamente lidian!
       muchos matan de los moros,—a otros muchos herian;
       muerto han a Fernan Gonzalez,—seis solos quedado habian.
       Cansados ya de lidiar,—a la sierra se subian;
       limpiáronse los sus rostros,—que sangre y polvo teñian.
       
                            (Sepúlveda, Romances nuevamente sacados, etc.)

[p. 115] 22

(DE LOS SIETE INFANTES DE LARA.—IV)

       Cansados de pelear—los seis hermanos yacian;
       infantes todos los llaman,—que de Lara se decian.
       No pueden alzar los brazos,—¡tan cansados los tenian!
       El dolor era crecido—que Viara y Galve habian,
        capitanes de Almanzor:—a su tio maldecian
       en dejar morir hidalgos—de tan alta valentía,
       mayormente siendo hijos—de una hermana que habia.
       Sácanlos de entre los moros,—que matarlos no querian:
       lleváronlos a sus tiendas;—desarmados los habian:
       mandáronles dar del pan—y tambien de la bebida.
       Ruy Velazquez que lo vido—a Viara y Galve decia:
       —¡Muy mal lo haceis vosotros—dejar aquestos a vida!
       porque si ellos escapan,—a Castilla no tornaria,
       ca ellos me matarán:—defenderme no podria.—
       Los moros han gran pesar—de esto que decir le oian.
       El menor de los infantes—con enojo le decia:
       —¡Oh traidor, falso, malvado,—grande es tu alevosía!
       Trujístenos con tu hueste—a quebrantar la morisma
       enemigos de la fe,—y a ellos tú nos vendias,
       y dices que aquí nos maten.—¡De Dios perdon no recibas,
       ni perdone él tu pecado—tan perverso que hoy hacias!—
       Los moros a los infantes—aquesto les respondian:
       —No sabemos qué os hacer,—infantes de gran valía,
       que si vivos os dejamos—Ruy Velazquez él se iria
       a Córdoba al Almanzor—y moro se tornaria:
       darle ha muy gran poder,—y si contra nos lo envia,
       a nos buscará gran mal,—que es hombre de gran falsía.
       Vivos tornar vos queremos—do la batalla se hacia:
       procurad de os defender;—vuestro mal a nos dolia.—
       Los infantes se han armado,—y al campo tornado habian,
       y encomendándose a Dios—a los moros atendian.
       Los moros cuando los vieron,—a ellos van con gran grita.
       ¡Muy cruda es la batalla!—¡Ellos bien se defendían!
       Como los moros son muchos,—poca mella les hacian.
       Dos mil y sesenta han muerto,—sin los que han dado heridas.
       Don Gonzalo, el menor de ellos,—es el que más mal hacia:
       ¡gran matanza hizo en moros!—¡la su vida bien vendia!
       Cansados son de lidiar,—moverse ya no podian;
       matáronles los caballos,—lanza ni espada tenian,
         [p. 116] ni otras armas algunas,—que quebrado las habian.
       Los moros presos los tienen;—desnudaron sus lorigas;
       descabezado los han;—Ruy Velazquez que lo via.
       Don Gonzalo, el mas pequeño,—grande cuita en sí tenia;
       cuando vió descabezados—hermanos que bien queria,
       cobró muy gran corazón;—quitóse del que lo asia:
       arremetió con el moro—que la crueldad hacia,
       dióle tan recia puñada,—muerto en tierra lo ponia.
       De presto tomó la espada,—veinte moros muerto habia.
       Volvieron luego a prenderlo,—descabezado lo habian.
       Quedan los infantes muertos,—Ruy Velazquez se volvia
       a Burueva, su lugar;—por vengado se tenia,
       habiendo hecho traición—la mayor que se podia.
       
                                (Silva, Rom. nuevamente sacados, etc.)

23

(DE LOS SIETE INFANTES DE LARA.—V)

(Muerte de los infantes de Lara)

       Saliendo de Canicosa—por el val de Arabiana,
       donde don Rodrigo espera—los hijos de la su hermana,
       por campo de Palomares—vió venir muy gran compaña,
       muchas armas reluciendo,—mucha adarga bien labrada,
       mucho caballo lijero,—mucha lanza relumbraba,
       mucho estandarte y bandera—por los aires revolaba.
       La seña que viene en ellas—es media luna cortada;
       Alá traen por apellido,—a Mahoma a voces llaman;
       tan altos daban los gritos,—que los campos resonaban;
       lo que las voces decian,—grande mal significaban:
       —¡Mueran, mueran, van diciendo,—los siete infantes de Lara!
       ¡Venguemos a don Rodrigo,—pues que tiene de ellos saña!—
       Allí está Nuño Salido,—el ayo que los criara;
       como vee la gran morisma,—de esta manera les habla:
       —¡Oh los mis amados hijos!—¡quién vivo no se hallara
        por no ver tan gran dolor—como agora se esperaba!
       Si no os hubiera criado,—no sintiera tanta rabia;
       mas quiéroos tanto, mis hijos,—que se me arrancaba el alma,
       ¡Ciertamente nuestra muerte—está bien aparejada!
       No podemos escapar—de tanta gente pagana.
       Vendamos bien nuestros cuerpos,—y miremos por las almas;
       peleemos como buenos,—las muertes queden vengadas;
       ya que lleven nuestras vidas,—que las dejen bien pagadas.
        [p. 117] No nos pese de la muerte,—pues va tan bien empleada,
       pues morimos todos juntos—como buenos, en batalla.—
       Como los moros se acercan,—a cada uno por sí abraza;
       cuando llega Gonzalvico,—en la cara le besara:
       —¡Hijo Gonzalo Gonzalez;—de lo que más me pesaba
       es de lo que sentirá—vuestra madre doña Sancha!
       érades su claro espejo;—más que a todos os amaba.— [1]
       En esto los moros llegan,—traban con ellos batalla,
       los infantes los reciben—con sus adargas y lanzas:
       —Santiago, Santiago, [2] —a grandes voces llamaban:
       matan infinitos moros;—mas todos [3] allí quedaran.
       
                                                 (Silva de 1550, t. II, f. 62.)

24

(DE LOS SIETE INFANTES DE LARA.—VI)

(Presenta Almanzor a Gustios las cabezas de sus hijos)

       Pártese el moro Alicante—víspera de sant Cebrian;
       ocho cabezas llevaba,—todas de hombres de alta sangre.
       Sábelo el rey Almanzor,—a recibírselo sale;
       aunque perdió muchos moros,—piensa en esto bien ganar.
       Manda hacer un tablado—para mejor las mirar,
       mandó traer un cristiano—que estaba en captividad.
       Como ante sí lo trujeron—empezóle de hablar,
       díjole: —Gonzalo Gustos,—mira quién conocerás;
       que lidiaron mis poderes—en el campo de Almenar:
       sacaron ocho cabezas,—todas son de gran linaje.—
       Respondió Gonzalo Gustos:—Presto os diré la verdad.—
       Y limpiándoles la sangre,—asaz se fuera a turbar;
       dijo llorando agramente:—¡Conóscolas por mi mal!
       la una es de mi carillo;—¡las otras me duelen más!
       de los infantes de Lara—son, mis hijos naturales.—
       Así razona con ellos,—como si vivos hablasen:
       —¡Dios os salve, el mi compadre,—el mi amigo leal!
       ¿Adónde son los mis hijos—que yo os quise encomendar?
       Muerto sois como buen hombre,—como hombre de fiar.—
        [p. 118] Tomara otra cabeza—del hijo mayor de edad:
       —Sálveos Dios, Diego Gonzalez,—hombre de muy gran bondad,
       del conde Fernan Gonzalez—alferez el principal:
       a vos amaba yo mucho,—que me habíades de heredar—
       Alimpiándola con lágrimas—volviérala a su lugar,
       y toma la del segundo,—Martin Gomez que llamaban:
       —Dios os perdone, el mi hijo,—hijo que mucho preciaba;
       jugador era de tablas—el mejor de toda España,
       mesurado caballero,—muy buen hablador en plaza.—
       Y dejándola llorando,—la del tercero tomaba:
       —Hijo Suero Gustos,—todo el mundo os estimaba;
       el rey os tuviera en mucho,—solo para la su caza:
       gran caballero esforzado,—muy buen bracero a ventaja.
       ¡Ruy Gomez vuestro tio—estas bodas ordenara!—
       Y tomando la del cuarto,—lasamente la miraba:
        —¡Oh hijo Fernan Gonzalez,—(nombre del mejor de España,
       del buen conde de Castilla,—aquel que vos baptizara)
       matador de puerco espín,—amigo de gran compaña!
       nunca con gente de poco—os vieran en alianza.—
       Tomó la de Ruy Gomez,—de corazón la abrazaba:
       —¡Hijo mio, hijo mio!—¿quién como vos se hallara?
       nunca le oyeron mentira,—nunca por oro ni plata;
       animoso, buen guerrero,—muy gran feridor de espada,
       que a quien dábades de lleno—tullido o muerto quedaba.—
       Tomando la del menor,—el dolor se le doblara:
       —¡Hijo Gonzalo Gonzalez!—¡Los ojos de doña Sancha!
       ¡Qué nuevas irán a ella—que a vos mas que a todos ama!
       Tan apuesto de persona,—decidor bueno entre damas,
       repartidor en su haber,—aventajado en la lanza.
       Mejor fuera la mi muerte—que ver tan triste jornada!—
       Al duelo que el viejo hace,—toda Córdoba lloraba.
       El rey Almanzor cuidoso—consigo se lo llevaba,
       y mandó a [1] una morica—lo sirviese muy de gana.
       Esta le torna en prisiones,—y con hambre le curaba.
       Hermana era del rey,—doncella moza y lozana;
       con esta Gonzalo Gustos—vino a perder su saña,
       que de ella le nació un hijo—que a los hermanos vengara.
       
                                                  (Silva de 1550, t. II, f. 64.)

[p. 119] 25

(DE LOS SIETE INFANTES DE LARA.—VII)

Romance de los casamientos de doña Lambra con don Rodrigo de Lara

       Ya se salen de Castilla—castellanos con gran saña,
       van a desterrar los moros—a la vieja Calatrava;
       derribaron tres pedazos—por partes de Guadiana:
       por el uno salen moros—que ningun vagar se daban,
       por unas sierras arriba—grandes alaridos daban,
       renegando de Mahoma—y de su secta malvada.
       ¡Cuán bien pelea Rodrigo—de una lanza y adarga!
       ganó un escaño tornido—con una tienda romana.
       Al conde Fernan Gonzalez—se la envía presentada,
       que le trate casamiento—con la linda doña Lambra.
       Concertadas son las bodas:—¡ay Dios, en hora menguada
       a doña Lambra la linda—con don Rodrigo de Lara!
       En bodas y tornabodas—se pasan siete semanas.
       Las bodas fueron muy buenas,—y las tornabodas malas;
       las bodas fueron en Burgos,—las tornabodas en Salas.
       Tanta viene de la gente,—no caben en las posadas;
       y faltaban por venir—los siete infantes de Lara.
       Hélos, hélos por do asoman—con su compañía honrada.
       Sálelos a recibir—la su madre doña Sancha.
       —Bien vengades, los mis hijos,—buena sea vuestra llegada,
       allá iréis a posar, hijos,—a barrios de Cantarranas;
       hallaréis las mesas puestas,—viandas aparejadas.
       Y despues que hayáis comido,—ninguno salga a la plaza,
       porque son las gentes muchas,—siempre trabaréis palabras.—
       Doña Lambra con fantasía—grandes tablados armara.
       Allí salió un caballero—de los de Córdoba la llana,
       caballero en un caballo,—y en su mano una vara;
       arremete su caballo,—al tablado la tirara,
       diciendo:—Amad, señoras,—cada cual como es amada,
       que más vale un caballero—de los de Córdoba la llana,
       más vale que cuatro o cinco—de los de la flor de Lara.—
       Doña Lambra que lo oyera,—de ello mucho se holgara:
       —¡Oh, maldita sea la dama—que su cuerpo te negaba!
        que si yo casada no fuera,—el mio yo te entregara.—
       Allí habló doña Sancha,—esta respuesta le daba:
        [p. 120] —Calleis, Alambra, calleis,—no digais tales palabras:
       que si lo saben mis hijos,—habrá grandes barajadas.
       —Callad vos, que a vos os cumple,—que teneis porque callar,
       que paristes siete hijos—como puerca en cenagal.—
       Oídolo ha un caballero—que es ayo de los infantes.
       Llorando de los sus ojos—con gran angustia y pesar,
       se fué para los palacios—do los infantes estaban:
       unos juegan a los dados,—otros las tablas jugaban,
       sino fuera Gonzalillo—que arrimado se estaba;
       cuando le vido llorar,—una pregunta le daba;
       comenzóle a preguntar:—¿Qué es aquesto, el ayo mío,
       quién vos quisiera enojar?—Quién a vos hizo enojo
       cúmplele de se guardar.—Metiéranse en una sala,
       todo se le fué a contar.—Manda ensillar su caballo,
       empiézase de armar.—Despues que estuvo armado
       apriesa fué a cabalgar,—sálese de los palacios,
       y vase para la plaza.—En llegando a los tablados
       pedido había una vara,—arremetió su caballo,
       al tablado la tiraba,—diciendo: Amad, lindas damas,
       cada cual como es amada,—que más vale un caballero
       de los de la flor de Lara,—que veinte ni treinta hombres
       de los de Córdoba la llana.—Doña Lambra que esto oyera
       de sus cabellos tiraba,—llorando de los sus ojos
       se saliera de la plaza,—fuérase a los palacios
       donde don Rodrigo estaba;—en entrando por las puertas,
       estas querellas le daba:—Quéjome a vos, don Rodrigo,
       que me puedo bien quejar;—los hijos de vuestra hermana
       mal abaldonado me han:—que me cortarian las haldas
       por vergonzoso lugar,—me pornian rueca en cinta,
       y me la harían hilar.—Y dicen si algo les digo,
       que luego me harían matar.—Si de esto no me dais venganza,
       mora me quiero tornar:—a ese moro Almanzor
       me iré a querellar.—Calledes vos, mi señora,
       no queráis hablar lo tal:—que una tela tengo urdida,
        otra entiendo de ordenar,—que nacidos y por nacer
       tuviesen bien que contar.—Fuese para los palacios,
       donde el buen conde está;—en entrando por las puertas,
       estas palabras fué a hablar:—Si matásemos, buen conde,
       los hijos de nuestra hermana,—mandaréis a Castilla vieja,
       y aun los barrios de Salas,—donde hablaremos nosotros,
       y nuestras personas valdrán. [1] —Cuando aquesto oyó el buen conde
       comenzóse a santiguar:—Eso que dices, Rodrigo,
        [p. 121] díceslo por me tentar,—que quiero más los infantes
       que los ojos de mi faz:—que muy buenos fueron ellos
       en aquella de Cascajar,—que si por ellos no fuera,
       no volviéramos acá.—Cuando aquello oyó Rodrigo,
       luego fuera a cabalgar.—Encontrado ha con Gregorio,
       el su honzado capellán,—que por fuerza, que por grado
       en una iglesia lo hizo entrar;—tomárale una jura
       sobre un libro misal:—que lo que allí le dijese
       que nadie no lo sabrá.—Despues que hubo jurado
       papel y tinta le da,—escribieron una carta
       de poco bien y mucho mal—a ese rey Almanzor
       con traición y falsedad:—que le envíe siete reyes
       a Campos de Palomar,—y aquese moro Aliarde [1]
       venga por su capitan:—«que los siete infantes de Lara
       te los quiero empresentar».—En escribiendo la carta
       la hizo luego llevar.—Fuérase luego el conde
       do los infantes están;—sentados son a la mesa,
       comenzaban a yantar.—Nora buena estéis, sobrinos.
       —Vos, tio, muy bien vengais.—Oidme ahora, sobrinos,
       lo que os quiero contar:—concertado he con los moros,
       vuestro padre nos han de dar;—salgamos a recebirlo
       a Campos de Palomar,—solos y sin armadura,
       armas no hemos de llevar.—Respondiera Gonzalillo,
       el menor, y fué a hablar:—Tengo ya hecha la jura
       sobre un libro misal,—que en bodas ni tornabodas
       mis armas no he de dejar;—y para hablar con moros
       bien menester nos serán:—que con cristiano ninguno
        nunca tienen lealtad.—Pues yo voy, los mis sobrinos,
       y allá os quiero esperar.—En las sierras de Altamira
       que dicen de Arabiana,—aguardaba don Rodrigo
       a los hijos de su hermana.—No se tardan los infantes;
       el traidor mal se quejaba,—está haciendo la jura
       sobre la cruz de la espada:—que al que detiene los infantes
       él le sacaria el alma.—Deteníalos Nuño Salido
       que buen consejo les daba.—Ya todos aconsejados
       con ellos él caminaba;—con ellos va la su madre
       una muy larga jornada.—Partiéronse los infantes
       donde su tío esperaba;—partióse Nuño Salido
       a los agüeros buscar.—Despues que vió los agüeros
       comenzó luego a hablar:—Yo salí con los infantes,
       salimos por nuestro mal;—siete celadas de moros
       aguardándonos están.—Así allegó a la peña
       do los infantes están,—tomáralos a su lado,
        [p. 122] empezóles de hablar:—Por Dios os ruego, señores,
       que me querais escuchar:—que ninguno pase el río,
       ni allá quiera pasar,—que aquel que allá pasare
       a Salas no volverá.—Allí hablara Gonzalo
       con ánimo singular,—era menor en los días,
       y muy Íuerte en pelear.—No digáis eso, mi ayo,
       que allá hemos de llegar.—Dió de espuelas al caballo,
       el río fuera a pasar.—Los hermanos que lo vieron
       empiezan a guerrear;—mas la morisma era tanta,
       que no les daban lugar.—Uno a uno, dos a dos
       degollado se los han.—Con la empresa que tenian
       para Córdoba se van;—las alegrías que hacen
       gran cosa era de mirar.—Alicante con placer
       a su tío fué a hablar:—Nora buena esteis, mi tío.
       —Mi sobrino, bien vengais.—¿Cómo os ha ido, sobrino,
       con las guerrillas de allá?—Guerras os parecerian,
       que no guerrillas de allá;—por siete cabezas que traigo,
       mil me quedaron allá.—Tomara el rey las cabezas,
       al padre las fué a enviar;—está haciendo la jura
        por su corona real:—si el viejo no las conoce
       de hacerlo luego matar;—y si él las conocia,
       le haria luego soltar.—Toma el viejo las cabezas,
       empezara de llorar,—estas palabras diciendo
       empezara de hablar:—No os culpo yo a vosotros,
       que érades de poca edad;—mas culpo a Nuño Salido,
       que no os supo guardar.
       
                              (Síguense tres romances. El primero que dize «los casamientos
                                   de doña Larnbra con don Rodngo de Lara), etc.—Pliego
                                   suelto del siglo XVI.)

26

(DE LOS SIETE INTANTES DE LARA Y DEL BASTARDO MUDARRA.—VIII)

Romance de don Rodrigo de Lara

       A cazar [1] va don Rodrigo,—y aun don Rodrigo de Lara: [2]
       con la gran siesta que hace—arrimádose ha a una haya,
       maldiciendo a Mudarrillo,—hijo de la renegada,
        [p. 123] que si a las manos le hubiese [1] —que le sacaria el alma.
       El señor estando en esto—Mudarrillo que asomaba:
       —Dios te salve, caballero,—debajo la verde haya.
       —Así haga a tí, escudero,—buena sea tu [2] llegada.
       —Dígasme tú, el caballero,—¿cómo era la tu gracia?
       —A mí dicen don Rodrigo,—y aun don Rodrigo de Lara,
       cuñado de Gonzalo Gustos,—hermano de doña Sancha;
       por sobrinos me los hube—los siete infantes de Salas.
       Espero aquí a Mudarrillo,—hijo de la renegada;
       si delante lo tuviese,—yo le sacaria el alma.
       —Si a tí dicen don Rodrigo,—y aun don Rodrigo de Lara,
        a mí Mudarra Gonzales,—hijo de la renegada,
       de Gonzalo Gustos hijo,—y alnado de doña Sancha: [3]
       por hermanos me los hube—los siete infantes de Salas:
       tú los vendiste, traidor,—en el val de Arabiana;
       mas si Dios a mí me ayuda,—aquí dejarás el alma
       —Espéresme, don Gonzalo,—iré a tomar las mis armas
       —El espera que tú diste—a los infantes de Lara:
       «aquí morirás, traidor,—enemigo de doña Sancha»—
       
                     (Canc. de Rom, s, a., fol. 165,— Canc. de Rom., 1550, fol. 172.
                        Silva de 1550, t. I, fol. 87.)

27

Romance de doña Teresa [4]

       Casamiento se hacia—que a Dios ha desagradado:
       casan a doña Teresa—con un moro renegado,
       rey que era de allende,—por nombre Audalla llamado.
       Casábala el rey su hermano—por mal juicio guiado;
       perlados ni [5] ricos hiombres—que sobre ello se han juntado,
       no ha sido ninguno parte,—para que fuese estorbado.
       A todos responde el rey—que está muy bien ordenado.
       La infanta desque lo supo,—gran sentimiento ha mostrado;
       las ropas que traía vestidas—de arriba abajo ha rasgado,
       su cara y rubios cabellos—muy mal los habia tratado.
       —¡Ay de ti, [6] decia la infanta,—cómo te cubrió mal hado,
       tu mocedad y frescura—qué mal que la has empleado!—
        [p. 124] Aquestas palabras diciendo,—por veces se ha desmayado;
       echádole han agua al rostro,—sus damas en sí la han tornado.
       Desque ya más reposada—un poco en sí había [1] tornado,
       de hinojos en el suelo—de esta manera ha hablado:
       —A tí, señor Dios, me quejo—de tan gran desaguisado,
       que, siendo yo sierva tuya,—con un moro me han casado.
       Tú sabes que esto es fuerza—y contra todo mi grado;
        mi hermano es el que lo quiere—y el que lo ha ordenado.
       Miémbrate, señor, de mí,—no me hayas desamparado,
       mira el tan gran peligro—que a mí esta aparejado.—
       
                                                ( Silva de 1550, t. II, fol. 70.)

                             (Aquí comiençan cinco romances; con vna glosa. El primero
                             «amores trata Rodrigo, etc.» Pliego suelto del siglo XVI.)

[p. 125] 28

ROMANCES DEL CID

De cómo Diego Lainez, padre del Cid, probó de los cuatro hijos que tenía, el más valiente.—I

       Ese buen Diego Lainez—despues que hubo yantado, [1]
       hablando está sobre mesa—con sus hijos todos cuatro.
       Los tres son de su mujer,—pero el otro era bastardo,
       y aquel que bastardo era,—era el buen Cid castellano.
       Las palabras que les dice—son de hombre lastimado:
       —Hijos, mirad por la honra,—que yo vivo deshonrado:
       que porque quité una liebre—a unos galgos que cazando
       hallé del conde famoso,—llamado conde Lozano;
       palabras sucias [2] y viles—me ha dicho y ultrajado. [3]
       ¡A vosotros toca, hijos,—no a mí que soy anciano! [4]
       Estas palabras diciendo,—al mayor habia tomado:
       queriendo hablarle en secreto,—metióle en un apartado;
       tomóle el dedo en la boca,—fuertemente le ha apretado:
       con el gran dolor que siente,—un grito terrible ha echado.
       El padre le echara fuera,—que nada le hubo hablado.
       A los dos metiera juntos,—que de los tres han quedado,
       la misma prueba les hizo,—el mismo grito habian dado.
       Al Cid metiera el postrero,—que era el menor [5] y bastardo.
       Tomóle el dedo en la boca,—muy recio se lo ha [6] apretado:
       con el gran dolor que siente—un bofetón le ha amagado.
       —Aflojad, padre, le dijo,—si no, seré mal criado.—
       El padre que aquesto vido,—grandes abrazos le ha dado.
       —Ven acá tú, hijo mío,—ven acá tú, hijo amado,
       a ti encomiendo mis armas,—mis armas, y aqueste cargo:
       que tú mates ese conde—si quieres vivir honrado.—
        [p. 126] El Cid calló y escuchólo,—respuesta no le ha tornado.
       A cabo de pocos dias—el Cid al conde ha topado;
       hablóle de esta manera—como varon esforzado:
       —Nunca lo pensara, el conde,—fuérades tan mal criado,
       que porque quitó una liebre—mi padre a un vuestro galgo, [1]
       de palabras ni de obras—fuese de vos denostado.
       ¿Cómo queredes que sea—que tiene que ser vengado?—
       El conde tomólo a burlas;—el Cid presto se ha enojado;
        apechugó con el conde,—de puñaladas le ha dado.
       
                     (Timoneda, Rosa española. Cancionero, Flor de enamorados.)

29

(DEL CID.—II)

Romance de cómo vino el Cid a besar las manos al rey sobre seguro [2]

       Cabalga Diego Lainez—al buen rey besar la mano;
       consigo se los llevaba—los trescientos hijosdalgo.
       Entre ellos iba Rodrigo—el soberbio castellano;
       todos cabalgan a mula,—solo Rodrigo a caballo;
       todos visten oro y seda,—Rodrigo va bien armado;
       todos espadas ceñidas,—Rodrigo estoque dorado;
       todos con sendas varicas,—Rodrigo lanza en la mano;
       todos guantes olorosos,—Rodrigo guante mallado;
       todos sombreros muy ricos,—Rodrigo casco afilado, [3]
       y encima del casco lleva—un bonete colorado.
       Andando por un camino,—unos con otros hablando,
       allegados son a Burgos;—con el rey se han encontrado.
       Los que vienen con el rey—entre sí van razonando;
       unos lo dicen de quedo,—otros lo van preguntando:
       —Aquí viene entre esta gente—quien mató al conde Lozano.
       Como lo oyera Rodrigo,—en hito los ha mirado:
       con alta y soberbia voz—de esta manera ha hablado:
        [p. 127] —Si hay alguno entre vosotros,—su pariente o adeudado,
       que le pese de su muerte,—salga luego a demandallo;
       yo se lo defenderé—quiera a pié, quiera a caballo.—
       Todos responden a una:—Demándelo su pecado.—
       Todos se apearon juntos—para al rey besar la mano;
       Rodrigo se quedó [1] solo—encima de su caballo.
       Entonces habló su padre,—bien oiréis lo que ha hablado:
       —Apeáos vos, mi hijo, [2] —besaréis al rey la mano,
       porque él es vuestro señor,—vos, hijo, sois su vasallo.—
       Desque Rodrigo esto oyó—sintióse mas agraviado:
       las palabras que responde—son de hombre muy enojado.
       —Si otro me lo dijera,—ya me lo hubiera pagado;
       mas por mandarlo vos, padre,—yo lo haré de buen grado.—
       Ya se apeaba Rodrigo—para al rey bosar la mano;
       al hincar de la rodilla,—el estoque se ha arrancado.
       Espantóse de esto el rey,—y dijo como turbado:
        —Quítate, Rodrigo, allá,—quítate me allá, diablo,
       que tienes el gesto de hombre,—y los hechos de leon bravo.—
       Como Rodrigo esto [3] oyó,—apriesa pide el caballo:
       con una voz alterada,—contra el rey así ha hablado:
       —Por besar mano de rey—no me tengo por honrado;
       porque la besó mi padre—me tengo por afrentado.—
       En diciendo estas palabras—salido se ha del palacio:
       consigo se los tornaba—los trescientos hijosdalgo:
       si bien vinieron vestidos,—volvieron mejor armados,
       y si vinieron en mulas,—todos vuelven en caballos.
       
                          (Silva de 1550, t, I, f. 76.— Can. de Rom. s. a., f. 155.—
                          Canc. de Rom. 1550, f . 160.)

       30

       (DEL CID.—III)

        Romance de Jimena Gomez

        Cada día que amanece—veo quien mató a mi padre,
       y me pasa por la puerta—por me dar mayor pesar,
       con un falcon en la mano—que trae para cazar;
       mátame mis palomillas—que están en mi palomar.
       Rey que no face justicia—non debía [4] de reinar,
       ni cabalgar en caballo,—ni con la reina holgar.—
        [p. 128] El rey cuando aquesto oyera—comenzara de pensar:
       —Si yo prendo o mato al Cid,—mis Cortes revolverse han.
       Mandar le quiero una carta,—mandar le quiero llamar.—
       Las palabras no son dichas,—la carta camino va;
       mensajero que la lleva—dado la habia a su padre.
       —Malas mañas habeis, conde,—no vos las puedo quitar,
       que cartas que el rey vos manda,—no me las quereis mostrar.
       —No era nada, mi hijo,—sino que vades allá;
        quedávos aquí, mi hijo, [1] —yo iré en vuestro lugar.
       —Nunca Dios atal quisiese,—ni santa María lo mande,
       sino que adonde vos fuéredes—que vaya yo adelante.
       
                         (Canc. de Rom. s. a., fol. 155.—Silva de 1550, t. I, fol. 75.—
                      Canc. de Rom., ed. de Medina del año 1570, fol. 44.)

30 a

(DEL CID.—IV)

(Al mismo asunto)

Romance de cómo Jimena Gomez, hija del conde Lozano,
                 se vino a querellar al rey del Cid

       En Burgos está el buen rey—asentado a su yantar,
       cuando la Jimena Gomez—se le vino a querellar.
       Cubierta toda [2] de luto,—tocas de negro cendal,
       las rodillas por el suelo,—comenzara de fablar:
       —Con mancilla vivo, rey,—con ella murió mi madre;
       cada día que amanece—veo al que [3] mató a mi padre
       caballero en un caballo,—y en su mano un gavilán;
       por facerme mas despecho—cébalo en mi palomar,
       mátame mis palomillas—criadas y por criar;
       la sangre que sale de ellas [4] —teñido me ha mi brial:
       enviéselo a decir,—envióme a amenazar.
       Hacedme, buen rey, justicia,—no me la queráis negar. [5]
       Rey que non face justicia—non debiera [6] de reinar,
        [p. 129] ni cabalgar en caballo,—ni con la reina holgar, [1]
       ni comer pan [2] a manteles,—ni menos armas armar.— [3]
       El rey cuando aquesto oyera [4] —comenzara [5] de pensar:
       —Si yo prendo o mato al Cid [6] —mis Cortes revolverse han; [7]
       pues si lo dejo de hacer,—Dios me lo ha de demandar. [8]
       Mandarle quiero una carta, [9] —mandarle quiero llamar.—
       Las palabras no son dichas,—la carta camino va,
       mensajero que la lleva—dado la habia a su padre.
       Cuando el Cid aquesto supo,—así comenzó a fablar:
       —Malas mañas habeis, conde,—non vos las puedo quitar,
       que carta que el rey vos manda,—no me la quereis mostrar.
       —Non era nada, mi fijo,—si non que vades allá;
       fincad vos acá, mi fijo,—que yo iré en vueso lugar.
       —Nunca Dios lo tal quisiese—ni Santa María su madre,
       sino que donde vos fuéredes,—tengo yo de ir adelante.
       
                              (Escobar, Romancero del Cid.—Timoneda, Rosa española.)

30 b

(DEL CID.—V)

        (Al mismo asunto)

Romance de Jimena Gomez

       Dia era de los Reyes,—día era señalado,
       cuando dueñas y doncellas—al rey piden aguinaldo,
       sino es Jimena Gomez,—hija del conde Lozano,
       que puesta delante el rey,—de esta manera ha hablado:
       —Con mancilla vivo, rey,—con ella vive mi madre;
        [p. 130] cada día que amanece—veo quién mató a mi padre
       caballero en un caballo—y en su mano un gavilan;
       otra vez con un halcon—que trae para cazar,
       por me hacer mas enojo—cébalo en mi palomar:
       con sangre de mis palomas—ensangrentó mi brial.
       Enviéselo a decir,—envióme a amenazar
       que me cortará mis haldas—por vergonzoso lugar, [1]
       me forzará mis doncellas—casadas y por casar;
       matárame un pajecico—so haldas de mi brial.
       Rey que no hace justicia—no debia de reinar,
       ni cabalgar en caballo,—ni espuela de oro calzar,
       ni comer pan a manteles,—ni con la reina holgar,
       ni oir misa en sagrado,—porque no merece más.—
       El rey de que aquesto oyera—comenzara de hablar:
       —¡Oh váleme Dios del cielo!—quiérame Dios consejar:
       si yo prendo o mato al Cid,—mis Cortes se volverán;
       y si no hago justicia,—mi alma lo pagará.
       —Tente las tus Cortes, rey,—no te las revuelva nadie,
       al Cid que mató a mi padre—dámelo [2] tú por igual,
       que quien tanto mal me hizo—sé que algun bien me hará.—
       Entónces dijera el rey,—bien oiréis lo que dirá:
       —Siempre lo oí decir,—y agora veo que es verdad,
       que el seso de las mujeres—que no era natural:
       hasta aquí pidió justicia,—ya quiere con él casar.
       Yo lo haré de buen grado,—de muy buena voluntad;
       mandarle quiero una carta,—mandarle quiero llamar.—
       Las palabras no son dichas,—la carta camino va,
       mensajero que la lleva—dado la habia a su padre.
       —Malas mañas habeis, conde,—no vos las quiero quitar,
        que cartas que el rey vos manda—no me las quereis mostrar.
       —No era nada, mi hijo,—sino que vades allá,
       quedávos aquí, hijo,—yo iré en vuestro lugar.
       —Nunca Dios atal quisiese—ni santa María lo mande,
       sino que adonde vos fuéredes—que vaya yo adelante.—
       
                                       (Canc. de Rom., 1550, fol. 162.)

[p. 131] 31

(DEL CID.—VI)

(El Cid pide el tributo al moro)

       Por el val de las Estacas—pasó el Cid a mediodía,
       en su caballo Babieca:—¡oh qué bien que parecia!
       El rey moro que lo supo—a recibirle salia,
       dijo:—Bien vengas, el Cid,—buena sea tu venida,
       que si quieres ganar sueldo,—muy bueno te lo daria,
       o si vienes por mujer,—darte he una hermana mía.
       —Que no quiero vuestro sueldo—ni de nadie lo querria,
       que ni vengo por mujer,—que viva tengo la mia:
       vengo a que pagues las parias—que tú debes a Castilla.
       —No te las daré yo, el buen Cid,—Cid, yo no te las daria:
       si mi padre las pagó,—hizo lo que no debia.
       —Si por bien no me las das,—yo por mal las tomaria.
       —No lo harás así, buen Cid,—que yo buena lanza habia.
       —En cuanto a eso, rey moro,—creo que nada te debía,
       que si buena lanza tienes,—por buena tengo la mia:
       mas da sus parias al rey,—a ese buen rey de Castilla.
       —Por ser vos su mensajero,—de buen grado las daria.
       
                               (Códice del siglo XIV, en el Rom. gen. del señor Durán.)

32

(DEL CID.—VII)

Romance del Cid Ruidiaz [1]

       Por el val de las Estacas—el buen Cid pasado había:
       a la mano izquierda deja—la villa de Constantina.
       En su caballo Babieca,—muy gruesa lanza traía:
       va buscando al moro Abdalla, [2] —que enojado le tenia.
        [p. 132] Travesando un antepecho,—y por una cuesta arriba,
       dábale el sol en las armas,—¡oh, cuán bien que parecía!
       Vido ir al moro Abdalla—por un llano que allí había,
       armado de fuertes armas,—muy ricas ropas traia.
       Dábale voces el Cid;—de esta manera decía:
       —Espéresme, moro Abdalla,—no muestres tú [1] cobardía.—
       A las voces que el Cid daba,—el moro le respondía:
       —Muchos tiempos ha, el Cid, [2] —que esperaba yo este día,
        porque no hay hombre nacido—de quien yo me esconderia;
       porque desde mi niñez—siempre huí de cobardía.
       —Alabarte, moro Abdalla,—poco te aprovecharia;
       mas si eres cual tú hablas [3] —en esfuerzo y valentía,
       a tiempo eres venido, [4] —que menester te seria.—
       Estas palabras diciendo,—contra el moro arremetía;
       encontróle con la lanza,—y en el suelo lo derriba;
       cortárale la cabeza,—sin le hacer cortesía. [5]
       
                            (Silva de 1550, t, II, f. 48.—Timoneda, Rosa española.)

33

(DEL CID.—VIII)

      (El rey y el Cid a Roma)

       Rey don Sancho, rey don Sancho, [6] —cuando en Castilla reinó,
       corrió a Castilla la Vieja—de Búrgos hasta Leon,
       corrió todas las Asturias—dentro hasta San Salvador,
       también corrió a Santillana,—y dentro en Navarra entró,
       y a pesar del rey de Francia—los puertos de Aspa pasó.
       Siete días con sus noches—en el campo le esperó.
       Desque vió que no venia—a Castilla se volvió.
       Luego le vinieron cartas—de ese padre de Aviñon,
       que se vaya para Roma,—y le alzarán emperador;
       que lleve treinta de mula,—y de caballo que non,
       y que no lleve consigo—ese Cid Campeador;
       que las Cortes estén en paz,—no las revolviese, non.
        [p. 133] El Cid cuando lo supo—a las Cortes se partió
       con trescientos de a caballo,—todos hijos-dalgo son.
       —Mercedes, buen rey, mercedes,—otorgádmelas, señor,
       que cuando fuereis a Roma,—que me llevedes con vos,
       que por las tierras do fuéredes—yo sería el gastador,
       hasta salir de Castilla,—de mis haberes gastando;
       cuando fuéremos por Francia—el campo iremos robando,
       por ver si algun frances—saldria a demandallo.—
       A sus jornadas contadas—a Roma se han llegado;
       apeado se ha el buen rey,—al Papa besó la mano;
       tambien sus caballeros,—que se lo habian enseñado:
       no lo hizo el buen Cid,—que no lo habia acostumbrado.
       En la capilla de San Pedro—don Rodrigo se ha entrado,
       viera estar siete sillas—de siete reyes cristianos;
       viera la del rey de Francia—par de la del Padre santo,
       y vió estar la de su rey—un estado más abajo:
       vase a la del rey de Francia,—con el pié la ha derrocado,
       la silla era de oro,—hecho se ha cuatro pedazos;
       tomara la de su rey,—y subióla en lo más alto.
       Ende hablara un duque—que dicen el saboyano;
       —Maldito seas, Rodrigo,—del Papa descomulgado,
       que deshonraste a un rey,—el mejor y más sonado.—
       Cuando lo oyó el buen Cid,—tal respuesta le ha dado:
       —Dejemos los reyes, duque,—ellos son buenos y honrados,
       y hayámoslo los dos—como muy buenos vasallos.—
       Y allegóse cabe el duque,—un gran bofetón le ha dado.
       Allí hablara el duque:—¡Demándetelo el diablo!—
       El Papa desque lo supo—quiso allí descomulgallo.
       Don Rodrigo que lo supo,—tal respuesta le hubo dado:
       —Si no me absolveis, el Papa,—seríaos mal contado:
       que de vuestras ricas ropas—cubriré yo mi caballo.—
       El Papa desque lo oyera,—tal respuesta le hubo dado:
       —Yo te absuelvo, don Rodrigo,—yo te absuelvo de buen grado,
       que cuanto hicieres en Cortes—seas de ello libertado.
       
                                        (Siguense tres romances. El primero, que dice «Los
                                          casamientos de doña Lambra con don Rodrigo de Lara,
                                         etc.»—Pliego suelto del siglo XVI.)

[p. 134] 34

(DEL CID.—IX)

Romance de cómo el Cid fué a Concilio con el rey don Sancho hasta Roma [1]

       A concilio dentro en Roma,—a concilio bien llamado. [2]
       Por obedecer al Papa,—ese noble rey don Sancho
       para Roma fué derecho,—con el Cid acompañado.
       Por sus jornadas contadas—en Roma se han apeado:
       el rey con gran cortesía—al Papa besó la mano,
       y el Cid y sus caballeros—cada cual de grado en grado.
       En la iglesia de San Pedro—don Rodrigo habia entrado,
       do vido las siete sillas—de siete reyes cristianos,
       y vió la del rey de Francia—junto a la del Padre santo,
       y la del rey su señor—un estado más abajo.
       Vase [3] a la del rey de Francia,—con el pié la ha derribado;
       la silla era de marfil,—hecho la ha cuatro pedazos;
       tomara [4] la de su rey—y subióla en lo más alto.
       Allí habló un honrado duque—que dicen el saboyano;
       —Maldito seas, Rodrigo,—del Papa descomulgado,
       porque deshonraste un rey—el mejor y más preciado.—
       En oir aquesto el Cid,—tal respuesta le hubo dado:
       —Dejemos los reyes, duque,—y si os sentis agraviado,
       hayámoslo los dos solos;—de mí a vos sea demandado;
       Allegóse cabe el duque,—un gran bofetón [5] le ha dado.
       El duque le respondió: [6] —¡Demándetelo el diablo!— [7]
       El Papa cuando lo supo—al Cid ha descomulgado;
       en saberlo luego el Cid—ante él se ha arrodillado. [8]
       
—Absolvedme, dijo, Papa,—si no, seráos mal contado.—
       El Papa de piadoso—respondió muy mesurado:
       —Yo te absuelvo, don Rodrigo,—yo te absuelvo de buen grado,
       con que seas en mi corte—muy cortés y mesurado.
       
                      (Timoneda, Rosa española.— Escobar, Romancero del Cid.)

[p. 135] 35

(DEL CID.—X)

Romance del rey don Fernando primero

       Doliente estaba, doliente,—ese buen rey don Fernando;
       los piés tiene cara oriente—y la candela en la mano.
       A la cabecera tiene—los sus fijos todos cuatro.
       Los tres eran de la reina,—y el uno era bastardo.
       Ese que bastardo era—quedaba mejor librado;
       arzobispo es de Toledo—y en las Españas perlado. [1]
       —Si yo no muriera, hijo,—vos fuérades Padre santo,
       mas con la renta que os queda,—bien podreis, hijo, alcanzarlo,— [2]
       
                    (Silva de 1550, t. I, fol. 79.—Canc. de Rom. s . a, fol. 157.) [3]

       Doliente se siente el rey,—ese buen rey don Fernando;
       los piés tiene hácia oriente—y la candela en la mano.
       A su cabecera tiene—arzobispos y perlados,
       a su man derecha tiene—a sus fijos todos cuatro.
       Los tres eran de la reina,—y el uno era bastardo:
       ese que bastardo era—quedaba mejor librado.
       Arzobispo es de Toledo,—maestre de Santiago,
       abad era en Zaragoza,—de las Españas primado.
       —Hijo, si yo no muriera,—vos fuérades Padre santo;
       mas con la renta que os queda,—vos bien podreis alcanzarlo.—
       Ellos estando en aquesto—entrara Urraca Fernando,
       y vuelta hácia su padre—de esta manera ha hablado.
       
                                                    (Canc. de Rom., 1550, fol. 146.)

[p. 136] 36

(DEL CID.—XI)

Romance de doña Urraca

       Morir vos queredes, padre,—San Miguel vos haya el alma;
       mandástes las vuestras tierras—a quien se vos antojara,
       a don Sancho a Castilla,—Castilla la bien nombrada,
       a don Alonso a Leon—y a don García a Vizcaya.
       A mí, porque soy mujer,—dejaisme desheredada:
       irme he yo por esas tierras [1] —como una mujer errada,
       y este mi cuerpo daria—a quien se me antojara,
       a los moros por dineros—y a los cristianos de gracia; [2]
       de lo que ganar pudiere—haré bien por la vuestra alma. [3]
       —Calledes, hija, calledes,—no digades tal palabra,
       que mujer que tal decia,—merescia ser quemada.
       Allá en Castilla la Vieja—un rincon se me olvidaba;
       Zamora habia por nombre,—Zamora la bien cercada;
       de una parte la cerca el Duero,—de otra, Peña tajada;
       de la otra [4] la Morería:—¡una cosa muy preciada!
       ¡quien vos la tomare, [5] hija,—la mi maldicion le caiga!—
       Todos dicen amen, amen,—sino don Sancho, que calla. [6]
       
                               (Silva de 1550, t. I, fol. 79; Canc. de Rom. s . a., fol. 158;
                               Canc. de Rom., 1550, fol. 146; Timoneda, Rosa española.)

[p. 137] 37

(DEL CID. ¾ XII)

       Romance de las quejas de la infanta contra el Cid Ruy Díaz [1]

Afuera, afuera, Rodrigo, ¾ el soberbio castellano,
accordársete debria ¾ de aquel tiempo ya pasado [2]
cuando fuiste caballero [3] ¾ en el [4] altar de Santiago,
cuando el rey fué tu padrino, ¾ tú, Rodrigo, el ahijado:
mi padre te dió las armas, [5] ¾ e mi madre te dió el caballo,
yo te calcé las espuelas ¾ porque fueses más honrado:
que pensé casar [6] contigo, ¾ no [7] lo quiso mi pecado,
casaste con Jimena Gomez, ¾ hija del conde Lozano:
con ella hubiste dineros, ¾ conmigo hubieras Estado. [8]
Bien casaste tú, Rodrigo, ¾ muy mejor fueras casado;
dejaste hija de rey ¾ por tomar de su vasallo. [9]
¾ Si os parece, mi señora, ¾ bien podemos destigallo. [10]
¾ Mi ánima penaria ¾ si yo fuese en discrepallo.
[p. 138] ¾ Afuera, afuera, los mios, ¾ los de a pié y de a caballo,
pues de aquella torre mocha ¾ una vira me han tirado.
No traía el asta hierro, [1] ¾ el corazón me han pasado,
ya ningun remedio siento ¾ sino vivir mas penado.

              (Silva de 1550, t. I, fol. 78.- Canc. de Rom. s. a., fol. 157 .
              Canc. de Rom., 1 550, fol. 147.-Timoneda, Rosa española). [2]

38

(DEL CID. ¾ XIII)

Romance de los reyes don Sancho de Castilla y don Alonso de Leon [3]

       Entre dos reyes cristianos ¾ hay muy grande división,
       don Sancho, rey de Castilla, ¾ y don Alonso de Leon.
       Don Sancho dice que el reino ¾ le viene por sucesión;
       don Alonso le [4] defiende y estáse en la posesión;
       no les pueden poner treguas ¾ cuantos en la corte son,
       perlados, ni ricos hombres, ¾ ni monjes de religión.
       El hecho se pone en armas, ¾ y con esta condición:
       que el reino pierda el vencido ¾ sin haber mas redempcion.
       Ya juntadas las batallas, ¾ ya trabada es la quistion,
       juntáronse en las vegas, ¾ en las vegas de Carrion.
       Los leoneses pelean ¾ como hombres de razon;
       los castellanos van malos, ¾ venido han en perdición,
       todos iban de huida ¾ sin ninguna ordenación.
        [p. 139] Don Alonso es piadoso—de su misma inclinación,
       no quiso seguir l'alcance [1] —movido de compasión.
       Ellos en aquesto estando—asomado habia un pendon,
       todo de seda bermeja,—y de oro la guarnición,
       una cruz en medio verde—que traia por devoción.
       Castellanos eran todos,—castellanos de nacion;
       el Cid y toda su gente—era aquella guarnicion,
       que no se halló en la batalla—porque tuvo ocupacion:
       Don Sancho desque lo vido—tomado ha consolación, [2]
       dan sobre los leoneses—que están sin avisacion;
       prendieran al rey don Sancho,—metido le han en prisión.
       Llevándolo ansí preso—llegó el Cid a la sazón,
       habló como caballero—muy allegado a razon:
       —Escuchadme, caballeros,—sea esta la conclusión:
       dádnos nuestro rey, vosotros,—y con buena bendicion,
       y vos daremos el vuestro—luego sin mas dilacion.—
       Los leoneses [3] no quisieron,—con gran orgullo y presunción,
       temiendo ser su rey muerto,—y que aquello era traicion.
       Entónces el Cid en ellos—hizo grande destruicion,
       a su rey ha delibrado,—y a ellos puso en confusion;
       preso llevan al rey don Alonso—que era verle compasion,
        metídolo han en grillos—sin mas consideración.
       
                            (Silva de 1550, t. II, fol. 69. Aquí comienzan cinco romances:
                             con una glosa. El primero «Amores trata Rodrigo, etc.»
                             Pliego suelto del siglo XVI.)

39

(DEL CID.—XIV)

Romance del rey don Sancho de Castilla [4]

       Rey don Sancho, rey don Sancho,—cuando en Castilla reinó
       le salían las sus barbas, [5] —¡y cuán poco las logró!
       A pesar de los Franceses—los puertos de Aspa pasó;
       siete días con sus noches—en campo los aguardó,
       y viendo que no venian—a Castilla se volvió.
       Matara el conde de Niebla,—y el condado le quitó,
       y a su hermano don Alonso—en las cárceles lo echó,
        [p. 140] y despues que lo echara—mandó hacer un pregon [1]
       que él que rogase por él—que le diesen por traidor.
       No hay caballero, ni dama,—que por él rogase, no,
       sino fuera una su hermana—que al rey se lo pidió:
       —Rey don Sancho, rey don Sancho,—mi hermano y mi señor,
       cuando yo era pequeña—prometístesme un don; [2]
       agora que soy crecida,—otorgámelo, señor.— [3]
       —Pedildo vos, mi hermana;—mas con una condicion,
       que no me pidais a Burgos,—a Burgos, ni a Leon,
       ni a Valladolid la rica,—ni a Valencia de Aragon:
       de todo lo otro, mi [4] hermana,—no se os negará, [5] no.
       —Que no os pido yo [6] a Burgos,—a Burgos, ni a Leon,
       ni a Valladolid la rica,—ni a Valencia de Aragon:
       mas pidoos [7] a mi hermano,—que lo teneis en prision.
        —Pláceme, dijo, hermana,—mañana os lo daré yo.
       —Vivo lo habeis de dar, vivo,—vivo, que no muerto, no.
       —Mal hayas tú, [8] hermana,—y quien tal te [9] aconsejó,
       que mañana, de mañana,—muerto te [10] lo diera yo.
       
                             (Silva de 1550, t. Il, f. 48.—Timoneda, Rosa esp.)

40

(DEL CID.—XV)

Romance del rey don Sancho de Castilla

       Rey don Sancho, don Sancho,—ya que te apuntan las barbas,
       quien te las vido nacer,—no te las verá logradas.
       Aquestos tiempos andando—unas Cortes ordenara,
       y por todas las sus tierras—enviaba las sus cartas:
       las unas iban de ruego,—las otras iban con saña;
       a unos ruega que vengan,—a otros amenazaba.
       Ya que todos son llegados,—de esta suerte les hablara:
       —Ya sabeis, los mis vasallos,—cuando mi padre finara,
       cómo repartió sus tierras—a quien bien se le antojara:
       las unas dió a doña Elvira,—las otras a doña Urraca,
       las otras a mis hermanos;—todas estas eran mías,
        [p. 141] porque yo las heredaba.—Ya que yo se las quitase
       ningun agravio aquí usaba,—porque quitar lo que es mío
       a nadie en esto dañaba.—Todos miraban al Cid
       por ver si se levantaba,—para que responda al rey
       lo que en esto le agradaba.—El Cid, que vee que le miran,
       de esta suerte al rey habla:—Ya sabeis, rey mi señor,
       como cuando el rey finara,—hizo hacer juramento
       a cuantos allí se hallaban:—que ninguno de nosotros
       fuese contra lo que él manda,—y que ninguno quitase
       a quien él sus tierras daba.—Todos dijimos amen,
       ninguno le rehusara.—Pues ir contra el juramento
       no hallo ley que lo manda;—mas si vos quereis, señor,
       hacer lo que os agradaba,—nos no podemos dejar
       de obedecer vuestra manda;—mas nunca se logran hijos
       que al padre quiebran palabra.—Ni tampoco tuvo dicha
       en cosa que se ocupaba,—nunca Dios le hizo merced,
        ni es razón que se la haga.
       
                                              (Silva de 1550, t. II, f. 52)

41

(DEL CID.—XVI)

Romance de Diego Ordoñez [1]

       Riberas de Duero arriba—cabalgan dos zamoranos
       en caballos alazanes—ricamente enjaezados.
       Fuertes armas traen secretas—y encima sus ricos mantos
       con sendas lanzas y adargas,—como hombres enemistados.
       —A grandes voces oimos—estándonos desarmando,
       si habria dos para dos—caballeros zamoranos,
       que quisiesen tomar lid—con otros dos castellanos;
       y los que las voces daban,—padre y hijo son entrambos:
       padre y hijo eran los hombres,—padre y hijo los caballos.
       Dicen que es don Diego Ordoñez—y su hijo don Hernando,
       aquel que reptó a Zamora—por muerte del rey don Sancho, [2]
       cuando el traidor de Vellido—le mató con un venablo;
       y aun [3] al pasar de la puente,—padre y hijo van hablando: [4]
        [p. 142] —No sé si oísteis, [1] hijo,—las damas que están mirando. [2]
       —Bien las oí yo, [3] señor,—lo que quedan [4] razonando,
       que las ancianas decian:—¡Oh qué viejo tan honrado!
       Y las doncellas decian:—¡Oh qué mozo tan lozano!—
       Palabras de gran soberbia—son las que ellos van hablando, [5]
       que si caso se ofreciese,—y hubiese [6] ruido en campo,
       que se matarian con tres—y se matarian [7] con cuatro,
       y si cinco les saliesen, [8] —que no les huirian el campo;
       con tal que no fuesen primos—ni menos fuesen hermanos,
       ni de las tiendas del Cid—ni de sus paniaguados,
       de la casa de los Arias—salgan seis mas esforzados.
       No falta [9] quien los ha oido—lo que ellos van razonando. [10]
       Oídolo [11] ha Gonzalo Arias, hijo de Arias Gonzalo.
        Siete caballeros vienen,—todos siete bien armados,
       cubiertos de sus escudos;—las lanzas van. blandeando,
       y traen por apellido—a San Jorge y Santiago.
       —¡Mueran, mueran los traidores,—mueran y [12] dejen al campo!—
       A recibirselos sale [13] —don Ordoño y don Hernando:
       a los primeros encuentros—don Ordoño mató cuatro,
       don Hernando mató dos—y el otro les huyó el campo.
       Por aquel que se les iba—las barbas se están [14] mesando;
       preguntara el padre al hijo:—Di, hijo, ¿si estás llagado? [15]
       —Eso os pregunto, señor,—que yo no estoy, [16] sino sano.
       —Siempre lo tuvistes, hijo,—mozo y flojo [17] en el caballo:
       cuando habeis de cabalgar—cabalgais trasero y largo.
       Yo viejo, de los [18] sesenta,—a mis piés he muerto cuatro, [19]
       vos, mozo de veinte y cinco, [20] —matais dos, váseos un gato.
       
                                                            (Silva de 1550, t. II, f. 54.)

                             (Aquí comienzan dos romances. El primero que dice: «Riberas
                             del Duero arriba.» Pliego suelto del siglo XVI en el Romancero
                             del Sr. Durán). [21]

[p. 143] 42

(DEL CID.—XVII)

(Retos de los dos caballeros zamoranos)

       Riberas de Duero arriba—cabalgan dos zamoranos:
       las armas llevan blancas,—caballos rucios rodados,
       con sus espadas ceñidas,—y su puñales dorados,
       sus adargas a los pechos,—y sus lanzas en las manos,
       ricas capas aguaderas—por ir más disimulados,
       y por un repecho arriba—arremeten los caballos:
       que, según dicen las gentes,—padre e hijo son entrambos.
       Palabras de gran soberbia—entre los dos van hablando:
       que se matarán con tres,—lo mesmo harán con cuatro,
       y si cinco les saliesen,—que no les huirian el campo,
       con tal que no fuesen primos—ni menos fuesen hermanos,
       ni de la casa del Cid,—ni de sus paniaguados,
       ni de las tiendas del rey,—ni de sus leales vasallos:
       de todos los otros que haya,—salgan los mas esforzados.
       Tres condes lo han oido,—todos tres eran cuñados.
       —Atendédnos, caballeros,—que nos estamos armando.—
       Mientras los condes se arman,—el padre al hijo ha hablado:
       —Tú bien veas, hijo mío,—aquellos tablados altos
       donde dueñas y doncellas—nos están de allí mirando;
       si lo haces como bueno,—serás de ellas muy honrado;
       si lo haces como malo,—serás de ellas ultrajado;
       más vale morir con honra—que no vivir deshonrado,
       que el morir es una cosa—que a cualquier nacido es dado.—
       Estas palabras diciendo,—los condes han allegado.
       A los encuentros primeros—el viejo uno ha derrocado;
       vuelve la cabeza el viejo,—vido al hijo mal tratado,
        [p. 144] arremete para allá,—y otro conde ha derribado;
       el otro desque esto vido—vuelve riendas al caballo;
       los dos iban en su alcance;—en Zamora lo han cerrado.
       
                      (Romance que dice: «Riberas de Duero arriba—caualgan dos
                        çamoranos», con su glosa, hecha por Francisco de Argullo,
                        etc. Pl. s. del siglo XVI). [1]

42 a

(DEL CID.—XVIII)

(Al mismo asunto)

       Riberas del Duero arriba—cabalgan dos zamoranos.
       las divisas llevan verdes,—los caballos alazanos,
       ricas espadas ceñidas,—sus cuerpos muy bien armados,
       adargas ante sus pechos,—gruesas lanzas en sus manos,
       espuelas llevan ginetas—y los frenos plateados.
       Como son tan bien dispuestos,—parecen muy bien armados,
       y por un repecho arriba—salen [2] más recios que galgos,
       y súbenlos [3] a mirar—del real del rey don Sancho.
       Deesque a otra parte fuéron—dieron vuelta a los caballos,
       y al cabo de una gran pieza,—soberbios así [4] han fablado:
       —¿Tendrédes dos para dos, [5] —caballeros castellanos,
       que puedan armas facer [6] —con otros dos zamoranos,
       para daros a entender [7] —no face el rey como hidalgo
       en quitar a doña Urraca—lo que [8] su padre le ha dado?
       Non queremos ser tenidos,—ni queremos ser honrados,
       ni rey de nos faga cuenta,—ni conde nos ponga al lado,
       si a los primeros encuentros—no los hemos derribado;
       y siquiera salgan tres,—y siquiera salgan cuatro,
        [p. 145] siquiera salgan cinco,—salga siquiera el diablo,
       con tal que no salga el Cid,—ni ese noble rey don Sancho,
       que lo habemos por señor,—y el Cid nos ha por hermanos:
       de los otros caballeros,—salgan los más esforzados.—
       Oídolo habian dos [1] condes,—los cuales eran [2] cuñados
       —Atended, los caballeros,—mientras estamos armados.— [3]
       Piden apriesa las armas,—suben en buenos caballos,
       caminan para las tiendas—donde yace [4] el rey don Sancho:
       piden que les dé licencia—que ellos puedan hacer campo
       contra aquellos caballeros,—que con soberbia han hablado.
       Allí fablara el buen Cid,—que es de los buenos dechado:
       —Los dos contrarios guerreros—non los tengo yo por malos,
       porque en muchas lides [5] de armas—su valor habian mostrado; [6]
       que en el cerco de Zamora—tuvieron [7] con siete campo;
       el mozo mató a los dos,—el viejo mató a los cuatro;
       por uno que se les fuera—las barbas se van pelando.— [8]
       Enojados van los condes—de lo que el Cid ha fablado:
        el rey cuando [9] ir los viera—que vuelvan está mandando; [10]
       otorgó cuanto pedian,—más por fuerza que por grado.
       Mientras los condes se arman,—el padre al hijo está hablando:
       —Volved, hijo, hácia Zamora,—a Zamora y sus andamios,
       mirad dueñas y doncellas—cómo nos están mirando:
       hijo, no miran a mí,—porque ya soy viejo y cano;
       mas miran a vos, mi hijo,—que sois mozo y esforzado.
       Si vos faceis como bueno—sereis de ellas muy honrado;
       si lo faceis de cobarde,—abatido y ultrajado.
       Afirmáos en los estribos,—terciad la lanza en las manos,
       esa adarga ante los pechos,—y apercibid el caballo,
       que al que primero acomete—tienen por más esforzado.—
       Apénas esto hubo dicho,—ya los condes han llegado;
       el uno viene de negro,—y el otro de colorado: [11]
       vanse unos para otros;—fuertes encuentros se han dado,
       mas el [12] que al mazo le cupo—derribólo del caballo,
       y el viejo al otro de encuentro—pasóle de claro en claro.
       El conde, [13] de que esto viera,—huyendo sale del campo,
       y los dos van [14] a Zamora—con vitoria muy honrados.
       
                     (Escobar, Romacero del Cid.— Timoneda, Rosa española.)

[p. 146] 43

(DEL CID.—XIX)

Romance de Zamora

       Junto al muro de Zamora—vide un caballero erguido,
       armado de todas piezas,—sobre un caballo morcillo,
       a grandes voces diciendo:—Vélese bien el castillo,
       que al que hallare velando—ayudarle he con mi grito,
       y al que hallare durmiendo—echarle he de arriba vivo;
       pues por la honra de Zamora—yo soy llamado y venido.
       Si hubiere algún caballero,—salga hacer armas comigo,
       con tal que no fuese el Cid,—ni Bermudez su sobrino.—
       Las palabras que decia,—el buen Cid las ha oído.
       —¿Quién es ese caballero—que hace el tal desafio?
       —Ortuño me llamo, Cid,—Ortuño es mi apellido.
       —Acordársete debria, Ortuño—de la pasada del río,
       cuando yo vencí los moros,—y Babieca iba comigo.
       En aquestos tiempos tales—no eras tan atrevido.—
       Ortuño, de que esto oyera,—de esta suerte ha respondido:
       —Entonces era novel,—agora soy mas crecido,
       y usando, buen Cid, las armas,—me hecho tan atrevido.
       Mas no desafío yo a tí,—ni a Bermudez tu sobrino,
       porque os tengo por señores,—y me tenés por amigo;
       mas si hay otro caballero,—que salga hacer armas conmigo,
       que aquí en el campo lo espero—con mis armas y rocino.
       
                                               (Silva de 1550, t. II, fol. 54.)

44

(DEL CID.—XX)

Romance de la traicion de Bellido Dolfos

       —Rey don Sancho, rey don Sancho,—no digas que no te aviso,
       que del cerco de Zamora—un traidor habia salido:
       Vellido Dolfos se llama,—hijo de Dolfos Vellido,
       a quien él mismo matara—y despues echó en el río.
        [p. 147] Si te engaña, rey don Sancho,—no digas que te lo digo.— [1]
       Oidolo ha el traidor,—¡gran enojo ha recibido!
        Fuése donde estaba el rey;—de aquesta suerte le ha dicho:
       —Bien conoscedes, señor,—el malquerer y homecillo
       que el malo de Arias Gonzalo—y sus hijos han conmigo:
       en fin, hasta su real—agora me han perseguido:
       esto, porque les reptaba—que estorbaban tu partido,
       que otorgase doña Urraca—a Zamora en tu servicio.
       Agora que han bien mirado—como está bien entendido
       que tú prendas a Zamora—por el postigo salido,
       trabajan buscar tu daño—dañando el crédito mío.
       Si me quieres por vasallo,—serviréte sin partido.—
       El buen rey siendo contento,—díjole:—Muéstrame, amigo,
       por donde tome a Zamora,—que en ella serás tenido
       mucho mas que Arias Gonzalo,—que la manda con desvío.—
       Besóle el traidor la mano,—en gran poridad le dijo:
       —Vámonos tú y yo, señor,—solos, por no hacer bullicio,
       verás lo que me demandas,—y ordenarás mi partido
       donde se haga una cava,—y lo que manda mi aviso.
       Despues con ciento de a pié—matar las guardas me obligo,
       y se entrarán tus banderas—guardándoles el postigo.—
       Otro dia de mañana—cabalga Sancho y Vellido,
       el buen rey en su caballo,—y Vellido en su rocino:
       juntos van a ver la cerca,—solos a ver el postigo.
       Desque el rey lo ha rodeado—saliérase cabe el río,
       do se hubo de apear—por necesidad que ha habido.
       Encomendóle un venablo—a ese malo de Vellido:
       dorado era y pequeño,—que el rey lo traia consigo.
       Arrojóselo el traidor,—malamente lo ha herido;
       pasóle por las espaldas,—con la tierra lo ha cosido.
       Vuelve riendas al caballo—a mas correr al postigo.
       La causa de la corrida—le demandaba Rodrigo,
       el cual dicen de Vivar:—el malo no ha respondido.
       El Cid apriesa cabalga:—sin espuelas lo ha seguido:
       nunca le pudo alcanzar,—que en la ciudad se ha metido.
       Que le metan en prisión—doña Urraca ha proveido:
       guárdale Arias Gonzalo—para cuando sea pedido.
        Tornóse el Cid con coraje,—como no prendió a Vellido,
       maldiciendo al caballero—que sin espuelas ha ido.
       No sospecha tal desastre,—cuida ser otro el delito,
       que si lo que era creyera,—bien defendiera el postigo
       hasta vengar bien la muerte—del rey don Sancho el querido.
       
                                            (Timoneda, Rosa española.)

[p. 148] 45

(DEL CID. XXI)

Romance del rey don Sancho

       —¡Rey don Sancho, [1] rey don Sancho, [2] —no digas que no te aviso
       que de dentro de Zamora—un alevoso ha salido:
       llámase Vellido Dolfos,—hijo de Dolfos Vellido,
       cuatro traiciones ha hecho,—y con esta serán cinco.
       Si gran traidor fué el padre,—mayor traidor es el hijo.—
       Gritos dan en el real:—¡A don Sancho han mal herido:
       muerto le ha Vellido Dolfos,—gran traición ha cometido!—
       Desque le tuviera muerto,—metióse por un postigo,—
       por las calles de Zamora—va dando voces y gritos:
       —Tiempo era, [3] doña Urraca,—de complir [4] lo prometido.
       
                            (Canc. de Rom. s. a., f . 158.—Canc. de Rom, 1550. f. 148.
                            Silva de 1550, t. I, f. 80)

46

(DEL CID.—XXII)

Romance de Vellido Dolfos

       De Zamora sale el Dolfos—corriendo y apresurado:
       huyendo va de los hijos—del buen viejo Arias Gonzalo,
       y en la tienda del buen rey—en ella se había amparado.
       —Manténgate Dios, señor. [5] —Vellido, seas bien llegado.
       —Señor, tu vasallo soy,—tu vasallo y de tu bando,
       y por yo aconsejarle—a aquel viejo Arias Gonzalo
       que te entregase Zamora,—pues que te había quedado, [6]
       hame querido matar,—y de él me soy escapado.
        [p. 149] A vos [1] me vengo, señor,—por ser en vuestro [2] mandado,
       con deseo de serviros, [3] —como cualquier fijodalgo,
       y os [4] entregaré a Zamora,—aunque pese a Arias Gonzalo,
       que por un falso postigo—en ella seréis [5] entrado.—
       El buen Arias de [6] leal—al rey habia avisado,
       desde encima [7] del adarve—estas palabras ha hablado: [8]
       —A ti lo digo, el buen rey,—y a todos tus castellanos,
       que allá ha salido Vellido,—Vellido [9] un traidor malvado;
        que si traicion te [10] ficiere,—a nos non sea imputado.—
       Oídolo habia Vellido,—que al rey tiene por la mano:
       —Non lo creades, señor,—lo que contra mí ha fablado,
       que don Arias lo publica—porque el lugar no sea entrado,
       porque él sabe bien que [11] sé—por donde será tomado.—
       Allí fablara el buen rey—de Vellido confiado:
       —Yo lo creo bien, Vellido—el Dolfos, mi buen criado;
       por tanto, vámonos [12] luego—a ver el postigo falso.
       —Vámonos luego, señor,—id solo, no acompañado.—
       Apartados del real,—el buen rey se habia apartado
       con voluntad de facer—lo que a nadie es excusado:
       el venablo que llevaba—a Vellido se lo ha dado,
       el cual desque así [13] lo vido—de espaldas y descuidado, [14]
       levantóse [15] en los estribos,—con fuerza se lo ha tirado;
       diérale [16] por las espaldas,—y a los pechos ha pasado.
       Allí [17] cayó el rey—muy mortalmente llagado:
       viólo caer don [18] Rodrigo,—que de Vivar es llamado, [19]
       y como le vió ferido, [20] —cabalgara en su caballo:
       con la priesa que tenia,—espuelas no se ha calzado.
       Huyendo iba el traidor,—tras él iba el castellano,
       si apriesa habia salido,—a mayor se había entrado;
       Rodrigo ya le alcanzaba, [21] —mas viendo a Dolfos en salvo, [22]
       mil maldiciones [23] se echaba—el nieto de Lain Calvo:
        [p. 150] —Maldito sea el caballero—que como yo ha cavalgado,
       que si yo espuelas trujera,—no se me fuera el malvado.—
       Todos van a ver al rey,—que mortal estaba echado.
       Todos le dicen lisonjas,—nadie verdad ha fablado,
       sino fué el conde de Cabra,—un buen caballero anciano:
       —Sois mi rey y mi señor,—y yo soy vueso vasallo;
       cumple que mireis por vos,—que es verdad lo que vos fablo,
       que del ánima curedes,—del cuerpo non fagais caso; [1]
       a Dios vos encomendad,—pues fué este dia aciago.
       —Buena ventura hayais, [2] conde,—que así me heis [3] aconsejado.—
       En diciendo estas palabras,—el alma a Dios habia [4] dado.
       De esta suerte murió el rey [5] —por haberse confiado.
        
                           (Escobar, Romancero del Cid.—Canc, de Rom., ed. de
                            Medina, año de 1570, f. 32 vuelto.)

47

(DEL CID.—XXIII)

     (El reto de los Zamoranos)

       Ya cabalga Diego Ordoñez,—del real se habia salido
       de dobles piezas armado—y en un caballo morcillo:
       va a reptar los Zamoranos—por la muerte de su primo,
       que mató Vellido Dolfos,—hijo de Dolfos Vellido.
       —Yo os riepto, los Zamoranos,—por traidores fementidos,
       riepto a todos los muertos,—y con ellos a los vivos;
       riepto hombres y mujeres,—los por nascer y nascidos;
       riepto a todos los grandes,—a los grandes y a los chicos,
       a las carnes y pescados,—a las aguas de los rios.—
       Allí habló Arias Gonzalo,—bien oiréis lo que hubo dicho:
       —¿Qué culpa tienen los viejos?—¿qué culpa tienen los niños?
       ¿qué merecen las mujeres,—y los que no son nascidos?
       ¿por qué rieptas a los muertos,—los ganados y los rios?
       Bien sabeis vos, Diego Ordóñez,—muy bien lo teneis sabido,
       que aquel que riepta concejo—debe de lidiar con cinco.—
       Ordoñez [6] le respondió:—Traidores heis todos sido.—
       
                                                      (Canc. de Rom., 1550, f. 150). [7]

[p. 151] 47 a

(DEL CID.—XXIV)

(Al mismo asunto)

       Sálese Diego Ordoñez,—del real se ha salido
       armado de piezas dobles—en un caballo morcillo:
       la lanza lleva terciada,—levantado en los estribos.
       Va a rieptar los de Zamora—por la traicion de Vellido:
       vido estar a Arias Gonzalo—asomado en el castillo;
       con un denuedo feroz,—estas palabras le ha dicho:
       —Yo riepto a los de Zamora—por traidores conoscidos,
       porque fueron en la muerte—del rey don Sancho mi primo,
       y acogieron en la villa—al que esta traición hizo.
       Por eso fueron traidores,—en consejo, fecho y dicho:
       por eso riepto a los viejos,—por eso riepto a los niños,
       y a los que están por nascer,—hasta los recien nascidos;
       riepto al pan, riepto las carnes;—riepto las aguas y el vino,
       desde los hojas del monte—hasta las piedras del rio.—
       Respondióle Arias Gonzalo,—¡oh qué bien que ha respondido!:
       —Si yo soy cual tú lo dices,—no debiera ser nascido;
       mas hablas como esforzado,—e no como entendido,
       porque sabes que en Castilla—hay un fuero establecido,
       que el que riepta concejo—haya de lidiar con cinco,
       y si alguno le venciere,—el concejo queda quito.—
       Don Diego; que lo oyera,—algo fuera arrepentido;
       mas sin mostrar cobardía,—dijo:—Afírmome a lo dicho,
       y con esas condiciones—yo acepto el desafío:
       que los mataré en el campo,—o dirán lo que yo he dicho.—
       
                                (Siguense ocho romances viejos. El primero «De la presa
                                de Tunez, etc.» Pl. s. del siglo XVI.—En el Romancero de
                                 Durán.)

[p. 152] 47 b

(DEL CID.—XXV)

(Al mismo asunto)

Romance cómo Diego Ordoñez reptó los de Zamora

       Ya se sale Diego Ordoñez,—del real se habia salido
       armado de piezas dobles—en un caballo morcillo.
       Va a reptar los zamoranos—con gran enojo encendido
       por el alevosa muerte—del rey don Sancho su primo.
       Vido estar a Arias Gonzalo—asomado en un castillo;
       puso piernas al caballo,—hácia él corriendo ha ido;
       con alta voz temerosa,—de esta suerte le habia dicho:
       —Yo os riepto, zamoranos,—por traidores conocidos:
       matastes al rey don Sancho,—y en la villa fué acogido
       el traidor que hizo este mal,—y traidores habeis sido.
       Sobre esto riepto los muertos,—sobre esto riepto los vivos,
       sobre esto riepto los hombres,—y tambien riepto los niños:
       sobre esto riepto las yerbas,—y las aguas de los rios.—
       Esto oyendo Arias Gonzalo,—de esta suerte ha respondido:
       —Si cual tú dices soy yo,—no debiera ser nacido;
       mas hablas como enojado,—y no como hombre entendido.
       ¿Qué culpa tienen los muertos—de lo que hacen los vivos?
       Y en lo que hacen los hombres——qué culpa tienen los niños,
       ni las aguas, ni las yerbas,—que son cosas sin sentido?
       Mas bien sabes que en España—antigua costumbre ha sido
       que hombre que riepta concejo, [1] —el concejo queda quito.—
       En oir esto don Diego—hallóse muy arrepiso;
       dijo:—La razon que tengo—me disculpa de lo dicho,
       y si mi lengua ha errado,—no mi intención y sentido.
       Mas yo acepto, Arias Gonzalo,—con los cinco el desafío;
       o los mataré en el campo,—o dirán lo que yo digo.
       —En buen hora sea, don Diego,—Arias Gonzalo le dijo,
       a Dios pongo por juez—porque es justo su juicio.
       Plegue a él que así os ayude—como es verdad vuestro dicho,
       porque la muerte del rey—permisión de Dios ha sido,
       porque quebrantó el mandado—que el rey su padre le hizo.
        [p. 153] Asi, creo, morirán—los que siguen su partido.—
       Seis regidores llamaron—de la villa para oillo;
       tres o nueve dias de plazo—tomaron para cumplillo.
       
                                         (Timoneda, Rosa española.)

48

(DEL CID.—XXVI)

(De la muerte del rey don Sancho)

       Despues que Vellido Dolfos,—ese traidor afamado,
       derribó con cruda muerte—al valiente rey don Sancho,
       juntáronse en una tienda—los mayores de su campo;
       y juntóse todo el real—como estaba alborotado.
       Don Diego Ordoñez de Lara—grandes voces está dando,
       y con coraje encendido—muy presto se habia armado.
       Para retar a Zamora,—junto al moro se ha llegado,
       y lanzando fuego vivo—de esta suerte ha razonado:
       —Fementidos y traidores—sois todos los zamoranos,
       porque dentro de esa villa—acogistes al malvado
       de Vellido, ese traidor,—el que mató al rey don Sancho,
       mi buen señor, y buen rey,—de quien soy muy lastimado:
       que los que acogen traidores,—traidores sean llamados;
       y por tales yo vos reto,—y a vuestros antepasados,
       y a los que traidores son—los pongo en el mismo grado,
       y a los panes y a las aguas—de que sois alimentados,
       y esto os faré conocer,—ansí como estoy armado,
       y lidiaré con aquellos—que no quieren confesallo,
       o con cinco uno a uno,—como en España es usado
       que lidie el que a concejo—como yo habia retado.—
       Arias Gonzalo, ese viejo,—ansí le habia fablado,
       despues que hubo entendido—lo que Ordoño ha razonado:
       —Non debiera yo nacer,—si es como tú has contado;
       mas yo acato el desafío—que por ti es demandado,
       y te daré a conocer—no ser lo que has publicado.—
       Y a todos los de Zamora—de esta manera ha fablado:
       —Varones de grande estima,—los pequeños y de estado,
       si hay alguno entre vosotros—que en aquesto se haya hallado,
       dígalo muy prontamente;—de decillo no haya empacho;
       más quiero irme de esta tierra—en Africa desterrado,
       que no en campo ser vencido—por alevoso y malvado.—
       Todos dicen a una voz,—sin alguno estar callado:
       —Mal fuego nos mate, conde,—si en tal muerte hemos estado:
        [p. 154] no hay en Zamora ninguno—que tal hubiese mandado.
       El traidor Vellido Dolfos—por sí solo lo ha acordado:
       muy bien podeis ir seguro;—id con Dios, Arias Gonzalo.
       
                                                    (Escobar, Romancero del Cid.)

49

(DEL CID.—XXVII)

Romance de la tristeza que recibieron los zamoranos por el riepto

       Tristes van los zamoranos—metidos en gran quebranto;
       reptados son de traidores,—de alevosos son llamados:
       más quieren ser todos muertos,—que no traidores nombrados.
       Día era de San Millán,—ese dia señalado;
       todos duermen en Zamora,—mas no duerme Arias Gonzalo.
       Acerca de las dos horas—del lecho se ha levantado:
       castigando está sus hijos, a todos cuatro está armando:
       las palabras que les dice—son de mancilla y quebranto:
       —Ayúdeos Dios, hijos mios,—guárdeos Dios, hijos amados,
       pues sabeis cuán falsamente—habemos sido reptados:
       tomad esfuerzo, mis hijos,—si nunca lo habeis tomado,
       acordáos que descendeis—de la sangre de Lain Calvo,
       cuya noble fama y gloria—hasta hoy no se ha olvidado,
       pues que sabeis que don Diego—es caballero preciado,
       pero mantiene mentira,—y Dios de ello no es pagado:
       el que de verdad se ayuda,—de Dios siempre es ayudado.
       Uno falta para cinco,—porque no sois mas de cuatro;
       yo seré el quinto, y primero—que quiero salir al campo.
       Morir quiero, y no ver muerte—de hijos que tanto amo.
       Mis hijos, Dios os bendiga—como os bendice mi mano.—
       Sus armas pide el buen viejo,—sus hijos le están armando;
       las gravas le está poniendo,—doña Urraca habia entrado;
       los brazos le echara encima,—muy fuertemente llorando:
       —¿Dónde vais, mi padre viejo,—o para qué estais armado?
       Dejad las armas pesadas,—que ya sois viejo cansado,
       pues que sabeis si vos moris—perdido es todo mi estado.
       Acordáos que prometisteis—a mi padre don Fernando
       de nunca desampararme,—ni dejar de vuestra mano.
       —Pláceme, señora hija,—respondió Arias Gonzalo.—
       Cabalgara Pedro D'Arias—su hijo, que era el mediano,
       que aunque era mozo de dias,—era en obras esforzado.
        [p. 155] Dijo: —Cabalgad, mi hijo,—que os esperan en el campo:
       vais en tal hora y tal punto—que nos saqueis de cuidado.—
       Sin poner pié en el estríbo—Arias Pedro ha cabalgado:
        por aquel postigo viejo—galopaeando ha llegado
       donde estaban los jueces—que le estaban esperando.
       Partido les han el sol,—dejado les han el campo.
       
                                                      (Timoneda, Rosa española). [1]

50

(DEL CID.—XXVIII)

Romance de Fernan D'Arias, fijo de Arias Gonzalo

       Por aquel postigo viejo—que nunca fuera cerrado,
       vi venir pendon bermejo—con trescientos de caballo:
       en medio de los trescientos—viene un monumento armado
       y dentro del monumento [2] —viene un cuerpo de un finado; [3]
       Fernan [4] D'Arias ha por nombre,—fijo de Arias Gonzalo.
       Llorábanle cien doncellas,—todas ciento hijasdalgo;
       todas eran sus parientas—en tercero y cuarto grado:
       las unas le dicen primo,—otras le llaman hermano;
       las otras decian tio, [5] —otras lo llaman cuñado.
       Sobre todas lo lloraba—aquesa Urraca Hernando:
       ¡y [6] cuán bien que la consuela—ese viejo Arias Gonzalo!
       —Callades, hija, callades, [7] —que si un hijo me han muerto,
        [p. 156] ahí me quedaban cuatro. [1] —No murió por las tabernas,
       ni a [2] las tablas jugando;—mas murió sobre Zamora
       vuestra honra resguardando. [3]
       
                              (Canc. de Rom. s. a., f. 159.— Canc. de Rom., 1550, f. 156
                               Silva de 1550, t. I, f. 81.— Canc. de Rom., ed. de Medina
                               1570.—Timoneda, Rosa esp.)

50 a

(DEL CID.—XXIX)

(Al mismo asunto)

       Por aquel postigo viejo—que nunca fuera cerrado,
       vi venir seña bermeja—con trescientos de caballo:
       un pendon traen sangriento,—de negro muy bien bordado,
       y en medio de todos ellos—traen un cuerpo finado:
       Hernan D'Arias ha por nombre,—hijo de Arias Gonzalo,
       que no murió entre las damas—ni menos estando holgando,
       sí en defensa de Zamora—como caballero honrado:
       matólo don Diego Ordoñez—cuando a Zamora ha rieptado,
       y a la entrada de Zamora—un gran llanto es comenzado.
       Llóranle todas las damas,—y todos los hijosdalgo:
       unos dicen: ¡Ay, mi primo!—otros dicen: ¡Ay, mi hermano!
       Arias Gonzalo decia:—¡Quién no te hubiera criado,
       para verte agora muerto,—Arias Hernando, en mis brazos!—
       Mandan tocar las campanas,—ya lo llevan a enterrallo,
       allá en la iglesia Mayor—que llaman de Santiago,
       en una tumba muy rica—como requiere su estado.
       
                          (Siguense ocho romances viejos, el primero «De la prosa de
                          Tunez». Pl. s. del siglo XVI.—En el Romancero del Sr. Durán.)

[p. 157] 51

(DEL CID.—XXX)

Romance del rey don Alfonso [1]

       En Toledo estaba Alfonso,—que non cuidaba reinar;
       desterrárale don Sancho—por su reino le quitar:
       doña IJrraca a don Alfonso—mensajero fué a enviar; [2]
       las nuevas que le traian—a él gran placer le dan.
       —Rey Alfonso, rey Alfonso,—que te envían a llamar;
       castellanos y leoneses—por rey alzado te han,
       por la muerte de don Sancho, [3] —que Vellido fué a matar:
       solo entre todos [4] Rodrigo—que no te [5] quiere acetar,
       porque amaba mucho al rey,—quiere que hayas [6] de jurar
       que en la su muerte, señor,—no tuviste [7] que culpar.
       —Bien vengais, los mensajeros,—secretos querais estar,
        que si el rey moro lo sabe,—él aquí nos detendrá.— [8]
       El conde don Peranzures [9] —un consejo le fué [10] a dar,
       que caballos bien herrados—al revés habian [11] de herrar.
       Descuélganse por el muro,—sálense a la ciudad,
       fuéron a dar a [12] Castilla,—do esperándolos están.
       Al rey le besan la mano,—el Cid no quiere besar;
       sus parientes castellanos—todos juntados se han.
       —Heredero sois, Alfonso,—nadie os lo quiere negar;
       pero si os place, señor,—non vos debe de pesar
       que nos fagais juramento—cual vos lo quieren [13] tomar;
       vos y doce de los vuesos, [14] —los que vos querais nombrar, [15]
       de que en [16] la muerte del rey—non tenedes [17] qué culpar
        [p. 158] —Pláceme, los castellanos,—todo os lo quiero otorgar.—
       En Santa Gadea de Búrgos,—allí el rey se va a jurar;
       Rodrigo tomó [1] la jura—sin un punto más tardar, [2]
       y en un cerrojo bendito [3] —le comienza a conjurar
       —Don Alonso, y los leoneses,—veníos vos a salvar [4]
       que en la muerte de don Sancho—non tuvisteis que culpar,
       ni tampoco en ella os plugo,—ni a ella disteis lugar:
       mala muerte hayáis, [5] Alfonso,—si non dijerdes verdad;
       villanos sean en ella,—non fidalgos de solar,
       que non sean castellanos,—por más deshonra vos dar, [6]
       sino de Asturias de Oviedo—que non vos tengan [7] piedad.
       —Amen, amen, dijo el rey,—que non [8] fuí en tal maldad.—
       Tres veces tomó [9] la jura,—tantas le va a preguntar.
       El rey, viéndose afincado,—contra el Cid se fué a airar:
       —Mucho me afincais, Rodrigo,—en lo que no hay que dudar,
       cras besarme heis [10] la mano,—si [11] agora me haceis jurar.
       —Sí, señor, dijera el Cid,—si el sueldo me habeis de dar,
       que en la tierra [12] de otros reyes—a fijosdalgos les [13] dan.
       Cuyo vasallo yo fuere—tambien me lo ha de pagar;
       si vos dármelo quisiéredes,—a mi placer me vendrá.— [14]
       El rey por tales razones—contra el Cid se fué a enojar;
       siempre desde allí [15] adelante—gran tiempo le quiso mal.
        
                        (Escobar, Romancero del Cid.—Canc. de Rom., ed. de Medina
                         del año de 1570). [16]

[p. 159] 52

(DEL CID.—XXXI)

Romance del juramento que tomó el Cid al rey don Alonso

       En sancta Gadea [1] de Búrgos,—do juran los hijosdalgo,
       allí le toma la jura [2] —el Cid al rey castellano.
       Las juras eran tan fuertes,—que al buen rey [3] ponen espanto;
       sobre un cerrojo de hierro—y una ballesta de palo:
       —Villanos te maten, Alonso,—villanos, que non hidalgos,
       de las Asturias de Oviedo,—que no sean castellanos;
       mátente con aguijadas,—no con lanzas ni con dardos;
       con cuchillos cachicuernos,—no con puñales dorados;
       abarcas traigan calzadas,—que no zapatos con lazo; [4]
       capas traigan aguaderas,—no de contray, ni frisado;
       con camisones de estopa,—no de holanda, ni labrados;
       caballeros vengan [5] en burras,—que no en mulas ni en caballos;
       frenos traigan de cordel,—que no [6] cueros fogueados.
       Mátente por las aradas,—que no en villas ni en poblado, [7]
       sáquente el corazón—por el siniestro costado,
       si no dijeres la verdad [8] —de lo que te fuere [9] preguntado,
       si fuiste, ni [10] consentiste—en la muerte de tu hermano.—
       jurado había el rey, [11] —que en tal nunca se ha hallado; [12]
        [p. 160] pero allí hablara el rey [1] —malamente y enojado: [2]
       —Muy mal me conjuras, Cid,—Cid, muy mal me has conjurado;
       mas hoy me tomas la jura,—mañana me besarás [3] la mano.
       —Por besar mano de rey—no me tengo por honrado;
       porque la besó mi padre—me tengo por afrentado.
       —Vete de mis tierras, [4] Cid,—mal caballero probado,
       y no vengas más a ellas [5] —dende este dia en un año.—
       —Pláceme, dijo el buen Cid,—pláceme, dijo, de grado,
       por ser la primera cosa—que mandas en tu reinado.
       Tú me destierras por uno,—yo me destierro por cuantro.—
       Ya se parte [6] el buen Cid,—sin al rey besar la mano,
       con trescientos caballeros;—todos eran [7] hijosdalgo;
        todos son hombres mancebos,—ninguno no había [8] cano.
       Todos llevan lanza en puño—y el hierro acicalado, [9]
       y llevan sendas adargas,—con borlas de colorado;
       mas no le faltó al buen Cid—adonde asentar su campo. [10]
       
                           (Canc, de Rom. s . a., f. 153.— Canc, de Rom., 1550 , f. 156.—
                            Silva de 1550, t. I, f. 74.—Timoneda, Rosa española.)

53

(DEL CID.—XXXII)

Romance nuevamente hecho de la muerte que dió el traidor de Vellido Dolfos al rey don Sancho estando sobre el cerco de Zamora, y de la batalla que hubo don Diego Ordoñez con los hijos de Arias Gonzalo, y cómo el rey don Alonso sucedió en el reino. [11]

       Despues que Vellido Dolfos,—aquel traidor afamado,
       derribó con cruda muerte—al valiente rey don Sancho,
       se allegan en una tienda—los mayores de su campo:
        [p. 161] júntanse [1] todo el real—como estaba alborotado
       de ver el venablo agudo—que a su rey ha traspasado.
       No se lo quieren sacar—hasta que haya confesado;
       y ese conde don Garcia—que de Cabra era llamado,
       viendo de tal modo al rey,—de esta manera le ha hablado:
       —¡Oh rey, en quien yo tenia—la esperanza de mi estado!
       véote tan mal herido,—que remedio no he hallado
       sino solo encomendarte—a lo que eres obligado.
       Toma cuenta a tu conciencia,—y mira lo que has errado
       contra aquel alto Señor—que te puso en tal estado.
       Al cuerpo no busques cura,—porque su tiempo es pasado;
       ya son tus días cumplidos,—ya tu plazo es allegado;
       paga lo que te obligaste—cuando fuiste bautizado.
       La muerte, sierva y señora,—no te da mas largo plazo;
       no consiente apelación,—sino que pagues de grado:
       cumple curar de tu alma,—del cuerpo no hayas cuidado.
       Respondió en aquesto el rey,—todo en lágrimas bañado;
       [p. 162] temblando tiene la lengua,—y el gesto tiene mudado: [1]
       —Bien andante seais, conde,—y en armas aventurado;
       en todo hablais [2] muy bien,—buen consejo me habeis dado:
       yo bien sé cuál es la causa,—que en tal [3] punto sea llegado
       por pecados cometidos—al inmenso Dios sagrado,
       y tambien fué por la jura—que a mi padre hube quebrado
       en cercar esta ciudad,—que a mi hermana hubo dejado.
       A Dios encomiendo el alma;—pues que estoy en tal estado,
       traedme los sacramentos—porque estó a muerte llegado.— [4]
       Y ansí se le salió el alma—y el cuerpo se le ha enfriado. [5]
       En aquesto sus vasallos—a Zamora han enviado
       aquese don Diego Ordoñez, [6] —un caballero estimado,
       a decir a los vecinos—como a su rey ha matado
       el falso Vellido Dolfos,—vasallo del rey don Sancho;
        por tanto, que desafia—al traidor Arias Gonzalo,
       y a todos los zamoranos,—pues en ella se han hallado,
       y a los panes, y a las aguas,—y a lo que no está criado,
       y aun a todos los nacidos—que en Zamora son hallados,
       y a los grandes y pequeños—aunque no sean engendrados.
       Arias Gonzalo responde—diciendo que ha mal hablado;
       mandan asinar [7] varones—que juzguen en este caso.
       Doce salen de Zamora—y otros doce van del campo.
       Arias Gonzalo se armaba—para combatir el pacto:
       consigo van cuatro hijos—que en el mundo Dios le ha dado.
       A todos los de Zamora—de esta manera ha hablado:
       —Varones de gran estima,—los pequeños y de estado;
       si hay alguno entre vosotros—que en esto se haya hallado,
       digalo muy prestamente,—que en decillo no haya empacho;
       mas quiero irme de esta tierra,—en África desterrado,
       que no en campo ser vencido—por alevoso y malvado.—
       Todos dicen prestamente—sin alguno estar callado: [8]
       —Mal fuego nos queme, conde,—si en tal muerte hemos estado:
       no hay en Zamora ninguno—que tal hubiese mandado.
        [p. 163] El traidor Vellido Dolfos—por sí solo lo ha acordado;
       bien podeis vos ir seguro;—id con Dios, Arias Gonzalo.—
       Ya se sale por la puerta,—por la que salian [1] al campo;
       consigo lleva sus hijos—todos juntos a su lado.
       Él quiere ser el primero—porque en tal muerte no ha estado;
       mas doña Urraca la infanta—la batalla le ha quitado,
       llorando de los sus ojos—y el cabello destrenzado:
       —¡Ay!, ruégaos por Dios, el conde,—buen conde Arias Gonzalo
       que dejeis esta batalla,—porque sois viejo y cansado:
       dejaisme desamparada—y todo mi haber cercado:
       ya sabeis lo que mi padre—a vos dejó encomendado,
       que no me desampareis, endemas, en tal estado.—
       En oyendo aquesto el conde—mostróse muy enojado:
       —Dejédesme ir, señora,—que yo estoy desafiado;
       tengo de hacer batalla,—porque fuí traidor llamado.—
        Júntanse diez caballeros,—todos juntos le han rogado
       que les deje la batalla,—que la tomarán de grado.
       Desque el conde vido aquesto—recibió pesar doblado;
       llamara sus cuatro hijos,—y al uno de ellos ha dado
       las sus armas y su escudo,—el su estoque y su caballo;
       échale su bendicion—porque era dél muy amado.
       Pedrarias habia nombre; [2] —Pedrarias el castellano.
       Por la puerta de Zamora—se sale fuera y armado;
       topárase con don Diego,—su enemigo y su contrario:
       —Sálveos Dios, don Diego Ordoñez,—y él os haga prosperado,
       en las armas muy dichoso,—de traiciones libertado:
       ya sabeis que soy venido—para lo que está aplazado,
       a libertar a Zamora—de lo que le han levantado.—
       Don Diego le respondiera—con soberbia que ha tomado:
       —Todos juntos sois traidores,—y por tal sereis quedados.—
       Vuelven los dos las espaldas [3] —por tomar lugar del campo;
       hiriéronse juntamente—en los pechos muy de grado;
       saltan astas de las lanzas—con el golpe que se han dado;
       no se hacen mal alguno,—porque van muy bien armados.
       Don Diego dió en la cabeza—a Pedrarias desdichado,
       cortárale todo el yelmo—con un pedazo de casco;
       desque se vido herido—Pedrarias y lastimado,
       abrazárase a las clines,—y al pescuezo del caballo:
       sacó esfuerzo de flaqueza—aunque estaba mal llagado,
       quiso herir a don Diego,—mas acertó en el caballo,
       que la sangre que corria—la vista le habia quitado:
       cayó muerto prestamente—Pedrarias el castellano.
        [p. 164] Don Diego que vido aquesto—toma la vara en la mano,
       dijo a voces a Zamora:—¿Donde estás, Arias Gonzalo?
       envía al hijo segundo,—que el primero ya es finado;
       ya se acabaron sus dias,—su juventud fin ha dado.—
       Envió el hijo segundo—que Diego Arias es llamado.
       Tornara a salir don Diego—con armas y otro caballo,
       y diérale fin a aqueste—como al primero le ha dado.
        El conde viendo a sus hijos,—que los dos le han ya faltado,
       Llorando de los sus ojos—dijo:—Ven, mi hijo amado,
       haz como buen caballero—y lo que eres obligado:
       pues sustentas la verdad,—de Dios serás ayudado;
       venga las muertes sin culpa,—que han pasado tus hermanos.—
       Hernan D'Arias, el tercero,—al palenque habia llegado;
       mucho mal quiere a don Diego,—mucho mal y mucho daño.
       Alzó la mano con saña,—un gran golpe le habia dado;
       mal herido le ha en el hombro,—en el hombro y en el brazo.
       Don Diego con el su estoque—le hiriera muy de grado,
       hiriéralo en la cabeza,—en el casco le ha tocado.
       Recurrió el hijo tercero—con un gran golpe al caballo,
       que hizo ir a don Diego—huyendo por todo el campo.
       Ansí quedó esta batalla—sin quedar averiguado
       cuáles son los vencedores,—los de Zamora o del campo.
       Quisiera volver don Diego—a la batalla de grado,
       mas no quisieron los fieles,—ni licencia no le han dado.
       Doña Urraca, la infanta,—mensajeros ha llamado
       que vayan con las sus cartas—a don Alonso su hermano,
       el cual estaba en Toledo—del rey moro acompañado.
       Toman postas y caballos—los mas lijeros y flacos,
       caminan días y noches—con camino apresurado:
       llegaron presto a Toledo;—en un lugar muy poblado,
       Olías habia por nombre,—Olías el saqueado,
       toparon a Peranzures,—un caballero afamado,
       que en libertar a su rey—mucho tiempo ha trabajado.
       Llamara a los mensajeros—en un lugar apartado,
       cortárales las cabezas,—las cartas les ha tomado,
       fuérase para Toledo,—sin a nadie haber topado;
       fuése para don Alonso—que dél era muy amado,
       contóle toda la muerte—que fué dada al rey don Sancho,
       y cómo por él venian—para dalle el reinado:
       que lo tuviese secreto,—porque al rey parte no ha dado.
       Respondió que sí haria,—que no tuviese cuidado.
        Fuérase el rey don Alonso,—desque de este se ha apartado,
       a ese rey Alimaimon,—que a Toledo habia tomado.
       Díjole secretamente—todo lo que había pasado,
       porque siempre don Alonso—fué discreto y avisado,
        [p. 165] y pensó que si estas nuevas [1] —de otro el rey fuese informado,
       que no le vendría bien,—sino mucho mal y daño.
       Pero respondióle el rey,—con gran placer que ha tomado:
       —Yo te doy mi fe y palabra—que tu Dios te ha consejado,
       porque tengo en los caminos—mucha gente de caballo,
       que te guarden las salidas,—y las entradas y pasos:
       si salieras sin licencia,—tú fueras despedazado;
       mas pues eres tan fiel,—galardón te será dado.—
       Sentáronse en una mesa—y el ajedrez han tomado:
       juega tanto don Alonso,—que el rey estaba enojado:
       tres veces le dijo:—Vete,—vete, y salte del palacio.—
       Don Alonso muy contento,—fuése a su casa de grado;
       fuese con él Peranzurez—que de esto mucho ha holgado.
       Toma [2] sogas y maromas—para echar del muro abajo,
       fuera tienen los caballos,—todos están en el campo;
       sálense a la media noche,—que está todo asosegado
       cubierto con las estrellas—y con la luna alumbrado.
       Bajan por Sant Agustin,—un monasterio cercado,
       cerca está de la ribera—de aquese rio de Tajo;
       sálense hácia la vega—y en el camino han entrado,
       no paran noche ni dia—porque no vayan alcanzallos;
       llegan muy presto a Zamora,—que es pueblo muy bien cercado;
       recíbenle sus vasallos,—aunque no le habian jurado.
       Hablando está con su hermana—de la muerte de su hermano;
       allí salió un caballero—que Ruy Diaz es [3] llamado.
       Este nunca habia querido—a su rey besar la mano,
       hasta que por juramento—pruebe ser libre y salvado
       de la muerte que fué dada—a su hermano el rey don Sancho;
       porque nadie de los suyos—nunca en esto [4] ha sido osado
       de tomar tal juramento—sino el Cid, que es muy honrado.
       En esto respondió el rey,—bien oiréis lo que ha hablado:
        —¿Qué es la causa, mis vasallos,—qué es la causa y el pecado
       que solo Ruy Diaz queda—que no me besa la mano?
       Yo siempre le hice honra,—como mi padre ha mandado,
       siempre le hice mercedes,—de todos es más privado.—
       Allí respondiera el Cid—con semblante muy airado:
       —Don Alonso, don Alonso,—por fuerza teneis vasallos,
       que todos tienen sospecha—que vos solo sois culpado
       de la muerte que fué dada—a vuestro hermano en el campo,
       y cualquier que me quisiere—por contino y por vasallo,
       pagaráme muy buen sueldo,—y si no, soy libertado;
        [p. 166] que ser siervo de traidores—no me cumple ni es mi grado:
       vos haréis el juramento—que todos han demandado.—
       Mucho se holgó el rey—de lo que el Cid ha hablado:
       —Dios os ponga en honra, el Cid,—en gran honra y tal estado.
       Ruego a la Virgen María—y a su hijo muy amado,
       que muriese yo tal muerte—como murió el rey don Sancho,
       si yo fuí en dicho, ni en hecho,—de [1] la muerte de mi hermano,
       aun [2] como sabeis todos—me tenia [3] el reino forzado:
       por tanto os ruego, señores,—como amigos y vasallos,
       que deis orden y manera—como de esto sea librado.—
       Allí respondieran todos—sus vasallos y criados:
       —Este juramento, el rey,—en Burgos será jurado,
       en santa Gadea, [4] la iglesia,—do juran los hijosdalgo,
       vos y doce caballeros—de los vuestros toledanos,—
       El fué de esto muy contento;—luego se parte de [5] grado.
       En santa Gadea [6] de Búrgos—estaba el rey asentado,
       cuando se llegó el Cid—con un libro en la su mano,
       en que están los Evangelios—y un crucifijo pintado.
       Comienza de esta manera,—de esta manera ha hablado:
       —Todos venís con el rey—porque jure y sea librado:
       si cualquiera de vosotros—en aquesto habeis estado,
       y si vos, rey don Alonso,—de cruel muerte seáis matado.
       —Amen, amen, dijo el rey,—que de tal no soy culpado.—
       Entonces los sus vasallos—las llaves le han entregado:
       alzáronle por su rey,—todos le besan las manos,
        a todos hace mercedes,—de todos es muy amado.
       
                                (Canc. de Rom. s. a., fol. 144.— Canc. de Rom., 1550, folio
                                 148.—Silva de 1550, tomo I, fol. 64.)

54

(DEL CID.—XXIII)

Romance de la reprehension que hizo el Cid al rey don Alonso

       En las almenas de Toro,—allí estaba una doncella,
       vestida de paños negros,—reluciente como estrella:
       pasara el rey don Alonso,—namorado se había de ella,
       dice:—Si es hija de rey—que se casaria con ella,
       y si es hija de duque—serviria por manceba.—
        [p. 167] Allí hablara el buen Cid,—estas palabras dijera:
       —Vuestra hermana es, señor,—vuestra hermana es aquella.
       —Si mi hermana es, dijo el rey,—¡fuego malo encienda en ella!
       llámenme mis ballesteros;—tírenle sendas saetas,
       y a aquel que la errare—que le corten la cabeza.—
       Allí hablara el buen Cid,—de esta suerte respondiera:
       —Mas aquel que la tirare,—pase por la misma pena.
       —Ios de mis tiendas, Cid,—no quiero que estéis en ellas.
       —Pláceme, respondió el Cid,—que son viejas, y no nuevas:
       irme he yo para las mias,—que son de brocado y seda,
       que no las gané holgando,—ni bebiendo en la taberna;
       ganélas en las batallas—con mi lanza y mi bandera.
       
                                              (Timoneda, Rosa Española).

55

(DEL CID.—XXXIV)

Romance del rey moro que perdió a Valencia

       Hélo, helo, por dó viene—el moro por la calzada,
       caballero a la gineta—encima una yegua baya;
       borceguíes marroquíes [1] — y espuela de oro calzada;
       una adarga ante los pechos,—y en su mano una zagaya. [2]
       Mirando estaba a Valencia,—cómo está tan bien cercada:
       —¡Oh Valencia, oh Valencia,—de mal fuego seas quemada!
       Primero fuiste de moros—que de cristianos ganada.
       Si la lanza no me miente,—a moros serás tornada,
       aquel perro de aquel Cid—prenderélo [3] por la barba:
       su mujer doña Jimena—será de mi captivada,
        su hija Urraca Hernando [4] —será mi [5] enamorada:
       despues de yo harto de ella—la entregaré [6] a mi compaña.—
       El buen Cid no está tan lejos,—que todo bien lo escuchaba.
       —Venid vos acá, mi hija,—mi [7] hija doña Urraca;
       dejad las ropas continas, [8] —y vestid ropas de pascua.
       Aquel [9] moro hi-de-perro—detenémelo [10] en palabras, [11]
        [p. 168] mientras yo ensillo a Babieca,—y me ciño la mi espada.—
       La doncella muy hermosa—se paró a una ventana:
       el moro desque la vido,—de esta suerte le hablara:
       —¡Alá te guarde, señora,—mi señora, doña Urraca!
       —¡Así haga a vos, señor,—buena sea vuestra llegada!
       Siete años ha, rey, siete,—que soy westra enamorada.
       —Otros tantos ha, señora,—que os tengo dentro de mi alma.—
       Ellos estando en aquesto,—el buen Cid que asomaba [1]
       —Adios, adios, mi señora,—la mi linda enamorada,
       que del caballo Babieca—yo bien oigo la patada.—
       Do la yegua pone el pié,—Babieca pone la pata.
       Allí hablara el caballo, [2] —bien oiréis lo que.hablaba: [3]
       —¡Reventar debia la madre—que a su hijo no esperaba!—
       Siete vueltas la rodea—al derredor de una jara; [4]
       la yegua rtne era lijera [5] —muy adelante pasaba,
       fasta llegar cabe un rio [6] —adonde una barca estaba.
       El moro desque la vido,—con ella bien se holgaba; [7]
       grandes gritos da al barquero—que le allegase la barca:
       el barquero es diligente,—túvosela [8] aparejada,
       embarcó muy presto en ella,—que no se detuvo nada.
       Estando el moro embarcado—el buen Cid que llegó [9] al agua,
       y por ver al moro en salvo,—de tristeza reventaba; [10]
       mas con la furia [11] que tiene,—una lanza le arrojaba,
       y dijo:—¡Recoged, mi yerno,—arrecogedme esa lanza, [12]
       que quizá tiempo verná—que os será bien demandada!
       
                        (Canc. de Rom. s. a., fol. 179.—Canc. de Rom., 1550, folio 188.
                       —Silva de 1550, t. I, fol. 102.—Timoneda, Rosa
                      española.—Floresta de var. rom.)

[p. 169] 56

(DEL CID.—XXXV)

(Huye el moro Búcar del Cid)

       Encontrádose ha el buen Cid,—en medio de la batalla
       con aquese moro Búcar,—que tanto le amenazaba.
       Cuando el moro vido al Cid—vuelto le ha las espaldas;
       hacia la mar iba huyendo,—parece llevaba alas
       caballo trae corredor,—muy recio le espoleaba;
       alongado se ha del Cid,—que Babieca no le alcanza
       por estar laso y cansado—de la batalla pasada.
       El Cid con gran voluntad—de vengar en él su saña,
       para escarmiento del moro—y de toda su compaña,
       hiérele de las espuelas,—mas poco le aprovechaba.
       Cerca llegaba del moro—y la espada le arrojaba,
       en las espaldas le hirió,—mucha sangre derramaba.
       El moro se entró huyendo—en la barca que le aguarda.
       Apeárase el buen Cid—para tomar la su espada,
       tambien tomó la del moro—que era buena y muy preciada.
       
                                                    (Escobar, Romancero del Cid.)

57

(DEL CID.—XXXVI)

Romance de los condes de Carrion

       De concierto están los condes—hermanos, Diego y Fernando;
       afrentar quieren al Cid,—muy gran traicion han armado.
       Quieren volverse a sus tierras;—sus mujeres han demandado, [1]
       y luego su suegro el Cid,—se las hubo entregado. [2]
       —Mirad, yernos, que tratades—como a dueñas hijas-dalgo
       mis hijas, puesque a vosotros—por mujeres las he dado—
       Ellos ambos le prometen—de obedecer su mandado.
       Ya cabalgaban los [3] condes,—y el buen Cid ya está a caballo
       con todos sus caballeros,—que le van acompañando:
        [p. 170] por las huertas y jardines—van riendo y festejando;
       por espacio de una legua—el Cid los ha acompañado.
        Cuando de ellas [1] se despide,—las lágrimas le van saltando [2]
       como hombre que ya sospecha—la gran traición que han armado, [3]
       manda que vaya tras ellos—Alvarañez su criado.
       Vuélvese el Cid y su gente,—y los condes van de largo.
       Andando con muy gran [4] priesa,—en un monte habian entrado [5]
       muy espeso y muy escuro—de altos árboles poblado.
       Mandaron ir toda su gente [6] —adelante muy gran rato;
       quédense con sus mujeres,—tan solos Diego y Fernando.
       Apéanse de los caballos,—y las riendas han quitado;
       sus mujeres que lo ven,—muy gran llanto han levantado.
       Apéanlas de las mulas—cada cual para su lado; [7]
       como las parió su madre—ambas [8] las han desnudado,
       y luego a sendas encinas—las han fuertemente atado.
       Cada uno azota la suya, [9] —con riendas de su caballo;
       la sangre que de ellas corre,—el campo tiene bañado;
       mas no contentos con esto,—allí se las han dejado.
       Su primo que las fallara,—como hombre muy enojado [10]
       a buscar los condes iba;—como no los ha [11] hallado,
       volvióse para ellas, [12] —muy pensativo y turbado:
       en casa de un labrador—allí se las ha dejado.
       Vase para el Cid su tio,—todo se lo [13] ha contado.
       Con muy gran caballería,—por ellas ha [14] enviado.
       De aquesta tan grande afrenta,—el Cid al rey se ha quejado;
       el rey como aquesto vido,—tres Cortes habia armado.
       
                              (Canc. de Rom. s . a., fol. 159.— Canc. de Rom., 1550, folio
                              163.— Silva de 1550, t. I, fol. 81.—Tirnoneda, Rosa española.)

[p. 171] 58

(DEL CID.—XXXVII)

(De cómo el Cid acudió a las Cortes)

       Por Guadalquivir arriba—cabalgan caminadores,
       que, según dicen las gentes,—ellos eran buenos hombres:
       ricas aljubas vestidas,—y encima sus albornoces;
       capas traen aguaderas,—a guisa de labradores.
       Daban cebada de dia—y caminaban de noche,
       no por miedo de los moros,—mas por las grandes calores.
       Por sus jornadas contadas—llegados son a las Cortes:
       sálelos a recibir—el rey con sus altos hombres.
       —Viejo que venis, el Cid,—viejo venis y florido.
       —No de holgar con las mujeres,—mas de andar en tu servicio:
       de pelear con el rey Búcar,—rey que es de gran señorío;
       de ganalle las sus tierras,—sus villas y sus castillos;
       tambien le gané yo el rey—el su escaño tornido.—
       
                          (Síguense ocho rom. viejos, el prilaero «De la presa de Tunez,
                           etc.»—Pliego suelto del siglo XVI en el Rom. gen. del
                           Sr. Durán.)

59

(DEL CID.—XXXVIII)

Romance que dice: Tres Cortes armara el rey

       Tres Cortes armara el rey,—todas tres a una sazon:
       las unas armara en Burgos,—las otras armó en Leon,
       las otras armó en Toledo,—donde los hidalgos son,
       para cumplir de justicia—al chico con el mayor.
       Treinta dias da de plazo,—treinta dias, que más no.
       y el que a la postre [1] viniese—que lo diesen por traidor.
       Veinte nueve son pasados, [2] —los condes llegados [3] son;
       treinta dias son pasados, [4] —y el buen Cid no viene, non.
        [p. 172] Allí hablaran [1] los condes:—Señor, daldo por traidor.—
        Respondiérales el rey:—Eso non faría, non,
       que el buen Cid es caballero—de batallas vencedor,
       pues que en todas las mis Cortes—no lo habria otro mejor.—
       Ellos en aquesto estando—el buen Cid, que asomó
       con trescientos caballeros,—todos hijosdalgo son,
       todos vestidos de un paño,—de un paño y de una color,
       si no fuera el buen Cid,—que traía un albornoz. [2]
       —Manténgavos Dios, el rey,—y a vosotros sálveos Dios,
       que no hablo yo a los condes,—que mis enemigos son. [3]
       
                              (Canc. de Rom. s . a., fol. 160. —Silva de 1550, t. I. ful. 82.)

[p. 173] 60

(DEL CID.—XXXIX)

Romance de los condes de Carrion

       —Yo me estando en Valencia, [1] —en Valencia la mayor,
       buen rey, vi yo vuestra seña—y vuestro honrado pendon.
       Saliera yo a recebirle—como vasallo a señor.
       Enviástesme una carta—con un vuestro embajador:
       que yo diese las mis hijas—a los Condes de Carrion.
       No quería Jimena Gomez,—la madre que las parió.
       Por cumplir vuestro mandado—otorgáraselas yo.
       Treinta dias duran las bodas,—treinta dias, que más non;
       y un dia estando comiendo—soltárase un leon.
       Los condes eran cobardes,—luego piensan la traicion:
       pidiéranme las mis hijas—para volver a Carrion.
       Como eran sus mujeres,—entregáraselas yo.
       ¡Ay, en medio del camino—cuán mal paradas que son!
       Hallólas un caballero—(¡déle Dios el gualardon!)
       a la una dió su manto,—y a la otra su ropon.
       Hallólas tan mal paradas,—que de ellas hubo compasion.
       Si el escuderos quisiera,—los condes cornudos son.—
       Allí respondieran los condes—una muy mala razon:
       —Mentides, el Cid, mentides,—que non éramos traidores.—
       Levantóse Pero Bermudez,—el que las damas crió,
        y al conde que esto hablara—dióle un gran bofeton.
       Allí hablara el rey,—y dijera esta razon:
       —Afuera, Pero Bermudez,—no me revolváis quistion.
       —Otórganos campo, rey,—otórganoslo, señor,
       que con muy gran dolor vive—la madre que las parió.—
       Ya les otorgaba el campo,—ya les partían el sol.
       Por el Cid va Nuño Gustos,—hombre de muy gran valor;
       con él va Pero Bermúdez—para ser su guardador.
       Los condes, como lo vieron,—no consienten campo, non.
       Allí hablara el buen rey,—bien oiréis lo que habló:
       —Si no otorgáis el campo,—yo haré justicia hoy.—
       Allí hablara un criado—de los condes de Carrion:
       —Ellos otorgan el campo—mañana en saliendo el sol.—
       Allí hablara el buen Cid,—bien oiréis lo que habló:
        [p. 174] —Si quieren uno a uno,—o si quieren dos a dos:
       allá va Nuño Gustos,—[y] el ayo que las crió.—
       Dijo el rey:—Pláceme, Cid,—y así lo otorgo yo.—
       Otro dia de mañana—muy bien les parten el sol.
       Los condes vienen de negro,—y los del Cid de color.
       Ya los meten en el campo,—de vellos es gran dolor;
       luego abajaban las lanzas,—¡cuán bien combatidos son!
       A los primeros encuentros—los condes vencidos son,
       y Gustos y Pero Bermudez—quedaron por vencedores.
       
                                                       (Silva de 1550, t, II, fol. 51)


61

Romance de los cinco maravedís que el rey don Alonso octavo pedía a los hijosdalgo

       En esa ciudad de Burgos—en Cortes se habian juntado
       
el rey que venció las Navas—con todos los hijosdalgo.
       Habló con don Diego el rey,—con él se habia consejado,
       que era señor de Bizcaya,—de todos el más privado.
       —Consejédesme, don Diego,—que estoy muy necesitado,
       que con las guerras que he hecho—gran dinero me ha faltado.
       Querria llegarme a Cuenca,—no tengo lo necesario;
       si os pareciese, don Diego,—por mí fuese demandado
       que cinco maravedís—me peche cada hidalgo.
       —Grave cosa me parece,—le respondiera el de Haro,
       que querades vos, señor,—al libre her [1] tributario;
       mas por lo mucho que os quiero,—de mí seréis ayudado,
       porque yo soy principal,—de mí os será pagado.—
       Siendo juntos en las Cortes,—el rey se lo había hablado;
       levantado está don Diego,—como ya estaba acordado.
       —Justo es lo que el rey pide,—por nadie le sea negado;
       mis cinco maravedís,—hélos aquí de buen grado.
       Don Nuño, conde de Lara,—mucho mal se habia enojado;
       pospuesto todo temor,—de esta manera ha hablado:
       —Aquellos donde venimos—nunca tal pecho han pagado,
       nos ménos lo pagarémos,—ni al rey tal será dado;
       el que quisiere pagarle—quede aquí como villano,
       váyase luego tras mí—el que fuere hijodalgo.—
       Todos se salen tras él;—de tres mil, tres han quedado.
       En el campo de la Glera—todos allí se han juntado;
       el pecho que el rey demanda—en las lanzas lo han atado,
        [p. 175] y envíanle a decir—que el tributo está llegado,
       que envíe sus cogedores,—que luego será pagado;
       mas que si él va en persona [1] —no será dél [2] acatado;
       pero que enviase aquellos—de quien fué aconsejado.—
       Cuando aquesto oyera el rey,—y que solo se ha quedado,
       volvióse para don Diego,—consejo le ha demandado.
       Don Diego, como sagaz, [3] —este consejo le ha dado:
        —Desterrédesme, señor,—como que yo lo he causado,
       y así cobraréis la gracia—de los vuestros hijosdalgo.—
       Otorgó el rey el consejo:—a decir les ha enviado
       que quien le dió tal consejo—será muy bien castigado,
       que hidalgos de Castilla—no son para haber pechado.
       Muy alegres fueron todos,—todo se hubo apaciguado;
       desterraron a don Diego—por lo que no habia pecado;
       mas dende a pocos dias,—a Castilla fué tornado.
       El bien de la libertad—por ningun precio es comprado.
       
                            (Canc. de Rom. s . a., fol. 177.— Silva de 1550, t. I, folios
                            100 y 222). [4]

61 a

(Al mismo asunto)

       En Búrgos está el buen rey—don Alonso el Deseado,
       el octavo que en Castilla—de tal nombre fué llamado.
       Mirando andaba las Huelgas,—aquel monasterio honrado;
       míralo de parte a parte,—porque él mismo lo ha fundado.
       Triste andaba y muy penoso—por verse tan alcanzado,
       que ha gastado los tesoros—que su padre le habia dejado
       haciendo guerra a los moros,—que en su reino habian quedado;
       despues que fué destruido [5] —por desdicha y gran pecado
       de aquel buen rey don Rodrigo—de los Godos tan nombrado.
        [p. 176] Entre sí mismo decía,—y triste se andaba pensando
       de dónde habria dineros—para haber de guerreallos.
       Rogando anda a Dios del cielo—que le hubiese ayudado,
       pues lo hace con tal celo—de su fé haber ensalzado.
       Piensa de favorecerse—de los hombres hijosdalgo;
       que le ayuden con un pecho—muy pequeño y moderado;
       cinco maravedís tan solos—a cada uno ha demandado,
       y para esto decirles—a Cortes los ha llamado,
       donde estaba ese don Diego—de su casa más privado;
       señor era de Vizcaya,—en Castilla el más honrado,
       con el cual tomó consejo—para haber de comenzarlo.
       Don Diego por le agradar—luego se le habia dado:
       —Creo que será, buen rey,—malo de ser acabado.
       Comenzaldo vos, señor,—yo os habré bien ayudado;
       pero son tan libertados,—que no querrán haber pechado.
       Mis cinco maravedís—en su presencia habré dado.—
       De esto se tuviera el rey—por muy bien aconsejado.
       Propuesto este caso en Cortes,—de esta manera ha hablado:
       —Ya sabeis, mis caballeros,—lo mucho que yo he gastado
       guerreando con los moros—que están en nuestro reinado:
       para hacer lo que querria—me hallo muy alcanzado,
        que he gastado los tesoros—que mi padre había dejado;
       de los que me dejó mi agüelo—ninguna cosa me ha quedado.
       Ya veis que yo no lo despiendo—donde sea mal gastado:
       ayúdeme en esta guerra—cada hombre hijodalgo
       con cinco maravedís, [1] —cada uno, en cada un año.
       La cantía es tan poca,—que muy bien podréis pagallo
       sin vender vuestras haciendas—ni haberos pobres quedado,
       y con ellos ganaré—para haberos bien pagado.—
       Allí se levantó don Diego,—como fuese tan privado:
       —Bien habemos visto, rey,—lo mucho que habeis gastado;
       en cuanto cargo vos somos—a todos nos está muy claro;
       que os ayudemos en esto—el reino habrémos honrado;
       Dios os dé tanta victoria,—que la fé hayáis ensalzado.
       Mis cinco maravedís—hélos aquí de buen grado.—
       El buen don Nuño de Lara—luego se habia levantado:
       —¿Has hablado como varon [2] —bien discreto y esforzado?
       no lo quiera Dios del cielo—ni tal hubiese mandado,
       que hijodalgo ninguno—tal pecho hubiese pagado.—
       Hablando de esta manera,—salido se ha de palacio
       —Los que quieren ser pecheros—con el rey se hayan quedado,
        [p. 177] y los que quieren ser libres—hayádesme acompañado.—
       De tres mil que dentro estaban—no quedaron sino cuatro;
       el uno era don Diego,—y un camarero privado,
       y con él dos pajecicos—que quedaron a su lado.
       De que fueron en su posada—don Nuño les ha hablado:
       —Haced como caballeros,—no os hayais atribulado;
       mirad aquellas hazañas—de los hombres hijosdalgo
       que han hecho en nuestras Españas—del tiempo que es ya pasado:
       si tomardes mi consejo—yo os lo daré de grado.—
       Allí hablaron aquellos—caballeros hijosdalgo:
       —Dédesnolo vos, señor,—que bien queremos tomallo.
       —Ios a vuestras posadas,—armáos bien a caballo,
       los cinco maravedís—atadlos bien en un paño;
       en las puntas de las lanzas—los traigais aquí colgando.—
       El consejo no fué aun dicho,—cuando todo fué acabado.
       —Védesnos aquí, don Nuño,—ved que nos habeis mandado:
       Prestos somos a complillo—sin fuerza, de muy buen grado.
       Allí hablara don Nuño,—bien oiréis lo que ha hablado:
       —Vayan los dos de vosotros—al rey a haber razonado,
       que envíe luego a la pelea,—donde lo están esperando,
       al cogedor del tributo,—que su Alteza habia echado;
       allí están los hijosdalgo—para se lo haber pagado.
       Si el cogedor no volviere—no se haya maravillado,
       que en España los hidalgos—ningun tributo han pagado.
       Quien el tributo quisiere,—muy caro le habrá comprado.—
       Asi se fueron los dos—delante el rey a contallo.
       El rey, vistas sus razones,—se había mal enojado;
       allí hablara don Diego—discreto, sabio, esforzado:
       —Este hecho vos, buen rey,—a mí me lo hayáis cargado:
       vos me echeis a mí la culpa,—decí que os lo he aconsejado,
       desterréisme de estos reinos,—mis tierras me hayais tomado.
       De esta manera, señor,—lo habréis apaciguado.—
       A don Nuño el buen rey—luego lo habia llamado:
       hablando de esta manera, cl caso les ha contado:
       —Perdonáme, caballeros,—porque yo he sido engañado,
       que don Diego de Vizcaya—me lo habia aconsejado.
       No quiero vuestro tributo,—antes mas libres vos hago.
       Don Diego su mal consejo—muy bien lo habría pagado;
       destiérrenlo de mis reinos,—sus tierras le han tomado,
       porque quien mal aconseja—muy bien sea castigado.—
       Va desterrado don Diego,—déjenlo deseredado;
       mas a cabo de pocos dias—el destierro le han alzado;
       dábanle todo lo suyo,—y mucho más que le han dado:
       todo fuera a pedimiento—de los hombres hijosdalgo.
       
                                                       (Canc. de Rom., 1550, fol. 295.)

[p. 178] 62

ROMANCES DEL REY DON ALONSO X

LLAMADO EL SABIO

Querellas del rey Alonso X de Castilla.—I

       Yo salí de la mi tierra—para ir a Dios servir,
       y perdí lo que habia—desde mayo hasta abril,
       todo el reino de Castilla—hasta allá al Guadalquivir.
       Los obispos y prelados—cuidé que metian paz.
       entre mí y el hijo mío,—como en su decreto yaz.
       Estos dejaron aquesto,—y metieron mal asaz,
       non a excuso, mas a voces,—bien como el añafil faz.
       Falleciéronme parientes,—y amigos que yo habia,
       con haberes y con cuerpos—y con su caballería.
       Ayúdeme Jesucristo—y su madre Santa Maria,
       que yo a ellos me encomiendo,—de noche y tambien de dia.
       No he mas a quien lo decir,—ni a quien me querellar,
       pues los amigos que habia—no me osan ayudar;
       que por medio de don Sancho—desamparado me han:
       pues Dios no me desampare—cuando por mí ha de enviar;
       ya yo oí otras veces—de otro rey así contar,
       que con desamparo que hubo,—se metió en alta mar,
       a se morir en las ondas—o las venturas buscar;
       Apolonio fué aqueste,—e yo haré otro tal.
       
                                      (Fuentes, Libro de los cuarenta cantos). [1]

[p. 179] 63

(DEL REY DON ALONSO X.—II)

De cómo fué desheredado don Alfonso

       El viejo rey don Alfonso—iba huyendo a más andar,
       
que su hijo el rey don Sancho—desheredado lo ha.
       Mandóse dar por sentencia—no ser él para reinar.
       Con lágrimas en sus ojos—estas trovas fué a trovar [1]
       —Santa María, señora,—no me quieras olvidar,
       caballeros de Castilla—desamparado me han,
       y por miedo de don Sancho—no me osan ayudar:
       iréme a tierras ajenas,—navegando a más andar,
       en una galera negra—que denote mi pesar,
       y sin gobierno ni jarcia—me porné por alta mar,
       que así ficiera Apolonio,—y yo faré otro que tal.—
       Enviara su corona—que la fuesen a empeñar
       a un rey de Berbería,—que llaman Abenyuzaf.
       El rey, viendo al mensajero,—su Consejo fué a juntar;
       dijoles:—¡Oh mis vasallos!—Bien me querais consejar:
       Alfonso, rey de Castilla,—está en gran necesidad,
       porque su hijo don Sancho—desheredado lo ha.
       Su corona me ha enviado—a que la haya de empeñar;
       ved en esto qué os parece,—que tengo de él piedad.—
       Allí habló un moro anciano,—anciano y de gran edad,
       que en España ha guerreado—siendo de más fresca edad:
       —Lo que me parece ¡oh rey!—es que le hayas de ayudar,
       que Alfonso es buen caballero,—y en todo muy principal,
       y las obras que son santas—suélense muy bien pagar.—
       El rey, que era valeroso,—mandó al cristiano llamar;
       díjole:—Dirás a Allonso—que quiera en Dios confiar;
       veinte y cuatro mil caballos—en su favor pasarán,
       y si aquestos pocos fueren,—mi persona pasará.—
       Dióle sesenta mil doblas,—la corona le fué a dar.
       Pero no llegó el socorro,—por fortuna de la mar,
       donde se perdieron todos,—que moro no fué a quedar;
       pero en ese medio y tiempo—Alfonso tornó a reinar,
       que su hijo el rey don Sancho—no gozó su mocedad.
       
                                (Sepúlveda, Romances nuevos sacados, etc., ed. de 1566.)

[p. 180] 64

Romance del rey don Fernando cuarto [1]

       Válasme, [2] nuestra señora,—cual dicen, de la Ribera,
       donde el buen rey don Fernando—tuvo la su cuarentena.
       Desde el miércoles corvillo—hasta el jueves de la Cena,
       que el rey no hizo [3] la barba,—ni peinó la [4] su cabeza.
       Una silla era su cama,—un canto por [5] cabecera,
       los cuarenta pobres comen [6] —cada día a la su mesa;
       de lo que a los pobres sobra—el rey hace [7] la su cena,
       con vara de oro en su mano [8] —bien hace servir la mesa. [9]
       Dícenle los caballeros:—¿Dónde irás tener la fiesta? [10]
       —A Jaen, dice, señores,—con mi señora la reina.—
       Despues que estuvo en Jaen,—y la fiesta hubo pasado, [11]
       pártese [12] para Alcaudete,—ese castillo nombrado:
       el pie tiene en el estribo,—que aun no se habia apeado, [13]
       cuando le daban querella—de dos hombres hijosdalgo,
       y la querella le daban [14] —dos hombres como villanos:
       abarcas traen calzadas—y aguijadas en las manos.
       —Justicia, justicia, rey, [15] —pues que somos tus vasallos,
       de don Pedro Caravajal [16] —y de don Alonso [17] su hermano,
       que nos corren nuestras tierras—y nos robaban el campo, [18]
       y nos fuerzan las mujeres [19] —a tuerto y desaguisado;
       comíannos [20] la cebada—sin despues querer pagallo, [21]
       hacen otras desvergüenzas—que verguenza era [22] contallo.
       —Yo haré de ello [23] justicia,—tornáos a vuestro ganado.—
        [p. 181] Manda a [1] pregonar el rey—y por todo su reinado,
       de [2] cualquier que lo [3] hallase—le daria buen hallazgo.
       Hallólos el almirante—allá en Medina del Campo,
       comprando muy ricas armas,—jaeces para [4] caballos.
       —Presos, presos, caballeros,—presos, presos, hijosdalgo.
       —No por vos, el almirante,—si de otro no traeis [5] mandado.
       —Estad presos, [6] caballeros,—que del rey traigo recaudo. [7]
        —Plácenos, [8] el almirante,—por complir el su mandado. [9]
       Por las sus jornadas ciertas—en Jaen habian entrado. [10]
       —Manténgate Dios, el rey.—Mal vengades, hijosdalgo.—
       Mándales cortar los piés,—mándales cortar las manos,
       y mándalos [11] despeñar—de aquella peña de Martos.
       Allí hablara el uno [12] de ellos, el menor y más osado:
       —¿Por qué lo haces, [13] el rey,—por qué haces tal mandado? [14]
       Querellámonos, el rey, [15] —para ante el soberano, [16]
       que dentro de treinta dias—vais con nosotros a plazo; [17]
       y ponemos por testigos—a San [18] Pedro y a San [18 bis] Pablo:
       ponemos por escribano [19] —al apóstol Santiago.—
       El rey, no mirando en ello, [20] —hizo complir su mandado
       por la falsa información—que los villanos le han dado:
       y muertos los Carvajales,—que lo habian emplazado,
       antes de los treinta dias—él se fallara muy malo,
       y desque fueron cumplidos,—en el postrer dia del plazo,
       fué muerto dentro en Leon,—do la sentencia hubo dado.
       
                            (Canc. de Rom. s. a., fol. 165.— Canc. de Rom., fol. 144.—
                             Silva de 1550, t. I, fol. 88.—Aquí se contienen cinco romances:
                             el primero, «De cómo fué vencido el roy Don Rodngo., etc.
                             Pliego suelto del siglo XVI.)

[p. 182] 65

ROMANCES DEL REY DON PEDRO I DE CASTILLA LLAMADO EL CRUEL

Romance de don Fadrique, maestre de Santiago, y de cómo le mandó matar el rey don Pedro su hermano.—I

       —Yo me estaba allá en Coimbra—que yo me la hube [1] ganado,
       cuando me vinieron cartas—del rey don Pedro mi hermano
       que fuese a ver los torneos—que en Sevilla se han armado.
       Yo Maestre sin ventura,—yo maestre desdichado,
       tomara trece de mula,—veinte y cinco de caballo,
       todos con cadenas de oro—y jubones de brocado:
       jornada de quince dias—en ocho la habia [2] andado.
       A la pasada de un rio,—pasándole por el vado,
       cayó mi mula conmigo,—perdí mi puñal dorado,
       ahogáraseme un paje—de los mios más privado,
       criado era en mi sala, [3] —y de mí muy regalado.
       Con todas estas desdichas—a Sevilla hube llegado;
       a la puerta Macarena [4] —encontré [5] con un ordenado,
       ordenado de evangelio [6] —que misa no habia cantado:
       —Manténgate Dios, Maestre,—Maestre, bien seáis llegado.
       Hoy te ha nacido hijo, [7] —hoy cumples [8] veinte y un año.
       Si te pluguiese, Maestre,—volvamos a baptizallo,
       que yo sería el padrino,—tú, Maestre, el ahijado.—
       Allí hablara el Maestre,—bien oiréis lo que ha hablado:
       —No me lo mandeis, señor,—padre, no querais mandallo,
       que voy a ver qué me quiere—el rey don Pedro mi hermano.—
        [p. 183] Dí de espuelas a mi mula,—en Sevilla me hube entrado;
       de que no vi tela puesta—ni vi caballero armado,
       fuíme para los palacios—del rey don Pedro mi hermano.
       En entrando por las puertas,—las puertas me habian cerrado;
       quitáronme la mi espada,—la que traia a mi lado;
       quitáronme mi compañí, [1] —la que me habia acompañado.
       Los mios desque esto vieron—de traición me han avisado,
       que me saliese yo fuera—que ellos me pondrian en salvo.
       Yo, como estaba sin culpa,—de nada hube [2] curado;
       fuíme para el aposento—del rey don Pedro mi hermano:
       —Manténgaos Dios, el rey,—y a todos de cabo a cabo.— [3]
       —Mal hora vengáis, Maestre,—Maestre, mal seais llegado:
       nunca nos venís a ver—sino una vez en el año,
        y esta que venís, Maestre,—es por fuerza o por mandado.
       Vuestra cabeza, Maestre,—mandada está en aguinaldo.
       —¿Por qué es aqueso, buen rey?—nunca [4] os hice desaguisado,
       ni os dejé yo [5] en la lid,—ni con [6] moros peleando.
       —Venid acá, mis porteros,—hágase lo que he mandado.—
       Aun no lo hubo bien dicho,—la cabeza le han cortado;
       a doña María de Padilla—en un plato la ha enviado;
       así hablaba con él [7] —como si estuviera sano.
       Las palabras que le dice,—de esta suerte está hablando: [8]
       —Aquí pagaréis, traidor,—lo de antaño y lo de ogaño,
       el mal consejo que diste—al rey don Pedro tu hermano.—
       Asióla por los cabellos,—echado se la ha [9] a un alano;
       el alano es del Maestre,—púsola sobre un estrado,
       a los aullidos [10] que daba—atronó [11] todo el palacio.
       Allí demandara el rey: [12] —¿Quién hace mal a ese alano?—
       Allí respondieron todos—a los cuales ha pesado:
       —Con la cabeza lo ha, señor,—del Maestre vuestro hermano.—
       Allí hablara una su tía [13] —que tía era de entrambos:
       —¡Cuán mal lo mirastes, rey!—rey, ¡qué mal lo habeis mirado!
       por una mala mujer—habeis muerto un tal hermano.— [14]
       Aun no lo habia bien [15] dicho,—cuando ya le habia pesado.
       Fuese para [16] doña María,—de esta suerte le ha hablado:
        [p. 184] —Prendelda, mis caballeros,—ponédmela a buen recaudo, [1]
       que yo le daré tal castigo—que a todos sea sonado.—
       En cárceles muy escuras—allí la habia aprisionado; [2]
       él mismo le da a comer,—él mismo con la [3] su mano:
       no se tía de ninguno—sino de un paje que ha criado. [4]
       
                              (Canc. de Rom. s. a., fol. 166. — Canc. de Rom., 1550, folio
                               173.—Silva de 1550, t. I, f. 89.—Timoneda, Rosa española.)

66

(DEL REY DON PEDRO EL CRUEL DE CASTILLA.—II)

Romance del rey don Pedro

       Por los campos de Jerez—a caza va el rey don Pedro;
       allegóse a una laguna,—allí quiso ver un vuelo.
       Vió salir de ella una garza,—remontóle un sacre nuevo;
       echóle un neblí preciado,—degollado se le ha luego,
       a sus pies cayó el neblí,—túvolo por mal agüero.
       Sube la garza muy alta,—parece entrar en el cielo.
       De hácia Medina Sidonia—vió venir un bulto negro
       cuanto más se le allegaba,—poniéndole va más miedo.
       Salió dél un pastorcico,—llorando viene y gimiendo,
       con un bastón en sus manos,—los ojos en tierra puestos,
       sin bonete su cabeza,—todo vestido de duelo,
       descalzo, lleno de espinas.—De trailla trae un perro,
       aullidos daba muy tristes,—concertados con su duelo;
       sus cabellos va mesando,—la su cara va rompiendo;
       el duelo hace tan triste,—que al rey hace poner miedo.
       A voces dice: —Castilla,—Castilla, perderte has cedo,
       que en tí se verte la sangre—de tus nobles caballeros;
       mátaslos contra justicia,—reclaman a Dios del cielo.—
       Los gritos daba muy altos,—todos se espantan de vello.
       Su cara lleva de sangre;—allegóse al rey don Pedro;
       dijo:—Rey, lo que te digo,—sin duda te verná presto:
       serás muy acalumniado,—y serás por armas muerto.
       Quieres mal a doña Blanca,—a Dios ensañas por ello;
       perderás por ello el reino.—Si quieres volver con ella,
       darte ha Dios un heredero.—El rey fué mucho turbado,
       mandó el pastor fuese preso;—mandó hacer gran pesquisa
        [p. 185] si la reina fuera en esto.—El pastor se les soltara,
       nadie sabe qué se ha hecho.—Mandó matar a la reina
       ese día a un caballero,—pareciéndole acababa
       con su muerte el mal agüero.
       
                                                             (Silva de 1550, t. II, f. 78.)

66 a

(DEL REY DON PEDRO EL CRUEL DE CASTILLA.—III)

(Al mismo asunto)

Romance del rey don Pedro el Cruel

       Por los campos de Jerez—a caza va el rey don Pedro:
       en llegando a [1] una laguna,—allí quiso ver un vuelo. [2]
       Vido volar una garza,—desparóle un sacre nuevo,
       remontárale un neblí,—a sus piés cayera muerto.
       A sus piés cayó el neblí,—túvolo por mal agüero.
       Tanto volaba la garza,—parece llegar [3] al cielo.
       Por donde la garza sube—vió bajar un bulto negro;
       mientras mas se acerca el bulto,—más temor le va poniendo:
       con el abajarse tanto, [4] —parece llegar al suelo
       delante de su caballo—a cinco pasos de trecho:
       dél salió [5] un pastorcico,—sale llorando y gimiendo,
       la cabeza desgreñada, [6] —revuelto tráe el cabello,
       con los piés llenos de abrojos—y el cuerpo lleno de vello;
       en su mano una culebra—y en la otra un puñal sangriento;
       en el hombro una mortaja,—una calavera al cuello:
       a su lado de trailla—traia un perro negro:
       los aullidos que daba—a todos ponian gran miedo,
       y a grandes voces decia:—Morirás, el rey don Pedro,
       que mataste sin justicia—los mejores de tu reino:
       mataste tu propio hermano—el Maestre, sin consejo, [7]
       y desterraste a tu madre:—a Dios darás cuenta de ello.
       Tienes presa a doña Blanca,—enojaste ha Dios por ello,
       que si tornas a quererla [8] —darte ha Dios un heredero,
       y si no, por cierto sepas [9] —te vendrá desman por ello;
        [p. 186] serán malas las tus hija—por tu culpa y mal gobierno,
       y tu hermano don Henrique—te habrá de heredar el reino:
       morirás a puñaladas:—tu casa será el infierno.—
       Todo esto recontado,—despereció el bulto negro. [1]
        
                            (Timoneda, Rosa española. Aquí comienzan seys romances.
                             El primero del rey Don Pedro, etc. Pliego suelto del siglo XVI.)

67

(DEL REY DON PEDRO EL CRUEL.—IV)

Romance que dice: "Entre la gente se dice"

       Entre la gente se dice,—y no por cosa sabida,
       que del honrado Maestre—don Fadrique de Castilla,
       hermano del rey don Pedro—que por nombre el Cruel habia,
       está la reina preñada;—otros dicen que paria.
       Entre los unos secreto,—entre otros se publica;
       no se sabe por más cierto—de que el vulgo lo decia.
       El rey don Pedro está lejos,—y de esto nada sabia:
       que si de esto algo supiera,—bien castigado lo habria.
       La reina, de muy turbada,—no sabe lo que haria
       a la disfamia tan fuerte—que su casa padescia,
       llamando a un secretario—que el Maestre bien queria;
       Alonso Perez se llama,—este es su nombre de pila;
       desque lo tuvo delante,—estas palabras decia:
       —Ven acá tú, Alonso Perez,—dime verdad por mi vida:
       ¿qué es del honrado Maestre?—¿qué es dél, que no parecia?
       —A caza es ido, señora,—con toda su montería.
       —Dime, ¿qué te paresce—de lo que del se decia?
       Quejosa estoy del Maestre—con gran razon que tenia,
       por ser de sangre real,—y hacer tal villanía,
       que dentro en mis palacios—una doncella paria,
       de todas las de mi casa—a quien yo muy más queria;
       mi hermana era de leche,—que negar no la podia.
       A la ánima me llegara,—si en el reino se sabia.—
       Alonso Perez responde,—bien oireis lo que decia:
       —Darme el nacido, señora,—que yo me lo criaria.—
       Luego lo mandara dar—envuelto en una faldilla
       amarilla y encarnada,—que guarnición no tenia.
        [p. 187] Allá le lleva a criar—dentro del Andalucía,
       a un lugar muy nombrado—que Llerena [1] se decia.
       A una ama le ha encargado;—hermosa es a maravilla,
       Paloma tiene por nombre,—segun se dice por la villa;
       hija es de un tornadizo—y de una linda judia.
       Mientra se cria el infante—sábelo doña María;
        aquella falsa traidora—que los reinos revolvia.
       No estaba bien informada—cuando al rey se lo escrebia:
       —Yo, tu leal servidora,—doña María de Padilla,
       que no te hice traicion,—ni consentir la queria,
       para que sepas, soy cierta—de aquesto te avisaria;
       quién te la hace, señor,—declarar no se sufria,
       hasta que venga a tiempo—que de mí a tí se diria.
       No me alargo más, señor,—en aquesta letra mia.—
       El rey, vista la presente,—que escribe doña María,
       entró en consejo de aquesto—un lunes ¡qué fuerte dia! [2]
       dejando por sustituto—en el cargo que tenia
       en Tarifa la nombrada—los que aquí se nombrarian:
       a don Fadrique de Acuña,—que es hombre de gran valía,
       porque era sabio en la guerra—y en campo muy bien regia,
       y a otro, su primo hermano—don Garcia de Padilla,
       y al buen Tello de Guzman,—que el rey criado habia,
       el cual nombraban su ayo,—y él por tal le obedecia.
       Un miércoles en la tarde—el rey tomaba la via
       con García Lopez Osorio,—de quien sus secretos fia.
       Llegado han aquella noche—a las puertas de Sevilla;
       las puertas halló cerradas,—no sabe por do entraria,
       sino por un muladar—que cabe el muro yacia.
       El rey arrima el caballo,—subióse sobre la silla,
       asido se ha de una almena,—en la ciudad se metia.
       Fuese para sus palacios,—donde posarse solía:
       ansí llamaba a la puerta—como si fuera de día.
       Las guardas están velando,—muy muchas piedras le tiran:
       herido han al rey don Pedro—de una mala herida.
       Garci-Lopez les da voces,—que estas palabras decía:
       —Tate, tate, que es el rey—este que llegado habia.—
       Entonces bajan las guardas—por ver si verdad seria.
       Abierto le han las puertas,—para su aposento aguija.
        [p. 188] Tres dias está secreto,—que no sale por la villa;
       otro día escribió cartas:—a Caliz aquesa villa,
       al Maestre su hermano,—en las cuales le decia
        que viniese a los torneos—que en Sevilla se hacian.
       
                                                (Silva de 1550, t. II, ful. 56.)

67 a

(DEL REY DON PEDRO EL CRUEL.—V)
(Al mismo asunto)

       Entre las gentes se suena,—y no por cosa sabida,
       que de ese buen Maestre—don Fadrique de Castilla
       la reina estaba preñada;—otros dicen que parida.
       No se sabe por de cierto,—mas el vulgo lo decía:
       ellos piensan que es secreto,—ya esto no se escondia.
       La reina con su...—por Alonso Pérez envía,
       mandóle que viniese—de noche y no de día:
       secretario es del Maestre,—en quien fiarse podía.
       Cuando lo tuvo delante,—de esta manera decía:
       —¿Adónde está el Maestre?—¿Qué es dél que no parescía?
       ¡Para ser de sangre real,—hecho ha gran villanía!
       Ha deshonrado mi casa,—y dícese por Sevilla
       que una de mis doncellas—del Maestre está parida.
       —El Maestre, mi señora,—tiene cercada a Coimbra,
       y si vuestra Alteza manda,—yo luego lo llamaria;
       y sepa vuestra Alteza—que el Maestre no se escondia:
       lo que vuestra Alteza dice,—debe ser muy gran mentira.
       —No lo es, dijo la reina,—que yo te lo mostraría.—
       Mandara sacar un niño—que en su palacio tenia:
       sacólo su camarera—envuelto en una faldilla.
       —Mirá, mirá, Alonso Pérez,—el niño, ¿a quién parescia?
       —Al Maestre, mi señora,—Alonso Pérez decia. [1]
       —Pues daldo luego a criar,—y a nadie esto se diga.—
       Sálese Alonso Pérez,—ya se sale de Sevilla;
       muy triste queda la reina,—que consuelo no tenia;
        llorando de los sus ojos,—de la su boca decía:
       —Yo, desventurada reina,—más que cuantas son nascidas,
       casáronme con el rey—por la desventura mía.
        [p. 189] De la noche de la boda—nunca más visto lo habia,
       y su hermano el Maestre—me ha tenido en compañía.
       Si esto ha pasado,—toda la culpa era mía.
       Si el rey don Pedro lo sabe,—de ambos se vengaria;
       mucho más de mí, la reina,—por la mala suerte mía.—
       Ya llegaba Alonso Pérez—a Llerena, aquesa villa:
       puso el infante a criar—en poder de una judía;
       criada fué del Maestre,—Paloma por nombre habia;
       y como el rey don Enrique—reinase luego en Castilla,
       tomara aquel infante—y almirante lo hacia:
       hijo era de su hermano,—como el romance decia.
       
                            (Códice de la segunda mitad del siglo XVI, en el Romancero
                             del Sr. Durán). [1]

[p. 190] 68

(DEL REY DON PEDRO EL CRUEL.—VI)

Romance de doña Blanca de Borbon [1]

       Doña María de Padilla,—no os mostredes triste, no:
       si me descasé dos veces,—hícelo por vuestro amor,
       y por hacer menosprecio—de [2] doña Blanca de Borbon:
       a Medina Sidonia envío [3] —que me labren un pendon;
       será de color de sangre,—de lágrimas su labor:
       tal pendon, doña María,—se hace por vuestro amor.—
       Llamara [4] Alonso Ortiz,—que es un honrado varon,
       para que fuese a Medina,—a dar fin a la labor.
       Respondió [5] Alonso Ortiz:—Eso, señor, no haré yo,
       que quien mata a su señora—es aleve a su señor.—
       El rey no le respondiera; [6] —en su cámara se entró:
       enviara por dos [7] maceros,—los cuales él escogió.
       Estos fueron a la reina,—halláronla en oración;
       la reina como los viera, [8] —casi muerta se cayó;
       mas despues que en sí tornara, [9] —esforzada [10] les habló:
       —Ya sé a qué venís, amigos,—que mi alma lo sintió;
       aqueso [11] que está ordenado—no se puede excusar, no.
       ¡Oh [12] Castilla! ¿Qué te hice?—No por cierto traicion.
       ¡Oh Francia, mi dulce tierra!—¡Oh mi casa de Borbon!
       Hoy cumplo dieciseis años,—a los diecisiete [13] muero yo.
       El rey no me ha conocido,—con las vírgenes me vo. [14]
        [p. 191] Doña María de Padilla,—esto te pardono [1] yo;
       por quitarte de cuidado—lo hace el rey mi señor.—
       Los maceros la dan priesa,—ella pide confesion;
       perdonáralos a ellos,—y puesta en su oración, [2]
       danle golpes con las mazas,—y ansí la triste murió.
       
                                                          (Silva de 1550, t. II, fol. 46.—Timoneda, Rosa española.)

68 a

(DEL REY DON PEDRO EL CRUEL.—VII)
(Al mismo asunto)
De la muerte de la reina Blanca

       Doña María de Padilla,—no os me mostrais triste vos,
       que si me casé dos veces,—hicelo por vuestra pro,
       y por hacer menosprecio—a doña Blanca de Borbon.
       A Medina Sidonia envío—a que me labre un pendon:
       será el color de su sangre,—de lágrimas la labor.
       Tal pendon, doña María,—le haré hacer por vos.
       Y llamara a Iñigo Ortiz,—un excelente varon:
       díjole fuese a Medina—a dar fin a tal labor.
       Respondiera Iñigo Ortiz:—Aqueso no faré yo,
       que quien mata a su señora—hace aleve a su señor.—
       El rey, de aquesto enojado,—a su cámara se entró,
       y a un ballestero de maza—el rey entregar mandó.
       Aqueste vino a la reina—y hallóla en oracion.
       Cuando vido al ballestero,—la su triste muerte vió.
       Aquél le dijo:—Señora,—el rey acá me envió.
       a gue ordeneis vuestra alma—con aquél que la crió,
       que vuestra hora es llegada,—no puedo alargalla yo.
       —Amigo, dijo la reina,—mi muerte os perdono yo;
       si el rey mi señor lo manda,—hágase lo que ordenó.
       Confesion no se me niegue,—sino pido a Dios perdon.—
       Sus lágrimas y gemidos—al macero enterneció;
       con la voz flaca, temblando,—esto a decir comenzó:
       —¡Oh Francia, mi noble tierra!—¡Oh mi sangre de Borbon!
       Hoy cumplo diecisiete años,—en los dieciocho voy;
       el rey no me ha conocido,—con las vírgenes me voy.
       Castilla, di ¿qué te hice?—No te hice traicion.
        [p. 192] Las coronas que me diste—de sangre y sospiros son;
       mas otra terné en el cielo—que será de más valor.—
       Y dichas estas palabras,—el macero la hirió:
       los sesos de su cabeza—por la sala los sembró.
       
                                                           (Canc. de Rom., 1550, fol. 175.)

69

(DEL REY DON PEDRO EL CRUEL.—VIII)

Romance de don García de Padilla [1]

       Don García de Padilla,—ese que Dios perdonase,
       tomara al rey por la mano—y apartóle en puridad:
       —Un castillo hay en Consuegra—que en el mundo no hay su par,
       mejor es para vos, rey,—que lo sabréis sustentar.
       No sufráis más que le tenga—ese prior de Sant Joan:
       convidésdele, buen rey,—convidésdele a yantar.
       La comida que le diéredes,—como dió el Toro a don Juan, [2]
       que le corteis la cabeza—sin ninguna piedad:
       desque se la hayais cortado,—en tenencia me lo dad.—
       Ellos en aquesto estando,—el prior llegado ha.
       —Mantenga Dios a tu Alteza—y a tu corona real.
       —Bien vengais, el buen prior,—digádesme la verdad:
       ¿el castillo de Consuegra—sepamos por quién está?
       —El castillo con la villa,—señor, a vuestro mandar.
       —Pues convídoos, el prior,—para conmigo yantar.
       —Pláceme, dijo, buen rey,—de muy buena voluntad:
       déme licencia tu Alteza,—licencia me quiera dar:
       monjes nuevos son venidos,—irélos a aposentar.
       —Vais con Dios, Hernan Rodrigo,—luego vos querais tornar.—
       Vase para la cocina,—do su cocinero está,
       así hablaba con él,—como si fuera su igual:
       —Tomes estos mis vestidos,—los tuyos me quieras dar,
       y a hora de media noche—salirte has a pasear.—
       Vase a la caballeriza—do su macho fuera a hallar.
        [p. 193] —¡Macho rucio, macho rucio,—Dios te me quiera guardar!
       Ya de dos me has escapado,—con aquesta tres serán;
       si de aquesta tú me escapas,—luego te entiendo ahorrar.—
       Presto le echaba la silla,—comienza de cabalgar;
       allegando a Azoguejo,—comenzó el macho a roznar.
       Media noche era por filo, [1] —los gallos querian cantar,
       cuando entraba por Toledo,—por Toledo, esa ciudad:
       antes que el gallo cantase—a Consuegra fué a llegar.
       Halló las guardas velando,—comiénzales de hablar:
       —Digádesme, veladores,—digádesme la verdad:
        ¿el castillo de Consuegra—si sabeis por quién está?
       —El castillo con la villa—por el prior de Sant Joan.
       —Pues abrid luego las puertas; catalde aquí donde está.—
       La guarda desque lo oyó—abriólas de par en par.
       —Tomases allá ese macho,—dél muy bien quieras curar:
       déjesme la vela a mí,—que yo la quiero velar.
       ¡Velá, velá, veladores,—así mala rabia os mate!
       Que quien a buen señor sirve,—este gualardon le dan.—
       El prior estando en esto—el rey que llegado ha,
       halló las guardas velando,—comenzóles de hablar:
       —Decidme, los veladores,—que Dios os guarde de mal,
       ¿el castillo de Consuegra—por quién se tiene o se está?
       —El castillo con la villa—por el prior de Sant Joan.
       —Pues abrid luego las puertas,—que veislo aquí donde está.
       —Afuera, afuera, buen rey,—que el prior llegado ha.
       —¡Macho rucio, dijo el rey,—muermo te quiera matar!
       Siete caballos me has muerto,—y con este ocho serán.
       Ábreme tú buen prior,—allá me dejes entrar:
       por mi corona te juro—de no hacerte mucho mal.
       —Hacerlo vos, el buen rey,—agora en mi mano está.—
       Mandárale abrir la puerta,—dióle muy bien a cenar.
       
                                                           (Timoneda, Rosa española)

69 a

(DEL REY DON PEDRO EL CRUEL.—IX)
(Al mismo asunto)
Romance del prior de Sant Juan

       Don Rodrigo de Padilla,—aquel que Dios perdonase,
       tomara al rey por la mano—y apartólo en puridad:
        [p. 194] —Un castillo está en Consuegra—que en el mundo no lo hay tal:
       más vale para vos, el rey,—que para el prior de Sant Juan.
       Convidédesle, el buen rey,—convidédesle a cenar,
        la cena que vos le diésedes—fuese como en Toro a don Juan,
       que le cortes la cabeza—sin ninguna piedad:
       desque se la hayais cortado,—en tenencia me la dad.—
       Ellos en aquesto estando,—el prior llegado ha.
       —Mantenga Dios a tu Alteza,—y a tu corona real.
       —Bien vengais vos, el prior,—el buen prior de Sant Juan.
       Digádesme, el prior,—digádesme la verdad:
       ¿el castillo de Consuegra,—digades, por quién está?
       —El castillo con la villa—está todo a tu mandar.
       —Pues convídoos, el prior,—para conmigo a cenar.
       —Pláceme, dijo el prior,—de muy buena voluntad.
       Déme licencia tu Alteza,—licencia me quiera dar,
       mensajeros nuevos tengo,—irlos quiero aposentar.
       —Vais con Dios, el buen prior,—luego vos querais tornar.—
       Vase para la cocina,—donde el cocinero está:
       así hablaba con él—como si fuera su igual:
       —Tomades estos mis vestidos,—los tuyos me quieras dar;
       ya despues de medio día—saliéseste a pasear.—
       Vase a la caballeriza—donde el macho suele estar.
       —De tres me has escapado,—con esta cuatro serán,
       y si de esta me escapas,—de oro te haré herrar.—
       Presto le echó la silla,—comienza de caminar.
       Media noche era por filo,—los gallos quieren cantar
       cuando entra por Toledo,—por Toledo, esa ciudad.
       Antes que el gallo cantase—a Consuegra fué a llegar.
       Halló las guardas velando,—empiézales de hablar:
       —Digádesme, veladores,—digádesme la verdad:
       ¿el castillo de Consuegra,—digades, por quién está?
       —El castillo con la villa—por el prior de Sant Juan.
       —Pues abrádesme las puertas,—catalde aquí donde está.—
       La guarda desque lo vido—abriolas de par en par.
       —Tomédesme allá este macho,—y dél me querais curar:
       dejadme a mí la vela,—porque yo quiero velar.
       ¡Velá, velá, veladores,—que rabia os quiera matar!
       que quien a buen señor sirve,—este galardón le dan.—
       Y él estando en aquesto—el buen rey llegado ha:
       halló a los guardas velando,—comiénzales de hablar:
       —Digádesme, veladores,—que Dios os quiera guardar:
       ¿el castillo de Consuegra,—digades, por quién está?
       —El castillo con la villa,—por el prior de Sant Juan.
       —Pues abrádesme las puertas;—catalde aquí donde está.
       —Afuera, afuera, el buen rey,—que el prior llegado ha.
       —¡Macho rucio, macho rucio,—muermo te quiera matar!
        [p. 195] ¡siete caballos me cuestas,—y con este ocho serán!
       Abridme, el buen prior,—allá me dejeis entrar;
       por mi corona te juro—de nunca te hacer mal.
       —Harélo, eso, el buen rey,—que ahora en mi mano está.
       
                                                                             (Silva de 1550, t. II, fol. 94.)

70

Romance del duque de Arjona

       En Arjona estaba el duque,—y el buen rey en Gibraltar;
       envíole un mensajero—que le hubiese a hablar.
       Malaventurado duque,—vino luego sin tardar;
       jornada de quince días—en ocho la fuera a andar.
       Hallaba las mesas puestas—y aparejado el yantar.
       Desque hubieron comido—vense a un jardín a holgar.
       Andándose paseando,—el rey comenzó a hablar:
       —De vos, el duque de Arjona,—grandes querellas me dan;
       que forzades las mujeres—casadas y por casar;
       que les bebiades el vino,—y les comiades el pan;
       que les tomais la cebada,—sin se la querer pagar.—
       —Quien os lo dijo, buen rey,—no vos dijo la verdad.
       —Llámenme mi camarero—de mi cámara real,
       que me trajese unas cartas,—que en mi barjuleta están.
       Védeslas aquí, el duque,—no me lo podeis negar.
       Preso, preso, caballeros,—preso de aquí lo llevad:
       entregaldo al de Mendoza,—ese mi alcalde el leal.
       
                                          (Canc. de Rom., 1550, fol. 287). [1]

[p. 196] 71

ROMANCES FRONTERIZOS O DE LAS GUERRAS Y BATALLAS
ENTRE LOS CRISTIANOS Y LOS MOROS Y MORISCOS DE LAS
FRONTERAS, DESDE LA ÉPOCA DEL REY DON JUAN II DE
CASTILLA HASTA LA DE FELIPE II (ROMANCE FRONTERIZO.—I)

Romance del asalto de Baeza [1]

       Moricos, los mis moricos,—los que ganais mi soldada,
       derribédesme a Baeza,—esa villa torreada,
       y a los viejos y a los niños—los traed en cabalgada,
       y a los mozos y varones—los meted todos a espada,
       y a ese viejo Pero Diaz—prendédmelo por la barba,
       y aquesa linda Leonor—será la mi enamorada.
       Id vos, capitán Vanegas,—porque venga más honrada,
       que si vos sois mandadero,—será cierta la jornada.
       
                                         (Argote de Molina, Nobleza de Andulucía.)

[p. 197] 71 a

(ROMANCE FRONTERIZO.—II)

(Al mismo asunto)

       Moricos, los mis moricos,—los que ganais mi soldada,
       derribédesme a Baeza,—esa ciudad torreada,
       y los viejos y las viejas—los meted todos a espada,
       y los mozos y las mozas—los traé en la cabalgada, [1]
       y la hija de Pero Díaz [2] —para ser mi enamorada,
       y a su hermana Leonor,—de quien sea acompañada.
       Id vos, capitán Vanegas,—porque venga más honrada,
       porque enviándoos a vos,—no recelo en la tornada,
       que recibireis afrenta—ni cosa desaguisada.—
       
                                               (Canc. de Rom. s. a., fol. 185.—Canc. de Rom. s. a., fol. 195.
                                               Silva de 1550, t. I, fol. 108.)


72

(ROMANCE FRONTERIZO.—III)

De la salida del rey Chico de Granada y de Reduan para recobrar Jaen [3]

       —Reduan, bien se te acuerda—que me diste la palabra
       que me darias a Jaen—en una noche ganada.
       Reduan, si tú lo cumples,—daráte paga doblada,
       y si tú no lo cumplieres,—desterrarte he de Granada;
       echarte he en una frontera—do no goces de tu dama.—
       Reduan le respondia—sin demudarse la cara:
       —Si lo dije no me acuerdo,—mas cumpliré mi palabra.—
       Reduan pide mil hombres,—el rey cinco mil le daba.
       Por esa puerta de Elvira—sale muy gran cabalgada.
        [p. 198] ¡Cuánto del hidalgo moro!—¡Cuánta de la yegua baya!
       ¡Cuánta de la lanza en puño!—¡Cuánta de la adarga blanca!
       ¡Cuánta de marlota verde!—¡Cuánta aljuba de escarlata!
       ¡Cuánta pluma y gentileza!—¡Cuánto capellar de grana!
       ¡Cuánto bayo borceguí!—¡Cuánto lazo que le esmalta!
       ¡Cuánta de la espuela de oro!—¡Cuánta estribera de plata!
       Toda es gente valerosa—y experta para batalla:
       en medio de todos ellos—va el rey Chico de Granada.
       Míranlo las damas moras—de las torres del Alhambra.
       La reina mora, su madre,—de esta manera le habla:
       —Alá te guarde, mi hijo,—Mahoma vaya en tu guarda,
       y te vuelva de Jaen—libre, sano y con ventaja,
       y te dé paz con tu tio,—señor de Guadix y Baza.
       
                                    (Perez de Hita, Historia de los bandos de Cegríes, etc.).

73

(ROMANCE FRONTERIZO.—IV)

De Fernandarias [2]

       —¡Buen alcaide de Cañete,—mal consejo habeis tomado
       en correr a Setenil,—hecho se habia voluntario!
       ¡Harto hace el caballero—que guarda lo encomendado!
       Pensaste correr seguro,—y celada os han armado.
       Hernandarias Sayavedra,—vuestro padre, os ha vengado;
       ca cuerda correr a Ronda,—y a los suyos va hablando:
       —El mi hijo Hernandarias—muy mala cuenta me ha dado;
       encomendéle a Cañete,—él muerto fuera en el campo.
       Nunca quiso mi consejo,—siempre fué mozo liviano,
       que por alancear un moro—perdiera cualquier estado.
       Siempre esperé su muerte—en verle tan voluntario.
       Mas hoy los moros de Ronda—conocerán que le amo,
        [p. 199] A Gonzalo de Aguilar—en celada le han dejado.
       Viniendo a vista de Ronda,—los moros salen al campo.
       Hernandarias dió una vuelta—con ardid muy concertado,
       y Gonzalo de Aguilar—sale a ellos denodado,
       blandeando la su lanza—iba diciendo:—¡Santiago,
       a ellos, que no son nada,—hoy venguemos a Fernando!—
       Murió allí Juan Delgadillo—con hartos buenos cristianos;
       mas por las puertas de Ronda—los moros iban entrando:
       veinte y cinco trala presos,—trescientos moros mataron;
       mas el viejo Hernandarias—no se tuvo por vengado.
       
                                 (Aquí se contienen cinco romances y unas canciones muy
                                   graciosas. El primero es: «Angustiada está la reina», etc.—
                                   Pliego suelto del siglo XVI.)

73 a

(ROMANCE FRONTERIZO.—V)

(Al mismo asunto)

Romance de la venganza de Fernandarias

       —¡Buen alcaide de Cañete,—mal consejo habeis tomado
       en correr a Setenil,—hecho asaz bien excusado!
       ¡Harto hace el caballero—que guarda lo encomendado,
       y muere en la fortaleza—donde lo han juramentado!
       Siempre lo tuvistes, hijo,—de ser en ardid sobrado,
       sin mirar inconvenientes,—sino ver moros en campo.
       Mas antes de veinte dias—yo seré muerto o vengado
       entre esos moros de Ronda—que me han amenazado.—
       En aquesto Fernandarias—fué al infante don Fernando;
       gente de a pié le ha pedido,—junto con la de a caballo.
       A Pero Guzman Merino—y a su copero le ha dado,
       y a Gonzalo de Aguilar,—un muy valiente bastardo,
       junto con Juan Delgadillo,—su maestre-sala y privado.
       Entrada hacen en Ronda;—Cañete quedó a recado.
       En bosques cabe la vega—gente de armas se ha emboscado:
       con ella Juan Delgadillo,—caballero muy preciado,
       Fernandarias Sayavedra—cerca de Ronda ha llegado;
       salen a él muchos moros,—con órden se ha retirado;
       haciendo rostro ha venido—al bosque, disimulado,
       donde estaba la celada—que a los moros ha cercado.
       A los primeros encuentros—muchos quedan en el campo,
        [p. 200] entre ellos Juan Delgadillo,—con más catorce hijosdalgo:
       mas a la fin Sayavedra—de ellos fué muy bien vengado,
       que rotos fueron los moros;—pocos se han escapado.
       Con honra y gran cabalgada—a Cañete se ha tornado.
        
                                (Sepúlveda, Romaces nuevos sacados, etc., ed. de 1566.)

74

(ROMANCE FRONTERIZO.—VI)

Romance de Antequera

       De Antequera partió [1] el moro—tres horas antes del dia,
       con cartas en la su mano—en que socorro pedia.
       Escritas iban con sangre,—mas no por falta de tinta.
       El moro que las llevaba—ciento y veinte años habia; [2]
       la barba tenia [3] blanca,—la calva le relucia;
       toca llevaba tocada,—muy grande precio valia. [4]
       La mora que la labrara—por su amiga la tenia;
       alhaleme [5] en su cabeza—con borlas de seda fina;
       caballero en una yegua, que caballo no queria.
       Solo con un pajecico [6] —que le tenga compañía,
       no por falta de escuderos,—que en su casa hartos habia.
       Siete celadas le ponen—de mucha caballería,
       mas la yegua era ligera,—de entre todos [7] se salia;
       por los campos de Archidona [8] —a grandes voces decia:
       —¡Oh buen rey, si tú supieses—mi triste mensajería,
       mesarias tus cabellos—y la tu barba vellida!—
       El rey, que venir lo vido,—a recebirlo salia
       con trescientos de caballo,—la flor de la morería.
       —Bien seas venido el moro,—buena sea tu venida.
       —Alá te mantenga, el rey,—con toda tu compañía.
       —Dime, ¿qué nuevas me traes—de Antequera, esa mi villa? [9]
       —Yo te las diré, buen rey,—si tú me otorgas la vida.
       —La vida te es otorgada,—si traicion en tí no habia.
        [p. 201] —¡Nunca Alá lo permitiese—hacer tan gran [1] villanía!
       mas sepa tu real [2] Alteza—lo que ya saber debria,
       que esa villa de Antequera—en grande aprieto se via,
       que el infante don Fernando—cercada te la tenia.
       Fuertemente la combate—sin cesar nache ni dia;
        manjar que tus moros comen,—cueros de vaca cocida:
       buen rey, si no la socorres,—muy presto se perderia.—
       El rey, cuando aquesto oyera,—de pesar se amortecia;
       haciendo gran sentimiento,—muchas lágrimas vertia;
       rasgaba sus vestiduras,—con gran dolor que tenia, [3]
       ninguno le consolaba,—porque no lo permitia;
       mas después, en sí tornando, [4] —a grandes voces decia:
       —Tóquense mis añafiles,—trompetas de plata fina;
       júntense mis caballeros—cuantos en mi reino habia,
       vayan con mis dos hermanos—a Archidona, esa mi villa,
       en socorro de Antequera,—llave de mi señoría.—
       Y ansí con este mandado—se juntó gran morería;
       ochenta [5] mil peones [6] fueron—el socorro que venia, [7]
       con cinco mil de caballo,—los mejores que tenia.
       Ansí [8] en la Boca del Asna—este [9] real sentado habia
       a vista del del infante, [10] —el cual ya se apercebia,
       confiando en la gran vitoria [11] —que de ellos Dios le daria,
       sus gentes bien ordenadas:—de San Juan era aquel dia,
       cuando se dió la batalla—de los nuestros tan herida, [12]
       que por ciento y veinte muertos—quince mil moros habia.
       Despues de aquesta batalla [13] —fué la villa combatida
       con lombardas [14] y pertrechos,—y con una gran bastida,
       con que le ganan las torres—de donde era defendida.
       Despues dieron el castillo—los moros a pleitesía,
       que libres con sus hacienda—el infante los pornia
       en la villa de Archidona,—lo cual todo se cumplia;
       y ansí se ganó Antequera—a loor de Santa María. [15]
       
                             (Canc. de Rom., s . a., fol. 180; Canc. de Rom., 1550, fol. 168
                               Silva de 1550, t. I., fol. 103. Timoneda, Rosa española.)

[p. 202] 75

(ROMANCE FRONTERIZO.—VII)

De cómo la nueva conquista de Antequera llegó al rey moro de Granada y de la escaramuza de Alcalá [1]

       La mañana de Sant Joan—al tiempo [2] que alboreaba,
       gran fiesta hacen los moros—por la Vega de Granada.
       Rovolviendo sus caballos, y jugando de las lanzas, [3]
       ricos pendones en ellas—broslados [4] por sus amadas,
       ricas marlotas [5] vestidas—tejidas de oro y grana: [6]
       el moro que amores tiene—señales de ello mostraba,
       y el que no tenia amores [7] —allí no escaramuzaba.
       Las damas moras los miran [8] —de las torres del Alhambra,
       tambien se los mira [9] el rey—de dentro de la Alcazaba. [10]
       Dando voces vino un moro—con la cara ensangrentada: [11]
       —Con tu licencia, el rey,—te diré una nueva mala:
       el [12] infante don Fernando—tiene a Antequera ganada;
       muchos moros deja muertos, [13] —yo soy quien mejor librara;
        [p. 203] siete lanzadas yo traigo, [1] —el cuerpo todo me pasan; [2]
       los que conmigo escaparon—en Archidona quedaban.—
       Con la tal nueva el rey—la cara se le demudaba: [3]
       manda juntar [4] sus trompetas—que toquen [5] todas al arma,
       manda juntar a los suyos, [6] —hace muy [7] gran cabalgada,
       y a las puertas de Alcalá, [8] —que la real se llamaba,
       los cristianos y los moros [9] —una escaramuza traban. [10]
       Los cristianos eran muchos,—mas llevaban órden mala;
       los moros, que son de guerra,—dádoles han mala carga; [11]
       de ellos matan, de ellos prenden,—de ellos toman en celada.
       Con la [12] victoria, los moros—van la vuelta de Granada, [13]
       a grandes voces decían—¡La victoria ya es cobrada!— [14]
       
                                 (Silva de 1550, t. II, fol. 76. Aquí comienzan seis romances:
                                   el primero es de la mañana de Sant Juan, etc. Pliego suelto
                                   del siglo XVI.—Timoneda, Rosa española.) [15]

[p. 204] 76

(ROMANCE FRONTERIZO.—VIII)

Sobre la pérdida de Antequera

       Suspira por Antequera—el rey Moro de Granada:
       no suspira por la villa,—que otra mejor le quedaba,
       sino por una morica—que dentro en la villa estaba,
       blanca, rubia a maravilla,—sobre todas agraciada:
       deziseis años tenia,—en los dezisiete entraba;
       crióla el rey de pequeña,—más que a sus ojos la amaba,
       y en verla en poder ajeno—sin poder ser remediada,
       suspiros da sin consuelo—que el alma se le arrancaba.
       Con lágrimas de sus ojos,—estas palabras hablaba:
       —¡Ay Narcisa de mi vida!—¡Ay Narcisa de mi alma!
       Enviéte yo mis cartas—con el alcaide de Alhambra,
       con palabras amorosas—salidas de mis entrañas,
       con mi corazón herido—de una saeta dorada.
       La respuesta que le diste:—que escribir poco importaba.
       Daria por tu rescate—Almería la nombrada.
       ¿Para qué quiero yo bienes—pues mi alma presa estaba?
       Y cuando esto no bastare,—yo me saldré de Granada;
       yo me iré para Antequera—donde estás presa, alindada,
       y servire de captivo—solo por mirar tu cara.
       
                                                    (Timoneda, Rosa de amores.)

77

(ROMANCE FRONTERIZO.—IX)
Los moros de Moclin hacen una correria por las tierras de Alcalá

       Caballeros de Moclin,—peones de Colomera,
       entrado habian en acuerdo—en su consejada negra
       a los campos de Alcalá,—donde irían a hacer presa.
       Allá la van a hacer—a esos molinos de Huelma.
       Derrocaban los molinos,—derramaban la cibera,
       prendian los molineros—cuantos hay en la ribera.
        [p. 205] Ahí hablara un viejo,—que era mas discreto en guerra:
        —Para tanto caballero—chica cabalgada es esta,
       soltemos un prisionero—que a Alcalá lleve la nueva;
       démosle tales heridas,—que en llegando luego muera;
       cortémosle el brazo derecho—porque no nos haga guerra.—
       Por soltar un molinero—un mancebo se les sale [1]
       que era nacido y criado—en Jerez de la Frontera,
       que corre más que un gamo—y salta más que una cierva.
       Por los campos de Alcalá—diciendo va:—¡Afuera, afuera!
       caballeros de Alcalá,—no os alabareis de aquesta,
       que por una que hecistes,—y tan caro como cuesta,
       que los moros de Moclin—corrido vos han la ribera,
       robado vos han el campo,—y llevado vos han la presa.
       Oidolo ha don Pedro—por su desventura negra;
       cabalgara en su caballo,—que le decían Boca-negra:
       al salir de la ciudad—encontró con Sayavedra.
       —No vayades allá, hijo,—si mi maldición os venga:
       que si hoy fuere la suya,—mañana será la vuestra.—
       
                                               (Canc. de Rom., 1550, fol. 192.) [2]

78

(ROMANCE FRONTERIZO.—X)
Romance que dicen: Abenámar, Abenámar [3]

       —Abenámar, Abenámar,—moro de la morería,
       ¿qué castillos son aquellos?—¡altos son y relucían! [4]
        [p. 20] —El Alhambra era, señor,—y la otra es la mezquita;
       los otros los Alixares—labrados a maravilla.
       El moro que los labró [1] —cien doblas ganaba al dia. [2]
       La otra [3] era Granada,—Granada la noblecida
       de los muchos caballeros,—y de la [4] gran ballestería.—
       Allí habla [5] el rey don Juan,—bien oiréis lo que diría: [6]
       —Granada, si tú quisieses,—contigo me casaria:
       darte he yo en arras y dote—a Córdoba y a Sevilla,
       y a Jerez de la Frontera,—que cabe si la tenia.
       Granada, si más [7] quisieses,—mucho más yo te daria.—
       Allí hablara Granada,—al buen rey le [8] respondia:
       —Casada so, el rey don Juan,—casada soy, que no viuda;
       el moro que a mi me tiene—bien defenderme querria.— [9]
       Allí habla [10] el rey don Juan,—estas palabras decía: [11]
       —Échenme acá mis lombardas [12] —doña Sancha y doña Elvira,
       tiraremos [13] a lo alto,—lo bajo ello se daria.—
        [p. 207] El combate era tan fuerte—que grande temor ponia:
       los moros del baluarte,—con terrible algacería [1]
       trabajan por [2] defenderse,—más facello no podían. [3]
       El rey moro que esto vido—prestamente se rendia,
       y cargó [4] tres cargas de oro;—al buen rey se las envía: [5]
       prometió ser su vasallo—con parias que le daria.
       Los castellanos quedaron—contentos a maravilla;
       cada cual por do ha venido—se volvió [6] para Castilla.
       
                                           (Canc. de Rom., s . a., fol. 182.— Canc. de Rom., 1550, fol. 191.—
                                           Silva de 1550, t. I, fol. 105.— Canc. de Rom., edición de Medina
                                           del año de 1570, fol. 74.—Timoneda, Rosa española.)

78 a

(ROMANCE FRONTERIZO.—XI)
(Al mismo asunto)

       ¡Abenámar, Abenámar,—moro de la morería,
        el día que tú naciste—grandes señales habia!
       Estaba la mar en calma,—la luna estaba crecida:
       moro que en tal signo nace,—no debe decir mentira.—
       Allí respondiera el moro,—bien oireis lo que decia:
       —Yo te la diré, señor,—aunque me cueste la vida,
       porque soy hijo de un moro—y una cristiana cautiva;
       siendo yo niño y muchacho—mi madre me lo decia:
       que mentira no dijese,—que era grande villania:
       por tanto pregunta, rey,—que la verdad te diria.
       —Yo te agradezco, Abenámar,—aquesa tu cortesía.
       ¿Qué castillos son aquéllos?—¡Altos son y relucian!
       —El Alhambra era, señor,—y la otra la mezquita;
       los otros los Alixares,—labrados a maravilla.
       El moro que los labraba—cien doblas ganaba al dia,
       y el día que no los labra—otras tantas se perdia.
       El otro es Generalife,—huerta que par no tenia;
       el otro Torres Bermejas,—castillo de gran valía.—
       Allí habló el rey don Juan,—bien oireis lo que decia:
       —Si tú quisieses, Granada,—contigo me casaría;
       daréte en arras y dote—a Córdoba y a Sevilla.
        [p. 208] —Casada soy, rey don Juan,—casada soy, que no viuda;
       el rnoro que a mí me tiene,—muy grande bien me queria.
       

                                        (Pérez de Hita, Historia de los bandos de Cegríes, etc.)

79

(ROMANCE FRONTERIZO.—XII)

Romance antiguo y verdadero de Alora la bien cercada

       Alora, la bien cercada,—tú que estás en par del rio,
       cercóte el adelantado—una mañana en domingo,
       de [1] peones y hombres de armas—el campo bien guarnecido;
       con la gran artilleria—hecho te habia un portillo. [2]
       Viérades moros y moras—todos huir [3] al castillo:
       las moras llevaban ropa,—los moros harina y trigo,
       y las moras de quince años [4] —llevaban el oro fino,
       y los moricos pequeños—llevaban la pasa y higo.
       Por cima de la muralla [5] —su pendon llevan tendido.
       Entre almena y almena [6] —quedado se habia un morico
       con una ballesta armada,—y en ella puesta un cuadrillo.
       En altas voces decia,—que la gente lo habia oido: [7]
       —¡Treguas, treguas, adelantado,—por tuyo se da el castillo!—
       Alza la visera arriba,—por ver el que tal le dijo: [8]
       asestárale [9] a la frente,—salido le ha al colodrillo.
       Sacólo [10] Pablo de rienda,—y de mano Jacobillo, [11]
        [p. 209] estos dos que habia criado—en su casa desde chicos. [1]
       Lleváronle a los maestro—por ver si será guarido; [2]
       A las primeras palabras—el testamento les dijo. [3]
       

                             (Nuera glosa fundada sobre aquel antiguo y verdadero romance
                             de «Alora la bien cercada», etc.—Pliego suelto del siglo XVI.—
                              Códice del siglo XVI en el Romancero general del Sr. Durán.—
                             Timoneda, Rosa española.) [4]

80

(ROMANCE FRONTERIZO.—XIII)

Romance de don Enrique de Guzman [5]

       —Dadme nuevas, caballeros,—nuevas me queredes dar [6]
       de aquese conde de Niebla,—don Henrique de Guzman,
       que hace guerra a los moros,—y ha cercado a Gibraltar.
       Veo hoy lutos [7] en mi corte,—ayer vi fiestas muy grandes; [8]
       o el príncipe es fallecido, [9] —o alguno [10] de mi sangre,
       o don Alvaro de Luna,—el maestre y condestable.
       —No es muerto, señora, el príncipe; [11] —mas ha fallecido un grande,
       que veredes a los moros—cuán poco vos temerán,
        [p. 210] que a este solo temian—y no osaban saltear.
       Es el buen conde de Niebla—que se ha anegado en la mar,
       por acorrer a los suyos,—nunca se quiso salvar;
       en un batel donde venia—le hicieron trastornar,
       socorriendo un caballero—que se le iba a anegar.
       La mar andaba tan alta—que no se pudo escapar,
       teniendo cuasi ganada—la fuerza de Gibraltar.
       Llóranle todas las damas,—galanes otro que tal,
       llórale gente de guerra—por ser tan buen capitan,
       llórale duques y condes,—porque a todos sabia honrar.
       —¡Oh qué nuevas me traedes,—caballeros, de pesar!
       Vístanse todos de jerga,—no se hagan fiestas más,
       vaya luego un mensajero,—venga su hijo don Juan:
       confirmalle he lo del padre,—más le quiero acrecentar,
       y de Medina Sidonia—duque le hago de hoy más,
       que a hijo de tan buen padre—poco galardón se da.—
       

                     (Silva de 1550, t. II, ful. 82.—Sepúlveda, Romances nuevamente
                      sacados, etc., ed. de 1566.) [1]

81

(ROMANCE FRONTERIZO.—XIV)

Batalla de los Alporchones, en que Quiñonero queda cautivo [2]

       Allá en Granada la rica—instrumentos oí tocar
       en la calle de los Gomeles,—a la puerta de Abidbar,
       el cual es moro valiente—y muy fuerte capitan.
        [p. 211] Manda juntar muchos moros—bien diestros en pelear,
       porque en el campo de Lorca—se determina de entrar;
       con él salen tres alcaides,—aquí los quiero nombrar:
       Almoradi de Guadix,—este es de sangre real;
       Abenacízes el otro,—y de Baza natural;
       y de Vera es Alabez,—de esfuerzo muy singular,
       y en cualquier guerra su gente—bien la sabe acaudillar.
       Todos se juntan en Vera—para ver lo que harán;
       el campo de Cartagena—acuerdan de saquear.
       A Alabez, por ser valiente,—lo hacen su general;
       otros doce alcaides moros—con ellos juntado se han,
       que aquí no digo sus nombres— por quitar prolijidad.
       Ya se repartian los moros,—ya comienzan de marchar,
       por la fuente de Pulpé,—por ser secreto lugar,
       y por el puerto los Peines,—por orillas de la mar.
       En campos de Cartagena—con furor fueron a entrar;
       cautivan muchos cristianos,—que era cosa de espantar.
       Todo lo corren los moros—sin nada se les quedar;
       el rincon de San Ginés—y con ellos al Pinatar.
       Cuando tuvieron gran presa—hácia Vera vuelto se han,
       y en llegando al Puntaron,—consejo tomado han
       si pasarian por Lorca,—o si irian por la mar.
       Alabez, como es valiente,—por Lorca quería pasar,
       por tenerla muy en poco—y por hacerle pesar;
       y así con toda su gente—comenzaron de marchar.
       Lorca y Murcia lo supieron;—luego los van a buscar,
       y el comendador de Aledo,—que Lison suelen llamar,
       junto de los Alporchones—allí los van a alcanzar.
       Los moros iban pujantes,—no dejaban de marchar;
       cautivaron un cristiano—caballero principal,
        al cual llaman Quiñonero,—que es de Lorca natural.
       Alabez, que vió la gente,—comienza de preguntar:
       —Quiñonero, Quiñonero,—dígasme tú la verdad,
       pues eres buen caballero,—no me la quieras negar:
       ¿qué pendones son aquellos—que están en el olivar?—
       Quiñonero le responde,—tal respuesta le fué a dar:
       —Lorca y Murcia son, señor,—Lorca y Murcia, que no más,
       y el comendador de Aledo,—de valor muy singular,
       que de la francesa sangre—es su prosapia real.
       Los caballos traían gordos,—ganosos de pelear.—
       Allí respondió Alabez,—lleno de rabia y pesar:
       —Pues por gordos que los traigan,—la Rambla no han de pasar,
       y si ellos la Rambla pasan,—¡Alá, y qué mala señal!
       Estando en estas razones—allegara el mariscal
       y el buen alcaide de Lorca,—con esfuerzo muy sin par.
       Aqueste alcaide es Faxardo,—valeroso en pelear;
        [p. 212] la gente traen valerosa,—no quieren más aguardar.
       A los primeros encuentros—la Rambla pasado han,
       y aunque los moros son muchos,—allí lo pasan muy mal.
       Mas el valiente Alabez—hace gran plaza y lugar.
       Tantos de cristianos matan,—que es dolor de lo mirar.
       Los cristianos son valientes,—nada les puede ganar;
       tantos matan de los moros,—que era cosa de espantar.
       Por la sierra de Aguaderas—huyendo sale Abidbar
       con trescientos de a caballo,—que no pudo más sacar.
       Faxardo prendió a Alabez—con esfuerzo singular.
       Quitáronle la cabalgada,—que en riqueza no hay su par.
       Abidbar llegó a Granada,—y el rey lo mandó matar.
       

                                     (Perez de Hita, Historia de ls, banlos de Cegríes, etc.)

82

(ROMANCE FRONTERIZO.—XV)

Romance de la prision del obispo don Gonzalo [1]

       Dia era de San Anton, [2] —ese santo [3] señalado,
       cuando salen de Jaen [4] —cuatrocientos hijosdalgo;
       y de Ubeda y Baeza [5] —se salían otros tantos,
       mozos descosos de honra,—y los más enamorados.
       En brazos de sus amigas—van todos juramentados
       de no volver a Jaen—sin dar moro en aguinaldo.
       La seña [6] que ellos llevaban—es pendon rabo de gallo;
       por capitán se lo llevan [7] —al obispo don Gonzalo,
       armado de todas armas,—en un caballo alazano: [8]
       todos se visten de verde,—el obispo azul y blanco. [9]
        [p. 213] Al castillo de la Guardia [1] —el obispo habia llegado [2]
       sáleselo a recibir—Mexia, el noble hidalgo: [3]
       —Por Dios te ruego, el obispo, [4] —que no pasades el vado,
       porque los moros son muchos,—a la Guardia [5] habian llegado;
       muerto me han tres caballeros,—de que mucho me ha pesado:
       el uno era tio mio, [6] —el otro mi primo ermano, [7]
       y el otro es un pajecico [8] —de los mios más preciado. [9]
       Demos la vuelta, señores,—demos la vuelta a enterrallos,
       haremos a Dios servicio,—honraremos los cristianos.—
       Ellos estando en aquesto,—llegó don Diego de Haro:
       —Adelante, caballeros,—que me llevan el ganado;
       si de algun villano fuera,—ya lo hubiérades quitado;
       empero alguno está aquí—que le [10] place de mi daño;
       no cumple [11] decir quién es,—que es el del roquete blanco.—
       El obispo, que lo oyera,—dió de espuelas al caballo;
       el caballo era ligero,—saltado habia un vallado;
       mas al salir de una cuesta,—a la asomada de un llano,
       vido mucha adarga blanca,—mucho albornoz colorado,
       y muchos hierros de lanzas,—que relucian [12] en el campo;
        metidose habia por ellos—como leon denodado:
       de tres batallas de moros—la una [13] ha desbaratado,
       mediante la buena ayuda—que en los suyos ha hallado:
       aunque algunos de ellos mueren,—eterna fama han ganado.
       Los moros son infinitos, [14] —al obispo habian cercado;
      [p. 214] cansado de pelear—lo derriban del caballo,
       y los moros victoriosos—a su rey lo han presentado.
          (Argote de Molina, Nobleza de Andalucia.—Canc. de Rom., s. a.,
           folio 175.— Canc. de Rom., 1550 fol. 183.— Silva de 1550.
           tomo I, fol. 98.) [1]

82 a

(ROMANCE FRONTERIZO.—XVI)

(Al mismo asunto)

  Ya se salen de Jaen—los trescientos hijosdalgo:
mozos codiciosos de honra,—pero más enamorados.
Por amor de sus amigas,—todos van juramentados
de llegar hasta Granada—y correrles todo el campo,
y no dar vuelta sin traer—algun moro en aguinaldo.
Un lunes por la mañana—parten todos muy lozanos,
con lanzas y con adargas—muy ricamente adrezados.
  [p. 215] Todos visten oro y seda,—todos puñales dorados:
 ¡muy bravos caballos llevan—a la gineta ensillados!
 Los jaeces son azules—de plata y oro broslados;
 las reatas son listones—que sus damas les han dado.
 Los mozos más orgullo—son don Juan Ponce y su hermano;
 y también Pedro de Torres,—Diego Gil y su cuñado.
 En medio de todos iban—cuátro viejos muy ancianos;
 estos van diciendo a todos:—Perdémonos de livianos,
 en querer ir a probar—donde hay moriscos doblados.—
 Cuando esto oyó don Juan,—con gran enojo ha hablado:
 —No debian ir en guerra—los hombres viejos cansados,
 porque estorban los ardidos—y pónenlos embarazos:
 si en Jaen quereis quedar,—quedaréis más descansados.—
 Allí respondieron todos—de valientes y esforzados:
 —No lo mande Dios del cielo—que de miedo nos volvamos,
 que no queromos perder—la honra que hemos ganado.—
 Llegados son a Granada,—dado han welta a todo el campo
 ya que llevaban la presa,—de moros hueste ha asomado:
 más de seis mil son de guerra,—que los estaban mirando.
 Ven tocar los atambores,—ven pendones campeando,
 ven poner los escuadrones—los de pie y los de caballo;
 vieron mil moros mancebos,—tanto albornoz colorado;
 vieron tanta yegua overa,—tanto caballo alazano,
 tanta lanza con dos fierros,—tanto del fierro acerado,
 tantos pendones azules—y de lunas plateados,
 con tanta adarga ante pechos,—cada cual muy bien armado.
 Los de Jaen esto viendo,—como mozos hijosdalgo,
 parecióles que el huir—le seria mal contado:
 aborreciendo las vidas—por no vivir deshonrados,
 comenzaron a llamar—a voz alta, ¡Santiago!
 y entráronse por los moros—con ánimo peleando.
 Más han muerto de dos mil,—como leones, rabiando;
 mas cargaron tantos moros,—que pocos han escapado:
 doscientos y treinta y seis—han muerto y aprisionado,
 por no seguir ni creer—los mozos a los ancianos.
 

                                        (Timoneda, Rosa española.)

[p. 216] 83

(ROMANCE FRONTERIZO.—XVII)

Romance de Fajardo [1]

  Jugando estaba el rey moro [2] —y aun al ajedrez un dia, [3]
con aquese buen [4] Fajardo—con amor que le tenia.
Fajardo jugaba a Lorca,—y el rey moro [5] Almería;
jaque le dió [6] con el roque,—el alferez le prendia. [7]
A grandes voces dice el moro: [8] —La villa de Lorca es mia.—
Allí hablara [9] Fajardo,—bien oireis lo que decia: [10]
—Calles, calles, señor rey, [11] —no tomes la tal porfía, [12]
que aunque me [13] la ganases,—ella [14] no se te daria:
caballeros tengo dentro—que te la defenderían.— [15]
Allí hablara el rey moro,—bien oireis lo que decia: [16]
—No juguemos más, Fajardo,—ni tengamos más porfía,
que sois [17] tan buen caballero,—que todo el mundo os temia. [18]

                        (Canc. de Rom., s . a., fol. 185.— Canc. de Rom, 1550, fol. 195.—
                         Silva de 1550, t. I, fol. 108.—Argote de Molina, Nobleza de
                         Andalucía.—
Timoneda, Rosa española.)

[p. 217] 84

(ROMANCE FRONTERIZO.—XVIII)

De cómo el rey de Granada mandó prender al alcaide que perdió la plaza de Alhama, conquistada por el marqués de Cádiz. [1]

  Moro alcaide, moro alcaide,—el de la barba vellida,
el rey os manda prender—porque Alhama era perdida.
—Si el rey me manda prender—porque es Alhama perdida,
el rey lo puede hacer;—mas yo nada le debia,
porque yo era ido a Ronda—a bodas de una mi prima,
yo dejé cobro en Alhama,—el mejor que yo podia.
Si el rey perdió su ciudad,—yo perdí cuanto tenia:
perdí mi mujer y hijos,—la cosa que más queria.

                                                      (Canc. de Rom., 1550 fol. 194.)

84 a

(ROMANCE FRONTERIZO.—XIX)

(Al mismo asunto)

  —Moro alcaide, moro alcaide,—el de la vellida barba,
el rey te manda prender—por la pérdida de Alhama,
y cortarte la cabeza—y ponerla en el Alhambra,
porque a tí sea castigo—y otros tiemblen en miralla,
pues perdiste la tenencia—de una ciudad tan preciada.—
El alcaide respondia,—de esta manera les habla:
—Caballeros y hombres buenos,—los que regís a Granada,
decid de mi parte al rey—como no le debo nada;
yo me estaba en Antequera—en bodas de una mi hermana:
¡mal fuego queme las bodas—y quien a ellas me llamara!
El rey me dió su licencia,—que yo no me la tomara:
pedila por quince dias,—diómela por tres semanas.
[p. 218] De haberse Alhama perdido—a mí me pesa en el alma,
que si el rey perdió su tierra,—yo perdi mi honra y fama;
perdí hijos y mujer,—las cosas que más amaba;
perdí una hija doncella,—que era la flor de Granada.
El que la tiene cautiva,—marqués de Cádiz se llama:
cien doblas le doy por ella,—no me las estima en nada.
La respuesta que me han dado—es que mi hija es cristiana,
y por nombre le habian puesto—doña María de Alhama;
el nombre que ella tenia—mora Fátima se llama.—
Diciendo esto el alcaide—le llevaron a Granada,
y siendo puesto ante el rey,—la sentencia le fué dada:
que le corten la cabeza—y la lleven al Alhambra:
ejecutóse justicia,—así como el rey lo manda.

                              (Pérez de Hita, Historia de los bandos de Cegríes, etc., donde
                               está llamado «un sentido y antiguo romance.)

85

(ROMANCE FRONTERIZO.—XX)

Romance del rey moro que perdió Alhama

  Paseábase el rey moro—por la ciudad de Granada;
cartas le fueron venidas [1] —como Alhama era ganada:
las cartas echó en el fuego,—y al mensajero matara.
Echó mano a sus cabellos,—y las [2] sus barbas mesaba;
apeóse de una mula,—y en un caballo cabalga.
Mandó tocar sus trompetas,—sus añafiles de plata,
porque lo oyesen los moros—que andaban [3] por el arada.
Cuatro a cuatro, cinco a cinco,—juntado se ha gran batalla.
Allí habló un moro viejo,—que era alguacil de Granada:
—¿A qué nos llamaste rey, [4] —a qué fué nuestra llamada?
—Para que sepais, amigos,—la gran pérdida de Alhama.
—Bien se te emplea, señor,—señor, bien se te empleaba,
por matar los Bencerrajes,—que eran la flor de Granada:
acogiste los judíos—de Córdoba la nombrada;
degollaste un caballero,—persona muy estimada;
muchos se te despidieron—por tu condición trocada.
—¡Ay si os pluguiese, mis moros,—que fuésemos a cobralla!
—Mas si, rey, a Alhama has de ir, [5] —deja buen cobro a Granada,
[p. 219] y para Alhama cobrar—menester es grande [1] armada,
que caballero está en ella—que sabrá muy bien guardalla.
—¿Quién es este [2] caballero—que tanta honra ganara? [3]
—Don Rodrigo es de Leon,—marques de Cáliz [4] se llama;
otro es Martin Galindo,—que primero echó el escala.— [5]
Luego se van para Alhama,—que de ellos no se da nada;
combátenla prestamente,—ella está bien defensada.
De que el rey no pudo más,—triste se volvió a Granada.

                          (Canc. de Rom., s. a., fol. 183. —Canc. de Rom., 1550, fol. 193.—
                           Silva de 1550, t. I, fol. 106.—Timoneda, Rosa española.)

85 a

(ROMANCE FRONTERIZO.—XXI)

(Al mismo asunto)

Paseábase el rey moro—por la ciudad de Granada,
desde la puerta de Elvira—hasta la de Vivarambla.
«¡Ay de mi Alhama!»—Cartas le fueron venidas
que Alhama era ganada:—las cartas echó en el fuego,
y al mensajero matara.—«¡Ay de mi Alhama!»
Descabalga de una mula,—y en un caballo cabalga;
por el Zacatin arriba—subido se habia al Alhambra.
«¡Ay de mi Alhama!»—Como en el Alhambra estuvo,
al mismo punto mandaba—que se toquen sus trompetas,
sus añafiles de plata.—«¡Ay de mi Alhama!»
Y que las cajas de guerra—apriesa toquen al arma,
porque lo oigan sus moros,—los de la Vega y Granada.
«¡Ay de mi Alhama!»—Los moros que el son oyeron
que al sangriento Marte llama,—uno a uno y dos a dos
juntado se ha gran batalla.—«¡Ay de mi Alhama!»
Allí habló un moro viejo,—de esta manera hablara:
—¿Para qué nos llamas, rey,—para qué es esta llamada?—
«¡Ay de mi Alhama!»—Habeis de saber, amigos,
una nueva desdichada:—que cristianos de braveza
ya nos han ganado Alhama!—«¡Ay de mi Alhama!»
Allí habló un alfaquí—de barba crecida y cana:
—¡Bien se te emplea, buen rey,—buen rey, bien se te empleara!
«¡Ay de mi Alhama!»—Mataste los Bencerrajes,
[p. 220] que eran la flor de Granada;—cogiste los tornadizos
de Córdoba la nombrada.—«¡Ay de mi Alhama!»
Por eso mereces, rey,—una pena muy doblada:
que te pierdas tú y el reino,—y aquí se pierda Granada—
«¡Ay de mi Alhama!»

                                (Pérez de Hita, Historia de los bandos de Cegríes, etc.)

85 b

(ROMANCE FRONTERIZO.—XXII)

(Al mismo asunto)

  Por la ciudad de Granada—el rey moro se pasea,
desde la puerta de Elvira—llegaba a la Plaza Nueva.
Cartas le fueron venidas—que le dan muy mala nueva:
que le habian ganado Alhama—con batalla y gran pelea.
El rey con aquestas cartas—grande enojo recibiera:
al moro que se la trajo—mandó cortar la cabeza.
Las cartas hizo pedazos—con la saña que le ciega:
descabalga de una mula—y cabalga en una yegua.
Por la cal del Zacatín—al Alhambra se subiera:
trompetas manda tocar—y las cajas de pelea,
porque lo oyeran los moros—de Granada y de la Vega.
Uno a uno, dos a dos—gran escuadron se hiciera.
Cuando los tuviera juntos,—un moro allí le dijera:
—¿Para qué nos llamas, rey,—con trompa y caja de guerra?—
—Habréis de saber, amigos,—que tengo una mala nueva;
que la mi ciudad de Alhama—ya del rey Fernando era:
los cristianos la ganaron—con muy crecida pelea.—
Allí habló un alfaquí,—de esta suerte le dijera:
—Bien se te emplea, buen rey,—buen rey, muy bien se te emplea:
mataste los Bencerrajes,—que eran la flor de esta tierra,
acogiste los tornadizos—que de Córdoba vinieran,
y me parece buen rey,—que todo el reino se pierda,
y que se pierda Granada,—y que te pierdas con ella.

                                (Pérez de Hita, Historia de los bandos de Cegríes, etc.)

[p. 221] 86

(ROMANCE FRONTERIZO.—XXIII)

Romance de cómo, yendo el rey moro de Granada a Almería, le mostró un tornadizo a
nuestra señora [1]

  Ya se salía [2] el rey moro—de Granada para [3] Almería,
con trescientos moros perros [4] —que lleva en su [5] compañía.
Jugando van de la lanza—hendo van [6] barragania;
cada cual iba hablando [7] —de las gracias de su amiga.
Allí habló un tornadizo,—que criado es en Sevilla: [8]
—Pues que [9] habeis dicho, señores,—decir quiero [10] de la mia:
blanca es y colorada [11] —como el sol cuando salia.— [12]
Allí hablara el rey moro,—bien oiréis lo que decia: [13]
—Tal amiga como aquesa [14] —para mi pertenescia.
—Yo te la daré, buen rey, [15] —si me otorgares la vida.
—Diésesmela tú, el morico, [16] —que otorgada te seria. [17]
Echara [18] mano a su seno,—sacó a la virgen María;
[p. 222] desque la vido el rey moro,—a la pared se volvia:
—Tomáme [1] luego este perro,—y llevámelo a Almería:
tales prisiones le echá, [2] —de ellas no salga en su vida.—
                     (Canc, de Rom., s . a., fol. 184.— Canc. de Rom., 1550, fol. 194.—
                      Silva de 1550, t. I, fol. 107.—Timoneda, Rosa española.)

87

(ROMANCE FRONTERIZO.—XXIV)

Romance del Maestre [3]

   Por la vega de Granada—un caballero pasea
en un caballo morcillo—ensillado a la gineta:
adarga trae embrazada,—la lanza traia saangrienta
de los moros que habia muerto—antes de entrar en la Vega.
Los relinchos del caballo—dentro en el Alhambra suenan;
oídolo habian las damas—que están vistiendo a la reina:
salen de presto a mirar—por allí a ver quién pasea;
vieron que en su lado izquierdo—traia una cruz bermaja;
conocieron ser cristiano,—vanlo a decir a la reina.
La reina, cuando lo supo,—vistiérase muy de priesa;
acompañada de damas—asomóse a una azotea.
El Maestre la conoce,—bajado le ha la cabeza;
la reina le hace mesura,—y las damas reverencia.
Con un paje que allí estaba—le envía a decir, ¿qué espera?
El Maestre le responde:—Amigo, decí a su Alteza
que si caballero moro—hubiere que lo merezca,
que por servir a las damas—me venga a echar de la Vega.—
Oídolo ha Barbarin,—que quiere tomar la empresa;
las damas lo están armando,—mirándolo está la reina.
Muy gallardo sale el moro,—caballero en una yegua,
por las calles donde iba—va diciendo:—¡Muera, muera!—
Cuando fué junto al Maestre,—de esta suerte le dijera:
  [p. 223] —Date por mi prisionero,—que a las damas y a la reina
 he dejado prometido—de llevarles tu cabeza.
 Si quieres ser mi captivo, les quitaré la promesa.—
 El Maestre le responde—con voz alta y muy modesta:
 —Cumple, a ser buen caballero,—si tú quieres, tal empresa.—
 Apártanse uno de otro—con diligencia y presteza,
 juegan muy bien de las lanzas,—arman muy buena pelea.
 El Maestre era más diestro,—al moro muy mal hiriera:
 el moro desesperado—las espaldas le volviera.
 El Maestre le da voces, diciendo:—¡Cobarde, espera,
 que te afrentarán las damas—si no cumples tu promesa!—
 Y viendo que se le iba,—a más correr le siguiera,
 enviándole con furia—la lanza por mensajera.
 Acertádole habia al moro,—el moro en tierra cayera;
 apeádose ha el Maestre,—y cortóle la cabeza.
 Con un paje se la envía—a la reina, que la espera,
 con un recaudo que dice:—Amigo, decí a la reina,
 que pues el moro no cumple—la palabra que le diera,
 que yo quedo en su lugar—para servir a su Alteza.
                                                           (T'inoneda, Rosa española.)

88

(ROMANCE FRONTERIZO.—XXV)

Romance del Maestre de Calatrava [1]

       ¡Ay Dios, qué buen caballero—el Maestre de Calatrava!
       ¡cuán bien que corre los moros—por la vega de Granada,
       desde la puerta de Elvira—hasta la de Bibarambla!
       Con su brazo arremangado—arrojara la su lanza.
       Aquesta injuria que hace—nadie osa demandalla;
       cada dia mata moros,—cada dia los mataba
       vega abajo, vega arriba,—¡oh, cómo los acosaba!
       hasta a lanzadas metellos—por las puertas de Granada.
       Tiénenle tan grande miedo—que nadie salir osaba,
       nunca huyó a ninguno,—a todos los esperaba;
       hasta que a espaldas vueltas—los hace entrar en Granada.
       El rey con grande temor—siempre encerrado se estaba,
       no osa salir de dia,—de noche bien se guardaba.
                                                     (Silva de 1550, t. II, fol. 74.)

[p. 224] 88

(ROMANCE FRONTERIZO.—XXVI)

(Al mismo asunto)

Del Maestre de Calatrava [1]

  ¡Ay Dios, qué buen caballero—el Maestre de Calatrava!
¡Oh cuán bien corre los moros—por la vega de Granada
con trescientos caballeros,—todos con cruz colorada,
desde la puerta del Pino—hasta la Sierra-Nevada!
Por esa puerta de Elvira—arrojara la su [2] lanza:
las puertas eran de hierro,—de banda a banda las pasa, [3]
que no hay un [4] moro tan fuerte—que a demandárselo salga.
Oídolo ha Albayaldos [5] —en sus tierras donde estaba;
arma fustas y galeras,—por la mar gran gente armaba, [6]
sáleselo a recebir—el roy Chico de Granada.
—Bien vengais vos, [7] Albayaldos,—buena sea vuestra llegada:
si venís a ganar sueldo,—daros he paga doblada,
y si venís por mujer,—dárosla he muy galana.
—Muchas gracias, el buen rey,—por merced tan señalada,
que no vengo por mujer,—que la mia me bastaba; [8]
mas sí porque [9] me dijeron,—allende el mar donde estaba,
que ese malo del Maestre—tiene cercada a Granada,
y por servirte, buen rey,—traigo [10] yo toda esta armada.
—La verdad, dijo el rey moro, [11] —la verdad te fué contada,
que no hay moro en esta tierra—que lo espere cara a cara,
sino fuere el buen Escado [12] —que era alcaide del Alhama;
y una vez que le saliera—¡caro le costó a Granada!
veinte mil hombres [13] llevó,—y ninguno no tornara;
[p. 225] él encima de una yegua [1] —muy herido [2] se escapaba.
—¡Oh mal hubiese Mahoma—allá do dicen que estaba,
cuando un fraiile capilludo [3] —arrojó en Granada lanza! [4]
Diésedesme tú, [5] buen rey,—la gente que buena estaba,
los ginetes de Jaen,—los peones de tu casa,
que ese malo del Maestre—yo te lo traeré a Granada. [6]
—Calles, calles, Albayaldos,—no digas la tal palabra,
dijo un moro, que el Maestre [7] —es muy fuerte en las batallas, [8]
y si él en campo te toma—haráte temblar la barba.—
Respondiérale [9] Albayaldos—una muy fea palabra:
—¡Si no fuera por el rey [10] —diérate una bofetada!
—Esa bofetada, moro,—fuérate muy bien vengada,
que tres hijos tengo alcaides—en el reino de Granada:
el uno tengo en Guadix—y el otro lo [11] tengo en Baza,
y el otro le tengo en Lorca, [12] —esa villa muy nombrada,
y a mí, porque era muy viejo,—entregáronme al Alhama; [13]
y porque veas, perro moro,—si te fuera bien vengada.— [14]
El buen rey los puso en paz, [15] —que ninguno más no habla
sino Albayaldos, que pide—licencia le sea dada,
porque con su sola gente—quiere cumplir su palabra.
El rey se la concedió:—mucha gente le acompaña.
Por los campos de Jaen—todo el ganado robaba,
muchas vacas, mucha oveja,—y el pastor que lo guardaba;
mucho cristiano mancebo—y mucha linda cristiana.
A la pasada de un rio,—junto a la orilla del agua [16]
[p. 226] soltádosele ha un pastor [1] —de los que presos llevaba. [2]
Por las puertas de Jaen—al Maestre voces daba:
—¿Dónde estás tú, el Maestre? [3] —¿Qué es de tu noble compaña?
Hoy pierdes toda tu gloria,—y Albayaldos se la gana.—
Oídolo ha el Maestre—en sus palacios do estaba.
—Calles, calles tú, el pastor,—no digas la tal palabra,
que si hoy pierdo mi gloria, [4] —mañana será ganada.
¡Al arma, mis caballeros,—todo hombre, sus, al arma!— [5]
Luego que en campo se vido, [6] —a los suyos esforzaba;
a la bajada de un valle—por cima de una asomada [7]
vió como iba Albayaldos.—El Maestre que los viera,
de esta suerte razonaba:—A ellos, mis caballeros,
que ninguno se nos vaya.—Pone [8] piernas al caballo
y aprieta muy bien su lanza;—al primero que encontró
en tierra muerto le echara.—Andando en esta refriega [9]
con Albayaldos topara:—con la fuerza del Maestre
Albayaldos se desmaya.—Cae [10] muerto del caballo,
y así su vida acabara. [11] —Los suyos cuando esto vieron,
cada cual a huir se daba.

                   (Códice del siglo XVI. En el Romancero de Durán.—Timoneda,
                    Rosa española.— Aquí comiençan seys romances: el primero es
                   de la mañana de Sant Juan, etc.—Pliego suelto del siglo XVI.)

88 b

(ROMANCE FRONTERIZO.—XXVII)

(Al mismo asunto)

  ¡Ay Dios, qué buen caballero—el Maestre de Calatrava!
¡Qué bien que corre los moros—por la vega de Granada,
dende la puerta de Quiros—hasta la Sierra-Nevada!
[p. 227] Trescientos comendadores,—todos de cruz colorada:
dende la puerta de Quiros—les va arrojando la lanza.
Las puertas eran de pino,—de banda a banda las pasa:
res moricos dejó muertos—de los buenos de Granada,
que el uno ha nombre Alanese,—el otro Agameser se llama,
el otro ha nombre Gonzalo,—hijo de la renegada.
Sabido lo ha Albayaldos—en un paso que guardaba.
                         (Siguense ocho romances viejos.—Pliego suelto del siglo XVI,

                                              En el Romancero de Durán.)

89

(ROMANCE FRONTERIZO.—XXVIII)

Romance de la muerte de Albayaldos

       ¡Santa Fe, cuán bien pareces—en los campos de Granada!
       que en ti están duques y condes,—muchos senores de salva,
       en ti estaba el buen Maestre—que dicen de Calatrava,
       éste a quien temen los moros,—esos moros de Granada,
       y aquese que las corria,—picándolos con su lanza,
       desde la puente de Pinos—hasta la Sierra-Nevada,
       y despues de bien corrida—da la vuelta por Granada.
       Hasta las puertas de Elvira—llegó a hincar su lanza;
       las puertas eran de pino,—de claro en claro las pasa.
       Sacábales los captivos—que estaban en la barbacana,
       tómales los bastimentos—que vienen para Granada.
       No tienen nigún moro—que a demandárselo salga,
       sino fuera un moro viejo—que Penatilar [1] se llama,
       que salió con dos mil moros,—y volvió huyendo a Granada.
       Sabido lo ha Albayaldos—allá allende do estaba,
       hiciera armar un navío,—pasara la mar salada.
       Sálenselo a recibir—esos moros de Granada,
       allí se lo aposentaban—en lo alto de la Alhambra.
       Íbaselo a ver el rey,—el rey Alijar de Granada:
       —Bien vengades, Albayaldos,—buena sea vuestra llegada.
       Si venís a ganar sueldo,—dároslo he de buena gana,
       y si venís por mujer,—dárseos ha mora lozana:
       de tres hijas que yo tengo,—dárseos ha la mas gallarda.
       —¡Mahoma te guarde, rey,—Alá sea la tu guarda!
       que no vengo a ganar sueldo,—que en mis tierras lo pagaba;
        [p. 228] ni vengo a tomar mujer,—porque yo casado estaba;
       mas una nueva es venida—de la cual a mí pesaba,
       que vos corria la tierra—el Maestre de Calatrava,
       y que sin ningún temor—hasta la ciudad llegaba,
       y que por la puerta de Elvira—atestaba la su lanza,
       y que nadie de vosotros—demandárselo osaba.
       A esto vengo yo, el rey,—a esto fué mi llegada,
       para prender al Maestre,—y traelle por la barba.—
       Allí habló luego un moro—que era alguacil de Granada:
        —Calles, calles, Albayaldos,—no digas la tal palabra,
       que si vieses al Maestre—temblar te hia la barba,—
       porque es muy buen caballero—y esforzado en la batalla.—
       Cuando lo oyó Albayaldos,—enojadamente habla:
       —Calles, calles, perro moro,—si no darte he una bofetada,
       porque yo soy caballero,—y cumpliré mi palabra.
       —Si me la das, Albayaldos,—serte ha bien demandada.—
       El rey desque vió esto—el guante en medio arrojara:
       —Calledes vos, alguacil,—no se os debe dar nada,
       que Albayaldos es mancebo;—no miró lo que hablaba.—
       Allí hablara Albayaldos,—al rey de esta suerte habla:
       —Dédesme vos dos mil moros,—los que a mí me agradaban,
       y a ese fraile capilludo—yo os le traeré por la barba.—
       Diérale el rey dos mil moros,—lo que él le señalara:
       todos los toma mancebos,—casado no le agradaba.
       Sabídolo ha el Maestre—allá en Santa Fe do estaba,
       salióselos a recibir—por aquella vega llana
       con quinientos comendadores,—que entonces más no alcanzaba.
       A los primeros encuentros—un comendador a pié anda;
       Avendaño habia por nombre,—Avendaño se llamaba.
       Punchándole anda Albayaldos—con la punta de la lanza,
       a grandes voces diciendo,—con su lanza ensangrentada:
       —Dáte, dáte, capilludo,—a la casa de Granada.
       —¡Ni por vos, el moro perro,—ni por la vuestra compaña!—
       Ellos en aquesto estando,—el Maestre que allegaba,
       a grandes voces diciendo:—¡Santiago! y ¡Calatrava!—
       Álzase en los estribos,—y la lanza le arrojaba;
       dióle por el corazon,—salido le había a la espalda.
       Como ovejas sin pastor—que andan descaminadas,
       ansí andaban los moros—desque Albayaldos faltara,
       que de dos mil y quinientos—-treinta solos escaparan,
       los cuales vuelven huyendo,—y se encierran en Granada.
       Bien lo ha visto el rey moro—de las torres donde estaba;
       si miedo tenia de antes,—mucho más allí cobrara.
                                                   (Silva de Rom. de 1550, t. II, f. 71.)

[p. 229] 90

(ROMANCE FRONTERIZO.—XXIX)

Romance del moro Alatar [1]

  De Granada parte el moro—que Alatar se llamaba,
primo hermano de Bayaldos, [2] —el que el Maestre matara,
caballero en un caballo—que de diez años pasaba:
tres cristianos se le curan,—y él mismo le da cebada.
Una lanza con dos hierros—que de treinta palmos pasa: [3]
hízola aposta el moro [4] —para bien señorealla;
una adarga ante sus pechos—toda muza y cotellada,
una toca en su cabeza—que nueve vueltas le daba:
los cabos eran de oro,—de oro y seda de Granada; [5]
lleva el brazo arremangado,—sola la mano alheñada.
Tan sañudo iba el moro,—que bien demuestra [6] su saña,
que mientras pasa la puente,—jamás a Darro mirara.
Rogando iba a Mahoma,—y Alá le [7] suplicaba,
le demuestre algun cristiano—en que sangriente [8] su lanza.
Camino va de Antequera,—parecia que volaba:
solo va sin compañía—con una furiosa saña.
Antes que llegue a Antequera,—vido una seña cristiana:
vuelve riendas al caballo—y para allá [9] le guiaba:
la lanza iba blandiendo,—parecia que la quebraba.
Sáleselo [10] a recebir—el Maestre de Calatrava,
caballero en una yegua—que ese dia la ganara,
con esfuerzo y valentía—a ese alcaide del Alhama;
armado de todas armas,—hermoso se devisaba;
una veleta traia—en una lanza acerada.
[p. 230] Arremete el uno al otro,—el moro gran grito daba:
—¡Por Alá, perro cristiano,—te prenderé por la barba!
Y el Maestre entre sí mesmo—a Jesús se encomendaba.
Ya andaba cansado el moro,—su caballo ya cansaba;
el Maestre, que es valiente,—muy gran esfuerzo tomara.
Acometió recio al moro,—la cabeza le cortara;
el caballo, que era bueno,—al rey se lo presentara,
la cabeza en el arzon,—porque supiese la causa.

                               (Silva de 1550, t. II, fol. 74.—Timoneda, Rosa española.—
                               
Aquí comiençan seys romances: el primero es de la mañana
                                de sant Juan, etc.—Pliego suelto del siglo XVI.) [1]

91

(ROMANCE FRONTERIZO.—XXX)

Romance de cómo fué preso el rey Chiquito de Granada, y despues rescatado [2]

  Junto al vado de Genil,—por un camino seguido
viene un moro de a caballo,—de polvo y sangre teñido,
corriendo a todo correr—como el que viene huido.
Llegado junto a Granada,—da gran grito y alarido,
publicando malas nuevas—de un caso que ha acontecido;
—Que se perdió el rey Chiquito—y los que con él han ido,
y que no escapó ninguno,—preso, muerto o mal herido;
que de cuantos allí fueron—yo solo me he guarecido,
a traer nueva tan triste—del gran mal que ha sucedido.
Los que a vuestro [3] rey vencieron—sabed, si no habeis sabido,
que fué aquel Diego Hernandez,—de Córdoba es su apellido,
alcaide de los donceles,—hombre sabio y atrevido,
y aquel gran conde de Cabra—que en su ayuda ha venido,
[p. 231] y este venció la batalla—y aquel trance tan reñido;
y otro, Lope de Mendoza,—que de Cabra habia salido,
que andaba entre los peones—como un leon atrevido. [1]
Y sabed que el rey no es muerto,—mas que está en prisión metido, [2]
que le vide ir en traílla—con acto muy abatido,
y llevábanlo [3] a Lucena,—junto adonde fué vencido.—
Lloraba toda Granada—con grande llanto y gemido;
lloraban mozos y viejos—con algazara y ruido;
lloraban todas las moras—un llanto muy dolorido;
mesan sus cabellos negros, [4] —desgarrando sus vestidos;
arañadas blancas caras—y sus rostros tan lucidos:
unas por padres y hijos, [5] —otras hermano o marido;
lloran tanto caballero—como allá se hubo perdido;
lloraban por su buen rey,—tan amado y tan querido.
Queréllanse de Mahoma, [6] —que ansi ha desfavorecido
a su ejército y su rey,—que fuese asi destruido,
prometiendo todas sus joyas, [7] —para que sea redimido,
sus ajorcas y tejillos,—atutes de oro subido,
y con estas y otras cosas, [8] —dar su rescate cumplido.

                     (Canc. de Rom., ed. de Medina, 1570.—Timoneda, Rosa española.)

92

(ROMANCE FRONTERIZO.—XXXI)

Llegan nuevas a Granada de que el ejército cristiano se aproxima para sitiarla

  Mensajeros le han entrado—al rey Chico de Granada;
entran por la puerta Elvira—y paran en el Alhambra.
Ese que primero llega—Mahomad Cegrí se llama;
herido viene en el brazo—de una muy mala lanzada;
[p. 232] y así como ante él llegó,—de esta manera le habla,
con el rostro demudado,—de color muy fria y blanca:
—Nuevas te traigo, señor,—y una muy mala embajada:
por ese fresco Genil—mucha gente viene armada,
sus banderas traen tendidas,—puestos a son de batalla,
un estandarte dorado—en el cual viene bordada
una muy hermosa cruz,—que más relumbra que plata,
y un Cristo crucificado—traía por cada banda.
General de aquella gente—el rey Fernando se llama;
todos hacen juramento—en la imagen figurada,
de no salir de la vega—hasta ganar a Granada;
y con esa gente viene—una reina muy preciada,
llamada doña Isabel,—de grande nobleza y fama.
Veisme aquí, que herido vengo—agora de una batalla,
que entre cristianos y moros—en la vega fué trabada:
treinta Cegríes quedan muertos,—pasados por el espada
de cristianos Bencerrajes—con braveza no pensada,
con otros acompañados—de la cristian mesnada.
Hicieron aqueste estrago—en la vega de Granada:
perdóname por Dios, rey,—que no puedo hablar palabra,
que me siento desmayado—de la sangre que me falta.—
Estas palabras diciendo,—el Cegrí allí se desmaya:
de esto quedó triste el rey,—y no pudo hablar palabra.
Quitaron de allí al Cegrí,—y lleváronle a su casa.

                     (Pérez de Hita, Historia de los bandos de Cegríes, etc.)

92 a

(ROMANCE FRONTERIZO.—XXXII)

(Al mismo asunto)

       Al rey Chico de Granada—mensajeros le han entrado;
       entran por la puerta Elvira,—y en el Alhambra han parado.
       Ese que primero llega—es ese Cegri nombrado,
       con una marlota negra,—señal de lato mostrando.
       Las rodillas por el suelo,—de esta manera ha hablado:
       —Nuevas te traigo, señor,—de dolor en sumo grado:
       por este fresco Genil—un campo viene marchando,
       todo de lucida gente;—las armas van relumbrando.
       Las banderas traen tendidas,—y un estandarte dorado.
       El general de esta gente—se llama el rey don Fernando;
       en el estandarte traen—un Cristo crucificado.
        [p. 233] Todos hacen juramento—morir por el Figurado,
       y no salir de la vega,—ni atras volver un paso
       hasta ganar a Granada—y tenerla a su mandado.
       Y tambien viene la reina,—mujer del rey don Fernando,
       la cual tiene tanto esfuerzo,—que anima a cualquier soldado.
       Yo vengo herido, buen rey,—un brazo traigo pasado,
       y un escuadron de tus moros—ha sido desbaratado;
       todo el campo de Alhendin—queda roto y saqueado.—
       Estas palabras diciendo,—cayó el Cegrí desmayado:
       mucho lo sintió el rey moro;—del gran dolor ha llorado.
       Quitáron de allí al Cegrí—y a su casa lo llevaron.

                                      (Pérez de Hita , Historia de los bandos de Cegríes, etc.)

       93

(ROMANCE FRONTERIZO.—XXXIII)

(De Garcilaso de la Vega) [1]

  Cercada está Santa Fe—con mucho lienzo encerado,
al derredor muchas tiendas—de seda, oro y brocado,
donde están duques y condes,—señores de grande estado,
y otros muchos capitanes—que lleva el rey don Fernando,
todos de valor crecido,—como ya habreis notado
en la guerra que se ha hecho—contra el granadino estado;
cuando a las nueve del dia—un moro se ha demostrado
encima un caballo negro—de blancas manchas manchado,
cortados ambos hocicos,—porque lo tiene enseñado
el moro que con sus dientes—despedace a los cristianos.
El moro viene vestido—de blanco, azul y encarnado,
y debajo esta librea—trae un muy fuerte jaco,
y una lanza con dos hierros—de acero muy bien templado,
y una adarga hecha en Fez—de un ante rico estimado.
Aqueste perro, con befa,—en la cola del caballo,
la sagrada Ave María—llevaba, haciendo escarnio.
Llegando junto a las tiendas,—de esta manera ha hablado:
—¿Cuál será aquel caballero—que sea tan esforzado
que quiera hacer conmigo—batalla en aqueste campo?
Salga uno, salgan dos,—salgan tres o salgan cuatro:
el alcaide de los donceles—salga, que es hombre afamado;
[p. 234] salga ese conde de Cabra,—en guerra experimentado;
salga Gonzalo Fernandez,—que es de Córdoba nombrado,
o si no, Martin Galindo,—que es valeroso soldado;
salga ese Portocarrero,—señor de Palma nombrado,
o el bravo don Manuel—Ponce de Leon llamado,
aquel que sacara el guante—que por industria fué echado
donde estaban los leones,—y él le sacó muy osado; [1]
y si no salen aquestos,—salga el mismo rey Fernando,
que yo le daré a entender—si soy de valor sobrado.—
Los caballeros del rey—todos le están escuchando:
cada uno pretendia—salir con el moro al campo.
Garcilaso estaba allí,—mozo gallardo, esforzado;
licencia le pide al rey—para salir al pagano.
—Garcilaso, sois muy mozo—para emprender este caso;
otros hay en el real—para poder encargarlo.—
Garcilaso se despide—muy confuso y enojado,
por no tener la licencia—que al rey habia demandado.
Pero muy secretamente—Garcilaso se habia armado,
y en un caballo morcillo—salido se había al campo.
Nadie le ha conocido,—porque sale disfrazado;
fuése donde estaba el moro,—y de esta suerte le ha hablado:
—¡Ahora verás, el moro,—si tiene el rey don Fernando
caballeros valerosos—que salgan contigo al campo!
Yo soy el menor de todos,—y vengo por su mandado.—
El moro cuando le vió—en poco le habia estimado,
y díjole de esta suerte:—Yo no estoy acostumbrado
a hacer batalla campal—sino con hombres barbados:
vuélvete, rapaz, le dice,—y venga el mas estimado.—
Garcilaso con enojo—puso piernas al caballo;
arremetió para el moro,—y un gran encuentro le ha dado.
El moro que aquesto vió,—revuelve así como un rayo:
comienzan la escaramuza—con un furor muy sobrado.
Garcilaso, aunque era mozo,—mostraba valor sobrado;
dióle al moro una lanzada—por debajo del sobaco:
el moro cayera muerto,—tendido le habia en el campo.
Garcilaso con presteza—del caballo se ha apeado:
cortárale la cabeza—y en el arzon la ha colgado:
quitó el Ave-María—de la cola del caballo:
hincado de ambas rodillas,—con devoción la ha besado,
y en la punta de su lanza—por bandera la ha colgado.
Subió en su caballo luego,—y el del moro habia tomado.
Cargado de estos despojos,—al real se habia tornado,
do estaban todos los grandes,—tambien el rey don Fernando.
[p. 235] Todos tienen a grandeza—aquel hecho señalado;
tambien el rey y la reina—mucho se.han maravillado
en ser Garcilaso mozo—y haber hecho un tan gran caso;
Garcilaso de la Vega—desde alli se ha intitulado,
porque en la Vega hiciera—campo con aquel pagano.

                         (Pérez de Hita, Historia de los bandos de Cegríes, etc. Donde
                          este romance está llamado antiguo.)

94

(ROMANCE FRONTERIZO.—XXXIV)

(De D. Manuel Ponce de León) [1]

  —¿Cuál será aquel caballero—de los mios más preciado,
que me traiga la cabeza—de aquel moro señalado
que delante de mis ojos—a cuatro ha lanceado,
pues que las cabezas trae—en el pretal del caballo?—
Oídolo ha don Manuel,—que andaba allí paseando,
que de unas viejas heridas—no estaba del todo sano.
Apriesa pide las armas,—y en un punto fué armado,
y por delante el corredor—va arremetiendo el caballo.
Con la gran fuerza que puso,—la sangre le ha reventado:
gran lástima le han las damas—de velle que va tan flaco.
Ruéganle todos que vuelva;—mas él no quiere aceptarlo.
Derecho va para el moro,—que está en la plaza parado.
El moro desque lo vido,—de esta manera ha hablado:
—Bien sé yo, don Manuel,—que vienes determinado,
y es la causa conocerme—por las nuevas que te han dado;
mas, porque logres tus dias,—vuélvete y deja el caballo,
que soy yo el moro Muza,—ese moro tan nombrado:
soy de los Almoradíes,—de quien el Cid ha temblado.
[p. 236] —Yo te lo agradezco, moro,—que de mí tengas cuidado,
que pues las damas me envían,—no volveré sin recaudo.—
Y sin hablar más razones,—entrambos se han apartado,
y a los primeros encuentros—el moro deja el caballo,
y puso mano a un alfanje,—como valiente soldado.
Fuése para don Manuel,—que ya le estaba aguardando;
mas don Manuel, como diestro,—la lanza le habia terciado.
Vara y media queda fuera,—que le queda blandeando,
y desque muerto lo vido,—apeóse del caballo.
Cortádole ha la cabeza,—y en la lanza la ha hincado,
y por delante las damas—al buen rey la ha presentado.

                                   (Romance de D. Manuel, glosado por Padilla.—Pliego suelto
                                    del siglo XVI en el Romancero general del Sr. Durán.)

95

(ROMANCE FRONTERIZO.—XXXV)

Romance de don Alonso de Aguilar

  Estando el rey don Fernando—en conquista de Granada
con valientes capitanes—de la nobleza de España:
armados estaban todos—de ricas y fuertes armas. [1]
El rey los llama [2] en su tienda—un lunes por la mañana.
Desque los tuviera juntos,—de esta manera les habla:
—¿Cuál será aquel caballero—que, por ensalzar su fama,
mostrando su gran esfuerzo—sube a la sierra mañana?— [3]
Unos a otros se miran,—el sí ninguno le daba,
que la ida es peligrosa,—mucho más en la tornada; [4]
con el temor que tienen—a todos tiembla la barba.
Levantóse don Alonso—que de Aguilar se llamaba.
—Yo subiré allá, buen rey, [5] —desde [6] ahora lo aceptaba;
tal empresa como aquesa—para mí estaba guardada.
Quiero morir o vencer—aquesa gente pagana:
que si Dios me da salud [7] —la injuria será vengada.—
Armóse luego ante el rey—de las sus armas preciadas;
saltó sobre un gran caballo,—y su escudo embrazara;
[p. 237] gruesa lanza con dos hierros—en la su mano llevaba.
Valiente va don Alonso,—su esfuerzo gran temor daba;
van con él sus caballeros,—toda su noble compaña. [1]
Entre moros y cristianos—se traba [2] cruel batalla:
los moros, como son muchos,—a los cristianos maltratan.
Huyendo van los cristianos,—huyendo por una playa.
Esfuérzalos don Alonso—diciendo tales palabras:
—¡Vuelta, vuelta, caballeros,—vuelta, vuelta a la batalla!
que aunque ellos eran muchos, [3] —cobarde es el que desmaya.
Acordaos del gran esfuerzo—de la gente castellana.
Mejor es aquí morir—ejercitando las armas,
que no vivir con deshonra—con vida tan aviltada:
que muriendo viviremos,—pues vivirá nuestra fama,
que la vida presto muere,—la honra mucho duraba.—
Con estas palabras todos—muy gran esfuerzo tomaban; [4]
murieron [5] como valientes,—ninguno con vida escapa.
Solo queda don Alonso,—el cual, blandiendo su lanza,
se mete [6] entre los moros—con crecida y grande [7] saña;
a muchos quita la vida;—a otros muy mal los llaga.
En torno lo cercan moros—con grita y gran algazara.
Tantos moros tiene muertos,—que sus cuerpos lo amparaban.
Cércanlo de todas partes,—muy malamente [8] lo llagan;
siete lanzadas tenia,—todas el cuerpo le pasan.
Muerto yace don Alonso,—su sangre la tierra baña.
Llorando está, llorando—una captiva cristiana
que cuando niño pequeño—a sus pechos le criara.
Estaba cerca del cuerpo [9] —arañando la su cara;
tanto llora la captiva,—que de llorar se desmaya,
y despues de vuelta en sí—con don Alonso se abraza,
besaba el cuerpo defunto,—en lágrimas lo bañaba,
torcia sus blancas manos,—los ojos al cielo alzaba,
los gritos que estaba dando—junto a los cielos llegaban,
las lástimas que decia—los corazones traspasan:
—¡Don Alonso, don Alonso!—¡Dios perdone la tu alma!
que te mataron los moros,—los moros del Alpujarra:
no se tiene por buen moro—quien no te daba lanzada.
[p. 238] Lloren todos como yo,—lloren tu muerte temprana,
llórete el rey don Fernando,—tu vida poco lograda,
llore Aguilar y Montilla—tal señor como le matan,
lloren todos los cristianos—pérdida tan lastimada; [1]
llore ese Gran Capitán—pérdida tan señalada,
que muerte de tal hermano—razon es, la gima y plaña:
que tu esfuerzo tan Crecido—esta muerte te causara.
Dechado tomen los buenos—para tomar noble fama,
pues murió como valiente,—y no en regalos de damas; [2]
murió como caballero,—matando gente pagana.—
Y estas palabras diciendo,—otra vez se traspasaba.
Llegó allí un moro viejo,—la barba crecida y cana.
—No quiera Alá, dijo a voces, [3] —a ti [4] más ofensa se haga.—
Echó mano a un alfanje,—la cabeza le cortara;
tomóla por los cabellos,—para su rey la llevaba,
diciendo:—Tal caballero—esforzado y de tal fama,
no es justo siendo muerto,—que tal [5] baldon se le haga.—
El rey moro que lo vido,—gran pesar de ello cobrara;
el cuerpo manda [6] traer—de allí donde muerto estaba.
Enviólo al rey don Fernando,—y la cabeza cortada;
el rey hubo gran placer—en que muerto le cobraba,
que puesto que [7] alli muriera,—su fama siempre volaba.

                               (I. Nueva glosa fundada sobre aquel antiguo y verdadero
                               romance de: «Alora la bien cercada», etc.—Pliego suelto del
                               siglo XVI.—2. Romance de D. Alonso de Aguilar, etc.—Pliego
                               suelto del siglo XVI.)

95 a

(ROMANCE FRONTERIZO.—XXXVI)

(Al mismo asunto)

  Estando el rey don Fernando—en conquista de Granada,
donde están duques y condes—y otros señores de salva,
con valientes capitanes—de la nobleza de España,
desque la hubo ganado, a sus capitanes llama.
Cuando los tuviera juntos,—de esta manera les habla:
[p. 239] —¿Cuál de vosotros, amigos,—irá a la sierra mañana
a poner el mi pendon—encima del Alpujarra?—
Mirábanse unos a otros,—y ninguno el sí le daba,
que la ida es peligrosa—y dudosa la tornada,
y con el temor que tienen,—a todos tiembla la barba,
si no fuera a don Alonso—que de Aguilar se llamaba.
Levantóse en pié ante el rey;—de esta manera le habla;
—Aquesta empresa, señor,—para mi estaba guardada,
que mi señora la reina—ya me la tiene mandada.—
Alegróse mucho el rey—por la oferta que le daba.
Aun no era amanecido—con Alonso ya cabalga
con quinientos de a caballo,—y mil infantes llevaba.
Comienza a subir la sierra—que llamaban la Nevada.
Los moros que lo supieron—ordenaron gran batalla,
y entre ramblas y mil cuestas—se pusieron en parada.
La batalla se comienza—muy cruel y ensangrentada;
porque los moros son muchos,—tienen la cuesta ganada:
aquí la caballería—no podia hacer nada,
y ansí con grandes peñascos—fué en un punto destrozada.
Los que escaparon de aquí—vuelven huyendo a Granada
Don Alonso y sus infantes—subieron a una llanada;
aunque quedan muchos muertos—en una rambla y cañada,
tantos cargan de los moros,—que a los cristianos mataban.
Solo queda don Alonso,—su compaña es acabada:
pelea como un leon,—mas su esfuerzo vale nada,
porque los moros son muchos—y ningun vagar le daban.
En mil partes ya herido,—no puede mover la espada;
de la sangre que ha perdido—don Alonso se desmaya.
Al fin cayó muerto en tierra,—a Dios rindiendo su alma:
no se tiene por buen moro—el que no le da lanzada.
Lleváronle a un lugar—que es Ojicar la nombrada;
alli le vienen a ver—como a cosa señalada.
Miranle moros y moras,—de su muerte se holgaban.
Llorábale una cautiva,—una cautiva cristiana,
que de chiquito en la cuna—a sus pechos le criara.
A las palabras que dice,—cualquiera mora lloraba:
—Don Alonso, don Alonso,—Dios perdone la tu alma,
que te mataron los moros,—los moros de la Alpujarra.

                         (Pérez de Hita, Historia de los bandos de Cegríes, etc.) [1]

[p. 240] 96

(ROMANCE FRONTERIZO.—XXXVII)

Romance de Sayavedra

  ¡Rio-Verde, Río-Verde,—más negro vas que la tinta!
entre tí y Sierra-Bermeja—murió gran caballería.
Mataron a Ordiales,—Sayavedra huyendo iba;
con el temor de los moros—entre un jaral se metia.
Tres dias ha, con sus noches,—que bocado no comia;
aquejábale la sed—y la hambre que tenia.
Por buscar algun remedio—al camino se salia:
visto lo habian los moros—que andan por la Serranía.
Los moros desque lo vieron,—luego para él se venian.
Unos dicen:—¡Muera, muera!—otros dicen:—¡Viva, viva!
Tómanle entre todos ellos;—bien acompañado iba.
Allá le van a presentar [1] —al rey de la morería.
Desque el rey moro lo vido—bien oiréis lo que decia:
—¿Quién es ese caballero—que ha escapado con la vida?
—Sayavedra es, señor,—Sayavedra el de Sevilla,
el que mataba tus moros—y tu gente destruia,
el que hacia cabalgadas—y se encerraba en su manida.—
Allí hablara el rey moro,—bien oiréis lo que decia: [2]
—Dígasme tú, Sayavedra,—si Alá te alargue la vida,
si en tu tierra me tuvieses,—¿qué honra tú me harias?—
Allí habló Sayavedra,—de esta suerte le decia:
—Yo te lo diré, señor,—nada no te mentiria:
si cristiano te tornases,—grande honra te haria;
y si así no lo hicieses,—muy bien te castigaria:
la cabeza de los hombros—luego te la cortaria.
—Calles, calles, Sayavedra,—cese tu malenconia;
tórnate moro si quieres,—y verás qué te daria.
Darte he villas y castillos,—y joyas de gran valía.—
[p. 241] Gran pesar ha Sayavedra—de esto que decir oia. [1]
Con una voz rigurosa,—de esta suerte respondia:
—Muera, muera, Sayavedra;—la fe no renegaria,
que mientras vida tuviere,—la fe yo defenderia.—
Allí hablara el rey moro,—y de esta suerte decia:
—Prendeldo, mis caballeros,—y dél me haced justicia.—
Echó mano a su espada,—de todos se defendia;
mas como era uno solo,—allí hizo fin su vida.
                    (Canc. de Rom., s . a., fol. 174.— Canc. de Rom., 1550 , fol. 182.
                     Silva de 1550, tomo I, fol. 97.)

96 a

(ROMANCE FRONTERIZO.—XXXVIII)

(Al mismo asunto)

  ¡Rio-Verde, Rio-Verde!—tinto vas en sangre viva;
entre tí y Sierra-Bermeja—murió gran caballería.
Murieron duques y condes,—señores de gran valía;
allí murió Urdiales,—hombre de valor y estima.
Huyendo va Sayavedra—por una ladera arriba;
tras dél iba un renegado,—que muy bien lo conocia.
Con algazara muy grande,—de esta manera decia:
—Date, date, Sayavedra—que muy bien te conocia:
bien te vide jugar cañas—en la plaza de Sevilla,
y bien conocí tus padres—y a tu mujer doña Elvira.
Siete años fuí tu cautivo,—y me diste mala vida;
ahora lo serás mio,—o me ha de costar la vida.—
Sayavedra que lo oyera,—como un leon revolvía;
tiróle el moro un cuadrillo,—y por alto hizo via.
Sayavedra con su espada—duramente lo heria:
cayó muerto el renegado—de aquella grande herida;
Cercaron a Sayavedra—mas de mil moros que habia;
hiciéronle mil pedazos—con saña que dél tenian.
Don Alonso en este tiempo—muy gran batalla hacia:
el caballo le habian muerto,—por muralla le tenia,
y arrimado a un gran peñon—con valor se defendia.
Muchos moros tiene muertos;—mas muy poco le valia,
porque sobre él cargan muchos—y le dan grandes heridas,
tantas, que allí cayó muerto—entre la gente enemiga.
[p. 242] Tambien el conde de Ureña,—mal herido en demasia,
se sale de la batalla,—llevado por una guia
que sabia bien la senda,—que de la sierra salia;
muchos moros deja muertos,—por su grande valentía.
Tambien algunos se escapan—que al buen conde le seguian.
Don Alonso quedó muerto,—recobrando nueva vida
con una fama inmortal—de su esfuerzo y su valía.
                                (Pérez de Hita, Historia de los bandos de Cegríes, etc.)

96 b

(ROMANCE FRONTERIZO.—XXXIX)

(Al mismo asunto) [1]

  —Rio-Verde, Rio-Verde!—¡cuánto cuerpo en ti se baña
de cristianos y de moros—muertos por la dura espada!
Y tus ondas cristalinas—de roja sangre se esmaltan;
entre moros y cristianos—se trabó muy gran batalla.
Murieron duques y condes,—grandes señores de salva,
murió gente de valía—de la nobleza de España.
En ti murió don Alonso,—que de Aguilar se llamaba;
el valeroso Urdiales—con don Alonso acababa.
Por una ladera arriba—el buen Sayavedra marcha:
natural es de Sevilla,—de la gente mas granada;
tras dél iba un renegado,—de esta manera le habla:
—Date, date Sayavedra,—no huigas de la batalla;
yo te conozco muy bien;—gran tiempo estuve en tu casa,
y en la plaza de Sevilla—bien te vide jugar cañas;
conozco tu padre y madre—y a tu mujer doña Clara.
Siete años fuí tu cautivo;—malamente me tratabas,
y ahora lo serás mio,—si Mahoma me ayudara,
y tan bien te trataré—como tú a mí me tratabas.—
Sayavedra, que lo oyera,—al moro volvió la cara.
Tiróle el moro una flecha,—pero nunca le acertara;
mas hirióle Sayavedra—de una herida muy mala.
Muerto cayó el renegado,—sin poder hablar palabra.
  [p. 243] Sayavedra fué cercado—de mucha mora canalla,
 y al cabo quedó allí muerto—de una muy mala lanzada.
 Don Alonso en este tiempo—bravamente peleaba;
 el caballo le habian muerto,—y lo tiene por muralla;
 mas cargan tantos de moros,—que mal lo hieren y tratan;
 de la sangre que perdia,—don Alonso se desmaya:
 al fin, al fin, cayó muerto—al pié de una peña alta.
 También el conde de Ureña,—mal herido, se escapaba,
 guiábalo un adalid,—que sabe bien las entradas.
 Muchos salen tras el conde,—que le siguen las pisadas:
 muerto queda don Alonso,—eterna fama ganara.
                             (Pérez de Hita, Historia. de los bandos de Cegríes, etc.)

97

(ROMANCE FRONTERIZO.—XL)

(La toma de Galera)

       Mastredajes, marineros—de Huéscar y otro lugar
       han armado una galera—que no la hay tal en la mar.
       no tiene velas ni remos,—y navega, y hace mal,
       el castillo de la popa—tiene muy bien que mirar.
       La carena es una peña—muy fuerte para espantar;
       ¡quien pudo galafatarla,—bien sabe galafatar!
       No lleva estopa ni brea,—y el agua no puede entrar,
       sino por escotillon,—hecho a costa principal.
       Marinero que la rige—sarracino es natural,
       criado acá en nuestra España—por su mal y nuestro mal:
       Abenhozmin ha por nombre,—y es hombre de gran caudal.
        Confiado en su Galera,—va diciendo este cantar:
       «¡Galera, la mi Galera,—Dios te me guarde de mal,
       de los peligros del mundo,—y del principe don Juan,
       y de su gente española,—que te viene a conquistar!
       Si de este golfo me saca—delante pienso pasar
       a la vuelta de Toledo,—Madrid y el Escorial:
       El Pardo y Aranjuez—los presumo visitar,
       y llegar a las Asturias,—do otra vez pudo llegar
       Abenhozmin mi pasado,—que vino de allende el mar,
       y poseyó las Españas—casi mil años, o mas.»
       Estas palabras diciendo,—la galera fué a encallar;
       no puede ir adelante,—ni puede volver atras.
       Cristianos la rodearon—para haberla de tomar;
       toda es gente belicosa,—con ellos el gran don Juan.
        [p. 244] Comienzan de combatirla—y ella quiere pelear
       sin darse a ningun partido—antes quiere alli acabar.
       Fuertemente la combate—el de Austria sin la dejar;
       con cañones reforzados—comienza a cañonear.
       Poco vale combatirla,—que es fuerte para espantar,
       hasta que la arrojan dentro—pólvora, fuego, alquitran,
       con que la dan cruda guerra—y al fin la hacen volar:
       así acabó esta galera—sin poder mas navegar.

(Pérez de Hita, Guerras civiles, etc., 2.ª- parte.) [1]

[p. 245] SECCIÓN DE ROMANCES
SOBRE LA HISTORIA PARTICULAR DE LOS REINOS
DE NAVARRA, ARAGÓN Y NÁPOLES

98

Del rey don Juan, que perdió a Navarra

Los aires andan contrarios, [1] —el sol eclipse hacia,
la luna perdió su lumbre,—el norte no parecia,
cuando el triste rey don Juan—en la su cama yacia, [2]
cercado de pensamientos,—que valer no se podia.
—¡Recuerda, buen rey, recuerda,—llorarás tu mancebía!
¡Cierto no debe [3] dormir—el que sin dicha nacia!
—¿Quién eres tú, la doncella?—dímelo por cortesía. [4]
—A mí me llaman Fortuna,—que busco tu compañía.
—¡Fortuna, cuánto me sigues,—por la gran desdicha mia,
apartado de los mios,—de los que yo más queria!
¿Qué es de ti, mi nuevo amor, [5] —qué es de ti, triste hija mia? [6]
que en verdad hija tú tienes,—Estella, por nombradía.
¿Qué es de tí, Olito y Tafalla?-¿que es de mi genealogía?
¡Y ese castillo de Maya—que el duque [7] me lo tenia!
Pero [8] si el rey [9] no me ayuda,—la vida me costaria. [10]

(Pliego suelto del siglo XVI (al ejemplar de que nos hemos aprovechado ha faltado la portada;—véase su descripción en la obra de F. Wolf, Ueber eine Sammlung span. Rom. in fliegenden Blättern auf Universitäts-Bibliothek zu Prag.: pág. 11, No. XLIV).—Aqui comiençan seys romances. El primero del rey don Pedro, etc. Pliego suelto s. l. ni a. del siglo XVI.) [11]

[p. 246] 99

Romance del rey Ramiro (de Aragon) [1]

  Ya se asienta el rey Ramiro,—ya se asienta a sus yantares;
los tres de sus adalides—se le pararon delante;
al uno llaman Armiño,—al otro llaman Galvan,
al otro Tello, lucero—que los adalides trae.
—Manténgaos Dios, señor,—adalides, bien vengades:
¿qué nuevas me traedes [2] —del campo de Palomares?
—Buenas las traemos, señor,—pues que venimos acá:
siete dias anduvimos—que nunca comimos pan,
ni los caballos cebada,—de lo que nos pesa mas;
ni entramos en poblado,—ni vimos con quien hablar,
sino siete cazadores—que andaban a cazar.
Que nos pesó o [3] nos plugo,—hubimos de pelear:
los cuatro de ellos matamos,—los tres traemos acá,
y si lo creeis, buen rey,—si no, ellos lo dirán.—

                         (Can. de Rom., s. a., fol. 232.—Can. de Rom., 1550, fol. 246.—
                          Silva de 1550, t. I, 155.)

[p. 247] 100

De la reina María de Aragon [1]

  Retraida estaba la reina,—la muy casta doña María,
mujer de Alfonso el Magno,—fija del rey de Castilla,
en el templo de Diana,—do sacrificio fasia.
Vestida estaba de blanco,—un parche de oro ceñia,
collar de jarras [2] al cuello—con un grifo que pendia,
Pater noster en sus manos,—corona de palmaría.
Acabada su oracion,—como quien planto fasia,
mucho mas triste que leda,—suspirando así desia:
—Maldigo la mi fortuna,—que tanto me perseguia,
para ser tan mal fadada—¡muriera cuando nascia!
¡Y muriera una vegada—y non tantas cada dia!
¡Oh, muriera en aquel punto—que de mí se despedia
mi marido y mi señor—para ir en Berbería!
Ya tocaban trompetas,—la gente se recogia;
todos daban mucha priesa—contra mí a la porfía:
quien izaba, quien bogaba,—quien entraba, quien salia;
quien las áncoras levaba,—quien mis entrañas rompía;
quien próises desataba,—quien mi corazon fería;
el terramote era tan grande,—que por cierto parescia
que la máquina del mundo—del todo se desfasia.
¿Quién sufrió nunca dolor—cuál entonces yo sufria?
Cuando mi cunta flota—y el estol vela fasia,
yo quedé desamparada—como vida [3] dolorida;
mis sentidos todos muertos,—cuasi el alma me salia;
buscando todos remedios,—ninguno no me valia,
pediendo la muerte quejosa—y menos me obedescia.
Dije con lengua rabiosa,—con dolor que me aflegia:
—«¡Oh maldita seas Italia,—causa de la pena mia!
¿Qué te fise, reina Juana,—que rubaste mi alegría,
y tomásteme por fijo—un marido que tenia?
Feciste perder el fruto—que de mi flor atendia;
¡oh madre desconsolada—que fija tal parido habia!
Y dióme por marido un César—que en todo el mundo no cabia:
animoso de coraje,—muy sabio con valentía,
non nasció por ser regido,—mas por regir a quien regia.
[p. 248] La fortuna invidiosa—que yo tanto bien tenia,
ofrescióle cosas altas—que magnánimo seguia,
plasientes a su deseo—con fechos de nombradía,
y dióle luego nueva empresa—del realme de Secilia.
Siguiendo el planeta Mars,—dios de la caballería,
dejó sus reinos y tierras,—las ajenas conqueria;
dejó a mí, ¡desventurada!—años veinte y dos habia,
dando leyes en Italia,—mandando a quien mas podia;
sojusgando con su poder—a quienes menos lo temia,
en Africa y en Italia—dos reyes vencido había.»

                              (Cancionero de Lope de Stúñiga, hecho en 1448, manuscrito,
                              de donde han sacado y publicado por primera vez este
                               romance los señores Gayangos y Vedia en las adiciones a
                               su traducción de la Historia de la literatura española del señor
                               Ticknor. Tomo I, pág. 509 y 510.) [1]

101

Romance del rey de Aragon [2]

  Miraba de Campo-Viejo—el rey de Aragon un dia,
miraba la mar de España—cómo menguaba y crecia;
miraba naos y galeras,—unas van y otras venian:
unas venian de armada,—otras de mercadería;
unas van la via de Flandes,—otras la de Lombardía.
Esas que vienen de guerra—¡oh cuán bien le parecian! [3]
Miraba la gran cindad—que Nápoles se decia;
miraba los tres castillos—que la gran ciudad tenia:
Castel Novo y Capuana, [4] —Santelmo, que relucia,
aqueste relumbra entre ellos—como el sol de mediodia.
Lloraba de los sus ojos,—de la su boca decia:
—¡Oh ciudad, cuánto me cuestas—por la gran desdicha mia!
[p. 249] cuéstasme duques y condes,—hombres de muy gran valía; [1]
cuéstasme un tal hermano, [2] —que por hijo [3] le tenia;
de esotra gente menuda [4] —cuento ni par no tenia;
cuéstasme veinte y dos años,—los mejores de mi vida;
que en ti me nacieron barbas,—y en ti las encanecía.

                              (Silva de 1550. t. II, fol. 78. —Floresta de var. rom.— Glosa
                               agora nuevamente compuesta a un romance muy antiguo
                               que comiença: «quan traydor eres Marquillos»: con otra glosa
                               al romance de: «Miraua de campo viejo», etc.—Pliego suelto
                               del siglo XVI.)

101 a

(Al mismo asunto)

  Miraba de Campo-Viejo—el rey de Aragon un dia,
miraba la mar de España—cómo menguaba y crecia;
mira naos y galeras,—unas van y otras venian:
unas cargadas de sedas,—y otras de ropas finas,
unas van para Levante,—otras van para Castilla.
Miraba la gran ciudad—que Nápoles se decia
—¡Oh ciudad, cuánto me cuestas—por la gran desdicha mia [5]
Cuéstasme veinte y un años, [6] —los mejores de mi vida,
cuéstasme un tal hermano—que mas que un Hector valia,
querido de caballeros—y de damas de valía;
cuéstasme los mis tesoros,—los que guardados tenia;
cuéstasme un pajecico—que más que a mí lo quería.

                           (Canc. de Rom., s . a., fol. 266.— Canc. de Rom., 1550, fol. 274.)

[p. 250] 102

Romance de la reina de Nápoles.—I

  La triste reina de Nápoles—sola va sin compañía,
va llorando y gritos dando—do su mal contar podia:
—¡Quién amase la tristeza—y aborreciese alegría,
porque sepan los mis ojos—cuanto lloro yo tenia!
Yo lloré el rey mi marido, [1] —las cosas que yo más queria:
lloré al príncipe don Pedro, [2] —que era la flor de Castilla.
Vínome lloro tras lloro,—sin haber consuelo un dia.
Yo me estando en estos lloros,—vínome mensajería
de aquese buen rey de Francia, [3] —que el mi reino me pedia.
Subiérame a una torre,—la mas alta que tenia:
vi venir siete galeras—que en mi socorro venian,
dentro venia un caballero,—almirante de Castilla.
¡Bien vengas, el caballero,—buena sea tu venida!—

                                               (Can. de Rom., s . a., fol. 262.)

102 a

Romance de la reina de Nápoles. [4] —II

  Emperatrices y reinas—que [5] huís del alegria,
la triste reina de Nápoles—busca vuestra compañía.
Va diciendo y gritos dando:—De mi mal contar podria
quien amase a la tristeza—y olvidase el alegría,
porque viesen los mis ojoc el daño que les venia,
en perder un tal marido—que jamás no cobraria.
[p. 251] Lloren damas y doncellas—la reina que en tal se via: [1]
quien pensó tener consuelo,—mal tras mal le combatia.
Un año habia y mas—que este mal a mí seguia;
vínome lloro tras lloro—sin haber descanso [2] un dia.
Yo lloré al rey Alfonso [3] —por la muerte que moria,
yo [4] lloré a su hermano [5] —que otro hijo [6] no habia.
Lloré al príncipe don Juan—cuando fraile se metia. [7]
Estando en estas congojas—vínome [8] mensajería:
que ese rey de los Franceses—el mi reino me pedia,
porque dice que fué suyo—y que a él pertenecia.
Un consuelo me quedaba—para mi postrimería:
estos fueron [9] dos hermanos,—rey y reina de Castilla.
Demandéles yo socorro—que de grado les placia;
subiérame a [10] una torre,—la mas alta que tenia, [11]
para ver si vienen velas—de este reino que decia.
Vi venir unas galeras, [12] —y unas naos vizcainas;
mas el tiempo fuera tal,—que mi dicha lo [13] desvía;
que las galeras y naos [14] —vueltas son para Castilla.—
Ya despues de esto pasado [15] —estas y otras mas venian, [16]
en ellas viene un caballero [17] —de la noble Andalucía.
Este fué [18] Gonzalo Hernandez—con muy gran caballería.
Quiera [19] Dios de le guardar—de muy mala compañía. [20]
[p. 252] y a la reina que es de Nápoles—su muy alta señoría,
y dejar [1] vivir alegre—en los dias de su vida.

                         ( Silva de 1550 t. II, fol. 76.—Núm. I. Glosa del romance que
                          dice: «Afuera, afuera Rodrigo». Con otras coplas y villancicos.—
                          Pliego suelto del siglo XVI. Núm. 2. Aquí comienzan las coplas de
                          Madalenica, etc.—Pliego suelto del siglo XVI.— En el Romancero
                          del Sr. Durán.)

102 b

Romance de la reina de Nápoles.—III

  Emperatrices y reinas,—cuantas en el mundo habia,
las que buscais la tristeza—y huís del alegría,
la triste reina de Nápoles—busca vuestra compañía.
Va llorando y gritos dando—do su mal contar podia.
—¡Quién amase la tristeza—y olvidase el alegría,
porque lloren los mis ojos—cuanto lloro yo tenia!
Vínome lloro tras lloro,—sin haber consuelo un dia:
yo lloré al rey mi marido,—que de este mundo partia;
yo lloré al rey Alfonso,—porque su reino perdia;
lloré al rey don Fernando, [2] —las cosas que mas queria;
yo lloré una su hermana,—que era reina de Hungria; [3]
lloré al príncipe don Juan,—que era la flor de Castilla; [4]
lloré al príncipe mi hijo,—porque fraile se metia.
Llóranme duques y condes,—y otras gentes de valía;
llórenme las cien doncellas—que en mi palacio tenia.
Estando en estos mis lloros,—vínome mensajería
de ese rey de los Franceses—que mi reino me pedia,
porque dice que era suyo—y que a él pertenecia;
y que si no se lo daba,—que él me lo tomaria.
[p. 253] Un consuelo me quedaba—asentado en rica silla:
esto eran dos hermanos,—rey y reina de Castilla.
Enviéles por socorro,—que de grado les placia.
Subiérame a una torre,—la mas alta que tenia,
por ver si venían velas—de los reinos de Castilla.
Vi venir unas galeras—que venian de Andalucia:
dentro viene un caballero,—el gran capitán [1] se decia:
bien vengais, el caballero,—buena sea vuestra venida.

                                              (Canc. de Rom., de 1550, foL 277.) [2]

[p. 254] SECCION DE ROMANCES

SOBRE LA HISTORIA Y TRADICIONES DE PORTUGAL

103

(DE DOÑA ISABEL DE LIAR.—I)

Romance de doña Isabel

       Yo me estando en Tordesillas—por mi placer y holgar,
       
vínome al pensamiento,—vínome a la voluntad
       de ser reina de Castilla,—infanta de Portugal.
       Mandé hacer unas andas—de plata, que non de al,
       cubiertas con terciopelo—forradas en [1] tafetán.
       Pasé las aguas de Duero,—pasélas yo por mi mal,
       en los brazos a don Pedro,—y por la mano a don Juan.
       Fuérame para Coimbra,—Coimbra de Portugal:
       Coimbra desque lo supo—las puertas mandó cerrar.
       Yo triste, que aquesto vi,—recibiera gran pesar:
       fuérame a un monesterio—que estaba en el arrabal.
       Casa es de religión—y de grande santidad;
       las monjas están comiendo,—ya que querian acabar.
       Luego yo desque lo supe,—envié con mi mandar
       a decir a la abadesa—que no se tarde en bajar,
       que la espera doña Isabel—para con ella hablar.
       La abadesa, que lo supo,—muy poco tardó en bajar:
       tomárame por la mano,—a lo alto me fué a llevar.
       Hízome poner la mesa—para haber de yantar.
       Despues que hube yantado—comenzóme a preguntar
       cómo vine a la su casa,—cómo no entré en la ciudad.
       Yo le respondí:—Señora,—eso es largo de contar:
       otro dia hablaremos,—cuando tengamos lugar.—

                          (Canc. de Rom., s. a., fol. 169.—Canc. de Rom., 1550, fol. 176.—
                           Silva de 1550, t. I, fol. 92.)

[p. 255] 104

(DE ISABEL DE LIAR.—I I)

Otro romance de doña Isabel, cómo, porque el rey tenía hijos de ella, la reina la mandó matar

  Yo me estando en Giromena—a mi placer y holgar,
subiérame a un mirador—por mas descanso tomar:
por los campos de Monvela—caballeros vi asomar:
ellos no vienen de guerra,—ni menos vienen de paz,
vienen en buenos caballos,—lanzas [1] y adargas traen: [2]
desque yo lo vi, mezquina,—parémelos a mirar.
Conociera al uno de ellos—en el cuerpo y cabalgar;
don Rodrigo de Chavela, [3] —que llaman del Marichal, [4]
primo hermano de la reina:—mi enemigo era mortal.
Desque yo, triste, le viera, [5] —luego vi mi mala señal.
Tomé mis hijos comigo—y subíme [6] al homenaje;
ya que yo [7] iba a subir,—ellos en mi sala están:
don Rodrigo es el primero,—y los otros tras él van.
—Sálveos Dios, doña Isabel.—Caballeros, bien vengades. [8]
—¿Conoscédesnos, señora,—pues así vais a hablar?
—¡Ya os conozco, don Rodrigo,—ya os conozco por mi mal!
¿A qué era vuestra venida?—¿quién os ha enviado acá? [9]
—Perdonédesme, [10] señora,—por lo que os quiero hablar. [11]
Sabed que [12] la reina mi prima—acá enviado me ha, [13] ,
porque ella es muy mal casada,—y esta culpa en vos está,
porque el rey tiene en vos hijos—y en ella nunca [14] los ha,
siendo, como sois, su amiga, y ella mujer natural
manda que muráis, señora,—paciencia queráis prestar.—
[p. 256] —Respondió doña Isabel—con muy gran [1] honestidad:
—Siempre fuístes, don Rodrigo,—en toda [2] mi contrariedad:
si vos queredes, señor, [3] —bien sabedes [4] la verdad,
que el rey me pidió mi amor,—y yo no se le quise dar,
temiendo más [5] a mi honra,—que no sus reinos mandar.
Desque vió que no queria—mis padres fuera a mandar; [6]
ellos tan poco quisieron—por la su honra guardar.
Desque todo aquesto vido,—por fuerza me fué a tomar:
trújome a esta fortaleza,—do estoy en este lugar.
Tres años he estado en ella—fuera de mi voluntad,
y si el rey tiene en mí hijos,—plugo a Dios y a su bondad,
y si no los ha en la reina,—es ansí su voluntad. [7]
¿Porqué me habeis de dar muerte,—pues que no merezco mal?
Una merced os pido, señores, [8] —no me la querais negar; [9]
desterreisme de estos reinos,—que en ellos no estaré más:
irme he yo para Castilla,—o a Aragón más adelante,
y si aquesto no bastare, [10] —a Francia me iré a morar.
—Perdonédesme, [11] señora,—que no se puede hacer más.
Aquí está el duque de Bavia—y el marques de Villa Real,
y aquí está el obispo de Oporto,—que os viene a confesar.
Cabe vos está el verdugo—que os habia de degollar,
y aun aqueste pajecico—la cabeza ha de llevar.
Respondió doña Isabel,—con muy gran honestidad: [12]
—Bien parece que soy sola,—no tengo quien me guardar, [13]
ni tengo padre ni madre,—pues no me dejan hablar; [14]
y el rey no [15] está en esta tierra,—que era [16] ido allende el mar:
mas desque él [17] sea venido,—la mi muerte vengará.
—Acabedes ya, señora,—acabedes ya de hablar,
Tomalda, señor obispo,—y metelda a [18] confesar.—
Mientras en la confesión [19] —todos tres hablando están,
[p. 257] si era bien hecho o mal hecho—esta [1] dama degollar:
los dos dicen que no muera,—que en ella culpa no ha. [2]
Don Rodrigo es tan cruel,—dice que la ha de matar.
Sale de la confesión—con sus tres hijos delante: [3]
el uno dos [4] años tiene,—el otro para ellos [5] va,
y el otro [6] era de teta,—dándole sale a mamar,
toda cubierta de negro;—lástima es de la mirar.
—Adios, adios, hijos mios;—hoy os quedareis sin madre: [7]
caballeros de alta sangre, [8] —por mis hijos [9] querais mirar,
que al fin son hijos de rey,—aunque son de baja madre. [10]
Tiéndenla en un repostero—para habella de degollar [11]
así murió esta señora,—sin merecer ningún mal.

                         (Canc. de Rom., s . a., fol. 169.— Canc. de Rom., 1550, fol. 191.—
                          Silva de 1550, t. I, ful. 93.—Timoneda, Rosa española.—
                          Aquí comienzan tres romances nuevos.  El primero es que
                          dice: «Yo me estando en Giromena», etc.—Pliego suelto del
                          siglo XVI.) [12]

[p. 258] 105

(DE ISABEL DE LIAR.—III)

Romance de la venganza de doña Isabel

       El rey don Juan Manuel—que era de Cepta y Tanjar, [1]
       despues que venció a los moros—volviérase a Portugal.
       Desembarcara en Lisboa,—no va do la reina está,
       fuérase para Coimbra—a doña Isabel hablar.
       Llegando a la fortaleza,—visto habia mala señal;
       que no halló los porteros,—que la solian guardar;
       no quiso entrar más adentro,—preguntara en la ciudad:
       ¿qué era de doña Isabel?—¿qué era de ella o dónde está?—
       Dijéronle que la reina—la ha mandado degollar
       por celos que de ella habia,—por vella con él holgar,
       y que cuatro caballeros—lo hubieron de efectuar:
       el uno era don Rodrigo—que dicen del Mariscal,
       los otros tres caballeros—no saben quién se serán.
       Dos hermanos de la reina—le fueron aconsejar,
       que la lleven a Viseo—a su cuerpo sepultar.
       Deque aquesto oyó el rey,—no quiso más escuchar;
       fuése donde está la reina,—triste y con gran pesar,
       y dende a muy pocos dias—la reina caido ha mal.
       No le saben su dolencia,—no la aciertan a curar;
       muerto se habia la reina—de encubierta enfermedad.
       Despues que fué enterrada—el rey a Viseo va,
       prender hizo a don Rodrigo—que él solia mucho amar.
       Vase a la sepultura—do doña Isabel está,
       hecho la habia sacar de ella—y luego desenterrar.
       Encima de un rico estrado,—allí la mandó sentar,
       púsole daga en la mano—y a don Rodrigo delante.
       El rey le tiene la mano,—de puñaladas le da.
       —Aquí os vengaréis, señora,—de quien os hizo este mal.
       Luego se casó con ella—así muerta como está,
       porque pudiesen sus hijos—a sus reinos heredar. 

                                                          (Silva de 1550, t. II, fol. 84.)

[p. 259] 106

(DE ISABEL DE LIAR.—IV)

De cómo el rey de Portugal vengó la muerte de doña Isabel de Liar

       En Ceuta estaba el buen rey,—ese rey de Portugal,
       
cuando le dieron aviso—de tristeza y de pesar,
       diciendo que le habian muerto—a dofia Isabel Liar.
       y que lo mandó la reina—por su mala voluntad.
       Don Rodrigo fué el cruel,—el que llaman del Marchal,
       y ese duque de Salinas,—y el marques de Villareal,
       con el obispo de Oporto,—que la fuera a confesar.
       Cuando aquesto supo el rey,—no hace sino llorar;
       juraba por su corona—que la habia de vengar.
       Mandó tocar sus trompetas,—el real mandara alzar;
       vistióse todo de luto,—luego se quiso embarcar
       con solo diez caballeros—que no le quieren dejar.
       No quiso aguardar la flota,—por no se tanto tardar,
       y dentro de siete dias—a Sevilla fué a llegar;
       y de allí a pocos dias—es llegado a Portugal.
       Fuese derecho a palacio,—do solia reposar.
       La reina cuando lo supo,—vínose a lo visitar;
       mas el rey con mucha saña—de esta suerte le fué a hablar:
       —Mal vengades vos, la reina,—malo sea vuestro llegar.—
       En diciendo estas razones,—la mandó presto tomar,
       y en el mismo repostero—do su amiga fué a finar,
       mandó degollar la reina,—don Rodrigo cuartear,
       y a ese duque de Salinas,—y al marques de Villareal,
       y al buen obispo de Oporto—le mandó descabezar.
       Hizo sacar a su amiga—para con ella casar,
       y por heredar sus hijos,—a don Pedro y a don Juan,
       y despues con mucha honra—la mandó luego enterrar:
       de este modo vengó el rey—a doña Isabel Liar.

                                                               (Timoneda, Rosa española,)

[p. 260] 107

Romance de la duquesa de Berganza [1]

  Un lúnes a las cuatro horas,—ya despues de mediodia,
ese duque de Berganza—con la duquesa reñia:
lleno de muy grande enojo,—de aquesta suerte decia:
—Traidora sois, la duquesa,—traidora, fementida.—
La duquesa muy turbada,—de esta suerte respondia:
—No so yo traidora, el duque,—ni en mi linaje lo habia,
nunca salieron traidores—de la casa do venia.
Yo me lo merezco, el duque,—en venirme de Castilla,
para estar en vuestra casa—en tan mala compañía.
El duque con grande enojo—la espada sacado habia;
la duquesa con esfuerzo—en un punto a ella se asia.
—Suelta la espada, duquesa,—cata, que te cortaria.
—No podeis cortar más, duque,—harto cortado me habia.—
Viéndose en este aprieto,—a grandes voces decia:
—Socorredme, caballeros,—los que truje de Castilla.
Quiso la desdicha suya—que ninguno parecia,
que todos son portugueses—cuantos en la sala habia.

                                                              (Silva de 1550, t. II, fol. 81.)

[p. 261] 107 a

(Al mismo asunto.)

Romance de cómo el duque de Berganza mató a la duquesa su mujer [1]

  Lúnes se decía, lúnes,—tres horas antes del dia,
cuando el duque de Braganza—con la duquesa reñia.
El duque con grande enojo—estas pallabras decia:
—Traidora me sois, duquesa,—traidora, falsa, malina, [2]
porque pienso [3] que traicion—me haceis y alevosia
—No te soy traidora, duque, [4] —ni en mi linaje lo habia.—
Echó la mano a la espada, [5] —viendo que así respondia:
la duquesa con esfuerzo—con las manos la tenia.
—Dejes [6] la espada, duquesa,—las manos te cortaria. [7]
—Por más cortadas, [8] el duque,—a mí nada se daria;
si no, vedlo por la sangre—que mi camisa teñia.
¡Socorred, mis caballeros,—socorred por cortesia!
No hay ninguno allí de aquellos—a quien la favor [9] pedia,
que eran todos [10] portugueses y ninguno [11] la entendía,
sino era un pajecico—que a la mesa la servia.
—Dejes [12] la duquesa, el duque,—que nada te [13] merecia.
El duque muy enojado [14] —detras del paje corria,
y cortóle la cabeza—aunque no lo merecia [15] .
Vuelve el duque a la duquesa,—otra vez la persuadia:
—A morir teneis, duquesa [16] ,—antes que viniese el dia
—En tus manos estoy, duque,—haz de mí a tu fantasia,
que padre y hermanos [17] tengo—que te lo demandarían, [18]
y aunque estos estén en España, [19] — allá muy bien se sabria.
[p. 262] —No me amenaceis, duquesa,—con ellos yo me avernia
—Confesar me dejes, [1] duque,—y mi alma ordenaria. [2]
—Confesáos con Dios, duquesa,—con Dios y Santa Maria. [3]
—Mirad, duque, esos hijicos—que entre vos y mí habia.
—No los lloreis mas, [4] duquesa,—que yo me los criaria.
Revolvió el duque su espada,—a la duquesa heria:
dióle sobre su cabeza,—y a sus piés muerta caia.
Cuando ya la vido muerta—y la cabeza volvia,
vido estar sus dos hijicos—en la cama do dormia,
que reian y jugaban—con sus juegos a porfia.
Cuanda así jugar los vido,—muy tristes llantos hacia;
con lágrimas de sus ojos—les hablaba y les decia:
—Hijos ¡cuál quedais sin madre,—a la cual yo muerto habia!
Matéla sin merecello,—con enojo que tenia.
¿Dónde irás, el triste duque?—de tu vida ¿qué seria?
¿Cómo tan grande pecado—Dios te lo perdonaria?

                                 (Cancionero llamado Flor de enamorados.— Timoneda, Rosa
                                   española.)

108

Romance de la mujer del duque de Guymaraes de Portugal [5]

  Quéjome de vos, el rey,—por haber crédito dado
del buen duque, mi marido,—lo que le fué levantado.
Mandástesmelo prender—no siendo en nada culpado.
¡Mal lo hecistes, señor!—¡mal fuistes aconsejado!
que nunca os hizo aleve—para ser tan maltratado;
antes os sirvió ¡mezquina!—poniendo por vos su Estado:
siempre vino a vuestras cortes—por cumplir vuestro mandado.
No lo hiciera, señor,—si en algo os hubiera errado,
que gente y armas tenia—para darse a buen recaudo;
mas vino, como inocente—que estaba de aquel pecado.
Vos, no mirando justicia,—habéismelo degollado.
[p. 263] No lloro tanto su muerte—como vello deshonrado
con un pregon que decia—lo por él nunca pensado.
Murió por culpas ajenas—injustamente juzgado:
él ganó por ello gloria,—yo para siempre cuidado,
y prisiones muy esquivas [1] e—en que vos me habeis echado,
con una hija que tengo,—que otro bien no me ha quedado;
que tres hijos que tenia—habéismelos apartado:
el uno es muerto en Castilla,—el otro desheredado,
el otro tiene su ama,—no espero de [2] verlo criado:
por el cual pueden decir,—inocente, desdichado.
Y pido de vos enmienda,—rey, señor, primo y hermano.
a la justicia de Dios—de hecho tan mal mirado,
por verme a mí con venganza,—y a él sin culpa, desculpado. [3]

                           (Canc. de Rom., s . a, fol. 177.— Canc. de Rom., 1550, fol. 184.—
                            Silva de 1550, t. I, fol. 99.)

Notas

[p. 81]. [1] . En el texto por equivocación «los».

[p. 82]. [1] . Este romance es, en verdad, no muy popular, y más bien sacado e imitado de una crónica, quizá por el mismo Timoneda; sin embargo, tiene rasgos tradicionales; por eso y por haberlo omitido en nuestra Rosa de romances, lo reimprimimos aquí. por primera vez en una colección moderna.

[p. 82]. [2] . «Queriéndose.»Timoneda, Rosa española.

[p. 82]. [3] . «Principales de Toledo.» Timoneda.

[p. 82]. [4] . «Para habelle de suplicar.» Canc. de Rom, s. a y 1550.—«Lehan venido a suplicar Timoneda

[p. 82]. [5] . «Quitar.» Timoneda.

[p. 82]. [6] . «Debía dejar.» Canc. de Romances s. a. y 1550; Timoneda.

[p. 82]. [7] . «Entrado.» Timoneda.

[p. 82]. [8] . «Otra cosa no fué hallar.», Timoneda.—«Nada otro fuera hallar» las ediciones posteriores del Canc.de Rom.

[p. 82]. [9] . «Y el rey que esta casa abra.» Timoneda.

[p. 83]. [1] .«De bien echar», Canc. de Rom . s. a. y 1550.— «De bien tirar», las ediciones posteriores del Canc. de Rom. —«Ballestas de par en par», Timoneda.

[p. 83]. [2] . Después de este verso acaba el texto de Timoneda con los dos siguientes:

El rey, en pensar en esto,
no hay quien le pueda alegrar.

 

[p. 84]. [1] . «Como.» Flor de enamorados .

[p. 84]. [2] . «De estos reinos.» Flor.

[p. 84]. [3] . «Puede hacer à su mandado.» Flor.

[p. 84]. [4] . «Ha.» Flor.

[p. 85]. [1] . «Maldita.» Flor.

[p. 85]. [2] . «Destruyese.» Canc. de Rom. * Timoneda, Rosa española.

 

[p. 86]. [1] . «Muy.» Timoneda.

[p. 86]. [2] . «Las escribe.» Timoneda.

[p. 86]. [3] . «Y él la carta le notaba.» Timoneda.

[p. 86]. [4] . «Es», falta en la Rosa de moneda.

[p. 86]. [5] . «Era.» Timoneda.

[p. 86]. [6] . Este, y los tres versos que le siguen, faltan en la Rosa de Tim.

[p. 86]. [7] . «De las tres partes del mundo.» Timoneda.

[p. 86]. [8] . «Galana.» Timoneda.

[p. 86]. [9] . «Y en la nobleza estimada.» Timoneda.

[p. 86]. [10] . «Muy lozana.» Timoneda.

[p. 86]. [11] . «Las señorean.» Timoneda.

[p. 86]. [12] . «La.» Timoneda. Con este verso acaba el romance en su Rosa española.

[p. 86]. [13] . El pliego suelto, citado abajo, lleva hasta aquí un texto casi idéntico con el del Cancionero de Romances; desde este verso, empero, hasta al fin varía del todo, pues dice:

¡Oh dolor sobre manera,
y cosa nunca pensada!
que por causa de un traidor
España fue sujetada
al gran poder de Mahoma:
¡cosa fué nunca pensada!

 

[p. 87]. [1] . «Tierras.» Canc. de rom s. a. y 1550.—Timoneda, Rosa esp.— Floresta de var. rom.

[p. 87]. [2] . «Menearse no.» Floresta.

[p. 87]. [3] . «De pedrería.» Timoneda.— Floresta.

[p. 87]. [4] . «Hecha una.» Timoneda.—«Era una.» Floresta.

[p. 87]. [5] . «De abollado.» Canc. de Rom. s. a. y 1550.—Timoneda.—Floresta.

[p. 87]. [6] . «La cabeza le hundía.» Timoneda.—Flor.

[p. 87]. [7] . «Que allí había.» Timoneda. Flor.

[p. 87]. [8] . «De alli miraba.» Timoneda. Flor.

[p. 88]. [1] . «El cual a.» Tim.—Flor.

[p. 88]. [2] . «Lloraba.» Tim.—Flor.

[p. 88]. [3] . «Y gente que.» Canc. de Rom. s. a. y 1550.—Timoneda.—Flor.

[p. 88]. [4] . «Ora no tengo.» Tim.—«No tengo ahora.» Flor.

[p. 88]. [5] . «Tan gran reino y señoría.» Timoneda.—Flor.

[p. 89]. [1] . «Haciendo.» Floresta.

[p. 89]. [2] . «Enojado.» Flor.

[*] Desde este verso el romance es casi idéntico con aquel que le precede, y hemos ya anotado en él las más notables variantes.

[p. 89]. [3] . «Dromedal.» Canc. de Rom. s. a. y 1550.

[p. 89]. [4] . «Mas no pudo él hallarlo.» Cancionero de Romances s. a. y 1550.

[p. 90]. [1] . «Mandó.» Canc. de Rom. s . a. y 1550

[p. 90]. [2] . «Que via.» Canc. de Rom. s. a. y 1550.—«Las más ásperas que había.» Timoneda.

[p. 91]. [1] . «Sentía.» Timoneda.

[p. 91]. [2] . «El rey holgaráse de ello.» Timoneda.

[p. 91]. [3] . «Pastor.» Timoneda.

[p. 91]. [4] . «Do la provisión traia.» Timoneda.

[p. 91]. [5] . «Dióle pan.» Timoneda.

[p. 91]. [6] . «Que en él dentro.» Tim.

[p. 91]. [7] . «Valor.» Timoneda.

[p. 91]. [8] . «Ya que el sol se retraía.» Timoneda.

[p. 91]. [9] . «Con vergüenza.» Timoneda.

[p. 91]. [10] . «Tenía.» Timoneda.

[p. 91]. [11] . «Contóselo por extenso.» Timoneda.

[p. 92]. [1] . «Mandó.» Canc. y 1550.

[p. 92]. [2] . «No me ha tocado hasta agora.» Timoneda.

[p. 92]. [3] . «Rogad por mí, hombre santo.» Timoneda.

[p. 92]. [4] . «A ver si muerto seria.» Timoneda.

[p. 92]. [5] . «Halló.» Canc. de Rom. s. a . y 1550.—Timoneda.

[p. 92]. [6] . La lección de Cervantes (Don Quijote, Parte II, cap. 33), en estos versos es:

Ya me comen, ya me comen
Por do más pecado había.

[p. 92]. [7] . Con este verso acaba el texto de Timoneda. de Rom. s. a.

[p. 94]. [1] . «Vió.» Canc. de Rom., s. a. y 1550.

[p. 96]. [1] . «Había.» Silva.

[p. 96]. [2] . «Salvo.» Silva.

[p. 96]. [3] . «Sabréis.» Canc. de Rom. s . a. y 1550.

[p. 96]. [4] . «Vo.» Canc. de Rom. s . a. y 1550.

[p. 96]. [5] . «Riepto.» Silva. * «Este romance, dice el señor Durán, es muy popular. Lope de Vega le sigue casi todo en su comedia de las Mocedades de Bernardo del Carpio.» Y a este romance se referiría la cuarteta que cita el señor Depping (I, p. 68), creyendo e romance perdido:

Para tomar de su tío
el rey Alfonso venganza,
sale corriendo Bernardo
por las riberas de Arlanza.

[p. 103]. [1] . «Remediéis.» Can. de 1550.

[p. 104]. [1] . «Ahí pasan malas razones.» Canc. de Rom. s. a y 1550.

[p. 104]. [2] . «Llámanse de hi-de-putas.» Canc. de Rom. s . a. y 1550.

[p. 105]. [1] . «Frailes.» Canc. de Romances, 1550.

[p. 105]. [2] . Después de este verso, interpone el texto del Canc. de Rom., 1550, los dos siguientes:

El uno es tío del rey
el otro hermano del conde.

[p. 105]. [3] .«Le salpicó.» Canc. de Rom. s. a. y 1550.

[p. 105]. [4] . «Buen conde Fernán González,
                            mucho sois desmesurado.»
                            Canc. de Rom. s. a. y 1550.

[p. 105]. [5] . «El rey.» Silva.

[p. 105]. [6] . «Sceptro.» Silva.

[p. 106]. [1] . En el Canc. de Rom., 1550, van añadidos los cuatro versos siguientes:

Daros ha a Tordesillas,
y a Torre de Lobatón,
y si más quisieredes, conde,
daros han a Carrión.

[p. 106]. [2] . El Canc. de Rom., 1550, interpone los dos versos siguientes:

Al que le faltan dineros
también se los presto yo.

[p. 107]. [1] . «De cómo fué librado de la prisión el conde Fernán Gonzalez por astucia de su mujer.» Tim.

[p. 107]. [2] . «El rey don Ordóñez.» Silva. Timoneda.

[p. 107]. [3] . «Porque estaba dél airado.» Canc. de Rom., ed. de 1570.

[p. 107]. [4] . «Lo tiene a muy buen recaudo.» Timoneda.— Canc. de Rom.

[p. 107]. [5] . « Al rey por él.» Canc. de Rom.

[p. 107]. [6] . «Don.» Canc. de Rom.

[p. 107]. [7] . «Nunca ha querido sacallo.» Timoneda.

[p. 107]. [8] . «Librallo.» Timoneda.— Cancionero de Rom.

[p. 107]. [9] . «Habia.» Canc. de Rom.

[p. 107]. [10] . «Y llevaba en su reguarda.» Canc. de Rom.

[p. 107]. [11] . «Los quinientos.» Timoneda.

[p. 107]. [12] . «Cada cual en buen caballo.» Timoneda.— Canc. de Rom.

[p. 107]. [13] . «Muy.» Timoneda.— Canc. de Romances.

[p. 107]. [14] . «Para.» Timoneda.— Canc. de Romances.

[p. 107]. [15] . «Se.» Timoneda.— Canc. de Romances .

[p. 107]. [16] . «Tal cual.» Timoneda.

[p. 107]. [17] . «Se fué derecho a palacio.» Timoneda.

[p. 108]. [1] . «¿Dónde bueno vais, condesa?» Timoneda.

[p. 108]. [2] . «Que pueda al conde hablallo.» Timoneda.— Canc. de Rom.

[p. 108]. [3] . «Pláceme, dijera el rey.» Cancionero de Rom.

[p. 108]. [4] . «Pláceme de muy buen grado.» Canc. de Rom.— «Que me place de buen grado.» Timoneda.

[p. 108]. [5] . «Llévanla luego a la torre do está el conde aprisionado.» Tim.— Canc. de Rom.

[p. 108]. [6] . «Le han quitado.» Timoneda. Canc. de Rom.

[p. 108]. [7] . «Pasada la media noche.» Cancionero de Rom.

[p. 108]. [8] . «Le ha hablado.» Timoneda. Canc. de Rom.

[p. 108]. [9] . «Señor marido.» Timoneda.

[p. 108]. [10] . «Estar echado.» Timoneda. Canc. de Rom.

[p. 108]. [11] . «Tocaros heis mi tocado.» Cancionero de Rom. —«Y tocáos este tocado.» Timoneda.

[p. 108]. [12] . «Y guiaréis.» Timoneda.

[p. 108]. [13] . «Que yo aqui me quedaré.» Timoneda.

[p. 108]. [14] . «Están.» Canc. de Rom.

[p. 108]. [15] . «Las guardas.» Silva.

[p. 108]. [16] . «Este verso y los tres que la siguen, faltan en la Rosa de Tim.

[p. 108]. [17] . «Tanto madrugado.» Canc. de Rom.

[p. 108]. [18] . «De ellos.» Timoneda.— Cancionero de Rom.

[p. 108]. [19] . «En ser el conde salido—halló a punto su caballo,—y tomó luego el camino.» Timoneda.

[p. 109]. [1] . «Do la condesa han dejado.»Tim.

[p. 109]. [2] . «Como.» Tim.— Canc. de Rom.

[p. 109]. [3] . «Volveis.» Canc. de Rom.

[p. 109]. [4] . «Dícenles.—¿A qué volveis?» Timoneda.

[p. 109]. [5] . «Hase acá algo olvidado?» Cancionero de Rom.—« Decí ¿qué se os ha olvidado?» Timoneda.

[p. 109]. [6] . Este y el verso que precede, faltan en el Canc. de Rom. y en la Rosa de Timoneda.

[p. 109]. [7] . «Díjoles:—Decid al rey.» Tim.

[p. 109]. [8] . «La injuria.» Canc. de Rom.

[p. 109]. [9] . «Porque ya el conde está en salvo.» Timoneda.

[p. 109]. [10] . «Oyera.» Timoneda.

[p. 109]. [11] . «Mandó.» Canc. de Rom. —Tim.

[p. 109]. [12] . «Enviándosela.» Can. de Rom.

[p. 109]. [13] . «Y envió.» Canc. de Rom.— « Envió a.» Timoneda.

[p. 109]. [14] . «Mal.» Canc. de Rom.

[p. 109]. [15] . «Y su consejo tomado.» Cancionero de Rom.—«Consejo en ello ha tomado.» Timoneda.

[p. 109]. [16] . «No hay quien pueda numerallo.» Timoneda.

[p. 109]. [17] . «Conde estaba.» Timoneda.

[p. 109]. [18] . «Lo cual por el conde oído,
                            con gran placer lo ha otorgado:
                            y así de aquesta manera.»
                            Can. de Rom.

[p. 109]. [19] . Nótese el variar del asonanteen el texto de la Silva, y cómo las redacciones posteriores del Canc. de Rom. y de Timoneda lo han uniformado.—La prisión del conde de que trata este romance es la que sufrió por orden del rey don Sancho I de León, al paso que el otro romance que empieza también por: «Preso está Fernan Gonzalez—el gran conde de Castilla», trata de la prisión que sufrió en Navarra por órden del rey don García.

[p. 110]. [1] . «Lambra.» Silva.

[p. 111]. [1] . «Ayo.» las ediciones posteriores del Canc. de Rom.

[p. 111]. [2] . El Canc. de Rom. s. a. y la Silva de 1550 tienen de este romance sólo el fragmento que comienza por este verso.

[p. 111]. [3] . «Guardar.» Silva.

[p. 111]. [4] . «Forzaran.» Silva.

[p. 112]. [1] . «Lara.» las ediciones posteriores del Canc. de Rom.

[p. 112]. [2] . Este y el verso que le antecede faltan en la Silva.

[p. 112]. [3] . «Urdida.» Silva.

[p. 112]. [4] . Falta en la Silva.

[p. 112]. [5] . «Tendrán.» Silva.

[p. 113]. [1] . «Mi.» Enmienda de Durán.

[p. 114]. [1] . «Val.» Edición de 1551.

[p. 117]. [1] . Después de este verso, una edición posterior de la Silva añade, según la reimpresión en el Romancero de Durán, los dos versos siguientes:

y agora perderos tiene
sin tener más esperanza.

[p. 117]. [2] . «Santiago, cierra.» Durán.

[p. 117]. [3] . «Ellos.» Silva, ed. de Barcelona de 1528.

[p. 118]. [1] . El texto dice: «os, que es yerro de imprenta.»

[p. 120]. [1] . Hemos restituído este verso conforme a la asonancia, pues el texto lo lleva transportado por equivocación:

Y valdrán nuestras personas.

[p. 121]. [1] . Debiera decir «Alicante»; véase el fin de este romance, y el romance que dice: «Pártese el moro Alicante».

[p. 122]. [1] . «A caza.» Silva.

[p. 122]. [2] . «El que se llama de Lara.» Silva.

[p. 123]. [1] . «Viniese.» Silva.

[p. 123]. [2] . «La tu.» Silva.

[p. 123]. [3] . «Anado.» Canc. de Rom. s. a. —«Cuñado.» Canc. de Rom., 1550.

[p. 123]. [4] . Hermana del rey don Alonso V de León.

[p. 123]. [5] . «Y.» Pl. s.

[p. 123]. [6] . «Mí.» Pl. s.

[p. 124]. [1] . «Y un poco en sí haber.» Pl. s.

[p. 125]. [1] . «Despues de haber ayantado.» Flor de enamorados.

[p. 125]. [2] . «Suyas.» Flor.

[p. 125]. [3] . «Y me ha ultrajado.» Flor.

[p. 125]. [4] . «Viejo y cano.» Flor.

[p. 125]. [5] . «Mas chico.» Flor.

[p. 125]. [6] . «Fuertemente le ha.» Flor.

[p. 126]. [1] . «Que porque quitó mi padre una liebre a vuestro galgo» Flor.

[p. 126]. [2] . Este epígrafe está formado de la Rosa española, de Timoneda, pues la Silva y el Canc. de Rom. dicen solamente: «Romance del Cid Ruy Díaz.» El texto de Timoneda es ya muy empeorado y defectuoso, así que no vale la pena de notar sus variaciones.

[p. 126]. [3] . «Afinado.» Silva.

[p. 127]. [1] . «Queda.» Silva.

[p. 127]. [2] . «Hijo mío.» Silva.

[p. 127]. [3] . «Lo.» Silva.

[p. 127]. [4] . «Debría.» Silva.

[p. 128]. [1] . «Quedadvos aquí, hijo.» Cancionero de Rom. s. a.—«Quedados vos acá, hijo.» Canc. de Rom., edición de Medina.

[p. 128]. [2] . «Paños.» Timoneda, Rosa española.

[p. 128]. [3] . «Quien.» Timoneda.

[p. 128]. [4] . «De ellas sale.» Timoneda.

[p. 128]. [5] . Este, y el verso que le antecede, faltan en el Romancero de Escobar.

[p. 128]. [6] . «Debía.» Timoneda.

[p. 129]. [1] . «Fablar.» Escobar.

[p. 129]. [2] . «En.» Timoneda.

[p. 129]. [3] . «Se armar.» Timoneda.

[p. 129]. [4] . «Desque el rey aquesto oyó.» Timoneda.

[p. 129]. [5] . «Empezará.» Timoneda.

[p. 129]. [6] . «Si este caballero prendo.» Timoneda.

[p. 129]. [7] . «Revolveránse.» Escobar

[p. 129]. [8] . «Demandará.» Timoneda.

[p. 129]. [9] . En la Rosa de Timoneda se suprimen este verso y los que le siguen, y se les sustituyen los siguientes:

Hablara doña Jimena
palabras bien de notar:
—Yo te lo diré, buen rey
cómo lo has de remediar:
que me lo des por marido,
con él me quieras casar,
que quien tanto mal me hizo
quizá algún bien me hará.—
El rey, vista la presente,
el Cid envió a llamar,
que venga sobre seguro,
que lo quiere perdonar.

[p. 130]. [1] . Desde este verso al de «Rey que no hace justicia», es una interpolación manifiesta e impertinente, tomada de aquel romance viejo de doña Lambra que empieza «A Calatrava la vieja».

[p. 130]. [2] . «Dañe lo.» Canc. de Rom., 1550, lo que es equivocación que enmiendan las ediciones posteriores del mismo.

[p. 131]. [1] . «De cómo el Cid fué a buscar el moro Abdalla.» Timoneda, Rosa española.

[p. 131]. [2] . «Audalla.» Silva.

[p. 132]. [1] . «No demuestres.» Timoneda.

[p. 132]. [2] . «Buen Cid.» Timoneda.

[p. 132]. [3] . «Mas si tú eres lo que dices.» Timoneda.

[p. 132]. [4] . «Sé que a tiempo eres venido.» Timoneda.

[p. 132]. [5] . «Descortesía.» Timoneda.

[p. 132]. [6] . Según la tradición, debió decir «Fernando(Véase la Crónica rimada del Cid.)— El asunto es todo fabuloso.

[p. 134]. [1] . Timoneda, Rosa española.— En la Rosa, y en el Romancero del Cid de Escobar, el rey es llamado también «don Sancho», en vez de Fernando. (Véase la nota del anterior.)

[p. 134]. [2] . «El Padresanto ha llamado.» Escobar, Rom. del Cid.

[p. 134]. [3] . «Fuése.» Escobar.

[p. 134]. [4] . «Y tomo.» Escobar.

[p. 134]. [5] . «Rempujón.» Escobar.

[p. 134]. [6] . «El duque sin responder.» Escobar.

[p. 134]. [7] . «Se quedó muy mesurado.» Escobar.

[p. 134]. [8] . «Ante el Papa se ha postrado.» Escobar.

[p. 135]. [1] . «Arzobispo de Toledo, de las Españas primado.» Silva.

[p. 135]. [2] . «Bien podeis, hijo, alcanzallo.» Silva.

[p. 135]. [3] . La ed. de 1550 y las posteriores del Canc. de Rom., llevan este romance ya con variaciones notables, y con cuatro versos añadidos al fin, que sirven de introducción más bien al romance que dice: «Morir vos queredes, padre». Por eso ponemos en seguida el texto de estas ediciones.

[p. 136]. [1] . «De tierra en tierra.» Silva. Timoneda.

[p. 136]. [2] . «En gracia.» Silva.

[p. 136]. [3] . La ed. de 1550 y las posteriores del Canc. de Rom. interponen aquí los cuatro versos siguientes:

Alli preguntara el rey
—¿Quien es esa que así habla?—
Respondiera el arzobispo:
—Vuestra hija doña Urraca.

[p. 136]. [4] . «Del otro.» Canc. de Rom. s . a. y 1550.—«Y de otra.» Tim.

[p. 136]. [5] . Quitare., Silva. Timoneda.

[p. 136]. [6] . La ed. de 1550 y las posteriores del Canc. de Rom. añaden aquí los siguientes versos, intercalados, claro está, para unir este romance con el que dice: «Afuera, afuera, Rodrigo», al cual sirven de introducción, aunque van impresos también como romance separado, con un principio algo diferente (véase al núm. 773 en el Romancero general del Sr. Durán):

El buen rey era muerto:
Zamora ya está cercada:
de un cabo la cerca el rey,
de otro el Cid la cercaba,
Del cabo que el rey la cerca
Zamora no se da nada;
del cabo que el Cid la cerca,
Zamora ya se tomaba.
Asomóse doña Urraca,
asomóse a una ventana,
de allá de una torre mocha
estas palabras hablaba.

[p. 137]. [1] . Timoneda. Rosa esp. ¾ En la Silua y en el Canc. de Rom. no hay otro título que el general de: «Del Cid Ruy Díaz.»

[p. 137]. [2] . «De aquel buen tiempo pasado.» Timoneda.

[p. 137]. [3] . «Que te armaron caballero.» Timoneda.

[p. 137]. [4] . «Nel.» Canc. de Rom. s. a. ¾ «En'l». Timoneda.

[p. 137]. [5] . Este y el verso que le sigue faltan en la Silva y en el Canc. de Rom. s. a.

[p. 137]. [6] . «Pensando casar.» Timoneda.

[p. 137]. [7] . «Mas no.» Canc. de Rom. s. a. y 1550.

[p. 137]. [8] . «Conmigo fueras honrado,
                            porque si la renta es buena,
                            muy mejor es el Estado.»
                            Timoneda.

[p. 137]. [9] . «Si bien casaste, Rodrigo,
                            muy mejor fueras casado;
                            pues dejaste hija de rey,
                            por tomar de su vasallo. ¾
                            En oir esto Rodrigo,
                            quedó de ello algo turbado;
                            con la turbación que tiene,
                            esta respuesta le ha dado.»
                            Timoneda.

[p. 137]. [10] . «Castigallo.» las ed. posteriores del Canc. de Rom. ¾ «Desviallo,» en el Rom. ge. del señor Durán. ¾ Después de este verso van intercalados los siguientes en el texto de Timoneda.

Respondióle doña Urraca
con gesto muy sosegado:
¾ No lo mande Dios del cielo,
que por mí se haga tal caso,
que mi alma penaria
si yo fuese en discrepallo. ¾
Volvióse presto Rodrigo,
y dijo muy angustiado:
¾ Afuera, etc.

 

[p. 138]. [1] . «Hasta el hierro.» Silva. ¾ «Y aunque no traía fierro.» Tim.

[p. 138]. [2] . Ya se ve que la Silva y la ed. del Canc. de Rom. s. a., han dado los tres últimos romances aun más correspondientes, es verdad, a sus formas primitivas y populares; empero como fragmentos incoherentes y puestos en orden contrario a su contenido, pues lo llevan impresos en el siguiente: I. «Afuera, afuera, Rodrigo;» ¾ 2. «Doliente estaba, doliente;» ¾ 3. «Morir vos queredes, padre;» La ed. de 1550 Cancionero de Rom. fué la primera que restituyó la serie conforme al sentido y unió los fragmentos con versos intercalados. En la Rosa española de Timoneda se hallan solamente dos de estos romances, a saber, el que dice: Morir, etc.» fol. XXI, y el otro que dice: «Afuera, etc., folio XXXVIII, separado de aquel por una larga série de otros romances del rey don Sancho y del Cid.

[p. 138]. [3] . Véase sobre el asunto de este romance la batalla de Golpejares, y el papel poco honrado que hizo en ella el Cid. Dozy, Recherches, T. I, págs. 447-448.

[p. 138]. [4] . «Lo.» Pliego suelto.

[p. 139]. [1] . «El alcance.» Pliego suelto.

[p. 139]. [2] . «Ha gran consolación.» Pliego suelto.

[p. 139]. [3] . Silva. «Leones.»

[p. 139]. [4] . «Del rey don Sancho, de cómo echó en prisión a su hermano don Alonso.» Timoneda, Rosa esp.

[p. 139]. [5] . «Las barbas que le salían.» Timoneda. Rosa española.

 

[p. 140]. [1] . «Después que lo tuvo preso un pregon hacer mandó.» Tim.

[p. 140]. [2] . «Sé que un don me prometio.» Timoneda.

[p. 140]. [3] . «Señor, otorgádmelo.» Tim.

[p. 140]. [4] . «Cualquier otra cosa.» Tim.

[p. 140]. [5] . «No se os ha de negar.» Tim.

[p. 140]. [6] . «—Señor, yo no pido.» Tim.

[p. 140]. [7] . «Lo que pido es.» Timoneda.

[p. 140]. [8] . «Mal hayades vos.» Tim.

[p. 140]. [9] . «Os.» Timoneda.

[p. 140]. [10] . «Se.» Timoneda.

[p. 141]. [1] . Con este romance comienzan los del cerco de Zamora.

[p. 141]. [2] . «Por la muerte de don Sancho.» Pl. s.

[p. 141]. [3] . «Aun» falta en el. Pl. s.

[p. 141]. [4] . «El padre al hijo ha hablado.» Pl. s.

[p. 142]. [1] . «Oiste.» Pl. s.

[p. 142]. [2] . «A las damas que han hablado.» Pl. s.

[p. 142]. [3] . «Muy bien las oi.» Pl. s.

[p. 142]. [4] . «Que estaban.» Pl. s.

[p. 142]. [5] . «Entre sí van razonando.» Pl. s.

[p. 142]. [6] . «Habiendo.» Pl. s.

[p. 142]. [7] . «Y lo mismo harian.» Pl. s.

[p. 142]. [8] . «Y si les saliesen cinco.» Pl. s.

[p. 142]. [9] . «Faltó.» Pl. s.

[p. 142]. [10] . «De los que andan por el campo.» Pl. s.

[p. 142]. [11] . «Oídolos.» Pl. s.

[p. 142]. [12] . «O.» Pl. s.

[p. 142]. [13] . «Al encuentro les salieron.»Pl. s.

[p. 142]. [14] . «Se van.» Pl. s.

[p. 142]. [15] . «Decí, hijo, ¿estáis llagado?»Pl. s.

[p. 142]. [16] . «Que no estoy yo.» Pl. s.

[p. 142]. [17] . «Ser muy flojo.» Pl. s.

[p. 142]. [18] . «De años.» Pl. s.

[p. 142]. [19] . «Estaban cuatro.» Pl. s.

[p. 142]. [20] . «Y vos, de los veinte y cinco.» Pl. s.

[p. 142]. [21] . Este romance tiene, como ha observado el señor Durán, una casi identidad en la letra de varios fragmentos con los dos que le siguen—, a la par que una completa diferencia y cambio del asunto. Y en efecto, en el tercer romance los versos que dicen: «Los dos contrarios guerreros, etc.» parece que aludan al asunto de éste, y que el componedor de éste haya confundido al caballero zamorano don Diego Ordóñez con el más célebre castellano del mismo apellido; así que aquí al principio son zamoranos los dos que retan a los castellanos, conforme a la tradición original de este romance y al fin aparecen enemigos de Zamora y de Arias Gonzalo, como lo fué según la tradición común el castellano don Diego Ordóñez.

[p. 144]. [1] . Durán ha publicado de este romance tan sólo un fragmento sacado de una glosa en disparates que de él se hixo. (Glosa de los romances «¡Oh Belerma, etc.», pliego suelto.) Este fragmento dice así:

Riberas del Duero arriba
cabalgan dos zamoranos
que, según dicen las gentes,
padre y hijo son entrambos.
Palabras muy soberbiosas
entre sí las van hablando
que con tres se matarían,
y aun harían así con cuatro;
que si cinco les viniesen,
no les negarian el campo,
con tal que no fuesen primos,
ni menos fuesen hermanos,
ni de las tiendas del Cid,
ni de sus paniaguados:
mas de las tiendas del rey
salgan los más esforzados,
que a todos bueno farian
lo que dejan asentado.

[p. 144]. [2] . «Suben.» Tim. Rosa esp.

[p. 144]. [3] . «Sálenselos.» Timoneda.

[p. 144]. [4] . «Soberbiamente.» Timoneda.

[p. 144]. [5] . «Si habia dos para dos.» Tim.

[p. 144]. [6] . «Que quisiesen facer armas.» Timoneda.

[p. 144]. [7] . «Por darles a conocer.» Timoneda.

[p. 144]. [8] . «Cuanto.» Timoneda.

[p. 145]. [1] . «Tres.» Timoneda.

[p. 145]. [2] . «Esos tres condes.» Tim.

[p. 145]. [3] . «Armando.» Timoneda.

[p. 145]. [4] . «Posa.» Timoneda.

[p. 145]. [5] . «Muchos campos.» Tim.

[p. 145]. [6] . «Han demostrado.» Tim.

[p. 145]. [7] . «Ficieron .» Timoneda.

[p. 145]. [8] . «Mesando.» Tim.

[p. 145]. [9] . «Desque.» Timoneda.

[p. 145]. [10] . «Llamando.» Timoneda.

[p. 145]. [11] . «Y el otro viene de blanco,
                            y el otro viene de verde,
                            dicen que es enamorado:» Tim.

[p. 145]. [12] . «Con el.» Tim.

[p. 145]. [13] . «Y el otro.» Timoneda.

[p. 145]. [14] . «Ya los vuelven.» Timoneda.

[p. 147]. [1] . «Es Arias Gonzalo el viejo que aquí habla avisando al rey.»

[p. 148]. [1] . «Guarte, guarte.» Canc. de Romance, 155.

[p. 148]. [2] . Es el noble Arias Gonzalo, defensor de Zamora, él que avisa al rey don Sancho que se precava de una traición inminente.

[p. 148]. [3] . «Es.» Silva.

[p. 148]. [4] . «Cumplir.» Silva.

[p. 148]. [5] . «El rey.» Escobar. Romancerodel Cid.

[p. 148]. [6] . «Pues se te había quitado.»Escobar.

[p. 149]. [1] . «A ti.» Escobar.

[p. 149]. [2] . «El tu.» Escobar.

[p. 149]. [3] . «Servirte.» Escobar.

[p. 149]. [4] . «Yo te.» Escobar.

[p. 149]. [5] . «Serás.» Escobar.

[p. 149]. [6] . «El.» Escobar.

[p. 149]. [7] . «El muro.» Escobar.

[p. 149]. [8] . «Hablando.» Escobar.

[p. 149]. [9] . «Que es.» Canc. de Medina.

[p. 149]. [10] . «Vos.» Canc. de Medina.

[p. 149]. [11] . «Sabe que yo.» Escobar.

[p. 149]. [12] . «Nos vamos.» Canc. de M.

[p. 149]. [13] . «Allí.» Canc. de Medina.

[p. 149]. [14] . «Como lo vió descuidado.» Canción de Medina.

[p. 149]. [15] . «Enestóse (diría enertose.)» Canc. de Medina.

[p. 149]. [16] . «Y diole.» Canc. de Medina.

[p. 149]. [17] . «Y así.» Canc. de Medina.

[p. 149]. [18] . «Visto lo había.» Canc. de M.

[p. 149]. [19] . «Del real los ha mirado.»Canc. de Medina.

[p. 149]. [20] . «Luego conoció lo que era.»Canc. de Medina.

[p. 149]. [21] . «Rodrigo que ya llegaba.»Canc. de Medina.

[p. 149]. [22] . «Y el Dolfos que estaba en salvo.» Canc. de Medina.

[p. 149]. [23] . «Maldiciones que.» Canc. de Medina.

[p. 150]. [1] . «Tengais cargo.» Canc. de M.

[p. 150]. [2] . «Hayas.» Canc. de Medina.

[p. 150]. [3] . «Me has.» Canc. de Medina.

[p. 150]. [4] . «Ha.» Canc. de Medina.

[p. 150]. [5] . «Destarte (sic) murió el buen rey.» Canc. de Medina.

[p. 150]. [6] . El texto dice: «Vellido», que es equivocación manifiesta.

[p. 150]. [7] . Este romance falta en la edición s. a. del Canc. de Rom. y en la Silva, ed. de 1550 del Canc. de Rom., y en las posteriores está interpuesto entre el que dice: «Despues que Vellido Dolfos», y el de: «Arias Gonzalo responde». Trata el mismo asunto, de un modo algo diferente, que se halla contenido en el primero o la primera parte del largo romance desde el verso: «A aquese don Diego Ordóñez.»

[p. 152]. [1] . Ya se ve que entre este y el verso que le sigue aquí se han omitido los versos que en el romance anterior dicen:

«haya de lidiar con cinco
y si alguno le venciere.»

[p. 155]. [1] . Este romance es más bien una versión de aquel largo que dice: «Despues que Vellido Dolfos», variándolo desde el verso: «Ya se salen por la puerta», y esta parte va también como romance separado.

[p. 155]. [2] . Después de este verso el Cancionero de Rom., 1550, ha intercalado los dos siguientes:

Viene un atand de palo,
y dentro del ataud.

[p. 155]. [3] . «Venia un cuerpo finado.» Canc. de Rom. 1550.—«Viene un cuerpo sepultado.» Canc. de Rom s. a.

[p. 155]. [4] . «Hernan.» Silva.

[p. 155]. [5] . «Le dicen tio.» Silva.—« Otras le decian tio.» Timoneda, Rosa esp.

[p. 155]. [6] . «Oh.» Timoneda.

[p. 155]. [7] . Claro está que después de este verso falta el que continúa la asonancia; con efecto lo llevan el Canc. de Rom., ed, de Med., 1570: «Calledes Urraca Hernando.»—Y Timoneda: «No hagades tan gran llanto.»—El Can. de Rom., 1550, da en vez de este verso los cuatro siguientes:

«—¿Por qué lloráis, mis doncellas?
¿por qué haceis tan grande llanto?
no lloreis así, señoras,
que no es para llorallo.»

[p. 156]. [1] . «Ahi me quedan otros cuatro.» Silva.— «Aun me quedan otros cuatro.» Timoneda.

[p. 156]. [2] . «Menos.» Timoneda

[p. 156]. [3] . uardando.» Silva.— «Defensando.» Timoneda. El Canc. de Rom., 1550, añade los dos versos siguientes:

«murió como caballero
con sus armas peleando».

[p. 157]. [1] . Este epígrafe lleva en el Cancionero de Med.

[p. 157]. [2] . «Doña Urraca Fernando
                            mensajeros fué a enviar.»
                             Cancionero de Med.

[p. 157]. [3] . «Por muerte del Rey don Sancho.» Canc. de Med.

[p. 157]. [4] . «Solo fincaba.» Canc. de Medina.

[p. 157]. [5] . «No lo.» Canc. de Med.

[p. 157]. [6] . «Hayais.» Canc. de Med.

[p. 157]. [7] . «Tuvistes.» Canc. de Med.

[p. 157]. [8] . «Deterná.» Canc. de Med.

[p. 157]. [9] . «Peranzules.» Canc. de Med.

[p. 157]. [10] . «Consejo le fuera.» Canc. de Med.

[p. 157]. [11] . «Hayan.» Canc. de Med.

[p. 157]. [12] . «Fuéronse para.» Canc. de Medina.

[p. 157]. [13] . «Querrán.» Canc. de Med.

[p. 157]. [14] . «Vos y duce hombres buenos.» Canc. de Med.

[p. 157]. [15] . «Cuales vos querais juntar.» Canc. de Med.

[p. 157]. [16] . «Que de.» Canc. de Med.

[p. 157]. [17] . «Tuvistes.» Canc. de Med.

[p. 158]. [1] . «Toma.» Canc. de Med.

[p. 158]. [2] . «Él la quiere razonar.» Cancionero de Med.

[p. 158]. [3] . «Con un cerrojo sagrado.» Canc. de Med.

[p. 158]. [4] . «Vos venis aqui os salvar.»Canc. de Med.

[p. 158]. [5] . «Tal muerte mueras.» Canc. de Med.

[p. 158]. [6] . «A te dar.» Canc. de Med.

[p. 158]. [7] . «Que no tienen.» Canc. de Medina

[p. 158]. [8] . «Nunca.» Canc. de Med.

[p. 158]. [9] . «Toma.» Canc. de Rom.

[p. 158]. [10] . «Me besareis.» Canc. de Med.

[p. 158]. [11] . «Y.» Canc. de Med.

[p. 158]. [12] . «En las tierras.» Canc. de Medina.

[p. 158]. [13] . «Lo.» Canc. de Med.

[p. 158]. [14] . «A mí en placer me verná.» Canc. de Med.

[p. 158]. [15] . «De alli.» Canc. de Med.

[p. 158]. [16] . También este romance trata el mismo asunto de aquel largo que dice: «Después que Vellido Dolfos, desde el verso: «Doña Urraca la infanta».

[p. 159]. [1] . «Agueda.» Canc. de Rom.

[p. 159]. [2] . «Le toman jura a Alfonso
                            por la muerte de su hermano.
                            Tomábasela el buen Cid,
                            ese buen Cid castellano,
                            sobre un cerrojo de hierro
                            y una ballesta de palo,
                            y con unos Evangelios
                            y un crucifijo en la mano.
                            Las palabras son tan fuertes
                            que al buen rey ponen espanto;
                              Canc. de Rom., 1550.

[p. 159]. [3] . «A todos.» Tim. Rosa esp.

[p. 159]. [4] . «De lazos.» Timoneda.

[p. 159]. [5] . «Vayan cabalgando.» Tim.

[p. 159]. [6] . «No de.» Timoneda.

[p. 159]. [7] . «No por villas ni poblados.» Timoneda.

[p. 159]. [8] . «Dijeres verdad.» Silva.— Timoneda.

[p. 159]. [9] . «Eres.» Silva. —«Te es.» Timoneda.

[p. 159]. [10] . «O.» Canc. de Rom., 1550.

[p. 159]. [11] . Las juras eran tan fuertes
                            que el rey no las ha otorgado.
                            Allí habló un caballero
                            que del rey es más privado:
                            —Haced la jura, buen rey,
                            no tengáis de eso cuidado,
                            que nunca fué rey traidor,
                            ni papa descomulgado.
                            Jurado habia el rey.
                             Canc. de Rom., 1550.
                             «Jurado tiene el buen rey.» Tim.

[p. 159]. [12] . «Que en tal caso no es culpado.» Tim.

[p. 160]. [1] . «Pero con voz alterada.» Tim.

[p. 160]. [2] . «Dijo muy mal enojado.» Timoneda.

[p. 160]. [3] . «Después besarme has.» Timoneda.

[p. 160]. [4] . «Tiendas.» Tim.

[p. 160]. [5] . «Y no me estés más en ellas.» Timoneda.

[p. 160]. [6] . «Despide.» Timoneda.

[p. 160]. [7] . «Esforzados.» Timoneda.

[p. 160]. [8] . «Hay viejo ni.» Timoneda.

[p. 160]. [9] . «Acecalado.» Canc. de Romances, s. a.

[p. 160]. [10] . Los dos últimos versos faltan en la Rosa de Timoneda.

[p. 160]. [11] . En la Silva de 1550 faltan ya en el epígrafe las palabras «nuevamente hecho», lo que es tanto más significativo, cuanto que este largo romance fué, en efecto, por la mitad del siglo XVI «nuevamente hecho» por un juglar, ensartando y amalgamando en uno algunos de los romances populares primitivos del harto decanto cerco de Zamora (véase nuestra introducción, nota 6, Edición Nacional pág. 15, N. I.) de los cuales corren por separados de nuevo en las colecciones posteriores los que dicen «Despues que Vellido Dolfos». «Arias González responde» «Ya se sale por la puerta» «Doña Urraca la infanta». Este largo romance, compuesto exactamente así como en el Canc. de Rom. s. a., y la Silva de 1550, se halla también en un pliego suelto impreso en el año de 1550 (véase nuestro tratado: Ueber die Prager Sammlung, páginas 7 y 41, adonde dice también el título «nuevamente hecho», con un «Villancico del mismo autor»), y en el Canc. de Rom., ed. de Med. del año de 1570. Menos escrupulosas que la Silva, las ediciones con fecha (inclusive la de 1550) del Canc. de Rom. repiten en el epígrafe aquel «nuevamente hecho», mientras debieron decir más bien «deshecho de nuevo», pues imprimen por separado el primer romance o la primera parte del largo, e interponen entre ella y la que empieza por el verso de «Arias Gonzalo responde», un romance con asonancia diferente, el que dice: «Ya cabalga Diego Ordoñez.», y que por eso y por repetirse en él con alguna variación el asunto ya tratado en la primera parte del largo, nosotros hemos dado por separado y antepuesto al largo, de que fué, en efecto, o base, o versión diferente, como los que dicen «Tristes van los zamoranos» «Por aquel postigo viejo» «En Toledo estaba Alfonso» «En Santa Gadea de Burgos», de cuyos asuntos el largo romance es un resumen o una continua, al cual, respecto a los romances populares primitivos y conservados todavía en parte en los separados, se podría llamar un pequeño cantar de gesta juglaresco.

[p. 161]. [1] . «Júntase.» Tim., Rosa esp.

 

[p. 162]. [1] . «Y el gesto muy demudado.» Timoneda.

[p. 162]. [2] . «Hablastes.» Timoneda.

[p. 162]. [3] . «A tal.» Timoneda.

[p. 162]. [4] . «Porque a muerte soy llegado.» Timoneda.

[p. 162]. [5] . Con este verso acaba el romance en la Rosa de Timoneda, y en la segunda edición de la Silva.

[p. 162]. [6] . La segunda ed. de la Silva (Barcelona, 1557) comienza el largo romance por este verso, algo alterado, así: «Ya se parte Diego Hordoñez», habiendo puesto la parte anterior como romance separado. Por eso ha mudado el verso de nuestro texto que dice: «A decir a los vecinos», en «Va decir los zamoranos».

[p. 162]. [7] . «Asignar.» Silva.

[p. 162]. [8] . «Callando.» Silva.

[p. 163]. [1] . «Salen.» Silva.

[p. 163]. [2] . «Por nombre.» Silva.

[p. 163]. [3] . «Espadas.» Cancionero de Romances, s. a.

[p. 165]. [1] . Así todos los textos; pero debió decirse: «Pensó que si de estas nuevas.»

[p. 165]. [2] . «Toman.» Silva.

[p. 165]. [3] . «Era.» Silva.

[p. 165]. [4] . «De esto.» Silva.

[p. 166]. [1] . «En.» Silva.

[p. 166]. [2] . «Aunque.» Silva.

[p. 166]. [3] . «Tiene.» Canc. de Rom.

[p. 166]. [4] . «Agueda.» Canc. de Rom.

[p. 166]. [5] . «Del.» Canc. de Rom., 1550.

[p. 166]. [6] . «Agueda.» Canc. de Rom.

[p. 167]. [1] . «Marroquines.» Silva. Tim.

[p. 167]. [2] . «Azagaya.» Silva. Tim. Flor.

[p. 167]. [3] . «Prenderlo he.» Flor.

[p. 167]. [4] . «Hernandez.» Flor.

[p. 167]. [5] . «La mi linda.» Timoneda.

[p. 167]. [6] . «Entregarla he.» Silva Timoneda. Flor.

[p. 167]. [7] . «La mi.» Timoneda. Flor.

[p. 167]. [8] . «Continuas.» Tim. Flor.

[p. 167]. [9] . «Y a aquel.» Tim.—«Aquel moro que aqui viene.» Flor.

[p. 167]. [10] . «Detenédmele.» Silva. Flor.

[p. 167]. [11] . «En palabra.» Timoneda.

[p. 168]. [1] . «Allegaba.» Timoneda.

[p. 168]. [2] . «Alli hablara el caballero.» Flor.—«Al caballo.» Las ed. posteriores del Canc. de Rom.

[p. 168]. [3] . «Hablara.» Silva. Flor.

[p. 168]. [4] . «Siete voces le rodea
                            al rededor de una gata.» Flor.

[p. 168]. [5] . «Como es ligera.» Timoneda.— «Mas la yegua era ligera.» Flor.

[p. 168]. [6] . «El río.» Silva.—Tim. Flor.

[p. 168]. [7] . «Con ella mucho se holgara.» Timoneda.

[p. 168]. [8] . «Tiénesela.» Silva. Flor.

[p. 168]. [9] . «Llega.» Timoneda.

[p. 168]. [10] . «Y viendo al moro en salvo
de corage reventaba.» Flor.

[p. 168]. [11] . «Fuerza.» Timoneda.

[p. 168]. [12] . «Diciendo:—Recoged, yerno, recogedme aquesa lanza.» Silva.—Timoneda, Flor.

[p. 169]. [1] . «Con sus mujeres al lado.» Timoneda.

[p. 169]. [2] . «Entregóselas de grado.» Tim.

[p. 169]. [3] . «Los dos.» Timoneda.

[p. 170]. [1] . «De ellos.» Silva.—Tim.

[p. 170]. [2] . «Le han saltado.» Timoneda.

[p. 170]. [3] . «La traición que habian armado.» Timoneda.

[p. 170]. [4] . «Con mucha.» Timoneda.

[p. 170]. [5] . «En un gran monte han entrado.» Timoneda.

[p. 170]. [6] . «Mandan ir toda la gente.» Silva.— «Su gente mandaron ir.» Timoneda.

[p. 170]. [7] . «Cada cual la suya al lado.» Timoneda.

[p. 170]. [8] . «Ambos.» Silva.

[p. 170]. [9] . «Azótanlas bravamente.» Timoneda.

[p. 170]. [10] . «Como bueno y esforzado.» Timoneda.

[p. 170]. [11] . «Y no habiéndolos.» Tim.

[p. 170]. [12] . «Volviérase para ellas.» Silva. —«Hácia ellas presto vino.» Timoneda.

[p. 170]. [13] . «Todo el hecho le.» Tim.

[p. 170]. [14] . «Hubo.» Timoneda.

[p. 171]. [1] . «A ellos no.» Silva.

[p. 171]. [2] . «A los veinte y nueve dias.» Silva.

[p. 171]. [3] . «Venidos.» Silva.

[p. 171]. [4] . «Llegados.» Silva.

[p. 172]. [1] . «Hablaron.» Silva.

[p. 172]. [2] . La edición de 1550 del Canc de Rom. intercala entre éste y el verso que le sigue, otros cuatro que dicen:

El albornoz era blanco
parecía un emperador,
capacete en la cabeza
que relumbra como el sol.

[p. 172]. [3] . Parece ser continuación inmediata del discurso del Cid y suplemento de este romance el del tomo II de la Silva, que dice: «Yo me estando en Valencia.» La edición de 1550, y las posteriores del Canc. de Rom., llevan, empero, adjuntos al último verso de este romance los siguientes, que tienen también su puntita de antiguos y populares, aunque dejan incompleta la narración:

Allí dijeron los condes,
hablaron esta razón:
—Nos somos hijos de reyes,
sobrinos de emperador;
¿merecimos ser casados
con hijas de un labrador?—
Allí hablara el buen Cid,
bien oiréis lo que habló:
—Convidáraos yo a comer,
buen rey, tomástelo vos,
y al alzar de los manteles
dijístesme esta razón:
Que casase yo a mis hijas
con los condes de Carrión.
Diéraos yo en respuesta: *
preguntarlo he yo a su madre,
al ayo que las crió.
Dijérame a mí el ayo:
Buen Cid, no lo hagais, no,
que los condes son muy pobres,
y tienen gran presunción.—
Por no deshacer vuestra palabra,
buen rey, hiciéralo yo.
Treinta dias duraron las bodas,
que no quisieron mas, no:
cien cabezas matara
de mi ganado mayor:
de gallinas y capones,
buen rey, no os lo cuento, no.

* Después de éste falta el verso con el asonante; lo tiene suplido Durán de este modo:

       Con respeto y con amor.

[p. 173]. [1] . Habla el Cid.

[p. 174]. [1] . «Hacer.» Silva.

[p. 175]. [1] . Con este verso rompe la Silva, fol. 101 vuelto al texto de este romance, y anota: «Lo que falta de este romance: hallaréis al fin de todo»;—y con efecto el resto de él se halla a la última plana del tomo primero, inmediatamente antes del «Deo gratias».

[p. 175]. [2] . «De ellos no será.» Silva.— Durán dice: «No será desacatado.»

[p. 175]. [3] . «Como es sagaz.» Silva.

[p. 175]. [4] . El asunto de este romance parece ser imitación de una parte de la Chanson des Saxons, compuesta en el siglo XIII por Jean Bodel d'Arras, y publicada por M. Francisque Michel (París, 1839, t. I, páginas 40-80), donde se refiere casi el mismo suceso del emperador Carlomagno con los caballeros renitentes Herupois.

[p. 175]. [5] . «Destruida» dice el Canc. de Rom., por equivocación.

[p. 176]. [1] . El texto dice: «maravedís de tributo» lo que parece ser glosa, que además de ser inútil, destruye la medida del verso.

[p. 176]. [2] . «No has hablado como hombre.» Las ed. poster. del Canc. de Rom.

 

[p. 178]. [1] . «Este romance, dice el señor Durán, que en la introducción a su libro cita Alonso de Fuentes, tiene todos los caracteres de ser viejo y oral. De su construcción y lenguaje se infiere que pudo reducirse a la redacción que tiene en los primeros años del siglo xv, aunque proceda de tiempos anteriores.»

[p. 179]. [1] . Véase el romance anterior.

[p. 180]. [1] . «Fernando el cuarto.» Canc. de Rom., 1550.—«Romance del rey don Fernando, que dicen que murió aplazado.» Pl. s.

[p. 180]. [2] . «Válame.» Pl. s.

[p. 180]. [3] . «No se hizo.» Las eds. posteriores del Canc. de Rom.—«Afeitó.» Pl. s.

[p. 180]. [4] . «Se lavó.» Pl. s.

[p. 180]. [5] . «Su.» Pl. s.

[p. 180]. [6] . «Cuarenta pobres comían.» Pl. s.

[p. 180]. [7] . «Hacia.» Pl. s.

[p. 180]. [8] . «En mano.» Pl. s.

[p. 180]. [9] . «Su mesa.» Pl. s.

[p. 180]. [10] . «Que ado irá a tener la fiesta.» Silva .—«Do habia de tener la fiesta.» Pl. s.

[p. 180]. [11] . «En Jaen tuvo la pascua,

y en Martos el cabodaño.» Pl. s.

[p. 180]. [12] . «Íbase.» Silva.

[p. 180]. [13] . «Que aun no habia cabalgado.» Silva.— «Aun no habia descabalgado.» Pl. s.

[p. 180]. [14] . «Y dábanle la querella.» Pl. s.

[p. 180]. [15] . «El rey.» Pl. s.

[p. 180]. [16] . «Carvajal.» Canc. de Rom., 1550.— Silva.

[p. 180]. [17] . «Y don Rodrigo.» Pl. s.

[p. 180]. [18] . «Roban el ganado.» Silva.— «Roban nuestro campo.» Pl. s.

[p. 180]. [19] . «Fuérzannos nuestras mujeres.» Pl. s.

[p. 180]. [20] . «Y cómennos.» Pl. s.

[p. 180]. [21] . «No nos la quieren pagar.» Pl. s.

[p. 180]. [22] . «Que era vergüenza.» Pl. s.

[p. 180]. [23] . «Ellos.» Pl. s.

[p. 181]. [1] . «Manda pregonar.» Silva. Pl.s.

[p. 181]. [2] . «Que.» Pl. s.

[p. 181]. [3] . «Los.» Silva. Pl. s.

[p. 181]. [4] . «Para los.» Silva.— «Para sus.» Pl. s.

[p. 181]. [5] . «Es.» Pl. s.

[p. 181]. [6] . «Sed presos los.» Pl. s.

[p. 181]. [7] . «Mandado.» Pl. s.

[p. 181]. [8] . «Pues así es.» Pl. s.

[p. 181]. [9] . «Plácenos de muy buen grado.»

[p. 181]. [10] . «A Jaen habian llegado.» Pl. s.

[p. 181]. [11] . «Mandóles.» Pl. s. [N. del E.: En este y en los dos casos del verso anterior.]

[p. 181]. [12] . «Allí hablara el menor.» Pl. s.

[p. 181]. [13] . «Nos matas. » Pl. s.

[p. 181]. [14] . «Siendo tan mal informado.» Pl. s.

[p. 181]. [15] . «Quejámonos de ti, el rey.»Pl. s.

[p. 181]. [16] . «Al juez que es soberano.» Pl. s.

[p. 181]. [17] . «Con nosotros seas en plazo.» Pl. s.

[p. 181]. [18] . «Sant.» Silva.

[p. 181]. [18 bis] . «Sant.» Silva.

(Nota del editor: Por necesidades de la edición electrónica se ha renombrado esta nota como 18 bis)

[p. 181]. [19] . «Testimonio.» Pl. s.

[p. 181]. [20] . «Desde este verso hasta al fin, el texto del pliego suelto es todo otro, y dice así:

Y sin más poder decir
mueren estos hijosdalgo.
Antes de los treinta dias
malo está el rey don Fernando
el cuerpo cara oriente,
y la candela en la mano:
así falleció su Alteza,
de esta manera citado.

[p. 182]. [1] . «Que yo la habia.» Timoneda, Rosa esp.

[p. 182]. [2] . «Hube.» Timoneda.

[p. 182]. [3] . «Era criado en mi casa.» Tim.

[p. 182]. [4] . «Macharena.» Timoneda.

[p. 182]. [5] . «Topé.» Timoneda.

[p. 182]. [6] . «De un evangelio.» Canc. de Rom. s. a.—«Ordenado es de evangelio.» Timoneda.

[p. 182]. [7] . «Un hijo.» Silva.— Tim.

[p. 182]. [8] . «Cumple.» Silva.

 

[p. 183]. [1] . «Compaña.» Silva.— Tim.

[p. 183]. [2] . «No me (he).» Timoneda.

[p. 183]. [3] . Este, y el verso que le sigue, faltan en la Rosa de Timoneda.

[p. 183]. [4] . «No.» Timoneda.

[p. 183]. [5] . «Ni ménos os dejé.» Tim.

[p. 183]. [6] . «Con los.» Timoneda.

[p. 183]. [7] . «Ella.» Canc. dc Rom. s . a., y 1550.— Silva.

[p. 183]. [8] . «Ha proposado.» Timoneda.

[p. 183]. [9] . «Echósela.» Timoneda.

[p. 183]. [10] . «Los aullidos.» Timoneda.

[p. 183]. [11] . «Atruenan.» Timoneda.

[p. 183]. [12] . «En oirlo dijo el rey.» Tim.

[p. 183]. [13] . «Allí habló una señora.» Timoneda.

[p. 183]. [14] . «A vuestro hermano.» Timoneda.

[p. 183]. [15] . «Aun no se lo hubo.» Tim.

[p. 183]. [16] . «Fuérase a.» Timoneda.

[p. 184]. [1] . «Recaudo.» Silva.— Tim.

[p. 184]. [2] . «Emprisionado.» Timoneda.

[p. 184]. [3] . «Todo pasa por.» Timoneda.

[p. 184]. [4] . «Paje preciado.» Timoneda.

[p. 185]. [1] . «Al pasar de.» Pl. s.

[p. 185]. [2] . «Quiso ver volar un vuelo.» Pl. s.

[p. 185]. [3] . «Subir.» Pl. s.

[p. 185]. [4] . «Tanto se abajaba el bulto.» Pl. s.

[p. 185]. [5] . «Saliera.» Pl. s.

[p. 185]. [6] . «La cabeza sin caperuza.» Pl. s.

[p. 185]. [7] . Este y el verso que le antecede, faltan en el pliego suelto.

[p. 185]. [8] . «Y si tornares con ellos.» Pl. s.

[p. 185]. [9] . «Sepas por cierto.» Pl. s.

[p. 186]. [1] . Los dos últimos versos faltan en el pliego suelto.

[p. 187]. [1] . En la Silva este nombre está desfigurado así: «El arena». El lugar de Llerena era propiedad de la orden de Santiago.

[p. 187]. [2] . Lunes es nombrado en los romances muchas veces «Fuerte o aciago dia», por ejemplo, en el romance del duque de Gandía:

     Un lunes, en fuerte dia;

en el romance de la reina Elena:

     lunes era caballeros,
     lunes fuerte y aciago.

[p. 188]. [1] . Este verso ha intercalado el señor Durán para el sentido, y porque falta en el original.

[p. 189]. [1] . Ya Garibay (Compendio historial, Anvers 1571, tomo II, libro 14, cap. 29), dice con respecto a la tradición muy notable en que se fundan estos romances: «Algunas canciones de este tiempo, conservadas hasta agora en memoria de las gentes, quieren aliviar la culpa de que al rey don Pedro cargan, en el odio que tomó a la reina dando a entender haberla aborrecido porque se hizo preñada de don Fadrique.»

Que había existido aún una tercera versión de este romance, prueban las citas de Ortiz y Zúñiga, quien dice en su Discurso genealógico de los Ortizes de Sevilla (Cádiz, 1670, fols. 15 y 16), hablando de «Alonso Ortiz, camarero del Maestre», a quien hace representar el mismo papel de su confidente y de la reina, en lugar del secretario Alonso Pérez de nuestros romances, y refiriéndose a un romance:

«Introduce el romance (que justamente se excusa poner entero, hallárase en Romanceros antiguos, especialmente en uno que se imprimió en Sevilla el año de 1573, [que nos es ahora desconocido]), hablando a una real dama:

A un criado del Maestre,
que Alonso Ortiz se decia,
su camarero y privado,
noble, de gran fiaduría.

»...Prosigue (el romance) que (la reina) le entregó el niño, disimulando ser suyo, y que él, llevándole a Llerena lo dejó a criar en ella, por este estilo:

Llegado habia Alonso Ortiz
a Llerena, aquesa villa,
dejara al niño a criar
en poder de una judía,
vasalla era del Maestre,
y Paloma se decia.»

Y el principio de este romance cita el mismo Ortiz en sus Anales de Sevilla (Madrid, 1795 y 1796, tomo II, pág. 305), donde dice, hablando otra vez de aquel camarero Alonso Ortiz:

«Uno de los romances que mencioné en el Discurso de mi familia de Ortiz, de que era el camarero, comienza:

Entre las gentes se dice,
mas no por cosa sabida,
que la reina doña Blanca
del Maestre está parida.

»Asi se cantaba más ha de ciento y cincuenta años (la primera edición de sus Anales vió la luz pública en el año de 1677) en públicos romances que corren impresos, cuando aun la modestia recateaba vulgarizar el secreto en desdoro de la opinión de la reina doña Blanca.»— Obsérvese, que aun la versión citada por Ortiz, aunque difiere esencialmente de nuestros textos, tiene la misma asonancia (en i-a), lo que hace suponer un manantial común a todas estas versiones.

[p. 190]. [1] . «De cómo hizo matar don Pedro a doña Blanca de Borbón.» Timoneda.

[p. 190]. [2] . «A.» Timoneda.

[p. 190]. [3] . «Envió luego a Sidonia.» Tim.

[p. 190]. [4] . «Fué a llamar a.» Timoneda.

[p. 190]. [5] . «Respondiera.» Timoneda.

[p. 190]. [6] . «El rey no le dijo nada.» Timoneda.

[p. 190]. [7] . «Enviara dos.» Timoneda.

[p. 190]. [8] . «Vido.» Timoneda.

[p. 190]. [9] . «Mas despues en sí tornada.» Timoneda.

[p. 190]. [10] . «Con esfuerzo.» Timoneda.

[p. 190]. [11] . «Y pues lo.» Timoneda.

[p. 190]. [12] . «Di.» Timoneda.

[p. 190]. [13] . «A los cuales.» Timoneda.

[p. 190]. [14] . «Voy.» Timoneda.

[p. 191]. [1] . «Perdono.» Timoneda.

[p. 191]. [2] . «En contemplación.» Tim.

[p. 192]. [1] . Don Diego García de Padilla, Maestre de Calatrava, hermano de doña María de Padilla.

[p. 192]. [2] . Don García alude en el consejo que da aquí al rey don Pedro, su cuñado, a la muerte del infante don Juan el Tuerto, a quien el padre de don Pedro, el rey don Alonso XI, hubo convidado a comer a Toro, y allí le hizo matar, noticioso de que dicho don Juan trataba de ganar contra él a los reyes de Aragón y Portugal, y en seguida de esta singular justicia apoderóse el rey don Alonso de las villas y castillos de don Juan (véase la Historia general de España por don Modesto Lafuente, tomo VI, pág. 472).

[p. 193]. [1] . Con este verso y el siguiente comienza el célebre romance del conde Claros.

[p. 195]. [1] . Véanse las Obras del Marqués de Santillana, publicadas por don José Amador de los Ríos; Madrid, 1852, pág. 642, donde dice el erudito editor que Carlos de Guevara, quien floreció en el reinado de los Reyes Católicos, hace mención de este romance, cual de cosa ya corriente y vulgar, en su composición, inserta en el Canc. gen., que dice: «Bien publican vuestras coplas.»

[p. 196]. [1] . Mahomad, rey de Granada, sitió en el mes de agosto del año de 1407 la ciudad de Baeza, defendida por los caballeros Don Pero Díaz de Quesada y Garci González Valdés.

«El autor de este romance—dice Lafuente Alcántara (Historia de Granada, tomo III, pág. 34), posterior al suceso—, incurre en un anacronismo: los moros Venegas de Granada eran de linaje de cristianos, hijos de un caballero de la casa de Luque, cautivado despues.»

El romance refiere el suceso en forma de arenga del rey de Granada a sus soldados.

[p. 197]. [1] . «Traedlos en cabalgada.» Silva.

[p. 197]. [2] . «Dias.» Canc. de Rom. s . a., y 1550.

[p. 197]. [3] . Salieron en el mes de octubre del año de 1407, y murió en este cerco de Jaen Reduan, el más intrépido de los caudillos granadinos. (Véase la Historia de Granada, por Lafuente Alcántara, tomo III, páginas 38 y 39.) 1. Por esta jornada—dice Hita—, que hizo el rey Chico a Jaen, se compuso aquel antiguo romance.

[p. 198]. [2] . Después del asalto malogrado de Antequera, en el 27 de mayo del año de 1410, el infante don Fernando, para distraer sus soldados y ocuparlos parlos en acopiar víveres, los dejó hacer correrías por los contornos. Algunas de ellas se hicieron con éxito. No tavo igual fortuna la del joven Hernando de Sayavedra, alcaide de Cañete; sorprendido en sus merodeos por el Gobernador de Setenil, fué muerto de un bote de lanza. (Véase la Historia de Granada por Lafuente Alcántara, tomo III, III, pág. 67.)

[p. 200]. [1] . «Salió.» Timoneda.

[p. 200]. [2] . «Tenía.» Timoneda.

[p. 200]. [3] . «Llevaba.» Timoneda.

[p. 200]. [4] . «Que muy gran precio valia.» Silva. Timoneda.

[p. 200]. [5] . «Alhareme.» Silva. Tim.

[p. 200]. [6] . Este verso y los tres que le siguen, faltan en la Rosa de Tim.

[p. 200]. [7] . «Todas.» Timoneda.

[p. 200]. [8] . «Archidonia.» Canc. de Rom. s. a., y 1550.

[p. 200]. [9] . «Aquesa villa.» Timoneda.

[p. 201]. [1] . «Hacer yo tal.» Timoneda.

[p. 201]. [2] . «Gran.» Timoneda.

[p. 201]. [3] . «Sentia.» Silva. Timoneda.

[p. 201]. [4] . «Despues de en sí tornado» Silva.—«Mas despues en sí tornado» Timoneda.

[p. 201]. [5] . «Quince.» Timoneda.

[p. 201]. [6] . «Moros.» Silva.

[p. 201]. [7] . «Ese socorro que envía.» Tim.

[p. 201]. [8] . «Junto.» Timoneda.

[p. 201]. [9] . «El.» Timoneda.

[p. 201]. [10] . «Y a vista del infante.» Silva.—«A la vista del infante.» Tim.

[p. 201]. [11] . «En la vitoria.» Timoneda.

[p. 201]. [12] . «Reñida.» Timoneda.

[p. 201]. [13] . «La batalla ya pasada.» Timoneda.

[p. 201]. [14] . «Bombardas.» Timoneda.

[p. 201]. [15] . «Con esfuerzo y valentía.» Timoneda.

[p. 202]. [1] . Fué tomada la ciudad de Antequera en el mes de septiembre del año de 1410 por el infante don Fernando, por eso nombrado el de Antequera, y vinieron Alkármen, alcaide moro que fué de Antequera, y sus heroicos compañeros a Granada, a contar al rey su desgracia. El rey moro Jusef quiso vengar la pérdida de una ciudad tan importante. Algunos campeadores se presentaron a la vista de Antequera, recobraron el castillo de Jebar y prendieron al alcaide Pedro Escobar. (Véase la Historia de Granada, por Lafuente Alcántara, tomo III, página 77.)

[p. 202]. [2] . «Al punto.» Timoneda. Pliego suelto

[p. 202]. [3] . «Jugando iban las cañas.» Pl. s. —«Jugando van de las lanzas.» Tim.

[p. 202]. [4] . «Labrados.» Timoneda. Pl. s.

[p. 202]. [5] . «Y sus aljubas.» Tim. Pl. s.

[p. 202]. [6] . «De sedas finas y grana.» Pl. s.—«De seda y oro labradas.» Tim.

[p. 202]. [7] . «Y el que amiga no tiene.» Pl. s.—«Y el que amiga no tenía.» Timoneda.

[p. 202]. [8] . «Moras los están mirando.» Timoneda. Pl. s.

[p. 202]. [9] . «También los miraba.» Timoneda. Pl. s.

[p. 202]. [10] . «De los Alixares do estaba.» Timoneda. Pl. s.

[p. 202]. [11] . «Cuando vino un moro viejo
                            sangrienta toda la cara,
                            las rodillas por el suelo
                            de esta manera le habla.»

                         Tim. Pl. s.

[p. 202]. [12] . «Que ese.» Timoneda. Pl. s.

[p. 202]. [13] . «Ha muerto allí muchos moros.» Timoneda. Pl. s.

[p. 203]. [1] . «Y cuatro lanzadas traigo.» Timoneda. Pl. s.

[p. 203]. [2] . «La menor me llega al alma.» Timoneda. Pl. s.

[p. 203]. [3] . «Cuando el rey oyó tal nueva la color se le mudara.» Tim. Pl. s.

[p. 203]. [4] . «Mandó tocar.» Tim. Pl. s.

[p. 203]. [5] . «Y sonar.» Pl. s.—«Y poner.» Timoneda.

[p. 203]. [6] . «Juntados mil de a caballo.» Pl. s.

       «Vienen unos, vienen otros,
       mucha gente se allegaba,
       juntados mil de caballo.» Tim.

[p. 203]. [7] . «Para hacer.» Pl. s.—«Cada cual bien caminaba.» Timoneda.

[p. 203]. [8] . «Cuando llegan a Alcalá.» Timoneda. Pl. s.

[p. 203]. [9] . «Talando viñas y panes.» Timoneda. Pl. s.

[p. 203]. [10] . «Escaramuza se traba.» Timoneda. que le siguen, no hay en el pliego suelto y en la Rosa de Timoneda que aqueste solo: «Tómanles la cabalgada.»

[p. 203]. [11] . En vez de éste y los dos versos

[p. 203]. [12] . «Con tal.» Timoneda. Pl. s.

[p. 203]. [13] . «Vuélvense para Granada.» Timoneda. Pl. s.

[p. 203]. [14] . Los dos últimos versos faltan en el pliego suelto y en la Rosa de Timoneda.

[p. 203]. [15] . Entre los romances moriscos de Pérez de Hita hay uno cuyo primer tercio es casi idéntico al nuestro; pero en todo lo demás difiere de él, tanto por la letra como por el asunto, habiéndolo Hita transformado en un romance artístico novelesco.—También en la edición de 1556 del Romancero de Sepúlveda se halla una versión reformada a lo artístico de nuestro texto.

[p. 205]. [1] . «Un mancebo les saliera.» Ediciones posteriores del Canc. de Rom.

[p. 205]. [2] . Alude probablemente este romance a una de las correrías que hicieron por los contornos de Antequera por los años de 1420. (Véase la Historia de Granada, por Lafuente Alcántara, tomo III, pág. 86.)

[p. 205]. [3] . «Romance del moro llamado Abenámar.» Timoneda.—Según Pérez de Hita fué «el rey don Juan el primero que hixo aquella pregunta al moro Abenámar»; lo que es yerro manifiesto, pues además de que este rey no estuvo jamás tan cerca de Granada, todos los datos de la versión más antigua de nuestro romance se ajustan muy bien con las relaciones históricas de la campaña del rey don Juan II de Castilla contra los granadinos en el año de 1431, quien antes de la batalla de la Higueruela, «colocado en la puerta de su tienda, pedía prolijas explicaciones al infante Jusef (Jusef Aben Alhamar aben Almao) sobre los Alixares, la Alhambra etc., y por eso aplica también a este este suceso Lafuente Alcántara (Historia de Granada, tomo III, pág. 232), con sobrada razón nuestro romance.

[p. 205]. [4] . La edición de 1550 y las posteriores del Canc. de Rom. anteponen la introducción siguiente a este verso:

Por Guadalquivir arriba
el buen rey don Juan camina:
encontrara con un moro
que Abenámar se decia.
Él buen rey desde lo vido
de esta suerte le decia:
—Abenámar, Abenámar,
hijo eres de un moro perro
y de una cristiana cativa.
A tu padre llaman Halí,
y a tu madre Catalina.
Cuando tú naciste, moro,
la luna estaba crecida,
y la mar estaba en calma
viento no la rebullía.
Moro que en tal signo nace
no debe decir mentira:
preso tengo un hijo tuyo,
yo le otorgaré la vida,
si me dices la verdad
de lo que te preguntaria.
Moro, si no me la dices
a ti tambien mataria.
—Po te la diré, buen rey,
si me otorgas la vida.
—Dígasmela tu, el moro,
que otorgada te seria.
¿Qué castillos son aquellos,
que altos son y relucían?

[p. 206]. [1] . «Labraba.» Timoneda.

[p. 206]. [2] . La edición de 1550 y las posteriores del Canc. de Rom. intercalan entre éste y el verso que le sigue en el texto los siguientes:

Y el dia que no los labra
de lo suyo las perdia:
desque los tuvo labrados
el rey le quitó la vida
porque no labre otros tales
al rey del Andalucía.

[p. 206]. [3] . «Lo demas.» Timoneda.

[p. 206]. [4] . «Y de.» Silva. Las ediciones posteriores del Canc. de Rom.—«De las.» Timoneda.

[p. 206]. [5] . «Hablara.» Silva.—«Habló.» Timoneda.

[p. 206]. [6] . «Decia.» Timoneda.

[p. 206]. [7] . «Si tú.» Timoneda.

[p. 206]. [8] . «Al rey asi.» Timoneda.

[p. 206]. [9] . «Bien defenderse sabria.» Timoneda.

[p. 206]. [10] . «Allí hablara.» Silva.— «Respondiera.» Timoneda

[p. 206]. [11] . «Bien oiréis que proseguia.» Timoneda.

[p. 206]. [12] . «Dénme acá esas bumbardas.» Timoneda

[p. 206]. [13] . «Y tiremos.» Timoneda.

[p. 207]. [1] . «Algazaría.» Timoneda.

[p. 207]. [2] . «De.» Timoneda.

[p. 207]. [3] . «Mas muy poco les valía.» Timoneda.

[p. 207]. [4] . «Y carga.» Silva.— «Cargando.» Timoneda.

[p. 207]. [5] . «Al rey don Juan las envía.» Timoneda.

[p. 207]. [6] . «Vuelve.» Timoneda.

[p. 208]. [1] . «Cón.» Cód. del s. XVI. Timoneda, Rosa.

[p. 208]. [2] . Los dos versos que anteceden a este verso faltan en el códice citado y en la Rosa de Timoneda, que llevan también este verso como sigue:

«hecho la habia un portillo.» Cód.
«hecho le habian un portillo.»
                                          Tim.

[p. 208]. [3] . «Que iban huyendo.» Códice. Timoneda.

[p. 208]. [4] . Este verso y los tres que le siguen faltan en el Cód. y en la Rosa.

[p. 208]. [5] . «Por encima del adarbe.» Códice.Timoneda.

[p. 208]. [6] . «Allá detrás de una almena.» Cód. Timoneda.

[p. 208]. [7] . «Y a voces decía muy altas
     que del real le han oido.» Tim.

[p. 208]. [8] . «Alzó la visera en alto
                           por ver quién lo habia dicho.» Cód. Timoneda.

[p. 208]. [9] . «Apuntó el moro.» Timoneda.—«Apuntáralo.» Cód.

[p. 208]. [10] . «Tomale.» Cód.—«Tomole.» Timoneda.

[p. 208]. [11] . «Jacobico.» Cód.—«Jacobito.» Timoneda.

[p. 209]. [1] . «Que eran dos esclavos suyos
                            que habia criado de chicos.»
                                                               Códice.
                            «Que eran dos esclavos suyos
                            que fielmente le han servido.»
                                                               Timoneda.

[p. 209]. [2] . «Llevanle a los maestros.
                            
por ver si le dan guarido.» Cód.
                            «Llevanle a su tienda entrambos
                            confesion alli ha pedido.» Tim.

[p. 209]. [3] . «A las primeras palabras
                            por testamento les dijo
                            que él a Dios se encomendaba,
                            y el alma se le ha salido.» Cód.

                             «Ya despues de confesado
                            el alma a Dios ha ofrecido.» Tim.

[p. 209]. [4] . El señor Durán llama al adelantado del que trata este romance, Sotomayor, conde de Belalcázar; empero, el señor Alcántara ha allegado testimonios contemporáneos en su Historia de Granada (Tomo III, pág. 247), que prueban que el adelantado muerto por mano traidora en el cerco de Alora en el de mayo del año de 1434, lo fué don Diego Gómez de Rivera.

[p. 209]. [5] . Véase la Historia de Granada de Lafuente Alcántara, tomo III, págs. 263 y 264. Murió el conde de Niebla en el mes de agosto del año de 1436.

[p. 209]. [6] . «Nuevas me querais contar.» Sepúlveda.

[p. 209]. [7] . «Hoy veo jergas.» Sepúlveda.

[p. 209]. [8] . «Fiestas asaz.» Sepúlveda.

[p. 209]. [9] . «Si algun grande ha fallecido.» Sepúlveda.

[p. 209]. [10] . «De Castilla y.» Sepúlveda.

[p. 209]. [11] . Desde este verso el romance de Sepúlveda es todo diferente. Véase la nota al fin de nuestro texto.

[p. 210]. [1] . Esta versión reformada, añadida a la edición de Felipe Nucio por un anónimo, dice desde el verso notado como se sigue:

«—Ningun grande ha fallecido
ni hombre de vuestra sangre,
ni don Alvaro de Luna
el maestre y condestable;
mas es muerto un caballero
que era su valor tan grande
que verédes a los moros
en cuán poco vos ternán.
Por ayudar a los suyos,
podiéndose bien salvar,
por oir solo su nombre
por se oir solo llamar,
tornó en un batel pequeño
a la braveza del mar.
Don Enrique es, rey, aqueste,
don Enrique de Guzman:
no querades mas solaz.—
El rey oyendo tal nueva
hobo en extremo pesar,
porque tan buen caballero
no se quisiera salvar;
mandó traer a su hijo,
aquel que quedado le ha,
y de Medina Sidonia
duque le fué a intitular.»

[p. 210]. [2] . Véase sobre la batalla de los Alporchones, en el 17 de marzo del año de 1452, la Historia de Granada, por Lafuente Alcántara tomo III, páginas 279 a 284. Pérez de Hita llama a este romance «antiguo».

[p. 212]. [1] . Romance del obispo don Gonzalo. Canc. de Rom. s. a. y 1550. Silva de 1550. Don Gonzalo de Estúñiga o de Zúñiga, obispo de Jaén, fué preso por los moros en el año de 1456. Véase Lafuente Alcántara, Historia de Granada, tomo III, página 298.

[p. 212]. [2] . «Un día de Sant Antón.» Cancionero de Rom. s. a. y 1550. Silva.

[p. 212]. [3] . «Dia.» Ibid.

[p. 212]. [4] . «Se salian de San Juan.» Ibid.

[p. 212]. [5] . Este, y los siete versos que le siguen faltan en el Canc. de Rom. s. a. y 1550 y en la Silva.

[p. 212]. [6] . «Las señas.» Ibid.

[p. 212]. [7] . «Por capitan lo llevaban.» Silva.

[p. 212]. [8] . «Encima de un buen caballo.» Canc. de Rom. s. a. y 1550. Silva.

[p. 212]. [9] . Este, y el verso que le antecede, faltan en el Canc. de Rom. s. a. y 1550, y en la Silva.

[p. 213]. [1] . «Ibase para la Guarda.» Cancionero de Rom. s. a. y 1550.—Silva (en ésta se dice: «Guardia»).

[p. 213]. [2] . «Ese castillo nombrado.» Ibid.

[p. 213]. [3] . «Don Rodrigo, ese hidalgo.» Ibid.

[p. 213]. [4] . «Por Dios os ruego, obispo.» Ibid.

[p. 213]. [5] . «Que a la Guarda.» Canc. de Rom. s. a. y 1550.—«Guardia». Silva.

[p. 213]. [6] . «El uno era mi primo.» Ibid.

[p. 213]. [7] . «Y el otro era mi hermano.»

[p. 213]. [8] . «Y el otro era un paje mío.» Ibid.

[p. 213]. [9] . «Que en mi casa se ha criado.» Ibid.

[p. 213]. [10] . «A quien.» Ibid.

[p. 213]. [11] . «Cabe.» Ibid.

[p. 213]. [12] . «Relucen.» Ibid.

[p. 213]. [13] . «Las dos.» Ibid.

[p. 213]. [14] . Desde este verso hasta el fin, el texto del Canc. de Rom. s. a. y 1550 y de la Silva es todo diferente, y dice así:

«Todos pasan adelante,
ninguno atras se ha quedado,
siguiendo a su capitan
el cobarde es esforzado.
Honra ganan los cristianos,
los moros pierden el campo;
diez moros pierden la vida
por la muerte de un cristiano;
si alguno de ellos escapa
es por uña de caballo.
Por su mucha valentía
toda la prez han cobrado.
así con esta vitoria,
como señores del campo,
se vuelven para Jaen
con la honra que han ganado.»

Con este texto es casi idéntico el que cita Ortiz (Discurso general de los Ortizes; fols. 89 y 90), tomado de un: «Romancero que se imprimió en Sevilla el año de 1573».

[p. 214]. [1] . Hay un fragmento de este romances «viejo», aun más desfigurado que la versión del Canc. de Rom. y de la Silva, en la Historia de los bandos de Cegríes, etc., de Ginés Pérez de Hita, de este tenor (también Pedraza, Hist. ecles. de Granada, fol. 133 v.º, cita cuatro cuartetas de este romance de que tuvo una versión completa y algo diferente de esta; pues dice: «En esta entrada quedó el obispo cautivo, como se colige del mismo romance, y fue traído a Granada, etc.»):

«Ya repican en Andújar,
y en la Guardia dan rebato,
y se salen de Jaen
cuatrocientos hijosdalgo,
y de Ubeda y Baeza
se salían otros tantos.
Todos son mancebos de honra
y los mas enamorados:
de manos de sus amigas
todos van juramentados
de no volver a Jaen
y el que linda dama tiene
le promete tres o cuatro.
Por capitán se lo llevan
al Obispo don Gonzalo
..........................................
Don Pedro Caravajal
de esta suerte ha hablado:
—Adelante, Caballeros
que me llevan el ganado;
si de algun villano fuera
ya le hubiérades quitado.
Alguno va entre nosotros
que se huelga de mi daño:
yo lo digo por aquel
que lleva roquete blanco.»

Hita pone este romance por equivocación, hablando de otra «escaramuza en tiempo del rey Chico de Granada, el año de 1491», y le antepone otra versión, más ajustada al suceso de que habla, que duda es refundición suya, y empieza:

Muy revuelto anda Jaen.

[p. 216]. [1] . Don Alonso Yañez Fajardo, señor de Cartagena, fué adelantado del reino de Murcia, por los años de 1460. Era célebre por su victoria en la batalla de los Alporchones, y entretenía después estrecha amistad con el rey de Granada. Véase la Historia de Granada, por Lafuente Alcántara, tomo III, páginas 281 y 326.

[p. 216]. [2] . «Jugando está al ajedrez.» Timoneda.

[p. 216]. [3] . «El rey de Granada un día.» Tim.—«En rico ajedrez un dia.» Argote de Molina.

[p. 216]. [4] . «Gran.» Argote.

[p. 216]. [5] . «El rey moro juega a.» Argote.

[p. 216]. [6] . «Da.» Argote.

[p. 216]. [7] . «El orfil que le prendia.» Tim.

[p. 216]. [8] . «A voces le dice el moro.» Argote.

«En esto dijo el rey moro.» Tim.

[p. 216]. [9] . «Respondió.» Timoneda.

[p. 216]. [10] . Este, y el verso que le antecede, faltan en el texto de Argote.

[p. 216]. [11] . «Calles, buen rey, no me enojes.» Argote.

[p. 216]. [12] . «Ni tengas tal fantasía.» Argote.

[p. 216]. [13] . «Aunque tú me.» Silva. Argote. Timoneda.

[p. 216]. [14] . «Lorca.» Argote.

[p. 216]. [15] . Con este verso acaba el texto de Argote.

[p. 216]. [16] . «De esta suerte respondía.» Silva.

[p. 216]. [17] . «Por ser.» Timoneda.

[p. 216]. [18] . «Contigo paz ofrescia.» Tim.

[p. 217]. [1] . Fué conquistado el castillo de Alhama el jueves 28 de febrero del año de 1482. Vease la Historia de Granada, por Lafuente Alcántara, t. III, págs. 363 a 369.

[p. 218]. [1] . «Cuando le vinieron cartas.»

[p. 218]. [2] . «De.» Timoneda.

[p. 218]. [3] . «Estaban.» Timoneda

[p. 218]. [4] . «El rey.» Silva.

[p. 218]. [5] . «Es de ir.» Canc. de Rom. s . a.—«Si a Alhama has de ir, buen rey.» Timoneda.

[p. 219]. [1] . «Gruesa.» Timoneda.

[p. 219]. [2] . «Ese.» Silva. Timoneda.

[p. 219]. [3] . «Ganaba.» Timoneda.

[p. 219]. [4] . «Cádiz.» Timoneda.

[p. 219]. [5] . Con este verso acaba el romance en el texto de Timoneda. 1. Este romance, dice Hita, se hizo en arábigo en aquella ocasión de la pérdida de Alhama, el cual era muy doloroso, y tanto que vino a vedarse en Granada que no le cantasen, porque cada vez que le cantaban en cualquiera parte provocaba a llanto y dolor: después se cantó en lengua castellana de la misma manera, que decía (véase al romance que sigue).

[p. 221]. [1] . Lleva este epígrafe la Rosa de Timoneda; la Silva y el Canc. de Rom. citan solamente el primer verso: «Romance que dice, etc.»

[p. 221]. [2] . «Partía.» Timoneda.—«Sale.» Silva.

[p. 221]. [3] . «A.» Timoneda.

[p. 221]. [4] . «Caballeros.» Timoneda.

[p. 221]. [5] . «Que le hacen.» Timoneda.

[p. 221]. [6] . «Haciendo.» Silva. Tim.

[p. 221]. [7] . «Contando.» Timoneda.

[p. 221]. [8] . «Que junto del rey venia.» Timoneda.

[p. 221]. [9] . «Que.» Falta en la Rosa de Timoneda.

[p. 221]. [10] . «Quiero decir.» Silva.— «Quiero os decir.» Timoneda.

[p. 221]. [11] . «Es resplandeciente.» Tim.

[p. 221]. [12] . «Mas que el sol cuando salía,
                            que sola su claridad
                            escurece la del día.»—Tim.

[p. 221]. [13] . «Como el rey moro lo oyera,
de esta suerte respondia.» Timoneda.

[p. 221]. [14] . «Esa tal amiga, amigo.» Timoneda.

[p. 221]. [15] . «Señor.» Tim.

[p. 221]. [16] . «Muéstramela, dijo el rey.» Timoneda.

[p. 221]. [17] . Desde este verso es todo otro el texto de Timoneda, donde dice:

«El buen hombre sin temor,
con la gran fe que tenia,
metió la mano en su seno,
sacó la virgen María.
Así como el rey la vido
amortecido se había:
dando voces a su gente,
de esta manera decía.
—Prendelde luego, los mios,
y llevaldo a Almería,
jugaréismelo a las cañas
en ántes que pase el día.»

[p. 221]. [18] . «Echa.» Silva.

[p. 222]. [1] . «Tomadme.» Silva.

[p. 222]. [2] . «Echad.» Silva.

[p. 222]. [3] . Don Rodrigo Tellez Girón, gran maestre de la órden de Calatrava, hijo y sucesor en el maestrazgo en el año 1466 del célebre don Pedro Tellez Girón, se hizo tanto renombre en los fastos y tradiciones novelescas de las guerras de Granada, que es probablemente a él que alude este romance, llamándole ( κατ῾ &οελιγ;ξοΧήν ) «el Maestre.»—Véase sobre este héroe la Historia de Granada, por Lafuente Alcántara, tomo III, págs. 375 y 376.

[p. 223]. [1] . Don Rodrigo Girón, o según otros, don Pedro, su padre.

[p. 224]. [1] . Timoneda.

[p. 224]. [2] . «Arrojando va la.» Timoneda, Pl. s.

[p. 224]. [3] . Hasta este verso lo pone como fragmento Pérez de Hita en su Historia de los bandos de los Cegríes, etc.; pero allí supone hacerse la batalla del Maestre con Muza.

[p. 224]. [4] . «Y no hay.» Tim. Pl. s.

[p. 224]. [5] . «Halo sabido Albayardos». Timoneda. Pl. s. Timoneda pone ese nombre siempre de esta manera; el Pl. s. dice:

     «Avayaldos» o «Abayardos».

[p. 224]. [6] . «Arma.» Tim. Pl. s.

[p. 224]. [7] . «Vengades.» Tim. Pl. s.

[p. 224]. [8] . «Viva estaba.» Tim. Pl. s.

[p. 224]. [9] . «Mas vengo que.» Tim. Pl. s.

[p. 224]. [10] . «Pago.» Timoneda. Pl. s.

[p. 224]. [11] . «El buen rey.» Tim. Pl. s.

[p. 224]. [12] . «El Benecendo.» Timoneda.

[p. 224]. [13] . «Cinco mil moros.» Tim. Pl. s.

[p. 225]. [1] . «Y él herido en una yegua.» Timoneda. Pl. s.

[p. 225]. [2] . «De sus manos.» Tim. Pl. s.

[p. 225]. [3] . «Porque un fraile capelludo.» Tim. Pl. s.—Los caballeros profesos de las órdenes militares se llamaban Freiles o Freires, y llevaban por sobreveste y en forma de escapulario una capilleta que les cubría el pecho. A esta y no a una capucha de fraile alude la voz capilludo. Nota de Durán.

[p. 225]. [4] . «Arroja lanza en Granada.» Timoneda. Pl. s.

[p. 225]. [5] . «Si tú me dieses.» Tim. Pl. s.

[p. 225]. [6] . Después de éste, Timoneda interpone los dos versos siguientes:

     «Respondiera Benecendo
     porque allí delante estaba.»

[p. 225]. [7] . «Que el Maestre es esforzado.» Tim.—«Que el Maestre es niño y mozo.» Pl. s.

[p. 225]. [8] . «Y venturoso en batalla.» Timoneda. Pl. s.

[p. 225]. [9] . «Allí respondió.» Tim. Pl. s.

[p. 225]. [10] . «Si no fueras tu buen rey.» Pl. s.

[p. 225]. [11] . «El segundo.» Tim. Pl. s.

[p. 225]. [12] . «El tercero tengo en Loja.» Timoneda.—«El tercero tengo en Lorca.» Pl. s.

[p. 225]. [13] . «Entregóme el rey a Alhama.» Timoneda.

[p. 225]. [14] . «Demandada.» Tim. Pl. s.

[p. 225]. [15] . «El rey los pusiera en paz.» Timoneda. — «Pusieronlos luego en paz.» Pl. s.

[p. 225]. [16] . Timoneda no pone este verso.

     —«A la orilla de un agua.» Pl. s.

[p. 226]. [1] . «Un pastor se les soltaba.» Timoneda.

[p. 226]. [2] . «Que como un gamo corria, y como un ciervo saltaba.» Timoneda.

Versos tomados del romance que dice: «Caballeros de Moclin.»

[p. 226]. [3] . «Donde estás, dime Maestre.» Timoneda. Pl. s.

[p. 226]. [4] . «Mi honra.» Cod. del sislo XVI.

[p. 226]. [5] . «Presto, presto, al arma al arma.» Tim. Pl. s.

[p. 226]. [6] . «Aun no lo hubo bien dicho
                            cada cual a punto estaba.»
                            Luego que en campo se vido.»
                                                           Timoneda.

[p. 226]. [7] . «Por cima do asomaba.» Cod. del siglo XVI.

[p. 226]. [8] . «Puso.» Tim. Pl. s.

[p. 226]. [9] . «Andando por la pelea.» Cod. del siglo XVI.

[p. 226]. [10] . «Cayó.» Cod. del siglo XVI.

[p. 226]. [11] . «Sin hablar una palabra.» Timoneda. Pl. s.

[p. 227]. [1] . ¿Diría «Ben-Alatar»?

[p. 229]. [1] . Sobre el asunto, según lo cuentan los romances, véase Clemencin, Comentario al Don Quijote, tomo V, p. 390;—y sobre Aliatar, el histórico, y el cerco de Loja en el año de 1482, cuyo alcaide fué entonces Aliatar, y en cuyo ataque murió el Maestre don Rodrigo Girón, véase la Historia dc Granada de Lafuente Alcántara, tomo III. págs. 399 a 403. Pl. s,

[p. 229]. [2] . «Abayardos.» Tim.—«Abayaldo.»

[p. 229]. [3] . «Que treinta palmos pasaba.»Timoneda. Pl. s.

[p. 229]. [4] . «Aposta la hizo el moro.» Tim.

[p. 229]. [5] . «Con seda de fino grana.» Tim.

[p. 229]. [6] . «Mostraba.» Timoneda.

[p. 229]. [7] . «A Mahoma.» Timoneda.

[p. 229]. [8] . «Ensangriente.» Tim. Pl. s.

[p. 229]. [9] . «A la seña.» Timoneda.

[p. 229]. [10] . «Saliósele.» Timoneda. Pl. s.

[p. 230]. [1] . Pérez de Hita pone en su Historia de los bandos de Cegríes, etc., un romance al mismo asunto que no sólo tiene un principio casi igual a este «De Granada sale el moro, etc.», sino repite tambien trozos enteros de él; por eso no es más que una refundición ampliada de nuestro texto.

[p. 230]. [2] . Timoneda, Rosa española.— En el Canc. de Rom., ed. de Medina, 1570, lleva este romance al epígrafe más corto «Romance de la huida del rey moro.»—Sobre la prisión del rey moro Boabdil, 21 de abril del año de 1483, véase la Historia de Granada, por Lafuente Alcántara, tomo III, págs. 432 a 435.

[p. 230]. [3] . «Nuestro.» Timoneda., Rosa española.

[p. 231]. [1] . «Cómo leon bravo metido.» Timoneda.

[p. 231]. [2] . «Mas está en prisión rendido.» Timoneda.

[p. 231]. [3] . «Llévanlo derecho.» Tim.

[p. 231]. [4] . Éste y los tres versos que le siguen faltan en la Rosa de Tim.

[p. 231]. [5] . «Unas lloran padres, hijos.» Timoneda.

[p. 231]. [6] . Éste y los tres versos que le siguen faltan también en la Rosa de Timoneda.

[p. 231]. [7] . «Prometen todas sus joyas.» Timoneda.

[p. 231]. [8] . «Con esto y otras riquezas
                            fué rescatado y traido
                            el rey Chiquito a Granada
                            y en su posesión metido.»—Tim.

[p. 233]. [1] . Sobre la tan célebre hazaña de Hernán Pérez del Pulgar, la cual ocasionó este desafío, al fin del año de 1490, veáse la Historia de Granada, por Lafuente Alcántara, tomo IV, págs. 100 a 102.

[p. 234]. [1] . Véase el romance de D. Manuel de León, que dice: «Ese conde don Manuel».

[p. 235]. [1] . «Don Manuel Ponce de León, dice Salazar de Mendoza (Crónica de la excelentisima casa de los Ponces de León. Toledo, 1620; en 4º fol. 177 Vº)... fué aquel valiente y valeroso caballero de quien se han contado y escrito tan grandes hechos en armas. Hallóse en la conquista del reino de Granada y en muchas cosas en que intervino su hermano el gran duque de Cádiz. Casó en Valladolid con doña Guiomarde Castro.» Fué éste el progenitor de los condes de Baylen.—Este acontecimiento, caso que sea histórico, hubo de suceder por el fin del año de 1491.—Véase la Historia de Granada, por Lafuente Alcántara, tomo IV, págs. 126 y 127, donde se refiere la catástrofe misteriosa y algo novelesca de la heroica vida del valiente Muza.

[p. 236]. [1] . «Armados de fuertes armas.» Pliego suelto nº 2.

[p. 236]. [2] . «Llamó.» Pl. s. nº 2.

[p. 236]. [3] . «A la sierra Nevada.» Pl. s. nº 2.

[p. 236]. [4] . «Muy dudosa la tornada.» Pl. s.nº 2.

[p. 236]. [5] . «De subir a ella, buen rey.» Pl. s. nº 2.

[p. 236]. [6] . «Yo de.» Pl. s. nº 2.

[p. 236]. [7] . «Salud me da.» Pl. s. nº 2.

[p. 237]. [1] . «Suben a sierra Nevada.» Pl. s. nº 2.

[p. 237]. [2] . «Se trabó.» Pl. s. nº 2.

[p. 237]. [3] . «Que aunque los moros son muchos.» Pl. s. nº 2.

[p. 237]. [4] . «A la batalla tornaban.» Pl. s. nº 2.

[p. 237]. [5] . «Muriendo.» Pl. s. nº 2.

[p. 237]. [6] . «Metió.» Pl. s. nº 2.

[p. 237]. [7] . «Cruel.» Pl. s. nº 2.

[p. 237]. [8] . «Mortalmente.» Pl. s. nº 2.

[p. 237]. [9] .            «A su pecho lo criara:
                                   que cuando oyera su muerte
                                   se huyó de quien estaba,
                                   llegóse junto del cuerpo.» Pl. s. nº 2.

[p. 238]. [1] . «Señalada.» Pl. s. nº 2.

[p. 238]. [2] . «No en regalos ni entre damas.» Pl. s. nº 2.

[p. 238]. [3] . «No quiero, le dijo a voces.» Pl. s. nº 2.

[p. 238]. [4] . «Aqui.» Pl. s. nº 2.

[p. 238]. [5] . «Ningun.» Pl. s. nº 2.

[p. 238]. [6] . «Mandó.» Pl. s. nº 2.

[p. 238]. [7] . «Que aunque él.» Pl. s. nº 2.

[p. 239]. [1] . «Este fin lastimoso, dice Pérez de Hita, tuvo D. Alonso de Aguilar: ahora, sobre su muerte hay discordia entre los poetas que sobre esta historia han escrito romances, porque uno dice que esta batalla y otra de cristianos fué en la Sierra-Nevada; otro pacta que hizo el romance de Rio verde, dice que fué la batalla de Sierra-Bermeja.»— Harto conocido es ya que fué en la Sierra-Bermeja, donde murió don Alonso de Aguilar, hermano del gran Capitán Gonzalo de Córdoba, con otros caballeros, 16 de marzo del año de 1501, en una batalla contra los moriscos amotinados de las Alpujarras.—Véase la Historia de Granada, por Lafuente Alcántara, tomo IV, págs. 167 a 169;— y sobre D. Alonso de Aguilar, Ibid. tomo III, págs. 374 y 375.

[p. 240]. [1] . «Llévanle a presentar.» Silva.

[p. 240]. [2] . «Diria.» Silva.

[p. 241]. [1] . La Silva, todas las ed. del Canc. de Rom. y aun el Romancero del Sr. Durán, dicen por equivocación manifiesta: «Oir decia».

[p. 242]. [1] . «Teniendo noticia algunos poetas que la muerte de D. Alonso de Aguilar fué en Sierra-Bermeja, alumbrados de los cronistas reales, habiendo visto el romance pasado, no faltó un poeta que hizo otro nuevo, que dice: «Pérez de Hita, Historia de los bandos de Cegríes, etc., parte I; cap. 17.

[p. 244]. [1] . «Y ahora, dice Pérez de Hita después de haber hecho una narración histórica muy circunstanciada del cerco y la toma de Galera (Capítulos 21 y 22), trasladarernos aquí otro romance, que sobre el levantainiento de Galera escribió un amigo nuestro.»—Y en efecto, éste es a nuestro modo de ver, el único romance de origen tradicional y en tono popular, de todos los que ha inserto en la segunda parte de su obra.—El hecho a que se refiere este romance acaeció en el principio del año de 1570, al salir a campaña D. Juan de Austria contra los moriscos rebeldes de la Alpujarra.—Véase la excelente obra del señor conde Alberto de Circourt, Hist . des mores Mudejares et des Morisques (París, 1846. Tomo III, pág. 56 y siguientes y págs. 238 a 242).

[p. 245]. [1] . «Los cielos andan evueltos.» Pl. s. n.º 2.

[p. 245]. [2] . «En su cania do yacia.» Pl. s. n.º 2.

[p. 245]. [3] . «Debria.» Pl. s. n.º 2.

[p. 245]. [4] . «Que a mí recordado habias.» Pl. s. n.º 2.

[p. 245]. [5] . «Mi triste hija.» Pl. s. n.º 2.

[p. 245]. [6] . Este, y el verso que le sigue, faltan en el Pliego núm. 2.

[p. 245]. [7] . El duque de Alba, general del rey Don Fernando el Católico.

[p. 245]. [8] «Que.» Pl. s. n.º 2.

[p. 245]. [9] . Luis XII, rey de Francia.

[p. 245]. [10] . «Entiendo perder la vida.» Pl. s. n.º 2.

[p. 245]. [11] . El Sr. Durán ha publicado este romance según el mismo pliego suelto.—Claro está que el héroe de este romance no es el rey Juan II, de Castilla, sino Juan d'Albret, que perdió su reino de Navarra en la guerra contra el rey D. Fernando el Católico, por los años de 1513-1515.—El romance parece contemporáneo, y esté contrahecho de aquel célebre del rey Rodrigo que empieza lo mismo: «Los vientos eran contrarios.»—Véanse sobre el asunto: Ant. Nebrisensis (Lebrija), De bello Navariensi libri duo (Granada, 1545);—Alesón, Anales del reino de Navarra, tomo V, pág. 250 y sg.;— y Luis Correa, Historia de la conquista del reino de Navarra por el duque de Alba (Pamplona, 1843).

[p. 246]. [1] . «No sabemos, dice el Sr. Durán, a qué rey Ramiro de Aragón pertenece la época de este romance, el cual parece que es sólo fragmento de alguno que se ha perdido; pero, de todos modos, es acaso uno de los más célebres y populares y que más han servido para glosas, y para temas de otros muchos que lo han mudado o contrahecho.»

[p. 246]. [2] . «Traeis.» Silva.

[p. 246]. [3] . «Que.» Silva.

[p. 247]. [1] . Esposa de D. Alonso V de Aragón, I. de Nápoles.

[p. 247]. [2] . La orden de la Jarra o del Grifo, instituída por el rey Don Fernando de Aragón.

[p. 247]. [3] . ¿Diría «viuda»?

[p. 248]. [1] . Aunque claro está que este romance es ya el producto de un poeta artístico de la corte del rey Don Alonso V de Aragón, lo hemos aquí reimpreso, por ser el más antiguo con fecha fija, y por ser probable que haya pertenecido a un ciclo de romances que habían tratado de las cosas de aquel reino, como lo indica la asonancia (en i-a) que le es común con los otros conocidos que se refieren a esos sucesos.

[p. 248]. [2] . Don Alono V de Aragón, I de Nápoles.—Véase la vida de este rey descripta por el Sr. Bisticci, en el «Archivio storico italiano», tomo IV, año de 1843, págs. 381 sg. y 464 y siguientes.

[p. 248]. [3] . «¡Oh qué bien que parecian!» Floresta.

[p. 248]. [4] . «Capuana y Castil novo.» Pliego suelto.

[p. 249]. [1] . «Señores de gran valía.» Pl. s.

[p. 249]. [2] . «Que me cuestas un hermano.» Pl. s.

[p. 249]. [3] . «Que por padre.» Pl. s.—Este hermano de Don Alonso fué el infante Don Pedro de Aragón, que le ayudó, en efecto, valerosamente a conquistar el reino de Nápoles; murió éste, «el mejor caballero que salió de España», al cercar con el rey a Nápoles en el mes de septiembre del año 1438 de un tiro de lombarda que le llevó la mitad de la cabeza.—Véase la Historia general de España, por don Modesto Lafuente, tomo VIII, pág. 319.

[p. 249]. [4] . «Parte menuda.» Floresta.— En el Pl. s. se suprimen éste y los versos que la siguen, y se les sustituyen los siguientes: «Aunque agora te ganase, por el costo te daría. Dios nos dé a nosotros gracia y a ellos allá la gloria.»

[p. 249]. [5] . Con este verso acaba el texto del Canc. de Rom. s . a. con la nota: «Este romance está imperfecto».

[p. 249]. [6] . La versión anterior de este romance dice con mayor exactitud: «veinte y dos años», pues el rey Don Alonso pasó los años de 1420 a 1442. a conquistar enteramente al reino de Nápoles.

[p. 250]. [1] . Fernando I, rey de Nápoles, cuya segunda esposa fué la heroína de este romance doña Juana de Aragón, hermana del rey Católico Don Fernando de Aragón.— Fernando I de Nápoles murió el día enero de 1494.

[p. 250]. [2] . Don Pedro de Aragón, hermano de Don Alonso V, rey de Aragón, falleció en el año de 1438. Véase la nota del romance número 101.

[p. 250]. [3] . Carlos VIII.

[p. 250]. [4] . En el Pliego suelto nº I lleva este romance el epígrafe: «Coplas de la reina de Nápoles; y con efecto, el romance está allí impreso en cuartetas separadas.

[p. 250]. [5] . «Las que.» Pl. s. nº 1 a 2.

[p. 251]. [1] . «Que tal se veía.» Pl. s. nº 1.

[p. 251]. [2] . «Consuelo.» Pl. s. nº 1.

[p. 251]. [3] . «Al rey Don Alonso.» Pl. s. números 1 y 2. Este fué el rey de Nápoles Don Alonso II, entenado de la reina Doña Juana, el cual falleció 1495: 19 de noviembre.

[p. 251]. [4] . «Yo también.» Pl. s. nº 2.

[p. 251]. [5] . «Mi hermana.» Pl. s. nº 1.

[p. 251]. [6] . «Que un otro hijo.» Pl. s. nº 2. —«Que otra hija.» Pliego suelto nº 1. * [* Las variantes de éste y del verso que le antecede, son muy notables, y prueban que las alusiones genealógicas que contienen ya entonces eran obscuras para los copiantes; la lección mas natural y conforme con los datos históricos nos parecería la siguiente: «Yo lloré á su hermana—que otro hijo no había;» vale decir la hermana de Alonso, doña Beatriz, reina viuda de Hungría, la que, por haberse probado estéril, fué repudiada por su desposado Ladislao, rey de Bohemia.]

[p. 251]. [7] . Su otro hijastro, el cardenal don Juan de Aragón, que falleció en 1484.

[p. 251]. [8] . «Me vino.» Pl s. nº 2.

[p. 251]. [9] . «Y éste fué los.» Pl. s. nº 2.

[p. 251]. [10] . «En.» Pl. s. nº 1.

[p. 251]. [11] . «Que yo había.» Pl. s. nº 1.

[p. 251]. [12] . «Galeas.» Pl. s. nº 2.

[p. 251]. [13] . « Las.» Pl. s. nº 1.

[p. 251]. [14] . «Y las naos.» Pl. s. nº 1. «Que las galeas y naves.» Pl. s.número 2.

[p. 251]. [15] . «De todo esto.» Pl. s. nº 1.

[p. 251]. [16] . «Y otras venian.» Pl. s. número 1.

[p. 251]. [17] . «Y en ellas un caballero.» Pl. s. nº 2

[p. 251]. [18] . «Este es.» Pl. s. nº 2.

[p. 251]. [19] . «Plegue a.» Pl. s. nº 2.

[p. 251]. [20] . «Alude a la batalla de Seminara, en el mes de junio del año de 1495, la única derrota que sufrió el gran Capitán, por haber, contra su dictamen, cargado a los enemigos los Calabreses: «su muy mala compañía».

[p. 252]. [1] . «Dejarla.» Pl. s. nº 2.

[p. 252]. [2] . Don Fernando II, rey de Nápoles, hijo de Don Alonso II, y yerno de la reina Juana, falleció 1496: el 7 de octubre.

[p. 252]. [3] . Doña Beatriz, reina de Hungría, no fué hermana de Don Fernando, sino, como queda dicho, de su padre Don Alonso. Regresó a su patria por los años 1492 y falleció en el año de 1508, en la isla de Ischia, después de haber visto aprobado por los papas Alejandro VI, y Julio II, su repudio, y llorado también ella, empobrecida, la decadencia de la casa de Nápoles.

[p. 252]. [4] . El infante Don Juan de Castilla y Aragón, hijo de los Reyes Católicos, fallecido en el año de 1497.

[p. 253]. [1] . Gonzalo de Córdoba no fué apellido «el gran Capitán» sino desde la victoria de Atela, en el año de 1496.

[p. 253]. [2] . Se echa de ver que las tres versiones antecedentes de este romance contienen variantes y adiciones tanto más notables, cuanto que por los datos cronológicos a que aluden y que hemos tratado de verificar, se puede determinar casi con exactitud la fecha de su composición sucesiva: así que el romance primitivo, conservado en la versión nº I, debió ser compuesto entre el mes de mayo del año de 1495, cuando se dejó ver la armada castellana en el puerto de Mesina, y el mes de noviembre del mismo año, pues el 19 de este mes falleció el rey Don Alonso II de Nápoles, de cuya muerte aun no hace mención esta versión;—la versión nº II sehubo de extender al menos antes del mes de octubre del año de 1496, cuando la muerte del yerno de la reina, «de la cosa que más quería», como dice ya expresamente la versión nº III, intercalando el lloro de la muerte del rey Don Fernando II de Nápoles, que fué casado con su tía de parte del padre, Doña Juana, hija de la reina, y cuya muerte por cierto fué la más lastimosa para ella; intercalación que, como hemos anotado, causó la equivocación de la última versión, llamando hermana de Don Fernando a la reina de Hungría, al paso que ella lo fué de su padre Don Alonso II, de cuya muerte hablan los versos que anteceden inmediatamente a los interpolados.

[p. 254]. [1] . «Con.» Silva.

[p. 255]. [1] . «Sus lanzas.» Silva.

[p. 255]. [2] . «A guisa de pelear.» Tim.

[p. 255]. [3] . «Chaveda.» Pl. s.

[p. 255]. [4] . «Marchal .» Pl. s.

[p. 255]. [5] . «Vide.» Timoneda.

[p. 255]. [6] . «Por subirme.» Timoneda.

[p. 255]. [7] . «Al punto que.» Timoneda.

[p. 255]. [8] . «Vengais.» Pl. s. —«Señores, vengais en paz.» Timoneda.

[p. 255]. [9] . «O quién os fuera a enviar.» Tim.—«O quién os envió acá.» Pliego suelto.

[p. 255]. [10] . «Perdonédesnos.» Timoneda.

[p. 255]. [11] . «Narrar.» Timoneda.

[p. 255]. [12] . «Cómo.» Timoneda.

[p. 255]. [13] . «Nos ha.» Silva.— «Acá me mandó llegar.» Tim.

[p. 255]. [14] . «No.» Pl. s.

[p. 256]. [1] . «Grande.» Silva.— «Mucha.» Pliego suelto.

[p. 256]. [2] . «En la.» Timoneda.

[p. 256]. [3] . «Si VoS lo quereis decir.» Pliego suelto.

[p. 256]. [4] . «Muy bien sabeis.» Tim.

[p. 256]. [5] . Durán enmienda: «Teniendo en más.»

[p. 256]. [6] . «Fué a demandar.» Pl. s.

[p. 256]. [7] . «Dios lo quiere así ordenar.» Timoneda.

[p. 256]. [8] . «Os demando.» Silva.— «Merced os pido, señores.» Timoneda.

[p. 256]. [9] . «Querades me la otorgar.» Silva.

[p. 256]. [10] . «No quereis.» Timoneda.

[p. 256]. [11] . «Perdonedes nos.» Silva. Tim.

[p. 256]. [12] . «Grande puridad.» Tim.

[p. 256]. [13] . Timoneda intercala entre éste y el próximo verso siguiente:

     «ni hallo quien me defienda.»

[p. 256]. [14] . Este verso falta en la Rosa de Timoneda.

[p. 256]. [15] . «Ni el rey.» Timoneda.

[p. 256]. [16] . «Es.» Timoneda.

[p. 256]. [17] . «Mas después que.» Tim.

[p. 256]. [18] . «Procuralda.» Timoneda.

[p. 256]. [19] . Mientra está en la confesión.» Silva.— «Mientras que se confesaba.» Timoneda.

[p. 257]. [1] . «A la.» Timoneda.

[p. 257]. [2] . «Que culpa ninguna ha.» Tim.

[p. 257]. [3] . «Con sus hijos a la par.» Timoneda.

[p. 257]. [4] . «Tres.» Timoneda.

[p. 257]. [5] . «Para dos.» Tim.—«Tres.» Pliego suelto.

[p. 257]. [6] . «El tercero.» Timoneda.

[p. 257]. [7] . «Sin madre habeis de que dar.» Timoneda.

[p. 257]. [8] . «Guisa.» Silva. — «Caballeros por mis hijos.» Timoneda.

[p. 257]. [9] . «Ruego os que.» Tim.—«Por ellos.» Silva.

[p. 257]. [10] . «Aunque su madre no es tal.» Timoneda.

[p. 257]. [11] . «Para allí la degollar.» Silva.— «A fin de la degollar.» Timoneda.

[p. 257]. [12] . El Sr. Durán pone a este romance la siguiente nota que copiamos al pie de la letra, por no tener noticias que pongan más claro el asunto a que se refieren estos romances de Isabel de Liar:

«Mucha analogía tiene este romance (y aún más el nº IV) con las tradiciones de doña Inés de Castro; pero no sabemos si es ella de la que se trata. ¿Quién era esta doña Isabel de Liar? ¿Quién el rey portugués su amante, que estaba ausente, sin duda en África, cuando se verificó la tragedia de su querida? ¿Quién la reina mujer de aquel, que, siendo estéril y envidiosa de la fecundidad de su rival, la hace matar, siendo ella muerta por el rey su esposo cuando tornó de su jornada, como se ve en los dos siguientes romances? ¿Quiénes eran el Marqués de Villareal, el Don Rodrigo de Chavela, el duque de Bavia, y el obispo de Oporto, asesinos de doña Isabel? No lo sabemos; nos es desconocido el fundamento de la tradición que ha dado motivo a un romance tan interesante y sencillamente narrado, que parece hecho a la vista del trágico suceso. De todas maneras, aunque no hemos podido hasta ahora hallar la procedencia del romance, es probable que sea la misma que la de doña Inés de Castro, pues Mejía de la Cerda, en su tragedia sobre esta dama, trae un romance casi igual al que anotamos.»

[p. 258]. [1] . «Que era en Ceuta y Tanjer.» Silva, ed. de 1582.

[p. 260]. [1] . Doña María Tellez, esposa del infante Don Juan de Portugal, duque de Braganza, hijo del rey Don Pedro y de Doña Inés de Castro, fué muerta a manos de su esposo, por haberle inspirado injustos celos contra ella su misma hermana doña Leonor, y excitado su ambición con la oferta de la mano de Doña Beatriz, hija suya y del rey Don Fernando y heredera presuntiva del trono de su padre, habiendo trazado este enredo Doña Leonor, envidiosa de que si Don Juan llegase al trono, Doña María, siendo reina, la seria superior, y fingiendo asegurar el cetro a su hija, si uniese sus derechos a los de Don Juan por el matrimonio de ambos. Conocido es que los cómplices en este delito no lograron el fruto de sus ambiciones, habiendo alzado los portugueses por sucesor de Don Fernando al Maestre de Avis, D. Juan, hijo también bastardo del rey Don Pedro. (Sobre Leonor y María Téllez, véase: Raumer, Histor. Taschenbuch, serie 3, tomo II, 1850, pág. 9 y sig.)

[p. 261]. [1] . Timoneda. Rosa española.

[p. 261]. [2] . «Falsa enemiga.» Timoneda.

[p. 261]. [3] . «Entiendo.» Timoneda.

[p. 261]. [4] . «No vos soy traidora, el duque.» Timoneda.

[p. 261]. [5] . «Echó mano de su espada.» Timoneda.

[p. 261]. [6] . «Dejeis.» Timoneda.

[p. 261]. [7] . «Os segaria.» Timoneda.

[p. 261]. [8] . «Segadas.» Timoneda.

[p. 261]. [9] . «Socorro.» Timoneda.

[p. 261]. [10] . «Que todos son.» Timoneda.

[p. 261]. [11] . «Ninguno no.»Timoneda.

[p. 261]. [12] . «Dejeis.» Timoneda.

[p. 261]. [13] . «Pues que nada.» Timoneda.

[p. 261]. [14] . «Con un grande enojo el duque.» Timoneda.

[p. 261]. [15] . «Cierto no se lo debía.» Tim.

[p. 261]. [16] . Este, y el verso que le antecede, faltan en la Flor de enam.

[p. 261]. [17] . «Hermano.» Timoneda.

[p. 261]. [18] . «Demandaria.» Timoneda.

[p. 261]. [19] . Este, y los tres versos que le siguen faltan en la Rosa de Tim.

[p. 262]. [1] . «Dejeis.» Timoneda.

[p. 262]. [2] . «Con Dios y Sancta María.» Timoneda.

[p. 262]. [3] . Este verso y el verso que le antecede, faltan en la Rosa de Timoneda.

[p. 262]. [4] . «Vos.» Timoneda.

[p. 262]. [5] . Don Fernando II, duque de Guimaraes y Braganza, casado con Isabel, infanta de Portugal y hermana de Doña Leonor, esposa del rey de Portugal Don Juan II. Conocido es que este rey hizo sentenciar por traidor y degollar públicamente a su propio cuñado, el duque, en el año de 1483.

[p. 263]. [1] . La Silva y el Canc. de Rom. s. a. y 1550 dicen: «Y en prisiones», que es yerro de imprenta manifiesto. El Sr. Durán ha impreso este verso, según un pliego suelto o su propia enmendación, así:

     «Agora vivo en prisiones.»

[p. 263]. [2] . «De.» Falta en la Silva y en la edición del Sr. Durán.

[p. 263]. [3] . Las ediciones posteriores del Cancionero de romances y los editores modernos, dicen por equivocación:

     «Y a el sin culpa, culpado.»