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Obras completas de Menéndez... > ANTOLOGÍA DE LOS POETAS... > III : PARTE PRIMERA : LA... > CAPÍTULO XXII.—LA POESÍA RELIGIOSA EN TIEMPO DE LOS REYES CATÓLICOS.—FRAY ÍÑIGO DE MENDOZA: SU VIDA Y SUS OBRAS; LA VITA CHRISTI; ROMANCES Y VILLANCICOS; ESCENAS DRAMÁTICAS DEL POEMA; COMPOSICIONES POLÍTICAS DE FRAY ÍÑIGO.—FRAY AMBROSIO MONTESINO; SUS OBR

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Texto

La poesía religiosa, en tiempo de los Reyes Católicos, está representada especialmente por dos franciscanos, Fr. Íñigo de Mendoza y Fr. Ambrosio Montesino, y por un monje cartujo, Juan de Padilla. Los dos primeros conservan muchos rasgos de la poesía tradicional de su orden, y en el segundo, sobre todo, es visible la influencia de los Cánticos Espirituales del Beato Jacopone da Todi, así en la expresión popular de los afectos místicos, como en lo candoroso y enérgico de la sátira moral.

Poco sabemos de la vida de Fr. Íñigo de Mendoza, [1] homónimo del Marqués de Santillana. Su apellido induce a creer que estaba unido con la casa del Infantado por algún género de parentesco [p. 42] legítimo o ilegítimo, o meramente por adopción en el bautismo, y deudo espiritual. Quizá fuera judío converso y habría tomado al bautizarse el nombre de su padrino, como era costumbre en aquellos tiempos. Las noticias que tenemos de este fraile menor no le presentan como muy rígido observante, sino más bien como uno de aquellos conventuales aseglarados a quienes tuvo que reformar, con tanta contradicción y lucha, el gran Cisneros. Vemos al Fray Íñigo muy introducido en palacio, festejado de los cortesanos por su talento poético, y envuelto al parecer en galanteos, muy ocasionados y pecaminosos. Dos largas composiciones hay en el Cancionero General (núms. 814 y 815), destinadas únicamente a zaherirle por su gala y atildamiento, impropios de un religioso, y por su afición a los placeres mundanos. Un oscuro trovador, llamado Vázquez de Palencia, endereza ciertas coplas a su amiga porque le envió a pedir la obra de «Vita Christi», que era, como adelante veremos, el más sólido fundamento de la reputación poética de Fr. Íñigo; y aprovecha la ocasión para decir del frayle revolvedor y afortunado en amores, las siguientes lindezas, y otras que por brevedad omito:

           Este religioso santo,
       Metido en vanos plazeres,
       Es un lobo en pardo manto:
       ¿Cómo entiende y sabe tanto
       Del tracto de las mujeres?
           Tiene los ojos por suelo
       Con muy falsa ypocresía,
       Y con esto haze vuelo:
       Que todo viene al señuelo
       De su gentil fantasía.
       .................................................
           Que no penséys por las ramas,
       Mas antes dentro en el bayle,
       Vi de sus perversas ramas,
       En afeytes de las damas
       Quál el diablo puso al fraile.

Otro galán, descontento también del lindo frayle de palacio, le increpa en estos términos, con acusaciones todavía más graves y directas:

            [p. 43] Discreto Frayle, señor,
       Ya callar esto no puedo,
       Porque amores dan dolor
       A vos que serie mejor
       Cantar bajo vuestro Credo...
       ....................................................
           Que el amor del como vos,
       Frayle profeso y benino,
       Todo deve estar con Dios,
       No querelle traer en pos
       De quien tuerce tal camino.
           Amor de ser el primero
       A vuestras oras venir
       Mucho presto y muy ligero;
       Amor de ser postrimero
       Del monesterio sallir;
           No el primero de los motes
       Con damas que dan deseo,
       Envidar, tener sus cotes;
       Las razones sin dar botes
       Rechazarlas de boleo.
       ................................................
           Amor de traer cilicio,
       Amor de gran abstinencia,
       Amor de hazer servicio
       Al señor del beneficio,
       Amor de buena conciencia.
       ................................................
           Amor en siempre rezar
       Las horas devotamente;
       Amor de muy bien guardar
        Vuestra regla sin errar;
       Amor de ser obediente:
           No guardar mirar por dónde
       Hablarés la dama vuestra...
       ........................................................
           No por gracia el cecear
       Contrahaciendo el galán;
       No el reyr, no el burlar,
       No de muy contino estar
       Do amores vienen y van.
       .......................................................
           No pedir favor a damas,
       No servirlas con canciones,
       No encenderos en sus flamas,
            [p. 44] Que son peligrosas llamas
       Para sanar los perdones.
       ................................................
            No con risueño mirar,
       Viendo gracia en la mujer,
       Desealla festejar,
       Y dalle bien a mostrar
       Que cartas la yrán a ver.
       
.................................................
            No las monjas requerir
       Muchas veces a menudo.

A tal distancia de tiempo, es imposible determinar lo que pueda haber de cierto en estas detracciones, nacidas acaso de la envidia de los cortesanos contra el favor que disfrutaba Fr. Íñigo; y quizá todavía más de la libertad y franqueza de los rasgos satíricos en que abundan sus composiciones, sin exceptuar las ascéticas, y que debieron de granjearle más de un enemigo. Pero si sus costumbres hubiesen sido tan livianas como se da a entender en los versos transcritos, jamás la severidad de la reina Isabel hubiera consentido en su corte a tan relajado fraile, aun antes de la reforma de los regulares, en que tanto empeño mostró aquella heroica hembra. Por otra parte, en los muchos versos que tenemos de Fr. Íñigo, no hay cosa alguna que desdiga de su profesión religiosa, y sí muchas que prueban la entereza de su carácter, la libertad cristiana de su espíritu y la ferviente piedad de su corazón.

Estas obras, hoy demasiado olvidadas, pero que fueron en su tiempo de las más populares, y de las primeras que merecieron los honores de la imprenta, son principalmente el poema de Vita Christi, compuesto a petición de Doña Juana de Cartagena; el Sermón trovado sobre las armas del rey D. Fernando, el Dictado en vituperio de las malas mujeres y alabanza de las buenas, las Coplas en loor de los Reyes Católicos, la Cena que Nuestro Señor fizo a sus discípulos, el Dechado de la reina Doña Isabel, la Justa de la razón contra la sensualidad, los Gozos de Nuestra Señora, la Pasión del Redentor, las Coplas al Espíritu Santo, y la Lamentación a la quinta angustia, quando Nuestra Señora tenía a Nuestro Señor en sus brazos. [1]

[p. 45] La más extensa de estas obras, y la que en su tiempo fué más célebre, es el Vita Christi, que, con ser muy larga, no pasó nunca del estado de fragmento, pues no alcanzó más que hasta la degollación [p. 46] de los inocentes. Otras partes de la vida del Redentor trató Fr. Ínigo en las coplas de la Cena, en las de la Pasión, etc., pero no es seguro que estas composiciones, que tienen unidad propia, y [p. 47] que siempre se imprimieron como piezas distintas, fuesen destinadas por su autor a entrar en su obra capital; ni están tampoco en el mismo metro.

El Vita Christi resulta tan dilatado, merced a las digresiones morales y aun satíricas con que a cada momento interrumpe el autor su narración. La mayor parte del poema está en quintillas dobles, comenzando con esta cristiana invocación:

       Aclara, sol divinal,
       La cerrada niebla oscura
       Que en el linaje humanal
       Por la culpa paternal
       Desde el comienzo nos dura;
       Despierta la voluntad,
       Endereza la memoria,
       Porque syn contrariedad
       A tu alta majestad
       Se cante divina gloria...

Vienen a continuación los loores de Nuestra Señora, entreverados con una picante sátira sobre los devaneos y flaquezas de las damas del tiempo de Fr. Íñigo (y éste fué sin duda el pasaje que provocó las iras de sus censores). El misterio de la Encarnación, la historia de la Natividad, la Circuncisión del Señor, la adoración de los Reyes Magos, la presentación de Jesús en el templo, llenan lo restante del libro, que bruscamente queda interrumpido, como ya se ha dicho, en el cuadro de la degollación de los inocentes.

En la narración hay mucha fluidez y gracia; notable desembarazo en la parte satírica; pero lo que principalmente recomienda el poema y le da carácter popular, es la presencia de elementos líricos, himnos, romances y villancicos. La aparición de los romances, sobre todo, es muy digna de tenerse en cuenta, y veremos que se repite en el Cancionero de Fr. Ambrosio Montesino. Fray [p. 48] Íñigo de Mendoza intercala en su Vita Christi uno que pone en boca de los serafines, y comienza:

       Gozo muestran en la tierra,
       Y en el limbo alegría;
       Fiestas fagan en el cielo
       Por el parto de María...

Todavía es más característico del tiempo y de la escuela trovadoresca semi-popular en que no dudamos afiliar a nuestro franciscano, esta desfecha de un villancico que parece de Juan del Enzina, aunque trovado a lo divino:

       Eres niño y has amor:
       ¿Qué farás cuando mayor?

A la vez que estos accesorios líricos, encontramos en el Vita Christi una escena casi dramática, la aparición del Ángel a los pastores para anunciarles la Natividad: una especie de égloga, farsa o representación, escrita en el mismo lenguaje villanesco «provocante a riso» de que se había valido el autor de las Coplas de Mingo Revulgo, e iba a valerse el ilustre músico salmantino, patriarca de nuestra escena. Fr. Iñigo prepara de este modo el episodio, disculpándose de mezclar cosas de donaire y honesta alegría en tema tan sagrado:

       Porque non pueden estar
       En un rigor toda vía
       Los arcos para tirar,
       Suélenlos desempulgar
       Alguna pieza del día.
       Pues razón fué de mezclar
       Estas chufas de pastores
       Para poder recrear,
       Despertar y renovar
       La gana de los lectores.

Si se exceptúan algunos versos de relato en que habla el autor, todo lo demas es un diálogo perfectamente representable, entre los pastores Juan y Mingo y el Ángel, Véase alguna muestra, ya que esta pieza ha sido enteramente olvidada por los que han tratado de los orígenes de nuestra escena:

                   [p. 49] MINGO

       Cata, cata, Juan Pastor,
       Yo juro a mí pecador
       Un hombre vien volando.
       
                JUAN

       ¡Sí, para Sant Julián!
       Y allega somo la peña.
       Purraca el zurrón del pan,
       Acogerme he a Sant Milián,
       Que se me eriza la greña...
       ................................................
       
                MINGO

       ¿Tú eres hi de Pascual,
       El del huerte corazón?
       Torna, torna en ti, zagal;
       Sé que no nos hará mal
       Tan adornado garzón.
       Pónteme aquí a la pareja,
       Y venga lo que viniere;
       Que la mi perra Bermeja
       Le sobará la peleja
       A quien algo nos quisiere.

                JUAN

       Y si nos habla bien luego
       Faremos presto del fuego
       Para guisalle un tasajo;
       Que no puedo imaginar,
       Hablando, Mingo, de veras,
        Qué hombre sepa volar
       Si no es Johan escolar,
       Que sabe de encantadoras...
       ...................................................

                ANGEL

       ¡O pobrecillos pastores,
       Todo el mundo alegre sea;
       Que el Señor de los Señores
       Por salvar los pecadores
       Es nacido en vuestra aldea!
       Es ya vuestra humanidad
       Por este fijo de Dios
        [p. 50] Libre de catividad,
       Y es fuera la enemistad
       De entre nosotros y vos:
       Y vuestra muerte primera
       Con su muerte será muerta,
       Y luego que aqueste muera,
       Sabé que el cielo os espera
       A todos a puerta abierta.
           No curéis de titubar
       Y os daré cierta señal:
       Id a do suelen atar
       Los que vienen a comprar
       Sus bestias en el portal;
       Do sin más pontifical,
       O varones sin engaños,
       Veréis en carne mortal
       La persona divinal
       Empañada en pobres paños.

                    JUAN

       Minguillo, daca, levanta,
        No me muestres más empacho,
       Que, según éste nos canta,
       Alguna cosa muy santa
       Debe ser este mochacho.
       ......................................................
                    MINGO
           Para sa-caso te digo
       Que puedes asmar de tanto,
       Que si no fueses mi amigo,
       Allá no fuese contigo,
       Según que tengo el espanto:
       Que hoy a pocas estaba
       De caer muerto en el suelo,
       Cuando el hombre que volaba
       Oíste que nos cantaba
       Que era Dios este mozuelo.
           Mas no quiero estorcijar
       De lo que tú, Juan, has gana;
       Pues que tú huiste a baylar
       Cuando te lo huy a rogar
       Para las bodas de Juana.
       Mas lleva allá el caramiello,
       Los albogues y el rabé,
        [p. 51] Con que hagas al chiquiello
       Un huerte son agudiello,
       Que quizá yo bailaré.
           Pues luego de mañanilla.
       Tomemos nuestro endiliño,
       Y lleva tú en la cestilla
       Puesta alguna mantequilla
       Para la madre del niño.
       Y si están ahí garzones,
        Como es día de Domingo,
       Harás tú, Juan, de los sones
       Que sabes de saltajones:
       Y verás cuán anda Mingo.
           Llamemos a Pascualejo,
       El hi de Juan de Trascalle,
       Para que mire sobejo
       Aquel clarón tan bermejo
       Que relumbra todo el valle.
       ¡Cuán claro que está el otero!
       Yo te juro a Sant Pelayo
       Para ser cabo el enero
       Nunca vi tal relumbrero,
       Ni aunque fuese por el mayo.
       ......................................................
           ¡O, bien de mí, qué donzella
       Que canta cabo el chiquito!
       Mira qué voz delgadiella:
       Mal año para Juaniella,
       Aunque canta voz en grito.
       ¡Oh, hi de Dios, qué gasajo
       Habrás, Mingo, si lo escuchas!
       Ni aun comer sopas de ajo,
       Ni borregos en tasajo,
       Ni sopar huerte las puchas.
           ¿No sientes huerte pracer
       En oír aquel cantar?
       ¡O, cuerpo de su poder!
       No me puedo contener
       Que no vaya a lo mirar.
       Mira cuánto gran lucillo
       En Belén el aldeyuella:
       Llama, llama a Terrebillo:
        Tañerá su caramillo
       Y yo la mi churumbella.
           Yo tañeré mi rabé
       Que tengo en la mi hatera,
        [p. 52] El que viste que labré,
       Después que me desposé
       Andando en el encinera...

La misma animación y regocijo, y el mismo alegre y saludable realismo, hay en la relación del pastor, que cuenta todo lo que había visto en el portal de Belén.

            El uno dijo en concejo:
       ¡O, si vieras, hi de Mingo,
       Nieto de Pascual el viejo,
       En un pobre portalejo
       Lo que vimos el domingo!
       ..................................................
           Vi salir por el collado
       Claridad relampaguera,
       Aunque estaba enzamarrado,
       Durmiendo con mi ganado
       En esa verde pradera.
       Los zagales con la dueña
       Cantaban tan huertemente,
       Que derramé só la peña
       La leche de mi terreña,
       Por mejor para-llo miente.
           Y más te digo de veras,
       Que aun antes rodeando
       Las ovejas parideras,
       De somo las conejeras
       Vi los Ángeles cantando.
       .........................................................
           El tempero ventiscaba
       De cabo de regañón,
       El cierzo asmo que helaba
       El gallego lloveznaba
       Por todo mi zamarrón.
       Mas viendo cantar de vero
       Con la gayta los garzones,
       Desnuyé la piel de cuero,
       Por correr así ligero
       A notar las sus canciones.
            Vilos claros como el rayo,
       Y al ruedo de sus cantares,
       A la hé dejé mi sayo,
       Y baylé sin capisayo
       Por somo los escolares,
       Y tomé tanta alegría
        [p. 53] Con su linda cantadera,
       Que a sobejo parecía
       Que panar se revertía
       Por la mi gargomillera...

Hemos indicado antes el parentesco literario que media entre el autor del Vita Chriti y el de las Coplas de Mingo Revulgo. Esta derivación es principalmente visible, y aun el mismo Fr. Íñigo la declara y confiesa, en aquella parte del poema en que, al tratar de la Circuncisión del Señor, rompe bien inesperadamente en una sátira política, exhortando a los castellanos a que circunciden la mala guarda de la Justicia, el dormir de la Templanza, la ceguedad de la Prudencia y los cohechos de la Fortaleza:

       Y circunscide Castilla
       El atreverse del vulgo
       Contra la Perra Justilla
       
Que vistes en la trailla
       Del pastor Mingo Revulgo.
       Sino que si han barruntado
       Que no está la perra suelta,
       Los veréis como priado,
       Nunca medrará el ganado
       Y el pastor con ella a vuelta.
       .................................................
        Justilla no sale fuera.
       ¡Ay que guay de nuestro hato,
       Porque mala muerte muera
       Duerme la otra tempera
       
Perra de Gil Arribato!
       
¡O negligente pastor!
       Ve circuncidar el sueño;
       Que en el día del dolor
       Hasta el cordero menor
       Te hará pagar su dueño.
       ...............................................

Y acaba remitiéndose, para el remedio de los males del reino, a «aquel pastoral escripto de las Coplas Aldeanas ».

Estas alusiones políticas hacen creer que pertenezca el Vita Christi a los primeros días de este reinado, en que tanto el fraile Mendoza como Gómez Manrique, Antón de Montoro y otros trovadores nobles y plebeyos, pusieron dignamente su musa al servicio [p. 54] de la causa de la justicia y del orden social contra el anárquico desconcierto de que, con mano durísima, iba triunfando la Reina Católica. Tres largas composiciones enteramente políticas nos quedan de Fr. Íñigo: el Dechado de la reina Doña Isabel (que suele también llamarse Regimiento de Príncipes, como el de Gómez Manrique), el Sermón trovado al entonces príncipe de Sicilia don Fernando «sobre el yugo y coyundas que su alteza trahe por divisa» [1] y las «coplas en que declara cómo por el advenimiento destos muy altos señores es reparada nuestra Castilla» [2] . El Dechado es la más ingeniosa y bien escrita, aunque el artificio alegórico peca de excesivamente sutil. ¡Pero cuánta sinceridad y valentía hay en los consejos del poeta, y cuán bien debieron de sonar en los oídos de la Reina Católica, por lo mismo que iban limpios de toda mancha de adulación e interés!

       Pues, reyna nuestra señora,
       Lo que dora
       Los leales gobernalles,
       Es que ande por las calles
       Fecha dalles
       Vuestra espada matadora;
        [p. 55] Que si la gente traydora,
       Robadora,
       Anda suelta sin castigo,
       A Dios pongo por testigo,
       Ved que os digo,
       Que verés el mal de agora
       Cómo siempre se empeora.
       .......................................................
       Pues si non queréys perder
       Y ver caher,
       Más de quanto está caydo,
       Vuestro reyno dolorido,
       Tan perdido,
       Que es dolor de lo ver,
       Emplead vuestro poder
       En facer
       Justicias mucho complidas;
       Que matando pocas vidas
       Corrompidas,
       Todo el reyno, a mi creer,
       Salvaréys de perecer.
       ..................................................
       En el real corazón
       Nunca pasión
       Debe turbar la esperanza:
       Su real lanza y balanza
       Sin mudanza
       Se muestre siempre en un son;
       Que, segund la presunción
        Desta nación,
       Si le sienten cobardía,
       Vos veréis la tiranía,
       Cada día
       Sembrará más destruyción
       En toda nuestra región.
       .....................................................
       A los alanos crescidos
       Los ladridos
       De los pequeños perrillos
       Non da temor el oillos
       Ni el sentillos
       Alrededor tan ardidos,
       Pues así los alaridos
       Desabridos
       A los reyes de vasallos
       Non deben nada mudallos
        [p. 56] Nin turballos,
       Pues se fallan tan subidos
       Que deben de ser temidos.

En este sermón poético, que tiene trozos muy gentilmente versificados (y puede leerse íntegro en el texto de nuestra Antología) compitió Fr. Íñigo de Mendoza con lo mejor de Gómez Manrique, mostrándose aventajado discípulo así en la substancia como en el modo, y convirtiendo, a imitación suya, la sátira política en severo magisterio y función social generosa, en vez del carácter agresivo e iracundo que había tenido en los afrentosos tiempos de Enrique IV.

Para conocer por entero a este simpático y fecundo poeta, hay que leer además sus composiciones alegóricas, como la Justa y diferencia que hay entre la razón y la sensualidad sobre la felicidad y bienaventuranza humana, donde manifiestamente sigue la huellas de Juan de Mena en las Coplas de los siete pecados mortales; y las meramente didáctico-morales con punta satírica, especialmente el Dictado en vituperio de las malas hembras, que no pueden las tales ser dichas mujeres... y en loor de las buenas mujeres que mucho triunfo de honor merecen. Pero, en general, sus versos sagrados valen más que los profanos, a pesar de las malignas insinuaciones de sus adversarios.

Sólo en materias piadosas ejercitó la pluma otro fraile de la orden de Menores, en el convento de San Juan de los Reyes, de Toledo, Fr. Ambrosio Montesino, natural de Huete, obispo de Cerdeña, prosista de grave, castizo y abundante estilo, poeta de rica vena, de mucha ingenuidad y sentimiento piadoso. Fué su principal trabajo, emprendido por mandamiento de los Reyes Católicos, la traducción del Vita Christi del monje cartujo de Strasburgo Landulfo de Sajonia, comúnmente llamado el Cartujano; extensa vida del Redentor conforme al texto de los Evangelios, dilatado con meditaciones y comentarios, donde caudalosamente vierte su autor, famoso en los tiempos medios, lo más selecto de la doctrina de los Padres de la Iglesia. La traducción, que está hecha en noble y robusto lenguaje, y es una de las mejores muestras de la prosa de aquel tiempo, mereció la honra de servir de lectura espiritual al Beato Juan de Ávila y a Santa Teresa de Jesús, y durante todo el siglo XVI fué libro de uso frecuente entre los predicadores, para quienes [p. 57] había dispuesto el traductor una Tabla metódica a modo de repertorio. [1] Retocó, además, Fr. Ambrosio, por orden del Rey Católico, una antigua versión de las Epístolas y Evangelios para todo el año con [p. 58] sus doctrinas y sermones, mejorándola de tal suerte, que Mayans, en su Orador Christiano, la llama con razón, «un monumento del lenguaje castizo español». Por algún tiempo sufrió la suerte común a todas las versiones totales o parciales de la Sagrada Escritura en lengua vulgar, siendo recogida según las reglas del expurgatorio, hasta que volvió a imprimirla en 1585 Fr. Román de Vallecillo, que tuvo el mal acuerdo de modernizar el lenguaje. [1] Otras versiones [p. 59] de obras de piedad hizo Fr. Ambrosio, entre ellas las Meditaciones de San Agustín, que quedaron inéditas; y compiló un Breviario de la Inmaculada Concepción, para uso de las religiosas de su Orden, con lecciones para todos los días de la semana y algunos himnos.

Sus obras poéticas están recogidas en un Cancionero, de que hay por lo menos cuatro ediciones, todas ellas de Toledo, la primera de 1508. [1] La mayor parte de las obras incluídas en esta [p. 60] colección, fueron compuestas a instancias de los príncipes y de los más encumbrados magnates de su tiempo, y ostentan en su principio los nombres de la Reina Católica, del Rey D. Fernando, de la reina de Portugal, de la duquesa del Infantado, Doña María Pimentel, de la Condesa de Coruña, de Doña Guiomar de Castro, duquesa de Nájera, de los cardenales Mendoza y Jiménez, de la marquesa de Moya, de Doña Juana de Peralta, hija del Condestable de Navarra; de la condesa de Osorno, de Doña Mariana de Guevara, del prior de San Juan D. Álvaro de Zúñiga, de Doña Marina de Mendoza, y también de algunas personas más humildes, frailes, monjas y damas piadosas. Todo ello prueba la general reputación que el autor alcanzaba como autor de versos devotos, no menos alta que la que tenía como predicador. Y en verdad que la merecía aunque sus propósitos fueran más bien espirituales que literarios. Escribía en verso «porque muchas veces saben mejor las cosas divinas a los que no están muy ejercitados en el gusto y dulzor dellas, cuando se les da debajo de alguna elegancia de prosa o de metro de suave estilo, que cuando los participan por comunidad e llaneza de incompuestas palabras». Sus más extensos poemas son exposiciones casi teológicas, aunque en estilo muy liso y llano, de [p. 61] los misterios de la fe y de los pasos de mayor edificación en ambos Testamentos: tractado del Santísimo Sacramento de la hostia consagrada: coplas del misterio de la santa visitación que la Reina del Cielo hizo a Santa Isabel: de la columna del Señor: tractado de la vía y penas que Cristo llevó a la cumbre del Gólgota, que es el Monte Calvario: coplas del árbol de la Cruz. Fr. Antonio Montesino no es propiamente un poeta místico, sino un orador sagrado en forma poética, un expositor popular del dogma y de la moral cristiana, un teólogo que pone su ciencia al alcance de las muchedumbres con un fin no escolástico, sino de edificación práctica, valiéndose de aquellos símiles y razonamientos que más derechamente podían herir la inteligencia y enfervorizar la voluntad de sus oyentes. Por eso cae muchas veces en prolijidad, y otras en familiaridad desmayada, y dejándose llevar de su fácil vena, olvida muchas veces dar color poético a sus versos, que corren con cierta fluidez insípida. Es indudable que esta poesía no tiene la elevación, el nervio y el decoro que mostró luego la musa religiosa en el siglo XVI; pero se recomienda por su propia simplicidad agradable y candorosa, por la ausencia de todo artificio y de toda reminiscencia literaria, por la absoluta y plena sinceridad de sentimiento que en ella rebosa. Aunque venido en época tan adelantada y culta, Fr. Ambrosio Montesino parece un eco de los franciscanos del siglo XIII, y especialmente del Beato Jacopone de Todi, cuyos Cantos Espirituales conocía seguramente, [1] y a quien se parece, sobre todo, en el enérgico realismo de sus pinturas satíricas. Así le vemos intercalar en las Coplas de la Visitación de Nuestra Señora una doctrina y reprehensión de las mujeres en sus tres estados de doncellas, casadas y viudas, donde se leen rasgos tan expresivos como éstos:

       E las negras devociones
       De misas, ermitas, velas,
       ¿Qué son más sino ocasiones
       De torpes delectaciones,
       Que es fruto de sus cautelas?
            [p. 62] Si hablasen los rincones,
       Bien darían señas expresas,
       Por dó van las devociones;
       Y del fin de los perdones
       Y promesas.
       .................................................
           Mas la viuda cejihecha
       Que por calles se derrama,
       A perderse va derecha,
       Porque a todos da sospecha
       De la muerte de su fama.
           Traen guantes engrasados
       Y perfumes encendidos,
       Mas no cabellos mesados,
       A los maridos pasados
       Bien debidos.
           Otras hay de torzalejos
       Y de tocas azufradas,
       Que por libros leen espejos,
       Por curar defectos viejos
       De sus caras estragadas.
       ...............................................
           ¡Qué deseos tan sobrados
       Dar color a los carrillos,
       Que, después de arrebolados,
       Parecen perros asados,
       Bermejuelos y amarillos!...

Versos que involuntariamente traen a la memoria el célebre sermón del penitente de la Umbría:

       O femine, guardate
       A le mortal ferute,
       Nelle vostre vedute
       Besilisco portate...

La misma semejanza se advierte en la reprehensión de las costumbres de los eclesiásticos seculares y regulares, sin perdonar a las monjas lisonjeras, de entrincados apetitos, ni menos a los prelados que viven en el fausto y opulencia mundana, y a quienes increpa con toda la cristiana libertad propia de un fraile menor, desposado con la pobreza:

       Mas ¡ay! que algunos prelados
       De la santa fe cristiana,
        [p. 63] Tienen ya cuasi olvidados
       Estos puntos señalados
       De la cruz que mejor sana;
       ................................................
       Miremos esta cadira
       Entre nuestras presunciones,
       Y al Señor que en ella expira,
       Sin rencores e sin ira,
       Entre los tristes ladrones.
       ....................................................
       No tienen guantes ni anillo
       Las manos que nos formaron,
       Mas clavos que con martillo,
       Que es lástima de decillo,
       En ti, árbol, se enclavaron.

Siguiendo, aunque de lejos, las huellas de su maestro en la bellísima canción,

       Dolce amor di povertade,
       Quanto ti deggiamo amare!...

hace Fr. Ambrosio la glorificación de la pobreza

       Pobreza es tesoro puro
       Y gran bien no conocido;
       Es del Evangelio muro,
       Y recambio muy seguro
       Que da el reino prometido.
       .................................................

Pero donde la imitación de Jacopone es más visible, y también más afortunada, es en los pequeños diálogos de Navidad, compuestos probablemente para ser recitados o cantados en conventos de monjas, como sabemos que lo fué alguno de Gómez Manrique. En estas sencillas y afectuosas representaciones del pesebre, Fr. Ambrosio imita hasta los metros del poeta italiano, y a veces se confunde con él en la expresión infantil y pura del regocijo que inunda su alma:

                    MARIA

       ¿Si dormís, esposo,
       De mí más amado?

      
     [p. 64] JOSEF

       No, que de tu gloria
       Estó desvelado.
       ¿Quién puede dormir,
       Oh Reina del cielo,
       Viendo ya venir
       Ángeles en vuelo
       ¡Ay! a te servir
       Tendidos por suelo?
       .....................................

                MARIA

       ¿Qué habedes sentido
       En noche tan fría?

                JOSEF

       Señora, sonido
       De dulce armonía,
       Y el aire vestido
       De tan claro día,
       Que hasta los abismos
       Se han alumbrado.

                MARIA

       A mi parescer,
       Esposo leal,
       Ya quiere nascer
       El rey eternal;
       Así debe ser,
       Pues que este portal
       Claro paraíso
       Se nos ha tornado.
       .....................................

Fr. Ambrosio Montesino, no sólo participa mucho del carácter popular por las tradiciones de su orden y por la imitación deliberada que hace de los poetas franciscanos de Italia, sino por el gran número de elementos, genuinamente españoles, que toma de la poesía y música de nuestro pueblo. Y ésta es precisamente la parte más curiosa de su Cancionero. Casi todas las poesías breves que en él se hallan, se escribieron para ser cantadas al son de otras profanas, que corrían entonces en boca de todo el mundo Las coplas [p. 65] del Nacimiento, hechas por mandado de la marquesa de Moya, debían cantarse con el mismo tono de este villancico:

       ¿Quién os ha mal enojado,
       Mi buen amor?
       ¿Quién os ha mal enojado?

La lamentación sobre Cristo atado a la columna:

           ¡Oh coluna de Pilato!
       El dolor que en ti sentí
           Ha medio muerto a mi Madre,
       Que no tiene más de a mí...

es una trova o parodia de este cantar, que también glosó Juan del Encina:

       ¡Oh castillo de Montanches,
       por mi mal te conocí!
       ¡Cuitada de la mi madre,
       Que no tiene más de a mí!

Por encargo de la Reina Católica, compuso unas coplas de San Juan Evangelista, para cantar al son de «Aquel pastorcico, madre, que no viene». Las del nacimiento de Cristo, compuestas por mandamiento del provincial de San Francisco en Castilla, Fr. Juan de Tolosa, se cantaban al tono de la extravagante canción que principia:

       La zorrilla con el gallo
       Zangorromango... [1]

y otras que fuera prolijo apuntar, repetían los sones de

       A la puerta está Pelayo,
       Y llora...
       Ya cantan los gallos,
       Buen Amor, y vete;
       Cata que amanece... [2]
        [p. 66] Nuevas te traigo,
       Carillo, de tu mal.
       —Dámelas hora, Pascual.

este último uno de los más celebrados de Juan del Encina.

Cumplíase, pues, en las obras de Fr. Ambrosio Montesino aquel fenómeno literario que ya hemos reconocido como uno de los principales caracteres de la lírica de este tiempo: la transfusión de la poesía popular en la artística. Y si más comprobación quisiéramos, nos la daría el hecho de figurar en el Cancionero del predicador de los Reyes Católicos, hasta ocho romances impresos en líneas largas, como versos de diez y seis sílabas, que fué su primitiva forma todos (a excepción de uno) de materia espiritual, como lo es el resto del Cancionero; pero llenos de reminiscencias de la poesía heroica y saturados todavía de su espíritu. Por la concisión [p. 67] enérgica, más parece romance caballeresco del ciclo bretón o carolingio, que romance de fraile, compuesto en loor del patriarca de su Orden, el que Fr. Ambrosio hizo a San Francisco, por mandato del Cardenal Cisneros:

       Andábase San Francisco
       Por los montes apartado.
       .....................................................
       Usaba de duras peñas
       Por blanda cama y estrado.
       .....................................................
       De espinas y duras guijas
       No le defendió calzado;
       Sayal áspero vestía
       Junto al cuerpo remendado.
       Su oratorio fué el sereno,
       El hielo más destemplado;
       Y sumirse por la nieve
       Desnudo y aprisionado.
       ................................................
       Silencio fué su lenguaje
       Y los yermos su poblado;
       Estregaba en los zarzales
       Su cuerpo muy delicado,
       Por tener dentro en la carne
       Espíritu libertado.
       .................................................

Hay, además, un romance de carácter no devoto, sino histórico, en este Cancionero: el de la muerte del príncipe de Portugal D. Alfonso, esposo de la hija primogénita de los Reyes Católicos, el cual sucumbió a los diez y seis años, en 1491, de una caída de caballo, cerca de Almeirín. Este romance, que si no es popular, merece serlo (y por eso le dió entrada Durán en su colección), es el que comienza:

       Hablando estaba la Reina
       En cosas bien de notar...

La rúbrica de este romance dice expresamente que le hizo Fray Ambrosio Montesino; pero un descubrimiento de estos últimos años puede hacer dudar que sea enteramente suyo. El eminente Gastón París publicó en el número tercero de la Romanía, tomándola de un manuscrito francés de fin del siglo XV, una canción anónima [p. 68] sobre el mismo asunto, que difiere en ser mucho más breve e ir acompañada de estribillo; pero en la cual se conservan todos los rasgos poéticos y populares del romance de Fr. Ambrosio, en general con las mismas palabras. He aquí la canción:

       ¡Ay, ay, ay, qué fuertes penas!
       ¡Ay, ay, ay, qué fuerte mal!
       Hablando estaba la reina—en su palacio real
       Con la infanta de Castilla,—princesa de Portugal;
       Allí vino un caballero—con grandes lloros llorar:
       —«Nuevas te traigo, señora,—dolorosas de contar.
       ¡Ayl no son de reino extraño;—de aquí son, de Portugal:
       Vuestro príncipe, señora,—vuestro príncipe real
       Es caído de un caballo,—y l' alma quiere a Dios dar;
       Si lo queredes ver vivo—non querades de tardar.
       Allí está el rey su padre—que quiere desesperar;
       Lloran todas las mujeres—casadas y por casar.

Cotejando este romance con el de Fr. Ambrosio (que va en el cuerpo de nuestra Antología), puede creerse, como creyó Gastón París, que Montesino refundió y amplió la canción popular, añadiendo ciertos pormenores históricos; o bien preferir la opinión de Milá, que supone que algún juglar o cantor del vulgo se apoderó del romance del fraile, abreviándole y conservando tan sólo lo que ofrecía carácter más popular. Para uno y otro sentir hay buenas razones, si bien yo, salvo el respeto debido a mi maestro, encuentro más verosímil en este caso la opinión de Gastón París. [1]

[p. 69] Ni sólo por razones arqueológicas y de genealogía literaria es recomendable el Cancionero de Montesino, sino también por su intrínseco valor poético, el cual no se manifiesta, a la verdad, en ninguna composición entera, como no sea de las más breves; pero reluce a cada momento en versos y expresiones y comparaciones felices que se hallan en muchas de ellas. Se aparece el ángel a Zacarías, y el poeta escribe con íntima delicadeza:

       Fué su voz tan pavorida,
       Que turbaba los oídos,
       Tan delgada y recogida,
       Cual no oyeron en su vida
       Los nacidos...

No intentaré ciertamente comparar el himno de Manzoni,

       Tacita un giorno a no só qual pendice...

con las coplas de San Juan Bautista que hizo nuestro Fr. Ambrosio,

       Con pasos acelerados
       Iba la Virgen preciosa
       Por los valles y collados...
       ..........................................

Pero a falta del arte exquisito y del admirable poder de condensación lírica que tiene el poeta moderno, no puede negarse al antiguo cierto candoroso sentimiento de la situación, fielmente traducido por su lenguaje, que aquí no sólo es puro y terso, sino regocijado y lozano:

       La luz eterna más clara
       La esforzaba por de dentro.
       ¡Oh, bendito el que hallara,
       Si en tal hora caminara,
       Tal encuentro!
       ¡Oh, quién fuera pastorcico
       Que te viera y preguntara:
       —¿Dónde vas, tesoro rico?
       Dímelo, yo te suplico,
       Con tan glorïosa cara!
       .................................................
        [p. 70] ¡Oh, si la vieras cuál iba,
       Tú mi alma, esta princesa
       Por aquel recuesto arriba!...
       ...............................................
       Vieras en ella colores
       Diversas en fermosura,
       Y del mucho andar sudores,
       Más que bálsamo ni flores
       De frescura...
       ...................................................
       Hacíala Dios un viento
       Que entre los cedros rugía,
       Que le puso pensamiento
       No ser aire de elemento,
       Según su dulce armonía.
       ...................................................

Fué Fr. Ambrosio Montesino el poeta favorito de la Reina Católica, y por encargo suyo escribió los últimos versos que ella pudo leer en su vida. [1] Esta razón, sin tantas otras, bastaría para hacer simpático su nombre en la historia de la literatura castellana. Fué de los primeros en infundir el sentimiento místico en la poesía popular; y si pecó a veces por excesiva llaneza familiar, y muchos le aventajaron luego en perfección técnica, pocos le ganaron en sentimiento fresco y en ingenuidad primitiva. [2] Ni dejó [p. 71] de poner en sus versos, con ser de materia tan ascética, algún recuerdo de la vida de su tiempo, que interesa más por lo inesperado. No sólo menciona, como era justo, la fundación del glorioso monasterio de San Juan de los Reyes, «obra decora», en que él fué uno de los primeros claustrales, sino que alude con cierta vaguedad y misterio lírico a los que comenzaban a volver de las tierras incógnitas halladas en Indias, y nos da razón de la curiosidad con que se recibía a los descubridores:

        [p. 72] Los hombres que navegando
       Hallan tierras muy remotas,
       Cuando vuelven, que es ya cuando
       Los estamos esperando
       En el puerto con sus flotas,
       Que nos digan les pedimos
       Las novedades que vieron;
       Y si algo nuevo oímos,
       Más velamos que dormimos
       Por saber lo que supieron...

No fueron éstos los únicos cultivadores de la poesía religiosa en aquel reinado. [1] Al mismo género pertenece el Cancionero de Juan de Luzón, impreso en Zaragoza, 1508. Era su autor criado de Doña Juana de Aragón, duquesa de Frías y condesa de Haro: es cuanto sabemos de su persona. Su apellido induce a tenerle por madrileño; pero Gallardo nota en sus versos algunos galicismos, que más bien parecen catalanismos, por ejemplo realme. Ocupa la mayor parte del volumen un largo poema didáctico, en coplas de arte mayor, que el autor llama Epilogación de la Moral Philosphía sobre las virtudes cardinales, contra los vicios y pecados, dividido en cinco partes: la primera trata de la virtud en general, la segunda de la Justicia, la tercera de la Prudencia, la cuarta de la Fortaleza, la quinta de la Temperancia o Templanza. Cada copla [p. 73] va seguida de un difuso comentario en prosa que nada de particular enseña, aunque algunas veces alude a personajes y sucesos contemporáneos, como la conquista de Nápoles por el Gran Capitán. Completan el volumen varias coplas de arte menor, en que están trovadas las contemplaciones de San Bernardo sobre la Pasión: paráfrasis de los salmos Miserere y De profundis, conforme a la glosa que sobre ellos hizo el Obispo de Valencia; el cántico ¡Oh gloriosa domina! y otros versos de devoción, entre ellos los Gozos del nacimiento de San Juan Bautista: en todo 397 coplas de arte mayor, y 225 de arte menor. En el Miserere y el De Profundis, va engastado en la glosa castellana el texto latino del Salmo, en esta forma:

           Miserere mei, Dios mío,
       Pues me criaste por tuyo,
       Y aunque lejos de ti huyo,
       Perdona mi desvarío,
       Perdona mi gran pecado,
       Perdona mis malas obras,
       Perdona en males mis sobras,
       Y en bienes lo que he faltado...
            De profundis anegado
       En el hondo de los males,
       De los pecados mortales
       Y no de los veniales,
       Porque se pasan a nado,
        Clamaví he suplicado,
       Ad te sólo en quien espero...

Luzón era ingenio de poca o ninguna fantasía, y escribió más por ejercicio de piedad que de literatura. Sus propósitos de moralista cristiano los declara él mismo en la dedicatoria: «Porque más se lea, conozca y use (la moral filosofía) quise sumarla en romance castellano... y trobarla por metro, porque mejor se guarde en la memoria, como quier quel arte de trabar está ya tan disfamado por la mala intención de los que mal usan della, que no solamente todos los trovadores son tenidos por locos, pero también la misma arte por la culpa dellos es ya profanada, siendo de suyo de mucho ingenio y viveza». [1]

[p. 74] Quizá debamos añadir al catálogo de poetas espirituales de este tiempo el nombre venerable del primer arzobispo de Granada, varón verdaderamente apostólico, Fr. Hernando de Talavera, si es suya, como afirma Fr. Juan de Pineda en su libro de la Agricultura Cristiana (2ª parte, diálogo trigésimoprimo, Salmanca, 1589), cierta obra docta y devota sobre la salutación angélica, que allí se inserta, y también en otro libro del mismo P. Pineda, titulado Vida y excelencias maravillosas del glorioso San Juan Baptista (Barcelona, 1596). El estilo de este piadoso fragmento no difiere mucho del de Fr. Ambrosio Montesino, y pertenece manifiestamente a la época de Talavera, del cual sabemos, por su más antiguo biógrafo, [1] que «en lugar de responsos, hazia cantar algunas coplas devotissimas, correspondientes a las liciones. De esta manera atraía el santo varón a la gente a los maytines como a la misa. Otras veces fazia hazer algunas devotas representaciones, tan devotas, que eran más duros que piedras los que no echavan lágrimas de devoción.» No faltó quien dijese que esto era «mudar la universal costumbre de la Iglesia, y que era cosa nueva decirse en la iglesia cosa en lengua castellana; y murmuraban dello fasta decir que era cosa supersticiosa»; pero aquel santo varón, que veía el fruto que por tales medios iba logrando cada día en la conversión de judíos y moros, «tuvo estos ladridos [p. 75] por picaduras de moscas y por saetas echadas por manos de niños». [1]

Notas

[p. 41]. [1] . López de Mendoza le llaman Amador de los Ríos y otros, pero no encuentro el López en ninguna de las ediciones antiguas de su Cancionero.

 

[p. 44]. [1] . Las primitivas ediciones de las obras poéticas de Fr. Íñigo de Mendoza se cuentan entre los libros más raros de la tipografía del siglo XV; y como algunas de ellas no llevan fecha, no es fácil determinar su orden cronológico. De las más antiguas es, sin duda, la que posee la Biblioteca Escurialense, libro gótico, sin lugar ni año, ni foliatura ni reclamos; pero con signaturas de a ocho hojas. Contiene el Vita xpi fecho por coplas... a peticio de la muy virtuosa señora doña juana de Cartagena; el Sermon trobado que fizo frey yñigo de medoza al muy alto y muy poderoso príncipe rey y señor el rey dõ fernãdo rey de Castilla y de aragon sobre el yugo y coyundas que su alteza trahe por devisa; el Dezir de D. Jorge Manrique por la muerte de su padre y el Regimiento de Príncipes de Gómez Manrique, con la dedicatoria en prosa.

Las poesías de Fr. Íñigo de Mendoza fueron el fondo principal de varios cancioneros, que son indisputablemente los más antiguos que se publicaron en España. Hay uno sin lugar ni año, pero que a juzgar por los tipos, es de Antón de Centenera, impresor de Zamora. Comienza con el Vita Christi, al cual siguen el Sermón trabado, las Coplas en vituperio de las malas hembras y en loor de las buenas; otras en que declara cómo por el advenimiento de los Reyes Católicos es reparada nuestra Castilla; el Dechado de la Reina Católica; la Justa de la razón contra la sensualidad; los Gozos; la Cena de Nuestro Señor; la Pasión de nuestro Redentor; coplas a la Verónica y al Espíritu Santo; Lamentación de la quinta angustia. Ocupan lo restante del tomo las coplas de Jorge Manrique, las de Juan de Mena sobre los pecados mortales, y una pregunta de Sancho de Rojas a un aragonés sobre el amor.

Centenera reimprimió en Zamora «a 25 de Enero, año de 1482» el Vita Christi y el Sermón trobado, que se encuentran constantemente unidos al Regimiento de Príncipes de Gómez Manrique, en los pocos ejemplares que se conservan.

Amador de los Ríos menciona otra edición de Toledo, en casa de Juan Vázquez, sin año, que contiene todos los tratados incluídos en la primitiva de Centenera, y además la Pasión de Cristo del Comendador Román. Juan Vázquez imprimía ya en 1486, y, por consiguiente, esta edición suya puede ser anterior a la de Zaragoza, «por industria y expensas de Paulo Hurus de Constancia alemán», 1492, que lleva por encabezamiento: Coplas de Vita Christi, de la Cena co la pasio y de la Verónica co la resurreccio de nuestro redentor. E las siete angustias e siete gozos de Nuestra Señora, con otras obras mucho provechosas. Este rarísimo cancionero reproduce la mayor parte de las obras de Fr. Íñigo contenidas en los anteriores, y también las Coplas de Jorge Manrique, y las de Juan de Mena sobre los pecados mortales, y añade otras varias de diversos trovadores, tales como las «Coplas de la pasión» y las «de las siete angustias de Nuestra Señora» por Diego de St. Pedro; unas «Coplas en loor de Nuestra Señora, fechas por Ervias»; la Hystoria de la Sacratíssima Virgen María del Pilar de Zaragoza, fechas por Medina (que quizá sea la más antigua poesía sobre este argumento); la Obra de la Resurrección de Nuestro Redentor, por Pero Ximénez; un Dezir gracioso y sotil de la muerte, por Fernán Pérez de Guzmán; la Obra de los diez mandamientos e de los siete pecados mortales con sus virtudes contrarias y las catorce obras de misericordia temporales y espirituales, por Fr. Juan de Ciudad Rodrigo.

El Cancionero de Ramón de Llavia, impreso también en Zaragoza, y al parecer algunos años antes de éste, trae de Fr. Íñigo dos composiciones no más: el Dechado y regimiento de príncipes y las Coplas a las mujeres en loor de las virtuosas y reprehensión de las que no son tales. Las demás poesías son de Fernán Pérez de Guzmán, Juan de Mena, Jorge Manrique, Juan Álvarez Gato, D. Gómez Manrique, Gonzalo Martínez de Medina, Fernán Sánchez Talavera y Fr. Gauberte Fabricio de Vagad: todas ellas más o menos ascéticas.

Don Fernando Colón, en el Registrum de su biblioteca, anota otra edición de las Coplas de Vita Christi (al parecer solas), hecha en Sevilla, 1506, a dos columnas y con láminas.

Los Cancioneros generales contienen muy pocas poesías de Fr. Íñigo. En el de Valencia, 1511, sólo hay dos brevísimas: una de ellas es un mote de cuatro líneas. La otra es una canción, que reproduzco, por ser la única poesía profana y amatoria que nos queda de nuestro autor.

           Para jamás olvidaros
       Ni jamás a mi olvidarme,
       Para yo desesperarme
       Y vos nunca apiadaros,
       ¡Ay qué mal hize en miraros!
           No pueden mis ojos veros
       sin que me causen sospiros,
       Mi forzado requeriros,
       Mi nunca poder venceros.
       Para siempre conquistaros
       Y vos siempre desdeñarme,
       Para yo desesperarme,
       Y vos nunca apiadaros,
       ¡Ay qué mal hize en miraros!

En la Biblioteca del Escorial (III. K. 7) se conserva un cancionero manuscrito de las principales poesías de Fr. Íñigo, que ofrece muchas variantes respecto de los textos impresos.

Además de sus poesías, hay de Fr. Íñigo un libro rarísimo en prosa, que Gallardo describe en estos términos:

«Comiença un tratado breve y muy bueno de las cerimonias de la missa co sus conteplaciones compuesto por fray Iñigo de medoça.» (Al fin): «Acabose este presente tratado... Impresso por tres alemanes copañeros. En el año del nascimiento de nuestro señor de Mil CCCC y XCIX años, a VII días del mes de Junio.» Cuarto gótico, sin reclamos ni foliatura, pero con signaturas.

Este tratado, dividido en doce capítulos, está dedicado a Doña Juana de Mendoza, mujer de Gómez Manrique, y precedido de una carta al maestro en Teología Gómez de Santa Gadea, sometiendo a su juicio y corrección el libro.

[p. 54]. [1] . Comienzan:

       Príncipe muy soberano,
       nuestro natural señor,
       Contraste de lo tirano,
       De lo sano castellano
       Mucho amado y amador,
       A quien de drecho y razón
       Vestieron ropa de estado
       De Castilla y de León
       Bordada con Aragón...

[p. 54]. [2] . Inc.

       ¡Oh divina Caridad,
       Quien limpia nuestras mancillas,
       Tú que siguiendo verdad
       Con tu santa santidad
       Haces siempre maravillas:
       Tú que vives, tú que duras,
       Sólo bien que no se daña;
       Tú que en tus santas alturas
       Soldaste las quebraduras
       De nuestros reinos de España...!

[p. 57]. [1] . Este Vita Christi del Cartujano fué magníficamente impreso a costa de Cisneros, que con él inanguró dignamente la tipografía de Alcalá. Consta de cuatro hermosos volúmenes en folio, de los cuales apenas existe juego completo en ninguna biblioteca. Al fin del primer tomo, se lee:

Aquí se acaba el primero volumen de la primera parte del vita xpi cartuxano, interpretado del latín en romace por fray Ambrosio motesino de la orde del sanctissimo seraphico Fracisco | por madamiento de los xpristianissimos reyes de España el rey do Fernando y la reina doña Isabel... ipmido por idustria y arte del muy igenioso y horrado Stanislao d´ Polonia varo precipuo del arte impssoria: e impremiose a costa et expensas del virtuoso e muy noble varón garcia de rueda | en la muy noble villa de Alcala d' henares | a XXVij dias del mes de Hebrero del año de nra reparacion de mill y quinientos y tres.»

El segundo y tercer tomo tienen la misma fecha, pero el cuarto lleva la de 1502 en algunos ejemplares, y como es de suponer que se imprimiese antes que los otros, parece necesario admitir la existencia de dos ediciones del mismo impresor, una más lujosa que otra. (Vid. Catalina García, Ensayo de una Tipografía Complutense, Madrid, 1889.)

De las notas finales de estos volúmenes, se infiere que Fr. Ambrosio «diose a la interpretación en la noble cibdad de Huepte cibdad de su nacimiento e naturaleza, XXIX dias del mes de noviembre año de la natividad del señor de mil y quatrocientos y noventa y nueve años», y terminó la primera parte aquel mismo año en la villa de Cifuentes.

Ya en 1446 había sido traducida al portugués la misma obra por Fr. Bernardo de Alcobaza, cisterciense, por encargo de su abad don Esteban de Aguiar. Creemos que esta traducción era diversa de la que cincuenta años después fué impresa también en cuatro tomos en folio, en Lisboa, 1495, por Nicolás de Sajonia y Valentín de Moravia, compañeros, pues en ésta se dice que fué mandada hacer por la infanta Doña Isabel, duquesa de Coimbra, y que el traductor fué el Abad del Monasterio de San Pablo, cuyo trabajo fué revisado y corregido por los Padres franciscanos observantes de Enxobregas. También aquí se da la rareza de aparecer el cuarto tomo con fecha algo anterior al tercero (éste en noviembre, aquél en marzo).

No menos apreciable que las traducciones castellana y portuguesa, bajo el aspecto del lenguaje, y todavía más rara que ninguna de ellas, es la catalana que hizo el famoso poeta valenciano Juan Roiz de Corella, maestro en Sagrada Teología; a ruegos del magnífico caballero Fr. Jayme del Bosch, de la Orden de Montesa. Son también cuatros espléndidos volúmenes en folio, que es casi imposible ver juntos. El primer tomo (Lo primer del Cartoxa) aparece impreso en 1496, el segundo en 1500, el tercero no tiene lugar ni año y el cuarto (Lo quart del Cartoxa), por una singularidad bibliográfica que se repite aquí por tercera vez en impresiones de este libro, lleva la fecha de 1495, y fué reimpreso en 1513. Termina con la magnífica Oración de Corella, que es uno de los mejores trozos de la poesía catalana del siglo XV.

El Vita Christi del Cartujano no debe confundirse con otras obras del mismo título y asunto que por entonces estuvieron muy en boga, tales como la del catalán Fr. Francisco Eximenis, obispo de Elna, la cual hizo traducir al castellano, corrigiéndola y adicionándola, Fr. Hernando de Talavera, y pasa por el primer libro impreso en Granada, siendo por otra parte uno de los más bellos que en todo aquel siglo se imprimieron en cualquier parte de Europa. (Primer volumen de Vita Xpi de Fr. Francisco Xymenes, corregido y añadido por el arzobispo de Granada: y hízole imprimir porque es muy provechoso. Contiene quasi todos los evangelios del año... Fué acabado y empresso... en la grande e nobrada cibdad de Granada en el postrimero dia del mes de Abril. Año del Señor de mili CCCCXCVj, por Meynardo Vngut e Jhoanes de noreberga alemanes); y el rarísimo Vita Christi de la abadesa de la Trinidad, Sor Isabel de Villena (en el siglo doña Leonor Manuel de Villena, hija natural del famoso marqués don Enrique), dado a la estampa en Valencia, 1497, por Lope de Roca, alemán.

Los diversos volúmenes del Cartujano de Montesino fueron varias veces reimpresos, casi siempre en Sevilla (1531, por Juan Cromberger, 1537, 1543, 1544, 1551...); pero son raras todas estas ediciones, y las más veces se encuentran descabaladas, por el gran consumo que se hacía de ellas. La última que Nicolás Antonio cita es de 1627.

[p. 58]. [1] . La primera edición de las Epístolas y Evangelios se hizo en Toledo, 1512. No la hemos visto, pero sí la segunda, también de Toledo, que es de 1535: Epistolas i evagelios. | Por todo el año co sus dotrinas y sermones. | Según la reformación e interpretación que | desta obra hizo fray Ambrosio montesino. | Por mandado del rey nuestro señor. Muy li | mada y reducida a la verdadera intelligencia de | las sentencias: y a la propiedad de los vo- | cablos del romace de Castilla: obra muy catholica y de gran provecho y devoción para la sa- | lud de las animas de los fieles de jesu christo. Impressas Año II. DXXXV.

(Al fin): Aquí se da fin a la interpretación y declaración de las Epístolas y Evagelios de todo el año: segun que la scta. madre yglesia los evageliza por diversas partes del mudo: en todos los domingos y fiestas: y en todos los otros días feriales: assi del santo aduenimiento del señor como de la quaresma y de todos los otros días q tiene eplas y evagelios propios. Y del comu de los santos: y de los defuntos: co todos los sermones principales: catholicos: morales y muy devotos q a cada domingo y fiesta pertenecen... La qual interpretacio fué reformada y restaurada co gra diligencia y reduzida a la verdadera ppiedad del estilo, y de los vocablos castellanos. E a la verdadera y propia intelligecia de las sentencias que en todo este libro se cotiene: q estava muy corruptas y disformes. O por inadvertencia del auctor o por vicio y defecto de los diversos impressores. La qual reformacio y correccio y emieda hizo el reverendo sehor padre fray Ambrosio montesino de la orden de los frayles menores: en el monesterio de sant Juan de los Reyes de la dicha orden en la imperial ciudad de Toledo. Por mandado del más catholico e muy poderoso Rey don Fernando nuestro señor... Acabose la presente obra a veynte y siete días de Octubre. Año del señor de mil y quinientos y treynta y cinco años. Fué impressa en la imperial cibdad de Toledo en casa de Juan de Villaquirán y Juan de Ayala. Fol.

En la epístola prohemial dice Fr. Ambrosio: «La cual obra vuestra Alteza mandó a mí su más leal y antiguo predicador y siervo reformar, restaurar y reduzir a la verdadera interpretación e integridad della segun el romance de Castilla, porque estaba muy corrompida, confusa e disforme: así por la impropiedad y torpedad de los vocablos que tenía, como por la confusión y oscuridad de las sentencias. La qual en algunos passos más parecía escriptura de bárbaros que de fieles. Lo qual pudo ser parte por inadvertencia del autor, y parte por la negligencia y error de los impressores... Yo he mucho trabajado por la limar, quitándole todos los defectos que tenía, con gran vigilancia y diligencia.»

Yerran, pues, los que con Mayans creen trabajo exclusivo y personal de Fr. Ambrosio esta versión, de la cual fué corrector y no autor, como bien claramente se infiere de lo transcrito.

Recogido el libro a consecuencia del Índice Expurgatorio de Valdés de 1559, no volvió a imprimirse hasta 1586, después de alzada la prohibición por el Índice de Quiroga. (Epístolas y Evangelios... Compuesto por el muy R. P. fray Ambrosio Montesino... Agora nuevamente visto y corregido, y puesto conforme al orden y estilo del missal, y rezo Romano de nuestro muy S. P. Pío V. Por el muy R. P. fray Román de Vallezillo, de la orden de San Benito y conmissario del Sto. Officio en la villa de Medina del Campo y su partido... En Medina del Campo, por Francisco del Canto, folio).

La traducción inédita de las Meditaciones de San Agustín, se conserva en la Biblioteca de la Historia (colección Salazar).

[p. 59]. [1] . Cancionero de diversas obras de nuevo trobadas: todas compuestas: hechas y corregidas por el pa | dre fray Ambrosio Montesino de | la orden de los menores.

(Al fin): Aquí acaba el cancionero de todas las coplas del reveredo padre fray Ambrosio montesino... Las quales él mismo reformó y corrigió: estando | presente a esta impression que fué fecha en la imperial ciudad de Tole- | do a XVj del mes de Junio del año de nuestra reparacio de Mill y quinientos y ocho años.

—Toledo, por Juan de Villaquirán, impressor de libros. Acabosse a veynte y cinco dias del mes de Mayo, año de mil et quinientos y veinte años.

—Toledo, en casa de Miguel de Eguia. Año de mil y quinientos y veinte e siete años.

—Toledo, por Juan de Ayala. Año de mil y quinientos y treynta y siete.

Don Justo Sancha hizo el buen servicio de reimprimir esta obra en la curiosa antología que con el título de Romancero y Cancionero Sagrados formó para la Biblioteca de Rivadeneyra (tomo 35).

En el Bulletin du Bibliophile de Techener (París, 1844, pp. 1157 a 1611) publicó A. Jubinal una noticia bibliográfica del Cancionero de Montesino (ed. de 1527) y de otros dos rarísimos libros españoles conservados en la Biblioteca-museo de Fabre (Montpellier). Notó acertadamente las reminiscencias de canciones populares, y fué el primero que transcribió íntegro el romance de la muerte del príncipe de Portugal.

[p. 61]. [1] . Sin duda en su original, puesto que no fueron traducidos al castellano hasta 1586:

Cantos morales, Spirituales y Contemplativos. Compuestos por el Beato F. Jacopone de Tode, Frayle menor. Traduzidos nuevamente de vulgar Italiano en Hespañol (Lisboa, en casa de Francisco Correa, 1586).

[p. 65]. [1] . Núm. 442 del Cancionero Musical de Barbieri.

[p. 65]. [2] . Esta linda canción se encuentra íntegra en el Cancionero Musical de Barbieri (núm. 413) con el nombre del músico Vilches, que armonizó a cuatro voces el villancico popular:

       Ya cantan los gallos,
       Buen Amor, y vete:
       Cata que amanece.
           —Que canten los gallos,
       Yo ¿cómo me iría,
       Pues tengo en mis brazos
       Lo que más querría?
       Antes moriría
       Que de aquí me fuese,
       Aunque amaneciese.
           —Deja tal porfía,
       Mi dulce amador,
       Que viene el albor,
       Esclarece el día;
       Pues el alegría
       Por poco fenece,
       Cata que amanece.
           —¿Qué mejor vitoria
       Darme puede amor,
       Que el bien y la gloria
       Me llame al albor?
       ¡Dichoso amador
       Quien no se partiese
       Aunque amaneciese!
           —¿Piensas, mi señor,
       Que só yo contenta?
       ¡Dios sabe el dolor
       Que se m´ acrecienta!
       Pues la tal afrenta
       A mí se me ofrece,
       ¡Vete, que amanece!

[p. 68]. [1] . En el Cancionero de Resende hay varias poesías sobre este mismo argumento, entre ellas una de Álvaro de Brito. También se han conservado vestigios de él en la tradición popular portuguesa, como lo prueban estos versos de un romance de las Islas Azores, publicados por Th. Braga:

       Vosso marido e morto
       Rebentou o fel no corpo | en duvida de escapar,
       | caiu no areal,

que corresponden a los del romance:

       Que cayó de un mal caballo,
       Corriendo en un arenal,
       Do yace casi defunto
       Sin remedio de sanar.

(Vid. Cantos Populares do Archipelago Açoriano, publicados e annotados por Theophilo Braga, Porto, 1869, pp. 328-331.)

Jorge Ferreira de Vasconcellos compuso un romance erudito sobre el mismo asunto, que está en su Memorial das Proesas da Segunda Tavola Redonda, cap. XLVI, y reproducido en la Floresta de varios romances de T. Braga (1869), págs. 49 a 53.

[p. 70]. [1] . Estas coplas hizo fray Ambrosio Montesino, por mandado de la reina Isabel, estando su Alteza en el fin de su enfermedad.

[p. 70]. [2] . Véase esta risueña tabla del Nacimiento, que levemente me permito restaurar, suprimiendo muchos versos inútiles para el sentido:

           Su velo le puso encima
       Al Niño por ornamento,
       Y a los pechos se le arrima,
       Abrigándose del viento,
       Y quedó el cabello exento
       De la Virgen muy dorado...
           Al sereno está la Reina
       Con aire todo real;
       No se lava ni se peina,
       Mas no hizo Dios otra tal:
       Como perla oriental
       Dios en ella es engastado...
           Mas de verlo diferente,
       Y de otros niños mudable,
       La Virgen, madre prudente,
       No sabe cómo le hable,
       Si como a Dios perdurable,
       O como a niño empañado.
       A los mares embravece,
       Y turbaba todo Egipto,
       Y está aquí que no parece
       Sino armiño o corderito,
       La teta mirando en hito,
       Mas tal leche había probado...
       De coronas muda sillas,
       Mil reinos tiene en su seno,
       Y apenas tiene mantillas,
       Y por oro viste heno:
       Yo quisiera, Infante bueno,
       Ser el barro de tu estrado.
       ....................................................
       Con cien mil greñas aliña
       Cuando despierta del sueño;
        Jaspe ni dorada piña
       Con él son valor pequeño,
       Según que lindo y risueño
       Está en los pechos turbado...
       Ya los toma, ya los deja
       Los pechos con gestos bellos;
       Ya se ase a la madeja
       Que su madre ha de cabellos;
       Gorjea y estira dellos
       Como ruiseñor en prado...
       Como recrea el abeja
       En frutal bordado en flores,
       Que de mil formas volteja
       Por hacer miel y dulzores,
       El Niño destos temores
       Con la teta está ocupado...

[p. 72]. [1] . Por el nombre de su autor, que fué uno de los más insignes hebraizantes del siglo XVI, y uno de los principales colaboradores de la Políglota , debe hacerse mención del Tratado de loor de virtudes en metro castellano, compuesto por Alfonso de Zamora, regente en la Universidad de Alcalá (Alcalá de Henares, por Miguel de Eguía, a XXIII días de Enero de mil y quinientos y XXV), un tomido en 12º, de 83 hojas sin foliar. Hay también una edición del año anterior, la cual se describe en el Registrum de don Fernando Colón.

Está escrito en versos cortos, y dividido en tres partes, de las cuales la primera trata de la brevedad de la vida y de sus trabajos, y de los provechos de la ciencia; la segunda de los siete pecados mortales, y la tercera de doctrinas generales.

A este libro (que recuerda mucho los Consejos del Rabí Don Sem Tob) se refiere Gonzalo Fernández de Oviedo en sus Quincuagenas, cuando dice: «Un librico anda por ese mundo impreso de sentencias y doctrinas de la Sagrada escritura, breve y que cuesta pocos dineros, y de mucho provecho y utilidad cathólica, el qual está en versos castellanos, y le compuso el docto maestro Alonso de Zamora, rigente en la Universidad de Alcalá de Henares.»

[p. 73]. [1] . Cancionero de | Iua de Luzon. | Epilogacion de la Moral Philosophia: | sobre las virtudes cardinales: contra los vicios y pecados mortales: proveida co razones y auctoridades divinas | y humanas y co exemplos anti- | guos y psentes: glosada en lo necessario: aprovada por muchos theologos: co | las coteplaciones de | san Bernardo so- | bre la pasion. el Salmo Mise- | rere, de profun- | dis, o gloriosa do- | mina...

(Al fin): Acabada fue toda la psente obra el postrero día d'l mes | de julio: de mil quinientos y seys años: en la ciudad de Bur- | gos cabeça de Castilla. Estando ende los muy altos muy poderosos y esclarecidos Principes, reyes y | señores el | señor rey don Felipe y la señora reyna doña Juana nuestros seño- | res. Y fué hecha y glosada por Iuan de luzón criado de la muy | excelete y muy catholica señora la señora doña Juana Daragon, duquesa de Frias, condesa de haro... Y fue imprimida | por industria de Jorge Coci Aleman en la muy noble ciudad | de Çaragoça: y acabose a xij dias del mes de Octubre del | año d' mill quinietos y ocho. 4º gótico con signaturas a-n, todas de ocho hojas, menos la última, que tiene cuatro.

[p. 74]. [1] . El autor de la Breve suma de la santa vida del reverendisimo y bienaventurado don Fr. Hernando de Talavera, contenida en el mismo códice de la Academia de la Historia donde están los versos de Álvarez Gato.

[p. 75]. [1] . ¿Tendrá algo que ver con estas coplas y representaciones devotas, compuestas o mandadas componer por Fr. Hernando de Talavera, el rarísimo libro siguiente, que sólo conocemos por las sucintas noticias que dan de él Salvá y los traductores de Ticknor?

—Cancionero Espiritual, en el qual se tratan muchas y muy excelentes obras sobre la concepción de la gloriossisima Virgen nuestra señora Sancta Maria y de las Ietras de su nombre, con un passo del nascimiento, y otras muchas cosas en su loor. Y assi mesmo se tratan muy excelentes maravillas de la pasion de xpto. y del combate del corazon espiritual y del ansia del amor de Dios. Y otros muy maravillosos dichos y canciones del mundo vueltas a lo divino, todo en metros diferentes. Hecho por un religioso de la orden del bienaventurado Sant Hieronimo.

(Al fin): Fué impressa la presente obra intitulada Cancionero espiritual en la muy noble villa de Valladolid, en casa del honrrado varon Juan de Villaquirán, impressor a costa y missión del auctor. Acabóse a quatro días de hebrero de mil y quinientos y XLIX años. 4º gótico a dos columnas, 56 hojas.

Parece que la composición más larga del tomo es una disputa alegórica, en quintillas dobles, con este título: Obra llamada combate del corazón, en que se introduzen seys capitanes que le guerrean y fatigan, que son Ansia, Tristeza, Cuidado, Temor, Dolor y Passion. Hay también villancicos, y un paso o égloga al Nacimiento, todo ello en el gusto de fines del siglo XV o de los primeros años del XVI, más bien que de la fecha bastante adelantada en que se imprimió el libro. El autor ocultó su nombre por esta consideración que en el prólogo expone: «Porque casi los más de los que han cursado este arte se han encaminado a motivos profanos y amores no castos, y aun también porque viendo las personas nobles y de calidad (que tan aficionadas fueron antes a metrificar) que cada persona baxa se ponía a hacer coplas, y muchas de ellas torpes, las dexaron ellos de hacer, paresciéndoles derogarse su autoridad; y assi le ha acaescido a este exercicio lo que algún tiempo acaesció a los trajes, que viendo los señores ataviarse de sedas los muy baxos populares, comenzaron ellos a se vestir de paños viles y de poco precio.»

No afirmaré que este monje jerónimo, de quien nada dice Fr. José de Sigüenza en la Historia de su Orden, sea el mismo Fr. Hernando de Talavera, pero a lo menos debe tenérsele por imitador suyo.