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Dan principio en este tomo IV de nuestra edición de las Obras de Lope de Vega, las Comedias de Santos, tercer grupo que hemos establecido en la clasificación de su inmenso Teatro. Sobre cada una de ellas haremos sucintas indicaciones, según el plan que desde el principio nos trazamos.

I.—BARLÁN Y JOSAFÁ

Es la duodécima de las contenidas en la Veintiquatro parte perfeta de las Comedias del Fénix de España, Frey Lope Félix de Vega Carpio (Zaragoza, 1641, por Pedro Verges). Este tomo es póstumo, y ofrece un texto bastante incorrecto y alguna vez mutilado; pero por no haber podido tener a la vista el manuscrito, al parecer autógrafo, que perteneció a lord Holland, no ha sido posible llenar estas lagunas. En los catálogos de Medel y Huerta se la cita con el título de Los dos soldados de Cristo, y Chorley poseyó una edición suelta con este mismo rótulo. No está mencionada tal comedia en ninguna de las dos listas de El Peregrino, sin duda por olvido de Lope, puesto que el manuscrito de lord Holland llevaba la fecha de 1611.

Tomó Lope el asunto de esta curiosa y notable pieza de la célebre novela mística de Barlaan y Josafat, compuesta en lengua griega, y atribuída comúnmente, y no sin fundamento, a San Juan Damasceno. [1] Es cierto que el dominico Le Quien, que [p. 222] dirigió la edición clásica de las obras de aquel gran Padre de la Iglesia oriental (París, 1712), excluyó de ella y relegó a la categoría de las apócrifas la Historia Índica de Barlaamo eremita et Josaphat, que fué, en su concepto, compuesta por un monje llamado Juan, distinto del Damasceno; pero sus razones distan mucho de haber convencido a todos, y León Allacci opuso otras de bastante fuerza en los prolegómenos de la edición de Le Quien repetida en Venecia en 1748, alegando la autoridad de muchos códices, la del Martirologio Romano, y la de algunos griegos modernos, como el patriarca Gennadio en el Concilio Florentino, todos los cuales, sin anfibología alguna, atribuyen el libro, no a un oscuro monje, Juan, ni tampoco a Juan Clímaco o Sinaíta, sino a San Juan Damasceno. Por otra parte, en el Barlaan y Josafat se encuentran largos fragmentos tomados literalmente de otras obras del Santo sin indicar su procedencia, y en el estilo de lo demás nada hay que difiera del que ordinariamente emplea en sus obras, así como son los mismos los autores de quienes con preferencia toma sus citas, tales como San Basilio y San Gregorio Nacianceno; y muy propias del estado de la controversia teológica en su tiempo, las disertaciones que ingiere contra los iconoclastas. Por estas y otras razones, Max Müller, que fué uno de los primeros investigadores de los origenes indios de este famoso libro, y la mayor parte de los que después de él han discurrido sobre este tema, se inclinan a respetar la antigua tradición de Oriente y Occidente, que supone autor del Barlaan al mismo que lo fué del libro sobre la fe ortodoxa.

Aunque el original griego del Barlaan y Josafat no haya visto la luz hasta nuestro siglo, eran numerosas las ediciones de una traducción latina, malamente atribuída a Jorge de Trebisonda, puesto que existía siglos antes de él, como lo prueban las citas de [p. 223] Vicente de Beauvais (en el Speculum Historiale, lib. LXV), de Jacobo de Vorágine (en la Legenda Aurea) y de otros muchos escritores de la Edad Media. Gaspar Barth quería hacerla remontar a los tiempos del bibliotecario Anastasio. Impresa esta versión en 1470, fué reproducida muchas veces en los dos siglos siguientes, ya suelta, [1] ya acompañando a las ediciones de San Juan Damasceno, hasta que fué sustituída por la más correcta de Jacobo Billio en 1611.

Una u otra traslación, pero especialmente la más vetusta (que era por lo mismo la más popular), sirvieron de base a todas las que se hicieron en las diversas lenguas vulgares. En castellano tenemos dos, una anterior y otra posterior a Lope de Vega, la del licenciado Juan de Arce Solórzano [2] y la de Fr. Baltasar de Santa Cruz, [3] a las cuales puede agregarse la del jesuíta Juan de Borja, en lengua tagala (Manila, 1712), con intentos de [p. 224] edificación y catequesis para los indios, a lo cual admirablemente se prestaba el carácter oriental y parabólico del libro, y hasta su remoto origen budista.

Lope leyó seguramente, o la versión latina de Trapezuncio, o la castellana de Arce Solórzano, que se había publicado en 1608, digna, a la verdad, de estimación por lo apacible y gallardo del estilo, no desemejante del que mostró su autor en otras obras de entretenimiento.

La Iglesia griega reza de los santos confesores Barlaan y Josafat el día 16 de agosto, y la latina el 27 de noviembre. Pero ni la existencia de un santo ni su culto inmemorial, implican el reconocimiento del valor histórico de todas las circunstancias de su leyenda. Además, en la Iglesia latina no aparecen estos Santos hasta el siglo XIV, en el Catalogus Sanctorum de Pedro de Natalibus. Pero dejando aparte la cuestión canónica, que no es de nuestra incumbencia, basta consignar que aun en los tiempos de mayor fe hubo muchos que consideraban el libro atribuído a San Juan Damasceno como una novela mística, como «una fábula o invención artificiosa». De esta opinión se hace cargo, para impugnarla, el P. Rivadeneira en su Flos Sanctorum. El P. Le Quien, como hemos visto, no sólo dió por apócrifo el contenido del libro, sino la atribución a San Juan Damasceno. Huet, el Obispo de Avranches, en su famosa Lettre sur l´origine des romans, [1] la llama [p. 225] a boca llena «novela espiritual», y añade: «Trata del amor, pero del amor divino; hay mucha sangre derramada, pero es sangre de mártires. Toda la obra está compuesta conforme a las leyes de la novela, y aunque la verosimilitud está bastante bien observada, muestra el libro tantos indicios de ficción, que no se puede dudar ni por un momento que es historia de pura fantasía. Fuera una temeridad decir que nunca existieron Barlaan ni Josafat, puesto que el Martirologio los pone en el número de los Santos, y San Juan Damasceno implora su protección al acabar la obra. Ni quizá fué él el primer inventor de esta historia, la cual creyó, sin duda, de buena fe por habérsela oído a otros. Este libro, ya por la elegancia del estilo, ya por la piedad, ha tenido tal aceptación entre los cristianos de Egipto, que le han traducido en su lengua copta, y es frecuente hallarle en sus bibliotecas. Y quizá no sea traducción de este mismo texto, sino historia original de estos dos Santos.»

El juicio de un prelado tan docto y piadoso como Huet, corroborado hoy con el de los sabios continuadores de la obra de los Bolandos, parece que debe tranquilizar a los más meticulosos, al paso que la sospecha que insinúa sobre ser el libro griego mera imitación o traducción de otro texto oriental más antiguo, [p. 226] acredita la perspicacia de su talento crítico, puesto que es hoy verdad universalmente reconocida que la novela de Barlaan y Josafat, pertenezca o no a San Juan Damasceno, es en lo fundamental de su contexto una transformación cristiana de la leyenda de Buda, contenida en el Lalita-Vistara. No entraremos aquí en los pormenores de este descubrimiento interesantísimo, cuya gloria debe repartirse entre varios orientalistas y varios cultivadores de la moderna rama de la erudición conocida con el nombre de novelística; especialmente el gran maestro de ella, Félix Liebrecht, Samuel Beal, traductor inglés de los viajes de los peregrinos budistas, y Max Müller, que es quien principalmente ha popularizado los resultados de esta indagación con la amenidad y brillantez que le son propias. [1] Basta citar algunas líneas en que resume sus conclusiones, y todavía las abreviaremos algo. «El [p. 227] autor de Barlaam y Josafat ha tomado evidentemente su héroe mismo, el príncipe Josafat, de una fuente india. En la Lalita-Vistara, el padre de Buda es un rey. Cuando nace su hijo, el brahmán Arita le predice que este hijo alcanzará gran gloria y llegará a ser un monarca poderoso, o bien que renunciará al trono, se hará ermitaño y llegará a ser un Buda. El padre se empeña en evitar que esta segunda parte de la profecía tenga cumplimiento. Cuando el joven Príncipe va creciendo, le encierra en los jardines de su palacio, le rodea de todos los halagos que pueden quitarle el gusto de la meditación y darle el del placer. Le mantiene en la ignorancia de lo que son la enfermedad, la vejez y la muerte. Aparta de sus ojos todas las miserias de la vida. Pero un día acierta a salir de su dorada prisión, y tiene los tres famosos encuentros: con el viejo enfermo, con el muerto a quien llevaban a enterrar y con el asceta mendicante. [1]

»Si pasamos ahora al libro de San Juan Damasceno, encontraremos que los principios de la vida de Josafat son absolutamente los mismos que los de Buda. Su padre es un rey a quien un astrólogo predice que su hijo alcanzará la gloria, pero no en su propio reino, sino en otro mejor y más excelso, es decir, que se [p. 228] convertirá a la religión nueva y perseguida, de los cristianos. Para impedir el cumplimiento de esta predicción, el Rey encierra a su hijo en un palacio magnífico, donde le rodea de todo lo que puede suscitar en él sensaciones agradables, teniendo gran cuidado y vigilancia para que ignore la existencia de la enfermedad, de la vejez y de la muerte. Al cabo de algún tiempo, su padre le concede permiso para salir a pasear en su carro.

»Aquí se intercalan los tres encuentros, pero no en el mismo orden, ni con las mismas circunstancias, puesto que en la primera salida encuentra el Príncipe dos hombres, uno ciego y otro leproso, y en la segunda, un viejo decrépito y casi moribundo. La diferencia puede explicarse si admitimos, como de las mismas palabras de San Juan Damasceno puede inferirse, que aprendió esta historia de la tradición oral y no de los libros. Pero la lección moral es la misma: el Príncipe entra en su casa para meditar sobre la muerte, y en tal meditación permanece hasta que un ermitaño cristiano le hace comprender lo que es la vida según la doctrina del Evangelio... Todavía pueden notarse otras coincidencias entre la vida de Josafat y la de Buda. Los dos acaban por convertir a sus respectivos padres; los dos resisten victoriosamente a las tentaciones de la carne y del demonio: los dos son venerados como santos antes de su muerte. Hasta parece que un nombre propio ha pasado del canon de los budistas al libro del escritor griego. El cochero que conduce a Buda la noche en que huye de su palacio, abandonando su mujer, su hijo único y todos sus tesoros, para consagrarse a la vida contemplativa, se llama Chandaka; el amigo y compañero de Barlaan se llama Zardán.»

Hasta aquí Max Müller, cuyo somero extracto basta; y si a alguno ocurriera la idea de que tal leyenda pudo pasar de la cristiandad oriental a las comunidades budistas, [1] y no al contrario, bastaría para excluir tal conjetura el viaje del chino Fu Hian, que a principios del siglo V de nuestra era vió en la India las [p. 229] torres levantadas por el rey Asoka en conmemoración de los tres encuentros de Buda; al paso que a la leyenda atribuída a Juan Damasceno nadie la da mayor antigüedad que la del siglo VIII.

Admitido, pues, que la leyenda del príncipe Josafat es en sus principales rasgos, ya que no en su espíritu, la biografía popular de Sakya-Muni, tal como se ha conservado en el texto tibetano del Lalita-Vistara, ha de añadirse, sin embargo, que esta semejanza se extiende sólo a los elementos puramente humanos que concurren en la historia del príncipe Sidharta, sin que en el Barlaan quede rastro ninguno de las mil invenciones fantásticas y maravillosas que sobrecargan la leyenda de Buda en todas sus versiones. [1] Hay, por otra parte, en el Barlaan y Josafat, una parte teológica, una exposición sumaria de la doctrina cristiana, que es original de San Juan Damasceno o quienquiera que sea el monje griego o sirio autor del libro. A él ha de atribuirse también el muy original y fecundo pensamiento del conflicto y controversia entre las principales religiones, caldea, egipcia, griega, judía y cristiana; pensamiento que luego, interpretado con diverso sentido, tiene tan varia representación en la teología judaica del Cuzary de Judá Leví, en la popular teodicea cristiana del Libro del Gentil y de los tres sabios de Ramón Lull y del Libro de los Estados de D. Juan Manuel, y pudiéramos añadir en el cuento profundamente escéptico de los tres anillos de Boccaccio, germen a su vez del drama deísta de Lessing, Nathan el Sabio. Hay , finalmente, en el Barlaan y Josafat una serie muy considerable de parábolas y apólogos, que son seguramente de origen indio y aun budista, puesto que algunas de ellas están en el Mahavanso, y además es sabido que los misioneros de esta secta, esencialmente popular, empleaban el apólogo con tanta frecuencia como los [p. 230] predicadores cristianos de la Edad Media; [1] pero que seguramente no proceden del Lalita-Vistara, sino de fuentes mucho más antiguas. Algunos de estos cuentos, pasando por el intermedio del Gesta Romanorum, han hecho largo camino en la literatura moderna; dos por lo menos figuran en el Decamerone, y uno de ellos, el de las tres cajas, está introducido como escena episódica en El Mercader de Venecia.

Pero no solamente por apólogos aislados se enlaza el Barlaan con el Pantcha-Tantra y el Sendebar. Con este último libro, cuyos orígenes budistas son hoy generalmente reconocidos, tiene de común la ficción capital, el horóscopo que del Príncipe forman los astrólogos, el encerramiento en que el Rey le mantiene, la persecución de que le hace blanco una de las mujeres de su harén. Veamos algo de esto en la antiquísima versión castellana del infante D. Fadrique (1253) Engannos et Asayamientos de las mujeres, que representa, como es notorio, un texto árabe perdido, lo mismo que el texto persa, de donde se tomó, y el primitivo texto sánscrito, del cual todos remotamente procedieron:

«Desy enbió el rey por quantos sábios avía en todo su rregno que viniesen a él et que catasen la ora et el punto en que nasiera su fijo; et despues que fueron llegados plógole mucho con ellos et mandólos entrar antél, et díxoles: bien seades venidos. Et estuvo con ellos una gran pieça, alegrándose et solasándose, et dixo: vosotros sábios, fágoos saber que Dios, cuyo nombre sea loado, me fiso merced de un fijo que me dió con que me esforçase mi braso, et con que aya alegría, et gracias sean dadas a él por siempre. Et díxoles: catad su estella del mi fijo, et vet qué verná su facienda. Et ellos catáronle et fisiéronle saber que era de luenga [p. 231] vida et que sería de gran poder, mas a cabo de veynte annos quel avía de acontecer con su padre, porque veía el peligro de muerte. Quando oyó decir esto, fincó muy espantado, ovo gran pesar, et tornósele el alegría, et dixo: todo es en poder de Dios, que faga lo que él tuviera por bien. Et el ynfante creció et fizose grande et fermoso, et dióle Dios muy buen entendimiento: en su tiempo non fué ome nascido tal como él fué... Cendubete (el sabio encargado de su enseñanza) tomó este día el mismo por la mano, et fuese con él para su posada: et fiso faser un gran palacio fermoso de muy grant guisa, et escribió por las paredes todos los saberes quel avie de mostrar et de apprender, todas las estellas et todas las figuras et todas las cosas. Desy díxole: Esta es mi siella et esta es la tuya, fasta que depprendas los saberes todos que yo aprendí en este palacio: et desenbarga tu corazón, et abiva tu engaño, et tu oyr, et tu veer. Et asentóse con él a mostralle: et trayánles ally que comiessen et que beviesen, et ellos non sallían fuera, et ninguno otro non les entrava allá: et el mismo era de buen engenno et de buen entendymiento, de guisa que ante que llegase el plaso, apprendió todos los saberes que Cendubete, su maestro, avía escripto del saber de los ommes... El tornóse Cendubete al mismo et dixo: yo quiero catar tu estella. Et católa et vió quel mismo sería en grand cueyta de muerte si fablase ante que pasasen los syete dias...», etc., etc. [1]

Sería tarea imposible para nuestros exiguos conocimientos bibliográficos, y además de todo punto pedantesca e impertinente aquí, seguir las transformaciones de la leyenda de Gotama a través de todas las literaturas de Oriente y Occidente, ya en su primitiva forma búdica, ya en las que recibió de manos árabes, hebreas o cristianas. Aun las del Barlaam propiamente dicho son innumerables: durante la Edad Media fué traducido al siríaco, al árabe, al etiópico, al hebreo, al armenio, al latín, al francés, al italiano, al alemán, al inglés, al irlandés, al polaco y al bohemio. [2]

[p. 232] Limitándome a España, creo necesario mencionar dos textos de la Edad Media, aunque de muy diverso origen y carácter: la novela hebrea de Abraham Aben Hasdai, judío barcelonés del siglo XII, titulada El hijo del Rey y el Nazir o Dervis, que contiene, no como pudiera creerse, la historia del nacimiento y juventud de Buda, a tenor de la versión arábiga del texto pelvi, sacado del Jataka correspondiente, sino una refundición musulmana del Barlaam cristiano, que había pasado del griego al árabe, según expresamente se declara en el mismo libro de Hasdai. [1]

En la literatura castellana el texto capital es, sin disputa, el Libro de los Estados, de D. Juan Manuel; [2] pero contiene tales diferencias respecto del Barlaam cristiano, que para mí no dejan duda de haber sido otro libro distinto, probablemente árabe o hebreo, el que nuestro príncipe tuvo a la vista y arregló con la genial libertad de su ingenio, trayendo la acción a su tiempo y [p. 233] enlazándola con recuerdos de su propia persona. En una palabra, creemos que el Libro de los Estados, aunque en su fondo sea un Barlaam, en su forma es una nueva y distinta adaptación cristiana de la leyenda del príncipe de Kapilavastu. Hasta el nombre de Johas, que D. Juan Manuel le da, parece mucho más próximo que el Josaphat griego, a la forma Joasaf, usada por los cristianos orientales, la cual a su vez era corruptela de Budasf, como ésta de Budisatva; explicándose tales cambios por la omisión en árabe de los puntos diacríticos. Además, en D. Juan Manuel los tres encuentros están reducidos a uno solo, y éste es precisamente el que falta en el Barlaam y Josaphat, aunque sea el más capital de todos en el Lalita- Vistara. En D. Juan Manuel, el Príncipe no ve al ciego, ni al leproso, ni al viejo decrépito, sino solamente el cuerpo del ome finado, y por eso es más grande y dramática la forma de su única iniciación en el misterio de la muerte (cap. VII):

«Et andando el infante Johas por la tierra, así como el Rey su padre mandara, acaesció que en una calle por do él pasaba, tenían el cuerpo de un home muy honrado que finara un día antes, et sus parientes et sus amigos et muchas gentes que estaban y ayuntados, facían muy grant duelo por él. Et cuando Turin, el caballero que criaba al Infante, oyó de lueñe las voces, et entendió que facían duelo, acordóse lo que el rey Morován, su padre del Infante, le demandara, et por ende quisiera muy de grado desviar el Infante por otra calle do non oyese aquel llanto, porque hobiese a saber que le facían porque aquel home muriera. Mas porque al logar por do el Infante quería ir era más derecho el camino por aquella calle, non le quiso dejar pasar, et fué yendo fasta que llegó al logar do facían el duelo, et vió el cuerpo del home finado que estaba en la calle, et cuando le vió yacer et vió que había faciones et figura de home, et entendió que se non movía nin facía ninguna cosa de lo que facen los homes buenos, maravillóse ende mucho... Et porque el Infante nunca viera tal cosa nin lo oyera, quisiera luego preguntar a los que estaban qué cosa era; mas el grant entendimiento que había le retovo que lo non feciese, ca [p. 234] entendió que era mejor de lo preguntar más en poridat a Turin, el caballero que lo criara, ca en las preguntas que home face se muestra por de buen entendimiento o non tanto... A Turin pesó mucho de aquellas cosas que el Infante viera, e aun más de lo que él le preguntara, et fizo todo su poder por le meter en otras razones et le sacar de aquella entención; pero al cabo, tanto le afincó el Infante, que non pudo excusar del decir alguna cosa ende, et por ende le dixo: «Señor; aquel cuerpo que vos allí viestes era home muerto, et aquellos que estaban en derredor dél, que lloraban, eran gentes que le amaban en cuanto era vivo, et habían grant pesar porque era ya partido dellos, et de allí adelante non se aprovecharían dél. E la razon por que vos tomastes enojo et como espanto ende, fué que naturalmente toda cosa viva toma enojo et espanto de la muerte, porque es su contraria, et otrosí de la muerte, porque es contraria de la vida...»

Coincide el Libro de los Estados con el de Barlaam y Josafat en la disputa de las religiones, en la conversión del Rey padre y en otros pormenores; pero no en el motivo del encerramiento del Príncipe, que aquí no se funda en un vaticinio de los astrólogos, ni en el recelo de que se convirtiera a la nueva fe, sino en el motivo puramente humano, aunque quimérico, de ahuyentar de él la imagen del dolor y de la muerte. «Este rey Morován, por el grant amor que había a Johas su fijo el Infante, receló que si sopiese qué cosa era la muerte, o qué cosa era pesar, que por fuerza habría a tomar cuidado et despagamiento del mundo, et que esto sería razon porque non viviese tanto ni tan sano.»

No conoció Lope de Vega estas formas del relato indio, venidas a Occidente por medio de los árabes, sino puramente la forma cristiana que le había dado San Juan Damasceno, y aun de ésta usó con libertad, como a tan gran poeta pertenecía, y como lo reclamaban las condiciones del teatro. Para comprender las innovaciones que introdujo, es preciso conocer antes, aunque sea muy en extracto, el Barlaam y Josafat. Afortunadamente, este extracto, o más bien compendio, está [p. 235] hecho por tan elegante y clásica pluma como la del P. Pedro de Rivadeneira en su Flos Sanctorum. Nada más oportuno, por consiguiente, que insertar aquí su apacible y candoroso relato. [1]

«La vida de los santos Confesores Barlaam y Josafat, escribió largamente San Juan Damasceno, y reduzida a brevedad, fue desta manera. Despues que el glorioso Apóstol Santo Tomé ilustró las partes de la India Oriental con la predicación Evangélica, y convirtió a innumerables Indios a la fe de Christo nuestro Redentor: muchos christianos comenzaron a abrazar la vida perfecta, y dando libelo de repudio a todas las cosas de la tierra, retirarse a la soledad y hazer monesterios, y vivir en ellos con extremada santidad, de manera que la Religion Christiana florecía en aquellas partes que antes solían ser tan incultas y estériles. Vino a tener el Imperio de la India un Rey llamado Abennér varón en la hermosura de su rostro, grandeza y fuerzas del cuerpo señalado, y muy excelente por las guerras que había hecho y por las vitorias que había alcanzado de sus enemigos: pero juntamente era muy dado al vano culto de sus dioses, y entre sus grandes felicidades sentía mucho el no tener hijos a quienes dejar sus copiosos tesoros. Viendo, pues, la vida que los monges hacían, y la fe de Christo que predicaban, y que mucha gente noble y principal abrazaba su doctrina, ciego con el zelo de sus falsos dioses, determinó con rabia y furor, de perseguir a todos los Christianos, y especialmente a los monges, y executar en ellos gravísimos tormentos hasta quitarles las vidas. Púsolo por obra, y muchos Christianos murieron en aquella persecución, y otros huyeron a los desiertos más apartados. Nacióle en este tiempo un hijo tan deseado, y púsole por nombre Josafat, y juntando muchos Caldeos y varones sabios en la Astrología, preguntóles acerca del nacimiento de su hijo lo que entendían que sería dél. Ellos le respondieron por lisongearle, que había de ser un [p. 236] príncipe felicíssimo y poderosissimo, y vencer en estado y riquezas a todos los reyes sus antepassados. Pero uno de ellos que tenía nombre de más sabio, respondió que era verdad lo que los otros dezían, pero no de la manera que ellos lo entendían, porque el poder y felicidad de su hijo había de ser no acá en la tierra, sino en el cielo, y en el Reyno de los Christianos, cuya religión había de abrazar y seguir. Esto dixo el Caldeo y Astrólogo, no porque las estrellas le pudieran enseñar esta verdad, sino porque Dios nuestro Señor se la hizo decir, para mayor gloria de su santa Religion, y prueba de su divina gracia, como adelante se verá.

»Mucho se afligió el Rey con esta nueva, y se le aguó el gozo del nacimiento de su hijo: pero para atajar el daño que de ser Christiano le podía venir, mandó edificar, en lugar apartado de su Corte, un sumptuoso palacio y criar allí a su hijo, dándole ayo y criados que le sirviessen y guardassen, mandando expressamente que ninguno le mentasse el nombre de Christo, ni de Christiano, ni le dixesse cosa que le pudiesse dar disgusto ni noticia de las miserias desta vida. Creció Josafat, y diéronle maestros que le enseñassen las artes liberales y ciencias que los Persas aprendían, y como era de vivo y agudo ingenio, fácilmente las aprendió, y en breve tiempo aprovechó mucho en ellas con admiración de sus mismos maestros. Con los años iba creciendo el seso y juicio en Josafat, y viendo que estaba tan encerrado y guardado, y que no le dexavan salir de su palacio, quiso saber la causa dello, y preguntóla a uno de sus más familiares y fieles criados. Supo que la causa era el temor que su padre tenía que no se hiciese Christiano: y con esta ocasión vino a tener noticia de quiénes eran los Christianos, qué ley, que fe professaban y cómo vivían: y tocándole el Señor el corazón, le dió unos desseos de ser Christiano. Vino un dia el Rey su padre a verle: hallóle triste y pensativo, quiso saber la causa, y él le respondió que era por verse tan encerrado y como preso, sin tener libertad de salir de su palacio, como sus criados salían. El Rey, que tiernamente le amaba, le dió licencia para que saliesse quando quisiesse: pero dióle personas de quien se fiaba, para que siempre le acompañassen, y no le [p. 237] dexassen hablar con Christiano alguno, especialmente con monge solitario. Y juntamente ordenó que apartassen de la vista de su hijo todos los pobres, enfermos, contrechos y personas miserables, para que no topasse con ellos ni viesse cosa que le pudiesse congoxar, sino que se entretuviessen en fiestas y regocijos, y en todo lo que pudiesse dar contento y alegría. Salió, pues, el Príncipe Josafat de su encerramiento, y como son tantas y tan comunes las miserias humanas, por mucho que se las quisieron desviar, luego que anduvo por el mundo, encontró con ellas. Vió algunos hombres ciegos, mancos, coxos, y otros viejos, acobardados y cercanos a la muerte, y como todo esto le era nuevo, y él era de lindo y curioso ingenio, luego preguntaba qué era aquello, y entendiendo que son manqueras y miserias de la naturaleza humana, y que no hay hombre ninguno, aunque sea Rey, que por su condición y estado sea esento dellas, y que la muerte es fin y remate de todos los placeres y grandezas desta vida, por una parte se enternecía considerando la flaqueza del hombre, y por otra hacía gracias a Dios (a quien por buena filosofía conocía que era uno y criador de todo el Universo) por haberle dado a él los miembros de su cuerpo cumplidos, y ojos, manos y pies, y entera salud. Y oyendo decir que esta vida se acababa, y que lo que más podía durar era comúnmente hasta los ochenta o cien años, comenzó a juzgar que se debía de tener en poco, y amar y buscar otra que fuese eterna. Andaba rumiando y revolviendo estas cosas en su corazón, y deseosso de hallar quien se las descubriesse; y muchas vezes se angustiaba y afligía, y en su rostro y semblante lo mostraba. Verdad es que cuando el Rey su padre le venía a ver y le hablaba, lo encubría para no darle pena. Mas Dios nuestro Señor que vee los corazones, y por este camino quería alumbrar a Josafat, envióle un gran siervo suyo, que le desatasse sus dudas, y le declarasse lo que convenía a la salud eterna.

»Había en el desierto de Senaar un hombre anciano y de mucha santidad, adornado de sabiduría del cielo, llamado Barlaan. A este santo solitario descubrió Dios el desseo de Josafat, y le mandó que se fuesse a ver con él: y él obedeciendo al mandato [p. 238] divino, se embarcó en una nave en hábito de seglar y navegó a la India, y se fué a la ciudad donde el Príncipe vivía. [1]

»Después de haber estado allí algunos días, tuvo forma para hablar a Josafat, como mercader que le trahía muy ricas y preciosas joyas y piedras de inestimable valor. Tuvo con él pláticas, no uno sino muchos días, porque los guardas no se recataban de él por verle en aquel traje, y porque el Príncipe mostraba gusto de su comunicación. Descubrióle quien era, quien le enviaba, a lo que venía y las piedras preciosas que le traía, que eran el declararle quien era el verdadero Dios, cómo por amor del hombre se había hecho hombre, la necesidad que para salvarse había de creer en Él y recibir el bautismo: las leyes del Evangelio y los Sacramentos que nos ha dexado: el premio que se dará a los buenos, y el castigo y pena sin fin a los malos. Fueron tan eficaces las palabras de Barlaan, y dichas con tanto espíritu y luz del cielo, que Josafat las abrazó y se convirtió a la fe de Christo, y se bautizó no temiendo perder el Reyno de su padre, ni la vida si fuesse menester. Dióle asimismo noticia el santo viejo de los monges que moraban en los desiertos de Senaar, de sus exercicios y penitencias, y cuan dulces y sabrosas les eran, por tener por aquel camino más cierta su salvación: por lo qual el Príncipe se movió y encendió tanto en el amor de Dios y desseo de la perfección, que propuso y prometió de imitarlos, y seguir siempre que pudiesse aquella aspereza de vida. El ver las largas pláticas que Josafat y Barlaan tantas veces tenían entre sí, dió sospecha a uno de los ayos de Josafat de lo que podía ser, y temiendo que aquel viejo debía ser christiano, y por ventura monge, y que sabiendo el Rey que lo era, y que le habían dexado hablar con su hijo, sería gravemente castigado, se quiso enterar de la verdad del mismo Josafat, y él se la descubrió, teniéndole una vez escondido en su aposento, para que oyesse los santíssimos documentos de Barlaan. Cuando los oyó, quedó asombrado, y para prevenir su daño, antes que otro le ganasse por la mano, contó al Rey llanamente todo lo que passaba, y cómo el viejo Barlaan, monge, fingiéndose [p. 239] mercader, los había engañado, y pervertido al Príncipe, y héchole de su bando.

»No se puede fácilmente creer el sentimiento que tuvo el Rey, viendo que no había podido, con toda su diligencia e industria, evitar los daños que él temía, si su hijo tuviesse noticia de Christo, y comunicación con los christianos. Mandó llamar a un gran privado suyo llamado Araches, varón prudente, y dióle cuenta de lo que había sabido, y pidióle consejo de lo que había de hacer. El parecer de Araches fué que ante todas cosas se procurase haber a las manos a Barlaan, y assi el Rey dió orden que le buscassen: y (porque viendo descubierta la celada, y ya habiendo cumplido lo que Dios le había mandado, él se había adelantado y vuelto a su soledad) que le siguiessen; y el mismo Rey (tanta era su saña) le siguió seys dias, y no hallándole, mandó a Araches que con soldados fuesse tras él, y aunque estuviesse debaxo de tierra, le sacasse y se le traxesse, para hacerle morir con atroces tormentos. Hizo sus diligencias Araches, y anduvo por el desierto, sin poder descubrir al que buscaba: pero halló dezisiete monges y santos solitarios, a los quales, porque no le quisieron mostrar adonde estaba Barlaan, y no hacer caso de sus amenazas, los mandó atormentar crudamente, y despues los truxo delante del Rey, y él los mando matar, y con gran paz y alegría de sus almas, recibieron la corona del martirio.

»Visto que no se había podido descubrir Barlaan, y que el Príncipe Josafat estaba fuerte y constante en su opinión, Araches aconsejó al Rey que se hiziesse una disputa entre los Christianos y los sabios gentiles, para convencer a su hijo, y mostrarle cuan engañado estaba en querer dexar la adoración de sus verdaderos y antiguos dioses, por adorar por Dios a un hombre facineroso y crucificado, porque esperaba que siendo el Príncipe de tan buen entendimiento y tan obediente y deseoso de dar contento a su padre, fácilmente se reduziría a su voluntad, y más le dixo que él conocía a Barlaan por haberle visto tantas vezes entrar a hablar con el Príncipe, y que le hazía saber que había tenido un maestro que se llamaba Nacor, que se parecía a Barlaan como un huevo a otro y era gran mago y adivino, y que estaba bien [p. 240] instruído en las cosas de los Christianos, aunque por tenerlas por falsas seguía la secta y creencia del Rey y del Reyno: que él haría que Nacor viniesse a la disputa, y fingiesse que era Barlaan (pues tanto se le parecía) y que en la disputa se dexasse vencer, y confesasse que quedaba convencido, y que por este camino el Príncipe, viendo que su maestro Barlaan se rendía y no sabía responder a los argumentos de los contrarios, entendería que había sido engañado, y dexaría la religión de los Christianos que había abrazado. Como lo dixo Araches, así se hizo: y Josafat por dar gusto a su padre, vino bien en ello. Publicóse que el Rey daba libertad a todos los Christianos que quisiessen venir a disputar de la verdad de su Religion con los sabios y Caldeos que él señalaría. Vinieron muchos de su parte, y los más doctos e insignes varones de todo su Reyno, y de parte de los Christianos vino el verdadero Nacor y fingido Barlaan, que para mayor dissimulacion falsamente había divulgado que había sido hallado y presso: y estando desto afligido el Príncipe Josafat, y temiendo el grave daño que podría venir a su maestro, Dios nuestro Señor le reveló el embuste y maraña del falso Barlaan, y le aseguró que de aquella disputa resultaría mayor gloria suya. También vino por parte de los Christianos un hombre principal, sabio y virtuoso, llamado Barachías, para juntarse con el fingido Barlaan, y defender el partido de los Christianos.

»Venido, pues, el día señalado, el Rey en una sala grande, se sentó en su trono y silla real, y a sus pies el Príncipe Josafat, su hijo, y de una parte se pusieron los sabios Caldeos, e Indios Gentiles, y de la otra solo Barachías, y el verdadero Nacor, con máscara de Barlaan: al cual se volvió Josafat (conociéndole bien quien era, y su intento, por la revelación que había tenido de Dios) y díxole: ahora, Barlaan, es tiempo que la doctrina que en mi palacio me enseñaste y me persuadiste que recibiesse, la defiendas en público, porque si así no lo hazes lleuarás el pago y castigo que mereces como persona embustera, y que engañó al Príncipe, y hijo de su Rey y Señor, y yo te mandaré sacar la lengua y echarla con tu cuerpo a las bestias fieras, para que otros con tu ejemplo escarmienten y no pretendan engañar a los hijos de los Reyes. [p. 241] Quedó Nacor atónito con las palabras que le dixo el Príncipe, y vió su peligro de cualquier manera que aquel negocio le sucediesse, porque si hazía lo que el Príncipe le decía, temía la ira del Rey, y si hazía lo que el Rey quería, no sabía como escaparse de las manos del Príncipe que assi le amenazaba. Vacilando, pues, y siendo combatido de varias dudas su corazon, inspirándole Dios, se determino (como cosa más segura o menos peligrosa) defender a verdad que Josafat pretendía. Vinieron, pues, a su disputa los Caldeos y sabios Gentiles con Nacor, y él, favorecido del Señor los convenció de manera que no supieron qué responderle: porque les probó por razones naturales, y fundadas en buena filosofía, que no puede haber más de un solo Dios, que es artífice y Señor soberano del cielo y de la tierra, y que toda la otra chusma de dioses que adoran los gentiles son vanos y falsos y obras de nuestras manos; y que muchos dellos fueron hombres viciosos, torpes, crueles e indignos del nombre de hombres. Y que lo que los hombres ciegos y desatinados oponen a la Religion Christiana, va fuera de camino, y que todo lo que ella profesa y enseña es muy conforme a toda buena razon, y a la Magestad soberana e infinita de Dios, y a la virtud y dignidad de los que la profesan. Deshazíase el Rey oyendo las razones de Nacor, mas por no descubrir el artificio y maraña con que Nacor, por su orden, había vendido por Barlaan, callaba y disimulaba. Finalmente, acabada la conferencia y disputa, Nacor aquella noche (temiendo el enojo del Rey) se fué con el Príncipe (que se lo suplicó a su padre), y estando los dos solos, entendió dél que sabía quién era y a lo que había venido, y que a Dios ninguno le puede resistir, y oyó tales cosas de la excelencia, fuerza y magestad de la Religion Christiana, que Nacor se compungió y determinó de hazerse Christiano, y de retirarse a algun desierto, a hazer penitencia de sus grandes pecados. En cumplimiento dello se entró en una cueva apartada, en compañía de un santo monge, de quien fué instrydo, enseñado y bautizado, comenzando a hacer vida, no de encantador y mago, (como antes lo había sido) sino de persona alumbrada de la luz del cielo, y que aspiraba a la bienaventuranza. [p. 242] De suerte que assi como leemos que habiendo el Rey Balac llamado al profeta Balam para que maldixiesse al pueblo de Dios, cuando él vino le bendixo, y por la maldición le dió la bendición, assi Nacor, habiendo venido para opugnar la fe de Christo, la defendió y convirtió en medicina la ponzoña.

»Cuando el Rey supo lo que Nacor había hecho, crecióle más la saña y furor contra él, y no pudiendo haberle a las manos, se volvió contra sus mismos astrólogos y Caldeos, teniéndolos por hombres inorantes, y que siendo muchos y los más sabios de su Reyno no habían sabido responder a Nacor, y por vengarse dellos, a unos mandó azotar, a otros desterrar y a todos maltratar. Y no contento con esto, tambien comenzó a tener en poco a sus dioses, y a quitarles la reverencia y los sacrificios que antes les hazía, pues no sabían defender su partido, y dar muestras de su gran poder.

»Esta mudanza y demostración del Rey turbó en gran manera a los sacerdotes y ministros de los ydolos, y temiendo que si el Rey passaba adelante en lo que había comenzado, todo el pueblo seguiría su exemplo, y el culto y veneración de sus dioses caería, y juntamente ellos perderían sus honras, autoridad y aprovechamientos, procuraron que un grande hechicero y nigromántico, llamado Teudas (a quien el Rey tenía mucho respeto) viniesse de la soledad en que estaba a la ciudad para consolar al Rey, y animarle y reducirle a la devoción y culto de sus dioses. Vino el mago, y despues de otras razones que dixo al Rey para consolarle, le aconsejó que si quería que el Príncipe su hijo negasse la fe de Christo, procurase que se afficionasse a las mujeres y perdiesse la castidad, y que para esto le quitasse todos los criados que tenía en su servicio y solamente le diesse doncellas hermosas, galanas y desenvueltas, que estuviessen siempre con él, y con caricia y regalos le ablandassen: porque este era el único remedio que en  caso tan dificultoso e importante podía hallar. Añadió que él tenía un demonio, entre otros, muy poderoso, por medio del cual procuraría encender el ánimo del Príncipe, y echar aceite en el fuego que las donzellas hubiessen emprendido, y darle tanta batería [p. 243] y tan fuertes assaltos, que el mozo no pudiesse resistir, y para persuadir esto más fácilmente al Rey, le contó una historia o fábula desta manera: «Un Rey (dixo) poderoso estaba muy triste por no tener hijos; nacióle uno y recibió extremada alegría, pero los médicos le dixeron que a lo que entendían de la complexion y compostura de los ojos de su hijo, si hasta los doze años de su edad veía sol o fuego, sin duda por la flaqueza y ternura dellos perdería la vista, y totalmente quedaría ciego. Temiendo esto el Rey su padre, le mandó criar en un aposento escuro, donde estuvo hasta que tuvo doze años, y después le mandó sacar dél, y ver mundo. Como el muchacho hasta entonces no había visto cosa, y se hallaba tan nuevo en todas, íbanle mostrando muchas de las cosas que Dios ha criado, y declarándole lo que era cada una y sus nombres, como son oro, plata, joyas, piedras preciosas, aves, peces, flores, frutas, hombres y animales. Entre las otras cosas tambien le nombraron algunas mujeres, y preguntando él como se llamaban, un soldado de la guarda del Rey su padre, burlándose, le dixo que se llamaban demonios, y que eran los que enredaban a los hombres. Y que despues que hubo visto tanta muchedumbre de cosas, y holgádose, y aprendido los nombres dellas, le había preguntado su padre, quál de todas cosas que había visto le había dado mayor gusto y deleyte, y que el muchacho había respondido que lo que más le había agradado, eran aquellos demonios que engañan a los hom bres, y los enredan: porque sólo su vista le había encendido en su amor. Por donde se vee (dixo el mago) quán natural es al hombre el amor de las mujeres, y que no hay otra arma más fuerte para ablandarlos y rendirlos que sus dulzuras y deleytes.» Este fué el consejo de Teudas, inspirado de los demonios a quien el mago servía y semejante al que Balam también hechicero, dió al rey Balac para arruinar el pueblo de Israel. Mandó, pues, el Rey quitar todos los criados a su hijo, y darle doncellas muy hermosas, agraciadas y compuestas, dándoles la orden de lo que con él debían hazer... [1]

[p. 244] »Vióse el santo mozo cercado por todas partes de serpientes infernales, y de crueles, aunque blandos y suaves enemigos, que con sus gestos, meneos, palabras y obras, de noche y de día, en todo lugar y tiempo, no pretendían sino robarle la preciosa joya de la castidad: hallóse muy angustiado y afligido y como sumido en un abismo de peligros y dificultades... Volvióse a Dios Josafat, entendiendo que sin su gracia no podría resistir: ayunó, veló, oró, derramó lágrimas, pidió favor al que le había escogido para tanta gloria suya, y alentado con el viento favorable de su gracia, salió bien de todas aquellas batallas y peleas, y guardó su castidad.

»Pero no por eso desmayó el demonio, ni por ser en esta lucha vencido de Josafat, desconfió de poderle derribar y vencer; antes con mayor ímpetu y firmeza le acometió de nuevo, y levantó otra tormenta más brava que las passadas y tan horrible y espantosa que della ninguna persona sin especial y singular gracia de Dios pudiera escapar. Entre las otras doncellas que el Rey dió a su hijo para que le regalassen y entretuviessen, había una doncella de estremada belleza, muy discreta y graciosa, hija de un Rey, la qual habiendo sido cautivada en cierta guerra, había sido presentada al Rey Abenner: fuéle dicho de su parte que si ablandaba el pecho duro de su hijo, que la daría libertad, y aun que la casaría con él: y ella, assi por alcanzar libertad como por ser mujer del hijo del Rey y heredero del Reyno, desseava en gran manera tentar al mozo, y enredarle y traerle a su voluntad; y el demonio, que tambien la atizaba y con nuevas llamas la encendía, pretendió engañar a Josafat, con nombre y capa de piedad, para que lo que no había podido alcanzar dél la deshonestidad descubierta, lo alcanzase la cubierta y fingida con celo de caridad. Comenzóse a compadecer Josafat de aquella doncella tan hermosa, tan prudente y dotada de tantas gracias naturales, considerando que era hija de Rey y cautiva de su padre, que como cautiva le servía. Passó más adelante, y tuvo mayor lástima del alma della, por ver que era idólatra y cautiva de Satanás. Deste dolor y sentimiento nació en su pecho una ternura y amor y desseo de hablarla, para sacarla de las tinieblas en que estaba, y convertirla a la fe y amor [p. 245] de Jesu-Christo. Todos estos efetos eran lazos escondidos de Satanás. Hablóla, pues, Josafat con dulces y cuerdas palabras declarándole la lástima que la tenía por la ceguedad en que estaba, exhortándola a dexarla, y volverse a Dios vivo y verdadero, y a su benditíssimo hijo Jesu-Christo que para nuestra salud se había hecho hombre, y muerto por nuestros pecados en la Cruz. No perdió tan buena ocasión la serpiente infernal, antes habló a Josafat, por boca de aquella doncella (como había hablado a Adan en el parayso por boca de otra mujer), la qual le propuso que ella haría cuanto él la mandaba, si él quería hazer una cosa que ella le suplicaría, y era la de que la tomasse por mujer, y se cassasse con ella, pues aunque era cautiva, era hija de Rey, y en sangre no le devía nada, y que en amarle, ninguna otra mujer le haría ventaja: y que de su hermosura y otros dones naturales no quería hablar, por ser tan manifiestos. Turbóse el Príncipe con esta demanda, y manifestóle que él no pensaba casar, y ella incitada del que hablaba por ella, con meneos y gestos lascivos le quiso persuadir que a lo menos se gozassen aquella noche, y que ella le prometía luego a la mañana hacerse christiana, y bautizarse, y que él sería causa de su salvación: y otras cosas le dixo a este tono, que pudieran ablandar cualquier pecho de hierro, acero y diamante. Y aquel espíritu grande de fornicacion, a quien el mago Teudas había encargado más este negocio, acudió en esta coyuntura, y comenzó a abrasar el corazón de Josafat con unas llamas de amor torpe, tan encendidas que fué milagro del Señor no quedar consumido con ellas. Y para derribarle más fácilmente, y enredarle con máscara de piedad, le proponía que no sería pecado ni ofensa de Dios, consentir en lo que pedía aquella doncella, pues no lo hacía por deleyte sensual ni apetito libidinoso, sino por sacarla a ella de la ceguedad en que estaba y del culto de los vanos dioses, y hacerla particionera de la sangre de Jesu-Christo, y heredera del cielo. ¿Quién no cayera a tan duros golpes, si Dios no le tuviera?, especialmente siendo mozo, y no tan instruydo en nuestra santa ley. Ya Josafat vacilaba, y comenzaba con el pensamiento a ablandar; pero volviendo en sí, cerró los oídos a los silbidos de la serpiente infernal que hablaba por aquella doncella, [p. 246] y con entrañable afecto y copiosas lágrimas pidió socorro al Señor dando muchos suspiros y gemidos, y suplicándole que le librasse de tan manifiesto peligro. Y habiendo gastado algunas horas orando y llorando postrado en el suelo, se adormeció, y le pareció que le llevaban en espíritu por gente que no conocía, a un lugar ameníssimo y excellentíssimo, de singular recreación y deporte, y tal que más parecía un traslado y representación del cielo, que no cosa de la tierra. De aquel lugar fué llevado a otro que era figura y retrato del infierno, y cárcel de los condenados. Tornó luego en sí, y acordándose de lo que en aquel arrobamiento había visto, y de los grandes bienes del un lugar y de los males del otro, cobró tan extraño horror y aborrecimiento a aquella doncella, y a las demás que le servían, que por más ataviadas y compuestas que estuviessen, le parecían feas y abominables, y más monstruos infernales que mujeres. Y con esta pena que le causaba su vista, se echó en la cama enfermo.

»Muy confusos quedaron los demonios por haber sido vencidos de un mozo, a quien ellos tan terriblemente con todas sus maquinaciones y poder habían combatido, y vinieron al nigromántico Teudas como avergonzados y corridos, a decirle el peligro de aquella lucha y pelea, y que ellos no tenían poder contra los que se armaban con la passion y cruz de Christo, como lo había hecho Josafat, y que allí no podrían volver a él ni tentarle de nuevo, porque sabían que perderían tiempo, por estar el mozo muy fundado en Christo. Mas el Rey, cuando supo la enfermedad de su hijo, luego le vino a ver, para saber dél la causa de su dolencia. El Príncipe se la declaro, y le refirió los assaltos que los demonios le habían dado, por medio de aquellas doncellas que él había armado como lazos a sus pies, y cómo Dios le había librado dellos con la visión del Parayso y del Infierno, y que él estaba determinado a dexarlo todo y irse al desierto a vivir y morir en compañía de su santo maestro Barlaan: porque si el Rey quería perseverar en su ceguedad e irse al infierno, él quería mirar por su alma y agradar a Dios, y que si no se lo dexaba hazer, él de pesar se moriría, y el Rey perdería a su hijo y dexaría de ser su padre.

[p. 247] »No se puede fácilmente dezir el sentimiento que causaron las palabras del Príncipe en el pecho del Rey, y los varios y contrarios pensamientos que como olas embistieron y atormentaron su corazón: no sabiendo qué medio tomarse con su hijo para que le fuesse obediente: si usaría con él de rigor o de blandura; si le castigaría como a desobediente y pertinaz, o le regalaría como a hijo tan querido, y le dexaría hazer su voluntad. Mandó llamar a Teudas, de quien mucho se fiaba: descubrióle la angustia y quebranto de su corazón, y pidióle consejo de lo que había de hacer. El Mago, confiado en sus malas artes, sagacidad y experiencia, dixo al Rey que le dexasse hablar con Josafat, que él se le ablandaría. Gustó desto el Rey, y los dos vinieron a verse con el Príncipe. con el qual Teudas tuvo una larga plática para persuadirle que era loco en no obedecer al Rey su padre en una cosa tan justa y tan puesta en razon, como era conservar la Religion y culto de los dioses inmortales, que tantos varones sabios les habían enseñado, y los Príncipes sus antepassados, abrazado, y el Rey su padre y todo su Reyno con las armas, defendido: y esto por creer que era Dios verdadero un hombre que por sus delitos había sido crucificado, y había tenido por predicadores de su ley y doctrina a doze pescadores pobres y desventurados, que no se podían en ninguna cosa comparar con tantos y tan esclarecidos varones, que habían seguido la Religion de sus padres. El fin de la plática fué que Josafat, con el espíritu y favor del cielo, convenció a Teudas, probándole la vanidad y monstruosidad de sus dioses, y la excelencia y harmonía de nuestra sagrada Religion, y que una de las cosas en que más resplandecía su grandeza y virtud, era en haber aquellos doze viles y despreciados pescadores rendido y sujetado a tantos y tan sabios filósofos como él dezía, y a los Reyes poderosos que les hazían resistencia, sojuzgádolos y puesto debaxo del yugo de Jesu-Christo. Quedó el Mago tan trocado y tan convencido, que se resolvió de hazerse Christiano, y solo temió que por ser sus pecados tantos y tan graves, Dios no se los perdonaría ni le admitiría a penitencia. Mas entendiendo de Josafat las amorosas entrañas que el Señor tiene para con los que conociendo sus culpas, las lloran y se enmiendan dellas, y que todos los pecados [p. 248] del mundo son como viva paja comparados con el incendio de la infinita caridad de Dios, se animó, y despidiéndose del Rey y del Príncipe, se fué a su cueva, en la cual solía convocar los demonios: y tomando los libros de sus malas artes, los quemó, y de allí se fué a la otra cueva, donde estaba Nacor en compañía del santo Monge, del cual fué muy bien rescebido, y despues de haber muchos días ayunado y hecho penitencia de las culpas de la vida pasada, y siendo enseñado en los misterios de la Religion Christiana, fué bautizado e incorporado en el gremio de la Santa Iglesia Católica Romana, el que antes tanto con sus diabólicas artes la perseguía...

»Resta que se diga del Rey Abenner, como principal Capitán desta guerra, y más obstinado en su perfidia. El qual aviendo visto que ninguno de los medios que había tomado con su hijo habían aprovechado, ansioso, suspenso, congoxado y sobremanera afligido, mandó juntar su consejo de Estado para determinar lo que había de hazer. Varias fueron al principio las sentencias de los del Consejo del Rey; pero Araches (que era tenido por más sabio, y como cabeza de los demás, y muy privado del Rey) fué de parecer que se procediese con el Príncipe con blandura, y que el padre partiese con su hijo el reyno, y le dexasse gobernar su parte: porque desta manera conservaría al hijo y al reyno en toda paz y quietud. Este parecer siguieron los demás, y el Rey vino en ello, y habló con el Príncipe, y declaró el acuerdo que había tomado: y el Príncipe le respondió que aunque era su desseo dexarlo todo y retirarse para servir más perfectamente a Dios: pero que le obedecería y haría todo lo que le mandasse, como no fuesse contra Dios. El Rey nombró a su hijo por Rey, y como tal le mandó coronar: y habiendo dividido su Reyno en dos partes, le entregó la una, y le envió a ella, acompañado de guardas y soldados, y dió licencia a todos los señores, cavalleros y Capitanes de su Reyno que le fuessen a acompañar.

»Entró Josafat en una ciudad nobilíssima y populosa, para hazer su residencia: y la primera cosa que hizo fué mandar poner Cruzes en todas las torres della, y assolar todos los templos de los ydolos, y fabricar uno solemne y magnífico a Dios verdadero, [p. 249] exhortando a todo el pueblo con palabras cuerdas, graves y amorosas que hiziesse reverencia a la Cruz y reconociesse y adorasse al verdadero Dios, y para moverlos más, él era el que yva delante con su exemplo, y todo el pueblo le seguía, admirado de la virtud y modestia de su Príncipe, y deseosso (como suele) de imitarle y darle en todo gusto y contento. Con esto comenzó a respirar y alzar cabeza nuestra santa Religion, y todos los Christianos y Monges, que por temor de la persecución passada se habían desterrado de su patria y huido a los desiertos, y escondídose en las cuevas y entrañas más secretas de la tierra, oyendo estas nuevas volvieron a la ciudad, y vivían en paz y tranquilidad, convertíanse muchos, y de los más principales señores, a nuestra Santa Fe, y otra gente innumerable: y el Señor que es copioso en su misericordia, no solamente sanaba las almas de los que se bautizaban, y las limpiaba de las inmundicias de sus culpas, sino también a los que estaban agravados de enfermedades corporales, les daba entera salud. Hizo Josafat consagrar la iglesia que había edificado; y nombró por Obispo a un Santo varon que había padecido grandes trabajos por Christo, y de ninguna cosa tenía más cuidado que de amplificar la gloria del Rey de los Reyes, y traer a todos los súbditos a su conocimiento y servicio. Era muy justo, muy templado, muy modesto, prudente y benigno, y mas padre de todos sus vasallos que Rey: socorríalos en sus necesidades con tanta liberalidad, que pensaba recibir beneficio cuando le hacía. Con esta vida y exemplo comenzó toda aquella tierra a resplandecer con una nueva luz, como cuando después de una escura y tenebrosa noche amanece el día muy claro y sereno: y la gente de todas partes venía por ver al Rey Josafat, y tomar su religión y gozar de sus virtudes y grandezas: y hasta los criados del Rey Abenner su padre dexavan su servicio y se venían al de su hijo, admirados de la excelencia de su persona y gobierno. Este buen gobierno tomó Dios nuestro Señor por medio para reducir al camino de la verdad al descaminado padre, por que viendo que cada día florecía más la Religion Christiana, que él había pretendido extinguir con todas sus fuerzas, y que [p. 250] las de sus dioses iban menoscabando, alumbrado de un rayo divino, conoció que el hijo andaba por el camino derecho y llano, y él ciego y fuera de camino. Escribióle una carta, declarándole cuán arrepentido estaba de haber perseguido a los Christianos, y de no haberle antes creido, y lo que desseaba volver la hoja, y bautizarse y ser christiano, si Dios le quisiesse al final recibir en su gracia, y perdonarle tantos y tan atroces peccados que contra él y contra sus siervos con tanta impiedad y crueldad había cometido, y juntamente le encargaba que le escribiesse todo lo que le parecía que debía hacer para su salvación y bien del reyno. No se puede creer ni explicar con palabras el júbilo y regocijo que el alma de Josafat recebió con esta carta de su padre: entrósse luego en su aposento, y postrado en el suelo delante de una imagen de Christo, hechos sus ojos dos fuentes de lágrimas de consuelo, comenzó a hazer gracias a nuestro Señor porque le había oído, y concedídole la salvación de su padre, que con tantos y tan largos gemidos y ansias le había suplicado, y pidiéndole nuevo fervor y gracia, se partió luego, acompañado de sus gentes y soldados, para su padre, que cuando lo supo, le salió a recebir, y le abrazó y bessó, y mandó que se hiciesse fiesta pública y solene por su venida. Despues que Josafat hubo reposado, estando a solas con su padre, le dió noticia de todo lo que desseaba saber, y le declaró los misterios de nuestra sagrada religion de tal suerte que el Rey Abenner quedó admirado de la sabiduría de su hijo, y compungido de sus peccados, y trocado en otro varon: y delante de todos los que allí se hallaban, adoró la Cruz y confessó a Jesu-Christo por verdadero Dios y señor de todo lo criado. Con esta ocasión Josafat habló a los señores y caballeros y Capitanes de su padre, de la Fe Christiana, tan altamente que todos a una voz clamaron: Grande es el Dios de los Christianos, y no hay otro Dios si no N. S. Jesu-Christo, el qual con el Padre y con el Espíritu Santo, para siempre debe ser glorificado. Y el Rey Abenner encendido de zelo, y deseosso de satisfacer en algo la impiedad passada, deshizo con gran furor todos los ídolos de oro y plata que había en su palacio, y los repartió a los pobres, y acompañado de su hijo derribó los altares y templos de sus [p. 251] falsos dioses, sin dexar piedra sobre piedra, y en su lugar mandó edificar otros templos al verdadero Dios: y lo mismo mandó hacer en las otras partes de su Reyno. Era cosa mucho para alabar al Señor, el ver que los demonios, que antes habitaban en sus antiguos templos, salían dellos gimiendo y dando lastimosas voces y alaridos, confesando la omnipotencia del Crucificado. Despues saliendo el Rey Abenner bien instruido en las cosas de nuestra santa religión, fué bautizado por el obispo de quien hizimos mención arriba, y su mismo hijo Josafat fué su padrino, y padre espiritual del que le había engendrado segun la carne. Quedó Abenner tan otro de lo que solía, que renunció todo su Reyno a su hijo, y se vistió de cilicio y ceniza para hacer penitencia de sus pecados, temiendo que por ser tantos y tan graves, no había de alcanzar perdon dellos del Señor, mas el Santo Josafat le consoló y concertó, dándole a entender cuán grande injuria hace a Dios el que desconfía de su bondad y misericordia (que es la cosa de que más él se precia) y que todos los pecados del mundo contejados con ella, no son más que una gota de agua respecto del mar. En esta vida y penitencia vivió el Rey Abenner quatro años, y al cabo dellos le dió una mortal enfermedad; y estando cercano a la muerte, bendiciendo a su hijo, y besándole muchas veces, y haciéndole gracias por lo que había trabajado por él, y alabando al Señor por haberle mirado con tan piadosos ojos, y sacádole del profundo abismo de la muerte en que estaba, y traydole a su conocimiento, y encomendando su espíritu al que le había criado, acabó el curso de su peregrinación. El Rey Josafat mandó vestir el cuerpo de su padre, no con ropas reales y ricas, sino con hábito de penitencia: y desta manera le enterraron con gran solemnidad, derramando el hijo muchas lágrimas delante del sepulcro del padre: del qual sin comer ni beber ni dormir, no se apartó por espacio de siete días, suplicando constantemente al Señor que perdonasse a su padre, y le admitiesse en las moradas eternas. Y habiendo cumplido con este piadoso oficio, se volvió a su palacio y mandó tomar todos los tesoros suyos y de su padre, y repartirlos a los pobres; lo qual se hizo tan largamente que apenas quedó pobre en el Reyno.

[p. 252] »Passados cuarenta días de la muerte su padre, quiso Josafat cumplir su desseo, y lo que a Dios había prometido. Para esto mandó juntar a los grandes y señores y caballeros y muchos ciudadanos de su Reyno, y estando sentado en su trono real con aspecto suave y blando, les habló desta manera: «Ya veys como mi padre el Rey Abenner es muerto, como muere cualquier pobre hombre, sin haberle podido librar de la muerte las grandes riquezas que tenía, ni la gloria y nombre de Rey, ni la muchedumbre de vassallos y criados, ni los exércitos poderosos, ni yo que soy su hijo y tanto desseaba su vida. Ha ido a un tribunal, donde le pedirán cuenta de lo que ha hecho en esta vida, sin llevar consigo criado, deudo ni amigo que le pueda ayudar. Hágoos saber que yo siempre he desseado eximirme desta carga que tengo de Rey, y de echarla sobre otros hombros, y retirarme a alguna soledad, para cumplir lo que a Dios tengo ofrecido. He dexado hasta agora de hacerlo por obedecer al Rey mi señor, y por parezerme que Dios se quería servir de mí para mostraros el camino del cielo y sacaros de las horribles tinieblas de la ydolatría en que estábades. Ya que cumplí con la voluntad de mi padre, y vosotros, con la gracia del Rey soberano, habéis abierto los ojos y conocido por vuestro Dios y Redentor y Señor de todo lo criado, ved a quien quereys que dexe el cetro y la corona.»

»Oyendo estas palabras, alzaron a una, voz lastimera y alarido doloroso al cielo, con increybles gemidos y lágrimas, diziendo que en ninguna manera lo consentirían, y jurando que no le dexarían partir, porque él era su Rey, su Señor, su padre y su madre, y todo su bien: pues por él Dios los había librado de aquel profundo abismo y ceguedad en que estaban, y abiértoles las puertas del cielo, y alumbrádolos con el rayo de su verdad. Vió Josafat los ánimos de todos tan alterados, que tuvo por bien de mostrar que quería consentir con ellos: y con esto los sossegó, y los envió más consolados a sus casas. Despues retirado a su aposento, llamó a Barachías, hombre de grande estofa, y muy zeloso de nuestra santa religion, y el que juntamente con Nacor (que se fingía Barlaan) se puso a defenderla contra los Filósofos y Caldeos Gentiles (como [p. 253] diximos). Habló Josafat a Barachías y declaróle su intento, y rogóle que tomasse sobre sí el peso del Reyno, porque él le quería dexar. Barachías no vino en ello, antes le repugnó y contradixo, reprehendiéndole la poca caridad «porque si el ser Rey (dixo) es bueno, ¿por qué tú no lo quieres ser?, y si es malo, ¿por qué quieres que lo sea yo?». No quiso porfiar Josafat con Barachías, mas aquella noche escribió una carta llena de celestial sabiduría a los Magistrados y nobleza de su Reyno, en que los exhortaba a perseverar en la Religion Christiana y en el amor y temor santo del Señor, y hazerle continuamente gracias por las mercedes que dél habían recebido: y juntamente les dezía que no hiziessen Rey a otro ninguno sino a Barachías, porque él era el que les convenía. Y dexando esta carta en su aposento, se partió luego secretamente, y se puso en camino para el desierto. Pero luego que a la mañana se supo, le tomaron todos los passos y le buscaron, y le hallaron cabe un arroyo, haziendo oración a la hora del medio día. Volviéronle a la ciudad, y él se resolvió de no quedar en ella ni un solo día, y persuadió a la gente que tomassen por Rey a Barachías, y él le declaró y nombró por tal, y le dió los documentos que la parecieron necessarios para el buen gobierno del Reyno. Entre otros, le avisó que assi como en la navegacion cualquiera falta que haga el passagero es de poca importancia, y grave y peligrosa la que haze el que lleva el gobernalle, assi en el gobierno de la República, cuando peca un particular, solamente haze daño a su persona: mas quando el Rey y Gobernador peca, es perjudicial a toda la República. Despues puesto de rodillas, y levantadas las manos al cielo, oró y encomendó al Señor todo su Reyno, y abrazando a los señores y personas principales dél, y sobre todo a Barachías (a quien dexaba en su lugar), se despidió de todos, con tan extraño sentimiento, sollozos, gemidos y lágrimas, que no se puede encarezer. Sólo él estaba sereno y alegre, como hombre que de un largo y penosso destierro vuelve a su dulce y desseada patria. Salió vestido con un vestido ordinario, y debaxo dél un cilicio, que le había dado su buen maestro Barlaan, a quien él iba a buscar. La noche siguiente de aquel primer [p. 254] dia, entrando en casa de un pobre hombre, se desnudó de una ropa y se la dió, y quedó cubierto con sólo aquel cilicio, pareciéndole que estaba más rico y ataviado con él que con el cetro y púrpura de Rey. Comenzó a caminar por aquellos desiertos, y a comer de las yerbas que hallaba por los campos, que por ser estériles y sin agua, eran silvestres. Y como una vez hubiesse andado hasta el medio dia, abrasado del sol y fatigado de la sed, desseó un poco de agua para refrescarse, y no la halló. Con esta ocasión Satanás le tentó terriblemente, poniéndole delante la grandeza del estado que había dexado, y la multitud de criados que le servían, los regalos y deleytes que tenía, la aspereza de la vida que emprendía, y las pocas fuerzas de su cuerpo para llevarla: y finalmente, que las almas de todos los vassallos de su Reyno estaban colgadas dél, y por su culpa perecerían.

»Y como estos golpes no hiziessen mella en el pecho de Josafat, pretendió espantarle con varias tentaciones visibles. Porque ya se le ponía delante en figura de hombre con una espada desnuda, amenazándole que le mataría si no volvía atrás: ya en forma de bestias fieras, de leones, tigres, dragones y basiliscos que le querían tragar. Mas el Señor, que guiaba a Josafat, le esforzaba para que no hiziesse caso de aquellos terrores de Satanás, y para que con la señal de la Cruz ahuyentasse a todos aquellos monstruos infernales. Trabajó muchos días en esta desnudez y pobreza, hasta llegar al desierto de Senaar en busca de su querido maestro: dióle noticia del, otro solitario y guióle a la cueva donde estaba: a la qual llegó Josafat muy gozoso y llamó pidiéndole bendición. Salió Barlaan, y aunque Josafat venía muy trocado de lo que estaba antes, por inspiración de Dios le conoció, y los dos se abrazaron con amor terníssimo, y hizieron oración, y dieron gracias a Dios porque se veían juntos en aquel desierto. Dió cuenta el uno al otro de lo que por sí había passado despues que no se habían visto, y Barlaan entendiendo las grandes batallas y contrastes que Josafat había tenido, y las victorias que había alcanzado de su carne, mundo y demonio, y el dichoso estado en que dexaba las cosas de la Christiandad, alabó a Josafat por el trueco tan [p. 255] cuerdo y acertado que había hecho; y de haber comprado la preciosa margarita del Reyno eterno, con el menosprecio del temporal de la tierra, glorificando al Señor, que le hubiesse dado tan grande espíritu y tan próspero sucesso a negocio tan arduo y dificultoso. Despues para regalar a Josafat, que venía fatigado del camino, le aparejó un convite espléndido de unas yerbas crudas silvestres, y de algunos dátiles; y habiendo comido los dos bebieron un poco de agua de la fuente que estaba allí cerca.

«Estuvo Josafat con Barlaan algunos años viviendo más como ángel en la tierra que como hombre en cuerpo mortal. De suerte que el mismo Barlaan, que era viejo y soldado veterano, y desde mozo exercitado en aquella dura milicia, se maravillaba del fervor de Josafat. No comía más de lo que precisamente era menester para sustentar la vida: velaba tanto las noches como si no fuera de carne: su oración era perpetua, y no perdía un punto de tiempo, ni estaba ocioso, sino ocupado siempre, e intenso en la contemplación del sumo bien. Llegóse el tiempo en que el Señor quería llevar desta vida trabajosa a Barlaan: avisó dello a su querido hijo y discípulo Josafat, animándole a llevar adelante su gloriosa empresa y aconsejándole que cada día pensasse que aquel era el postrero de su vida, y principio y fin de la observancia religiosa: porque aguardando la muerte, no la temería, ni le parecería largo el tiempo, ni se cansaría con el trabajo de la aspereza y penitencia. Dióle más otros documentos y espirituales consejos, y habiendo dicho Missa, y comulgado a Josafat, y despidiéndosse dél amorosamente, y echándole su bendición (la qual él recibió derramando muchas lágrimas) hizo sobre si la señal de la cruz, y extendió los pies, y con increible paz y alegría de su alma, la dió a quien la había criado para gloria suya, siendo de casi cien años, y habiendo vivido los setenta y cinco en aquella soledad, y lleno no menos de merecimientos que de años. Tomó Josafat el cuerpo de su bienaventurado padre con suma reverencia, abrazóle, lavóle con lágrimas, y envuelto en aquel cilicio que dél había recibido en su palacio, le enterró cantando los psalmos acostumbrados de la Iglesia, todo aquel día y la noche siguiente. [p. 256] Después hizo oración a Nuestro Señor, suplicándole que no le desamparasse, por las oraciones de su siervo Barlaan, sino que le assistiesse, guiasse y encaminasse hasta llegar al puerto de salud y tranquilidad. Acabada su oración quedó dormido Josafat, y en sueños tuvo una revelación en que vió a Barlaan en el cielo, vestido de gloria y claridad admirable, y la corona que a él le estaba guardada, perseverando hasta el fin: y con esta vision quedó muy gozoso y confirmado en su santo propósito. Veynte y cinco años tenía Josafat cuando vino al desierto, y treynta y cinco años vivió en él con una vida del cielo, y tan perfeta como si no fuera de carne. A Christo tenía siempre presente, a Christo siempre buscaba y siempre parecía que le tenía delante de los ojos; y que teniéndole a Él tenía (como es verdad) todas las cosas. Y no se contentaba con servirle con tan grande fervor como se ha dicho, sino que cada día procuraba aventajarse más y crecer de virtud en virtud. Y habiendo perseverado todo este tiempo en esta manera de vida que aquí queda referida, crucificado el mundo a él, y él al mundo, dexando el cuerpo en el suelo, voló su espíritu al Señor. Y aquel monge que le había guiado a la cueva de Barlaan, avisado del cielo, se halló a su muerte y tomó su cuerpo, y con himnos y cánticos eclesiásticos, y gran devoción y ternura le enterró en el sepulcro de su padre Barlaan, y se partió luego para la India, por otra revelación que tuvo, y dió cuenta al rey Barachías de todo lo que había sucedido a Josafat, y de su vida y muerte en el desierto. El rey Barachías, en sabiéndolo, se puso en camino, acompañado de innumerable multitud de gente de su reyno y llegó hasta la espelunca donde los dos santos, Barlaan y Josafat, estaban sepultados, y vió que los cuerpos de los dos estaban enteros, y los vestidos con que estaban cubiertos, como si los acabaran de enterrar, y que despedían un olor suavíssimo, y una fragancia más del cielo que de la tierra. Mandó poner los sagrados cuerpos en caxas ricas y adornadas, y llevólos a la India, y colocólos magnífica y regiamente en aquella iglesia que había edificado Josafat, obrando Nuestro Señor muchos y grandes milagros por ellos, y dando salud por su intercesión a los enfermos, y haziendo otras maravillas y [p. 257] grandes mercedes a los que venían a su sepulcro o se encomendaban a ellos.

»Esta es la suma de la vida destos dos santos confessores Barlaan y Josafat, sacada de la que escribió en un libro grande San Juan Damasceno, autor santíssimo y doctíssimo, y que ha más de ochocientos y cincuenta años que floreció. Y dize al fin de la vida que la escribe como la había sabido de varones insignes y dignos de toda fe. Por donde se vee que esta no es fábula ni invención artificiosa, sino verdadera historia, confirmada con la autoridad de tan señalado varón, como lo notó muy bien Jacobo Vilio, en la prefación que hace a esta vida, y se halla en las obras de San Juan Damasceno, que el mismo Vilio elegantemente traduxo de Griego en Latín; y el Cardenal Baronio siente lo mismo en las anotaciones del Martyrologio Romano que haze mención de los santos Barlaan y Josafat, a los veintisiete de Noviembre.»

Hasta aquí el P. Rivadeneira. Para dramatizar tal asunto, tuvo Lope que prescindir de muchas circunstancias útiles sólo para la edificación piadosa, principal fin del libro de Barlaam. Cercenó, además, todos los apólogos, incluso el que había conservado el P. Rivadeneira, y que sirvió luego a Calderón para una escena de su comedia En esta vida todo es verdad y todo es mentira.

Aprovechó hábilmente uno de los medios que emplea el rey Abenner para vencer la resistencia de su hijo, sacando de él no sólo una de las mejores escenas, sino el principal resorte de su obra, el germen del conflicto de pasión humana, con que tenía que dar movimiento en las tablas a un poema que sin él hubiera sido puramente teológico.

Como la obra parece ser de su segunda época, procedió en ella no por el método novelesco, que siguió en sus primeras comedias de santos, donde no suele haber más centro de unidad que la persona del protagonista; sino con mayor artificio dramático, no presentando en acción toda la historia del Príncipe, sino compendiando sus antecedentes en la bella relación


       Gran príncipe Josafá...,

dirigida al mismo Príncipe en el encierro por su guardador Cardán [p. 258] (el Zardán del libro griego). Las causas de esta retraída educación son dos, como en San Juan Damasceno:

           Que unos ciertos hombres hay
       Que a un cierto Dios extranjero
       Adoran, y por serville
       Viven en montes y en yermos.
       ......................................................
           Mas quiso el piadoso cielo
       Que nacieses, alegrando
       Tu dichoso nacimiento
       Con sacrificios los dioses,
       Que de más de mil becerros
       Calentó las blancas aras,
       Corriendo el humor sangriento
       La India del Ganges toda.
       .....................................................
           Los vasallos más leales
       Y los más sabios maestros
       No quieren que te digamos
       Cosa triste, previniendo
       Que aun no sepas que hay morir,
       Ni tengas conocimiento
       De cosa que te de pena...

Son enteramente originales de Lope, y muy bellas, las quejas del Príncipe encarcelado: luego insistiremos en ellas. Condesciende al fin el Rey con sus ruegos, le deja salir a mirar y a ser mirado, pero encarga con mucho ahinco que

           No vea el príncipe cosa
       Que pueda darle tristeza,
       Defecto en naturaleza,
       Ni otra pasión enojosa.
       Vaya música delante,
       Danzas, fiestas, regocijos...
       ......................................................
       Cuelguen las calles de seda,
       Sus riquezas saquen todos...

La alegre y gentil poesía de Lope ameniza con muchos rasgos felices, entre otros incongruentes y anacrónicos, la escena de la [p. 259] salida del Príncipe, a la cual da notable desarrollo. Y aquí, sugerido en parte por el cuento de los hermosos demonios llamados mujeres, que es mera parábola en el Barlaam, [1] y en parte por uno de los episodios integrantes de aquella novela, aparece en escena la cautiva princesa Leucipe, que no sólo en cuanto a su nombre, sino en cuanto a su amor ardiente y desdeñado, bien diverso de la grosera facilidad con que en el Barlaam se presta a ser instrumento de los designios del Rey seduciendo al Príncipe, es verdadera creación dramática de Lope, y muy digna de su talento como artífice de caracteres femeninos. De este primer acto de la comedia ha dicho Schaeffer, novísimo historiador alemán de nuestro teatro, que es maravillosamente bello, y que el desarrollo del carácter de Josafat, y de sus ideas en presencia del mundo que por primera vez contempla, no sólo tiene interés psicológico, sino que está escrito en el más alto estilo poético posible. En los tres encuentros con el cojo, el pobre y el viejo, el diálogo es débil y aun ridículo, pero Lope se levanta con inspiración verdadera en el monólogo del Príncipe

           ¡Vida corta de ochenta años,
       Caduca sin tener ser...

[p. 260] y todavía mas en la silva que recita el ermitaño Barlán con suavidad de idilio místico. En el acto segundo, Barlán se disfraza de mercader de joyas, como en la novela; pero Lope abrevia todo lo que puede sus instrucciones catequísticas, dando, por el contrario, largo desarrollo a la pasión de Leucipe. El nudo de la obra es, naturalmente, el consejo que da Cardán al Rey:

           Haz que despidan todos sus criados,
       Y sírvanle mujeres solamente,
       Las más bellas que tengan tus estados...

La tentación de Leucipe, la promesa de hacerse cristiana, la vacilación de Josafat, la visión que en sueños tiene del cielo y del infierno; la partición del reino que con él hace su padre, la conversión y muerte de éste, la renuncia de Josafat en favor de Baraquías y su fuga al desierto, son todos incidentes de la novela que Lope pone en acción, aunque con demasiada rapidez, llenando con ellos el acto segundo.

El tercero es casi enteramente de su invención, salvo en lo que se refiere a la pintura de la vida contemplativa de los dos ermitaños en sus chozas de palmas. Para dar algún color dramático a esta especie de égloga del yermo, recurre Lope, aunque con relativa sobriedad, a la intercalación de personajes y escenas cómicas; y con mejor acuerdo inventa una nueva persecución de Leucipe, que termina con su conversión y con el triunfo de Josafat sobre todas las artes del demonio. Nada de esto hay en el Barlaam; pero todos los elementos de esta leyenda, incluso la asperísima penitencia que hace Leucipe en traje de ermitaño, y el tañerse por sí misma las campanas al partirse su alma del cuerpo, y el contemplarla por última vez Josafat muerta y abrazada a la cruz, en el fondo de su gruta, son lugares comunes (aunque siempre poéticos) en otras historias análogas.

En los últimos versos de esta comedia se anuncia una segunda parte, de la cual no queda otra noticia. ¿Cuál pudo ser el contenido de esta segunda parte? La muerte de los dos ermitaños, tal como en los dos últimos capítulos del libro sencillamente se refiere, no es materia dramática, y si Lope llegó a escribir, o a proyectar [p. 261] siquiera tal continuación, tendría que inventarla totalmente, o adaptar cualquier otra leyenda piadosa.

El Barlán y Josafá, sin ser de primer orden en el inmenso repertorio de su autor, es obra muy agradablemente escrita y versificada, y no carece de bellos trozos líricos, aun en los dos últimos actos, que decaen mucho de la elevación filosófica del primero, y entran más en los tópicos vulgares del drama religioso. Señalaremos, por ejemplo, las bellas estancias del acto tercero:

           Calladas soledades,
       Apacible silencio,
       Que el alma levantáis a bien más alto...

El plan, además, sencillo y bien concertado, contrasta con las monstruosidades habituales en las comedias de santos. Como casi todas las de Lope, ésta ha tenido numerosa descendencia. No recuerdo imitaciones extranjeras; [1] pero en el Catálogo de Teatro español de nuestro La Barrera constan nada menos que cinco comedias de este argumento. Sus títulos son:

       El Benjamín de la Iglesia y mártir San Josafat. De autor anónimo.
        Los Defensores de Cristo, Barlaan y Josafá. De tres ingenios.
        Dos Luceros de Oriente: Barlaan y Josafá. De autor anónimo.
        El Prodigio de la India San Josafat. Anónima.

El Príncipe del desierto y ermitaño de Palacio. De dos ingenios oscurísimos, D. Diego de Villanueva Núñez y D. José de Luna y Morentín. Manuscrito de la Biblioteca Nacional, procedente de la [p. 262] de Osuna. Esta es la única que hemos llegado a ver; pero realmente es tan mala, que quita el deseo de buscar las demás.

Pero el Barlán y Josafat de Lope produjo alguna cosa mejor que estas insípidas repeticiones y rapsodias. Entró por mucho en la concepción de La Vida es sueño, y aun dejó su reflejo en algunos versos de Calderón. Larga e impropia de este lugar sería la discusión de los varios y complicados orígenes de aquel famoso drama simbólico, sin que, por otra parte, el hallazgo de ninguna de estas fuentes invalide la certeza de esta proposición de Krenkel: La Vida es sueño es creación libre de la fantasía poética de Calderón.» («Ein freie schöpfung der dichterischen Phastasie Calderon's.») La conseja oriental del durmiente despierto, que tiene tan cómicas derivaciones en Boccaccio y en Lasca, y que ya en la Edad Media fué escrita entre nosotros (como lo prueba un cuento de los añadidos en una de las copias de El Conde Lucanor) pudo llegar a Calderón por medio de El Viaje entretenido, de Agustín de Rojas, y es verosímil que allí la leyese. Pero el dato muy importante de la reclusión del Príncipe a consecuencia de un horóscopo no procede de este libro, sino del Barlaan y Josafat, a través de la comedia de Lope de Vega, como lo prueba la identidad de algunos versos y situaciones. Compárense las bien sabidas quejas de Segismundo con las de Josafat:

           ¿En qué, Señor, te ofendí?
       ¿Qué es lo que temes de mí,
       Que tanto rigor te causa?
           Nace el corderillo tierno,
       Y salta luego en el prado,
       Porque apenas destetado
       Sufre el natural gobierno.
           Un ave arroja del nido,
       Aun antes de tener alas,
       El pollo a las claras salas
       Del aire, y vuela aterido,
           ¿A quién después que nació
       Se negó la luz del cielo,
       Pues el que nace en el suelo
       Se dice que a luz salió?
            [p. 263] Mas no se dirá por mí,
       Que ha tanto que soy nacido,
       Y nunca a luz he salido;
       Que a las tinieblas salí...

No menos parentesco se observa entre el famoso despertar de Segismundo:

           ¡Válgame el cielo! ¡qué veo!
       ¡Válgame el cielo! ¡qué miro...!,

y estas exclamaciones del Josafat de Lope cuando contempla por primera vez el espectáculo del mundo.

           ¡Válgame Dios! ¿Esto es cielo?
       ¡Qué hermosa luz y qué clara!
       ¡Qué color azul tan bello!
       ¡Qué nubes de oro bordadas!
       ¡Qué bella criatura el sol!
       ¡Qué corona de oro baña
       Toda su rubia cabeza!
       Es imposible mirarla
       ¿Esto es tierra? ¿Esto es ciudad?
       ¿Esto son calles y plazas?...

Finalmente, hasta el título de la obra calderoniana va implícito en estos versos del protagonista de la comedia de Lope:

           Dejé un perpetuo desvelo,
       Dejé un sueño de la vida,
       
Dejé una imagen fingida,
       Idolatrada del suelo... [1]

[p. 264] El pensamiento filosófico de los monólogos de La vida es sueño parece tomado de uno de los tratados de Philon, Β&ΧιρΧ;ος πολιτικοῦ que Calderón leería en la versión latina de Segismundo Galenio; [1] pero las ráfagas pesimistas que de vez en cuando asoman en la obra y parecen contradecir su general sentido, tienen ahora fácil explicación, conocidos los orígenes budistas de la leyenda.

Notas

[p. 221]. [1] . El texto griego fué publicado por primera vez en 1832, en la colección de Boissonnade, Anecdota Graeca, t. IV, con presencia de 17 manuscritos de la Biblioteca Imperial. Sobre él hizo Liebrecht su versión alemana.

Meyer, en la Bibliothèque de l'Ecole des Charles (XXVII année, t. II, VIe  serie), págs. 313 y siguientes, dió a conocer un curioso fragmento del Barlaam en antiguo francés, derivado, no del texto latino, sino del griego, y escrito en las márgenes de un manuscrito del monte Athos a principios del siglo XIII.

[p. 223]. [1] . La que tengo a la vista, sin año ni lugar de impresión, pero evidentemente de la segunda mitad del siglo XVI, lleva por título:

Sti. Joannis Damasceni Historia de vitis et rebus gestis Sanctorum Barlaam Eremitæ et Josaphat regis Indiorum, Georgio Trapezuncio interprete. In eandem Scholia Aloisii Lippomani Veronensis Episcopi... Antuerpiæ, apud Joannem Bellerum sub Aquila Aurea. 8º pequeño. Las dos primeras ediciones, de fines del siglo XV, sin año ni lugar (de Strasburgo, según parece, la una, y la otra de Spira), están descritas en el Lexicon Bibliographicum de Hoffmann.

[p. 223]. [2] . Historia de los soldados de Christo Barlaam y Josaphat. Escrita por San Juan Damasceno, Doctor de la Iglesia griega. Dirigida al Illustrissimo y Reverendissimo don Fr. Diego de Mardones, Obispo de Córdoba, Confesor de Su Majestad y de su Consejo & mi Señor. En Madrid, en la Imprenta Real, 1608. 8º El licenciado Arce Solórzano es autor también de las Tragedias de amor, de gustoso y apacible entretenimiento, de historias, fábalas, enredadas marañas, cantares, bayles, ingeniosas moralidades del enamorado Acrisio y su zagala Lucidora. Zaragoza, 1637.

[p. 223]. [3] . Verdad nada amarga: hermosa bondad, honesta, útil y deleitable grata y moral Historia. De la rara vida de los famosos y singulares Sanctos Barlaam y Josaphat. Según la escribió en su idioma griego el glorioso Doctor y Padre de la Iglesia S. Juan Damasceno, y la passó al latin el doctissimo Jacobo Billio: de donde la expone en lengua castellana, a sus Regnícolas, el mínimo de los Predicadores de la provincia del Sancto Rosario de las islas Filipinas, Fr. Baltasar de Santa Cruz, Comissario del Sancto Officio de Manila... Impresso en Manila en el Collegio de Sancto Thomas de Aquino. Por el Capitan D. Gaspar de los Reyes, impresor de la Universidad. Año de 1692 . 4º Libro muy raro, como todos los estampados en Filipinas antes del siglo pasado, y probablemente la más antigua novela que se imprimió en aquellas islas. La traducción latina, seguida por el intérprete, no fué la que corre con nombre de Trapezuncio, sino la más correcta de Jacobo Billio.

[p. 224]. [1] . Me valgo de la traducción latina que lleva por título Petri Danielis Huetii Episcopi Abrincensis Opuscula duo, quorum unum est «De optimo genere interpretandi et de claris interpretibus»; alterum de origine fabularum romanensium. Editio prima Veneta... 1757 , pág. 53.

«Ea fabula Romanensis quidem est, sed pia: de amore agit, sed Divino: plurimum hic sanguinis effusum est, sed Martyrum; ad historiæ normam, et ex Fabulæ Romanesis Iegibus opus illud elucubratum est. Nihilominus tamen etsi veri similitudo ibi satis accurate observata est, tot tamen figmentorum profert indicia, ut qui seria animi cogitatione opus Iegerit, is confictum esse nunquam sit iturus inficias... Non quod ego omnia hic supposita esse contendam: Barlaamum aut Josaphatum qui diffiteretur unquam fuisse, is temeritatis arguendus esset. Martyrologii eos in Sanctorum numero adscribentis testimonium, et pia eorum suffragia, quæ ad operis sui calecm S. Joannes Damascenus implorat hac de re sinunt dubitare prorsus neminem. Nec forsam hujus historiæ primus inventor extitit. Ejus credulitas satis ostendit quæ credenda proponebat, ea ipsum credidisse et eorum quæ scripserat, partim revera a quibusdam accepisse. Et hoc opus sive ob styli elegantiam, sive ob inventionis gratiam, sive ob pietatem, à Christianis Ægyptii ita probatum ut lingua Coftica verterint, et in ipsorum Bibliothecis satis frequenter reperiatur. Si modo ista interpretatio dicenda est. Quippe forsan alia quædam est archetypa historia de duorum horumce sanctorum vita conscripta.»

 

[p. 226]. [1] . F. Liebrecht: Die Quellen des Barlaam und Josaphat, en el Jahrbuch für romanische und englische Literatur, t. II, 1860, pág. 314. El mismo Liebrecht había publicado antes una traducción alemana del Barlaam y Josaphat (texto griego de Boissonnade), con importantes observaciones críticas: «Das heiligen Johannes Damascenus Barlaam und Josaphat. Aus dem Griech...» (Münster, 1847.) La Memoria del Jahrbuch, que es capitalísima y en algunos puntos definitiva, está reimpresa en el volumen Zur Volkskunde (Heilbronn, 1879), y traducida al italiano por E. Teza, se lee también en el tomo II de las Sacre Rappresentazioni de Ancona (capítulos 146-162).

Travels of Fah-hian and Sund-Yu, Budhist pilgrims, from China to India (400 A. D., and 518 A. D.). Translated from the chinese by Samuel Beal (Londres, Trübner, 1869).

Sobre la emigración de las fábulas, artículo de Max Müller, publicado en la Contemporary Review. (Julio de 1870.) Traducido al francés en sus Essais de Mythologie Comparée. (París, Didier, 1875.)

La Légende des saints Barlaam et Josaphat; son origine. Artículo de Cosquin (autor católico) en la Revue des questions historiques, 1880.

Braunholz: Die erste nichtchristliche Parabel des Barlaam und Josaphat. .. (Halle, 1884.)

Zotenberg: Notice sur le livre de Barlaam et Josaphat... en las Notices et extraits des manuscrits de la Bibliothèque Nationale (t. XXVIII, parte primera, 1886).

Barlaam und Joasaph. Eine bibliographisch-literaturgeschichtliche Studie (Munich, 1893, extracto de los Abhandlungen der K. Bayer. Akademie der Wiss.)

Podría ampliarse a poca costa esta indicación bibliográfica, pero sin utilidad notable para nuestro intento.

[p. 227]. [1] . Esta somera exposición de Max Müller basta para nuestro fin. El que quiera estudiar a fondo la leyenda de Buda, tiene a su disposición, en lenguas vulgares, gran número de libros, entre los cuales basta mencionar, además del conocidísimo resumen de Barthélemy Saint Hilaire Le Boudha et sa religion (París, 1860), los muy recientes de E. Sénart, Essai sur la légende de Boudha, son caractère et ses origines (segunda edición, París, Léroux, 1882), y el de H. Oldenberg, profesor de Kiel, traducido al francés por Foucher, Le Boudha; sa vie, sa doctrine, sa communauté. París, 1894.

El Lalita-Vistara (conforme al texto tibetano) ha sido traducido al francés por Foucaux (París, 1848). Del original sánscrito hay una edición de Calcutta, que no sé si llegó a terminarse, The Lalita-Vistara or memoirs of the life and doctrines of Sakya sin-ha (1852-58).

[p. 228]. [1] . El portugués Diego de Couto, que ya en el siglo XVI notó (en su sexta Década) las relaciones entre ambas leyendas, las explicaba por la difusión en la India del culto de San Josafat.

[p. 229]. [1] . Véase, como exposición agradable y popular, a la vez que exacta y verídica, la de Mary Sumer, Histoire du Boudha Sakya Mouni depuis sa naissance jusqu'à sa mort (París, Léroux, 1874), autorizada con un prólogo de E. Foucaux.

[p. 230]. [1] . Esta porción de la literatura sagrada de los budistas se conoce con el nombre de jatakas y sobre ella discurre largamente Joseph Jacobs en su admirable History of the Æsopic Fable (Londres, 1889, págs. 53 y siguientes), acabando por afirmar que muchos de estos apólogos existían en la India con carácter tradicional antes que la predicación budista los utilizase: « Were evidently folk-tales current in India long before they were adapted by the Buddists to point a moral; and some of them were probably used by Buddha himself for that purpose...»

 

[p. 231]. [1] . Página 75 de la edición Comparetti.

[p. 231]. [2] . Sobre las redacciones francesas, que son en bastante número, consúltese principalmente el trabajo de Meyer y Zotenberg, publicado en 1864 en la Bibliothek des litterarischen Vereins in Stuttgart (vol. 75, Barlaam und Josaphat, franzõsisches Gedicht des dreizehnten Jahrhunderts von Gui de Cambray).

 

[p. 232]. [1] . Steinschneider fué el primero que llamó la atención en 1851 sobre este texto hebreo, que luego ha sido traducido al alemán por Meisel. No he llegado a verle, pero de la comparación hecha por el docto hebraizante italiano Salomone de Benedetti, entre El Hijo del Rey y el Barlaam, resulta que el primero sigue paso a paso al segundo en los 21 primeros capítulos de los 35 que contiene, separándose luego de él para sustituir la conversión del padre de Josafat y de sus vasallos con una serie de instrucciones religiosas y políticas dadas por el Dervís. Es decir, que omite toda la parte cristiana; pero como la parte budista está conforme al texto griego, y no conforme al Lalita-Vistara, resulta que no pudo ser esta traducción hebrea, ni la árabe que la sirvió de prototipo, la que tuvo a la vista D. Juan Manuel, sino otra mucho más próxima a la fuente india y que tiene que haber existido forzosamente. Adviértase, sin embargo, que el carácter de las instrucciones morales y políticas del Dervís tiene mucha más analogía con los preceptos del ayo Julio en el Libro de los Estados, que con las puramente dogmáticas de Barlaan a Josafat.

[p. 232]. [2] . Publicado por Gayangos en los Escritores en prosa anteriores al siglo XV (págs. 282 a 367).

[p. 235]. [1] . P. Pedro de Rivadeneira: Flos Sanctorum o libro de las vidas de los Santos... Segunda parte. Año 1623. En Barcelona, por Sebastián de Cormellas. Pág. 481, 27 de noviembre.

[p. 238]. [1] . Hasta aquí el primer acto de la comedia de Lope.

[p. 243]. [1] . Suprimo algunas reflexiones morales que interrumpen el hilo del relato.

[p. 259]. [1] . Este cuento es muy conocido por hallarse en la introducción de la jornada cuarta del Decamerone, y antes en el Novellino antico (novela 14), con el título de Come un re fece uno suo figliuolo dieci anni in luogo tenebroso, e poi li mostrò tutte le cose, e più li piacque Ie femmine. Du Méril, en su estudio Des sources du Decamerone et de ses imitations, inserto donde menos pudiera esperarse, esto es, en sus Prolegómenos a la Historia de la poesía escandinava (París, 1839, págs. 344 a 360) encuentra grandes relaciones entre este apólogo y un episodio del Ramayana, conocido con el nombre de La seducción de Richyasringa. Liebrecht se inclina a la misma opinión; pero Ancona advierte con razón (en su estudio sobre Le Fonti del Novellino) que Richyasringa, cuando ve mujeres por primera vez, no las toma por demonios, sino por «anacoretas con ojos centelleantes... parecidos a cosa sobrehumana». (A. d'Ancona: Studi di critica e storia letteraria, Bologna, 1880.) En este precioso trabajo de Ancona, así como en el de Landau, Die Quellen des Decamerone (Viena, 1889), pueden verse indicadas muchas versiones de este cuento, entre ellas la española de Clentente Sánchez de Vercial en la Suma de Enxemplos (comúnmente llamada hasta ahora Libro de Enxemplos), ej. 231.

[p. 261]. [1] . El asunto de Barlaan y Josafat había sido dramatizado en Italia antes de Lope. Al siglo XV pertenece la Rappresentazione di Barlaam e Josafat, de Bernardo Pulci, reimpresa por Ancona en el tomo II de sus Sacre Rappresentazioni (Florencia, 1872, págs. 163-186). Cita además otra de mérito inferior, compuesta por Solci Perretano o Paretano, y añade que bajo la forma rústica de un Mayo, la leyenda continúa representándose en el país toscano, y especialmente en Pisa, y se reimprime para uso del pueblo. Son numerosas, e igualmente populares, las narraciones en prosa, y hay también una en octava rima.

[p. 263]. [1] . Estas coincidencias han sido notadas ya por Max Krenhel (Klassische Bühnnendichtungen der Spanier... I. Calderon, Das Lebenist Traum... Leipzig, 1881..., págs. 18-19 ) y por Adolfo Schaeffer, que en el tomo I de su Geschichte des Spanischen Nationaldramas, pág. 201, presenta una breve exposición de la comedia de Lope, y hace sobre ella este discreto juicio, con el cual, sustancialmente, estoy conforme: «Der erste Act ist wunderbar schön. Die Entwickelung des Charakters und der Ansichten Josafa's als er aus dem Thurme kommt und durch das, was er sieht und hört, zur Weltentsagung gefürhrt wird, is nicht allein psychologisch interessant, sondern auch in hochpoetischer Weise beschrieben. Vielleicht hat Calderon diesen Act vor Augen gehabt, als er in «La Vida es sueño» den Princen Segismundo die ihm bisher unbekante Welt anstaunen lässt. Die beiden letzten Acte fallen leider aus der philosophischen Haltung des ersten in die gewöhnliche Werkheiligkeit und das Heiligigenwesen im allgemeinen.»

 

[p. 264]. [1] . El único que ha notado esta imitación (a lo menos que yo recuerde) es el traductor castellano de Filón, D. Manuel Joseph Fernández Vinjoy, que en 1788 publicó este tratado con el título de El Repúblico más sabio. (Madrid, imprenta de Joseph Doblado.) Vid. pág. V del prólogo y 92 y 112 del texto.