Buscar: en esta colección | en esta obra
Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS Y DISCURSOS DE... > V : SIGLO XIX. - CRÍTICOS Y... > HISPANISTAS Y LITERATURAS... > EPOPEYAS FRANCESAS, POR GAUTIER

Datos del fragmento

Texto

POR fin, después de una expectación de más de diez años, ha aparecido el tomo segundo de la nueva edición, refundida o más bien enteramente renovada, del gran libro de León Gautier sobre las Epopeyas Francesas . [2] Es superfluo encarecer aquí la alta importancia de esta obra, que, cualesquiera que sean sus lunares y el espíritu de exclusivismo, y aun pudiéramos decir de fanatismo,  caballeresco y medioeval con que está escrita, quedará como uno de los monumentos más imponentes de la erudición de nuestros días, aplicada a una materia fecundísima y que interesa a los orígenes de todas las literaturas de Europa. Aunque no se la estimara más que como compilación metódica de todo lo que se ha escrito sobre las canciones de gesta, equivaldría casi a una biblioteca entera, que de otro modo sería imposible tener a mano por lo disperso de sus elementos. Pero la obra de Gautier no sólo contiene una masa enorme de textos, y exposiciones y traducciones en lengua moderna de todos los fragmentos importantes, y una bibliografía tan caudalosa que debe faltarle poco para ser completa, sino que en muchas de sus partes es fruto de un trabajo personal, [p. 362] de verdadero especialista en la materia. Hay que perdonar a León Gautier la verbosidad incansable, la declamación frecuente, la admiración hiperbólica que manifiesta por una poesía sin estilo aunque portentosamente fértil y creadora, la piadosa intransigencia que no acierta a ver ni admirar más que las formas del arte de la Edad Media, una cierta falta de proporción y de mesura que contradice a los hábitos del estilo francés y convierte la obra en un monumento de arquitectura románica, rudo y macizo como las mismas epopeyas que en él se celebran. Todo esto es verdad, y lo es también que si León Gautier no escribiese y pensase de esta manera entre belicosa y monástica, y tuviese el sentido de la forma, y fuese capaz de más independencia de juicio estético (capaz, por ejemplo, de entender a Cervantes, a quien odia sin conocerle), quizá no hubiese tenido valor y constancia para dedicar su vida entera a levantar ese monumento. Ciertas restauraciones históricas no se pueden llevar a cabo sin una buena dosis de fanatismo: luego vienen los hombres de gusto y ponen en su lugar cada cosa. Por ejemplo, L. Gautier no ha convencido a nadie de que la Canción de Rolando valga lo que la Ilíada , porque no basta que el ideal poético sea superior cuando la ejecución es deficiente, pero la ha hecho entrar en la enseñanza, la ha hecho venerar como una reliquia nacional, ha probado su indisputable y soberana grandeza moral, ha hecho sentir su heroica, sana y robusta poesía. Esto es lo que queda y esto es lo que importa. Los ditirambos de primera hora eran necesarios para llamar la atención de la gente sobre una poesía oculta y despreciada, accesible sólo a los puros eruditos.

Trata este segundo tomo de la propagación de los cantares de gesta; de las clases poéticas encargadas de divulgarlos (haciendo minucioso estudio de la vida y costumbres de los juglares); de los viajes de la epopeya francesa por las diversas naciones de Europa; de las formas secundarias y degeneradas de la poesía épica (novelas en verso, novelas en prosa, ediciones incunables); del olvido y menosprecio en que cayó esta poesía durante el Renacimiento; de los esfuerzos de algunos eruditos del siglo XVII, no para rehabilitarla, sino para sacarla el jugo histórico y lexicográfico; de la extraña transformación galante que sufrieron estas leyendas al pasar por la Bibliothèque universelle des Romans ; de las reducciones [p. 363] populares llamadas en España de cordel y en Francia bibliothèque bleue ; y , finalmente, del período de rehabilitación de la epopeya francesa, que comienza con las vagas intuiciones del romanticismo y termina con los estupendos trabajos de erudición que hoy admiramos.

Hay en este tomo, como en toda la obra de León Gautier, varias referencias a nuestra literatura, y un capítulo especial sobre las vicisitudes de la epopeya francesa en España. [1] Este capítulo era esperado con curiosidad entre nuestros eruditos, y tememos que no ha de parecerles enteramente satisfactorio. El señor Gautier, que al parecer no ha hecho estudio especial de nuestra literatura, no consigna ningún dato que no se encuentre más extensamente en tres libros anteriores, la Histoire Poétique de Charlemagne , de Gastón París, los Vieux Auteurs Castillans , del conde de Puymaigre, y La Poesía heroico popular castellana , del doctor Milá y Fontanals.

Por lo mismo que la introducción de la epopeya francesa en España, y su influencia más o menos profunda sobre la nuestra, es tema tan complejo y oscuro, esperábamos que León Gautier hubiese hecho algún esfuerzo más para ir disipando estas tinieblas. Admítese generalmente que las canciones de gesta francesas fueron cantadas aquí en su propia lengua, pero no se ha citado hasta ahora un solo texto que lo compruebe. ¿No queda lugar para la hipótesis, no discutida aún ni siquiera formalmente planteada, de una poesía intermedia, semejante a la de los poemas franco-itálicos; de unos poemas franco-hispanos que pudieron ser escritos en las comarcas fronterizas, en el Alto Aragón y en Navarra, y penetrar por allí en los reinos de Castilla? Algunos indicios hay que pueden hacer verosímil este camino, y menos arduo y peligroso el salto que hasta ahora se viene dando desde la Canción de Rolando a la del Cid o a las de Bernardo. Un poema descubierto precisamente por León Gautier en 1858, L'Entrée en Espagne , que en su estado actual es una compilación hecha en Padua, que no se remonta más allá de los primeros años del siglo XIV, pero que contiene fragmentos muy considerables que deben referirse al siglo anterior, se apoya formalmente en el testimonio de la Crónica de Turpín , y en el de dos bons clerges españoles Juan de Navarra [p. 364] y Gautier de Aragón . ¿Por qué hemos de creer imaginarias estas autoridades, cuando vemos que en toda la primer parte de su poema sigue el compilador fielmente el texto de la Crónica de Turpín ? Obsérvese además que L'Entrée en Espagne , que tiene más de veinte mil versos, no es obra original, sino un zurcido de cuatro diversos poemas, por lo menos. Obsérvese que el autor cita a Juan y a Gautier para cosas españolas, y da a entender que en sus obras se contenía el relato completo de la expedición de Carlo Magno antes de la traición de Ganelón, y que de este relato se valió él para ampliar el de Turpín, que encontraba demasiado breve:


       Se dom Trepin fis bref sa leción,
       Et je di long, blesimer ne me doit hon,
       Ce qu'il trova bien le vos canteron.
       Bien dirai plus á ch'in poise e chi non;
       Car dous bons clerges, Çan-gras et Gauteron,
       Çan de Navaire et Gautier d'Arragon,
       Ces dos prodromes ceschuns saist pont á pon
       Si come Carles o la fiore françon
       Entra en Espaigne conquerre le roion.
       Là comensa je, trosque la finissum
       Do jusque ou point de l'euvre Ganelon,
       D'illuec avant ne firent mención...
                                               

      

Y repárese, finalmente, que L'Entré en Espagne , por excepción única entre los poemas franceses, cuyo ritmo es uniforme y regular siempre, presenta mezclados dos tipos de verso distintos, el alejandrino y el de doce sílabas, lo cual le acerca bastante a la irregularidad métrica de las dos únicas canciones de gesta españolas que conocemos en su forma original. ¿Quién sabe si miradas a esta luz las tiradas enérgicamente italianizadas que León Gautier reconoce en L'Entrée en Espagne , y que no tienen explicación bastante en el hecho de ser el copista italiano, puesto que en el mismo poema se encuentran otros pedazos que son franca y puramente franceses, no podrían parecer españolizadas , por derivación de uno o dos poemas franco-hispanos?


       C'est li baron Saint Jaques, de qui fazon la mentance;
       Vos voil canter et dir per reme et per sentance.
       Tot ensi come Carles el bernaje de France
       Entrerent en Espagne et par ponte de lance
       Conquistrent de Saint Jaques la plus mestre habitance.
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
                                               

[p. 365] Líbreme Dios de pensar que en esta jerga cantasen jamás nuestros juglares, pera todavía se me hace más duro creer que de las canciones de gesta oídas a los franceses que iban en romería a Santiago o caminaban en la comitiva de los príncipes borgoñones, y probablemente no entendidas más que a medias, se pasase sin transición al canto épico nacional. No es una teoría, no es una hipótesis siquiera lo que propongo, puesto que en tales oscuridades nada importa tanto como no poner los pies en falso. Es meramente una indicación, para que quien pueda y sepa estudie bajo este aspecto L'Entrée en Espagne , y vea si algo de español puede encontrarse en la nueva versión que da del asunto de Roncesvalles, tomada de fuentes diversas del Turpín. Si Juan de Navarra y Gautier de Aragón existieron, la patria que les asigna el compilador italiano puede ser un rayo de luz en el largo camino que lleva desde el Rolando hasta la forma definitiva de la leyenda de Bernardo. Sabido es, gracias al admirable análisis que de esta leyenda hizo Milá y Fontanals en el tercer capítulo de su obra, que con los hechos del Bernardo plenamente fabuloso, leonés por ambas líneas, hijo del conde de Saldaña y sobrino de Alfonso el Casto, anduvieron mezclados en tiempo muy antiguo los de un Bernardo histórico, conde de Ribagorza y de Pallars, poblador del canal de Jaca y fundador del monasterio de Ovarra: todo lo cual la Crónica general atribuye al Bernardo épico: «E andando así de la una parte a esa otra, corriendo e robando cuanto fallaba, llegó a los puertos de Aspa, e dizen que pobró el canal que dizen de Jaca, e tan gran era el miedo que dél avían las gentes de la tierra, que non osavan bollir ante él donde andava: é en todo esto ovo tres batallas con moros, e siempre los venció, e ganó dellos todo quanto trayen, e con aquellas riquezas quel ganava de los moros, conquirió después dende adelante fasta Berbegal, e ganó Barbastro, e Sobrarve e Monte Blanco : e todas las fronteras mantenía Bernaldo mucho bien, e muy esforzadamente. E dizen los cantares que casó entonces con una dueña que havie nombre doña Galinda, fija del conde Alardos de Lara , e que hobo en ella un fijo que dezien Galin Galindes ... Mas porque nos non fallamos nada de todo esto que aqui havemos dicho... en las estorias verdaderas las que fizieron e compusieron los omes sabios, por ende non afirmamos nos, nin dezimos que asi fuesse, ca non lo sabemos por cierto, si non quanto oymos [p. 366] dezir a los juglares en sus cantares ». (3.ª parte, cap. VIII de la edición de Ocampo).

Sabemos, pues, que los juglares en tiempo del Rey Sabio cantaban todavía las hazañas del héroe ribagorzano, revolviéndolas con las del fantástico héroe de Roncesvalles. Y aquí viene, como anillo al dedo, la conjetura de Milá: «Esta tradición debió de ser cantada originariamente en los mismos países donde campeó el héroe, tanto más cuanto Ribagorza era un feudo franco, la lengua de algunos distritos la de oc (catalán en Pallars, bearnés en el valle de Arán), y Bernaldo era, como los que solía celebrar la poesía épica en aquellos tiempos, un héroe franco y carolingio o por tal considerado.»

Estos orígenes pirenaicos merecen estudio muy atento, y sentimos que León Gautier, que con el largo estudio que ha hecho de L'Entrée en Espagne estaba mejor preparado que nadie para abordar este problema, le haya dejado a un lado, contentándose con citar los sabidos textos del poema latino de Almería, del libro De Castri stabilimento (cuya época es muy problemática y seguramente posterior al siglo XIII), del poema de Fernán González, etcétera, etc., y añadir vagamente que el apogeo incontestable de la epopeya francesa en España puede colocarse en el siglo XII.

A este primer período que llama período francés o de los juglares , sucede una reacción patriótica contra los héroes de las gestas francesas. Es el período que, inexactamente a mi juicio, llama Gautier de las Crónicas , puesto que si es verdad que los cronistas latinos, a partir desde el Silense, hablan con visible mal humor de las hazañas atribuidas a Carlomagno en España y manifiestan tener en poco las fábulas de los histriones (nonnulli histrionum fabulis adherentes) , no es menos cierto que al lado de esta reacción erudita, se formuló otra popular en los cantos de nuestros juglares, que ciertamente no fueron a buscar en las Crónicas su Bernardo, sino que le inventaron de propia Minerva, y luego se le transmitieron a los cronistas, empezando por el Tudense y el Toledano. Si se admite por un momento la hipótesis de los poemas intermedios de Navarra y de Ribagorza, y se enlaza con ellos el recuerdo del Bernardo de Jaca, no hay inconveniente en suscribir estas palabras de Gastón París: «Los juglares españoles cantaban nuestras canciones de gesta, sobre todo las que se referían a la batalla [p. 367] de Roncesvalles; insensiblemente hicieron intervenir a los españoles en la acción, y acabaron por hacer de Bernardo del Carpio el enemigo y vencedor de Roldán.»

La lucha entre las leyendas francesas y los relatos españoles persiste en el siglo XIV y deja huellas en las crónicas nacionales, aun sin contar con las meras traducciones de textos franceses como la Gran conquista de Ultramar . La aparición de los romances la coloca el señor Gautier, como es debido, en el siglo XV, y nada autoriza para suponerles mayor antigüedad, aunque algunos de los más genuinamente épicos procedan sin duda de cantares de gesta y más comúnmente del texto intermedio de las crónicas. En cuanto a los de asunto carolingio, lo que constituye su principal belleza, lo que les da un encanto y misterio singulares, es que no son, por lo común, narraciones directas, ni compendios o reducciones de antiguos poemas franceses o españoles, sino creaciones libérrimas de la fantasía lírica sobre el fondo épico tradicional. Puede decirse que la leyenda carolingia está en esos breves y deliciosos fragmentos, pero vagamente difundida, como el recuerdo de una música lejana o como las partículas de un perfume destilado ya por manos artísticas y hábiles. No puede darse cosa menos parecida a un cantar de gesta que los romances de Doña Alda, de Gayferos, de Montesinos, de Reynaldos o del conde Cláros.

En el cuarto período se difunden y vulgarizan, por medio de la imprenta, traducciones, o más bien abreviaciones, de las novelas francesas en prosa, que luego con el transcurso de los tiempos, y perdiendo cada día más de su extensión y pureza primitiva, continúan sirviendo de recreo al vulgo en los rincones más apartados de la Península. El Fierabrás , disfrazado con el nombre de Historia de Carlo Magno y de los doce Pares , continúa siendo ahora, como en 1528 (fecha de la más antigua edición conocida hasta ahora), el más popular de estos libros de cordel .

Con esta literatura trivial (no ya popular) alternó la imitación culta de los poemas italianos de Boyardo y del Ariosto, tantas veces traducidos en prosa y en metro. Esta corriente produjo no sólo nuevos poemas (uno de ellos muy notable), sino algunos libros de caballerías en prosa, que desfiguran de un modo no menos extraño la leyenda carolingia; y, finalmente, la rara colección de novelas de Antonio de Eslava (Pamplona, 1609), explotada a su [p. 368] vez por el compilador francés de la Bibliothèque des Romans . Por último, el ciclo carolingio penetra en el teatro de Lope de Vega en Las pobrezas de Reynaldos , Las Mocedades de Roldán , Los Palacios de Galiana , El Marqués de Mantúa y otras varias de su inagotable repertorio; con Calderón en La Puente de Mantible .

León Gautier termina su rápida reseña citando un solo nombre de erudito español, porque no hay otro que pueda citarse en esta materia: el nombre, para mí tan caro y venerable, de don Manuel Milá y Fontanals, de quien puede decirse sin ambajes, que ha sido el único español que ha conocido y sentido la epopeya francesa. El homenaje que León Gautier tributa a mi maestro es tan noble y tan sincero, que no puedo menos de transcribirle aquí, en justo obsequio a la memoria de un sabio, cuyas obras todavía no han aprendido a leer sus compatriotas. Dice así León Gautier:

«El autor del doctísimo y muy bello libro De la poesía heroico-popular castellana , tuvo el espíritu bastante elevado para hacer plena justicia a nuestras antiguas canciones, a su inspiración, a su originalidad, a su belleza salvaje y fiera. Hombre de entendimiento muy vasto y muy sincero, Milá y Fontanals escribió una obra que los mayores sabios de Francia y los más apasionados de su país hubiesen tenido grande orgullo en firmar. Ha merecido bien en Francia y de la verdad. Yo soy de los que aman apasionadamente a España y no pueden nunca oír hablar mal de ella sin sentir verdadera y profunda indignación. Se comprende, pues, el sentimiento que me anima cuando saludo así a un grande erudito español que amaba a Francia. No encuentro más que su tumba, pero la cubriré de flores.»

Tan hermosas palabras estampadas en una obra que, con sus defectos de pormenor, inherentes a toda obra humana de tan inmensas proporciones, es de las que más honran la erudición francesa, nos mueven a profunda gratitud como españoles y como discípulos de aquel varón excelente e inolvidable.

Notas

[p. 361]. [1] . Nota del Colector .— Revista Bibliográfica publicada en «La España Moderna», número de septiembre de 1894, pág. 95.

Coleccionado por primera vez en Estudios de Crítica Literaria.

[p. 361]. [2] . Welter, editor. El primer tomo de esta nueva edición tiene la fecha de 1878; el tercero, la de 1880, el cuarto, la de 1882. Todavía han de faltar algunos.

[p. 363]. [1] . Páginas 326-344